Resumen: Este artículo tiene por objetivo explorar, en la obra de Eliseo Verón, la genealogía y desarrollo histórico de tres conceptos intrínsecamente interconectados –enunciación, mediatización y desfase (décalage)– postulando que el vínculo entre éstos no es causal, sino del orden de la operación político-intelectiva del tornar visible e inteligible, es decir como una relación de ‘visibilización’. A partir de ejemplos tomados de sus estudios sobre fotografía y televisión, este trabajo se concentra en analizar el rol central que ocupa tanto el cuerpo significante como la enunciación como procesos y operaciones semióticas en las teorías veronianas de la mediatización y del décalage/desfase.
Palabras clave:Semiótica Latinoamericana Semiótica Latinoamericana ,Eliseo VerónEliseo Verón,mediatizaciónmediatización,décalage/desfasedécalage/desfase,enunciaciónenunciación,fotográficafotográfica,televisivatelevisiva.
Abstract: This article seeks to explore the genealogy and historical development of three intrinsically interconnected concepts within Eliseo Veron’s oeuvre – enunciation, mediatization and meaning-gap or out-of-joint-ness (décalage)– by claiming that the relation between them is not causal, but politico- intellective insofar as it renders each other visible and intelligible, thus putting forward the hypothesis of a relation of “visibilization”. By using examples taken from his research work on photography and television, this paper focuses on analyzing the central role carried out by enunciation and the signifying body as semiotic processes and operations of enunciation in Verón’s theories of mediatization and of the décalage (meaning-gap or out-of-joint-ness).
Keywords: Latin American semiotics , Eliseo Verón, mediatization, décalage/ semiotc gap, photographic, televisual enunciation.
I. ESCENARIOS
ENTRE ENUNCIACION, DESFASE Y MEDIATIZACION: PENSAR DE OTRO MODO [i]
BETWEEN ENUNCIACION, DESFASE AND MEDIATIZACION: THINKING OTHERWISE
Partiendo de la imbricación intrínseca entre tres procesos que en la obra de Verón pueden leerse como conceptualmente solidarios –(a) enunciación, (b) décalage/desfase/desfasaje constitutivo del sentido y (c) mediatización– mi objetivo es desarrollar, profundizar y poner a prueba una hipótesis teórico-histórica que he postulado en otro lugar (Olivera, 2015). En aquel trabajo yo me proponía leer el enorme corpus de textos que nos ha dejado el semiólogo argentino, a partir de dos líneas genealógicas: (a) por un lado, el trabajo empírico-conceptual sobre la mediatización como condición de posibilidad de la emergencia de un pensamiento ternario sobre el lenguaje y el sentido, a través de la noción de desfase ‘constitutivo’ (Verón 2013: 292) y ‘estructural’ (302) entre producción y reconocimiento; y (b) a la inversa, el concepto de décalage [desfasaje/desfase] entre producción y reconocimiento –núcleo “estructural” y constitutivo del sentido– opera como la superficie argumentativa de emergencia del concepto veroniano de ‘mediatización’.
A manera de desarrollo y avance de mi primera hipótesis de lectura esbozada más arriba (a), en el presente artículo sostengo que entre mediatización y ‘desfase’ la relación no es causal. Lejos de toda causalidad –sea esta subsunción hipotético-deductiva, explicación histórico-genética o teleológico-funcional– yo me atrevería, más bien, a interpretar esta relación como de visibilización intelectual: el proceso de mediatización opera como condición de inteligibilidad del concepto de décalage, es decir como una especie de catalizador de este último. A su vez, el desfase es condición necesaria de emergencia, existencia y desarrollo de la mediatización como proceso real e histórico, pero no su ‘causa’. Ninguno de los dos procesos se encuentra ‘subsumido’ o ‘lógicamente contenido’ en el otro, al modo de los vínculos causales lineales. Por el contrario, la investigación y reflexión sobre el primero permite que el segundo emerja a un umbral de lo inteligiblemente visible. La relación entre mediatización y décalage/desfase así entendida, es decir como relación de visibilización, seria, en términos peirceanos, de abducción e inferencia por primeridad.
Respecto de mi segunda hipótesis de lectura genealógica, el desfase debería leerse ya no sólo como un concepto aislado, sino como un verdadero campo conceptual de emergencia y desarrollo que hace posible que la mediatización se comprenda ya no simplemente como proceso, ‘fenómeno’ o empiricidad, sino como concepto. Es la noción de ‘desfase’ la que le confiere densidad y peso conceptual a la noción de ‘mediatización’.
