III. DISCUSION
Dedicatoria de Eliseo
Dedication of Eliseo
Pour Paolo, encore un corps dense, à la recherche d’un minimum de sacré… Eliseo. [Para Paolo, aún un cuerpo denso en la búsqueda de un mínimo sacro... Eliseo.]
Releo, turbado luego de la desaparición física de Eliseo Verón, la dedicatoria de su último libro, La semiosis social 2: ideas, momentos, interpretantes. La escribió en agosto pasado, en el estudio umbroso de Buenos Aires, en su casa, donde me hospedaba durante mi curso en el Instituto Universitario Nacional del Arte, con nuestro común amigo Oscar Traversa. En julio nos habíamos encontrado en la residencia estival de Umberto Eco, vecino de la casa de Eliseo en la región de Montefeltro, y en las playas romanolas. Momentos habituales en nuestra amistad, extendida más allá de las distancias geográficas –Italia, Francia y Argentina– y de la diferencia lingüística (hablábamos en francés porque París fue la ciudad donde nos habíamos encontrado).
Esta dedicatoria, que la muerte inesperada de Eliseo transforma en admonición, me desconcierta. Creía conocer casi todo de él: desde su numerosa vida sentimental hasta la asidua investigación sobre comunicación; desde los años sesenta y la confrontación con los medios hasta el Premio Italia con Stuart Hall y Alberto Albruzze, las conferencias bolognesas del 2000 sobre las profecías de la comunicación, con Umberto Eco y Régis Debray; desde los seminarios de semiótica en Urbino en la década de 1970, hasta los encuentros de la Asociación Internacional de Semiótica Visual en Buenos Aires en el 2012. Recuerdo haber leído sus artículos parisinos en la revista Communications; haber publicado juntos en el Beaubourg, en el memorable centenario orwelliano de 1984; que mis libros en castellano fueron publicados en su colección “El Mamífero Parlante”, de Gedisa, en Barcelona. Recuerdo, aunque en forma parcial, haber asistido con él –en un cine de Buenos Aires lleno de ex montoneros, en 1996– al estreno de Eva Perón, un film antihollywoodiano dirigido por J. C. Desanzo y una perfecta Esther Goris.
Cuerpo denso, búsqueda del sacro. La dedicatoria no se corresponde con la adhesión negligente de una larga amistad, la curiosidad compartida y la disparidad de métodos a los cuales estábamos habituados. Sabía de compartir con Eliseo la pasión sistemática por la discursividad, por las formas complejas de su “producción”, circulación y reconocimiento. Para tener las ideas justas no hace falta cambiarlas a menudo. Puedo todavía dividir la lista de las investigaciones en sociosemiótica que se había fijado y había realizado: la comunicación política, la publicitaria, las marcas comerciales, la prensa gráfica y la televisión (telenovelas, divulgación científica, noticiarios, campañas electorales); la comunicación institucional, sobre el cuerpo y la salud; las imágenes fotográficas, el espacio público, los museos, las exposiciones, bibliotecas, los transportes (el subterráneo de París, los aeropuertos). Y las “obsesiones” –son sus palabras– sobre el sujeto como actor social; por un “modelo materialista no reduccionista de los procesos mentales”; por la articulación de las diferentes prácticas sociales con las comunicativas –la corporeidad y su cronotopo, la producción del cambio social. Por cómo se configura, finalmente, la semiosis. Y el rol, tanto indispensable cuanto ambigüo, del observador.
