Resumen: La proliferación de fenómenos políticos (movimientos, discursos y gobiernos) denominados “populistas” en la última década ha provocado un creciente interés en la naturaleza y las características del liderazgo populista. El presente artículo aborda la construcción del liderazgo popular y sus dimensiones populistas centrándose en dos casos paradigmáticos en México: el gobierno de Lázaro Cárdenas del Río (1934-1940) y las campañas electorales de Andrés Manuel López Obrador (2006-2018). Se persigue un doble objetivo: en primer lugar, distinguir desde un abordaje plural los componentes centrales de estos liderazgos, sus similitudes, así como sus especificidades históricas, y segundo, insistir en la importancia de criterios normativos para determinar las tendencias democráticas o antidemocráticas de la política que promueven.
Palabras clave:populismopopulismo,liderazgoliderazgo,MéxicoMéxico,discursodiscurso,polarizaciónpolarización.
Abstract: The proliferation of political phenomena (movements, speeches and governments) called «populists» in the last decade has caused a growing interest in the nature and characteristics of populist leadership. This article addresses the construction of popular leadership and its populist dimensions focusing on two paradigmatic cases in Mexico: the government of Lázaro Cárdenas del Río (1934-1940) and the electoral campaigns of Andrés Manuel López Obrador (2006-2018). A double objective is pursued: first, to distinguish from a plural approach the central components of these leaderships, their similarities, as well as their historical specificities, and second, to insist on the importance of normative criteria to determine democratic or anti-democratic tendencies of their politics.
Keywords: populism, leadership, Mexico, discourse, polarization.
I. ESCENARIOS
Construcción del líder populista: dos episodios mexicanos paradigmáticos, Lázaro Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador
The construction of populism leadership: two paradigmatic Mexican politicians, Lázaro Cárdenas and Andrés Manuel López Obrador
Recepción: 25 Julio 2019
Aprobación: 05 Septiembre 2019
La figura del líder popular ha tenido una influencia profunda en la construcción del imaginario político moderno mexicano que incluye a reformistas liberales, así como gloriosos revolucionarios y caudillos. Hacia finales de la década de los años treinta el General Lázaro Cárdenas del Río se erigió como promotor de una nueva visión política para el país caracterizada por un ethos incluyente y redistributivo enmarcado en una nueva narrativa de nacionalismo político y económico. El liderazgo de Cárdenas representó una forma de gobierno en mayor sintonía con la efervescencia social y política posrevolucionaria, y heredó recursos simbólicos que han sido fundamentales en la representación y expresión de demandas subsecuentes de justicia social e inclusión política y económica de los sectores populares.
Esta política e imaginario todavía ejercen poder sobre los corazones y las mentes como se ha evidenciado en el estilo y la política del ahora presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y sus ecos manifiestos de cardenismo2. AMLO, que tres veces ha sido contendiente a la presidencia, se ha construído a sí mismo en la imagen de un verdadero líder democrático contra la corrupción, el neoliberalismo y la política de las elites conservadoras. De manera polémica, sitúa su programa político, La Cuarta Transformación, en un continuo histórico con la Independencia (1810-1821), La Reforma (1858-1861) y la Revolución mexicana (1910), proclamándose a sí mismo como precursor de un cambio democrático genuino desde abajo. El proceso de construcción de ambos liderazgos es analíticamente inseparable de los contextos históricos y sociopolíticos e internacionales particulares en los que surgieron y actuaron cada uno de ellos, los actores (tanto partidarios como detractores), las condiciones económicas y sociales, y las corrientes ideológicas de su época. Sin embargo, a ambos se les ha interpretado, en algunos casos con elogios, en otros, con críticas como las dos expresiones más características del populismo de izquierda en el país, mientras que su carácter democrático (o potencialmente democratizador) continúa motivando debate.
Si bien, ciertos ecos simbólicos, similitudes de estilo personal, así como algunas coincidencias en las visiones políticas de Cárdenas y AMLO son referencias recurrentes en la prensa, además de la identificación que el propio AMLO argumenta existir entre ambos no se ha estudiado de forma más sistemática desde una perspectiva histórica.
