Servicios
Servicios
Buscar
Idiomas
P. Completa
Polarización política y fanatismo ‘blando’: una hipótesis semiótica.
Sebastián Moreno Barreneche
Sebastián Moreno Barreneche
Polarización política y fanatismo ‘blando’: una hipótesis semiótica.
Political Polarization and ‘Soft’ Fanaticism: A Semiotic Hypothesis
deSignis, vol. 33, pp. 143-158, 2020
Federación Latinoamericana de Semiótica
resúmenes
secciones
referencias
imágenes

Resumen: Este artículo presenta una hipótesis sobre la emergencia de la polarización política y el fanatismo ‘blando’, dos fenómenos de carácter afectivo que frecuentemente conducen al ejercicio de formas de violencia simbólica hacia quien se considera un adversario. Como se argumenta, estas prácticas se apoyan en una dinámica de construcción discursiva de actores colectivos a partir de la dicotomía nosotros/ellos, la cual facilita la percepción de la existencia de un enemigo que es valorizado negativamente en un registro moral. El artículo discute de qué manera la polarización y el fanatismo ‘blando’ pueden ser concebidos como producto de la conjugación de la naturaleza adversativa de lo político y algunas de las características que este campo discursivo ha tomado en la época actual, como la mediatización, la simplificación, la personalización y la creencia en una única verdad.

Palabras clave:polarizaciónpolarización,fanatismofanatismo,discurso políticodiscurso político,semióticasemiótica,identidades políticasidentidades políticas.

Abstract: This article hypothesizes the emergence of political polarization and ‘soft’ fanaticism as two phenomena of an affective nature that frequently lead to the exercise of symbolic violence towards those that are regarded as adversaries. These practices, which are based on a dynamic of discursive construction of collective actors grounded on an us/them dichotomy, foster the perception of the existence of a political enemy that is valorized negatively in a moral register. The article discusses how polarization and ‘soft’ fanaticism can be conceived as the product of the conjunction of the adversative nature of the political and some of the features that this discursive field takes nowadays, such as mediatization, simplification, personalization and the belief in a unique truth.

Keywords: polarization, fanaticism, political discourse, semiotics, political identities.

Carátula del artículo

I. ESCENARIOS

Polarización política y fanatismo ‘blando’: una hipótesis semiótica.

Political Polarization and ‘Soft’ Fanaticism: A Semiotic Hypothesis

Sebastián Moreno Barreneche
Universidad ORT Uruguay, Uruguay
deSignis, vol. 33, pp. 143-158, 2020
Federación Latinoamericana de Semiótica

Recepción: 16 Marzo 2020

Aprobación: 04 Octubre 2020

1.INTRODUCCIÓN

En cuanto conjunto de prácticas institucionalizadas resultantes de una intencionalidad colectiva (Searle 1995), es innegable que la actividad política se desarrolla en el marco de las redes intersubjetivas de significación que constituyen la dimensión sociocultural (Geertz 1973; Verón 1988). Sin embargo, por presentar una serie de dinámicas distintivas, el dominio de lo político puede ser concebido como un campo discursivo específico, constituido a partir de un conjunto de prácticas, relaciones y discursos cuya finalidad podría identificarse como la gestión de la vida en común de una comunidad dada. En el marco de las sociedades abiertas, este dominio puede ser concebido en términos generales como organizado en torno a un conjunto de procesos de interacción en distintos niveles mediante los cuales diversos actores intentan acceder a posiciones institucionalizadas de poder de manera legítima, a través del voto ciudadano. Esta dinámica de base da lugar a la emergencia de múltiples y complejos procesos discursivos, de enunciación y de significación, que resultan de sumo interés para la semiótica, la disciplina interesada por “la reconstrucción de la producción del sentido en el seno de las redes interdiscursivas de nuestras sociedades” (Verón 1989: 138). Por lo tanto, lo político no escapa a la ambición teórica de esta disciplina: como sugería Eliseo Verón (1987), la comprensión de lo político implica el establecimiento de una tipología de juegos discursivos, entendidos como procesos de intercambio entre actores sociales.

En las últimas décadas, las sociedades democráticas han experimentado un incremento de la polarización política y de lo que se podría denominar ‘fanatismo blando’. Mientras que la primera consiste en una identificación rígida e intransigente con una postura política dada, por ‘fanatismo blando’ se debe entender una forma de vivir la política apoyada más en lo afectivo que en lo racional, conduciendo a posturas de intransigencia e incluso a prácticas de violencia simbólica que se traducen en actos de enunciación caracterizados por la descalificación del ‘Otro político’ a través del agravio, de la burla, o de su tratamiento como si este se ubicase en un plano de desigualdad dialógica. Sobre el fanatismo, Alberto Toscano (2010) propone que:

“por encima de la tolerancia e impermeable a la comunicación, el fanático está por fuera del marco de la racionalidad política, poseído por una convicción violenta que no admite argumento alguno y que solo descansará una vez que toda visión o modo de vida rival sea erradicado” (Toscano 2010: xi).

La noción de fanatismo ‘blando’ pretende introducir un matiz a esta definición como forma de referir a conductas cotidianas que, sin llegar al extremo de la violencia física o del radicalismo, parecen estar cerradas al diálogo y ser violentas de manera simbólica, dejando atrás cualquier pretensión de tolerancia. Por lo general, estas están asociadas a pertenencias partidarias, nacionales e ideológicas: campañas electorales, debates recientes como el de la despenalización del aborto en Argentina, las medidas de contención del novel coronavirus en España y el referéndum de 2020 por la reforma constitucional en Chile permiten visualizar claramente estos fenómenos en los que los intercambios políticos, además de apoyarse en un despliegue de argumentos en el plano racional, se ven teñidos de acciones en un plano afectivo vinculadas a la identidad social de quienes participan en ellos.

