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De-sacralizando la imagen clerical: salterios y obispos monstruosos en la Inglaterra bajomedieval
Juan Carlos Montero Vallejo
Juan Carlos Montero Vallejo
De-sacralizando la imagen clerical: salterios y obispos monstruosos en la Inglaterra bajomedieval
H-ART. Revista de historia, teoría y crítica de arte, núm. Esp.3, pp. 167-196, 2018
Universidad de Los Andes
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Resumen: Este artículo se propone identificar las ansiedades políticas, sociales y económicas que animaron a las élites seculares de Anglia Oriental —en los albores del siglo XIV— en la comisión de libros devocionales privados cuya marginalia incluía los novedosos y recurrentes te- mas del clérigo y el obispo monstruosos. Poniendo en diálogo las fuentes documentales producidas durante el período con la estrecha relación que se teje entre el texto de los salterios y la periferia visual que suele acompañarlos, este trabajo sugiere que el obispo y el clérigo monstruosos representaban el malestar de los señores de Anglia Oriental frente al Papado de Aviñón y las crisis disciplinares que enfrentó el clero inglés en los siglos XIII y XIV.

Palabras clave:MonstruosMonstruos,arte tardomedievalarte tardomedieval,manuscritos iluminadosmanuscritos iluminados,marginalia medievalmarginalia medieval,Papado de AviñónPapado de Aviñón,celibato clericalcelibato clerical.

Abstract: The aim of this article is to identify the political, social, and economic anxieties that prompted East-Anglian secular elites —at the dawn of the fourteenth century— in the commission of private devotional books whose marginalia included, as new and recurrent themes, the monstrous cleric and the monstrous bishop. Establishing a dialogue between documentary sources produced during the period and the close relationship that weaves the texts of the psalter and the visual periphery that used to accompany them, this work suggests that monstrous bishops and clerics expressed the discomfort of East- Anglian lords towards the Avignon Papacy and the disciplinary crisis that faced the English clergy during the thirteenth and fourteenth centuries.

Keywords: Monsters, Late Medieval Art, Illuminated Manuscripts, Medieval Marginalia, Avignon Papacy, Clerical Celibacy.

Resumo: Este artigo propõe identificar as ansiedades políticas, sociais e econômicas que motivaram as elites seculares da Ânglia Oriental —nos alvores do século XIV— na comissão de livros devocionais privados cujas marginália incluíam os inovadores e recorrentes temas do clérigo e do bispo monstruosos. Pondo em diálogo as fontes documentais produzidas durante o período com a estreita relação que se tece entre o texto dos saltérios e a periferia visual que frequentemente os acompanha, este trabalho sugere que o bispo e o clérigo monstruosos representavam o mal-estar dos senhores da Ânglia Oriental com relação ao Papado de Avinhão e às crises disciplinares que o clero inglês enfrentou nos séculos XIII e XIV.

Palavras-chave: Monstros, arte tardo-medieval, manuscritos iluminados, marginália medieval, Papado de Avinhão, celibato clerical.

Carátula del artículo

De-sacralizando la imagen clerical: salterios y obispos monstruosos en la Inglaterra bajomedieval

Juan Carlos Montero Vallejo
Pontificia Universidad Javeriana, Colombia
H-ART. Revista de historia, teoría y crítica de arte, núm. Esp.3, pp. 167-196, 2018
Universidad de Los Andes

Recepción: 18 Enero 2018

Aprobación: 05 Abril 2018

El papado de Bonifacio VIII —el último pontífice que residió en Roma antes de la migración de esta institución a Aviñón en 1309— fue conocido por su resuelto interés en afirmar la autoridad absoluta, tanto espiritual como temporal, del obispado de Roma sobre toda la cristiandad.1Movido por la resolución de afirmar el imperium del Papa y de la Iglesia sobre el orbe, encontró en la imagen una eficaz herramienta de discurso político, convirtiéndose así en el primer pontífice vivo en patrocinar retratos escultóricos de su persona, retratos que habrían de ser instalados —también de forma innovadora— en el interior de las iglesias y en la entrada de ciudades como Orvieto y Bologna (Img. 1). Estos retratos —que ponían en diálogo el retrato monárquico y el ícono religioso2— pretendían convertir la imagen del Papa tanto en un vehículo actuante de su poder, como en una proyección hierática, sagrada, del dominio político y moral de la Iglesia, sustentado en la autoridad fundacional de San Pedro. Sin embargo, la fijación material, artística y visual de la dignidad de la Iglesia estaría lejos de seguir el cauce unívoco que trataron de imprimirle tanto Bonifacio VIII como sus sucesores, pues no solo la legitimidad política, moral y religiosa de sus miembros vendría a convertirse en motivo cada vez más frecuente de sospecha para el mundo público a partir de los primeros años del siglo XIV, sino que, por entonces, vino también a consolidarse un dispositivo cultural y visual que habría de poner los poderes políticos y discursivos de la imagen en manos de un público más amplio, un recurso pictórico que no solo permitía la expresión de las ansiedades políticas y morales de quienes podían sentirse lesionados por las acciones de los miembros de la Iglesia, sino que también permitía mantenerlas en un cómodo nivel de discreción. Estamos hablando, por supuesto, del aparato de imágenes marginales que ya desde finales del siglo XIII acompañaba, de manera cada vez más frecuente, el texto de los salmos en breviarios, salterios y libros de horas3, códices que le permitían a sus lectores —laicos y clérigos— sacralizar la experiencia cotidiana del tiempo a través del rezo meditativo de los salmos y la entonación de plegarias que satisfacían las diversas necesidades litúrgicas de sus poseedores, siendo este el caso de las devociones a los santos y aquellas a que daba lugar, por ejemplo, la experiencia de la muerte.4

Este extravagante universo pictórico —como también la abigarrada parafernalia de seres monstruosos que albergaba en su condición de periferia espacial— venía a desafiar tanto las fronteras establecidas por la naturaleza sobre las criaturas como los códigos de comportamiento social que regían y definían la identidad de las élites que lo habían comisionado. Como bien lo atestigua el Salterio de Rutland5 (Img. 2, 3 y 4) —producido entre 1260 y 1270, y tal vez el primer códice que implementó un aparato marginal sistemático6— desde la condición periférica que les ofrecía el margen de los folios, una caprichosa comunidad de monstruos, híbridos y personajes ajenos a la iconografía religiosa tradicional establecía lo que en apariencia —para el lector/espectador contemporáneo— resulta ser un diálogo desafiante con la sacralidad literaria de los salmos, con la fijeza y la autoridad que tradicionalmente se le atribuía a la palabra, pues a primera vista podemos colegir que las actitudes de los personajes que pueblan estos márgenes visuales no solo se identifican con aquello que podríamos definir como profanidad, sino también con la ruptura de los goznes narrativos definidos por el texto al que acompañan. En consecuencia, pues, lo que más nos desconcierta en el presente, en nuestra condición de espectadores y estudiosos del fenómeno, es justamente la dimensión de significado en la que pudo inscribirse ese diálogo entre profanidad y sacralidad, como también la experiencia de lectura que pudieron tener los promotores de estos libros al enfrentarse a un dispositivo textual y pictórico en el que no solo se tejía una compleja relación entre palabra e imagen, sino también una inquietante convergencia entre la monstruosidad del aparato pictórico y la normatividad narrativa que tradicionalmente se le asignaba al relato de los salmos. En suma, el desafío que nos plantea la consolidación de la marginalia monstruosa en el mundo librario puede resumirse en una sola pregunta: ¿Qué motivaciones animaron su patronazgo?

Está claro que esta cuestión —como también aquellas que le subyacen— plantea un problema nada fácil de resolver, que ya desde el siglo XIX inquietaba a los estudiosos del arte tardo-medieval. Mientras los historiadores que escribieron en la última mitad del siglo XIX —siendo este el caso de Edward Maunde Thompson7 y Emile Male8, por citar un par de ejemplos— le negaron a la marginalia monstruosa cualquier posibilidad de significado por alejarse del modelo normativo de lenguaje que el positivismo había encontrado en la palabra hablada y escrita,9 los estudiosos que trataron el problema a mediados del siglo XX —siendo este el caso de Jurgis Baltrusaitis10 y Meyer Schapiro11— redujeron la marginalia gótica a las categorías de decoración y exploración formal de la imagen, respectivamente, negando así la posibilidad de que pudiesen inscribirse tanto en un horizonte de significado más profundo como en una relación de diálogo semántico con el contenido del texto. Por su parte, y en una inversión del modelo epistemológico del que bebía la historiografía anterior, los investigadores de la marginalia a partir de los años sesenta del siglo XX —siendo los casos de Lillian Randall, Lucy Freeman Sandler y Michael Camille—, constataron que la imagen marginal profana podía ser tanto la proyección visual de los relatos populares promocionados por las órdenes mendicantes a partir del siglo XIII,12 como un retrato negativo de los nuevos actores sociales que desafiaban el poder arist crático, feudal y cortés de las élites medievales,13 por lo que, en consecuencia, le asignaron a la marginalia monstruosa importantes roles discursivos y antropológicos al interior de la cultura medieval: ampliar o concretar contextualmente el contenido de los salmos para el espectador14 y definir paradigmas de identidad y alteridad que le permitieran a los comitentes de estos libros trazar con mayor claridad su propio lugar en el entramado social que les rodeaba15.

Ahora, si bien es cierto que estos autores hicieron notables contribuciones para la comprensión del valor y el significado que tuvo el fenómeno de la marginalia monstruosa en la cultura tardo-medieval, también lo es que la mayoría de los temas pictóricos contenidos en la periferia de los libros devocionales privados producidos por entonces, en su singularidad, sigue siendo más que difusa para el investigador contemporáneo, lo que entraña el riesgo de reducirla, nuevamente, a la condición de a-significativo capricho visual que le asignó la historiografía de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Sin embargo, si volvemos nuestra mirada al ámbito nacional, cronológico, político y cultural que vio la consolidación de esta marginalia monstruosa en el universo del códice, podremos entender más claramente las motivaciones que animaron el patronazgo de este dispositivo visual —y particularmente el tema concreto del clero monstruoso, uno de sus temas más frecuentes— como también el horizonte de significado en que se inscribió.

El recurso a la imagen monstruosa —como elección dominante en lo que atañe al proceso decorativo del que eran objeto los márgenes de los manuscritos—, vio la luz en Anglia Oriental (Inglaterra), una región que comprendía algunos de los obispados más ricos del reino: Norwich, Hereford y Lincoln,16 sedes episcopales que por ser fortines económicos y administrativos tanto para los monarcas de turno como para las élites locales y los obispos, habrían de convertirse en escenario de fricciones morales, señoriales y administrativas entre el clero y la población secular, enfrentamientos que, como veremos más adelante, anima- rían la aparición del tema marginal del clero monstruoso en la cultura libraria de Inglaterra. De allí procederán, justamente, los manuscritos ingleses que explorarán con mayor profundidad este tema concreto, como también los más generales de la monstruosidad y la hibridación, siendo este el caso del Salterio de Rutland (British Library, Add MS 62925), el Salterio de Gorleston (British Library, Add MS 49622), el Salterio de Luttrell (British Library, Add MS 42130) y el Salterio de Bohun (British Library, Egerton MS 3277), códices que, por las razonesque acabamos de citar, serán examinados en este artículo. Y es que si hay una característica concreta que puede vincular en una experiencia pictórica común la mayoría de los manuscritos devocionales privados producidos en Anglia Oriental durante el período, esta es, justamente, la constante insistencia que hacen en la presentación de una imagen negativa del clero, particularmente de los obispos. Tal será el caso, por ejemplo, del Salterio de Gorleston, producido entre 1310 y 132417. En el folio 55r —para citar un caso que se repetirá de manera constante en éste y otros salterios—, encontramos que una pequeña imagen, retratando a un obispo (Img. 5), cierra el salmo 15: 39, que pide literalmente a Dios: “con- funde y atemoriza, a un mismo tiempo, a quienes persiguen mi alma, y llévatelos lejos; regrésalos sobre sus pasos y atemoriza a quienes me desean el mal”18. En este caso, es claro que la imagen pretende ser la concreción contextual del contenido del versículo, sugiriendo que para el comitente del Libro —Roger de Bigot, 5º conde de Norfolk (Anglia Oriental)19—, la institución obispal o un obispo en particular eran motivo de inquietud.