Es debido a la relación de visibilización mencionada en (a) que, desde mi punto de vista, Verón postula la mediatización como vía de acceso a la semiosis; y de un modo más radical aun, en sus propias palabras, la mediatización es la constructora de las ‘únicas puertas de acceso’ a la historia de la semiosis (Verón 2013: 291). Proceso crucial pero impensable por fuera de la terceridad, dado que al hablar de ‘acceso’, Verón está apuntando a la circulación y sus reglas (200)[iii], es decir a la terceridad de la semiosis social. De hecho, no es sólo a través de la autonomización y persistencia de los discursos en los fenómenos mediáticos (primeridad y secundidad), sino también en virtud de las reglas de producción y reconocimiento introducidas, institucionalizadas y amplificadas por el proceso de mediatización de los discursos (terceridad), aquello que vuelve visible el desfase (=no linealidad), desde la posición del observador.
En consecuencia, la relación entre fenómenos mediáticos y desfases tampoco es causal, sino de institucionalización, multiplicación y amplificación (de los primeros respecto de los segundos), pero esta institucionalización y amplificación sólo es posible gracias a la terceridad propia del proceso de mediatización. Es decir, si el desfase del sentido es constitutivo (Verón 1987a; 2013: 292; Sigal y Verón 1986: 16), debido a la semiosis y sus ‘mediaciones’ –dándose incluso en cualquier relación no mediatizada como en la comunicación interpersonal (Verón 1987a: 147-148, 2004: 65-67, 2013: 143-149, 2014: 17, Olivera 2015: 119-120), esto es, sin la intervención de un ‘fenómeno mediático’ capaz de persistir en el tiempo– mi hipótesis es que la relación entre los dos primeros conceptos clave es de visibilización: la mediatización vuelve visible un desfase que es constitutivo y lógicamente anterior, aun en comunicaciones interpersonales o interacciones no mediatizadas.[iv]
Es cierto que los fenómenos mediáticos proporcionan materialidad, autonomía y persistencia en el tiempo a los sistemas sociales –siendo ésta una de las diferencias cruciales de los primeros respecto de los ‘comportamientos’ que solo consiguen exteriorizar corporalmente en tiempo presente a los sistemas psíquicos– de modo tal que los fenómenos mediáticos son aquellos que ‘hacen posible la intervención de la temporalidad’ (pasado y futuro) y, así, ‘la construcción del espacio-tiempo histórico’ (Verón 2013: 298-300) en el sistema social. Sin embargo, hay que subrayar que los fenómenos mediáticos no son, en sí mismos, condiciones suficientes para la hominización de las sociedades –la emergencia de verdaderos ‘sistemas sociales (humanos)’, ya que, como veremos ‘sin mediatización no habría sociedades humanas’ (2013: 299).
Esto se debe a que si bien la autonomía y la persistencia en el tiempo propia de los fenómenos mediáticos son precondiciones necesarias, no son suficientes para que se produzcan tanto las rupturas y alteraciones de escala como el despegue de lo social respecto de los sistemas psíquicos: es solo a partir de estos dos últimos procesos –ambos requieren de una materialidad temporal con capacidad de (meta)reconfiguración, hacia adelante y hacia atrás– que puede iniciarse el proceso evolutivo de la semiosis social.[v] Es decir, si bien ‘los fenómenos mediáticos están en el origen de los sistemas sociales’ (301), y el proceso ‘evolutivo’ les otorga a los primeros la posibilidad de incoar a los segundos –haciendo así posible que los fenómenos mediáticos accedan a configurarse en procesos de mediatización– de ningún modo se lo aseguran ni, de suyo, se lo garantizan. Esto es así porque, en mi lectura de la semiosis social de Verón, el pasaje evolutivo del fenómeno mediático al proceso de mediatización no es necesario ni universal: está regulado por indeterminación y contingencia, que –a diferencia de la necesidad– son características constitutivas de la terceridad y de los procesos simbólicos.[vi]
Como muy bien lo ha planteado Traversa (2015), sabemos que la mediatización (en ‘trayectoria larga’) es un proceso potencial y operacionalmente inscripto en la capacidad de semiosis de todas las sociedades humanas desde la hominización, pero subrayemos: ‘potencial y operacionalmente’ inscripto en la semiosis en tanto que capacidad o facultad (Verón 2013, Verón 2014). Sin embargo, dentro de la obra de Verón, es la mediatización generada por la prensa de masas y los medios electrónicos (su ‘trayectoria corta’) aquella que se encuentra en la génesis misma de su concepto semiótico de desfase.