La polarización y el fanatismo ‘blando’ se han vuelto más visibles a partir de la consolidación de lo que Blumler y Kavanagh (1999) denominan ‘tercera era de la comunicación política’. En particular, la proliferación de medios digitales y redes sociales en la vida cotidiana de los individuos ha dado pie a que el tema político se torne uno cotidiano, en el que se puede participar sin mayor esfuerzo que el de disponer de un dispositivo con conexión a Internet, comentando publicaciones o compartiendo contenidos políticos, sea propios o creados por otros. Plataformas como Facebook, Twitter y WhatsApp facilitan de manera significativa nuevas formas de participación política online (Theocharis 2015). En muchos casos, estas se traducen en el tratamiento por parte de los usuarios de las cuestiones políticas de manera simplista, mayoritariamente a partir de una percepción del Otro político como un enemigo –con todos los mecanismos semióticos que tal conceptualización implica (Eco 2011)–, dando pie al fortalecimiento de la polarización y, con ella, a la emergencia de actos de violencia simbólica (Recuero 2015) atravesados por la presencia común del afecto. Algunos investigadores se han referido a este fenómeno como ‘polarización afectiva’ (Iyengar et al. 2012; Rogowski y Sutherland 2016). El lector podrá pensar en un sinnúmero de publicaciones, memes, hashtags, videos o cadenas difundidas a través de estas plataformas orientadas a descalificar al Otro político de manera más pasional que racional, a partir de recursos semióticos con tonalidades afectivas, más pertinentes en el marco de otros dominios de lo social, como el deportivo, que del político.

Si desde una perspectiva semiótica lo político es concebido como una disputa por la fijación de sentido (Pytlas 2016) a partir de ciertas articulaciones discursivas (De Cleen 2017, Verón 1987), para comprender adecuadamente los fenómenos de la polarización y del fanatismo parece necesario pensar en qué medida la construcción discursiva de actores sociales genera ciertas percepciones, actitudes y efectos pasionales en los individuos. ¿Por qué alguien siente la necesidad de denostar con calificativos negativos a quienes considera sus rivales políticos? ¿Qué lleva a que alguien comparta en sus redes sociales un contenido simbólicamente violento en relación a quienes considera sus adversarios? ¿Por qué el triunfo de un partido político en unas elecciones nacionales es vivido por muchos individuos como si se tratara del triunfo del equipo nacional de fútbol en la Copa Mundial?

El objetivo de este artículo es reflexionar desde una mirada semiótica sobre la génesis de los fenómenos de polarización y de fanatismo político. Con base en el planteo de Chantal Mouffe (2007) sobre la política como una actividad esencialmente conflictiva y en la concepción adversativa de Verón (1987) sobre el discurso político, la hipótesis a explorar en estas páginas es que algunos de los rasgos que la política ha tomado en la actualidad potencian la conflictividad inherente a este campo discursivo. Como se argumentará, esta conflictividad cobra vida mediante procesos de construcción de actores colectivos basados en la dicotomía ellos/nosotros, generando un caldo de cultivo ideal para una exaltación pasional de las afiliaciones políticas en términos identitarios. En otras palabras: en cuanto que el afecto es un componente constitutivo tanto de la esfera pública (Peñamarín 2020) como de las identidades colectivas (Tajfel 1982), ciertas prácticas contemporáneas fomentarían su prominencia en la articulación de la lógica discursiva dominante en el campo político.

La primera sección del artículo presenta la concepción de lo político como una actividad apoyada en el conflicto, atendiendo al componente semiótico de este enfoque. Luego, en la segunda sección se enumeran algunos de los rasgos atribuidos a la política actual (mediatización, simplificación, personalización, concepción ‘fuerte’ de la verdad) para, finalmente, en la tercera sección, argumentar de qué manera estas características que la política ha ido tomando en la actualidad potencian su carácter adversativo, dando lugar a procesos de axiologización en un registro moral que conducen a la concepción del ‘Otro político’ como un ‘enemigo’ y no como un ‘adversario’ y, así, a la exaltación del afecto.

2. POLÍTICA, IDENTIDADES COLECTIVAS Y DISPUTA POR EL SENTIDO

Retomando un planteo de Carl Schmitt, Mouffe (2007) sostiene que lo politico1 tiene una dimensión antagónica que le es constitutiva, en oposición a la concepción de este campo como orientado a la búsqueda de consenso entre actores, difundida por el pensamiento liberal. El punto de partida de la concepción política a la que Mouffe suscribe está en el reconocimiento de la diferencia y del desacuerdo entre actores como la base del quehacer político, ya que, para la autora, el pluralismo es una de las características indiscutibles del mundo, especialmente del social, compuesto por múltiples actores con distintos intereses. Este hecho acarrea inevitablemente divergencias y, con ellas, conflicto.

Según Mouffe (2007), los intereses de los individuos dan lugar al establecimiento de identidades colectivas, que son resultado de la equivalencia de ciertos intereses individuales. A partir de esta equivalencia, actores sociales colectivos son construidos discursivamente a partir de un ‘nosotros’ que es imaginado como diferente de un ‘ellos’ (Laclau 2005b), dando pie así al surgimiento de formas colectivas de identificación apoyadas en un tipo específico de relación entre el ‘nosotros’ y el ‘ellos’: la relación amigo/enemigo (Schmitt 1932). Dado que esas identidades colectivas desempeñan un papel central en la política, Mouffe (2007: 13) sostiene que su finalidad es “construirlas de modo tal que activen la confrontación democrática”. De ahí la pertinencia del estudio de estas construcciones actoriales –y de los actos de enunciación a ellas asociados– desde la sociosemiótica, la disciplina interesada por la emergencia del sentido de manera dinámica a partir de los procesos de interacción entre sujetos (Landowski 2014; Verón 1988).

Como toda identidad (Arfuch 2005; Escudero Chauvel 2005), las identidades políticas tienen una naturaleza relacional ya que son construidas a partir de diferencias, en una lógica según la cual “la constitución de un ‘nosotros’ específico depende siempre del tipo de ‘ellos’ del cual se diferencia” (Mouffe 2007: 25). Esta conceptualización refleja los mecanismos señalados por Hjelmslev (1943) y retomados por Eco (1976) respecto a la estructuración del plano del contenido a partir del establecimiento de límites entre secciones del continuum que constituye dicho plano, que dan lugar a unidades de sentido reconocibles como distintas. Para Mouffe (2007: 22), a nivel político “la afirmación de una diferencia es una precondición de la existencia de [la] identidad”, por lo que la especificidad de la política democrática estaría dada, según la autora, por los diferentes modos de articulación de la distinción ellos/nosotros (Mouffe 2007: 21).

