Resumen: Este articulo presenta cuatro claves de lectura a la obra de Eliseo Veron, colega y amigo del autor. Interrogándose sobre el paso del modelo binario, clásico de la epistemología estructuralista – que Veron contribuyo a instalar no solo en Argentina sino en América Latina- al modelo ternario de semiosis luego de la lectura del semiólogo y filosofo americano Charles S. Peirce, Traversa explora las formas en que Veron construye su propia epistemología.
Palabras clave:epistemologíaepistemología,modelo binariomodelo binario,modelo ternariomodelo ternario,observadorobservador,semiosissemiosis,biologíabiología.
Abstract: This article presents four keys to reading the work of Eliseo Veron, colleague and friend of the author. Interrogating the passage from the binary model, in a classic structuralist epistemology - which Veron contributed to install not only in Argentina but in Latin America - to the ternary model of semiosis after reading the American semiologist and philosopher Charles S. Peirce, Traversa explores the ways in which Veron builds his own epistemology.
Keywords: epistemology, binary model, ternary model, observer, semiosis, biology.
I. ESCENARIOS
Recetas para leer a Eliseo Verón
Recipes to read Eliseo Veron
Como los médicos, los gastrónomos y los “personal trainers” los docentes poseemos recetas de las que desconfiamos pero sin embargo al igual que todos ellos las prescribimos, a fuer de poner en entredicho nuestros roles profesionales por carencia de soluciones.
Existen circunstancias, en cualquier oficio, que el recetar provee de ante mano garantías de éxito profesional pero de exiguo producto simbólico –recetar acerca del caso trillado y conocido que podría resolver un idóneo- en cambio sus opuestos, los casos emergentes y complejos, son prometedores de expectativas simbólicas favorables. Pero, estos últimos, son también los que multiplican la desconfianza en nuestras recetas porque notamos la amenaza de que la balanza se incline francamente hacia el fracaso; se sabe que la novedad es más prodiga de satisfacciones en el uso que en la producción.
Creo que intentar recetas para leer a Verón se encuadra dentro de lo que precede, sin embargo vale el intento de recetar en torno a algo que se aprecia, no dejando de lado el poder hacer beneficios de defectos, púes de realizar el intento –formalmente y por escrito- sería entre los primeros en hacerlo, mal o bien, de forma explícita al menos. Me consuela y me anima pensar que siempre habrá –como ocurre en mi país- quien se frote con una barra de azufre para morigerar su dolor de cuello, el éxito del inventor anónimo de esa receta inocua –a veces curiosamente eficaz- me permite seguir adelante la empresa, consciente de los riesgos que comporta.
Calificar la obra de emergente, compleja o posible fuente de fracaso prescriptivo a los trabajos de Verón ¿cómo y porqué se justifica? Existen diversas razones, en buena medida el objeto de estas páginas es explicarlo, a quienes aun no los conocen o, al revés, la frecuentación no les ha permitido advertir su riqueza.
En lo más inmediato creo que a unos y otros pueden haber tomado distancia por ciertos modos de la organización textual, entre ellos algunos rasgos del estilo de escritura. Uno de ellos caracterizado por una lógica inferencial accesible, que admite una intelección, tanto del fragmento como de sus relaciones con unidades mayores, inmediata. Rasgo, tan apreciado por muchos, puede tornarse en un obstáculo, en tanto que puede proyectar esa intelección inmediata sobre el conjunto, promoviendo conclusiones de lectura –verdaderas clausuras- del tipo: “he captado el pensamiento…, el espíritu…la fórmula suficiente…el esquema sencillo…”, desdeñando la variabilidad y las articulaciones del desarrollo del conjunto. Esta operación introduce una relación de “falsedad metonímica”, la parte da cuenta de un posible todo construido solo por el fluir sin obstáculos del texto.
El estilo permanece pero se altera la sustancia con el avance temporal, muchas veces a partir de accidentes menores del discurso que recaen en grandes decisiones epistémicas, las que no son siempre anunciadas como tales, son pocos (o ninguno?) los momentos en que se proclamen grandes cambios que merezcan una atención particular. Se suma a esas dimensiones constantes –estilo y lógica- como lo sugerimos, un verdadero escenario de transformaciones que, a su vez, no integran un desarrollo lineal sino un juego de avances y de cambios “en suspensión”, que preludian tratamientos que pueden demorarse, años a veces.