En el presente artículo esboza una primera aproximación a un análisis comparado de episodios de populismo en México. Me interesa en particular distinguir los componentes más distintivos en la construcción social y política del liderazgo de AMLO, sus similitudes con el modelo de Cárdenas y sus rupturas. Después de unas breves consideraciones conceptuales para el análisis, en la segunda sección señalo paralelos importantes en el proceso de construcción del liderazgo de Cárdenas y AMLO haciendo hincapié en aquéllos que han sido clave en su representación como líderes y “hombres del pueblo”, y que les han valido su asociación con valores políticos de la izquierda. En el tercer apartado, con base en aproximaciones contemporáneas al populismo, establezco distinciones importantes entre Cárdenas y AMLO. Finalmente, considero criterios normativos con el fin de evaluar dos rasgos distintivos en el liderazgo populista de AMLO que sugieren lo que la teórica política Nadia Urbinati (2017) conceptualiza como desfiguraciones democráticas del populismo, particularmente la exacerbación del antagonismo social que conduce al antipluralismo y al plebiscitarianismo.
En años recientes una tendencia significativa en los estudios sobre el populismo, ha sido hacia la formulación de definiciones universalizables que permitan a los estudiosos hacer sentido de la heterogeneidad de manifestaciones del fenómeno populista. La que ha gozado de mayor consenso entre los especialistas, los recién llegados al estudio del populismo, así como opinadores y medios de comunicación, es la conceptualización del populismo como una ideología delgada (thin-ideology), cuya función principal es la división del horizonte social y político en dos grupos homogéneos y antagonistas: ‘la elite corrupta’ y el ‘pueblo puro’ (Mudde, 2004).
El impacto de esta tendencia ha sido muy significativo en este campo, primordialmente en la ciencia política porque, entre otras ventajas, como una definición minimalista, ha hecho posible el desarrollo de análisis comparados entre regiones (de la Torre y Mazzoleni 2019). Sin embargo, de la Torre y Mazzoleni argumentan que ésta tendencia ha resuelto ciertos problemas como el de una definición operativa pero al costo de una reducción problemática del fenómeno, y que plantea limitaciones cruciales a los análisis contemporáneos, particularmente en Latinoamérica donde la construcción del liderazgo populista sigue siendo un ámbito clave de análisis (2019, p.90). Por lo tanto, en coincidencia con esta crítica, considero al populismo como un fenómeno multidimensional que, dependiendo de los aspectos contextuales y especificidades socioculturales, manifestará y exhibirá más una dimensión que las otras. Afirmar entonces que debemos de hablar de populismo(s) y no de un fenómeno reproducible en cualquier contexto y época no significa dar un paso atrás en los avances que sin duda se han logrado en la conceptualización del fenómeno. Es una apuesta por considerar las diferentes manifestaciones del populismo sin renunciar a la complejidad y especificidad de cada caso. Por consiguiente, me adhiero a una perspectiva pluralista que combina el análisis del populismo desde tres de los enfoques conceptuales más sistemáticos: populismo como estrategia política, como ideología y populismo como prácticas y performances socioculturales (Rovira Kaltwasser, Taggart, Ochoa Espejo, Ostiguy,2017). Este enfoque acumulativo hace posible comparar episodios populistas en el tiempo y el espacio (Resnik, 2017), lo que permite que profundicemos en nuestra comprensión de las complejidades del populismo en general y de las particularidades de casos específicos.