Para describir la relación entre actores políticos, Mouffe plantea una distinción entre los conceptos de ‘agonismo’ y ‘antagonismo’, dos manifestaciones de la dimensión conflictiva inherente a lo político en el plano relacional: mientras que el agonismo refiere a relaciones entre adversarios, el antagonismo lo hace a relaciones entre enemigos (Mouffe 2007: 58). Ambas descansan en mecanismos diferentes de alteridad:

“mientras que el antagonismo constituye una relación nosotros/ellos en la cual las dos partes son enemigos que no comparten ninguna base común, el agonismo establece una relación nosotros/ellos en la que las partes en conflicto, si bien admitiendo que no existe una solución racional a su conflicto, reconocen sin embargo la legitimidad de sus oponentes” (Mouffe 2007: 27).

Los “cordones sanitarios” que partidos políticos de varios países europeos han establecido en sus relaciones con los emergentes partidos de extrema derecha permite visualizar la lógica antagónica tal como es planteada por Mouffe. Para la autora, mientras que el conflicto agonístico sería saludable para una sociedad pluralista, el antagónico tendría consecuencias negativas. Sin embargo, a pesar de sus diferencias, agonismo y antagonismo son dinámicas relacionadas, ya que “cuando no existen canales a través de los cuales los conflictos puedan adoptar una forma agonista, esos conflictos tienden a adoptar un modo antagónico” (Mouffe 2007: 13). Así, muy fácilmente la distinción nosotros/ellos, que es una condición necesaria para que las identidades políticas colectivas puedan surgir, se transforma en el locus de un antagonismo.

Según esta concepción de lo político, una de sus propiedades esenciales sería entonces una lógica específica de interacción entre los diversos actores que participan en este campo. Desde una perspectiva sociosemiótica, Verón (1987) también sostuvo una concepción conflictiva –en términos semióticos, ‘polémica’– de lo político que, como campo discursivo específico2, “implica un enfrentamiento, relación con un enemigo, lucha entre enunciadores”, por lo que “la enunciación política parece inseparable de la construcción de un adversario” (Verón 1987: 16). Como desarrolla el autor,

“la cuestión del adversario significa que todo acto de enunciación política supone necesariamente que existen otros actos de enunciación, reales o posibles, opuestos o propios. […] Metafóricamente, podemos decir que todo discurso político está habitado por Otro negativo. Pero, como todo discurso, el discurso político construye también Otro positivo, aquel al que el discurso está dirigido” (Verón 1987: 16).

Ocurre entonces un desdoblamiento de la esfera de la destinación, que da lugar a la coexistencia de tres destinatarios, todos ellos de naturaleza colectiva: el ‘prodestinatario’, asociado a la figura del partidario y que, según Verón (1987: 17), corresponde a “un receptor que participa de las mismas ideas, que adhiere a los mismos valores y persigue los mismos objetivos que el enunciador”; el ‘contradestinatario’, asociado a la figura del adversario, cuyo lazo con el enunciador se basa en una “inversión de la creencia”; y el ‘paradestinatario’, asociado a la figura del indeciso, a quien va dirigido “todo lo que en el discurso político es del orden de la persuasión”. Este desdoblamiento es, según Verón, lo que caracteriza al campo discursivo de lo político, al que concibe como la instancia social en la que se gestionan los colectivos identitarios en el largo plazo (Verón 1998). A partir de esta multiplicidad de destinatarios surgen diversos “colectivos de identificación” que, para Verón (1987), se caracterizan por el uso del “nosotros” en el plano de la enunciación, aunque sea de manera implícita.

En términos semióticos, esta dinámica apoyada en el conflicto y las interacciones adversativas entre actores colectivos puede ser concebida como una ‘disputa por el sentido’ [‘contest over meaning’], en tanto toda actividad política está, como propone Bartek Pytlas (2016),

“motivada por el esfuerzo de crear una convicción consistente sobre el atractivo y la efectividad de determinado producto político como la mejor alternativa para los intereses materiales e ideales del electorado y sus valores” (Pytlas 2016: 48).

De manera similar, Benjamin De Cleen (2017) afirma que los proyectos políticos se encuentran en pugna por la ‘fijación del sentido’ y la imposición de sus convicciones, por lo que es fundamental prestar atención a los modos en que estos producen una estructura de sentido más o menos original a partir de la articulación de elementos discursivos preexistentes. En síntesis, lo político tiene un innegable componente polémico que se manifiesta tanto en las formas generales de producción de sentido como en los actos específicos de enunciación que suceden en este campo discursivo.

3. ALGUNOS RASGOS DE LO POLÍTICO EN LA ÉPOCA ACTUAL

La política contemporánea es el resultado de una serie de procesos históricos contingentes en los que ciertas prácticas sociales han ido cambiando a partir de su adaptación a diversas variables, entre ellas las innovaciones tecnológicas, que han traído aparejadas consigo nuevas ‘formas de hacer’ y cambios en las subjetividades (Sibilia 2008). En su genealogía de la comunicación política, Blumler y Kavanagh (1999) proponen una distinción analítica en tres etapas, que Giovanna Cosenza (2018) denomina pre-moderna, moderna y posmoderna.3 La fase pre-moderna, que precede a la difusión de la televisión como el medio dominante en la vida cotidiana, se caracterizó por el peso central de los partidos políticos en una coyuntura en la que el voto de pertenencia todavía era la norma. La fase moderna cobra fuerza en la década de 1960 con el uso frecuente de la televisión por parte de los actores políticos, quienes acuden a este medio para hacer conocer sus ideas, programas y acciones, sea directa o indirectamente (Cosenza 2018; Verón 1998). Es en esta fase que comienzan a gestarse algunos de los rasgos de la política actual, como la mediatización, la tendencia a la simplificación y la personalización de la política, como veremos a continuación. Durante esta fase,

“como los partidos y sus líderes se dirigen a un público muy vasto y heterogéneo, sus mensajes […] son siempre más genéricos y vagos, reducidos a eslóganes que no solamente son fáciles de recordar […], sino que además son pasibles de múltiples interpretaciones, a veces incluso contrastantes y hasta contradictorias […]” (Cosenza 2018: 31).