El campo de las alteraciones, del accidente propio del tiempo y lugar, se retira del espacio rígido del discurso institucional de la ciencia y se instala en otros géneros, cierto tipo singular de crónica temporalizada donde se producen intersecciones discursivas, dando lugar a juegos enunciativos y también propositivos (Efectos de agenda, 1999; Espacios mentales, 2001; Papeles en el tiempo, 2011), con no pocos ecos en la construcción de precisos campos nocionales.
Estas cuestiones surgirán, aquí y allá, en las recetas que siguen, que constituyen solo la primera entrega que se seguirá con otras en el futuro, seguramente al amparo de plumas de mayor competencia que la mía.
Receta I: Un modo de entrada para iniciados en perspectivas vecinas que no pueden prescindir de la discursividad y titubean al tratarla
Dentro de las maneras –seguramente no numerables- de iniciar un recorrido de lectura se puede tentar seguir un camino adecuado para aquellos que se preocupen más por los modos de decir que por la sustancia de lo dicho, suelen ser proclives a esta preferencia quienes se interesan por los discursos pero carecen de instrumentos para hacerlo (sociólogos por caso), o bien los que se ocupan de las prácticas estéticas o sus metadiscursos. Ese conjunto podrá recurrir a un texto en que comparte la autoría con Silvia Sigal, Perón o muerte (1985), si le interesa la política se encontrará en su salsa, si no, el fragmento que propongo –pagina 13 a 23 - no constituye una referencia central a pesar de que se la evoque. En esas pocas páginas se encuentra una precisa justificación de que “el único camino para acceder a los mecanismos imaginarios y simbólicos al sentido de la acción es el análisis de los discursos sociales”. Un tópico, este último, que pienso como central para quién aun no ha optado por asignar un lugar protagónico a la discursividad, en donde precisamente es el único observable.
Quizá lo sorprenda una proposición como esta: “una teoría de la producción de sentido es una teoría del observador”, pues el sentido no objetivo ni subjetivo es una relación entre producción y recepción en el universo de los intercambios discursivos, para poder examinar tal cosa se hace indispensable saber desde donde se mira, cuya posición no puede ser otra que desde fuera de ese entre juego. No se trata de un lugar absoluto de observación, por supuesto, se trata de estar fuera de juego, es decir jugar otro juego.
Este tópico se abre sobre una cuestión crucial en los desarrollos de Verón: la asimetría entre la producción y el reconocimiento: el tránsito de la instancia de la producción al reconocimiento no posee cualidades lineales (uno a uno, si se aspira a una imagen inmediata). Esto quiere decir que: un discurso instalado por un emisor determinado no produce nunca un efecto y solo uno, se abre en una pluralidad imprevisible desde el lugar de la producción. Al fenómeno, si así se piensa que ocurre, tengo que observarlo desde otro sitio (otro juego, si se quiere) no se produce, en consecuencia, un efecto sino un “campo de efectos” diferenciados. ¿Desde qué lugar podré observarlos, entonces? “desde afuera” y en el universo de los reconocimientos sociales.
Una pregunta que surge de inmediato: ¿Esas variantes están solo determinadas por las cualidades de la materialidad discursiva? O bien se suman otras que se asocian con el despliegue “práctico” de la discursividad?, las más simples para acercarnos al asunto, se constituyen por las modalidades tonales del enunciado: una afirmación con frecuencia en castellano se distingue de una interrogación por ese procedimiento suprasegmental. Tal variante da lugar a constituir diferencias del vínculo entre quien emite y quien recibe: ha habido un corrimiento semántico entre la entidad de lo dicho y el modo de decir, este corrimiento remite a la noción de enunciación.