Sabía que para mí y para él –presidente durante mucho tiempo de la Asociación Argentina de Semiótica–, la semiótica era una disciplina humanística, una ciencia social y no una rama de la estética o de la filosofía del lenguaje. Una teoría, con métodos propios, de la inteligibilidad de los fenómenos colectivos y complejos de la significación. Vocación empírica al pathos fértil de la experiencia que pide la construcción de un proyecto arquitectónico con muchas puertas para abrir y muchos umbrales que atravesar. (Confieso haber deseado reproducir su investigación sobre las escort de lujo…)
Conocía también las múltiples diferencias a pesar de las cuales continuábamos pareciéndonos. No las oposiciones, que son lógicas, sino los descartes epistemológicos e instrumentales. A partir de la asociación saussuriana, Eliseo había logrado una acrobática versión trifuncional del binarismo de Lévi-Strauss, cuya Antropología Estructural había traducido al español. Una hibridación singular entre Gregory Bateson, su primera referencia, y Charles Sanders Peirce, y donde en las referencias bibliográficas que siguen a las 500 páginas de la Semiosis 2 sólo encuentran lugar Umberto Eco y Massimo Bonfantini, y un óptimo sociólogo, Luigi Pizzorno. Sobre la teoría de la enunciación, la referencia constante es Armand Culioli, el único, tanto para Eliseo como para Sophie Fisher, en dar cuenta de los aspectos lingüísticos y semióticos de la comunicación, una superación de Emile Benveniste, que convergía con los problemas que en el cine encontraba la última reflexión de Christian Metz.
Mi referencia a la semiótica de Louis Hjemslev y de Algirdas J. Greimas nos ha evitado la complicidad del clan disciplinario, pero no ha crispado ni enturbiado nuestra proximidad, lo que pone a prueba la flexibilidad del campo semiótico, para el cual mas Kuhn prevé la excepción de un paradigma bicéfalo. Un disturbo bipolar no es una hemiplejia para aquellos que consideran que una lengua se conoce por la navegación y no por el astillero naval del laboratorio (F. de Saussure). Aunque no compartía la fe de Eliseo en la historia, en la biología, en la sociología de Niklas Luhmann, y en la ensalada americana de las ciencias cognitivas, acabo de republicar en el Centro Internazionale di Studi Semiotici di Urbino, el primer borrador de lo que sería La semiosis social, publicado en 1987. El azar hace bien las cosas aun en los momentos difíciles.
Vuelvo a los cuerpos densos y al sacro de la enigmática dedicace. Eliseo sabía lo que escribía, y, según decía, tenía buenas relaciones con su propio inconsciente; respetaba sus elecciones, como la de enseñar en la Universidad de San Andrés, luego de su irrevocable regreso de París. La crisis de la Universidad fue una de sus últimas preocupaciones. Trato entonces de reescribir, en mi gramática de reconocimiento, el sentido de esta frase.
“Momentos”, la segunda parte del libro, trata de las transformaciones de los soportes materiales de la mediatización, de sus diferentes escalas temporales y del impacto político y colectivo; del origen del lenguaje y de la escritura hasta el audiovisual e Internet.
El capítulo trece está dedicado al “Nacimiento de los cuerpos densos”. Explica cómo en la antigüedad los textos sagrados de la primera cristiandad se volvieron compactos gracias a la escritura, originando la primera intertextualidad –de la cual la Esapla o la Sestupla de Orígenes sería el primer ejemplo occidental. Y narra el tentativo concomitante de controlar la circulación textual y la sintaxis de reconocimiento a través de la glosa interpretativa. Los viejos rótulos, materialmente inadecuados, habrían dado lugar gradualmente a los códigos, a “nuestros” libros, condiciones de felicidad del verbo cristiano. En los Scrittòri de Pérgamo y Cesarea –anticipaciones de las universidades medievales– se enseñaba el alfabeto y la gramática, y luego la declamación, la oratoria de los textos. La densa corporeidad del nuevo soporte técnico se encarnaba primero en la vocalidad elitista del recitante, en su actio fónico y gestual; un “mundo de duplicidad, de persuasión, de apariencia, centrado en el yo”.
La multiplicación del nuevo medium, el libro, requirió luego el control y la verificación exegética a través de la figura ascética del monje escriba, lejano de glorificacionesmundanas.
¿He entendido bien? Tal vez sea el modo oblicuo y discreto de Eliseo para recordar a quien, como yo, prefiere la visibilidad (caballeresca) de la palabra a la praxis (monacal) de la escritura. Para recordarme que la emergencia del código-libro, receptáculo de historias divinas, ha guardado una sacra pregnancia, diluida, es cierto, pero no del todo perdida en los rumores y en los furores de la historia.
Prometo continuar recorriendo las páginas de tu libro, Eliseo.