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Pensamiento haitiano. Entre La Revue Indigène y la Unión Patriótica, 1920-1930
Haitian thought. Between La Revue Indigène and the Patriotic Union, 1920-1930
Wirapuru Revista Latinoamericana de Estudios de las Ideas, núm. 1, pp. 4-19, 2020
Ariadna Ediciones

Artículos



Recepción: 30 Abril 2020

Aprobación: 25 Julio 2020

DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.4242903

Resumen: La nueva generación intelectual que nació entre el último lustro del siglo XIX y el primero del siglo XX se fue identificando con Alexandre Pétion, el prócer de su Independencia, y con Charlemagne Péralte, el dirigente guerrillero que luchaba contra la ocupación estadounidense. Ambos fueron referentes para tejer redes más allá de las organizaciones. Sus integrantes padecieron la lógica racista y opresiva de las tropas de ocupación a partir de 1915. El sector vanguardista asumió, a su modo, el llamamiento cultural del ensayista Jean Price-Mars. Se aglutinaron en torno a la Unión Patriótica a partir de 1920 y a La Revue Indigène (1927-1928), bajo las coordenadas del juvenilismo antiyanqui, la revaloración de la autoctonía cultural creole y sus simpatías hacia el socialismo de Manuel Ugarte. Varios de ellos tuvieron que marchar al exilio, continuando su quehacer intelectual a través de las páginas de los diarios nacionales, así como de las revistas culturales parisinas y de Nuestra América a las que tuvieron acceso: Repertorio Americano (Costa Rica); Atuei, Carteles y Revista de Avance (Cuba), Claridad (Argentina), Amauta (Perú), entre otras. En consonancia con lo anterior, la cuestión haitiana motivó textos y actos solidarios por parte de los intelectuales de nuestro continente, en su gran mayoría de la nueva generación. Por otro lado, la Unión Patriótica se había sumado a la lucha contra la ocupación militar estadounidense, sin anular su heterogeneidad ideológica.

Palabras clave: Haití, La Revue Indigène, Unión Patriótica, ocupación, nativismo.

Keywords: Haiti, La Revue Indigène, Patriotic Union, occupation, nativism

¡En el fondo de mi corazón, digo que V. E. es el primero de los bienhechores de la tierra! Un día la América proclamará a V. E. su libertador; sobre todo los que gimen todavía, incluso bajo el yugo republicano. ¡Acepte por adelantado, señor presidente, el voto de mi patria!

Simón Bolívar1

Para los americanos de la república estrellada del Norte todos los latinoamericanos que defienden con obstinación los derechos de sus respectivos países contra la dominación yanqui son, o bandidos o enemigos inveterados de los Estados Unidos del Norte. El gran Sandino y sus heroicos soldados son «bandidos» […]. Charlemagne Péralte, «el Sandino haitiano», asesinado traidoramente por oficiales norteamericanos que habían podido introducirse durante la noche en su campamento, fue un «bandido». Su cadáver fue despojado de los vestidos que llevaba el bravo héroe en los momentos en que fue asesinado, se le ató a una cruz sobre una puerta y permaneció expuesto todo un día al sol tropical de Haití y a la burla de los marinos, que no pudieron vencerlo combatiendo de frente […].

Joseph Jolibois Fils2

Escenarios y procesos antillanos

Las islas del Caribe –y aun el Circuncaribe– deben ser vistas no como un espacio fragmentado sino, muy por el contrario, articulado gracias a la navegación, cuya historia se remonta a sus antiguas tradiciones precolombinas de intercambio y migración. La intelectualidad moderna antillana nació bajo el influjo colonizador y encontró las vías de la comunicación marítima que le permitió viajar, editar y recibir libros, folletos, revistas y diarios. En las publicaciones periódicas de otros países antillanos se pueden encontrar las huellas de su esporádica pero significativa presencia. De afinidades y alteridades se fue modelando la heterogénea cultura antillana, en ese corredor lingüístico franco-hispano. Otra es la historia de las Antillas, con lazos coloniales o neocoloniales anglos u holandeses. A partir del siglo XIX, la intelectualidad antillana que nos interesa participó de la recepción y aproximación a la producción letrada parisina. No fue un caso aislado, la intelectualidad de Nuestra América aceptaba con interés que París era el principal centro de atracción de quienes cultivaban alguna de las disciplinas humanísticas o literarias.

En esa dirección, se hace necesario reposicionar nuestra mirada sobre la espacialidad caribeña, en la cual los referentes isleños y marítimos necesariamente se complementan porque en ella –y más allá de sus límites– los intelectuales haitianos, al igual que sus pares de los demás países de la región, fueron macerando los caminos de su nativización, a contracorriente de la censura, el silencio y el exilio.

Recordemos que el Mar Caribe cubre una extensión de 2.763.800 km². Desde el periodo colonial, Haití compartió –con dificultad– el territorio de la isla La Española con los dominicanos. Complicaban este proceso las fuertes tensiones y conflictos suscitados por la presencia de intereses franceses y españoles, pero también por la resistencia de la población nativa y la fuerza de trabajo esclava procedente de África, adscrita a la explotación de la caña de azúcar y sus derivados. En el curso de su historia, su territorialidad y límites han sufrido varias alteraciones, entre crecimientos y contracciones. En 1910, la superficie de Haití bordeaba los 26 500 km2 (Poirier, 1910: 298), mientras que en la actualidad tiene una extensión de 27 750 km², de un total isleño de 76,192 km², cuya mayor parte ha sido del dominio de la República Dominicana. En Haití, la politicidad regional desde su independencia generó dos polos urbanos de poder: Cabo Haitiano y Puerto Príncipe.

Suscribimos la tesis de que el Mar Caribe constituía un abigarrado tejido relacional entre los pueblos isleños y de tierra firme (México, América Central y América del Sur), el cual se desarrolló a partir de finales del siglo XV bajo los signos de su contradictorio curso de occidentalización, modernidad y colonialismo. Ningún otro espacio llegó a atraer la presencia simultánea de varias potencias europeas, solventando así una diversidad lingüística y cultural procedente tanto de occidente como, de manera mediada, de origen africano.

Fue en el curso de la segunda mitad del siglo XIX que reaparecieron remozados los estigmas racistas contra el pueblo haitiano, inspirados en la doctrina socialdarwinista de Gobineau y en el positivismo heterodoxo lamarckiano acerca de la desigualdad de las razas. A contracorriente, algunos intelectuales haitianos criticaron de manera consistente dichas ideologías anti-negras. Fue el caso de Jules Auguste, Louis-Joseph Janvier, Dantès Sabourin, Arthur Bowler y Clément Denis, quienes convergieron en la publicación de una obra replicante: Les détracteurs de la race noire et de la république d'Haïti (1882): “Aprovechamos esta oportunidad –ahora o nunca– para declarar aquí que ya no permitiremos en el futuro que la República de Haití, nuestra querida patria, sea impunemente insultada por nadie en el mundo” (p. II).