En efecto, el semiólogo argentino elabora por primera vez su concepto de desfase en 1978 –en su artículo seminal titulado “Semiosis de lo ideológico y del poder”– a partir de una conceptualización de sus propios trabajos empíricos, llevados a cabo hasta ese momento sobre la red mediática contemporánea: es decir, es un concepto cuya génesis se ubica en la ‘trayectoria corta’ de la mediatización. De allí que en su diccionario de 1979, defina al ‘desfase’ como categoría más bien metodológica, herramienta central en la constitución de corpus de investigación: ‘desfase’ allí se refiere específicamente a la relación entre corpus de textos (las relaciones sistemáticas entre un conjunto de textos objeto de análisis y otros grupos de textos que son sus condiciones) (Verón 1979). Treinta y cinco años después, en un pasaje de reelaboración auto-reflexiva de La semiosis social 2, dirá:
‘En lo que a mí respecta, […] llegué a la propuesta de un modelo de desfase entre producción y reconocimiento a partir de problemas planteados por la mediatización contemporánea. Sin embargo, cuando se considera la historia de la semiosis desde el punto de vista de las consecuencias de las transformaciones generadas por los soportes técnicos, resulta claro que cada uno de los grandes momentos de esa historia puede ser visto como una reconfiguración del desfase entre producción y reconocimiento, bajo la forma de cambios en las relaciones sociales.’ (2013: 294; los enfatizados son míos)
Ahora bien, estos ‘grandes momentos’ son momentos clave de cesura, saltos, discontinuidades y rupturas dentro de la continuidad evolutiva de la historia de la semiosis en la medida en que testimonian ‘cambios en las relaciones sociales’. Estos cambios propios del proceso de mediatización, que Verón estudia apoyándose críticamente en la obra de Luhmann, tienen mucho que ver con lo que el sociólogo británico Anthony Giddens (1979) ha designado procesos de estructuración de las sociedades.
Los procesos de mediatización son entonces aquellos que mejor señalan las rupturas y reconfiguraciones dentro de las continuidades evolutivas de la semiosis: de allí su carácter de meta-procesos (la mediatización es, ante todo, ruptura y reconfiguración, para adelante y para atrás, y esto explica su condición de proceso histórico ‘meta’; cf. Olivera 2015). En tanto que meta-proceso, la mediatización se define no fenomenológicamente (no es una simple colección de fenómenos mediáticos perceptibles), sino meta-históricamente, esto es, epistemológicamente.
Uno podría reconstruir la emergencia y recorrido histórico de los conceptos de ‘desfase’ y ‘mediatización’ en la obra del semiólogo argentino, dado que ambos irrumpen en textos datados o fechados, pero se trata, en el fondo, de rastrear la genealogía de dos conceptos íntimamente interconectados: de allí que la tarea que me ocupa es tanto establecer conexiones entre cada uno de ellos como también separarlos analíticamente –respetando las tan diferentes heterogeneidades de sus respectivas fuentes teóricas– para poder comprenderlos. Si seguimos (cronológicamente) la producción de Verón, podemos corroborar cómo, en una primera lectura, el concepto de ‘desfase’ precede al de ‘mediatización’, así como el hecho de que el concepto de mediatización (‘trayectoria corta’) es formulado en los años 80 y 90 (Verón 1983, 1985a, 1986 [1997], 1987a, 1987b, 1989 [1992]) con anterioridad a la mediatización en su sentido antropológico de ‘trayectoria larga’. Así podemos reconstruir la emergencia de cada uno de estos conceptos, simplificando un poco el proceso en aras de cierta esquematización con intención reveladora, en la siguiente línea de tiempo[vii] :
1978: “Semiosis de l’idéologique et du pouvoir” à la noción de décalage / desfase aparece como “red” con forma de “estructura de sucesivas intercalaciones” (1978 [1997]: 19) (o “estructura de encastramientos” (1978 [1980]) que vincula producción y reconocimiento de manera no “directa” ni “lineal”
1979: “Dictionnaire des idées non reçues” à décalage / desfase
1985 : “Le séjour et ses doublés” à mediatización (“trayectoria corta”)
1986: La mediatización à mediatización (“trayectoria corta”)
1987 [1975-1984]: La semiosis social 1 à mediatización (‘trayectoria corta’; imprenta y prensa)
2013: La semiosis social 2 à mediatización (sentido amplio; ‘trayectoria larga’)
2014: “Teoria da midiatização: uma perspectiva semioantropológica e algumas de suas consequências” à mediatización (sentido antropológico; ‘trayectoria larga’)
En mi lectura, aquello que resulta coextensivo es el (1) proceso de mediatización y (2) la capacidad humana de semiosis –entendida esta última como una potencialidad del homo sapiens. Pero lo que no comporta, ni puede comportar, una relación de coextensividad, y mucho menos de presuposición recíproca, son los (posibles) vínculos entre, por un lado,
(a) la mediatización (un proceso meta-histórico, pero operacional y estructurante o configurador, y en este sentido, formal) y, por otro lado,
(b) las sociedades humanas (su objeto, histórico, pero no meta-histórico ni regulado por la misma historicidad, y no operatorio ni formal, sino concreto).