El enfoque político estratégico es en las formas en que los líderes obtienen y ejercen el poder, y considera entre otros procesos el cómo estructuran las relaciones de participación, y cómo consiguen apoyo popular y autoridad gubernamental (Weyland, 2017). Las políticas populistas de Cárdenas y de AMLO surgieron respectivamente en el contexto de una erosión profunda de la legitimidad del Estado, de un rol incipiente (1930´s) y disfuncional (2018) de los partidos políticos, incremento de la desigualdad económica y exacerbación de las disputas al monopolio de violencia del Estado. En un contexto político en que pocos votaban (las mujeres no tenían el derecho hasta 1955) y la institucionalidad de la democracia electoral era poco más que una fachada, es bien sabido que Cárdenas no llegó al poder con la legitimidad el voto popular pero sí logró en muy poco tiempo apoyo popular sin precedentes. Frente a los mencionados déficits democráticos y de bienestar social, la estrategia política de Cárdenas se caracterizó por la construcción de alianzas regionales y la fundación el Partido Nacional Revolucionario (PNR) sobre la base de una organización corporativizada de los sectores populares, mientras que la implementación de diversas políticas redistributivas le otorgaron el apoyo de las masas en todas las regiones. AMLO en contraste llegó a la presidencia por las urnas, sin señalamiento de inconsistencias en el proceso y con el mayor número de votos en la historia del país.
Después de dos intentos fallidos (2006, 2012) de ganar el poder presidencial mediante la estructura partidista existente como candidato del PRD, en 2011 AMLO creó MORENA (Movimiento de Regeneración Nacional) articulando un fuerte respaldo regional de seguidores y apoyo masivo hasta que logró el reconocimiento en 2014 como el partido político con el que hizo campaña en 2018 y ganó la presidencia. Sus campañas electorales fueron plataformas idóneas para la creación de alianzas y movilización social. Ambos dependieron de la movilización de masas y de establecer lazos (directos, mediados por mecanismos institucionales , a menudo clientelistas) con una población diversa y con frecuencia desorganizada, cuya autonomía y empoderamiento político han sido objetos de cuestionamiento al analizar ambas experiencias.La consagración gradual de Cárdenas como líder popular y la popularidad creciente de AMLO hasta su victoria electoral en 2018 son procesos complejos y de múltiples niveles que no puedo describir en su totalidad aquí. Lo que me interesa enfatizar es que un análisis que se limite a la dimensión estratégica para llegar al poder excluye la consideración de otros componentes centrales al proceso.
De manera simultánea a la dimensión estratégica, el análisis debe considerar componentes socioculturales clave que entran en juego en la construcción del liderazgo populista. Como sostenía Ernesto Laclau (2005), la función articulatoria del populismo (entre diferencias a equivalencias, o de particularidades en una totalidad) es el resultado directo de las prácticas estructuradas en torno al líder y puestas en movimiento por él; por lo tanto, la construcción del liderazgo populista es un proceso colectivo que inevitablemente involucra tanto a los líderes como a sus seguidores. De ahí que Laclau argumentaba que ‘el pueblo’, por lo tanto, nunca es una realidad preexistente, sino que se produce y constituye mediante la lógica populista. Por lo tanto, afirmaba la dimensión relacional de la representación en donde la identidad y carisma no preceden si no que se construyen en la interacción entre el representante y el representado.
Para dar cuenta de la construcción social del liderazgo populista, Carlos de la Torre (2018) señala varias dimensiones importantes. Un primer campo es la autopresentación del líder como un líder popular auténtico y, por ello, como una alternativa genuina a las elites políticas existentes. Tanto Cárdenas como AMLO forjaron sus imágenes públicas con base en su proximidad simbólica y física a las clases populares haciendo hincapié en cuestiones como su origen popular (o clase mediero), o su participación en luchas sociales como registros de su compromiso con el interés popular. Si bien ni Cárdenas ni tampoco AMLO eran en ningún sentido figuras externas o ajenas a la nomenclatura política de su época (ambos contaban con una participación activa en las estructuras políticas dominantes) sus acciones se han asociado a prácticas y programas que los distancia de la elite política de su época. En el caso de Cárdenas esto se hizo evidente una vez que llegó al poder, cuando logró desmantelar de manera eficaz la jerarquía existente (los callistas leales) y la línea tradicional de comando prevaleciente dentro del partido; en tanto que AMLO ha hecho su ‘diferenciación de la élite política corrupta y conservadora’ el lema central de su campaña política desde la elección de 2006. Como se ha mencionado antes, se ha destacado por desempeñar el papel del candidato ajeno a la política a pesar de su larga historia como miembro activo de la elite política a la que ahora ridiculiza en sus discursos (Lajous, 2006).