Haití tampoco fue ajeno a la conmoción que suscitó la Primera Guerra Mundial. Su ubicación estratégica se acrecentó tras la inauguración del Canal de Panamá el 15 de agosto de 1914, al abrirse el corredor de navegación transoceánica. Refrendó lo anterior la ocupación militar de Haití y Santo Domingo en 1915. El desenlace de la guerra convirtió a Estados Unidos en la primera potencia del mundo, reforzando su presencia militar y económica en el Caribe. El Tratado de Versalles, firmado en 1919, propició un reordenamiento del mundo colonial, en el cual perdieron posiciones Inglaterra y, sobre todo, los países vencidos: Alemania y el Imperio austrohúngaro, lo que daría origen a su fase de desintegración.

La economía neocolonial impuesta a Haití modificó su estructura productiva y su integración al mercado mundial, la tenencia de la tierra y la producción agrícola, al promulgarse, en 1918, una nueva constitución que legalizaba a favor de los inversionistas estadounidenses la propiedad de la tierra, que ya por la vía del hecho neocolonial venía despojando a los campesinos haitianos de sus tierras para impulsar el cultivo del caucho, que no solamente dejaba estériles los campos de cultivo, sino que también forzaba la migración campesina a las ciudades (Brutus, 1979: 83). Sin embargo, dicho ciclo productivo colonial fue introducido tardíamente y pronto fracasó por la gran crisis cauchera internacional que colapsó con la fabricación masiva del caucho sintético a favor de las demandas crecientes de la industria automotriz.

Desde la Independencia hasta 1915 –el año de la ocupación yanqui–, los extranjeros no podían tener derechos sobre el suelo haitiano. Otro fue el curso de los acontecimientos a partir de aquel año, concentrando en sus manos 35 mil hectáreas, o su equivalente de 70 mil acres (Martínez, 1995: 58), favoreciendo a las emergentes plantaciones caucheras. La minería se activó y convirtió a Miragoâne en ciudad minera bajo la voracidad de la empresa Mine Reynolds que extraía la bauxita. No fue diferente el caso padecido por la población de la ciudad de Gonaïves, por las acciones mineras depredadoras de la empresa SEDREN, multinacional canadiense-yanqui (Pierre Loriston, 2019: 37).

Entre 1923 y 1924, durante la ocupación militar estadounidense, la producción agrícola de exportación se circunscribía al café, al algodón y, en menor medida, al cacao y al palo de Campeche (Morales, 2014: 42), los cuales se exportaban a través de los puertos de Cabo Haitiano, Gonaïves, Jérémie y Port de Paix. El valor de la carga embarcada en este periodo tuvo fuertes contrastes: mientras que las exportaciones desde Cabo Haitiano registraron un valor de 1 324 000 gourdes –la moneda oficial haitiana vigente desde 1813–, en Port de Paix se valorizaron en 406 000 gourdes. Un año antes, Jérémie había registrado una cifra muy baja: 27 000 gourdes. Para 1924 esta había incrementado a 460 000, lo que significó un crecimiento espectacular para las exportaciones desde este puerto.3

Dicho proceso de modernización neocolonial de Haití tuvo elevados costos de vidas en la resistencia popular, así como en la arquitectura de ciertos barrios urbanos, los cuales fueron bombardeados, incrementando la ruina de muchas familias, al mismo tiempo que las inversiones abarataban la fuerza de trabajo, acrecentada por la migración rural4. Las ciudades haitianas (Puerto Príncipe, Cabo Haitiano, Gonaïves, Jacmel, Les Cayes, Miragoâne, Pétion-Ville) tuvieron cambios demográficos, arquitectónicos y culturales, así como un reposicionamiento según su particular articulación a la economía de exportación y, por ende, al mercado mundial. Puerto Príncipe se afirmó como el polo urbano de actividad intelectual y política.

Haití representaba ya desde su independencia –y de nueva cuenta a mediados del siglo XIX– un eje de perturbación en el Caribe, el cual mucho tenía que ver con su condición de república negra, hablante de dos idiomas hegemónicos, el francés y el creole, que coexistían con otras oralidades de origen africano. Al decir de Jean Price-Mars (1953): “El estatuto de nación negra independiente de Haití, representaba una anomalía internacional, una amenaza de conflictos internos para la seguridad social de las otras naciones de este hemisferio, fundada sobre la más abominable de las iniquidades” (p. 24).

Las representaciones colonialistas y racistas prevalecientes en Estados Unidos e Inglaterra acerca de Haití se deben –entre otras– a la pluma del periodista y escritor británico Hesketh Prichard, expresadas en su columna del diario Daily Express, propiedad del empresario Arthur Pearson. Sus primeros artículos los redactó por encargo de Pearson, exponiendo sus impresiones acerca de Haití, una república entonces ignorada en el mundo angloestadounidense. Retornó al tema haitiano con la publicación de su libro Where Black Rules White: A Journey Across and About Hayti (1900), impreso simultáneamente en Nueva York (Ed. Charles Scribner) y Londres (Ed. Thomas Nelson).

Su visión de Haití incidió en el imaginario angloestadounidense de manera negativa por su postura conservadora neocolonialista y racista, la cual se diseminó gracias a sus sucesivas reediciones, a pocos años de la ocupación militar de la república antillana. Sus representaciones del haitiano como caníbal reproducían los estigmas difundidos por Spenser St. John, quien fuera cónsul británico en Haití en 1863, en su libro Haiti or the Black Republic (1884). Entre el texto de St. John y Prichard existe una línea de continuidad ideológica deudora del socialdarwinismo, la cual se reactualizó bajo las coordenadas del positivismo spenceriano en la obra de Prichard (Hesketh-Prichard, 1900: 81).

Estas visiones nutrieron los prejuicios racistas antinegros prevalecientes en la sociedad estadounidense, de los cuales eran portadores los marines, los pastores protestantes y los diplomáticos que formaban parte del cuerpo interventor neocolonial. El Christian Science Monitor –de orientación conservadora, editado en Boston desde 1909– reprodujo, en 1921, a seis años de la ocupación militar estadounidense, una caricatura sobre un presunto acto de “canibalismo haitiano” (Ramsey, 2014: 159).

La resistencia haitiana, al desplegar sus tácticas guerrilleras y rituales caras al vudú, fue revertida por la maquinaria mediática yanqui, a modo de justificar los actos de represión y depredación de vidas de los marines. En Cabo Haitiano, G. L. Morril, un pastor visitante recogió este mensaje colectivo: «Me dijeron que el 15 de enero de 1921 debía colgarse un crespón en las casas de Cabo Haitiano, en memoria de los asesinados por los marines el año anterior» (Morrill, 1921: 17). La crueldad durante la guerra irregular contra la ocupación de los marines estadounidenses, se expresó de parte a parte. Aunque claro, el mayor índice de letalidad corría a cuenta de los invasores, gracias a su potencial de fuego:

Durante los últimos años de la ocupación estadounidense, algunos de nuestros marines fueron quemados hasta la muerte, su corazón e hígado comidos por los nativos antropófagos y sus cerebros removidos para engrasar balas. ¡Diabólico! Sí, pero ¿qué hicieron los marines aquí? Asesinaron a varios miles, dispararon a hombres, mujeres y niños inocentes con ametralladoras, cometieron robos, incendiaron, violaron y asesinaron, torturaron a los negros para obtener información. Durante cinco años de masacre de los haitianos, menos de 20 estadounidenses han sido asesinados y heridos en acción. Disparar a los bandidos «caco» ha sido su pasatiempo –«bandidos», porque los nativos se negaron a ser esclavos trabajando en las carreteras. Las investigaciones han revelado que los prisioneros negros han sido empapados con queroseno y les han prendido fuego (Morrill, 1921: 28-29).