En efecto, el vínculo entre (a) tal proceso y (b) sus objetos –los (sub)sistemas sociales y sus agentes– no es, por lo tanto, necesario, sino –como bien lo ha explicitado el propio Verón (2013: 298)– evolutivo, indeterminado y contingente. Esto explicaría la caución o falta de certeza en la formulación de Verón: ‘sin mediatización no habría sociedades humanas’ (2013: 299; mis enfatizados), pero la mediatización no es, de hecho, un fenómeno universal –ya que es un ‘resultado operacional’ y contingente de la semiosis– aun si los fenómenos mediáticos que son su precondición son, de hecho, universales (Verón 2014: 14)[viii]: aparecen en todas las sociedades humanas. La historicidad y no-universalidad del proceso de la mediatización se manifiesta, por contraste, en el hecho que no todas las esferas de las sociedades complejas –sus objetos y agentes– se mediatizan al mismo tiempo ni con la misma velocidad ni del mismo modo (Verón 1985a, 1987a, 1987b), de allí que Verón haya acuñado la expresión “sociedades en vías de mediatización” (1985a).
La ‘mediatización’ como concepto alude, entonces, a un proceso (meta)histórico y contingente, según el cual el momento de cesura/ruptura es central: aun dentro de las continuidades evolutivas, la mediatización enfatiza esos ‘grandes momentos’ en los que emerge lo nuevo en la forma de ‘reconfiguraciones del desfase entre producción y reconocimiento, bajo la forma de cambios en las relaciones sociales’ (Verón 2013: 294; el enfatizado es mío). Cuando hablamos de mediatización hablamos de procesos sí, pero no de cualquier proceso –aunque sean de ‘larga duración’– sino de procesos que reconfiguran desfases (tanto retroactivamente como hacia adelante). Y es en este sentido de reconfiguración que el concepto de mediatización es imposible de ser comprendido sólo (fenomenológicamente) a partir de los ‘fenómenos mediáticos’, ya que la mediatización se define como aquellos modos a través de los cuales los fenómenos mediáticos han contingentemente marcado la evolución de la especie (Verón 2013: 148-49).
Y el acceso al análisis de los procesos de mediatización sólo puede ser metadiscursivo o metalingüístico, y por lo tanto enunciativo, nunca meramente empírico (Culioli, 2000 [1990]: 9-46; Fisher y Verón, 1999 [1986], Auroux, 1992: 46-47; La Mantia, 2014: 275-280).
Ahora bien, si la mediatización es el modo según el cual los fenómenos mediáticos han marcado la evolución de la especie, entonces la mediatización tiene que ver con marcas, es decir con secundidad y terceridad. Secundidad porque son las marcas aquello que le asegura persistenciaen la historia, pero también terceridad porque para que las huellas materiales/sensibles puedan ser identificadas, reconocidas, ‘legibles’, en fin, como ‘marcas’ –huellas de alguna otra cosa– dichas huellas deben estar sujetas a ciertas reglas de acceso al sentido (terceridad), y poder producir así alteraciones (temporales) de escala. Si la mediatización siempre produce alteraciones de escala, su precondición es que las huellas que los fenómenos mediáticos dejan en nuestra historia puedan ser leídas como marcas según ciertas reglas que le den sentido.
Comencemos por historizar cómo Verón fue conceptualizando y haciendo suya la noción de ‘enunciación’: a pesar de la indiscutible indicialidad y secundidad que define a este proceso semiótico –aspecto profusamente teorizado por la lingüística, el análisis del discurso y la semiótica– Verón siempre destacó la centralidad que el orden simbólico juega en los procesos semióticos de enunciación, debido a que estos últimos son la vía de acceso del sujeto a la historia (Agamben, 1993 [1978]): en efecto, la enunciación remite a lo simbólico en la historia, o más exactamente, a cómo lo Imaginario se articula con lo Simbólico (Lacan).