Participando de una inclinación discursiva similar, en el folio 115r (Img. 6) encontramos la representación de un fraile que ofrece, alegremente, una botella de vino a una monja quien, a juzgar por el gesto de su mano, rechaza airada la invitación. Esta imagen marginal acompaña el Salmo 88:10, que reza: “pode- roso eres, Señor, y la verdad está a tu alrededor”20, capitalizando visualmente, de manera sarcástica, el potencial semántico de la palabra latina potens (poderoso)—que se presta abiertamente a un juego verbal con la voz potus (que como sustantivo significa “bebida” y como participio de pretérito “bebido”/ “borracho”)—, de manera que la interacción del fraile y la monja en torno a la botella no hacen otra cosa que ofrecer al lector una precisión pictórica del contenido del verso: borracho está el señor y la bebida está a su alrededor, es decir, entre el clero que lo rodea, pues seguramente el iluminador hace también un contrapunto entre la segunda parte del verso —“la verdad está a tu alrededor”— y el dictum de Plinio el Viejo, in vino veritas (en el vino está la verdad).21

Sin embargo, el diálogo entre imagen marginal y texto propiciado por los libros de devoción privada comisionados en Anglia Oriental no se limitará a ofrecer una imagen viciosa u opresiva del clero, sino que llegará a monsterizarlo22 de manera resuelta, tal como sucede en distintos lugares tanto del salterio de Gorleston como de otros libros devocionales del período. En el folio 96r del manuscrito que se viene examinando, y a manera de ejemplo (Img. 7), un obispo con cuerpo de simio predica ante un auditorio compuesto, a su vez, por otro animal de la misma especie, ofreciendo así una precisión visual de los versículos 18-19 del salmo 73, contenidos en esa página: “recuerda esto ahora: los enemigos insultan a Dios, y el pueblo estúpido provoca tu nombre. No entregues a las bes- tias las almas que te reconocen, y no olvides las almas de tus pobres”.23 A partir de este contrapunto entre imagen y texto, tanto el iluminador como el lector del salterio identificaban la institución episcopal con la categoría de bestiae (bestias), y con el populus insipiens (pueblo estúpido), del que amargamente se quejan los salmos. Por su parte, y en una inclinación similar, el Salterio de Luttrell —comisionado entre 1334 y 133524—, nos ofrece en su folio 175r la imagen de un obispo con cuerpo de felino rampante que corre hacia el lado izquierdo de la página (Img. 8), concretando así el contenido del salmo 98:1, que reza, literalmente: “El señor reina: que el pueblo monte en cólera; aquel se sienta sobre querubines: que se estremezca la tierra”. 25 En este caso, pues, el obispo/felino encarna al pueblo que montará en cólera (irascantur populi), que se indignará con el reinado de la divinidad, esas gentes que se estremecerán (moveatur) y serán puestas en fuga por el poder de Dios, tal como lo refiere el texto de los salmos.

Ante la frecuencia con la que se presenta este recurso discursivo, una serie de acuciantes preguntas nos sale al paso: ¿Por qué el clero —particularmente la institución episcopal— se convirtió en objeto de las invectivas visuales y textuales tanto de los promotores como de los iluminadores de estos libros? ¿Por qué plasmar a estos clérigos con atributos monstruosos? ¿Por qué inscribirlos en una dimensión que para la cultura medieval —desde San Agustín26— se identificaba con la ruptura del orden cosmológico, con la disrupción del orden natural y la degradación de lo antropológico?27 Una visita a las fuentes literarias y documentales producidas en Inglaterra durante el período —particularmente aquellas que tocan los temas de la disciplina clerical y la recepción pública de la política de nombramientos eclesiásticos implementada por la oficina pontificia entre finales del siglo XIII y comienzos del XIV— nos permitirá identificar algunas de las motivaciones que animaron la aparición de este tema pictórico en Anglia Oriental.

En el curso de la primera década del siglo XIV, Robert Mannyng —canónigo del priorato de Sempringham (Anglia Oriental) y uno de los narradores más prolíficos de la literatura inglesa en el período que antecedió la obra de Geoffrey Chaucer28— compuso un tratado moral ampliamente leído en toda la isla, el ya célebre Handlyng Synne (Enfrentando el pecado), texto que insiste de manera constante, y a partir de diversos exempla, en la necesidad de establecer límites estrictos entre hombres y mujeres al interior de las instituciones religiosas de la región —e incluso en los espacios rituales. Esta imperativa necesidad —señalada cada vez más frecuentemente por otros autores, como veremos— no tendría otra motivación que la manifiesta inconstancia de los clérigos y sacerdotes locales en lo tocante al celibato y la continencia de los apetitos corporales, razón por la que el Handlyng Synne recomendará a sus lectoras evitar el intercambio del beso de la paz con los clérigos, proscribiéndo también la frecuentación de los espacios adyacentes al coro de la iglesia con el propósito de evitar situaciones que pudieran menoscabar la fuerza de voluntad de quienes habrían de dedicar su vida al servicio exclusivo de la divinidad:

Ninguna mujer que tenga mal rabo

debe besar los labios de un sacerdote,

pues de esto no puede derivar sino el pecado

ya que su boca está consagrada al servicio de Dios (…)

pero cometen locura más grande las mujeres que suelen sentarse entre los clérigos

en momentos distintos a los maitines o la misa,

y a menos que sea en caso de necesidad,

pues de esto pude venir la tentación

y la interrupción de la devoción,

pues su vista puede producir sucios y débiles pensamientos

y el olvido del recato y la rectitud. 29

Sin embargo, las advertencias de Mannyng —en una inflexión que mani- fiesta la acuciante inquietud que despierta en el autor el fenómeno de la incontinencia clerical— adoptarán un tono cada vez más pesimista, inclinación que se deja ver claramente en los leitmotivs a los que acude para definir el discurso moral de sus exempla. Aquí, frenéticas cohortes de demonios se darán a la tarea de castigar a los implicados en las rupturas del celibato clerical, particularmente a quienes se niegan a hacer contrición por la impiedad de sus acciones. Tal será el caso de una mujer —cuyo nombre mantiene en al anonimato— que habría sido la concubina de un sacerdote lascivo y con quien habría engendrado cuatro hijos. En su lecho de muerte —negándose a confesar su consciencia culpable y haciendo caso omiso de los ruegos de su descendencia, dedicada también al sacerdocio—, habría sido raptada por un grupo de demonios, quienes llenando la casa de gritos y espanto, habrían de llevarse consigo hasta la cama en la que reposaba.30

Animado por inquietudes morales y narrativas similares, el autor inglés William Langland —quien también nació y vivió en Anglia Oriental31— com- puso a finales del siglo XIV una obra ficcional que, en esencia, hacía un llamado a la reforma de la Iglesia y sus disciplinas institucionales.32 Esta es, justamente, Piers Plowman (Pedro el labrador), que refiere como un convento de Hertfordshire—en los confines occidentales de la región de la que venimos hablando— fungía como escenario para todo tipo de prácticas deshonestas, pues no solo era el espacio en el que las élites ponían a buen recaudo su descendencia ilegítima, sino también un teatro para amores deshonestos entre sacerdotes y monjas, cuyo trato sexual derivaba en una descendencia deshonrosa y pecaminosa, una progenie que ponía en entredicho la dignidad y la autoridad de la institución:

(…) la señora Iohanne era una bastarda,

y la señora Clarice la hija de un caballero, de quien un cornudo era su señor,

y la señora Peronelle era hija de un sacerdote, quien no era digna de ser priora,

pues tuvo hijos durante la Fiesta de las Cerezas,

que fueron vistos por quienes pertenecen a nuestro capítulo.33

Lo verdaderamente notable, sin embargo, de la apuesta discursiva de los autores citados anteriormente, es que su inquietud por las transgresiones morales del clero inglés trascendía el terreno de la pura ficción moralizadora, para convertirse, como veremos, en la expresión literaria de un fenómeno disciplinar e institucional que se desarrolló con fuerza a partir del siglo XIII, y que llegó a su cenit en el siglo XIV; un fenómeno que no solo habría de afectar la imagen pública de la Iglesia, sino también las vías de discurso a través de las que esta empezaba a manifestarse. Desde finales del siglo XII —y hasta el siglo XIV— los episcopados ingleses fracasaron rotundamente en la empresa de imponer en el clero local las disposiciones de la Reforma Gregoriana sobre el celibato universal de los miembros de la Iglesia,34 de manera que, tan solo en el siglo XIII, tuvieron que convocarse treinta sínodos locales35 y numerosas bulas papales para reiterar la probidad moral y disciplinar de la castidad clerical. En este sentido, vale la pena citar la bula Periculoso, compuesta por Bonifacio VIII en 1298 para persuadir a las comunidades conventuales femeninas de Inglaterra —particularmente las que residían en Anglia Oriental— a respetar el enclaustramiento monástico e impedir las visitas de laicos en sus instalaciones:

Peligroso y detestable el estado de algunas monjas que relajando las riendas de la honestidad y despreciando impudentemente la modestia monacal y la vergüenza de su sexo, vagan fuera de sus monasterios y algunas veces por las habitaciones de personas seglares; y aún dentro de los monasterios admiten frecuentemente personas sospechosas, en grave ofensa de aquel a quien con espontánea voluntad consagraron su integridad, en oprobio de su religión y con escándalo de muchos. Establecemos por la presente constitución, que inexorablemente ha de valer para siempre, que cada una de las monjas presentes y futuras, de cualquier orden o religión, presentes en cualquier parte del mundo, deben permanecer en perpetua clausura en sus monasterios.36

Atendiendo a inquietudes similares, la regesta papal refiere cómo los pontífices del siglo XIII se dieron a la tarea de escribir constantemente a las diócesis inglesas, con el propósito de privar de beneficios a los clérigos casados que residían en estos obispados e impedir que sus hijos heredasen estos privilegios. Para citar un par de casos, vale la pena recordar que, entre 1221 y 1240, Honorio III se vio en la obligación de dirigir, en no menos de cinco ocasiones, misivas que invitaban a los obispos y arzobispos de York, Worcester y Coventry a enfrentar el matrimonio clerical con arreglo a mecanismos como la privación de los beneficios económicos aparejados a los cargos eclesiásticos;37 y que en 1233 llegó a conceder una autorización a la hermandad de Sempringham —residente en Lincolnshire, Anglia Oriental— que le permitía expulsar a todos los monjes que fuesen acusados de incontinencia.38 En este último caso, la severidad del castigo que podía imponerse sobre los clérigos transgresores revela no solo la creciente inquietud que despertaba este fenómeno en la oficina pontificia sino también, y con toda probabilidad, que estas infracciones se habían convertido en tema de dominio público para la población local.39

De hecho, la llegada del siglo XIV —y a despecho del celo disciplinar con el que los papados anteriores habían enfrentado el problema— no vería ningún tipo de atenuación en la frecuencia de las faltas clericales a la continencia, el cel bato y la castidad, razón por la cual, en muchos casos, las medidas que adoptaron los episcopados para enfrentarlas se hicieron más rígidas y verticales. Sin embargo, aunque la excomunión de los incontinentes, la limitación de sus libertades y la imposición de arduas penitencias se convirtieron en las armas que esgrimieron los obispos para purgar las faltas del clero, la política de nombramientos eclesiásticos implementada por el papado —que se había mudado en 1309 a Aviñón— parecía contrariar su espíritu punitivo. Pontífices como Benedicto XII,40 animados por intereses económicos y políticos que discutiremos más adelante, concedieron numerosas dispensas que permitían a los hijos de los clérigos ser ordenados como sacerdotes, menoscabando todavía más tanto la imagen pública del clero inglés como la autoridad y la legitimidad de sus líderes. Además, vale la pena mencionar que la permisividad de la oficina papal aviñonesa frente a la incontinencia y el matrimonio clerical se manifestó de manera aún más abierta en los obispados de Inglaterra que gozaban de mayores réditos económicos, siendo este el caso, por ejemplo, de las sedes episcopales de Lincoln (Anglia Oriental) —destinataria de numerosas dispensas de ordenación a hijos de clérigos durante las primeras décadas del siglo XIV—y de Norwich (Anglia Oriental) —que entre 1275 y 1348 presentaba una de las mayores concentraciones de clérigos casados de todo el reino—,42 fenómeno que incidió de manera directa en las reservas que tenían las élites locales sobre la probidad de sus líderes religiosos.