Canibalismo, vudú y raza negra nutrieron dichos estigmas, que pretendían justificar la violencia neocolonial. Le Courrier Haïtien, diario de la resistencia, defendió al vudú sin que su anónimo autor lo comprendiese. Argumentó que se trataba de “una danza africana” en la que se realizaban ofrendas rituales, con la finalidad de “apaciguar a los santos y merecer su protección”. (ídem)

Los militares estadounidenses reforzaron esta constelación de estigmas neocoloniales sobre Haití: negro, incivilizado, caníbal, tirano y cultor del “sanguinario” vudú. Nos referimos a la obra del oficial Faustin Wirkus, The White King of La Gonave (1931):

[…] oficialmente se nos informó que el culto vudú era el medio de la magia negra, la blasfemia, la traición a Haití y Estados Unidos, al comunismo y a todos los otros males de los que hoy se cree que el gobierno es heredero. El gobierno haitiano ha prohibido el vudú, tanto como Estados Unidos ha prohibido las bebidas alcohólicas y con los mismos resultados (p. 37).

Del lado haitiano, la resistencia a la ocupación militar estadounidense, en su dimensión cultural, tuvo que transitar por un proceso de aproximación y convergencia entre la intelectualidad afrancesada y prejuiciosa frente a las tradiciones afro campesinas, cuyo núcleo articulador era el vudú.

La migración campesina a las ciudades facilitó este proceso, pero también la aparición y desarrollo de una vertiente nativista y antiimperialista que echó raíces en la nueva generación. Se vivía una etapa de transición en el seno de la Liga Patriótica Haitiana y la intelectualidad antiimperialista, en la cual subsistían marcados prejuicios acerca del legado cultural africano. En la obra de Dantes Bellegarde se habla todavía del “África tenebrosa” (1929) (Hurbon, 1993: 76). No obstante, el giro del nacionalismo antiimperialista se dio gracias a la obra señera de Jean Price-Mars, Ainsi parla l'oncle (1928).

A partir de 1920, Jean Price-Mars, en sus conferencias y charlas a los jóvenes intelectuales, convocaba a que asumiesen “la herencia africana, tronco de la haitianidad”, tan negada por la oligarquía mulata en el poder. Fue un llamamiento que tenía fuerte carga político-cultural y antiimperialista. Asumir como propia la identidad deudora del legado africano se convertía en un arma antioligárquica y antiestadounidense, la cual:

[…] fue inmediatamente respaldada por los poetas y escritores que se agrupaban alrededor de La Revue Indigène: Emile Roumer, Jaques Roumain, Normil Sylvain, Antonio Vieux, Philippe Thoby-Marcélin, Carl Brouard, principalmente. Tanto los intelectuales de la generación precedente, León Laleau y Stéphen Alexis padre, sobre todo, como los más jóvenes que surgían entonces –Jean F. Brierre, Félix Morísseau-Leroy, Roussan Camílle, Anthony Lespès– adhirieron igualmente a este “movimiento indigenista” de resistencia a la ocupación yanqui (Depestre, 2018: 237).

El desarrollo de la resistencia contra la ocupación de los marines estadounidenses tuvo tres expresiones convergentes, aunque con muy delgados puentes de comunicación: el movimiento intelectual nativista, la lucha bifronte de la Liga Patriótica Haitiana en el campo político y militar y las acciones heroicas del campesinado haitiano, orientadas por

líderes surgidos de su propia clase tales como Charlemagne Péralte o Benoît Batraville, […] considerada como exterior y un tanto remota para los ciudadanos y los intelectuales. Pero no es que el nacionalismo haya sido débil, sino que todo sucede como si fuera evidente que el campesinado formaba un mundo separado (Hurbon, 1993: 77).

Las pérdidas humanas del movimiento antiimperialista haitiano fueron muy elevadas en su base popular y campesina, así como en su principal organización, la Liga Patriótica. La represión de los interventores militares estadounidenses y sus aliados nativos en el poder llevaron a los intelectuales a recorrer los caminos del exilio con dirección a República Dominicana, Francia, Cuba y México. Desde sus lugares de exilio, permanentes o itinerantes, publicaron cartas y artículos de combate contra Estados Unidos y sus tropas de ocupación. Se sumaron a eventos y organizaciones antiimperialistas en París y Ciudad de México, como la Liga Antiimperialista de las Américas (LADLA), la Unión Centro Sud Americana y de las Antillas (UCSAYA), la Unión Latinoamericana (ULA) y la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA).

La Revue Indigène

El lugar de la intelectualidad haitiana reprodujo el universal canon histórico urbano de residencia, enunciación, publicación, tejido de redes y prácticas culturales, algunas de importante repercusión política. La nueva generación intelectual haitiana, nacida entre el último lustro del siglo XIX y el primero del siglo XX, aproximó sus indagaciones estéticas, folclóricas y nacionalistas bajo signos vanguardistas. Sus integrantes ya padecían la lógica racista y opresiva de las tropas de ocupación militar estadounidense. Todos ellos asumieron, a sus respectivos modos, el llamamiento cultural de Price-Mars. Los menos, y más críticos, tuvieron que marchar al exilio.

Una nueva sensibilidad acompañó a esta nueva generación. Sus primeras manifestaciones intelectuales aparecieron a partir del 14 de noviembre de 1915, en las filas de la Liga de la Juventud Haitiana, constituida casi cuatro meses después del inicio de la ocupación militar estadounidense. En su revista rescatamos dos ideas rectoras. La primera, su preocupación por defender su autoctonía cultural:

El éxito de la Sociedad se debió a su reacción ante las necesidades del momento. La Nación haitiana lidia con los más graves y amenazantes problemas. Soporta dignamente y, hasta el presente, seguimos buscando en vano la solución capaz de salvaguardar incluso los intereses materiales. Por tanto, es la iniciativa individual la que hace atractiva esta doble y gloriosa tarea: defender el prestigio haitiano, defender los intereses haitianos.5

La segunda idea se inscribió como antiimperialista, cuestionando la retórica racista y opresora:

La síntesis mental haitiana elabora una noción de Patria muy similar a la de los pueblos civilizados.

El haitiano no invocó tanto a los héroes de su independencia, ni pensó tanto en los flujos de sangre que le costó esta tierra, sin haber sentido solidaridad con las generaciones anteriores y con la necesidad moral de preservar a sus sucesores la herencia colectiva de los antepasados. Políticamente no se conducirá de acuerdo con la tendencia patriótica de la conservación del territorio y la perennidad, en la identidad nacional, de las diferentes clases de la sociedad haitiana.