Una segunda dimensión interrelacionada se refiere al carácter redentor que los líderes atribuyen a su misión política. Cárdenas asumió la misión explícita de llevar a buen término los ideales de justicia social y redistribución de la revolución, que habían sido truncados. Esta visión para la vida política del país íntimamente ligada a la restitución de agravios o de promesas incumplidas fue desde su época el sustrato de los mitos semi-religiosos y nacionales que se produjeron entonces y se reproducen aún hoy en torno a su persona (Vázquez Mantecón, 2009). El caso de Cárdenas ha sido paradigmático para el análisis de esta dimensión como lo atestiguan las famosas referencias a su persona como Tata Lázaro (supuestamente motivada por la lealtad y fe de las comunidades indígenas en Cárdenas) o como el defensor de la Patria y sus recursos naturales contra los intereses extranjeros como lo ha consagrado el mito de la nacionalización de la industria petrolera en 1938.
De manera similar, la misión autoproclamada de AMLO para una cuarta transformación histórica le ha ganado tanto un apoyo ferviente como feroces críticas como una figura autoritaria, indiferente a las instituciones y con una misión mesiánica3. El mesianismo y paternalismo inseparable de estos mitos ha sido también interpretado como uno de los signos incontrovertibles del carácter demagógico y autoritario de los estilos y prácticas de ambos líderes. Desde la crítica democrática liberal estos rasgos son comúnmente asociados con personalización del poder, relaciones no mediadas, preeminencia de una cultura política tradicional y una afrenta a los valores liberales del estado de derecho, separación de poderes e individualismo. Al compartir la preocupación por una cultura de la corrupción profundamente arraigada y un aparato político desacreditado, sus plataformas políticas tuvieron por objetivo central la resolución de esos problemas enraizados. Como se mencionó antes, el proyecto político de Cárdenas estuvo impregnado de un sentimiento utópico de reparación (inseparable del principio revolucionario de justicia social); sin embargo, su política logró la institucionalización de importantes reformas sociales y políticas desde el inicio de su gobierno.
En el caso de AMLO, su narrativa políticamente redentora se nutre primordialmente de su experiencia de “luchador por la democracia”, su larga lucha por la presidencia desde 2006 y su continua confrontación con “las instituciones corruptas” que él argüía le habían robado la presidencia en dos contiendas electorales consecutivas y, por lo tanto, “desafiaban” la voluntad popular del pueblo mexicano. En 2018 AMLO realiza su campaña con la promesa de que su gobierno traería consigo una transformación radical de la política usual mediante una serie de políticas que “regenerarían” el cuerpo social de la nación, reformas políticas que no permitirían que nadie actuara encima de la ley y que retribuiría al pueblo con un poder real para decidir: “el pueblo pone y el pueblo quita”.
La visión de AMLO para el país se basa fundamentalmente en un mito que mira al pasado y se apropia selectivamente de los logros políticos y sociales de tres transformaciones históricas fundamentales vinculadas a triunfos de liberalización política, redistribución y democratización. Otra coincidencia importante en ambos líderes es la puesta en marcha de un intento por limpiar la política de prácticas inmorales, en particular de la acumulación excesiva de privilegios y riqueza por parte de los funcionarios del gobierno. La idea central de Cárdenas respecto a la necesidad de una nueva moral se puede distinguir en muchos de sus discursos públicos, pero también en políticas como las que su gobierno promovió contra el alcoholismo, los casinos y el prejuicio religioso. Es bien sabido que a menudo intervino para dar marcha atrás a decretos legislativos cuando éstos contravenían lo que, en su opinión, debería ser la expresión de una moralidad ejemplar de los funcionarios públicos y cuando, al contrario-como en el caso de legisladores que se autorizaban aumentos a sus propios salarios-exhibían prácticas “egoístas” y opuestas a las directrices del gobierno. AMLO, de manera polémica, se ha referido a la corrupción como una enfermedad que sólo puede ser erradicada mediante actos ejemplares y formas de vida apoyadas en políticas de austeridad. Como parte de sus promesas de campaña AMLO se comprometió a replantear las prioridades del gasto hacia los más necesitados y por lo tanto reducir los sueldos de funcionarios de alto nivel, acabar con los privilegios y ‘despilfarro’ de instituciones públicas, todo ello recogido en la Ley Federal de Austeridad Republicana aprobada el 2 de Julio del 2019. En ese mismo sentido promovió y distribuyó una Cartilla Moral (adaptación de la escrita por Alfonso Reyes en 1944) como un manifiesto para moralizar la vida pública y fortalecer los valores del amor a la patria, la naturaleza, y el prójimo.