La fase posmoderna comienza con la difusión de las nuevas tecnologías de transmisión televisiva (como la televisión por cable) y el uso de Internet como alternativa a la televisión, una práctica que en las últimas décadas no ha hecho más que consolidarse. Como resultado de la abundancia, ubicuidad, alcance y celeridad de los medios (Blumler y Kavanagh 1999), en esta tercera fase histórica los individuos tienen acceso a diferentes canales de información y expresión, lo que conduce a fenómenos que dan a la política actual ciertos rasgos novedosos. En el marco de estas transformaciones generales, y a la luz del objeto de estudio de este artículo, es relevante discutir algunos de esos rasgos.

El primero de ellos es lo que se conoce como ‘mediatización’, que en términos generales consiste en un fenómeno sociocultural resultante del hecho del corrimiento de los medios masivos “hacia el centro del proceso social” (Blumler y Kavanagh 1999: 211), siguiendo una lógica en la que, a partir de la transformación del sistema de medios de las sociedades contemporáneas (con la masificación de la televisión, pero especialmente del uso de Internet y de dispositivos móviles), se producen también transformaciones en la vida cotidiana, en la cultura y en la sociedad (Krotz 2017; Hjarvard 2013; Lundby 2009). Según Friedrich Krotz (2017: 108), quienes se interesan por el fenómeno de la mediatización estudian dichas transformaciones atendiendo a “las experiencias de los individuos en el nivel micro, las adaptaciones y las actividades de grupos y organizaciones en el nivel meso, y los cambios relacionados a nivel macro de una sociedad”. Para quienes investigan el fenómeno, la mediatización abarcaría a la esfera sociocultural en su conjunto, por lo que lo político también se vería afectado (Mazzoleni y Schulz 1999; Verón 1998).

La hipótesis de la mediatización de lo político considera que los medios tienen un “impacto mutagénico” en las formas de hacer política que históricamente han caracterizado a las democracias liberales (Mazzoleni y Schulz 1999: 248). La principal transformación está dada por el hecho de que, como afirma Winfried Schulz (2004: 89), “los actores políticos se adaptan a las reglas del sistema de medios, intentando aumentar su publicidad”. Como resultado, se habla de una pérdida de autonomía de lo político (Mazzoleni y Schulz 1999: 250), dominio que, como plantea Verón (1998: 230), “ha perdido terreno en relación con los medios” ya que, “tratando de lograr el dominio de los medios a toda costa, los políticos perdieron el dominio de su propia esfera”. En consecuencia,

“asistimos, por un lado, a la decadencia del campo donde se ejercía la gestión de los colectivos a largo plazo (el de lo político) y, por otro, al dominio creciente de otro campo (el de los medios) esencialmente orientado por la gestión de los colectivos de corto plazo” (Verón 1998: 230).

La esfera de lo político se ve por lo tanto invadida por estrategias pertenecientes al dominio de los medios, como las de marketing y su subyacente ‘lógica del target’ (Verón 1998). Entre ellas se encuentra, por ejemplo, la propensión a agredir al adversario en debates televisivos a fin de desestabilizarlo (Verón 1998), lo que daría lugar a una forma de política frívola en la que el gesto importa más que el contenido (Vargas Llosa 2012). Desde una postura crítica, Verón (1998) cree que “la lógica del marketing es incapaz de tratar objetos tales como los colectivos identitarios asociados al largo plazo” (Verón 1998: 232), por lo que es necesario salirse de esta lógica para lograr una construcción satisfactoria de esos colectivos.

Un segundo rasgo que la política ha tomado en la época contemporánea es la tendencia a la simplificación, que es un proceso ligado a la mediatización. Mientras que la realidad social es compleja, la fase moderna de la comunicación política dio pie a una tendencia a la generalización, a la vaguedad y a la simplificación de las estructuras, los hechos y los procesos sociales en el plano de la enunciación, de modo tal que la complejidad de la realidad social sea fácilmente comprensible por el electorado. La tendencia a la simplificación se puede apreciar en el lenguaje con el que actores políticos se dirigen a los ciudadanos, principalmente a través del uso fórmulas binarias (Cosenza 2018), como sucede por ejemplo en el discurso populista a través de la oposición entre el pueblo y la élite (Laclau 2005b) o en la reiterada referencia de actores políticos a los pronombres “nosotros” y “ellos”. La lógica dicotómica fomenta que la realidad se vuelva

“una contraposición entre un ‘nosotros’ compacto y sin diferencias ni contrastes, y un ‘ellos’ representado como igualmente homogéneo, una contraposición respecto a la que se invita a electores, ciudadanos y […] ‘la gente’ a llevar a cabo una clara elección de pertenencia” (Cosenza 2018: 5).

Los esquemas binarios se articulan en torno a una dicotomía nosotros/ellos, a partir de cual “se da por descontada, como si fuera obvia y natural, una subdivisión rígida en torno a la cual las disputas políticas toman forma” (Cosenza 2018: 6). Estos esquemas ni se explicitan ni se relativizan. Tampoco se pone en discusión la legitimidad del posicionarse de un lado u otro de la frontera que separa a las identidades (Cosenza 2018). La tendencia a la simplificación, que se traduce en el empleo de fórmulas binarias, refleja –a la vez que potencia y, así, construye– el componente adversativo de la política, dando lugar al establecimiento a nivel discursivo de actores colectivos que, a partir de una segmentación de la realidad social, generan ‘comunidades imaginadas’ (Anderson 1983) con las que los ciudadanos buscarán identificarse y a las que intentarán pertenecer y/o asociarse, aunque sea de manera simbólica (Moreno Barreneche 2020b).