[…] los apetitos del imperialismo no se vuelven más puros porque –tomando prestada la voz de algunos sociólogos–, los pueblos colonizadores atribuyan a la superioridad de la raza el ejercicio de su fuerza sobre otros. Para disculpar sus procedimientos y calmar la alarma que despiertan en las mentes, niegan la unidad psicológica de las razas humanas, negando a algunos la posibilidad de esperar la mínima noción de progreso.6

Tanto en las páginas del balbuceante Bulletin de la Liga de la Juventud Haitiana, como en las de su sucedánea y más abiertamente comprometida La Revue Indigène, reapareció bajo nuevos términos y formato la experiencia que varios intelectuales de la izquierda intelectual acumularon a su paso por el diarismo haitiano.

Les tocaba experimentar un heterodoxo proceso de recepción ideológica, estética y política en el que coexistieron la vena arielista de José Enrique Rodó, el neobolivarismo y el ideario socialista:

[…] De una misma doctrina literaria y social emergieron las cualidades de la raza, señalando la importancia de una literatura indígena. Personalidad de influencia considerable, aclamado como un “maestro” en toda América Latina (sin duda, en un nivel ideal, tal como Goethe, Henri Heine o Nietzsche fueron los “europeos”), fue un “continental”, soñando con un “espíritu”, una literatura accesible para toda América Latina y en el dominio político de vastas fraternidades reencontradas, aquellas que imaginó “el tormentoso heroísmo” de Bolívar.7

¿Quiénes eran los integrantes de La Revue Indigène? En su gran mayoría pertenecían a las clases medias urbanas mulatas letradas. En varios casos, en el seno de sus familias figuraban abogados, diplomáticos, escritores y políticos militantes de la Unión Patriótica. Entre los linajes más representativos vinculados a la Liga Patriótica y a La Revue Indigène figuraban los Moravia Morpeau8; los Roumain9; los Sylvain10; los Marcelin11 y los Vieux12.

Los que tenían experiencia previa en periódicos y revistas incidieron en el carácter de La Revue Indigène: Carl Brouard (1902-1965): La Trouée (Puerto Príncipe, 1927), Le Petit Impartial (Puerto Príncipe, 1927-1931); Daniel Heurtelou: La Trouée (fundador), La Nouvelle Ronde (Puerto Príncipe, 1925); Émile Roumer (1903-1988): Les Annales (París), La Revue Caraïbe (1930, fundador); Philippe-Thoby Marcelin (1904-1975): Le Matin (Puerto Príncipe, 1907-), Le Nouvelliste (Puerto Príncipe, 1899-), Haïti Journal (Puerto Príncipe, 1930-), Le Petit Impartial, Journal de la Masse (Puerto Príncipe, 1927-), La Nouvelle Ronde; Normil G. Sylvain (1900-1929): La Trouée; Jacques Roumain (1907-1944); Le Petit Impartial, La Trouée y Antonio Vieux (1904-1961): La Nouvelle Ronde.

La editorial-programa asumida por el colectivo intelectual de La Revue Indigène fue redactada por Normil Georges Sylvain, trinchera de ideas que expresaron:

El punto de vista haitiano de los temas, la forma de ver las cosas y aunque usada como insulto la palabra indígena, nosotros reivindicamos como un título, el punto de vista del indígena. Un retorno a la sinceridad y naturalidad, al modelo vivo, a la descripción directa, un aroma de haitianidad que parece caracterizar a nuestra joven poesía13.

La Revue Indigène promovió una especie de frente único intelectual patriótico, idea próxima a la que circulaba en el mundo tras la publicación de El Cuchillo entre los dientes (1921) de Henri Barbusse. Fue explícita la apuesta en favor de la convergencia intelectual, al margen de las banderías partidarias existentes y en aras de una cruzada nativista civilizadora y anticolonial:

Encontrar fuera de la política, para todos los haitianos de buena voluntad, un terreno común y de unión, hacer que todas las fuerzas intelectuales de la nación contribuyan a la civilización de la patria común, hacerlos conscientes de sí mismos enseñándoles a conocerse mejor; mostrar a las nuevas generaciones que vienen al mundo en una época de transición, su misión especial, que es la de prepararse para el futuro, moralizar al pueblo revelando el ideal artístico de instruirlos mediante una introducción gradual al conocimiento del idioma y la civilización franceses con ayuda de nuestro dialecto criollo, salvarnos finalmente de nuestros monjes, derivando hacia el Bien todas estas actividades inquietas que reclaman un alimento, todas estas energías latentes que se marchitan y deprimen en la ociosidad14.

La posición de La Revue Indigène en el contexto continental retomó la tradición unionista y solidaria de la triunfante lucha emancipadora inaugurada por Alexandre Pétion en Haití. En 1815, Haití, bajo el mandato de su libertador, apoyó a Simón Bolívar entregándole 2.000 fusiles; en 1816 se le realizó una nueva entrega mucho más generosa, consistente en 4.000 fusiles, 15.000 libras de pólvora, otras tantas de plomo, una imprenta, 30 oficiales haitianos y 600 voluntarios (Vitale, 1987). Pétion brindó otros apoyos a proyectos insurgentes, como el de Miguel y Fernando Carabaño para invadir Cartagena y los ideados por Francisco Xavier Mina en la Nueva España con fines insurgentes.

Sin embargo, fue François Dalencour quien reactualizó la trascendencia continental de Pétion y Bolívar, el cual, a su vez, motivó la publicación de un opúsculo cuya autoría correspondió a su compatriota y correligionario Marion Aîné (Dalencour, 1929). Dalencour denunció el silencio sobre Pétion, reinante en París en 1927. Con motivo de la inauguración de las avenidas Simón Bolívar y San Martín, se puso en evidencia la invisibilidad del prócer de la independencia haitiana y de Nuestra América. La primera vialidad se desplegó a través de trece cuadras, ubicada en el 19º distrito de París, llegando hacia el sur hasta el parque de Buttes-Chaumont. En cambio, la Avenida San Martín, nominada así un año antes, pertenecía al mismo distrito, pero solo poseía dos cuadras de largo.

En 1928, Dalencour ofreció siete conferencias acerca de Pétion y Nuestra América, a contra corriente de la pérdida de la memoria cívico popular. Esta práctica se inscribió como parte de la pedagogía anticolonialista que impulsaba La Revue Indigène. La primera fue realizada en la ciudad de La Habana, pocos días antes de retornar a Haití, después de concluir su estancia en París. La segunda se realizó en el cine Parisiana la mañana del domingo 18 de marzo, en la ciudad de Puerto Príncipe. La tercera y cuarta las impartió en la mañana del domingo 28 abril y en la tarde del martes primero de mayo en el Club Excelsior de Jacmel. Según sus propias palabras, sus disertaciones cumplieron la siguiente agenda:

Las otras tres conferencias fueron capítulos de mi Historia del derecho haitiano15, que leí en Puerto Príncipe los domingos 25 de marzo, 15 de abril y 22 de abril de 1928; en Jacmel, la mañana del domingo 6 de mayo y la noche del lunes 7 de mayo (Dalencour, 1929: 8)16.