Como efecto de los escándalos43 que suscitaban en el mundo público los casos de incontinencia clerical, muy prontamente se desarrolló en el imaginario popular de Anglia Oriental una poderosa asociación entre las categorías clérigo y transgresión sexual, asociación de la que no solo dan cuenta las fuentes literarias que examinamos —Piers Plowman y Handlyng Synne—, sino también el aparato marginal de los salterios que por entonces se produjeron en la región. Así, en una instancia fundacional —aunque todavía no monsterizante—, podemos citar el Salterio de Rutland (1260). En el folio 37r (Img. 9) encontramos la representación de un clérigo que está a punto de defenderse, con ayuda de una daga, de las solicitaciones que le hace otro, desnudo, en el lado izquierdo. Lo verdaderamente notable, sin embargo, es que la alusión visual a la solicitación homosexual de un clérigo es empleada aquí como la concreción pictórica y semántica del salmo 34: 2-6, en el que el salmista pide a Dios: “Toma tu arma y tu escudo, y levántate en mi ayuda, lanza tu jabalina y aprisiona a aquellos que me persiguen (…) que se confundan y atemoricen quienes hostigan mi alma, sean confundidos y vuelvan sobre sus pasos los que quieren el mal para mí (…) que su camino se convierta en tinieblas [tenebrae] y se torne resbaloso [lubricum]”.44 El clérigo de la derecha, pues, hace alusión a la defensa con arma y escudo, mientras que la desnudez del de la izquierda —al igual que su gesto— se asocia tanto con el mal como con aquellos que “persiguen” al salmista, imprimiéndole simultáneamente una nueva dimensión a la voz lubricum —usada por el salmista en el último versículo para aludir al “camino resbaloso” por el que hará pasar Dios a los inicuos— al convertirla en el calificativo que determina la actitud erótica, lúbrica, del clérigo solicitante.

Ahora bien, estas asociaciones pictóricas entre clero y transgresión sexual habrían de hacerse todavía más inquietantes en los albores del siglo XIV, involucrando de manera más resuelta tanto la monstruosidad —expresión visual y física de la transgresión misma— como a las cabezas episcopales de la Iglesia, pues al igual que otros clérigos, los obispos ingleses de los siglos XIII y XIV se convirtieron a menudo en motivo de escándalo público por cuenta de su afición a las frivolidades mundanas, su violencia45 y, desde luego, su incontinencia, situación concreta que motivó delicados procesos de oposición —en el caso de los recién electos— y de suspensión —en el caso de quienes ya habían recibido las espiritualidades y temporalidades de su cargo.46 Un proceso de esta índole —y un ejemplo de la notoriedad pública que podían alcanzar las transgresiones cometidas por los líderes episcopales—fue el que tuvo que enfrentar el obispo Walter de Coventry—en la frontera occidental de Anglia Oriental— a comienzos de 1302. Un caballero de la región, de nombre John de Lovelott, acusó formalmente al clérigo de mantener una relación adúltera con Joan de Briancon —segunda esposa de su padre— y de haber tramado, en complicidad con esta mujer, el ahorcamiento de su progenitor. En vista de la gravedad de las acusaciones —como también de los testimonios reunidos en todos los rincones del reino sobre la relación del obispo con Joan de Briancon—, Bonifacio VIII decidió remover de su cargo al líder episcopal.47

La recurrencia de este tipo de escándalos —al igual que las referencias institucionales y literarias que se desarrollaron en torno a la incontinencia y otras faltas de conducta cometidas por los líderes de la Iglesia— vendría a alimentar la aparición de representaciones monstruosas del clero en el aparato marginal de salterios, breviarios y libros de horas producidos en Anglia Oriental. La hibridación del cuerpo clerical con lugares somáticos procedentes de todas las especies conocidas del mundo animal le permitirá a los comitentes de estos libros hacer una categorización —cosmológica, moral y política— tanto de los infractores como de las infracciones mismas, estableciendo así una taxonomía de subjetividades que habrá de redundar en el perfilamiento, por contraste, de su propia virtud aristocrática. La monsterización —como también los mecanismos de animalización que ponía en juego— definía las faltas del clero como un auténtico descenso antropológico, como un movimiento desde lo humano hacia lo inhumano,48 mientras, de manera simultánea, convertía el cuerpo de los transgresores en un signo de dicho descenso, en un signo que definía la identidad del clérigo desde el horizonte de la anomalía, desde la angustiosa y no resuelta latencia de lo humano.49 Tal es el caso que se nos ofrece, a manera de ejemplo, en uno de los folios del Salterio de Luttrell (Img. 10). En el margen derecho de la página, ocupando casi toda su longitud, encontramos la representación de un obispo dotado de largas orejas, piel grisácea y patas unguladas. La imagen acompaña el salmo 105: 25-28, que refiere cómo el pueblo de Moisés “murmuró en sus tabernáculos y no escuchó la voz del Señor”, cómo “derramó su simiente entre las naciones y se dispersó por sus provincias” y cómo “se inició en los misterios de Beelphegor”.50 Vale la pena recordar que el demonio Beelphegor era una deidad pagana monstruosa que, desde el siglo III, se asociaba directamente con la fornicación y la frecuentación adúltera de las mujeres,51 por lo cual, en consecuencia, el cuerpo monstruoso que encontramos en el margen del folio vincula el cargo obispal con las prácticas sexuales que implicaba el culto a este demonio, particularmente el derramamiento de semen. Por otro lado, la imagen del obispo monstruoso da expresión y concreción visual al tema textual de la “murmuración en los tabernáculos” pues, como veremos, si de algo culpaban los señores seculares ingleses a los obispos, durante el siglo XIV, era precisamente de maquinar al interior de sus sedes obispales todo tipo de redes de influencia y poder, tramas de relaciones y componendas que solían beneficiar a sus familias o a los patrocinadores de sus carreras eclesiásticas, en detrimento de las élites locales.

Dicho esto, nos adentramos en otro de los fenómenos sociales concretos que estimularon la eclosión del tema pictórico del obispo monstruoso en los libros devocionales comisionados en Anglia Oriental: el papado de Aviñón (1309- 1376), que coincidió con el cenit histórico de la marginalia monstruosa en la cultura libraria de Inglaterra. Por lo tanto —y como advertencia preliminar—, es necesario señalar que si bien es cierto que la historiografía contemporánea dedicada al tema ha hecho énfasis en que los pontificados aviñoneses mantuvieron la independencia de la santa sede, y que trataron de responder eficientemente a los desafíos políticos que le planteaban a la oficina papal las reivindicaciones de auto- nomía que por entonces le hicieron las monarquías francesas e inglesas,52 también lo es que, para buena parte del público inglés e italiano, durante el siglo XIV, su administración fue sinónimo de iniquidad, nepotismo e ilegitimidad. Es más, cabe recordar que las piedras fundacionales de la historiografía sobre el papado de Aviñón pueden encontrarse, precisamente, en la obra de autores que arrojaron un denso manto de sospecha sobre la legitimidad de sus pontífices, siendo este el caso de Francesco Petrarca53 (1304-1374), Giovanni Villani54 (1246-1348), y Marsilius de Padua55 (1275-1343), ampliamente leídos en Inglaterra desde el XIV,56 y para quienes el traslado de la oficina papal a Aviñón no era otra cosa que la expresión visible de un compromiso que venía a subordinar la Iglesia a los intereses temporales del reino de Francia, que bajo el liderazgo de Felipe IV se negaba a reconocer la autoridad pontificia sobre materias relacionadas, por ejemplo, con los impuestos que debía pagar el clero.

Sin embargo, más allá del discurso de cariz nacionalista que se encarna en la obra de estos autores —nacidos todos en Italia y defensores de la tradicional dignidad pontificia de Roma—, es necesario recordar que el papado de Aviñón no fue otra cosa que el corolario de la empresa de centralización administrativa que se trazó la oficina pontificia desde el papado de Inocencio III, a finales del siglo XII, y que, por lo tanto, la percepción italiana e inglesa de su autoridad y su legitimidad estuvo condicionada, en esencia, por la manera en que este proceso de centralización terminó por afectar tanto la autoridad de sus reyes como el señorío de sus élites locales. Desde comienzos del siglo XIII —y como consecuencia del liderazgo que asumió en la empresa multinacional de las cruzadas— la oficina pontificia fue desempeñando un rol cada vez más decisivo en el arbitraje moral, político y económico de los negocios de Europa.57 De hecho, el gran logro del papado durante el siglo XIII fue convertirse en el vicariato de Cristo, posición que le confería la autoridad necesaria para castigar los pecados de los laicos, vigilar el comportamiento de los monarcas, controlar la elección del Sacro Emperador, gravar fiscalmente los beneficios del clero y centralizar dicha tributación, por lo que, ya entrado el siglo XIV, la oficina pontificia se había convertido en una suerte de súper monarquía, en una institución que había extendido transnacionalmente su autoridad y que, en consecuencia, amenazaba con limitar el poder temporal de los monarcas58 y su clientela de súbditos y aliados locales.59

Sin embargo, entre los desafíos que esta súper monarquía planteaba a los líderes temporales de Europa, el que lesionaba más gravemente sus intereses políticos y económicos era el relacionado con la agenda que definía sus protocolos de nombramiento obispal. El proceso de centralización administrativa que había iniciado en el siglo XIII exigía que los obispados se convirtieran tanto en extensiones políticas de la oficina pontificia como en fortines institucionales que aseguraran el apoyo internacional de las coronas europeas más poderosas, de manera que el nombramiento de obispos, a la postre, se transformó en un mecanismo que facilitaba la concertación de alianzas entre la sede pontificia y los poderosos señores seculares que, como Felipe IV de Francia, podían obstaculizar su agenda. En consecuencia, con el advenimiento del papado de Aviñón se fortaleció un nuevo sistema en el nombramiento de cargos episcopales, uno que le permitía al papa —guiado por sus intereses particulares— definir de manera unilateral, y pasando por alto el poder de elección que tradicionalmente tenían los capítulos catedralicios,60 tanto los nombres de quienes habrían de ocupar los cargos obispales como otros cargos clericales remunerados. Este nuevo mecanismo sería conocido como sistema de provisiones papales, y puesto que habría de transformarse en una forma de recompensar las fidelidades políticas y económicas del pontificado de turno, pronto se convertiría en objeto de amargas críticas, siendo este el caso del reino de Inglaterra, cuya población veía en este un dispositivo nepótico que enajenaba a la población local de la posibilidad de disfrutar los réditos dinerarios y los beneficios económicos aparejados con estos cargos, un aparato que favorecía el empoderamiento político del papa —y a través de este, de Francia61 - en los distintos reinos de Europa.62 Y es que además de lesionar el poder de elección episcopal que tenían los capítulos catedralicios,63 el nuevo sistema de provisiones reñía frontalmente con los sistemas locales de patronazgo, a través de los cuales los señores provinciales impulsaban el otorgamiento de cargos clericales remunerados a sus allegados y a aquellos con quienes deseaban trabar alianzas de poder,64 lo que, desde luego habría de estimular una manifiesta hostilidad hacia los obispos y clérigos aprovisionados por el papa.