Pues bien, las variantes, muy diversas de este desplazamiento, tratadas en esas pocas páginas se mostrarán como una pieza clave que organiza al conjunto de los análisis de Perón o muerte y, en el contexto de la receta, el conjunto de nociones que se agrupan en esas pocas páginas, hacen posible dar un salto de algo más de veinte años para integrar otros aspectos de esta misma problemática.
“Del sujeto a los actores. La semiótica abierta a las interfaces”, del 2007, puede ser un articulador para avanzar sobre ciertos problemas, pero volviendo atrás en el tiempo. En especial uno central, el que concierne a la “construcción de colectivos”, tal asunto convoca un abandono, el de la noción clásica de sujeto y sustituirla por la de actores de la comunicación pues para avanzar en ese terreno nos encontramos con individuos, en tanto interlocutores, públicos, lectorados es decir actores de muy distintos dispositivos que cualifican los vínculos. No se trata entonces, al menos en principio, de una cuestión de cantidades sino de cualidades. Esto nos aproxima a la cuestión, ya evocada, de la asimetría del modelo de la comunicación, cuestión que da lugar a la existencia de instancias diferenciadas entre la producción y el reconocimiento, uno y otro espacio de esa asimetría (de modo impreciso emisión y recepción), se manifiesta a partir de diferentes configuraciones que organizan la discursividad en cada uno de esos lugares: una gramática de producción de un lado y una pluralidad de gramáticas de reconocimiento del otro, patentizan esa diferencia fundante.
Esta última cuestión es crucial pues remite al funcionamiento efectivo de la discursividad: los usuarios de un discurso (personal, mediático, religioso, político) no procesan de manera homogénea los discursos con los que se vinculan, es así entonces que, el sentido como tal se manifiesta en reconocimiento y siempre su procesamiento es heterogéneo. Pensar de este modo supone la necesidad de establecer modos de tratar la pluralidad discursiva que se manifiesta en reconocimiento, por un lado y, por otro, cuales son los instrumentos y modos de tratarlos.
Este trabajo se corona con un par de páginas que, seguramente, el investigador exigente de alguna disciplina vecina no puede obviar: ¿la asimetría entre producción y reconocimiento es una intuición empírica? ¿Tiene acaso algún fundamento teórico que sostenga el arquitrabe de esa teoría? La mostración se insinúa sobre el final en este texto apelando a los actuales instrumentos de la teoría de sistemas pero, llegados a ese punto, será necesario dar un paso intermedio. Sugerimos, la lectura de ciertos tramos de la segunda parte de la Semiosis social de 1985, los que corresponden al período 1976-1980 (“El tercer término”).
Para esa lectura sugerimos un orden: comenzar por el parágrafo cuatro y seguir por el cinco, si estos parágrafos le insinúan (¿persuaden?) de la debilidad de los modelos binarios, sugiero la lectura de esa parte de principio a fin. Llegado a este punto, la cuestión de la producción y el reconocimiento exceden los ejercicios de un buen observador. Le resultará entonces necesario continuar la lectura por el acápite 21 de la Semiosis social, 2 (2013); ese texto puede resultarle: ¿aceptable?, ¿no fácilmente discutible? o ¿falso? Es decir todo lo que merece una teoría fuertemente estructurada. De lo que estoy seguro es que el sabor de la discursividad social no será el mismo que si no se hubiera realizado ese experimento de lectura.
Receta II: Útil para quienes se formulan preguntas acerca de las razones de pasar de un esquema binario a uno ternario
Es posible señalar que no sería fácil encontrar –invito a realizar la experiencia- en 1967 un trabajo de investigación de inspiración saussureana (y sus continuadores en la semiología) de un rigor y complejidad de tratamiento a la par de Ideología y comunicación de masas: la semantización de la violencia política . El primer punto de detención que sugerimos es el Comentario que acompaña a este trabajo, en especial el tramo final, pues concierne a un tópico central a partir de ese momento: “el acercamiento de la semántica a la pragmática”, al poner en juego en el análisis la situación es decir el modo efectivo en que se desenvuelve la discursividad. Un mensaje (siguiendo la terminología de época) se desenvuelve en el tiempo: “El momento en que se dice algo es importante para definir la significación”.