La editorial de La Revue Indigène fue enfática al reivindicar la contribución haitiana a la causa emancipadora continental:

El gesto haitiano ciertamente sirvió como una lección y su significado es más amplio porque no es solo una clase que reclama su participación en las ganancias, sino el surgimiento de una raza oprimida que reclama y obtiene su derecho a la vida libre; como una inundación rompiendo sus diques. Un episodio en la lucha de la humanidad por más justicia… Su significado para América Latina fue el de una lección, que las reflexiones de los filósofos convirtieron en acción17.

La intelectualidad haitiana resentía las fronteras idiomáticas de cara a participar en un proyecto neobolivariano de unidad continental. Si el creole definía el horizonte del habla popular dentro del espacio haitiano, el francés, la lengua oficial, únicamente permitió que los intelectuales haitianos en París se pudiesen comunicar con sus pares del continente. El idioma castellano les era ajeno, aunque tenían el espejo de sus vecinos dominicanos:

En esta América española e inglesa tenemos el glorioso destino de mantener con Canadá y las Antillas francesas las tradiciones y el idioma francés, un honor funesto y peligroso porque nos ha ganado un siglo de aislamiento… La República Dominicana, que comparte nuestro territorio no participa de este infortunio, pertenece a una América Latina de 18 repúblicas. Los escritores hablan a un público de 90 millones de hombres, reconocen sus alegrías y sus penas18.

La recepción que realizó la intelectualidad haitiana de las ideas y obras generadas en lengua castellana en nuestro continente permite recuperar parcialmente su cartografía, según se registró en La Revue Indigène:

[Sor Juana Inés de la Cruz, Sarmiento, Lugones, Enrique Larreta, Montalvo, Amado Nervo, Alfonso Reyes, José Asunción Silva, Santos Chocano]. Los conozco muy poco. Me acuso, hice breves lecturas aleatorias, gracias a esta atractiva Revue de l’Amérique Latine, que todos los intelectuales haitianos deberían leer, en la Revue de Genève y algunas revistas de allá, El Hogar, Caras y Caretas, Nosotros, que amigos benevolentes me mandan. Así pude apreciar la maravillosa fecundidad de una obra y de una vida espiritual que es muy poco conocida aquí.

[…] La revelación que fue en el mundo latino, como un ideal realizado, el canto de Ariel, de José Enrique Rodó, «la conciencia más noble del continente»19.

Sorprende que la recepción de revistas extranjeras nos remita a tres que fueron editadas en Buenos Aires: El Hogar, Caras y Caretas y Nosotros. Más comprensible fue la presencia de las revistas europeas: Revue de l’Amérique Latine y La Revue de Genève, ambas publicadas en francés, el idioma cultivado por la elite haitiana.

El proyecto que animaba a los integrantes de La Revue Indigène era de largo plazo. Fue explícito llevar su ideario y esperanza a las generaciones futuras:

El mensaje que traemos poco importa que se escuche, vendrá otra época que lo recogerá, estamos convencidos de que, antes de entrar en la noche del olvido, queremos lanzar nuestro sincero grito. Una tarde de tormenta, las olas se rompen, el viento sopla en ráfagas, el bote desenredado se desplaza, en su cabina, el operador de telégrafo en su puesto hace llamadas convencionales, calmado en el tumulto y desorden. El capitán en su puesto de mando toma el cuaderno de bitácora, registra sus últimas observaciones y lanza desde la costa una botella al mar. De nuestra obstinada esperanza sale la llamada de una antena… es nuestra botella en el mar20.

Dicho emprendimiento editorial, iniciado en julio de 1927, se agotó en febrero de 1928 debido a sus magros recursos y a la censura, algo muy frecuente en las revistas culturales independientes de Nuestra América.

De la tradición anticolonial a la Unión Patriótica

El añejo debate anticolonial reapareció con motivo de la ocupación militar estadounidense y sus prácticas discriminatorias, las cuales reproducían las que reinaban en su país contra la población negra. En Estados Unidos eran negados los derechos civiles que usufructuaba la población blanca a los afrodescendientes, siendo su expresión más dramática la fuga masiva de los estados sureños a los norteños por las agresiones constantes de que eran objeto y que dieron origen a sus guetos miserables. A lo anterior se sumó una expresión más extremista: los linchamientos públicos motivados por falsas criminalizaciones o por el trivial contacto físico accidental. En 1916, Jeff Brown en Cedarbluff (Mississippi), tropezó involuntariamente con una joven blanca en un andén de la estación del tren, ansioso por alcanzar a subir a un vagón. Fue detenido y linchado (Bermúdez, 2018). En el escenario de impunidad que les brindó a los marines estadounidenses su poderío militar en Haití, se multiplicaron las muertes de nativos, esgrimiendo como coartada la sinonimia racista de enlazar negro-mulato-haitiano e insurgente. El mirador cultural racialista estadounidense no aceptaba la autonomía de los representantes de la mezcla, lo negro lo significaba todo. El mulato se sintió extraño, despreciado por ser lo que era, a pesar de su posición social y su parcial blanqueamiento.

La burguesía y la elite política haitiana apoyaron la intervención y la capitulación del gobierno de Philippe Sudré Dartiguenave. En el seno del congreso hubo honrosas posturas disidentes y contrarias a la subordinación imperialista, como fue el caso de Raymond Cabêche (Joseph, 2015), Edgar Nérée Numa, entre otros (Péan, 1981: 23). Las redes se fueron ampliando y fueron reforzadas por contenidos y prácticas culturales tradicionales como el vudú.

El 17 de noviembre de 1920 se constituyó la Unión Patriótica de Haití, que tenía la finalidad de luchar contra la ocupación militar imperialista estadounidense. En ella fue indiscutible el liderazgo de George Sylvain (1866-1925). Por esos años, los periódicos y revistas participaron, en mayor o menor grado, de la campaña contra el injerencismo estadounidense (La Patrie, Haïti Intégrale, Revue de la Ligue de la Jeunesse Haïtienne, entre otros):

[…] fue al día siguiente del desembarco de las tropas norteamericanas, en agosto de 1915, que los ciudadanos se reunieron para protestar contra la violación de nuestro territorio. Y así, en particular, nacieron L’Union Patriotique y La Ligue des Patriotes. Se trataba de hombres de paz, que todavía creían en la fuerza de la ley; que podían imaginar que en pleno siglo XX una gran nación, que se jactaba de principios democráticos, podría anexarse brutalmente a un pueblo libre e independiente, exentándose de las condiciones de guerra y sin la menor provocación. Usaban el arma a la que estaban acostumbrados: la palabra impresa y la palabra escrita. Así nació toda una prensa opositora, como La Patrie, fundada por Georges Sylvain, Edmond Laforest, Marcelin Jocelyn, etc., y Haïti Intégrale de Elie Guérin y Félix Viard (Sylvain, 1927: 3).