Ahora bien, junto a las enajenaciones económicas que suponía el sistema de provisiones papales, la nacionalidad de los obispos y clérigos aprovisiona- dos por el pontífice se convertiría en uno de los mayores motivos de ansiedad para las élites locales. Ya a comienzos del siglo XIV, el mismísimo Eduardo I de Inglaterra afirmaba que la elección papal de clérigos extranjeros para sedes episcopales inglesas amenazaba la fidelidad política y económica de estas diócesis a la corona,65 preocupación que acuciaba también a miembros del clero, siendo este el caso del monje benedictino Robert de Graystanes, quien durante la primera década del siglo XIV expresaría abiertamente su temor de que las provisiones de extranjeros llegaran a erosionar la estabilidad política del reino.66 Por su parte, los comunes y los señores de Inglaterra también expresaron de manera recurrente inquietudes similares, como en el caso del Parlamento de Carlisle, convocado por éstos en 1307, en el que manifestaron que las provisiones papales a obispos extranjeros tendrían el desastroso efecto de desestimular el patronazgo local de obras pías, como también el de desalentar la práctica de la limosna entre las gentes de las distintas provincias, quienes, sospechando que sus caridades podrían abultar el bolsillo de los obispos foráneos, preferirían entonces guardar su dinero.67 Y es que un breve examen de la documentación que produjo la oficina papal durante las primeras décadas del siglo XIV, sugiere que la ansiedad de nobles, señores, clérigos y comunes estaba más que bien fundada. A pocos días de su coronación como pontífice (1305), Clemente V tomó la decisión de hacer cardenales a dos eclesiásticos franceses y a otros siete familiares suyos,68 procedentes del mismo reino, iniciando así un proceso que terminaría por modificar la composición del colegio cardenalicio, que tradicionalmente había contado con una mayoría italiana.69 Siguiendo esta tendencia nepótica, en 1312 el mismo pontífice aprovisionó a los clérigos franceses Philip de Varlee y Ralph de Stokes, quienes ya gozaban de beneficios remunerados en diversos rectorados de la diócesis de Lincoln (Anglia Oriental), con nuevas asignaciones dinerarias en la Colegiata de San Chad y los colegios de Ufford y Lilleford, respectiva- mente,70 para molestia de los señores locales que tenían intereses en estos cargos. Por su parte, Clemente VI (1342-1352) —cuyo pontificado fue considerado por la población inglesa como una agencia pro-francesa en vista del patronazgo con el que Felipe IV de Francia favoreció su carrera eclesiástica71— no solo se dio a la tarea de hacer que el 88% del colegio cardenalicio estuviera compuesto por miembros de nacionalidad francesa72 —acentuando así la desconfianza del reino de Inglaterra, que por entonces estaba en guerra con Francia en un intento por proclamar a Eduardo III como legítimo sucesor de la corona de este reino73—, sino que llevó la provisión de beneficios a clérigos galos a su cenit, pues tan solo en su primer año de pontificado realizó 36 provisiones y 122 concesiones de expectancias74 a clérigos de esta nacionalidad,75 cifra que superaba con mucho las 23 provisiones y 71 otorgamientos de expectancias que hizo su antecesor, Benedicto XII (1334-1342), durante todo su pontificado.76

Como cabría esperar, la influencia francesa en el sistema papal de provisiones habría de afectar también el otorgamiento de obispados en Inglaterra—a despecho de los líderes locales y los intereses económicos y políticos que tenían en estos procesos. En un primer momento, este ascendiente encontró expresión en la efectividad que tuvo el lobby francés en la elección papal de nombres ingleses que podían representar sus intereses en sedes como Lincoln (Anglia Oriental). Tal será el caso, por ejemplo, de Henry Burghersh, elegido obispo de esta sede en 1320 gracias a la intervención directa de los mismísimos reyes de Francia77 y quien, a unos pocos días de su elección, se dio a la tarea de otorgar beneficios eclesiásticos en Anglia Oriental a sus amigos más cercanos,78 en un gesto que repetiría frecuentemente hasta 1331.79 Tiempo después, la influencia francesa en el otorgamiento de obispados lograría ser mucho más directa, pues clérigos franceses serían aprovisionados como obispos de sedes inglesas, molestando a la población local en la medida en que estos nombramientos no solo se asociaban con la injerencia continental en la economía y la política insulares, sino también con medidas fiscales que resultaban gravosas tanto para los laicos como para los clérigos. Así ocurrirá con Louis de Beaumont y Rigaud de Asserio, quienes se convertirán en obispos de Durham y Winchester en 1316 y 1319, respectivamente. El primero de ellos, patrocinado por la corona de Francia en sus aspiraciones obispales,80 no solo habría recibido del papa numerosos y provecho- sos beneficios remunerados aún antes de llegar a la sede de Durham,81 sino que—aprovechando la posición de influencia que le otorgaba el obispado— lograría convertir a su propio hermano en Archidiácono de la catedral82, cargo que, además, podía desempeñar in absentia.83 Rigaud de Asserio, por su parte, se habría encargado ya desde 1316 del cobro de impuestos que resultaban en extremo controversiales, por colectarse en un período en el que las fricciones militares con Francia habían erosionado la economía inglesa: los Frutos del Primer Año (1316)84 y el Óbolo de San Pedro85(1317). Ahora bien, a juzgar por la documentación pontificia, el cobro de este tipo de contribuciones encontró una resistencia frontal por parte de la población inglesa, pues ya desde 1317 de Asserio había sido investido con la facultad de arrestar —con ayuda del brazo secular— a quienes se negaran a pagar el Óbolo de San Pedro, mientras que en 1319 —en vista de los pobres resultados que logró en la primera campaña— recibió nuevamente el mandato papal de cobrar los Frutos del Primer Año.86

Puesto que el sistema de provisiones papales —en especial la provisión de obispos— lesionaba el orgullo nacional inglés y los intereses económicos de las élites locales que residían en los obispados más ricos —siendo este el caso de Lincoln, Norwich y Hertfordshire, en Anglia Oriental—, no es de extrañar que señores y comunes terminaran por mostrar una actitud hostil frente a los clérigos y obispos aprovisionados desde Aviñón —en especial frente a aquellos vinculados por política o nacimiento con la corona de Francia. La elección de Louis de Beaumont como obispo de Durham en 1316 provocó brotes de violencia en las familias Paynell y Luttrell —emparentadas por lazos matrimoniales y vinculadas con la producción del Salterio de Luttrell—, pues venía a frustrar la carrera del candidato al que favorecían. En este caso, como lo refiere el cronista Robert de Graystanes (d. 1336), miembros de ambas familias se apostaron a la entrada de la Catedral de Durham, amenazando con cortar las cabezas de los canónigos que eligieran un obispo distinto al de su predilección.87 Ahora, si bien los representantes de estos señoríos no cumplieron con su palabra, otros actores sociales del mundo inglés sí se encargaron de mostrarle al nuevo obispo la antipatía que sentían por su asignación al episcopado de Durham, pues tan pronto llegó Beaumont a territorio inglés —desde Francia—, su comitiva fue violentamente asaltada por hombres armados, siendo él mismo secuestrado hasta que se pagó un rescate por su cabeza.88 Dando cuenta de un fenómeno similar, la regesta de Bonifacio VIII (1301) refiere cómo Roger de Bigot —promotor del Salterio de Gorleston— se habría empeñado en prestar apoyo militar al abad Reginald de Montargi, quien se oponía frontalmente a la subordinación del priorato de Thetford (Anglia Oriental) frente a los poderes franceses de la orden cluniacense,89 gesto de violencia que, a juzgar por los registros de cancillería de los papas posteriores, fue emulado de manera frecuente por otros señores ingleses. En con- secuencia, el papa Clemente V se vio en la necesidad de encargar al Arzobispo de Canterbury (1314) la defensa legal, moral y personal de los clérigos aprovisionados en esta provincia, quienes, según el mismo pontífice, por entonces eran víctimas del acoso constante de los señores locales que tenían intereses económicos en dichos cargos,90 mientras que Juan XXII llegó a excomulgar y azotar a los autores materiales e intelectuales del asalto al convoy de Roger de Brinkhil (1326), canónigo que viajaba por Hereford con cartas de provisión clerical para su hijo. Según los testimonios recabados por el papa, los asaltantes habrían despojado a de Brinkhil de las cartas y, no contentos con el robo, también lo habrían golpeado.91

Puesto que la hostilidad fáctica de las élites inglesas frente al sistema de provisiones y el clero aprovisionado eran fenómenos que venían cociéndose ya desde el siglo XIII —desde el inicio mismo de la empresa de centralización administrativa promovida por la santa sede92—, no es de extrañar que terminara por permear otros renglones de la experiencia cultural local, en particular aquellos que ofrecían una vía de expresión a las ansiedades identitarias de sus élites señoriales, siendo este el caso de los salterios, breviarios y libros de horas. Puesto que los comitentes establecían una relación personal e íntima con estos códices,93 se permitieron también convertirlos en aparatos que les permitían codificar y memorializar, pictóricamente, tanto su estatus como su conciencia del linaje,94 en un ejercicio que exigía, como condición fundamental, trazar un horizonte de alteridades que destacara, por contraste, sus virtudes señoriales. Tal será la empresa que se propondrá la marginalia en los libros devocionales privados. Poblada por un ejército de híbridos y una clerecía de obispos monstruosos, definirá todo aquello que se opone a la moralidad, la probidad, la autoridad y la legitimidad de un buen señor cristiano, haciendo así aún más comprensible la naturaleza de las virtudes baroniales para el lector/espectador de estos libros.

Por estas razones —y como proyección visual de la hostilidad que pro- vocaban los líderes episcopales en el público inglés—, los obispos monstruosos que se encuentran en los salterios producidos en Anglia Oriental no solo vienen a asociarse con la incontinencia y las transgresiones sexuales, sino también con la opresión, la ilegitimidad y la expoliación de los pobres y desvalidos, fenómeno del que da cuenta la relación que suelen establecer estas imágenes con los textos que acompañan. En este sentido, cabe señalar la imagen marginal que acompaña el folio 69v del Salterio de Bohun, comisionado alrededor de 136095 —coyuntura que marca la cúspide del sistema de provisiones papales promocionado desde el papado de Aviñón. Justo en el inicio de la página (Img. 11) y acompañando el salmo 101:16 —en el que el salmista dice a Dios: “las gentes temerán tu nombre, y todos los reyes de la tierra temerán tu gloria”96—, encontramos la imagen de un simio mitrado, un obispo bestial que además de su gesto fiero, porta una espada y un escudo, amenazando así con hacer uso de la violencia. La imagen, en términos visuales, redefine el sentido semántico del verso, haciéndole un guiño al comitente del salterio acerca del poder arbitrario y violento que ahora ejercían los obispos provistos desde Aviñón sobre los distintos señoríos de Inglaterra, poder que convertía a los líderes episcopales en motivo de temor para reyes, señores y comunes. Por otro lado, el recurso a la imagen del simio/obispo le permite al iluminador sugerir que estos prelados aviñoneses no eran más que una simulación vulgar y anómala del cargo episcopal —pues, para la cultura tardo-medieval, el simio era una alegoría de la imitación97— y que, por tanto, estaban desprovistos de autoridad y legitimidad.