¿Cómo introducir la dimensión procesual para definir la significación? Ahora podríamos decir: ¿inconvenientes del empleo de una teoría entitativa y no productiva del signo? Esta proposición requirió, en Verón, un cierto proceso de lectura. Sugerimos para seguirlo emplear el proceder a saltos de langosta y no el rectilíneo de la hormiga para recorrer una exposición , de acuerdo con una comparación del propio Verón, saltando a 1980, para prestar atención a un trabajo publicado en la revista Langage 58 . Este trabajo es similar al que puede encontrarse en la Semiosis social, en particular en el acápite 3 (“La clausura semiótica”) de la segunda parte, la sustancia es decisoria en el trayecto que conduce a Peirce pues pone de manifiesto los dos grandes argumentos que aportan a su definitivo acercamiento: I. “El pensamiento de Peirce es un pensamiento analítico disfrazado de taxonomía”, en cuanto a los signos (la taxonomía) no son entidades que definen un tipo, sino un modo de funcionamiento y; II. ese pensamiento analítico se organiza a través de configuraciones operatorias cuyas modalidades se desenvuelven según las tres clases fundamentales definidas por Peirce.
Así entonces, el segundo paso, comporta la lectura de este parágrafo de la semiosis social que, si se leyera el párrafo final del trabajo de 1980, se notaría una diferencia con el de 1985. El fragmento elidido comporta algunas reservas pero, asimismo, las atenúa del siguiente modo: figuran, en el texto de Peirce, lo que puede señalarse, en tono utópico, como “una comunidad que sería guiada por el pensamiento lógico y el método de la ciencia”, atribuible, según su crítico del momento, a un ámbito propio “al pensamiento liberal en formación en una sociedad capitalista en plena expansión…” ¿Ingenuidad acaso? Se pregunta dubitativo el autor del señalamiento. En cambio, en la versión de la Semiosis social se queda con el último párrafo del texto del 80: “Peirce fundó la semiótica y, a la vez, definió su problemática teórica fundamental: la de las relaciones entre la producción de sentido, la construcción de lo real y el funcionamiento de la sociedad”.
Dos lecturas para completar esta receta, una de relación con las cosas del mundo –examen de un fenómeno social- y otra asociada con textos: las dos conciernen por supuesto a Peirce. En cuanto a la primera lectura, consiste en el estudio de un fenómeno propio de la alimentación juvenil , donde es posible encontrase con tres aspectos del alcance que le asigna Verón a este autor: a. un modelo operatorio de la concepción perciana del despliegue de la semiosis; 2. el destino “práctico” del trabajo, en cuanto a su papel epistémico en el desenvolvimiento de la disciplina; 3. El modo en que se articulan los resultados del examen discursivo con los cambios de un colectivo social, junto a los modos del trazado de estrategias comunicacionales de relación con el conjunto de los consumidores.
En cuanto a la segunda lectura, se trata del acápite 1 (“La abducción fundante”) de la parte I de la Semiosis social, 2 donde Verón pasa revista a la obra de Peirce a partir de 1867 hasta los trabajos que se sitúan en el primer decenio del siglo XX. Es decir desde los primeros pasos del desarrollo de la triada –radicados en ámbito de la lógica- hasta las reflexiones del final de su vida, que reiteran su rechazo a todo dualismo ontológico. En este dominio –Verón lo señala- el lugar adjudicado a la abducción, en los procesos de producción de conocimientos será una pieza clave. Una proposición peirceana no fácil de suscribir por ciertas instancias de la ciencia institucionalizada.