Ya en 1978, Verón formula el vínculo inextricable entre enunciación e historia como aquel proceso por el cual lo imaginario se revela como ‘insertado’ en estructuras simbólicas, entendiendo “lo imaginario” –en un momento en el cual diversas teorías sociales y no sólo Althusser reformulaban la noción de ideología, con o sin los aportes de Lacan– como lo dinámico de la historia y sus agentes, sean éstos reproductores o transformadores de estructuras (simbólicas). Verón ubica, así, a la enunciación en el lugar de ‘encuentro’ entre una teoría del sujeto y una teoría de la producción social del sentido, pero la enunciación no es simplemente una ‘dimensión’ o ‘nivel’ mas, entre otros, del discurso –una especie de ítem adicional en la lista que lo yuxtapone equivalencialmente en un mismo espacio parentético con otros ‘niveles o aparatos discursivos’ como el narrativo, el argumentativo, el lexicográfico o el retórico– sino que ‘entraña […] una transformación global y profunda de la concepción de la actividad relativa al lenguaje [l’activité langagière]. Entrelazando por doquier a las operaciones discursivas, afectando continuamente, por este hecho, al material lexical, el dispositivo de la enunciación es esa red de huellas por la cual lo imaginario de la historia se inserta […] en estructuraciones determinadas del orden simbólico’ (Verón 1978 [1997]: 36-37; los enfatizados son míos).
Es precisamente esta singular inserción, históricamente situada, de lo Imaginario en lo Simbólico (Lacan) que define a la enunciación, la razón por la cual ésta permite dar al analista del discurso algún acceso, siempre parcial y fragmentario, al orden de lo Real (Lacan): es así que ‘enunciación’ y ‘cuerpo’ están en la base del concepto veroniano de ‘mediatización’. Según las palabras del propio semiólogo, la ‘conjunción de la mediatización y la corporeidad’ emergieron ambas, en su trabajo, como partes de una ‘doble problemática’ (Verón 2001: 105).
Por fin entonces podemos comprender la mediatización contemporánea no como un proceso de proliferación simplemente cumulativa de imágenes y simulacros –una pretendidamente ‘nueva’ e ‘inédita’ invasión del engañoso ‘universo de los pseudos’– sino como un verdadero proceso que atañe al orden del cuerpo (de las imágenes o de los textos) y no al orden de las imágenes (del cuerpo): de allí el título de uno de sus libros que logra sintetizar, precisamente a partir del proceso semiótico de la enunciación, el nudo gordiano del problema de la mediatización: ‘el cuerpo de las imágenes’. (Verón 2001).
De esto se desprende que el problema de la mediatización sea entendido no a partir de sus efectos (imaginados ‘en producción’) –los espejismos de los simulacros (cf. Verón 2004: 66-67)– sino primariamente a partir de sus condiciones materiales (el cuerpo, los cuerpos humanos y textuales) y formales (la enunciación como proceso semiótico-performativo y como operación formal, metalingüística efectuada ‘en reconocimiento’ (Fisher y Verón, 1999 [1986]: 183-186). Y es por esta doble razón que la mediatización es, en sí misma, un problema político: un problema de configuración de mundos en el contexto específicamente político que le es propio, el de los ‘ciclos de vida’ de los sistemas socio-individuales (Verón 2013: 421-432), y no meramente en el de sistemas sociales abstractos como las instituciones, las organizaciones burocráticas o el Estado. En efecto, los colectivos (de identificación) se constituyen a nivel de la enunciación (Verón, 2001: 67-86), precisamente en la articulación de los sistemas socio-individuales con los sistemas sociales (instituciones, Estado) (2013: 430-432): lejos de los fantasmas de los simulacros y las imaginerías atribuidas a los medios (Verón, 1987: iii-iv, Olivera, 2011: 68-74), éstas son sus superficies materiales de inscripción a través del proceso material y de la operación formal de la enunciación.
Volviendo a nuestro problema teórico inicial, la mediatización cumple un rol conceptual fundamental: vuelve visible el diferir entre producción y reconocimiento, ubicado en el interior del proceso (semiótico) de la enunciación –esto es, en la operación formal que esta implica– y no en su acto (empírico), y es en ese ubicarse precisamente allí, material yformalmente en ese desfase, desde donde puede tornar visible dicho desfase que produce sentido.
