Reseñas
Grondona Ana y Andrés Tzeiman (Comps.). Desarrollo y dependencia desde América Latina. Problemas, debates y conceptos. Buenos Aires: Ediciones del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, 2020. (239 pp.)
Grondona Ana, Tzeiman Andrés. Desarrollo y dependencia desde América Latina. Problemas, debates y conceptos. 2020. Buenos Aires. Ediciones del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini. 239pp. |
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Este libro es el aporte más reciente del Grupo de Estudios de Historia y Discurso (GEHD), el cual funciona desde 2014 en el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini y en el Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires. A los nombres propios que integran el equipo de manera más o menos habitual se ha sumado en esta oportunidad el de José G. Gandarilla, investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México.
El volumen invita a lxs lectorxs a continuar el ejercicio de relectura de una serie de obras y debates correspondientes a la fase clásica de las ciencias sociales latinoamericanas, es decir, al tercer cuarto del siglo XX, interrogándose de manera frontal sobre su eventual vigencia teórico-política en el actual contexto. Se consideran, así, los vínculos entre desarrollo y dependencia ‒centrando la atención en ese extraordinario lugar de condensación que es Dependencia y desarrollo en América Latina: ensayo de interpretación sociológica‒; la cuestión de la temporalidad en un conjunto de aportes en torno al desarrollo ‒poniendo de relieve que se desplegaron allí fuertes (y distintas) torsiones respecto de una imagen lineal, progresiva y acumulativa del tiempo‒; el tratamiento del Estado y del poder político en una amplia serie textual que va de Gino Germani a Norbert Lechner y René Zavaleta, pasando por Ruy Mauro Marini y varios más; la crisis de divisas en Germani, Juan Carlos Portantiero y Lechner; el cálculo de viabilidad política en Carlos Matus, Óscar Varsavsky y Alfredo E. Calcagno; la cuestión del consumo en un arco de autores que comienza por Alejandro Bunge y llega hasta nuestros días, pasando por Raúl Prebisch, Celso Furtado y Aldo Ferrer.
El convite alcanza una fulguración intensa en el Prólogo de Diego Giller, en particular en el apartado titulado “El juego de las D”, donde, tras retomar la referencia a “la regla de las tres D” (desarrollo, dependencia, democracia), fórmula acuñada por Eduardo Rinesi para pensar las peripecias de nuestras ciencias sociales, Giller propone completar el cuadro incorporando la D de dictadura y la D de derrota, generando una serie de entrelazamientos con las otras D. La propuesta es expresiva de un modo relativamente consensuado de comprender la historia reciente de América Latina, al menos para aquellos que nos definimos como críticos o progresistas. Desde este prisma, la derrota supuso el relegamiento al pasado de la revolución y de su narrativa de futuro, el estrechamiento de la democracia a su versión liberal procedimental y la debacle del significante dependencia y de las teorías a él asociadas. De ahí las preguntas: ¿cómo conceptualizar la etapa actual?, ¿es “posneoliberalismo” una categoría apropiada?, ¿hasta qué punto?, ¿cómo pensar el neoliberalismo y sus persistencias? ¿qué vigencia tienen los significantes desarrollo y dependencia…? Los análisis perfilados en cada uno de los capítulos del volumen están orientados por este abanico de interrogantes. En este sentido, el de Giller no es un Prólogo distante o ajeno, sino que es uno de esos cuya lectura permite realmente organizar la lectura de los materiales subsecuentes.