Otros tres aspectos son cruciales para entender la construcción colectiva del liderazgo populista. Primero, un estilo personal caracterizado por el desdén a los atributos simbólicos y materiales asociados con el poder; elección de espacios de interacción con la ciudadanía a diferentes niveles de proximidad, y el empleo estratégico (en muchos casos, la innovación) de los medios de comunicación. En estos aspectos se pueden distinguir similitudes significativas entre Cárdenas y AMLO.
Ambos líderes se presentaron a sí mismos, y se les reprodujo de manera social y mediática, como ‘gente común’ que vivía en forma modesta y con auto-limitación. Cárdenas y AMLO han sido los únicos dos presidentes que decidieron que no vivirían en la casa presidencial oficial por considerarla un lujo excesivo completamente prescindible para la verdadera tarea de gobernar. Es interesante que, al asumir la presidencia, ambos decidieron abrir el Castillo de Chapultepec y Los Pinos (respectivamente) para el disfrute del público. Durante su presidencia Cárdenas renunció a estar rodeado por personal de seguridad y la guardia militar, particularmente cuando se acercaba a la gente en eventos públicos. Una disposición compartida por AMLO, cuyo séquito de seguridad supuestamente consiste en un número muy reducido de hombres no armados, ya que argumenta que no necesita escudos armados porque “la gente lo protege”. En segundo lugar, la interacción con las masas en actos públicos es una dimensión paradigmática de liderazgo carismático, y Cárdenas y AMLO han sido extremadamente dotados para ello. Sin embargo, los espacios de interacción que, en mi opinión, los acercan y por otro lado distinguen de otros estilos de acercamiento es su elección de viajar por el territorio mexicano, donde han interactuado cara a cara con ciudadanos de todos los espectros ideológicos, composición étnica y clases económicas. Durante su campaña electoral Cárdenas viajó por todas las regiones del país, visitando pueblos y comunidades que nunca habían interactuado con funcionarios públicos, y mucho menos con un candidato presidencial. La gira de Cárdenas está documentada, aunque fragmentariamente en diversas monografías que independientemente de su inclinación ideológica coinciden en el carácter sin precedentes de los viajes de Cárdenas.
En los últimos 12 años de campaña (incluyendo los periodos oficiales y no oficiales AMLO ha dedicado un porcentaje extraordinario de su tiempo a viajes por el país, la mayoría documentados en su página oficial, siempre desde las cabeceras municipales hasta las comunidades más alejadas. La práctica no ha cambiado con su llegada a la presidencia, en los primeros 100 días de su gobierno dedicó 56 a viajes a diferentes estados y municipios siempre en vuelos comerciales. Sus viajes, sin duda, fueron cruciales en términos tradicionales proselitistas y en construcción de alianzas, pero simbólicamente ninguna otra experiencia se les compara en su objetivo de ir directamente a la gente, de escuchar, de estudiar las regiones y sus problemas, y de recolectar información de las condiciones reales del país. Su estilo itinerante y su performatividad pública se presentan como una de las similitudes clave entre estos líderes y una característica fundamental que los diferencia de cualquier otro líder en la historia moderna de México. Esta práctica tan distintiva de ambas figuras ha sido fundamental en la construcción de una legitimidad por proximidad que más allá de expresar tendencias demagógicas o clientelares incontrovertibles es indicativa de una estrategia política hacia resarcir los déficits profundos de la representación política (Rosanvallon,2008).