Inspirado en una teoría lingüística no representacionalista como la de Culioli (2000: 9-46) que hace de la ‘no-linealidad de la constitución del enunciado’ (Aroux 1992: 47), así como del recorrido analítico que va de lo empírico a lo formal (Culioli 2000: 20; 46) –y de su necesaria distinción e interconexión (Aroux 1992: 51-57)– principios tanto teóricos como metodológicos, Verón distingue entre ‘enunciación’ y ‘acto de enunciación’ (Sigal y Verón 1986: 127-128). Esta distinción no es sino otra forma de referirse al desfase del sentido –su radicalidad no-linealidad– vuelto visible y conceptualizable por la mediatización. Es precisamente en su debate contra toda concepción empirista (psicologista, sociologista, subjetivista) (Verón 2013: 111-113; 117)[ix] del proceso semiótico de la enunciación que Verón (2013: 95-107) hace suya la formulación propuesta por el tercer Metz (1991: 187 in Verón 2013: 106), “la enunciación –lejos de toda personificación ‘antropoide’– es el hecho de enunciar”.[x]
Corresponde aquí distinguir entre la enunciación como mero ‘acto empírico’, de la enunciación como ‘proceso semiótico’ y operación formal. La teoría semiótica de Verón se apoya en este punto en la distinción propuesta por Culioli (2000 [1990]) para la lingüística, pero que Verón reformula y re-conceptualiza para todo el campo semiótico de los lenguajes sociales ‘complejos’ en una operación que no tiene nada de linguo-centrista (Fisher y Verón, 1999 [1986]). Verón critica al empirismo tanto de la teoría de los actos de habla (la filosofía inglesa del lenguaje ordinario) como su recepción francesa, en la medida en que confunden una operación formal (construida por el analista en reconocimiento), con el acontecimiento irrepetible de producir un enunciado (ya sea como dato empírico o como experiencia de un sujeto anterior a cada locución concreta).
Esta crítica se inspira en la crítica que Culioli había formulado a la concepción de la enunciación en Benveniste y Ducrot, en tanto que estos últimos reducen la enunciación a un pasaje empírico entre un locutor de carne y hueso (antropomórfico) y un enunciado particular. Obviamente, la crítica a tal ‘empirismo’ no implica denegar el orden de la experiencia (ni el trabajo metodológico sobre corpus concretos), pero en lo fundamental, no apunta simplemente a tales reduccionismos, sino más bien, al presupuesto –tanto empirista como idealista, porque su idealismo es la medida de su empirismo en tanto que éste no remite sino a aquél– de que la enunciación sea entendida como meramente reveladora de un sujeto empírico, mal llamado ‘real’, que la precede, es decir comprendida como un problema de locutores y subjetividades, estudiados ‘en producción’.
Aun cuando Benveniste hable de la enunciación como ‘aparato formal’ que operaría como mediación de la experiencia del sujeto (Benveniste, 2011 [1974]: 67-88, Kristeva, 2014 [2012]: 38-42), como un acontecimiento o experiencia ‘inherente a la forma que la transmite’ (68), y en este sentido no como un dato empírico (lexical) bruto, sigue pensándola como el resultado de un acto de un sujeto productor que la precede y a quien dicho acto expresa.
En este contexto, la crítica de Verón al empirismo no apunta así a un ‘reduccionismo empírico’ por falta de teoría, sino al empirismo como un problema de la propia teoría de la enunciación: tales teorías serian empiristas no por reducción de lo teórico o lo formal a la experiencia, sino porque son incapaces de construir una distancia crítica respecto de su objeto, de allí su propuesta de que la teoría de la enunciación debe construir críticamente su objeto como un ‘objeto metalingüístico’ y el sujeto enunciador es entonces un sujeto ‘teórico’ (Fisher y Verón, 1999 [1986]: 185-186). Sujeto de base real en corpus atestados o auténticos, pero construido como resultado de un análisis, a nivel metalingüístico, de procesos cognitivos heterogéneos (semióticas mixtas o sincréticas, donde lo lingüístico es tan importante como lo no-lingüístico).
Sus estudios sobre televisión (Verón 1980, 1983, 1985a, 2001) son textos claves para comprender el rol central que ocupa la enunciación en el meta-proceso histórico de la mediatización. En estas investigaciones y teorizaciones, Verón, como es habitual, historiza tanto el lenguaje del medio como los saberes –semióticos, lingüísticos, sociológicos, filosóficos– vinculados con su estudio.
El proceso de mediatización era ya anunciado por Verón (1980), en 1978, en relación al discurso televisivo, cuyo análisis lo hizo capaz de distinguir el ‘referente’ como ‘realidad-social-en-sí’, de ‘la actualidad’ como objeto (dinámico) construido por el lenguaje de los medios –distinción que desarrollará explícitamente en su investigación de 1983 sobre el impacto del lenguaje (neo)televisivo sobre la interfaz entre discurso político y discurso de la información (Verón 1983: 119-120)– y así arribar a una curiosa definición provisoria de ‘mediatización’ como aquel “poder metonímico” de co-presentar una serie de secuencias audiovisuales heteróclitas en el espacio común de una pantalla (Verón 1978 [1980]).
