I. ESCENARIOS
DOI: https://doi.org/10.35659/designis.i29p157-166
Resumen: Eliseo Verón entretejió a lo largo de su obra, una teoría de la producción social de sentido con una teoría de la mediatización. Dos nociones -en absoluto obvias o previsibles- han sido clave en esa textura: la de cuerpo y la de red. Su dispositivo teórico y analítico acompañó y sustenta numerosas investigaciones desde hace décadas. Con motivo de las transformaciones contemporáneas de las mediatizaciones, es inevitable revisar su alcance y vigencia. Este trabajo propone un recorrido a partir de esas nociones, para converger en una hipótesis sobre la evolución de los dispositivos de mediatización, basada en una discusión inconclusa con el propio Verón.
Palabras clave: Semiología, Medios de comunicación de masa, Internet, Cuerpos, Redes.
Abstract: Throughout his work, Eliseo Verón has interwoven a theory of social production of meaning with a theory of mediatization. Two -in all obvious or predictable- notions have been key in the weaving: body and network. His theoretical and analytical device accompanied and supported many researching works for decades. Regarding the contemporary transformations of mediatization’s, it is inevitable review its scope and current validity. This paper proposes a tour from these notions, to converge on a hypothesis about the evolution of mediatization devices, based on an unfinished discussion with Verón.
Keywords: Semiology, Mass communication media, Internet, Bodies, Networks.
1. SEMIOSIS COMO TEJIDO, RED, NETWORK[1]
Sentido relacional, proceso operatorio, dimensión material, tres aspectos que se conjugan muy bien en una noción parcialmente metafórica, de temprana aparición en la obra de Verón: la de red.
Desde la década de 1970 en los escritos de Verón, tejido y red coexisten, incluso como equivalentes, en un comienzo a propósito de lo que llama también la capa metonímica de reenvíos entre cuerpos en el espacio, y luego haciéndola extensible a toda la semiosis. Pero en uno de sus últimos trabajos sentencia:
Los espacios mentales están configurados en racimos de operaciones.
Trato de utilizar metáforas biológicas antes que las del ingeniero, y por ello, no hablo de redes, que es también un concepto de ingeniero. Prefiero hablar de tejido, y entonces prefiero hablar de racimos de operaciones, porque se trata de configuraciones biológicas. Tenemos que hacer un esfuerzo muy importante para desembarazarnos de los modelos de emisor, canal, código, todo eso que son conceptos de ingenieros. El concepto de red que está muy de moda ahora es también un concepto de ingeniero –pido disculpas si aquí hay ingenieros–, pero tenemos que tener mucho cuidado. Desde mi punto de vista, ¿qué es una sociedad? Es un inmenso tejido de espacios mentales. (Verón 2012: 20; énfasis agregado y traducción del portugués por el autor. NdE.).
Es evidente que el uso veroniano de la noción de red aplicada a lo social contrasta, por ejemplo, con el de Latour (2008) y más aún con el de Castells (2000). Sin embargo, la red no es un concepto ajeno a lo biológico[2], incluso, para el propio Verón (2013: 277) que insistió en disolver la frontera naturaleza/sociedad (2013).
En cuanto a la semiosis como red, la teoría veroniana toma a los discursos como nodos de un tejido de relaciones interdiscursivas. La metáfora, ante todo, acentúa la dimensión relacional de la discursividad, bajo el principio de que el sentido de un discurso no está en este, sino en su entramado de relaciones. En sí mismo, con ello no aventajaría demasiado a otras metáforas espaciales (“estructuras”, “esferas”, “campos”, “arborescencias”): todas traducen propiedades relacionales. Su característica es que las relaciones interdiscursivas son procesuales, representan operaciones que entretejen operandos. En esta red no hay cabida para estructuras estáticas, ni para subyacencias; lo que se teje, aparece en la superficie, aunque sólo podamos acceder por fragmentos. La conceptualización veroniana de la red además reluce en otros aspectos. El despliegue espacial de la red es evidente, pero excede su condición metafórica: los discursos son cuerpos, en interfaz con otros cuerpos: “cuerpos efímeros” (Verón 2011: 286-309 y 2013: 219-233), “cuerpos densos” (2013: 199-208), “el cuerpo de las imágenes” (2001), “cuerpos vivientes” –como el del vino (2006)–, “metacuerpos” (1987).