El desarrollo de un estilo particular de comunicación también ha sido históricamente un rasgo distintivo del liderazgo político popular y, en particular, característico de líderes populistas. Cárdenas no fue tan naturalmente sugestivo ni incendiario como AMLO al hablar en público; sin embargo, su estilo, que a menudo se invoca como ‘sereno, serio, directo’, ejerció un poder singular entre sus seguidores, y fue complementado por su práctica recurrente de celebrar audiencias públicas en su oficina donde recibió a secretarios, pero también a organizadores de los trabajadores, comitivas indígenas y ciudadanos individuales. Ambos líderes introdujeron nuevas estrategias y medios para una comunicación estrecha y permanente con sus seguidores. Cárdenas recurrió a usos innovadores del telégrafo, la radio y audiencias públicas para llevar sus programas a la ciudadanía, pero así mismo para recibir múltiples peticiones y conocer los problemas de las diferentes comunidades. Ahora se conoce internacionalmente a AMLO por sus conferencias de prensa diarias conocidas como las Mañaneras, inauguradas como práctica diaria durante su jefatura del Distrito Federal y retomadas ahora en la presidencia. Asimismo como otros líderes políticos contemporáneos tienen una activa presencia en twitter y otros medios de comunicación sociales.
El empleo de elementos retóricos particulares es una dimensión fundamental en la fabricación del liderazgo populista. Independientemente de la elección concreta que hagan de su lenguaje, todos los líderes populistas exaltan una noción colectiva, a menudo abstracta, del ‘pueblo’ como la fuente legítima de gobierno, afirman representar y actuar en nombre de ese pueblo y lo colocan en contraste con una elite económica o política. El discurso de Cárdenas empleó un llamamiento directo al ‘pueblo’ como representante de las clases populares: obreros, indígenas y campesinos. Su rétorica, ciertamente causó divisiones internas, particularmente las clases sociales y grupos religiosos y sectores productivos cuyos intereses políticos y sociales no encontraban representatividad en el discurso de nacionalista popular del cardenismo.
Si bien, a toda construcción discursiva del “pueblo” subyace un segmento excluido, el discurso Cardenista no expresó una clara delimitación contra un enemigo interno ya fuera en términos políticos o étnicos, con la excepción de coyunturas particulares cuando se refirió a las fuerzas divisorias que impedían la organización de los sectores, los enemigos externos, el imperialismo y el capitalismo sin restricciones. El caso de AMLO presenta en este sentido una clara diferenciación del estilo y retórica populista de Cárdenas. AMLO ha construido un marco discursivo que plantea un antagonismo radical entre ‘el pueblo’ y diversos grupos de elite (económicos, políticos, sociales, intelectuales) que aglutina en el término “la mafia del poder”, en donde el pueblo representa lo moralmente bueno en oposición a la corrupción y la moral ruin que él atribuye a sectores políticos, empresariales y sociales difusos. No cabe duda de que el discurso de Cárdenas era antielitista, y se dirigía a diversos grupos que se oponían a sus políticas, al mismo tiempo que tenía como objetivo la construcción de un nuevo sujeto popular, pero es bastante debatible si era esencialmente antidemocrático como a menudo se ha argumentado.
El discurso de AMLO, por otra parte, y a pesar de su supuesta motivación democrática, de forma explícita y permanentemente se sostiene en afirmaciones antagonistas que, no sólo son antielitistas, sino que su continua movilización, especialmente ahora desde el gobierno, ha causado la exacerbación de discursos excluyentes y deslegitimadores de la oposición.
Hasta ahora he señalado componentes distintivos que, partiendo de un enfoque sociocultural (Ostiguy, 2019), arrojan luz sobre el proceso complejo y colectivo de construcción del liderazgo populista, así como el contenido de sus apelaciones. La construcción del “pueblo” en Cárdenas y AMLO se da en función de los excluidos social y económicamente, privilegian una política de proximidad, fortalecen el personalismo y exhiben una combinación de lazos institucionalizados y no mediados con la gente. He hecho hincapié en una distinción crucial entre Cárdenas y AMLO con respecto a los efectos polarizantes de su discurso, y ahora procederé a analizar ésta dimensión brevemente para concluir.