Todos ellos pertenecían a profesiones liberales, destacando los abogados, lo cual facilitó, hasta cierto punto, sus acercamientos y compromisos. No faltaron los médicos, periodistas y escritores. Varios recibieron alguna formación y experiencia en París. Al presidente Georges Sylvain (abogado) lo acompañaron personajes como: Perceval Thoby (abogado) en la secretaría general; M. Morpeau (abogado, exsenador), tesorero; Chrysostome Rosemond (notario), archivista. Miembros inscritos: H. Baussan (abogado, expresidente del senado); Darius Bourand (comerciante, exsecretario del interior); François Luxembourg Cauvin (abogado, exsecretario del interior y de justicia); David Jeannot (abogado, exsecretario del interior y de justicia); Edmond Lespinasse (abogado, diplomático, exsecretario de asuntos exteriores, finanzas y de justicia); Léon Liautaud (abogado); Jean Price-Mars (médico, profesor, diplomático); León Nau (abogado, exdecano de la Corte Civil de Puerto Príncipe); Horace Pauléus Sannon (historiador, político, diplomático); Luis Edgar Pouget (abogado, exsenador, diplomático); Sténio Vincent (abogado, exsecretario del interior y justicia, expresidente del senado, diplomático). En su Consejo asesor figuraron: G. Boco (exsecretario de agricultura y obras públicas); Víctor Cauvin (abogado); F. Coicou (médico); V. Delbeau (maestro); Arthur Holly (médico); Abel N. Léger (abogado); Clément Lespinasse (agricultor, artesano); Alexander Lilavois (publicista); A. Rigal (abogado); P. Salomon (médico); Constant Vieux (coeditor de Le Courrier Haïtien); Is Vieux (abogado); S. Pradel (abogado), entre otros (U.S. Congress, 1922: 24).

Su estructura orgánica se basaba en un Comité Central y 27 comités regionales. En 1921 contaba con 35 mil afiliados. Combinaba el trabajo clandestino –para proteger a sus dirigentes– y el trabajo abierto de masas en la lucha contra la intervención estadounidense. En su seno se expresaban dos alas políticas: la que promovía el retiro pacífico de la fuerza interventora estadounidense y la que optó por la lucha armada (Péan, 1981).

Después de haber tenido, durante más de un siglo, el derecho de disponer libremente de su destino, desde 1915 el pueblo haitiano conoció la tristeza de una ocupación extranjera.

Ese gran evento del desembarco estadounidense en un terreno que nuestros antepasados habían conquistado con hierro y flama, no sucedió sin que la nación sufriera una enorme conmoción. Algo sagrado acababa de desaparecer; miradas preocupadas y desesperadas volvieron hacia el pasado. ¡Ah! es el alma orgullosa de los guerreros de 1804 que, con el rugido de la uva, mezclaron su feroz grito de guerra: Independencia o muerte, reapareció repentinamente en los hijos, para sorpresa de las desgracias de la patria. La esperanza de una regeneración se desvaneció de muchos corazones al contemplar la inmensidad del desastre: ciertos hombres públicos conocerían la angustia de esperar la agonía de todo un pueblo21.

Uno de sus más importantes propagandistas letrados en Haití y fuera de sus fronteras –debido a su prolongado exilio– fue, sin lugar a dudas, Pierre Moravia Morpeau. Su trayectoria como periodista y editor lo confirman: Le Nouvelliste (Puerto Príncipe, 1899-), Listín Diario (Santo Domingo), Les Annales (París), El Nacional (México) y Crisol (México), entre otros medios. No fue el único periodista con experiencia, militaron también en la Unión Patriótica: Joseph Jolibois Fils, editor de Le Courrier Haïtien; H. Doirsanville, editor de L’Essor; Hyson, editor de Le Matin; F. Diambois, editor de La Reinassance; Duvigneaud, coeditor de La Nouvelliste (Peán, 1981: 24).

Para la intelectualidad haitiana, el centro de su atención se proyectaba sobre las revistas culturales y políticas y sobre el diarismo, desplazando a segundo término el lugar de los libros. Su cultura letrada fue principalmente hechura de las publicaciones periódicas de la época, varias veces censuradas o prohibidas por los gobiernos oligárquicos o subalternos al poder estadounidense durante los años de la ocupación militar. No obstante, la educación elemental era mínima y precaria. El único dato censal data del año 1903 y resulta desolador, toda vez que solo un tres por ciento de niños y jóvenes, entre los cinco y dieciocho años, había asistido a la escuela en Haití (Pamphile, 1988: 37). La formación escolar se orientaba a favor de las elites y estaba bajo el dominio de las órdenes religiosas católicas. La cantidad impresionante de periódicos sugiere que se practicaba la lectura en voz alta como un modo popular de transmisión de noticias e ideas.

El quehacer político anticolonial de las distintas corrientes existentes en el seno de la Unión Patriótica ganó una considerable presencia en la población haitiana a través de sus acciones y de su frondoso influjo en los medios.

Una de las primeras tareas de la Unión Patriótica fue escribir una memoria que fue presentada a un comité del Senado de Estados Unidos en mayo de 1921. Luego organizó la lucha contra el régimen de Borno que colaboraba con el ocupante. Con este fin, utilizó medios pacíficos de propaganda, de prensa hablada y escrita, conferencias, huelgas y movimientos de protesta. Lideró una ofensiva diplomática en América Latina, Estados Unidos y Europa denunciando la ocupación estadounidense. La Unión Patriótica tenía varios periódicos, de los cuales el principal era Le Courrier Haïtien, dirigido por Joseph Jolibois Fils. En ese momento también había otros periódicos de la misma escuela, incluidos La Presse, del grupo político de Seymour Pradel, Le Petit Impartial, de Georges Petit, Le Pays, de Louis Callard, L’Élan, etc. En el norte, estaba La Gazette, Variétés, L’Opinion Nationale, etc. (Péan, 1981: 25).

La presencia haitiana en el mundo de las revistas trascendió las fronteras nacionales, por lo que es relevante y sensato seguir sus huellas a través de sus publicaciones en otros países: Repertorio Americano, en San José de Costa Rica; el Boletín Renovación, de la Unión Latino Americana; Claridad. Revista de arte, crítica y letras, ambas con sede en Buenos Aires; Indoamérica, vocero de la APRA en Ciudad de México; Atuei, Carteles y Revista de Avance, de La Habana. De todas estas publicaciones, la primera en dar noticia de Haití en los tiempos aciagos de su prolongada ocupación por los marines estadounidenses fue Repertorio Americano, dirigida por Joaquín García Monge. La revista costarricense publicó, entre 1920 y 1930, un centenar de artículos críticos alusivos a la ocupación militar estadounidense en Haití. Influyó en estas muestras de solidaridad la atmósfera emergida del centenario republicano, asociada al ideal neobolivariano de la nueva generación intelectual antiimperialista, pero también las cartas, viajes y escritos de los exiliados haitianos dirigidas a sus pares en el continente. Fue pionero el artículo del cubano Antonio Escobar, publicado en Repertorio Americano en 1922:

[…] Estamos en presencia de un repugnante caso de imperialismo sórdido, contra el cual debieran protestar las naciones hispanoamericanas, por instinto de conservación; lo que hoy se hace con Haití, se hará mañana con algunas de ellas, como ya se ha hecho con Santo Domingo. No hay que pensar en llevar el asunto a la Liga Wilsoniana. A donde se puede llevar el asunto es a la Conferencia Pan Americana, que va a reunirse en Santiago de Chile y en la que se debe hablar claro para hacer constar que se reprueba la conducta de los Estados Unidos en esas dos repúblicas antillanas22.