Esta idea temprana preanuncia la elaboración madura de la mediatización como “descontextualización del significado” a partir de un poder metonímico, que sólo los fenómenos mediáticos han hecho históricamente posible, capaz de abrir ‘múltiplas quebras de espaço e tempo’ (Verón 2014: 17). Pero este poder metonímico se sitúa y efectúa no a nivel retórico, sino enunciativo: con la mediatización televisual, la ‘realidad no es otra cosa que el discurso que la enuncia’ (Verón 1978 [1980]: 27).
Este avance de la enunciación sobre el enunciado –otra forma de nombrar al meta-proceso de la mediatización– se registra en la historización que propone Verón del lenguaje televisivo, y más específicamente de uno de sus géneros-P (Verón 1988), el noticiero televisivo. El aporte crucial de estos estudios sobre televisión (Verón 1983, 1985a), es el descubrimiento del vínculo inextricable entre mediatización, desfase y cuerpo significante planteado a través del proceso de enunciación visual, en el cual la mirada tiene una función central pero no exclusiva.
En efecto, Verón conceptualiza el eje ojo-ojo como instancia de décalage/desfase en el interior mismo del orden más primario del sentido y de las significaciones sociales. Como se ha repetido muchas veces, la televisión según Verón representaría, por primera vez en la historia de las comunicaciones colectivas, la mediatización del orden metonímico del contacto (Verón 2013: 261-276). Lo que yo quisiera enfatizar como fundamental en este proceso –en términos de una historización de las teorías del lenguaje y del sentido– es que con el ‘descubrimiento’ veroniano, lo que esta mediatización del ‘contacto ocular’ (261) estaría haciendo legible –pensable y visible– es el sentido (del orden indicial mediatizado), otra vez, como desajuste o desfase –tanto espacial, físico como también del orden delsentido – pero esta vez, en el interior de los contactos intercorporales (cf. Verón 2004: 67). Es sólo entonces que la mirada mediatizada[xi], o el eje ojo-ojo, puede operar a la vez en dos niveles que insisten en la dimensión propiamente enunciativa (visual, en este caso) de la mediatización. A continuación distinguiré estos dos niveles de análisis.
En primer lugar entonces, el eje ojo-ojo es (a) índice de ese desfase, es decir, índice en el que puede leerse el sentido (intercorporal) como desfase. En este primer sentido, el eje o-o no es legible como un simple ‘lenguaje del cuerpo’, esto es, inmediato, abierto en su significación a la percepción consciente o inconsciente de los actores sociales involucrados, y descriptible fenomenológica e ‘intersubjetivamente’ según el punto de vista de estos últimos.
En un segundo nivel de análisis, el eje ojo-ojo funciona enunciativamente, en una sociedad mediatizada, como (b) ‘caución de referenciación’ –un verdadero suplemento que garantiza la veracidad de los enunciados– a la vez que como operador semiótico que sostiene, a través de sus marcas enunciativas, todo un lenguaje a través de sus funciones específicas de puntuación, énfasis, identificación de género discursivo, interpelación y contacto con el telespectador (Verón 1983).
De lo que se trata es, en el fondo, del desfase como aquella fundamental indeterminación del sentido (Peirce, Bateson; cf. Verón, 1988a) que se debe no sólo al desajuste “estructural” entre producción y reconocimiento, sino a la radical irreductibilidad y no-pasaje entre los tres diferentes órdenes de la semiosis. Este no-pasaje remite a la fatal irreductibilidad entre los tres órdenes del sentido entendidos, en Pierce, como ‘tres lenguas’ radicalmente diferentes porque –y aquí Verón convoca a Bateson– entre esos tres órdenes no hay transcodificación sin pérdida importante e irremediable de información’ (Verón 1999:140)
La interpenetración entre mediatización, desfaseconstitutivo del sentido y enunciación constituye también el prisma de la lectura crítica que realiza Verón de La cámara lúcida (Barthes 1980). Verón (1994: 56) traduce “la puesta en primer plano de la subjetividad en la lectura (barthesiana) de las imágenes fotográficas” como ‘decalage’ [desfase] entre producción y reconocimiento. En esta traducción conceptual de la lectura barthesiana, Verón reconoce que la prioridad que otorga Barthes a la subjetividad del punctum es el resultado de un enfoque solo pragmática y pretendidamente ‘fenomenológico’.[xii] Porque la fenomenología es aquí nada más que un ‘pretexto’ (56) instrumental que le permite a Barthes desarrollar su nuevo proyecto de poner en primer plano el punctum (singularidad) por sobre el studium (contrato cultural).