La polarización simbólica y discursiva con frecuencia se considera el ámbito central del populismo como función de colocar al pueblo y a la élite en un marco discursivo y simbólico antagónico. Los abordajes del populismo con una orientación normativa pueden ser de gran relevancia para cualificar lo que está en juego, en términos políticos, en la lógica populista. Desde un punto de vista normativo, el antagonismo puede ser democrático y emancipador, como heraldo de subjetividades políticas populares como han argumentado Laclau (2005) y Mouffe (2019). Pero también puede ser moralizador, excluyente y, en última instancia, antipluralista cuando como estrategia política recurre a la construcción del pueblo en términos morales, y polariza y divide la sociedad en formas que amenazan el pluralismo social y las instituciones representativas (Muller, 2017, Urbinati, 2014). De este modo, el populismo como movimiento o discurso en la lucha por la horizontalización del poder y como una forma de disenso puede tener efectos democratizadores. Sin embargo, desde una perspectiva democrática liberal la expresión amenazante del populismo reside en que ya no como movimiento en búsqueda del poder, sino como gobierno (Arato, 2017), puede convertir una visión política particular en la única legítima, y la identifica con el poder gobernante del Estado (Urbinati,2014).
En los últimos meses, desde que AMLO asumió la presidencia, el antagonismo entre “el pueblo bueno” y “la mafia del poder” se ha vuelto más concreto (a menudo tomadondo una oposición basada en la clase) y se ha extendido a diversas manifestaciones en la esfera pública y semiprivada. Desde confrontaciones públicas de los intelectuales (cada vez más generalizadas en twitter) pasando por manifestaciones públicas (Marcha fifí) hasta tensiones intragrupos. Esto no es sorprendente ni injustificado en una sociedad tan marcada por desigualdades y divisiones de clase como México, pero la actual división social comienza a reflejar el surgimiento de una cultura de polarización extrema intolerante a los valores pluralistas democráticos y que representa una amenaza para éstos. Uno de los tropos más distintivos de esta polarización es el término “fifí” que AMLO emplea con frecuencia en alusión a los conservadores sociales y políticos que se resisten a la transformación de su gobierno. Como tropo ampliamente usado en el discurso público, se emplea no sólo para dividir a los partidarios de AMLO de sus oponentes, sino como identificaciones basadas en la clase social y a menudo étnicas que muestran la reactivación de divisiones arraigadas en el país. Con frecuencia, al producir una simplificación extrema del discurso político, los actores no aparecen entre ellos como interlocutores legítimos: un sector es deslegitimado con base en la ignorancia, la irracionalidad, la manipulación demagógica, y el otro, al ser desestimado de toda argumentación racional como ataques motivados por el odio, provocando la proliferación de otro de los peligros contemporáneos más apremiantes en el contexto de la política populista, es decir, la seducción causada por las teorías de conspiración.
Estas dinámicas son representativas de lo que la teórica política Nadia Urbinati (2014) ha denominado la “desfiguración” populista de la democracia: el funcionamiento de un discurso que, aunque afirma que representa la voluntad general, en realidad da poder sólo a secciones específicas de la población, erige barreras infranqueables entre aquéllos que se construyen como una parte legítima del pueblo y aquéllos que no lo son, a éstos últimos los hace aparecer como enemigos y no como rivales democráticos4. Asimismo, el uso recurrente en el discurso oficial de constructos polarizadores de fuerte contenido sustancial, como “mafia del poder”, desvía la atención de los problemas sociales, económicos y políticos que están en juego, elimina importancia a su ineludible complejidad, y libera a los actores involucrados del cumplimiento de su responsabilidad en el proporcionar rutas claras de acción basadas en argumentos razonados y de acceso público.