Dado que los discursos son siempre resultantes de procesos, y precursores de nuevas producciones, la semiosis tampoco es una red cerrada o preexistente: se despliega en el tiempo. Todo lo que en ella sucede está en movimiento, en relación histórica y procesual –aunque se pueda manipular artificialmente como secuencias de estados–. Cada nuevo enlace o punto nodal es una escansión temporal, y las relaciones no son a priori necesarias ni constantes. De uniones y distancias variables, emerge un tejido elástico y en incesante crecimiento. Y si algo vuelve a un punto anterior, este ya no es igual (Martínez Mendoza y Petris 2013, 2014): la semiosis no para de crecer –¿como el universo desde el Big Bang?–, sin una dirección constante o destino previsto. Operatividad, materialidad y reticularidad: esta red consiste en un tejido de operaciones y cuerpos.
Estamos en un momento en que la metáfora de la red alcanzó una propagación inusitada. Jugando con la proliferación de términos, la imagen de la semiosis como una red debería cuidarse de aparecer como equivalente a la de web (la más próxima a la de tejido, pese a los últimos comentarios de Verón) o a la de net (ya que no consiste en meras conexiones ni flujos). La semiosis, en todo caso, se parece a (si es que, en definitiva, no consiste en) una network.[3]
2. MEDIATIZACIONES, OPERACIONES Y ESCALAS: EL CUERPO REENCONTRADO
Verón mismo recuerda que, desde muy temprano en su obra, se ocupó de la producción de sentido articulando la intervención del cuerpo con el estudio de las mediatizaciones, cuando esta relación no era habitual en el ámbito de las investigaciones sociales:
Haber abordado la mediatización a través de la problemática del cuerpo significante (otro de [mi]s temas recurrentes) me resulta, a posteriori, una feliz casualidad. Esta conjunción de la mediatización y la corporeidad no fue sin duda casual, aunque en el periodo en que realicé estos trabajos no tenía ninguna conciencia de las razones que pudieron haberme llevado a esa doble problemática. O más bien llevado a juntarlas, porque el interés por la cuestión del cuerpo venía de muy lejos: hice mi tesis de Licenciatura sobre “Cuerpo y experiencia. Para una psicología social de la imagen del cuerpo”. Fue prolongada después, ya en el laboratorio de Lévi-Strauss, en un análisis del papel de la imagen del cuerpo en el funcionamiento de una sociedad aborigen australiana. (Verón 2001: 105)
La observación de que el sentido atraviesa la discursividad en la circulación tejida entre cuerpos –humanos y de los otros–, potenció la dimensión operatoria como eje de sus análisis y teorizaciones.
La adopción de la operatoria peirceana basada en los tres tipos de signos se fue profundizando hasta su último trabajo, en el que sostiene explícitamente la viabilidad de lo social activada en la circulación discursiva porque tanto los actores como los medios –y todos los otros sistemas sociales– comparten los mismos tres órdenes de la semiosis. Ya había anticipado esto en “El cuerpo reencontrado” (Verón 1988: 148):
Sería un error pensar que el problema de la articulación entre los tres órdenes del sentido sólo es pertinente en el nivel de los intercambios interpersonales entre actores sociales. Estos tres órdenes son aquéllos a través de los cuales se despliega la semiosis entera. Se podría decir que el surgimiento de la cultura y la constitución del lazo social se define por la transferencia de estos tres órdenes sobre soportes materiales autónomos, en relación con el cuerpo significante.
Volvió a tratar la cuestión dos décadas más tarde en términos de interfaces, articulándola con la teoría luhmanniana (Verón y Boutaud 2007). Le dio su última pincelada al problema en el inicio de la tercera parte de La Semiosis Social, 2, dedicada a las complejidades emergentes entre los sistemas socioinviduales y los sistemas sociales: manteniendo la fundamentación peirceana, explicó estas relaciones en términos de isomorfismo operatorio significante (Verón 2013: 301-302, 431).