Este privilegio barthesiano de la individualización subjetiva de la recepción (punctum) por sobre las condiciones de producción (studium) no haría sino reafirmar, en la lectura de Verón, el estatuto de la fotografía como discurso social, y su sentido como desajuste entre ambos. Punctum y studium, lejos de transparentar cierta experiencia fenomenológica –en la que un sujeto se ‘encontraría’, al fin, con otro sujeto o con un objeto– abren el espacio de undesfase que permite pensar las especificidades del funcionamiento discursivo de este medio en las condiciones mediatizadas propias de fines del siglo XX (circulación privada y pública).
Su discusión sobre el carácter fenomenológico o no del punctum en el Barthes de 1980 conduce a Verón a pensar la subjetividad de la foto como discurso, o más bien a reflexionar sobre el funcionamiento discursivo de la fotografía en tanto que ‘materia’ o ‘soporte técnico’, una vez que ésta ha sido constituida como discurso ‘en reconocimiento’: el repérage [localización, identificación espacial] específico dado por la recepción subjetiva de la foto familiar.
Lo que La cámara lúcida le permite ‘retomar’ a Verón no es tanto la tan remanida subjetividad del espectador/receptor disparada por el punctum de la foto –el ‘suplemento’ añadido (Barthes 1980 [1992]: 105) por lo real-imaginario de un sujeto que Barthes tiende a concebir a la Lacan– sino, más bien, un saber muy específico: el saber de que la enunciación específica de la fotografía –su temporalidad, su ‘ça-été-là’– es fundamentalmente diferente del ‘acto de enunciación’ –esto es, del acto empírico de producción de la ‘foto-enunciado’.
Es esta temporalidad paradójica de su enunciación aquello que hace visible, otra vez, la brecha o desfase entre enunciación y acto de enunciación, brecha que tiende a ocultarse en los enunciados lingüísticos orales por operaciones que hacen solapar temporalmente en un único momento –el así (mal) llamado ‘tiempo real’– dos instancias y dos temporalidades radicalmente diferentes:
el proceso (semiótico complejo) de la enunciación caracterizado por operaciones formales (re)construidas por el analista (siempre ‘en reconocimiento’) y de las cuales el locutor no es necesariamente consciente, y (b) el acto (empírico) de producción de un enunciado (verbal) por un locutor de carne y hueso (la borradura es más evidente en los enunciados lingüísticos orales).
El punctum barthesiano hará ostensible, además, que el sentido –el verdadero desfase/decalage– se produce en reconocimiento, y por lo tanto, la (co)-enunciación del punctum se produce y efectúa en reconocimiento, más allá de la indicialidad de su producción, de las intenciones o la experiencia fenomenológica, pre-discursiva o pre-simbólica del espectador y de su presunto ‘encuentro silencioso’ con la foto y su punctum.[xiii]
Y esto se debe a que la (co)-enunciación del punctum es lo propiamente simbólico de todo proceso semiótico de enunciación, entendido este último como operación formal y singular (concretamente identificable) del lenguaje (Culioli, 2000) –incluyendo los lenguajes visuales y los sincréticos o complejos (Fisher y Veron, 1999 [1986])– solo (re)construible metalingüísticamente (o metasemióticamente), como marcas, ‘en reconocimiento’ por el analista.
Si el noema de la fotografía no es más que un ‘hecho técnico’ –‘aquello que permanece del objeto o de la escena’ dirá Verón (1994: 55)– no es allí donde se constituye su sentido. Y es en este punto donde el semiólogo argentino se distancia de Barthes: no es en el noema ni en el punctum donde se produce el sentido fotográfico, sino en el dominio de las articulaciones que sólo la temporalidad técnica de la fotografía –su noema como unicidad y singularidad irreductibles– es capaz de generar entre los ‘espacios mentales de lo público y lo privado’ (Verón 1994: 56).
El noema tendría, en la lectura que Verón propone de Barthes, el valor de determinar ciertas condiciones de posibilidad del sentido, definidas a partir de su singular temporalidad, pero no su significación (individual o social) efectiva, en la medida en que las articulaciones que producen sentido se constituyen en otro lado: en el plano de la enunciación, solo (re)construible ‘en reconocimiento’. Y no son ni su indicialidad bruta (secundidad) ni su inmersión o encuentro pre-discursivo y no mediado con un cuerpo (primeridad)[xiv]– aquello que va a historizar e investir de sentido (social, subjetivo) al noema técnico-temporal de la foto, sino el dominio propiamente simbólico de las articulaciones que solo la instancia de la enunciación fotográfica hace posible: el “avoir-été-là” puede convertirse en “être-là”, en el paradójico “ça-été-là” u otras formas de la temporalidad según las articulaciones históricas específicas de la (misma) foto, su momento político, sus condiciones, en fin, de enunciación.