Desde las mismas páginas de Repertorio Americano, Rufino Blanco Fombona, el intelectual venezolano en el exilio que recuperó y editó las obras de Simón Bolívar y, a través de ello, animó la expansión del pensamiento unionista continental a favor de lo que se llamaba “segunda independencia”, abordó la cuestión haitiana un año antes que Escobar. La ironía punzante del venezolano atacó de fondo la falaz prédica wilsoniana en los siguientes términos:

[…] Una de estas representaciones dramáticas, una de las más oscuras y luctuosas, ha sido la que se cumplió a espaldas del mundo entero, en medio del silencio de los mares del trópico, en la República Dominicana y en su vecina Haití; es decir: en los pueblos condueños hasta ayer no más de la antigua Isla Española, hoy en manos de los Estados Unidos, por obra del idealista y desinteresado presidente Wilson23.

Se sumó la fina y penetrante pluma del dominicano Pedro Henríquez Ureña, no exenta de ironía cuando escribió:

[…] Los haitianos son negros en su inmensa mayoría y se dice que los empleados, soldados y marinos norteamericanos de la ocupación proceden de los estados del sur, donde el negro está mal considerado, y que se han entretenido en matar haitianos. La noticia circuló en la prensa americana; pero luego, como, según esa misma prensa, el norteamericano siempre tiene razón, se dijo que eran los haitianos quienes habían matado a los norteamericanos y hasta se los habían comido24.

Un parecer, hasta cierto punto convergente, lo manifestó el intelectual dominicano Américo Lugo, partidario de la confederación dominico-haitiana y del cese del injerencismo diplomático estadounidense, en su libro La intervención americana (1916). En 1923 escribió en la revista dirigida por García Monge:

[…] La impetuosa corriente del imperialismo norteamericano amenaza cada vez más arrastrar consigo la independencia y soberanía de las Antillas. Hágase, pues, un esfuerzo supremo de desviación para impedirlo. Resístase con todas las fuerzas posibles la de esa corriente procelosa25.

Joseph Jolibois Fils, intelectual haitiano en el exilio, a través de sus conferencias y escritos, se volvió la figura más representativa del nacionalismo haitiano antiimperialista. En Puerto Príncipe fungió como director de Le Courrier Haïtien y como dirigente de la Unión Patriótica Haitiana. Había padecido seis meses de cárcel y tortura en Haití por orden del brigadier A. Russel, coronel en jefe del cuerpo de marinos. Jolibois no capituló, a pesar de las ofertas de otorgarle la libertad si se sometía al opresivo orden militar yanqui26. A su paso por La Habana escribió una extensa y muy dramática exposición de agravios contra el pueblo de su país, cometidos por los marines estadounidenses que operaban con prepotencia y desprecio por la vida y los cuerpos de sus paisanos:

La América Latina, la opinión mundial no tiene idea de los crímenes que han sido cometidos durante los doce últimos años y que se cometen todavía en Haití por la ocupación norteamericana. Mujeres han sido fusiladas sumariamente por los «marines», niños de pecho acuchillados.

[…] Agregad a esto los violos, los robos, las depredaciones y se tendrá una idea de la situación en que ha puesto a Haití la ocupación norteamericana. En los momentos en que escribo los crímenes continúan27.

Encontrándose en México bajo condición de exilio durante el gobierno de Plutarco Elías Calles, cobró visibilidad política como orador. Peñarroja escribió: «No es posible oír a Jolibois, sin cerrar el puño y rugir de santa ira contra el imperialismo yanqui»28. Por su lado, el intelectual haitiano escribió en la conocida revista costarricense:

Charlemagne Péralte, «el Sandino haitiano», asesinado traidoramente por oficiales norteamericanos que habían podido introducirse durante la noche en su campamento, fue un «bandido». Su cadáver fue despojado de los vestidos que llevaba el bravo héroe en los momentos en que fue asesinado, se le ató a una cruz sobre una puerta y permaneció expuesto todo un día al sol tropical de Haití y a la burla de los marinos, que no pudieron vencerlo combatiendo de frente […].29

El homologar el liderazgo combatiente de Péralte al de Sandino en Nicaragua tenía pleno sentido. Uno y otro aglutinaron a las fuerzas irregulares de sus países de origen para enfrentar a las tropas de ocupación estadounidense.

Cierre de palabras

El despertar de la intelectualidad haitiana, nacida a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, frente a la ocupación militar estadounidense se expresó a través de los quehaceres e ideas de los integrantes de La Revue Indigène y la Unión Patriótica, más política la segunda. En una y otra entidad, la heterogeneidad de ideas y prácticas no afectó su eje de unidad antimperialista, ni su revaloración del vudú ni de sus tradiciones culturales. Esta nueva generación intelectual aproximó sus indagaciones estéticas, folclóricas y nacionalistas bajo signos vanguardistas y antimperialistas. Les lastimaba la ocupación militar estadounidense de muchas maneras y la ausencia de un “nosotros” cultural y político, es decir, referentes fuertes de identidad haitiana.

El Caribe era un espacio multiplicador de relaciones, viajes, experiencias e intercambio, con sus puertos de salida y llegada de sus diversos y discontinuos exilios. Se beneficiaron de la navegación marítima de carga y de pasajeros, vehículo transmisor de diarios, revistas y libros, en los cuales se encuentran las huellas de sus presencias e influjos.

Reiteramos que fue a partir del siglo XIX cuando la intelectualidad antillana participó de la recepción y aproximación a la producción letrada parisina, centro de atracción de quienes cultivaban alguna de las disciplinas humanísticas o literarias.

La opresión militar yanqui aproximó a mulatos y negros, independientemente de sus pertenencias de clase, su educación o su forma de comunicarse –en francés o creole–. En ese contexto, hemos documentado el papel cumplido por las publicaciones periódicas haitianas contrarias a la ocupación yanqui, el cual fue muy importante, no obstante el bajísimo nivel de escolaridad. Se sugiere la hipótesis de que la lectura en voz alta permitió afianzar lo que Walter Ong llama con propiedad “Oralidad secundaria”, la cual se nutre de material letrado impreso, aunque dicho autor, no considerase la recepción de lectura en voz alta de los materiales letrados como un modo de sociabilidad moderna (Ong, 1999: 20).

La resistencia antiyanqui aglutinó en las filas de La Revue Indigène y la Unión Patriótica, a sectores juveniles, pero también a representantes de la generación precedente. Se expresó esta coexistencia entre jóvenes y mayores. La principal afinidad descansaba en su sostenida lucha contra la ocupación militar estadounidense y la servil obsecuencia de su elite gobernante.