El cariz denunciante de estos recursos visuales marginales, sin embargo, se dejaba sentir ya desde las primeras décadas del siglo XIV, coincidiendo así con los gravosos episcopados pro-franceses de Louis de Beaumont y Rigaud de Asserio en Durham y Winchester, respectivamente, y con las numerosas provisiones clericales en Inglaterra promocionadas por Juan XXII. Por esta razón, quisiera volver al Salterio de Gorleston, comisionado entre 1310 y 1324 por Roger de Bigot, uno de los señores ingleses que se atrevieron a desafiar, por la fuerza, la influencia que tenían las casas religiosas francesas sobre las instituciones mona- cales de Anglia Oriental.98 En el folio 45v encontramos una miniatura interlineal que separa, en dos renglones distintos, el verso 10 del salmo 3499 (Img. 12). Esta imagen nos ofrece la representación de tres de los actores principales en el escenario del poder inglés durante las primeras décadas del papado de Aviñón: el obispado, la corona y el clero, siendo el primero y el último, monstruos con aspecto de dragón. Ahora bien, el verso —en diálogo con la imagen que lo divide en dos porciones distintas— viene a precisar la identidad y el estatus moral de quienes son retratados en este aparato pictórico, pues ante la cuestión que formula la primera línea — “Todos mis huesos preguntan: ¿Dios, quién se te parece?”—, la imagen responde: el obispo, el rey y el clérigo, en virtud de la naturaleza y la extensión de su poder. Por otro lado, la línea siguiente —“libera a los pobres de la mano de los poderosos, a los necesitados y a los pobres que son desgarrados por estos”—, sacando provecho del potencial semántico de la imagen que la antecede, viene a ponderar con más precisión la dimensión moral de los personajes representados en la miniatura interlineal, identificándolos con la iniquidad del que saca provecho del indefenso y con la ilegitimidad de un poder temporal y espiritual injusto.

Para terminar, como una expresión visual que aglutina tanto los distintos leitmotivs discursivos que alimentaron las representaciones de obispos monstruosos como las motivaciones políticas y sociales que pudieron haber animado su producción, observaremos un último caso pictórico, procedente del Salterio de Bohun (Img. 13). Se trata de un obispo con aspecto de pájaro que se da a la tarea de barrer el piso mientras muerde tres frutos con su pico. La imagen acompaña el salmo 41:10-11, que reza, literalmente: “le diré a Dios, que es mi protector: ¿Por qué he sido olvidado? ¿Por qué avanzo triste mientras me afligen mis enemigos? ¿Mientras rompen (confriguntur) mis huesos (ossa)?”.100 El recurso del obispo monstruoso, entonces, pretende concretar y precisar, visualmente, la referencia textual al despedazamiento de los huesos del salmista, pues la criatura—en consonancia con su naturaleza ornitomorfa— no solo muerde lo que parecen ser los huesos de una fruta —sustantivo que en latín corresponde a las voces nucleus y ossa—, sino que también barre el suelo, acción que se relaciona con la “fragmentación en pedazos” a la que también alude la voz confrigo. Con arreglo a la hibridación monstruosa, pues, tanto el lector como el iluminador del salterio modelan un rostro familiar para los personajes de los salmos, calificándolos moralmente al mismo tiempo. A través de un mecanismo que permite proyectar las preocupaciones políticas del comitente del libro en el texto de los salmos y en el universo privado y material del libro devocional, los “enemigos” del salmista vienen a identificarse con la institución obispal, con los líderes episcopales que, a juzgar por la documentación que hemos citado, eran considerados como agentes de expoliación para el pueblo inglés.

Ahora bien, si algún valor tiene la precisión del singular horizonte de significado en el que se inscribe el tema pictórico y marginal del clero monstruoso, es justamente que nos permite entender que los “caprichosos” temas periféricos presentes en los salterios ingleses del siglo XIV —y en particular las representaciones monstruosas— bien podían ir más allá del horizonte temático prescrito por el libro que los contenía, convirtiéndose así en la encrucijada en la que se daban citala palabra escrita —reputada como un lenguaje sagrado— y los eventos fácticos que definían la vida cotidiana de sus comitentes. En consecuencia, podemos afirmar no solo que el monstruo marginal era un dispositivo portador de significado, sino también que desempeñaba el rol de un verdadero puente comunicativo entre la experiencia del libro y la experiencia social que tenía lugar más allá de sus folios, un puente a través del que la narrativa de los salmos —como también la relacionada con la experiencia devocional que estos propiciaban— dejaba de ser un producto acabado y semánticamente fijo, para convertirse en un universo abierto a las contingencias del quehacer señorial, a las contingencias de la historia.

Imágenes


Imagen 1.
Arnolfo di Cambio. Retrato de BonifacioVIII. 1296-1302. Escultura en mármol. Museo dell'Opera del Duomo. By Sailko.
[CC BY 3.0 (https://creativecommons.org/licenses/by/3.0)], from Wikimedia Commons.


Imagen 2.
Salterio de Rutland. Add MS 62925. Fol. 10v. 1260
© British Library Board.


Imagen 3.
Salterio de Rutland. Add MS 62925. Fol. 62r. 1260.
© British Library Board.


Imagen 4.
Salterio de Rutland. Add MS 62925. Fol. 87v. 1260.
© British Library Board.


Imagen 5.
Salterio de Gorleston. Add MS 49622. Fol. 55 r. 1310-1324.
© British Library Board.


Imagen 6.
Salterio de Gorleston. Add MS 49622. Fol. 115 r. 1310-1324
© British Library Board.


Imagen 7.
Salterio de Gorleston. Add MS 49622. Fol. 96 r. 1310-1324.
© British Library Board.


Imagen 8.
Salterio de Luttrell. Add MS 42130. Fol. 175r. 1334-1335.
© British Library Board.


Imagen 9.
Salterio de Rutland. Add MS 62925. Fol. 37r. 1260.
© British Library Board.


Imagen 10.
Salterio de Luttrell. Add MS 42130. Fol. 192r. 1334-1335.
© British Library Board.


Imagen 11.
Salterio de Bohun. Egerton MS 3277, Fol. 69v. 1340-1360.
© British Library Board.


Imagen 12.
Salterio de Gorleston. Add MS 49622. Fol. 45v. 1310-1324.
© British Library Board.


Imagen 13.
Salterio de Bohun. Egerton MS 3277, Fol. 32r. 1340-1360.
© British Library Board.