Un tercer rasgo de la política actual es el que Cosenza (2018) denomina ‘personalización’, consistente en el fenómeno por el cual en el centro de la acción política no se encuentran ya ni los partidos ni las organizaciones sociales –como, por ejemplo, los sindicatos–, sino individuos. Como resultado, hay una tendencia a “reducir a una única voz –la del líder– la polifonía de temas, puntos de vista e intereses que inevitablemente surgen dentro de un partido, una coalición, o cualquier agrupación política y social” (Cosenza 2018: 6). De este modo, la atención de los ciudadanos se centra principalmente en la figura del líder, subrayando su performatividad, esto es, cómo se presenta, qué hace, qué dice y cómo lo dice, entre otros aspectos. Esta característica se puede ver claramente en el discurso populista, en el que la construcción de la figura del líder desempeña un rol central, en cuanto que este se presenta como el representante simbólico –y por qué no, icónico– del pueblo (Cervelli 2018; Landowski 2018; Laclau 2005b). Lo que distingue a este tipo de discurso es, en parte, el establecimiento de una equivalencia discursiva entre líder y grupo representado, provocando que la identificación del electorado con el segundo ocurra a través de la mediación de una identificación con el primero.

Finalmente, otro de los rasgos de la política actual se vincula con la idea de que existe una única verdad, un fenómeno que se apoya en una noción ‘fuerte’ de verdad y que deja de lado la premisa constructivista según la cual gran parte de las ‘verdades’ de lo social son inherentemente resultado de acuerdos intersubjetivos (Searle 1995; Verón 1988), así como cualquier concepción normativa a favor del pluralismo. La idea de la existencia de una única verdad se ve potenciada por lo que Cosenza (2018) llama ‘burbujas filtro’ –‘filter-bubbles’–, esto es, clústeres en las redes sociales personales (tanto online como offline) y grupos de referencia de los individuos dentro de los que creencias y discursos homogéneos se reproducen y consolidan como la única verdad posible. Este fenómeno se ve potenciado en las redes sociales digitales, en las que se evidencia la producción, la circulación y el consumo de información a partir de parámetros discursivos e ideológicos alineados a los intereses, creencias y actitudes de sus usuarios (Pariser 2012).

4. AXIOLOGIZACIÓN, POLARIZACIÓN Y FANATISMO ‘BLANDO’

Luego de considerar la naturaleza adversativa de lo político (según las concepciones de Mouffe y de Verón) y de presentar algunos de los rasgos que caracterizan a este campo discursivo en la época actual, es momento de enfocarse en la polarización política y el ‘fanatismo blando’, dos fenómenos emparentados, con una fuerte carga afectiva, que conducen a la descalificación del Otro a partir de actos discursivos marcados por la violencia simbólica. En tanto fenómenos ligados más a las emociones que a la razón, la polarización y el fanatismo ‘blando’ se apoyan en una ilusión de pertenencia a los colectivos políticos construidos discursivamente según la dinámica discutida en las páginas precedentes. Esta ilusión de pertenencia no es más que un efecto de sentido generado a partir de ciertos recursos semióticos. En lo que sigue, se discutirá cómo a partir de la naturaleza adversativa de la política, filtrada por la mediatización, la simplificación, la personalización y la creencia en una única verdad, se genera el caldo de cultivo adecuado para la emergencia de estos fenómenos fuertemente identitarios y, por consiguiente, afectivos. Para eso, se discutirán tres mecanismos semióticos vinculados con la creación a nivel discursivo de los colectivos identitarios: la actorialización, la generalización y la axiologización, ya que es a partir de estos que, como se argumentará, surgen la polarización y el fanatismo ‘blando’.

La actorialización consiste en la construcción de actores colectivos a nivel discursivo. Como señalaba Verón (1987), el discurso político se organiza a partir de categorías de sentido que son colectivas, entre ellas el colectivo de identificación que supone un “nosotros inclusivo”. Este procedimiento responde a un recorte del plano del contenido en unidades diferenciales a partir del establecimiento de fronteras entre ellas (Hjelmslev 1943; Eco 1976). A modo de ejemplo, Laclau (2005a: 38) afirma que en el discurso populista ocurre una “dicotomización del espacio social a partir de la creación de una frontera interna” entre ‘el pueblo’ y ‘la elite’, las dos categorías de sentido a partir de las que, en ese tipo específico de discurso, se organiza en términos polémicos el quehacer político. Una vez hecho el recorte en el plano del contenido, esas unidades de sentido –los colectivos– se manifestarán, semiosis mediante, en el plano de la expresión a través de una serie de recursos semióticos que permitan figurativizar al actor colectivo en cuestión: nombres, adjetivos, descripciones, historias, identidades gráficas (colores, logotipos, eslóganes), música, entre tantos otros recursos semióticos de diferente materialidad, vuelven a ese actor colectivo más tangible y, por lo tanto, pasible del reconocimiento que toda identificación implica (Laclau 2005b; Tajfel 1982). Basta con pensar en la emergencia de cualquiera de las tantas nuevas agrupaciones políticas en el escenario internacional actual (Podemos y Vox en España, Cabildo Abierto y el Partido de la Gente en Uruguay, Alternativ für Deutschland en Alemania, la agrupación supranacional europea Renew Europe, etc.) para visualizar este mecanismo de articulación en el plano de la expresión de las identidades colectivas segmentadas en el plano del contenido.

La premisa constructivista de este planteo es evidente: los actores políticos, en tanto sujetos colectivos a los que se les atribuye discursivamente un determinado programa narrativo, cobran vida a partir de una oposición respecto a otros actores, en un proceso en el que ‘comunidades imaginadas’ (Anderson 1983) ancladas en los pronombres plurales “nosotros” y “ellos” son construidas a partir de determinadas estrategias semióticas que, a su vez, se apoyan precisamente en esa misma oposición. En el caso del discurso populista, la identificación con el repertorio enciclopédico asociado a “lo popular” será clave en el proceso de construcción discursiva de la identidad colectiva “pueblo”, así como también lo será la figura del líder que, como resultado de la personalización de la política, se vuelve una pieza clave a la hora de materializar la identidad colectiva y facilitar la identificación.