Receta III: Para quienes les interese acercarse de modo productivo a la historia sin ser historiadores
La cuestión de la historia estuvo desde sus primeros trabajos y, de manera dispersa pero siempre protagónica, en muchos puntos a lo largo de su tarea de más de medio siglo. Ya en 1962, en la revista Cuestiones de filosofía, lugar donde discute las formas de inclusión de los modos de producción de conocimientos propios de los países centrales en ámbitos de diferentes transcursos, tales situaciones no le resultan indiferentes: “No hay posibilidad alguna de recuperar la dimensión científica de la sociología, si nos negamos a construirla a través de su verificación histórica. Y esta será a la vez la verdad de los “científicos puros”: lejos de ser los dignos tecnólogos de la racionalización y secularización de América Latina, se condenan a ser apenas la superfetación intelectual de un largo proceso de dominación”. Bajo el manto de un cierto estilo de época el tiempo modulará esas preocupaciones de modos diferentes y con distintos grosores de lentes bajo el título genérico de “posición del observador”, como tópico clave del extendido de su obra; este trabajo puede no formar parte de la receta, cumplir entonces un papel solo ilustrativo de la sagacidad de miras del joven investigador de aquel momento.
La receta comienza con la recomendación de la lectura de Construir el acontecimiento – el “Prefacio a la segunda edición” y la “Introducción pueden ser suficientes-, en ellos no se dice una palabra de historia ¿por qué entonces leerlos?, por sus consecuencias para pensar la historia. Sostener este aserto merece la caución de una palabra autorizada. Vale la pena entonces acudir a Jacques Le Goff , precisamente en una discusión acerca del papel a asignar al acontecimiento y sus modos de manifestarse.
Las páginas de Le Goff se sitúan en el momento que Pierre Nora señalaba como de “…retorno del acontecimiento…”. El acontecimiento como tal no escapa a la construcción de la que resulta cualquier acontecimiento histórico. Pero problema más acusado en estos momentos, en el que los medios han modelado un nuevo acontecimiento. Para mostrarlo introduce en la discusión un “remarquable étude” de Eliseo Verón, en el que se analiza cómo los medios de nuestros días “construyen el acontecimiento”. En ese hacer los discursos de la información producidos por distintos agentes, eventualmente en distintos soportes a partir de su variedad, se tornan en un verdadero peligro para la constitución de la memoria que es una de las bases de la historia. Tanto en lo que concierne a la historia vivida y memorizada como la científica a base de documentos.
Es, así entonces, que tales construcciones comprometen la suerte de la historia de las sociedades y la validez de la verdad histórica y el fundamento mismo de su modo de trabajo, señala Le Goff y da la palabra a Verón: “En la medida en que nuestras decisiones y nuestros conflictos cotidianos son, esencialmente, determinados por los discursos de la información, es posible advertir que sus entre juegos no son ajenos al destino de nuestra sociedad”. Tanto la advertencia, de uno, como el fruto de la tarea empírica del otro no hacen más que señalar un lugar que no puede ser eludido como necesario espacio para insistir en la empresa de conocimiento, pero necesariamente atentos a los inéditos niveles de complejidad que entraña lo que poco más tarde recibirá el nombre de “mediatización”.
Unos años después de Construir el acontecimiento -1981- desde las primeras líneas de Perón o muerte -1985- se da lugar a una perspectiva diferente: “El objeto de este libro es el peronismo, considerado como un caso históricamente crucial del discurso político. Crucial no solamente para la historia argentina, sino también en el contexto general de los fenómenos políticos contemporáneos”. La lectura de la “Introducción” de este texto, que comienza con las citadas palabras, ayudará a atisbar las relaciones entre discursividad y contingencia histórica, pero ahora no del lado de los procesos epistémicos sino de la producción misma de los fenómenos sociales, las que pueden ayudar a resituar los alcances de las palabras de Le Goff.
Los lectores más urgidos por conocer las posiciones de Sigal y Verón respecto de los alcances de articular discursividad e historia podrán pasar sin solución de continuidad a las “Conclusiones” de Perón o muerte, un resultado esperable de ese paso, por parte de los que desean emprender estudios en diacronía, es el de leer lo que separa a esos fragmentos extremos. La razón de ese posible salto consiste en la observación de un fenómeno, propio de la discursividad peronista, pero susceptible de ser generalizado: el examen en diacronía muestra que la cualidad que unifica a esa discursividad no es imputable a una tematización o a una unidad de “contenidos”, tal unidad es necesario buscarla en un desplazamiento: no en lo que concierne a “un decir” sino a un “modo de decir”. Es evidente que trabajar en diacronía (lo que compete a la historia) con una hipótesis de esta índole confiere una fuerza explicativa de apreciable magnitud. Los “modos de decir” –los fenómenos enunciativos- incluyen la compleja trama que da cuerpo a los fenómenos sociales, tanto de los agentes individuales como los colectivos.