Material suplementario
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Notas
Notas
1. Ioana Jimborean, “La Loggia delle Benidizioni at St. Peter´s in the Quattrocento and the Visualization of Power”, en: Perspectives on Public Space in Rome, From Antiquity to the Modern Day, editado por Jan Gadeyene y Gregory Smith (Londres: Routledge, 2016), 116-120.
2. Nancy Rash, “Boniface VIII and Honorific Portraiture: Observations on the Half-Length Image in the Vatican”. Gesta 26, nº 1 (1987): 47-49.
3. Si bien es cierto que este dispositivo de imágenes marginales vino a convertirse en un elemento recurrente de los programas decorativos contenidos en los libros de devoción privada —entre los siglos XIII y XIV—, y por lo tanto en una suerte de novedad en lo que atañe a la cultura pictórica que tradicionalmente se había desarrollado en torno a la producción libraria [Michael Camille, “Bodies, Names and Gender in a Gothic Psalter”, en The Illuminated Psalter. Studies in the Content, Purpose and Placement of Its Images, editado por F.O. Buttner (Turnhout: Brepols, 2005), 377; Fernando Villaseñor Sebastián, “El cuerpo en el margen: desnudo y significación en las marginalias medievales”, en Image et Corps. Actes du 5e Congres International du GRIMH. Lyon 16-17-18 de Novembre 2006 (Lyon: Université Lumière-Lyon 2, 2006), 51], también es necesario señalar que sus orígenes trascienden el formato del códice, hundiendo sus raíces en la experiencia edilística del Románico. En los albores del siglo XII, los canecillos, ménsulas, arquivoltas y enjutas de templos, catedrales y claustros monásticos se convirtieron en soportes de una notable diversidad de temas escultóricos profanos, grotescos y monstruosos, dialogando así, desde el margen espacial de estas edificaciones, con los temas centrales que podían encontrase en los ábsides y frontales de altar, por ejemplo. En este sentido, y a manera de documento, podemos citar la preocupación que expresó Bernardo de Claraval, en 1125, con relación a las distracciones que podían provocar, en la disciplina de los monjes, los híbridos y monstruos esculpidos en los capiteles de los claustros cluniacenses [ver: Bernardo de Claraval, Sancti Bernardi, abbatis primi Clarævallensis Opera genuina juxta editionem monachorum Sancti Benedicti (Lyon: Perisse Frères, 1854), 457]. Como instancias tempranas de este tipo de marginalia podemos citar la presencia de capiteles profanos en la Basílica de Santa María Magdalena de Vezelay y la Catedral de San Lázaro en Autún (1120-1150) —ambas en Francia—, como también los canecillos de la portada sur de Santa María de Uncastillo (1135-1155), en la provincia de Zaragoza (España) y las ménsulas de la Colegiata de San Pedro Cervatos (1129), en Cantabria, que tienen como tema lo erótico, la juglaría y el contorsionismo [Fernando Villaseñor Sebastián, “Imágenes en los espacios marginales del edificio románico. Apuntes sobre canecillos, metopas y otros elementos decorativos”, en La imagen en el edificio románico: espacios y discursos visuales, editado por Pedro Luis Huerta (Aguilar de Campo: Fundación Santa María la Real, 2015), 13-45].
4. Los salterios del siglo XIV —libros devocionales de los que se ocupará este artículo— estaban compuestos, usualmente, por un calendario, los 150 salmos de la Biblia, canticos, letanías y colectas. Ahora bien, estos tres últimos componentes no solían someterse al mismo grado de estandarización del que eran objeto los calendarios y los salmos en la economía del códice, pues sus particularidades estaban definidas por los usos litúrgicos socorridos en la región en la que eran producidos o las necesidades devocionales concretas de sus promotores. En ocasiones, a petición de estos últimos, podían añadirse plegarias no litúrgicas, usual- mente después de las colectas. Durante el período que aborda este artículo, los salterios podían variar notablemente en su programa decorativo, pues algunos podían incluir ricas y numerosas miniaturas inspiradas en el Antiguo y el Nuevo Testamento o en temas de naturaleza profana —siendo este el ca- so de la marginalia—, mientras que otros podían limitarse apenas al tratamiento decorativo de sus iniciales. Ahora, si bien su patronazgo como có- dices devocionales y objetos de lujo por parte del laicado se desarrolló plenamente entre el comienzo del siglo XIII y la mitad del siglo XIV —como efecto, entre otros fenómenos, de la difusión de la cultura penitencial promocionada por el Cuarto Concilio Laterano (1215), que contribuyó a convertir su lectura en un mecanismo de penitencia intima e individual y en un recurso meditativo que favorecía el desarrollo de una relación pro- fundamente emocional con la divinidad—, su uso litúrgico hunde sus raíces en la cultura monástica de la Alta Edad Media. Para el siglo X —período en el que los usos rituales de la Iglesia alcanzan un grado notable de estandarización—, el salterio era parte fundamental del rezo colectivo del oficio de los monjes, como también una herramienta de meditación individual. Sobre las particularidades del salterio y las transformaciones históricas en su uso, ver: Adelaide Bennett, “The Transformation of the Gothic Psalter in Thirteenth-Century France”, en The Illuminated Psalter. Studies in the Content, Purpose and Placement of Its Images, ed.F.O. Buttner (Turnhout: Brepols, 2005), 211-221;Annie Sutherland, English Psalms in the Middle Ages. 1300-1450 (Oxford: Oxford University Press, 2015), 1-65; George H. Brown, “The Psalms as the Foundation of Anglo-Saxon Learning”, en The Place of the Psalms in the Intellectual Culture of the Middle Ages, editado por Nancy van Deusen (Nueva York: State University of New York Press, 1999), 1-24; Joseph Dyer, “The Psalms in Monastic Prayer”, en The Place of the Psalms in the Intellectual Culture of the Middle Ages, editado por Nancy van Deusen (Nueva York: State University of New York Press, 1999), 59-89.
5. El códice fue comisionado entre 1258 y 1260 por la familia de Edmund Lacy, segundo conde de Lincoln, quien llegó a ser uno de los señores más poderosos de Inglaterra en virtud tanto de su herencia (en la que se incluye la mansión de Stanbury, corredor comercial entre el oriente y el occidente de Inglaterra, y el poderoso castillo de Pontefract), como de su ascendente sobre Enrique III, en cuya corte creció en calidad de hijo adoptivo. De hecho, la fecha de su muerte (24 de mayo de 1258) fue añadida al calendario del salterio, lo que sugiere poderosamente, aun cuando no hay datos concluyentes al respecto, que pudo haber sido él mismo quien ideó su comisión. De hecho, las plegarias que contiene el códice bien podrían ser expresión de su arraigada devoción mariana, que lo habría llevado a patrocinar una casa para los frailes dominicos en Pontefract [Gerald Lacey, The Legacy of the de Lacy, Lacey, Lacy Family, 1066-1994 (Michigan: Ashman, 1994), 49- 63]. El salterio tiene la siguiente organización: calendario al uso de Sarum, salterio al uso de Sarum, cánticos, credo de Anastasio, letanías, oraciones a los santos patrones de la familia Lacy, oficio de muertos y oraciones no litúrgicas. Entre las características fundamentales del códice se encuentra la atención que dedicaron sus cuatro artistas —de quienes se desconoce su identidad— a la decoración marginal. Sobre las singularidades del códice y su apuesta visual, ver: Lucy Freeman Sandler, “A Series of Marginal Illustrations in the Rutland Psalter”. Marsyas: Studies in the History of Art 8 (1959): 70-74; Nigel Morgan, “The Artists of the Rutland Psalter”. British Library Journal 2 (1987): 159-85.
6. Michael Camille, Image on the Edge. The Mar- gins of Medieval Art (Londres: Reaktion Books, 1992), 22-23.
7. Emile Maunde Thompson, “The Grotesque and the Humorous in Illuminations of the Middle Ages”. Bibliographica 2, nº 1 (1896): 309-321.
8. Emile Mâle, L’ Art religieux du XIIIe siècle en France: Etude sur l’iconographie du moyen âge et sur ses sources d’ inspiration, vol. I (Paris: Armand Colin, 1958), 124.
9. Philip Eubanks, Metaphor and Writing. Figurative Thought in the Discourse of Written Communication (Cambridge: Cambridge University Press, 2011), 145-147.
10. Jurgis Baltrusaitis, Réveils et prodiges: Le gothique fantastique (Paris: A. Colin, 1960), 335-352.
11. Meyer Schapiro, “Imágenes en los márgenes y drolerie”, en Estudios sobre el arte de la Antigüedad Tardía, el cristianismo primitivo y la Edad Media (Madrid: Alianza, 1987), 179-181.
12. Lilian Randall, “Exempla as a source of Gothic Marginal Illumination”. The Art Bulletin 39, nº 2 (1957): 97-101.
13. Camille, Image in the Edge, 99-108.
14. Ver, por ejemplo: Lucy Freeman Sandler, “The Word in the Text and the Image in the Margin: The Case of the Luttrell Psalter”. The Journal of the Walters Art Gallery 54 (1996): 87-97.
15. Ver, a manera de ejemplo: Camille, Image on the Edge, 114-120.
16. David Lepine, A Brotherhood of Canons Serving God: English Secular Cathedrals in the Later Middle Ages (Woodbridge: Boydell Press, 1995), 28.
17. El salterio fue patrocinado por Roger de Bigot, 5º conde de Norfolk y Mariscal de Inglaterra (1286-1347) —cuyo retrato puede encontrase en el folio 10r del códice— y pasó, tiempo después de ser terminado, a buen resguardo del Priorato de la Catedral de Norwich, en el que se le agregaron algunas letanías. Como Mariscal de Inglaterra —lugarteniente militar de los ejércitos del reino— y poseedor de tierras en Anglia Oriental, Gales e Irlanda, Roger de Bigot fue uno de los señores más poderosos e in- fluyentes durante la regencia de Eduardo I. Su poder fue tal que llegó a desafiar al rey, negándose a acompañarlo con sus ejércitos en la campaña contra el rey de Francia en Gascuña y oponiéndose por la fuerza a los gravámenes fiscales que éste trató de imponer sobre Norfolk para financiar la guerra en el continente. Sin embargo, y en virtud del ascendiente que tenía sobre otros de los señores del reino, sus desacatos fueron perdonados por el monarca, quien lo envío a enfrentar la rebelión de los escoceses en el norte de la isla. Como veremos más adelante, su preocupación por los réditos y la situación económica del condado que había recibido en heredad, lo llevó a oponer- se resueltamente —y por la fuerza— al influjo del clero francés —y en últimas, del Papa— en la administración eclesiástica de Anglia Oriental. Ahora bien, el códice que lleva su apellido es considerado como una de las joyas de la Escuela de Iluminación de Anglia Oriental, en virtud del diálogo que establece entre las convenciones visuales de los talleres locales y el influjo de manuscritos procedentes de Francia y de Flandes. Su texto es obra de un solo es- criba, mientras que su programa visual se atribuye a un taller de Anglia Oriental que también se habría encargado de otras joyas de la iluminación insular en la primera mitad del siglo XIV: el Breviario Stowe y el Salterio de San Omer. Estructuralmente, se com- pone de los siguientes apartados: calendario, oraciones litúrgicas, cánticos, letanías, colectas, oficios y oraciones no litúrgicas. Sobre las particularidades visuales del códice ver: Emile Maunde Thompson, “The Gorleston Psalter”. Burlington Magazine 13 (1908): 146-51; Otto Pächt, “A Giottesque Episode in English Illumination”. Journal of the Warburg and Courtauld Institutes 6 (1943): 51-70. Sobre Roger de Bigot y su papel en la política inglesa del siglo XIV, ver: William Stubbs, The Constitutional History of England in its Origin and Development, vol. II (Nueva York: Cambridge University Press, 2011), 132-192; 297-298.
18. “Confundantur et revereantur simul, / qui quærunt animam meam ut auferant eam; / convertantur retrorsum et revereantur, / qui volunt mihi mala”. Todas las citas del salterio contenidas en el presente artículo corresponden a la Vulgata Galicana —usada ampliamente en el rito litúrgico inglés entre los siglos V y XIV y, por lo tanto, común a los libros devocionales producidos en la región— y son traducciones del autor. Sobre la Vulgata Galicana, ver: John Eaton, A Historical and Spiritual Commentary with an Introduction and New Traslation (Londres: T&T Clrark International, 2003), 44-45.
19. Sydney Carlyle Cockerell, The Gorleston Psalter (Londres: Chiswick Press, 1907), 8-9.
20. “(…) potens es, domine, et veritas tua in circuito tuo”.
21. Sobre los juegos entre la imagen marginal y el potencial de significado de la palabra escrita en los salterios ingleses del siglo XIV, ver: Randall, “The Word in the Text”, 87-99.
22. Empleo aquí el anglicismo monsterizar —atribuirle un aspecto o una connotación monstruosa a un sujeto, institución o fenómeno social— en virtud del poder semántico que ya tiene este concepto en la literatura anglosajona. Por otro lado, cabe señalar que no hay ninguna voz castiza que de cuenta del significado concreto de este término, lo que justifica el uso del anglicismo.
23. “Memor esto hujus: inimicus improperavit Domino, / et populus insipiens incitavit nomen tuum. / Ne tradas bestiis animas confitentes tibi, / et animas pauperum tuorum ne obliviscaris in finem”.
24. El códice fue comisionado por Sir Geoffrey Luttrell III (1276-1345), señor de la mansión de Irnham en Lincolnshire (Anglia Oriental). En su calidad de señor y tenedor de tierras en la región de la que venimos hablando, desempeñó un rol importante en el desarrollo de las fricciones entre Eduardo II y Thomas Lancaster, quien acusaba al monarca de enarbolar una política tributaria hostil al espíritu del Parlamento y las gentes de las comarcas. Apoyando la causa de la familia Lancaster, acometió el asalto de la comarca de Sempringham [Michelle Brown, The World of the Luttrell Psalter (Londres: The British Library, 2006), 13-19], lo que, junto con las cada vez más frecuentes demandas de derechos por parte del campesinado local en los albores del siglo XIV, comprometía su estatus señorial en el escena- rio político inglés [James Campbell, “Hundreds and leets: a survey with suggestions”, en Medieval East Anglia, editado por Christopher Harper-Bill (Suffolk: Boydell Press, 2005), 164], aun cuando el apoyo militar que brindó a la corona en la guerra contra los escoceses fue crucial para la estabilidad de la regencia de Eduardo I [Katie Stevenson, Power and Propaganda. Scotland 1306-1488 (Edinburgh: Edinburgh University Press, 2014), 4]. La comisión del salterio que lleva su apellido pretendía celebrar la dispensa matrimonial que el papa Juan XXII le concedió a él y a su esposa Agnes en 1331, y que les permitía heredar sus propiedades a Andrew, su hijo, sin importar el grado de parentesco que los unía, pues eran primos. La posibilidad de legar a su descendencia el señorío de Irnham venía entonces a confirmar el lugar de privilegio que ocupaban en el entramado social de Anglia Oriental, de manera que el salterio que patrocinó Sir Geoffrey vino a convertirse en la expresión material, como también memorial de esta reafirmación [Brown, The World of the Luttrell, 20-33], lo que puede colegirse a partir del constante énfasis que hace el programa visual del salterio en los dominios naturales y sociales de la familia Luttrell —a través de la representación de sus propias personas, su hacienda, sus tierras y la servidumbre que les estaba sometida. En esta misma dirección, la marginalia del códice pretende domesticar, a través del recurso a la monsterización, a aquellos actores sociales que desafiaban el señorío de la familia Luttrell, de manera que las criaturas monstruosas que pueblan la periferia de sus folios también harán parte fundamental del programa visual del salterio [Michael Camille, Mirror in Parchment. The Luttrell Psalter and the Making of Medieval England (Chicago: The University of Chicago Press, 1998), 232-308]. La estructura del manuscrito sigue la siguiente secuencia: calendario —en el que destacan fiestas como las de Tomás de Canterbury y Hugo de Lincoln—, salterio galicano, cánticos, letanía, colectas, oraciones litúrgicas y Oficio de Muertos en uso de Sarum.
25. “Dominus regnavit: irascantur populi; qui sedet super cherubim: moveatur terra”.
26. San Agustín, De Civitate Dei, ed. R.A. Green (Cambridge: Harvard University Press, 1960), 16, 8, 42-45.
27. Sobre el tema de la relación entre monstruosidad y transgresión cosmológica en la Edad Media, ver: Debra Higgs Strickland, Saracens, Demons and Jews. Making Monsters in Medieval Art (Princeton: Princeton University Press, 2003), 30-59; Asa Simon Mittman, Maps and Monsters in Medieval England (Nueva York: Routledge, 2006), 83-106; John Block Freidman, The Monstrous Races in Medieval Art and Thought (Nueva York: Syracuse University Press, 2000), 87-107.
28. Sobre Robert Mannyng y su aporte a la literatura inglesa, ver: Nicole Niffeneger, Authorizing History: Gestures of Authorship in Fourteenth Century English Historiography (Newcastle: Cambridge Scholars Publishing, 2013), 19-24; 112-118; 121-131.
29. “Ne womman had goodë couhe, / shuld kyssë any prestys mouthe, / for here may nat but synne aryse; / hys mouth ys halewed to Goddys seruyse (…) But ȝyt do wymmen gretter folye/ Þat vse to stonde among Þe clregye, / oÞer at matyns, or at messe, / but ȝyf hyt were yn cas of stresse. / For Þerof may come temptacyoun, / and dysturblyng of deocyun; / for foule Þoght cumÞ of feble ye-syȝt, / and fordoÞë grace with ryȝt”. Robert Mannyng, Handlyng Synne, ed. FrederickJ. Furnivall (Londres: Kegan Paul, Trench, Tübner & Co, 1903), vv. 7691-7694; 8803-8814. Esta y las demás traducciones del inglés medio y del latín medieval contenidas en este artículo son del autor.
30. Mannyng, Handlyng Synne, vv. 7988-8082.
31. David Benson, “The Langland Myth”, en: William Langland’s Piers Plowman. A Book of Essays, ed. Kathleen M. Hewett-Smith (Londres: Routledge, 2001), 83-102.
32. Charlotte Brewer, Editing ‘Piers Plowman’. The Evolution of the Text (Cambridge: Cambridge University Press, 1996), 1-7.
33. “(…) dame Iohanne was a bastard, / and dame Clarice a knightes doughter, ac a kokewolde was hire sire, / and dame Peronelle a prestes file; priouresse worth she neuere, / for she had childe in chirityme, / al owre chapitere it wiste”. William Langland, Piers Plowman. Selections from the B-Text as found in Bodleian MS. Laud Misc. 581, editado por Stella Brook (Manchester: Manchester University Press, 1975), 54.
34. Marjorie Elizabeth Plummer, From Priest’s Whore to Pastor’s Wife. Clerical Marriage and the Process of Reform in the Early German Reformation (Farnham: Routledge, 2012), 15.
35. Janelle Werner, “Just as the Priests have their Wives: Priests and Concubines in England, 1375- 1549” (Tesis de doctorado, University of North Carolina, 2009), 61.