La generalización, por su parte, consiste en la atribución de ciertas características comunes, consideradas como esenciales, a todos los individuos que se imaginan como pertenecientes a los colectivos asociados a las categorías creadas en el proceso de actorialización. Las frecuentes fórmulas del tipo “nosotros los de izquierda somos así” y “ustedes los de derecha son así” o “los/las feministas de verdad hacen esto y no aquello” reflejan este mecanismo de generalización, en el que se asume de manera implícita que existe un conjunto de prácticas que definen a esa identidad colectiva. Como las unidades de sentido vinculadas a actores colectivos no son referenciales –esto es, no tienen una denotación concreta fuera del discurso–, estos se constituyen y consolidan con base en una caracterización general apoyada en ciertos atributos que son imaginados como comunes a todos los miembros del grupo. En este sentido, se podría referir a las identidades colectivas en política como “formas de vida” (Fontanille 2015), esto es, como sistemas más o menos coherentes e integrados que abarcan ciertas prácticas, creencias, estrategias y visiones del mundo, entre otros aspectos. En el mecanismo de la generalización se puede apreciar claramente la tendencia a la simplificación de la realidad social presentada en el apartado anterior, ya que se ignoran la complejidad y heterogeneidad de cualquier grupo, enfatizando las similitudes a partir de una simplificación.

Actorialización y generalización son procesos que entrarían dentro de lo que Tajfel (1982) denominó el componente cognitivo de la identificación. Además, según el autor hay un componente evaluativo y uno emocional. La axiologización, el último mecanismo de los mencionados a discutir, refleja el segundo: en tanto “valorización estática de un universo de discurso dado” (Hénault 2012: 275), esta consiste en atribuir un valor y marcas connotativas positivas y negativas a los diferentes actores que forman parte del campo discursivo. Como resultado de la noción fuerte de verdad que se da por supuesta y del empleo de esquemas binarios, en este proceso se “valoran las diversas posiciones como positivas o negativas, ‘buenas’ o ‘malas’, según su pertenencia al polo de la verdad o al de la falsedad” (Cosenza 2018: 16). De este modo, lo político es llevado a un registro moral.

Para Mouffe (2007: 12-13), una de las características de lo político en la época contemporánea es que “el nosotros/ellos, en lugar de ser definido mediante categorías políticas, se establece ahora en términos morales”, en la forma de una lucha entre el bien y el mal. En esta dinámica, la influencia de la mediatización de la política y de la simplificación es evidente: respecto a la primera, la concepción maniquea que concibe al bien y al mal como polos opuestos que estructuran lo social remite a un tipo de discurso muy característico de la ficción literaria y cinematográfica, con cierta veta romántica; respecto a la segunda, además del hecho de que ‘bien’ y ‘mal’ son unidades de sentido socialmente construidas a lo largo de la historia y, por lo tanto, teñidas de connotaciones que son contingentes, estas nociones resultan absurdas para captar de manera adecuada la complejidad de la realidad social, repleta de grises y no solo estructurada a partir de una dicotomía excluyente entre los polos del blanco y el negro.

Es en este contexto de valorización moral que se activa la dimensión pasional. Según Mouffe (2007),

“cuando en lugar de ser formulada como una confrontación política entre ‘adversarios’, la confrontación nosotros/ellos es visualizada como una confrontación moral entre el bien y el mal, el oponente solo puede ser percibido como un enemigo que debe ser destruido” (Mouffe 2007: 13).

Una vez moralizada, la fórmula binaria nosotros/ellos da lugar a que surjan y se popularicen etiquetas marcadas negativamente para referir al Otro, reflejando ciertos procesos afectivos ya identificados por Tajfel (1982). Un texto editorial de Manfroni (2020) publicado en el diario argentino La Nación plantea la problemática de las etiquetas de manera interesante:

“Ya no se razona. Solo hay etiquetas. [...] Algunas etiquetas imponen un término negativo a cualquier cosa. Se abusó hasta el cansancio de la calificación de ‘fascista’. Otras veces, con el nombre de alguna corriente política que tiene vigencia y hasta éxito en el mundo, se fabrica una etiqueta negativa a costa de su reiteración. Es lo que sucede con los términos ‘neoliberal’ y ‘neoconservador’. Se repiten hasta que parezcan malos” (Manfroni 2020).

Como señala Manfroni, un ejemplo de este mecanismo es el asociado al uso de la etiqueta ‘neoliberal’, originalmente utilizada para describir un orden económico que con el tiempo se ha teñido de marcas connotativas negativas, al punto de que hoy en día se usa como medio para descalificar al Otro, especialmente en términos políticos (Boas y Gans-Morse 2009; Moreno Barreneche 2020a): neoliberal sería aquel a quien le importa más el rédito económico que el bienestar humano, afirmación en la que subyace una clara valorización. Otro ejemplo ilustrativo (tomado del escenario político uruguayo) del funcionamiento de las etiquetas es el siguiente: en los últimos años se ha empleado con frecuencia la etiqueta ‘focas’ para referirse a los simpatizantes del Frente Amplio, la coalición de partidos de izquierda que gobernó el país entre 2005 y 2020, sobre la idea de que, haga lo que haga el gobierno, estos aplaudirán, como lo hacen las focas, en señal de aprobación. Este epíteto, que valoriza fuertemente al Otro no solo como animal, sino además como incapaz de ser crítico, se suma a los clásicos ‘zurdos’ y ‘comunistas’, términos con claras marcas connotativas negativas. En contraparte, etiquetas como ‘fachos’ u ‘oligarcas’ hacen lo mismo respecto a los adherentes a los dos partidos tradicionales dichos de derecha, que juntos constituyen el colectivo ubicado del otro lado de la frontera imaginaria que resulta de la dicotomización en ‘derecha’ e ‘izquierda’ del campo político uruguayo. En lo que a dicotomías refiere, en la Argentina frecuentemente se habla de “la grieta” para referir al carácter polémico del escenario político nacional.

En este proceso de construcción de sentido también entra en juego la personalización de la política, ya que, como afirma Cosenza (2018),

“de un lado del esquema binario, valorizado como positivo, están el líder que habla y el partido, la coalición o la organización que este representa, y de ese mismo lado se posicionan los valores que se da por descontado que son –en absoluto y en cualquier contexto– positivos” (Cosenza 2018: 6).