El caso haitiano nos muestra un sostenido diálogo entre los intelectuales y los políticos nativos y franceses, desde la independencia (en 1804) hasta el presente. La independencia de Haití marcó un hito en el Caribe y todo el continente. Había recibido el influjo de la Revolución francesa, a quince años de su inicio. El antagonismo fue explícito en los hechos y en la retórica del Acta de Independencia. Resignificación e inversión haitiana de los términos “libertad”, “esclavitud”, “bárbaros”:

Se necesita un último acto de autoridad nacional: asegurar para siempre el imperio de la libertad en el país que nos vio nacer; arrebatar al gobierno inhumano, que mantiene desde hace tanto tiempo nuestros espíritus en la torpeza más humillante, toda esperanza de someternos. En fin, se debe vivir independiente o morir.

[…] qué deshonroso absurdo es vencer para ser esclavos. ¡Esclavos!... dejemos a los franceses este epíteto calificativo; ellos vencieron para dejar de ser libres (Martínez Garnica, 2011).

La misma lección de su emancipación de la dominación francesa se reactualizó al calor de la lucha contra la ocupación militar estadounidense. Optaron por las más diversas tácticas políticas, culturales, artísticas e idiomáticas de orientación nativista con la finalidad de enfrentar a la alteridad invasora. Una prolongada y ominosa presencia militar que amparó las inversiones y prácticas expoliadoras yanquis de la fuerza de trabajo, así como de depredación ambiental suscitaron descontento social, la forma más elemental de la resistencia, pero también potenciaron las redes intelectuales más allá de sus procedencias regionales o nacionales. En los diarios y en las revistas hay información confiable acerca de las redes que iban borrando las fronteras existentes entre la intelectualidad y el pueblo haitiano.

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Notas

1. Carta de Simón Bolívar a Alexandre Pétion. Los Cayos, 29 de enero de 1816 (Bolivar, 1969: 9).
2. Jolibois Fils, Joseph, “El Sandino haitiano”, Repertorio Americano (San José), año 17, N° 12, 22 de septiembre de 1928, p. 178.
3. Le Nouvelliste (Port-au-Prince), 6 de enero de 1925, p. 2.
4. «Las cifras varían según el autor que cuente la historia. Anne Greene en su informe de la Biblioteca del Congreso sobre Haití The United States Occupation 1915-1935 habla de 2.000 muertos, mientras que Catherine Eve Roupert estima que hubieron [sic] unos 15.000» (Feo Valero, 2015: 52).
5. “Bulletin de la Ligue de la Jeunesse Haïtienne”. Revue de la Ligue de la Jeunesse Haïtienne, vol. 1, N° 1, febrero de 1916, pp. 1-2.
6. “La force et sa discipline. Sous le régime de l’intervention”. Revue de la Ligue de la Jeunesse Haïtienne, vol. 1, N° 2, marzo de 1916, p. 59-60.
7. Sylvain, Normil G., “Chronique-Programme”. La Revue Indigène, año 1, N° 1, julio de 1927, p. 8.
8. Charles Moravia (1875-1938) y sus hijos Louis Moravia-Morpeau (1895-), Pierre (1900-?) y Cristian (¿?).
9. Tancrède Auguste (1856-1913), su yerno Auguste Roumain (1874-1935) y su nieto Jacques Roumain (1907-1944).
10. Georges (1866-1925), su hijo Normil G. (1900-1929); Suzanne Comhaire-Sylvain (1898-1975); Madeleine Sylvain-Bouchereau (1905-1970).
11. Philippe Thoby (1904-1975), su hermano Pierre (1908-?) y su tío Perceval Thoby.
12. Pierre Charles Isnardin (1865-1941), abogado y su hijo Antonio (1904-1961), escritor.
13. Sylvain, Normil G., “Chronique-Programme”. La Revue Indigène, año 1, N° 1, julio de 1927, pp. 9-10.
14. Sylvain, Normil G., “Chronique-Programme”. La Revue Indigène, año 1, N° 1, julio de 1927, p. 1.
15. Histoire générale du droit haïtien public et privé (1930). Port-au-Prince : s.p.i.
16. “Les trois autres conférences étaient des chapitres de mon Histoire du Droit haïtien, que j’ai lus à Port-au-Prince les dimanches 25 mars, 15 avril et 22 avril 1928; à Jacmel le dimanche matin 6 mai et le lundi soir 7 mai 1928”.
17. Sylvain, Normil G., “Chronique-Programme”, La Revue Indigène, año 1, N° 1, julio de 1927, p. 6.
18. Sylvain, Normil G., “Chronique-Programme”, La Revue Indigène, año 1, N° 1, julio de 1927, p. 5.
19. Ibíd., p. 7.
20. Sylvain, Normil G., “Chronique-Programme”. La Revue Indigène, año 1, núm. 1, julio de 1927, pp. 3-4.
21. Charlier, Etienne D., “Liberté e indépendance”. La Nouvelle Ronde (Port-au-Prince), año 1, N° 8, enero de 1926, p. 147.
22. Escobar, Antonio. “Lo de Haití”, Repertorio Americano (San José), año 4, N° 8, 15 de mayo de 1922, pp. 110-111.
23. Blanco Fombona, Rufino. “Historia del lobo yanqui y la caperucita isleña”, Repertorio Americano (San José), año 2, N° núm. 16, 1 de abril de 1921, p. 226.
24. “El Dr. Henríquez Ureña en la Universidad de Minnesota. Las islas del Mar Caribe y la Doctrina Monroe”. Repertorio Americano (San José), año 2, N° 24, 30 de junio de 1921, p. 347.
25. Lugo, Américo. “Asuntos de las Antillas”. Repertorio Americano (San José), año 7, N° 9, 11 de noviembre de 1923, p. 134.
26. Jolibois Fils, Joseph. “El Sandino haitiano”. Repertorio Americano (San José), año 17, N° 12, 22 de septiembre de 1928, pp. 178-179.
27. Jolibois Fils, Joseph. “La ocupación de Haití”. El Libertador (México), N° 15, febrero de 1928, p. 12.
28. Peñarroja, E., “Jolibois, peregrino de la libertad de Haití”. La Semana (México), N° 124, 7 de abril de 1928, p. 1.
29. Jolibois Fils, Joseph. “El Sandino haitiano”. Repertorio Americano (San José), año 17, N° 12, 22 de septiembre de 1928, pp. 178-179.

Notas de autor

* Este artículo es beneficiario de la prolija revisión hecha por Perla Jaimes Navarro y de la traducción libre de las citas en francés realizada por Marcela Dávalos López. El autor deja constancia de su agradecimiento.
** (Lima, Perú, 1946; Cuernavaca, México, 2020). Doctor en Estudios Latinoamericanos. Se desempeñó como investigador del INAH y como docente en la UNAM. Este texto, enviado especialmente para apoyar el lanzamiento de Wirapuru, se cuenta entre las últimas producciones del autor. Con pesar y gratitud, la dirección de la revista lo publica como homenaje a quien fuera referente indiscutido de nuestro ámbito de estudios.

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