36. “Periculoso et detestabili quarundum mona- lium statui que honestatis laxatis abenis et monachali modesta sexusque verecundia impudenter abjectis extra sua monasteria nonnunquam per habitacula secularium persinarum discurrunt et frequenter infra eadem monasteria personas suspectas admittunt in illius cui suam integritatem voluntate spontanea devoverunt grave offensam religionis opprobium et scandalum plurimorum, providere salubriter cupientes, praesenti constitutione perpetuo irrefragabiliter valitura sancimus, universas et singulas moniales, praesentes atque futuras, cuiuscunque religionis sint vel ordinis, in quibus- libet mundi partibus existentes, sub perpetua suis monasteriis debere de cetero permanere clausura ita”. Corpus Iuris Canonici, editado por Aemilius Friedberg (Leipzig: Dectretalium Collectiones, 1881), 1053.
37. Calendar of Entries in the Papal Registers Relating to Great Britain and Ireland. Papal Letters, A.D. 1198-1304, vol. I, ed. W.H. Bliss (Londres: Her Majesty’s Stationery Office, 1893), 84, 85, 86, 149, 190.
38. Calendar of Entries in the Papal Registers, vol. I, 89.
39. La insistencia de los concilios locales para que los laicos dejaran de frecuentar las liturgias oficiadas por clérigos incontinentes incidió de manera directa en la divulgación y el conocimiento popular de sus faltas. Werner, “Just as the Priests have their Wives”, 3.
40. En este sentido son notorias las cartas que dirigió este pontífice —entre marzo y mayo de 1337— a los obispos de Lincoln, San Davies, Exeter, Winchester y Salisbury, concediéndoles dispensas de ordenación sacerdotal a hijos de clérigos que tenían algún grado de influencia diplomática en la oficina papal. Calendar of Entries in the Papal Registers Relating to Great Britain and Ireland. Papal Letters, A.D. 1305-1342, vol. II, editado por W.H. Bliss (Londres: Her Majesty’s Stationery Office, 1895), 535-536.
41. En una instancia ilustrativa del número de privilegios eclesiásticos de este tipo que concedió el papado de Aviñón en Lincoln, vale la pena citar la carta que dirige Clemente VI, en 1347, al obispo de dicha sede, solicitándole que dispense a veinte hijos de clérigos ingleses —permitiéndoles la ordenación sacerdotal— y que les otorgue beneficios económicos sobre los cargos que les provea en dicha sede. El número de beneficiarios de esta dispensa, si se lo compara con otras otorgadas por el mismo pontífice, resulta ser bastante elevado. Calendar of Entries in the Papal Registers Relating to Great Britain and Ireland. Papal Letters, A.D. 1343-1362, vol. III, editado por W.H. Bliss (Londres: Her Majesty’s Stationery Office, 1895), 250.
42. De hecho, de los 147 clérigos cuyos nombres se registran en las actas públicas de Norwich durante este período —seguramente había mucho más en la ciudad, solo que la ocupación de los ciudadanos, como forma de identificación personal, no se registraba de manera constante en los documentos públicos—, 76 lo hacen bajo la rúbrica casados, y entre estos, el 85% lo hacen acompañados por el nombre de sus esposas. Elizabeth Rutledge, “Lawyers and Administrators: The Clerks of Late Thirteenth Century Norwich”, en Medieval East Anglia, editado por Christopher Harper-Bill (Suffolk: The Boydell Press, 2005), 85.
43. Sobre las connotaciones del concepto escándalo y sus repercusiones públicas en el derecho canónico tardo-medieval, ver: Taglia, Kathryn Ann. “On Account of Scandal: Priests, Their Children and the Ecclesiastical Demand for Celibacy”. Florilegium 14, no 1 (1996): 57-70.
44. “Apprehende arma et scutum, et exsurge in adjutorium mihi, / effunde frameam, et conclude adversus eos qui persequuntur me (…) / Confundantur et revereantur quærentes animam meam; / avertantur retrorsum et confundantur cogitantes mihi mala (…) / fiat via illorum tenebræ et lubricum (…)”.
45. En una instancia ejemplar de las acciones hostiles acometidas por algunos obispos ingleses, vale la pena citar el asalto que lideró el obispo Anthony de Durham, en 1300, a uno de los prioratos benedictinos de su jurisdicción. La regesta de Bonifacio VIII refiere que el obispo ingresó violentamente en la institución religiosa, acompañado por un ejército de hombres armados, y que no contento con lastimar a algunos de los clérigos, los mantuvo secuestrados en la casa. Calendar of Entries in the Papal Registers, vol. I, 589.
46. Sobre el tema, ver: Katherine Harvey, “Objections to Episcopal Elections in England, 1216- 1272”. Nottingham Medieval Studies 55, nº 1 (2011): 125-147.
47. Calendar of Entries in the Papal Registers, vol. I, 607.
48. Este movimiento de lo humano hacia lo in- humano que se opera en el cuerpo monstruoso se revela en las coordenadas corporales que condicionan la anomalía del monstruo. Las Blemmayes, por ejemplo —monstruos desprovistos de cabeza, con los ojos, la boca y la nariz localizados en el torso— aluden justamente a la reducción de lo humano al puro aparato físico, al apetito corporal animal, a la reducción del pensamiento encefálico, que desde la Antigüedad tardía solía identificarse con lo superior, con lo espiritual. Sobre el tema ver: Mikhail Bahktin, Rabelais and His World (Bloomington: Indiana University Press, 1984), 19.
49. Scott Westrem, “Against Gog and Magog”, en Text and Territory: Geographical Imagination in the European Middle Ages, editado por Sylvia Tomasch y Sealy Gilles (Philadelphia: Pennsylvania University Press, 1998), 55.
50. “Et murmuraverunt in tabernaculis suis; / non exaudierunt vocem Domini (…) / et ut dejiceret semen eorum in nationibus, / et dispergeret eos in regionibus. / Et initiati sunt Beelphegor (…)”.
51. Orígenes, “Homilia XX”, en Patrología graecae tomus XII. Origenes, editado por J.P. Migne (París: Bibliotecae Cleri Universae, 1862), 752.
52. Ver por ejemplo: John E. Weakland “Administrative and Fiscal Centralization under Pope John XXII, 1316-1334”. Catholic Historical Review 54, nº 1 (1968): 43; Jacques Chiffoleau, La comptabilité de l’au-delà: Les hommes, la mort et la religión dans la region d’Avignon à la fin du moyen âge (París: De Boccard, 1980); Norman Housley. “Pope Clement V and the Crusades of 1309-10”. Journal of Medieval History 8, nº 1 (1982): 29- 43; Sophia Menache, Clement V (Cambridge: Cambridge University Press, 1998), 35-100; Patrick N. R. Zutschi, “The Avignon Papacy,” en: The New Cambridge Medieval History, vol. 6, editado por Michael Jones (Cambridge: Cambridge University Press, 2000), 653-673.
53. Francesco Petrarca, “Letter 8 (to Hildebrandino)”, Petrarch’s Book Without a Name, traducido por Norman P. Zacour (Toronto: Pontifical Institute of Medieval Studies, 1973), 67.
54. Giovanni Villani, Villani’s Chronicle Being Selections from the First Nine Books of the Croniche Fiorentine of Giovanni Villani, editado por PhilipH. Wicksteed (London: Archibald Constable, 1906), 372-373.
55. Marsilius de Padua, The Defensor Pacis, traducido por Alan Gewirth (Nueva York: Columbia University Press, 1956), 44-49; 299-313; 344-364.
56. Pietro Boitani, “Petrarch and the barbari Britanni”, en: Petrarch in Britain. Interpreters, Imitators and Translators over 700 Years, editado por Martin McLaughlin (Oxford: Oxford University Press, 2007), 9-25; George Garnett, Marsilius of Padua and “the Truth of the History” (Nueva York: Oxford University Press, 2006), 17-49.
57. Yves Renouard, The Avignon Papacy: The Popes in Exile 1305-1403, traducido por Denis Bethell (New York: Barnes and Noble, 1994), 14.
58. Joëlle Rollo-Koster, Avignon and its Papacy, 1309-1417. Popes, Institutions and Society (Nueva York: Rowman and Littlefield, 2015), 24-26.
59. La respuesta de los monarcas europeos an- te estas amenazas habría de provocar el traslado de la oficina pontificia desde Roma a Aviñón. A finales del siglo XIII —y como una medida diseñada para contrarrestar el desangramiento económico que había producido en Francia la guerra con Inglaterra—, Felipe IV decidió establecer un gravamen sobre el clero francés. Puesto que la decisión del monarca desafiaba la autoridad fiscal del papado y representaba una afirmación inédita del poder temporal de los reyes, Bonifacio VIII decidió deslegitimarla a través de la bula Clericis laicos (1296), en la que incluso llegó a amenazar a Felipe IV con la excomunión. En respuesta, el monarca francés ideó dos violentos asaltos a la residencia del papa en Agnani, el segundo de los cuales (1303) culminó con el secuestro de Bonifacio VIII, que se prolongó durante tres días. Ante las precarias condiciones de seguridad que ofrecían tanto Roma como sus alrededores, Clemente V —sucesor de Bonifacio— decidió trasladar la curia a la ciudad de Aviñón. Joëlle Rollo-Koster, Avignon and its Papacy, 26-36.
60. Robert Benson, The Bishop-Elect: A Study in Medieval Ecclesiastical Office (Princeton: Princeton University Press, 1968), 106–07.
61. Katherine Harvey. “Objections to Episcopal Elections in England, 1216-1272”. Nottingham Medieval Studies 55, no. 1 (2011): 138.
62. Thomas, W. Smith. “The Development of Papal Provisions in Medieval Europe”. History Compass 13, nº 3 (2015): 110.
63. Este poder había sido definido desde 1214, por vía de la Carta de Libre Elección, promulgada por el rey Juan de Inglaterra. James Clarke Holt, Magna Carta (Londres: Cambridge University Press, 1992), 299; 518.
64. William Abel Pantin, The English Church in the Fourteenth Century (Cambridge: Cambridge University Press, 2010), 65.
65. Calendar of the Close Rolls Preserved in the Public Record Office. Edward I. A.D. 1272-1279, editado por H.C. Maxwell Lyte (Londres: Her Majesty´s Stationery Office, 1900), 39.
66. Historiae Dunelmensis Scriptores Tres: Gaufridus de Coldingham, Robertus de Graystanes et Willielmus de Chambres, editado por James Raine (Londres: J.B. Nichols and son, 1839), 122.
67. Rotuli Parliamentorum ut et Petitiones Placitas in Parliamento. A.D. 1278 – A.D. 1503, vol. I, editado por John Strachen y John Pridden (Londres: Comitee of the House of The Lords, 1832), 219.
68. Jean Favier, Les papes d’Avignon (Paris: Fayard, 2006), 62.
69. Joëlle Rollo-Koster, Avignon and its Papacy, 35.
70. Calendar of Entries in the Papal Registers, vol. II, 103.
71. Joëlle Rollo-Koster, Avignon and it Papacy, 71.
72. Karsten Plöger, England and the Avignon Popes. The Practice of Diplomacy in Late Medieval Europe (Londres: Legenda, 2005), 24-25.
73. Lo que más temían los señores de Inglaterra respecto al vínculo de la oficina de Aviñón con la política francesa era, precisamente, que amenazaba con inclinar la balanza de la guerra con Francia hacia los intereses de este último reino, pues no solo asumían que las provisiones a franceses en suelo inglés eran una flagrante expoliación de los derechos de la población —en provecho de los franceses—, sino que también sospechaban que los impuestos que cobraba el papa sobre el clero asentado en Inglaterra terminarían por enriquecer las arcas del reino de Francia. Diana Wood, Clement VI: The Pontificate and Ideas of an Avignon Pope (Cambridge: Cambridge University Press, 1989), 123.
74. Las expectancias (expectantia), en el derecho canónico medieval, eran las reclamaciones —y posteriores concesiones— que podía hacer la oficina pontificia sobre un beneficio remunerado que aún no estuviese vacante. Cyclopædia of Biblical, Theological, and Ecclesiastical Literature, Vol. III, editado por John M’Clintock y James Strong (Nueva York: Harper and Brothers Publishers, 1882), 419.
75. Willliam E. Lunt. Studies in Anglo-Papal Relations During the Middle Ages. Financial Relations of the Papacy with England, 1327-1534, vol. II (Cambridge: Medieval Academy of America, 1962), 326-327.
76. Karsten Plöger, England and the Avignon Popes, 43.
77. Vita Edwardi Secundi, ed. Wendy R. Childs (Nueva York: Oxford University Press), 178-179.
78. Calendar of Entries in the Papal Registers, vol. II, 203.
79. Ver, por ejemplo: Calendar of Entries in the Papal Registers, vol. II, 216; 220; 340.
80. Calendar of Entries in the Papal Registers, vol. II, 414.
81. Calendar of Entries in the Papal Registers, vol. II, 49; 54.
82. Calendar of Entries in the Papal Registers, vol. II, 392.
83. El término designa el ejercicio de un cargo eclesiástico desde una ciudad o provincia distinta.
84. Calendar of Entries in the Papal Registers, vol. II, 127. Los Frutos del primer año era un gravamen equivalente al primer año de ganancias de todos los clérigos ingleses.
85. Calendar of Entries in the Papal Registers, vol. II, 126-127.
86. Calendar of Entries in the Papal Registers, vol. II, 191.
87. Historiae Dunelmensis Scriptores Tres, 98.
88. Michael Prestwich, “Gilbert de Middleton and the Attack on the Cardinals”, en: Warriors and Churchmen in the High Middle Ages: Essays Presented to Karl Leyser, editado por Timothy Reuter (Londres: Bloomsburt Publishing, 1992), 179-180.
89. Calendar of Entries in the Papal Registers, vol. I, 594-595.
90. Calendar of Entries in the Papal Registers, vol. II, 121.
91. Calendar of Entries in the Papal Registers, vol. II, 251.
92. En este sentido vale la pena citar al cronista inglés Matthew Paris (1200-1259), quien refiere que entre 1231 y 1232 la población de Londres y sus alrededores ya se daba a la tarea de asaltar las residencias de los clérigos aprovisionados por el papa, robando su grano, quemando sus graneros y secuestrándolos. Matthew Paris, Historia Anglorum, sive, ut Vulgo dicitur, Historia Minor, vol II, editado por Frederic Madden (Londres: Longmans, Green, Reader and Dyer, 1866), 337-338.
93. Los libros de horas facilitaban a su poseedor el rezo privado del oficio divino durante las distintas horas canónicas (maitines, laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas), que podía hacerse en cualquier lugar en virtud del formato, usualmente pequeño y portátil, de dichos manuscritos. Estaban compuestos, usualmente, por los 150 salmos, oraciones dirigidas a los santos de predilección del comitente (sufragios), plegarias que debían hacerse durante las liturgias funerarias y las relacionadas con la Virgen y la pasión de Cristo, e himnarios. Con la incorporación cada vez más frecuente de imágenes —a partir del siglo XIII—, estos códices se convirtieron en dispositivos de meditación y contemplación para quienes los habían comisionado, pues les permitían visualizar material y espiritual- mente el objeto de sus devociones. En virtud de las variaciones de contenido que suelen presentar, se convierten en valiosos documentos sobre las prácticas litúrgicas favorecidas por individuos, familias o incluso regiones enteras. Sobre el tema, ver: Andrew Hughes, Medieval Manuscripts for Mass and Office. A Guide to Their Organization and Terminology (Toronto: University of Toronto Press, 2004), 50- 75, 224-257; Alexa Sand, Vision, Devotion and Self- Representation in Late Medieval Art (Nueva York: Cambridge University Press, 2014), 1-26; KathrynA. Smith, Art, Identity and Devotion in FourteenthCentury England. Three Women and Their Books of Hours (Londres: British Library, 2003), 11- 56, 249-94; Anne Rudolff Stanton, “Turning the Pages: Marginal Narratives and Devotional Practice in Gothic Prayerbooks”, en Push Me, Pull You. Imaginative and Emotional Interaction in Late Medieval and Renaissance Art, editado por Sarah Blick (Leiden: Brill, 2011), 75-122.
94. En este sentido podemos citar el programa visual que acompaña el Salterio de Luttrell. Además de retratos ecuestres de su comitente y representaciones pictóricas de banquetes familiares, el códice nos ofrece un repertorio pictórico del mundo natural y social que le estaba subordinado a su promotor, Sir Geoffrey Luttrell. Así, encontramos representaciones visuales del campesinado de Lincolnshire, de los campos de trigo de la región y de las tecnologías agrarias que se empleaban en ellos. Ver: Brown, The World of the Luttrell Psalter, 34-57, 68-77; Camille, Mirror in Parchment, 49- 81; 178-231.
95. El códice fue patrocinado por Humphrey de Bohun, 7o conde Hereford —bisnieto del rey Eduardo I y Mariscal de Francia— y hace parte del grupo de diez exquisitos manuscritos devocionales que los Bohun comisionaron al scriptorium que operaba en su castillo familiar de Pleshey (Essex) [Lucy Freeman Sandler, “Embedded Marginalia in the Psalter and Hours of Humphrey de Bohun (British Library, Egerton MS. 3277)”. Electronic British Library Journal, nº 1 (2015): 1-3]. El 7º conde de Hereford —notable bibliófilo, al igual que sus antecesores en el condado— comisionó el salterio que lleva su apellido en una coyuntu- ra crítica en lo que atañe a la confrontación de Inglaterra y Francia durante la Guerra de los Cien Años. De hecho, su producción coincide con el Tratado de Brétigny (1360), en el que Eduardo III se comprometió a abandonar sus reclamaciones sobre el reino de Francia en un gesto que molestó profundamente a muchos de sus señores —sien- do este el caso de Humphrey Bohun— , quienes vieron en el tratado una renuncia poco señorial a aquello que les correspondía en virtud de sus servicios al rey, como también una prevaricación de la corona inglesa ante la ya gravosa influencia del papado aviñonés —de cuño pro-francés— en el nombramiento de cargos eclesiásticos y obispales en Inglaterra [Lesley Ann Coote, Prophecy and Public Affairs in Later Medieval England (York: York Medieval Press, 2000), 138]. Alentado por su animadversión frente al tratado y el ascendiente francés en la política y la administración eclesiástica de Inglaterra, patrocinó una obra que hacía propaganda de la guerra inglesa en Francia, la ya célebre Profecía de John Bridlington [Denise N. Baker, “Meed and the Economics of Chivalry in Piers Plowman”, en: Inscribing the Hundred Years’ War in French and English Cultures, editado por Denise N. Baker (Nueva York: State University of New York Press, 2000), 57]. Ahora bien, en lo que atañe al programa pictórico del salterio, va- le la pena destacar su complejidad. Sus iniciales historiadas siguen dos ciclos narrativos distintos: mientras en los salmos, los canticos y las letanías la fuente temática será el libro de los Reyes, las horas de la Virgen, los salmos penitenciales y el oficio de muertos seguirán los evangelios de Juan y Lucas, como también el libro de los Hechos de los Apóstoles. Sobre las características visuales del salterio y su orientación política, ver: Lucy Freeman Sandler, “Political Imagery in the Bohun Manuscripts”, en Decoration and Illustration in Medieval English Manuscripts, English Manuscript Studies 1100-1700, ed. Anthony Edwards (London: British Library, 2002), 114-153; Lynda Dennison, “British Library, Egerton MS 3277: A Fourteenth-Century Psalter-Hours and the Question of Bohun Family Ownership”, en Family and Dynasty in Late Medieval England, editado por Richard Eales y Shaun Tyas (Donington: Harlaxton Medieval Studies, 2003)122-55.
96. “(…) Et timebunt gentes nomen tuum, Domine, et omnes reges terræ gloriam tuam (…)”.
97. Bestiary: Being an English Version of the Bodleian Library, Oxford, MS Bodley 764, editado por Richard Barber (Woodbridge: Boydell Press, 1999), 48-50; John Sorenson, Ape (Londres: Reaktion Books, 2009), 34-46.
98. Ver pág. 185-186.
99. “Omnia ossa mea dicent: Domine, quis similis tibi? / eripiens inopem de manu fortiorum ejus; egenum et pauperem a diripientibus eum”.
100. “Dicam Deo: Susceptor meus es; / quare oblitus es mei? / et quare contristatus incedo, dum affligit me inimicus? / Dum confringuntur ossa mea (…)”.