Del otro lado, asociados al ‘ellos’, se encuentran los valores considerados negativos, como la demagogia, el engaño, el interés propio y la mentira, entre otros. Como resultado, a partir de esta axiologización se activa una dimensión afectiva –en términos semióticos, ‘pasional’– apoyada en las identificaciones colectivas (Mouffe 2007), que da lugar a fenómenos como la polarización y el fanatismo ‘blando’: ambos se basan en la mediación de una carga emocional asociada a la percepción de una pertenencia política con base en la relación nosotros/ellos asumida como subyacente. En otras palabras, es a partir de la identificación que el afecto se dispara, dando lugar a mecanismos de protección –semiótica– del “nosotros”. Como resultado, la enunciación política se ve influida –aunque no necesariamente determinada– por dicha carga emocional: como señala Recuero (2015: 1), las redes sociales le han dado ‘superpoderes’ a la violencia simbólica en tanto “han proporcionado un espacio clave para la reproducción de todo tipo de discursos, incluyendo los violentos”. En síntesis, como propone Mouffe (2007),

“el papel que desempeñan las ‘pasiones’ en la política nos revela que […] la política democrática no puede limitarse a establecer compromisos entre intereses o valores, o a la deliberación sobre el bien común; necesita tener un influjo real en los deseos y fantasías de la gente” (Mouffe 2007: 13).

5. CONSIDERACIONES FINALES

El reporte anual 2019 del instituto V-Dem (2019: 5), de la Universidad de Gotemburgo, señala que “la polarización tóxica en la esfera pública –la división de la sociedad en campos antagónicos y de desconfianza– es una amenaza creciente a la democracia”. Por su parte, al estudiar las olas democratizadoras a través de la historia, Samuel Huntington (1991) identificaba a la polarización política y social como un factor que puede promover una ola inversa a la democracia, erosionándola. El objetivo de este artículo fue presentar una hipótesis respecto a la manera en que la polarización política y el fanatismo ‘blando’ son resultado de procesos esencialmente semióticos vinculados a la construcción discursiva de actores colectivos en el campo político. Aunque a nivel normativo no se esté de acuerdo con que lo político sea un campo necesariamente conflictivo, es innegable que las cuestiones políticas implican la elección entre alternativas que de algún modo u otro entran en conflicto, por lo que el carácter adversativo se manifiesta de manera permanente en este dominio de lo social (al menos en las sociedades abiertas).

En términos discursivos, el conflicto se plantea a partir de una estructura polémica entre actores colectivos imaginados, que son construidos mediante procesos semióticos como la actorialización, la generalización y la axiologización. A partir de la influencia de procesos como la mediatización, la simplificación de la realidad, la personalización de la política y la creencia en una única verdad, estos actores colectivos son valorizados en un registro moral, lo que da lugar a posiciones de polarización y fanatismo a los que subyace una fuerte carga afectiva vinculada a la pertenencia. Como se señaló, las redes sociales digitales ofician como entornos ideales para la producción y circulación de mensajes emocionalmente cargados, a partir de la concepción del Otro político como un enemigo.

La hipótesis teórica presentada en estas páginas pretende ser una contribución desde la semiótica al estudio de las identidades colectivas en el campo político. El próximo paso en este programa de investigación debería enfocarse en estudiar las dinámicas discursivas asociadas a la polarización y al fanatismo ‘blando’ empíricamente, contemplando múltiples prácticas que se desarrollan en diversos canales, como forma de establecer una tipología de juegos discursivos, como proponía Verón. A partir de una discusión esencialmente teórica, estas páginas intentaron preparar el terreno para esa empresa.

¿Cuál es la relevancia de comprender adecuadamente los mecanismos semióticos subyacentes al campo de lo político? Verón (1989: 140) sostiene que el sistema político democrático es una de las instancias donde se gestionan las identidades sociales, uno particularmente importante, ya que “la gestión de que se trata concierne a la creencia en los fundamentos del juego social”. Una vez aceptado el componente adversativo inescapable de este dominio de lo social, es fundamental lograr que el conflicto adopte una forma constructiva y no una que sea perjudicial para la asociación política (Mouffe 2007). Para lograr este cometido, se debe fomentar un tipo de enfrentamiento agonista, apoyado en la creencia en algún tipo de “vínculo común entre las partes en conflicto, de manera que no traten a sus oponentes como enemigos a ser erradicados, percibiendo sus demandas como ilegítimas” (Mouffe 2007: 26-27). Esto es lo que sucede cuando la lógica subyacente es antagónica, caracterizada por pasiones que llevan a la polarización y el fanatismo. En este sentido, Mouffe (2007: 11) propone que “la tarea de los teóricos y políticos democráticos debería consistir en promover la creación de una esfera pública vibrante de lucha ‘agonista’, donde puedan confrontarse diferentes proyectos políticos hegemónicos”. Para lograr este cometido, es fundamental desmontar algunas dinámicas nocivas que no contribuyen en absoluto a que la política sea un espacio de diálogo y de búsqueda de consenso. Bajo el supuesto de que la semiótica es una disciplina que puede ser de gran utilidad para comprender los mecanismos discursivos característicos del campo político, este artículo ha sido un intento de contribuir a dicha finalidad.