En los últimos años, además, hizo algunos ajustes para rearticular la mediatización con el origen mismo de la semiosis, incorporando otros ejes operatorios.
Entonces identificó dos escalas de organización y circulación de la materia significante, la temporal y la espacial. Y propuso que hay mediatización –diferente de mediación– en virtud de dos tipos de operaciones: persistencia y autonomía, las mismas que menciona como características de la industria lítica de los homínidos de hace más de dos millones de años.[4] Me resultó llamativo en su momento que Verón haya incluido solo estas dos escalas –tiempo y espacio–, y que no hubiera una escala para la intervención de la corporalidad. Los trabajos producidos sobre el cuerpo como operador del sentido y la comunicación arrancan en su tesis de Licenciatura, insisten generosamente en toda su obra, y llegan hasta su último trabajo (2013), como por ejemplo, cuando en las páginas 207-208 subraya la acción oral del cuerpo en la transición del rollo al códice. A propósito de ello, y de una discusión inconclusa que tuve la fortuna de mantener con él, voy a expresar mi posición que, creo, tiende a poner en valor sus propias hipótesis, con fundamentos tomados de su producción teórica.
Además de las escalas espacial y temporal, sugiero pues que opera una tercera escala, que podría llamarse intercorporal, que reintroduce la participación fundamental del cuerpo significante en la mediatización.[5] Veamos: toda circulación discursiva está afectada de desfase de sentido entre sus condiciones de producción y las de reconocimiento. Esto sucede incluso en los casos en que el discurso se produce y reconoce sin la alteración de ninguna de las tres escalas, es decir con plena convergencia, que Verón indica como consistente solo en mediación. El cuerpo allí es, a la misma vez, interfaz, referencia y soporte de la discursividad. El cuerpo, los cuerpos. Las dimensiones espacial y temporal se subsumen a su lógica, a su despliegue, casi desapareciendo debajo de él. Esta convergencia produce lo que con justicia Verón (2002, 2014) denomina máxima contextualización, por concurrencia entre producción y reconocimiento en las tres escalas, y por difícil o imposible diferenciación entre texto y contexto.
Fuera de la innovación con impacto local en cuanto al desarrollo instrumental, la industria lítica es el mejor síntoma que se tiene del origen de la semiosis en la especie humana, hace más de dos millones de años. Con ella se introducía –¡y por ello llegó hasta nosotros!– lo que Verón sintetizó en los dos tipos de efectos operatorios: persistencia y autonomía. Sin embargo, hubo que esperar hasta las protoescrituras y escrituras –hace algunos cientos o decenas de miles de años, según lo que se tome como tales– para que aparezcan los primeros instrumentos “comunicacionales” conocidos.[6] Estos activaron alteraciones cruciales de las escalas espacial y temporal, sobre todo en cuanto a la persistencia: la escritura, como toda grafía, es una técnica de la memoria.
Ahora bien, el salto más grande que se ha dado en la historia de las prácticas y tecnologías de la producción significante aparece con la imprenta –en su uso occidental–, es decir, con la mediatización que introduce alteración también en la escala inter corporal. Mientras la escritura manual produce un salto en dos de las tres escalas –espacio y tiempo–, conserva aún el trazo de la mano, presencia significante –aunque variable según costumbres culturales, situaciones específicas, condiciones de circulación– del cuerpo modalizador. La imprenta, por su parte, altera los tres órdenes: sus productos viajan en el tiempo, se mueven en el espacio[7] y conservan nula inscripción o huella significante del cuerpo. Las estandarizaciones de los mensajes son consustanciales a lo impreso y sobre todo, resultado mismo de sus operatorias de sentido: discurso sin rastros del cuerpo humano en producción, en busca de un colectivo despersonalizado en la recepción. Subrayo la hipótesis: en ese proceso productivo iniciado en el siglo XV europeo se da el mayor salto evolutivo de la historia de la mediatización. Los objetos impresos conllevan la máximadescontextualización posible. Luego de ello, no se pudo ir más allá. La consolidación de la imprenta marca el inicio de la mediatización llamada masiva, y tal vez por ello, ahora ciertos teóricos europeos[8] la confunden con el inicio de la mediatización tout court.