Imagen 1.
Arnolfo di Cambio. Retrato de BonifacioVIII. 1296-1302. Escultura en mármol. Museo dell'Opera del Duomo. By Sailko.
[CC BY 3.0 (https://creativecommons.org/licenses/by/3.0)], from Wikimedia Commons.

Imagen 2.
Salterio de Rutland. Add MS 62925. Fol. 10v. 1260
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Imagen 3.
Salterio de Rutland. Add MS 62925. Fol. 62r. 1260.
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Imagen 4.
Salterio de Rutland. Add MS 62925. Fol. 87v. 1260.
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Imagen 5.
Salterio de Gorleston. Add MS 49622. Fol. 55 r. 1310-1324.
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Imagen 6.
Salterio de Gorleston. Add MS 49622. Fol. 115 r. 1310-1324
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Imagen 7.
Salterio de Gorleston. Add MS 49622. Fol. 96 r. 1310-1324.
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Imagen 8.
Salterio de Luttrell. Add MS 42130. Fol. 175r. 1334-1335.
© British Library Board.

Imagen 9.
Salterio de Rutland. Add MS 62925. Fol. 37r. 1260.
© British Library Board.

Imagen 10.
Salterio de Luttrell. Add MS 42130. Fol. 192r. 1334-1335.
© British Library Board.

Imagen 11.
Salterio de Bohun. Egerton MS 3277, Fol. 69v. 1340-1360.
© British Library Board.

Imagen 12.
Salterio de Gorleston. Add MS 49622. Fol. 45v. 1310-1324.
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Imagen 13.
Salterio de Bohun. Egerton MS 3277, Fol. 32r. 1340-1360.
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