Esta receta prometida para no historiadores bien pueden hacer uso de ella quienes lo son, puede llamarles la atención la lectura que Verón realiza de una especialista de fuste , E. Eisenstein , en cuanto a su posición respecto al carácter revolucionario del advenimiento de la imprenta, puede leerse en uno de sus últimos textos, al apartado 14 de la Semiosis social 2, a estos especialistas propongo el camino inverso de los legos: comenzar por el apartado 14 y continuar luego por los otros componentes de la receta. Esta sugerencia se justifica porque Verón insiste en que su punto de vista no comporta los saberes de historiador sino las del analista del discurso, así ensaya una propuesta de convergencia que se patentizará, precisamente, en Perón o muerte.
Se vale, para mostrar esa articulación, de las diferentes posturas que ha despertado la coexistencia temporal entre el asentamiento europeo de la imprenta, la reforma protestante y su raigambre con el valor asignado a la lectura. Señala, “la originalidad de la reforma luterana consiste, precisamente, en reconocer el desfasaje entre producción y reconocimiento y en hacerse cargo de él en el campo de la religión, institucionalizándolo, proponiendo un colectivo en el que cada lector ha de buscar la salvación de manera autónoma, en su relación individual con el texto”. Se hace evidente, entonces, que un dispositivo técnico, favorece un modo de lectura, asentado en un sustrato ávido de la expansión del despliegue individual, propio del embrionario capitalismo de esa época. Finalmente el libro es la primera mercancía típicamente capitalista: fruto de una innovación técnica que sistematiza un diseño industrial que integra procesos de repetición con resultados homogéneos, que dan lugar a un mercado que opera en la construcción de su valor.
Para quienes deseen acercarse a las diferencias y semejanzas con el proceso que le antecede, en cuanto a las cruciales diferencias entre producción y reconocimiento se sugiere leer el apartado 13 de la Semiosis social 2 (“El nacimiento de los cuerpos densos”). Entiendo que el recorrido que propone esta receta habilita una discusión, aun no realizada, en torno a las consecuencias para la reflexión histórica del desfase entre producción y reconocimiento, que hace ya muchos años inquietó a Le Goff.
Receta IV: La facultad semiótica del Homo sapiens es indisociable de su trayecto evolutivo y su trayecto evolutivo es indisociable del camino de su facultad semiótica, tópico que interesa a los avances acerca de los alcances de la “matriz biológica” en los fenómenos sociales y en los desempeños individuales.
Un título demasiado largo para una receta breve, prometo proponer en el futuro otras –de componentes cercanos- que justifiquen su extensión, el que solo se referirá a algunas briznas que conciernen a una cuestión dispersa en los escritos de Verón, pero que se sostiene en el tiempo, se hace necesario atenderlas para notar los alcances y dimensiones del edificio teórico que conlleva la semiosis social.
Es posible afirmar que la preocupación por las tensiones entre “lo dado” en el H. sapiens, en cuanto especie biológica, y lo desenvuelto en los procesos sociales subsecuentes, lo acompañan desde momentos tempranos de su trabajo. Colaborador, como joven egresado, de Enrique Butelman , notorio introductor de la Psicología Social en nuestro medio (fin de los cincuenta comienzo de los sesenta) y, poco después, junto a Carlos Sluzki, emprende una investigación acerca de los procesos diferenciales de la comunicación verbal en pacientes histéricos, fóbicos y obsesivos, realizada en ámbitos hospitalarios. Esa investigación comprendió un examen cualitativo minucioso de las propiedades discursivas, manifiestas en las entrevistas con los pacientes, incluyendo además el tratamiento estadístico de sus resultados; no eludió, finalmente, las dimensiones explicativas que remiten al desarrollo de las primeras experiencias infantiles y, va de suyo, lo que corresponde al sustrato de esas relaciones tempranas, lugar donde los vínculos corporales ocupan un papel protagónico.