Material suplementario
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
ANDERSON, B. (1983) Comunidades imaginadas. México: Fondo de Cultura Económica.
ARFUCH, L. (ed.) (2005) Identidades, sujetos, subjetividades. Buenos Aires: Prometeo.
BLUMLER, J. y KAVANAGH, D. (1999) “The Third Age of Political Communication: Influences and Features”. Political Communication, 16(3), 209-230.
BOAS, T. y GANS-MORSE, J. (2009) “Neoliberalism: From New Liberal Philosophy to Anti-Liberal Slogan”. Studies in Comparative International Development, 44(2), 137-161.
CERVELLI, P. (2018) “La comunicazione politica populista: corpo, linguaggio e pratiche di interazione”. Actes sémiotiques, 121.
COSENZA, G. (2018) Semiotica e comunicazione politica. Bari/Roma: Laterza.
DE CLEEN, B. (2017) “Populism and Nationalism”. En C. Rovira Kaltwasser et al. (eds.) The Oxford Handbook of Populism. Oxford: Oxford University Press.
ECO, U. (1976) Tratado de semiótica general. Barcelona: Lumen.
–– (2011) Construir al enemigo. Barcelona: Lumen.
ESCUDERO CHAUVEL, L. (2005) “Identidad e identidades”, Estudios, 17, 51-57.
FONTANILLE, J. (2015) Formes de vie. Lieja: Presses Universitaires de Liége.
GEERTZ, C. (1973) La interpretación de las culturas. Barcelona: Gedisa.
HÉNAULT, A. (2012) Les enjeux de la sémiotique. París: Presses Universitaires de France.
HJARVARD, S. (2013) The Mediatization of Culture and Society. Londres/Nueva York: Routledge.
HJELMSLEV, L. (1943)Prolegomena to a Theory of Language. Wisconsin: Wisconsin University Press.
HUNTINGTON, S. (1991) “Democracy’s Third Wave”. Journal of Democracy, 2(2), 12-34.
IYENGAR, S., SOOD, G. y LELKES, Y. (2012) “Affect, Not Ideology. A Social Identity Perspective on Polarization”, Public Opinion Quarterly, 76(3), 405-431.
KROTZ, F. (2017) “Explaining the Mediatisation Approach”, Javnost-The Public, 24(2), 103-118.
LACLAU, E. (2005a) “Populism. What’s in a Name?”. En F. Panizza (ed.) Populism and the Mirror of Democracy. Londres: Verso.
–– (2005b) On Populist Reason. Londres: Verso.
LANDOWSKI, E. (2014) “Sociossemiótica: uma teoria geral do sentido”, Galaxia, 27, 10-20.
–– (2018) “Populisme et esthésie. Présentation”, Actes Sémiotiques, 121.
LUNDBY, K. (2009) Mediatization. Concept, Changes, Consequences. Nueva York: Peter Lang.
MANFRONI, C. (2020) “Cuando la ideología mató a la inteligencia en la Argentina”. La Nación, 13 de enero de 2020.
MAZZOLENI, G. y SCHULZ, W. (1999) "'Mediatization' of Politics: A Challenge for Democracy?", Political Communication, 16(3), 247-261.
MORENO BARRENECHE, S. (2020a) “Polarización política en Uruguay: el neoliberalismo como categoría de sentido en la articulación de las identidades colectivas, Sociedad, 40, 104-117.
–– (2020b) “Mind the Gap! On the Discursive Construction of Collective Political Identities”, Punctum, 6(2) (en prensa).
MOUFFE, C. (2007) En torno a lo político. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
PARISER, E. (2012) The Filter Bubble. What the Internet is Hiding from You. Londres: Penguin.
PEÑAMARÍN, C. (2020) “Fronteras afectivas de la esfera pública y semiótica pragmática”, CIC. Cuadernos de Información y Comunicación, 25, 61-75.
PYTLAS, B. (2016) Radical Right Parties in Central and Eastern Europe. Londres: Routledge.
RECUERO, R. (2015) “Social Media and Symbolic Violence”, Social Media+Society, 1(1), 1-3.
ROGOWSKI, J. y SUTHERLAND, J. (2016) “How Ideology Fuels Affective Polarization”, Political Behavior, 38, 485-508.
SCHMITT, C. (1932) Der Begriff des Politischen. Munich: Duncker & Humblot.
SCHULZ, W. (2004) “Reconstructing Mediatization as an Analytical Concept”, European Journal of Communication, 19(1), 87-101.
SEARLE, J. (1995) The Construction of Social Reality. Londres: Penguin.
SIBILIA, P. (2008) La intimidad como espectáculo. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
TAJFEL, H. (1982) “Social Psychology of Intergroup Relations”, Annual Review of Psychology, 33, 1-39.
THEOCHARIS, Y. (2015) “The Conceptualization of Digitally Networked Participation”, Social Media+Society, 1(2), 1-14.
TOSCANO, A. (2010) Fanaticism. On the Uses of an Idea. Londres: Verso.
V-DEM (2019). V-Dem Annual Democracy Report 2019​: Democracy Facing Global Challenges. Instituto V-Dem, Universidad de Gotemburgo.
VARGAS LLOSA, M. (2012) La civilización del espectáculo. Madrid: Alfaguara.
VERÓN, E. (1987) “La palabra adversativa. Observaciones sobre la enunciación política”. En E. Verón et al. El discurso político. Lenguajes y acontecimientos. Buenos Aires: Hachette, 11-26.
–– (1988) La semiosis social. Barcelona: Gedisa.
-------- (1989) “Semiótica y teoría de la democracia, Revista de Occidente, 92, 130-142.
-------- (1998) “Mediatización de lo político.” En G. Gauthier, A. Gosselin y J. Mouchon (comps.) Comunicación y política. Barcelona: Gedisa.
Notas
Notas
[1] Mouffe (2007) establece una distinción analítica entre ‘la política’, que refiere al “conjunto de prácticas e instituciones a través de las cuales se crea un determinado orden, organizando la coexistencia humana en el contexto de la conflictividad derivada de lo político”, y ‘lo político’, vinculado con la dimensión ontológica de esta actividad, cuya teorización requiere un pensamiento más bien filosófico en tanto la pregunta es por la esencia de lo político y no por los hechos de la política.
[2] Respecto de la especificidad de lo político, Verón (1987: 13) escribe que “el hablar de discurso político supone necesariamente que existen discursos que no son políticos; dicho de otro modo, la noción de discurso político presupone, de manera explícita o implícita, ciertas hipótesis sobre una tipología de discursos sociales”.
[3] Si bien estas tres fases representan un proceso histórico, hoy en día rasgos de las tres coexisten, por lo que Cosenza (2018: 33) sugiere concebirlas no en sentido diacrónico, sino sincrónico y sistémico: “pre-modernidad, modernidad y posmodernidad no son concebidas (al menos no solo) como fases sucesivas en el tiempo, sino como un sistema de posibles rasgos a disposición, en modo sincrónico, de la política actual”.
Buscar:
Contexto
Descargar
Todas
Imágenes
Visor de artículos científicos generados a partir de XML-JATS4R por Redalyc