Una segunda amenaza potencial es la que Urbinati denomina “desfiguración” plebiscitaria. Motivado por una política de proximidad y cercanía, el populismo en el gobierno depende de los medios de comunicación, y permanentemente recurre a ellos con el fin de mantener la fuerza de sus apelaciones a la voluntad popular y a la conexión con el pueblo. Si bien en principio la búsqueda de proximidad entre el gobierno y la ciudadanía no representa en ningún aspecto una transgresión a las normas democráticas (Rosanvallon, 2016), en la polarización populista la política de la proximidad puede tomar la forma de una captura del foro público de formación de opinión con el objetivo central de fortalecer el liderazgo político. Las conferencias de prensa matutinas de AMLO (que empiezan todos los días a las 7 am y duran en promedio una hora) han causado una variedad de interpretaciones. En la primera etapa de su implementación, particularmente desde el punto de vista de la oposición, éstas constituían un claro registro de su estilo demagógico y personalista. Más recientemente, incluso los informes críticos han reconocido su potencial como espacios para la rendición de cuentas si la ciudadanía las emplea de manera adecuada: la participación de una composición más plural de medios de comunicación y periodistas, preguntas que otorguen un balance al resultado inmediato de decisiones políticas, y ofrezcan una visión a largo plazo de asuntos críticos, que se presenten contrapesos a la centralidad de la figura del presidente y se observe el requisito de interpelar públicamente a una serie más amplia de actores y secretarios de gobierno, entre otras recomendaciones.
Plataformas como las conferencias de prensa diarias tienen potencial para funcionar como espacios para que los ciudadanos ejerzan poderes contrademocráticos (Rosanvallon, 2007); sin embargo, hasta la fecha, no se ha reclamado esta función con éxito. El gran riesgo latente es otorgar un peso excesivo a las características teatrales de la formación de opinión en detrimento de reforzar y multiplicar los canales para expresar inquietudes, entablar el debate público, y ampliar los espacios para participar en la toma de decisiones. Mejorar la calidad de la comunicación entre el gobierno y los ciudadanos no debe llegar a costa de debilitar las formas de opinión tradicionales y mucho menos inhibir las nuevas que buscan un espacio de expresión.
La comparación de episodios populistas en la historia aumenta nuestra comprensión del sedimento social y cultural del que se alimentan las apelaciones populistas, al mismo tiempo que permiten profundizar en la comprensión de los rituales, símbolos y acciones que los ciudadanos construyen como legítimas o ilegítimas a lo largo del tiempo y el espacio (Finchelstein, 2017, Moffitt,2016).
El liderazgo de AMLO se ha basado en un mito que mira hacia el pasado y que él pretende proyectar al futuro. Su estilo popular en gran medida está en deuda con los recursos simbólicos que legó el cardenismo, y se encuentra estructuralmente vinculado a una política de proximidad física y simbólica con “el pueblo”. Su discurso políticamente combativo del ´pueblo´ contra la Mafia del poder--que roba, miente y menosprecia al pueblo--está en sintonía con una larga historia de agravios sociales y corrupción no resueltos que todavía captura vigorosamente la imaginación política de un gran número de ciudadanos mexicanos desencantados por las promesas históricas de la democracia en México. No obstante, su efecto democratizador sigue siendo ambiguo en el mejor de los casos, y cada vez más opaco, como lo refleja la exacerbación de la polarización entre aquéllos que están con él (el líder), y, por ello, son parte del pueblo, y aquéllos que se oponen a él y a sus políticas y, por ello, son parte de la mafia.
Si bien es demasiado pronto para afirmar de manera sistemática la presidencia de AMLO en términos de un populismo autoritario (anti-institucionalismo, colonización del Estado, legalismo discriminatorio, clientelismo) categoría que ha sido también de gran influencia para cualificar el carácter democrático de los populismo(s) contemporáneos (Muller, 2017), existen escenarios preocupantes en lo que se refiere a la salud del foro público de opinión como efecto de la proliferación de un discurso polarizante y una política que reduce al poder ciudadano a la función de espectador y aclamante (Urbinati,2014). La crítica al populismo desde perspectivas normativas como la democrática-liberal tiene sus problemas y límites, sin embargo, y considerada en conjunto con otras posiciones en el debate sobre la relación del populismo con la democracia, ofrece orientaciones de vital importancia para el análisis de los populismos contemporáneos y su potencial de articular prácticas e identidades hacia proyectos democráticos o de distorsionar los valores y procesos democráticos.