El primer componente de esta receta entonces consiste en le lectura del Capítulo 9, el que da el título al libro que resume esa investigación, Comunicación y neurosis , se podrá leer el esbozo de una problemática que, seguramente será familiar para los lectores del presente, se trata de la discriminación y el alcance de las “condiciones de producción interna” –las primigenias propias de la primera infancia- y de las “externas” –las que conducen y se instalan en la vida adulta- en la producción discursiva (prestar atención a la página 231 y subsiguientes, en especial detenerse en las remisiones a Gregory Bateson y sus colaboradores en ese capítulo).
El segundo componente de la receta se separa en el tiempo, por más quince años, se trata del “Cuerpo reencontrado”, un trabajo crucial en la obra de Verón, pues se instala, a partir de ese momento, definitivamente en el horizonte peirceano. En un estado anterior de ese trabajo presentaba ciertas objeciones a este autor orientado por la óptica de Bateson; la importancia de este último proviene del hecho que comienza a trazar el esquema de un edificio teórico para justificar el funcionamiento general de la semiosis social como propiedad anclada en el despliegue ontogénico (en la morfogénesis del H.Sapiens). Resultado, este proceso, del desenvolvimiento filogenético donde se articulan las cualidades de las transformaciones somáticas y fisiológicas con los instrumentos vinculares (sean facultades autónomas del cuerpo –gestualidad, sonoridad- con herramientas externas resultado de su trabajo y habilidad, aplicados a sus relaciones con el ambiente y la gestión de las relaciones sociales).
El sabor y alcance de las transformaciones instrumentales se patentiza en las páginas 149 y 150 del texto que comentamos, especialmente en la herramienta vincular diario por caso, el que solemos leer cotidianamente, que constituye el ejemplo más resonante de cambio de escala entre las instancias de producción y reconocimiento que lleva a Verón a preguntarse: “¿Es casualidad que las condiciones de surgimiento de una ciencia del lenguaje, se dibujen y se precisen a lo largo de todo el siglo XIX, que es el de aparición y consolidación del primer fenómeno mediático en la historia, a saber, la mediatización de la escritura de prensa?”
Dos trabajos será prudente fatigar para aportar a la efectividad de esta receta, en primer lugar el apartado 11 de la Semiosis social, 2, donde podrá leerse una reformulación del sintagma “primer fenómeno mediático” y, el segundo, su trabajo póstumo , donde produce una síntesis apretada de estas cuestiones y se justifica la modificación que señalamos. Estos últimos recorridos nos permitirán visualizar el curso del fenómeno mayor que nos caracteriza como especie, resultado éste de un largo tránsito histórico inscripto en nuestros genes, origen tanto de nuestras competencias creativas, propias de las grandes empresas benéficas, como también de las deletéreas: fruto, en ambos casos, de nuestra particular capacidad semiótica.
Estas cuatro recetas se proponen como una invitación a la lectura de Verón, es lo que puede esperarse de un profesor, cuyos productos –buenos o malos- no son otros que esos; pero la perfección a la que aspiro de ese oficio, soy profesor, consiste en la desconfianza respecto a las bondades de su práctica de lo que resulta, en los hechos, en la puesta en cuestión de sus trayectos de lectura, es decir en la latencia de otras recetas. Sin embargo, de modo simultáneo a la desconfianza como necesario complemento, alienta siempre una convicción, que puede ser transitoria, en estas páginas es la que corresponde asignar a la obra de Verón la cualidad de “teoría fuerte”, entendida aquí como la de poseer la propiedad de satisfacer el conjunto de fenómenos que su objeto se propone abarcar o, al menos, puede construir campos de hipótesis susceptibles de ser sometidas a prueba .
Creo que no es vana esta oscilación entre desconfianzas y certezas en que nos embarca el trabajo de Verón, es posible que sea la principal deuda impaga que tenemos con él, la que consiste en haber realizado un trabajo singular que nos permitió incorporarnos a un espacio de saber en pie de igualdad con otras lenguas, tradiciones y recursos.