¿Cómo valorizar entonces todo lo que se produjo después de la escritura y la imprenta? En este esquema, cada nueva invención –y recordemos que occidente concentró el mayor conjunto de invenciones de tecnologías de mediatización solo en el siglo que va de 1830 a 1926[9]– con sus prácticas sociales y condiciones de circulación, contribuyó a la posibilidad de reducir esa máxima brecha. Digamos que, desde esta visión, después de la imprenta, ninguna de las siguientes innovaciones tecnológicas trazó una progresión hacia el infinito: la brecha entre producción y reconocimiento ya fue extendida al máximo en las tres escalas por la industria de lo impreso. Y cada una de esas “nuevas tecnologías” solo tendió a aproximar producción y reconocimiento, reduciendo o anulando la alteración de alguna de las tres escalas: los dispositivos tele- pugnan por sincronizar el contacto en espacios distantes; las -grafías conservan lo producido en otro tiempo; y varias de ellas guardan o conectan huellas y fragmentos de cuerpos (Cingolani 2014). Acaso, más que de un Big Bang, hemos estado –y continuamos– viviendo un sugerente Big Crunch.
La serie de “nuevas tecnologías” compone un álbum de matices diversos de las tres escalas, lo que permitió a cada uno de ellos no sólo activar transformaciones en las prácticas, sino también cubrir zonas discursivas y enunciativas diferentes. Esto explicaría también por qué las novedades tecnológicas no compusieron una dinámica de superaciones o suplantaciones.[10] Y por qué hoy todas ellas conviven en interfaces convergentes. En definitiva, son todos dispositivos recontextualizadores; es decir, ninguno restablece la plenitud contextual del cara-a-cara, como ninguno supera la máxima descontextualización gestionada por lo impreso.
La introducción de las escalas permite ver al mismo tiempo la transición entre mediación y mediatización, sin perder de vista que hay pasajes operatorios a ambos lados de la frontera. Entiende Verón, como ya vimos, que el isomorfismo operatorio es lo que posibilita intercambios discursivos entre individuos y/o soportes mediatizados. Frente a modelos que han intentado asimilar el desarrollo filogenético al ontogenético en el humano, Verón evidenció una contraposición, sin lugar para ingenuidades ni comparaciones forzadas. Si el niño inicia su vida con una etapa primordialmente indicial, y a partir de la fase del espejo, articula operaciones analógicas antes de incorporar definitivamente la terceridad y el lenguaje (1988: 140-149), la secuencia se invierte en la evolución de los procesos de mediatización colectiva, iniciándose con la progresiva implantación de la imprenta (símbolo), y acelerando la secuencia desde mediados del siglo XIX con la masificación de los medios de producción icónica (fotografía, cine) y finalmente el contacto mediatizado por la radio y la televisión (índice) (Verón 2001: 108-109, 2002: 132).
Brota la pregunta de por qué el proceso de mediatización se dio de modo inverso al del trayecto ontogenético. Tal vez la respuesta se encuentra en la naturaleza de cada modo operativo. El símbolo –terceridad: ley, código, generalización– ha sido mediatizado por la impresión primordial de la palabra, articulando estandarización de los textos, generalización de lo tematizado y colectivación del interpretante. En procesos sociales tan vastos, siempre es difícil sostener qué dio origen a qué, pero su afianzamiento como primer medio “de masas” pudo obedecer a que no hay nada más “sencillo” o semióticamente menos “costoso” de mediatizar que lo simbólico, ya que es la operatoria más resistente a la máxima descontextualización. Luhmann (2000: 2) agita la paradoja de que “mediante el rompimiento del contacto inmediato se aseguran altos grados de libertad de comunicación”.
Por el contrario, en el polo del contacto pleno, cara-a-cara, en la mayor contextualización, se da una fiesta de índices e íconos que pasan por el cuerpo, la gestualidad, los tonos, las actitudes expresadas consciente e inconscientemente. Allí, el lenguaje -en su dimensión simbólica, codificada- es recesivo (Figura 1).

Los dispositivos que no se ubican en ninguno de ambos polos son, precisamente, mediatizadores de lo icónico y de lo indicial, con las transposiciones del caso. En ellos, además de reducirse la brecha espaciotemporal, se reintroduce al cuerpo, un cuerpo mediatizado, conformado por huellas o fragmentos visibles o audibles: la voz, la mirada, el semblante, los humores, la vitalidad, los tonos, las maneras…
La mediatización de las operaciones primeras y segundas, es decir, de las representaciones icónicas y del contacto indicial, produce…lo que llamaremos rupturas de escala. …la mediatización de la primeridad y de la secundidad introduce en un nivel colectivo operaciones que antes sólo eran posibles en el contexto inmediato de la semiosis interindividual: cuando el susurro pasional del amado en el oído de la amada, es visto en gran plano y escuchado por varios millones de personas, estamos ante un fenómeno de ruptura de escala. Los medios modernos, llamados durante mucho tiempo "de masas", son dispositivos de ruptura de escala. (Verón 2002: 132-133)
Con pérdidas y paradojas enunciativas, otra vez arribamos al cruce entre cuerpo y mediatización, con operaciones que tienden a singularizar, a des-autonomizar, a recontextualizar.
3. LA RED Y LA RED
Que la semiosis sea descripta como una red, justo cuando se sugiere que estamos en la “Era de las Redes”, resulta solo un escollo. De hecho, páginas atrás, me apresuré a decir que la semiosis, si es una red, está mucho más cerca de su condición de network que de web. También como network, “la Red de redes” tiende a asimilarse a la semiosis en cuanto a lo que funge discursivamente en ella: por medio de ella nos llegan cada vez más cosas, más prácticas se han transpuesto a su disponibilidad, y también en y con ella se han inventado otras. En su último libro, Verón ha dicho que la Red implica una “revolución del acceso”. Algunos leyeron esto como una provocación. Pero desde el punto de vista de su teoría, la propuesta en consistente. La Red de redes, como tal, no es un medio nuevo, y tampoco es estrictamente un dispositivo.[11]
Es innegable que producirá cambios –¡una “revolución”!, al decir de Verón–, pero dentro del rango de operaciones primeras, segundas y terceras que ya fueron mediatizadas. En la WWW podemos encontrar todos los mismos medios desarrollados en aquel frenético siglo de las viejas nuevas tecnologías, que recompusieron parcialmente las distancias en las tres escalas. Pero no es difícil ver que con revolución no hace referencia solo a un incremento. Acumulación cuantitativa que desencadena un salto cualitativo, la Red multiplica los accesos bajo los mismos efectos operatorios de autonomía y persistencia; es decir, aumenta las superficies y opciones de contacto, y produce el mayor reservorio de textos jamás imaginado, con una economía de acceso también inédita. Esa doble convergencia que atraviesa la Red, exuberante de matices y articulaciones entre autonomía y persistencia, entre colectivos e individuos, exige más que nunca manejar las sutilezas analíticas.
El último Verón llama a investigar, a partir de los discursos y sus relaciones con los dispositivos, la configuración de mundos –entendida como haces de operaciones productoras de y producidas por los sistemas socioindividuales– y las transiciones entre esos mundos (2012; 2013: 432) para poder comprender la paulatina transposición/traslación de la red a la Red. La revolución del acceso es una transformación no en el nivel de las operaciones sino de la multiplicación de las transiciones entre lo público y lo privado, entre las identidades sociales y la configuración de colectivos.[12] Los cuerpos marcan la diferencia entre los límites del ciclo vital de un sistema socioindividual y el de un sistema social –ya que solo aquél muere– (2013: 432). Lo novedoso y lo cambiante de la Red no es sino la multiplicación exponencial de combinatorias de operaciones semióticas en contextualizaciones y descontextualizaciones entre espacios-tiempos-cuerpos. Eso está facilitando nuevos matices enunciativos, multiplicados en sistema: cada uno es una condición diferencial respecto de lo que ofrecen los otros dispositivos. El último gesto de Verón ha sido, evidentemente, este: ante la revolución de la Red, observemos la evolución de la red.
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Notas