La relación entre este libro y los estudios de las ideas remite a varias dimensiones y habilita la apertura de algún debate. Precisamente por eso vale la pena revisar algunos de sus flancos. En la presentación firmada por los compiladores, leemos:
La urgencia política de nuestro tiempo nos impulsa, a la vez, hacia la historia y hacia la teoría, ¡vaya paradoja! Sitiados, como por momentos nos sentimos, vislumbramos que las discusiones que queremos y necesitamos dar en el presente no pueden caer en la tentación de apresurados parricidios […] Quizá por eso mismo, también sabemos que no pretendemos regresar sobre esos debates con las preguntas de la historia intelectual. Podemos valernos de sus hallazgos, claro, pero nos anima más bien un espíritu teórico […] En cualquier caso, son las preguntas de nuestro presente las que nos animan y con las que debemos saldar cuentas, razón por la que, sin pretender abordajes exhaustivos o sistemáticos, hemos trabajado al nivel de “conceptos” y “problemas”, antes que el de “obra” o “libro”, para romper con una mirada museística e impulsar un uso más profano o, incluso, herético, de los textos. (pp. 8-9)
Se trata, como puede advertirse, de la invitación a una relectura “presentista” y animada por un “espíritu teórico” de un corpus textual que, a su vez, se define abierto y en construcción. Hay, pues, una toma de distancia explícita con las miradas llamadas museísticas así como una recuperación declarada de disposiciones que, como el anacronismo, suelen considerarse como errores o vicios de método o enfoque. Desde mi punto de vista, este gesto primordial se cuenta entre los puntos más destacables de la iniciativa. Porque la incuestionable relevancia de los aportes de la historia de las distintas expresiones del pensamiento no debiera conducirnos a pensar que la actualidad ya no requiere pensamiento o que ese pensamiento solamente podrá tener validez en la medida que proceda de ‒o se encuentre eclesialmente ligada a‒ los centros mundiales de producción teórica. Pensar de este modo podría dejar a nuestras ciencias sociales ‒y, también, a muchos otros cauces de nuestra cultura‒ en una situación en la que se combinarían dependencia y parálisis y cierta proclividad a funcionar únicamente como proveedoras de material empírico (más o menos exótico, más o menos ilustrativo de aquella producción teórica), derivando todo ello en una enorme dificultad para la acumulación y la sedimentación teórica (y cultural). Las rupturas con la experiencia, entre las cuales el parricidio cultural es un ejemplo entre otros posibles, pueden derivar en combinaciones esquizofrénicas, donde quienes intentan pensar el presente desconocen las tradiciones acumuladas (en nombre de puestas al día o giros copernicanos supuestamente impostergables), y quienes intentan pensar el pasado quedan eventualmente relegados al rol de anticuarios, con poco o nada para decir sobre el presente y sus exigencias/turbulencias.
En el apartado final del ya citado Prólogo de Giller hay una referencia a los “innumerables adagios” imaginados en América Latina para pensar qué sucede cuando una idea viaja de una geografía a otra (“inventamos o erramos”; “ni calco ni copia”; “efecto demostración”, etc.); la referencia se detiene en la imagen de “la originalidad de la copia”, propuesta por Fernando H. Cardoso para pensar lo que sucedió en América Latina con las teorías del desarrollo, desembocando enseguida en una evocación a la afirmación de Ruy M. Marini según la cual la teoría de la dependencia había “influido” sobre autores y corrientes progresistas de Europa y los Estados Unidos y en la formulación, acompañando en esto a Ana Grondona, de la pregunta relativa a si no pudo haber sucedido algo parecido con las teorías del desarrollo. Por supuesto, la respuesta a esta última pregunta gravita hacia el “sí”.
La contribución de Grondona llama la atención sobre la enorme complejidad que una mirada atenta puede descubrir en los aportes latinoamericanos sobre el desarrollo en lo que respecta a la tematización de la temporalidad. Su trabajo sobre las distintas formas o figuras del tiempo (ciclos, contratiempos, desajustes, saltos, arritmias, ucronías, disposiciones decadentistas) es sugerente e invita a proyectar sus conclusiones sobre otros materiales, incluso sobre textualizaciones de naturaleza diversa a las que examina en su estudio. Quiero decir, admitiría transposiciones en otras claves, orientadas al perfilamiento de un andamiaje categorial para apresar las heterogéneas y conflictivas relaciones con la temporalidad en nuestra cultura. Ha habido propuestas en este sentido, con las que quizá valdría la pena entablar conversaciones. También es destacable, a mi modo de ver, el acento colocado por la autora en la conveniencia de conocer nuestras propias (densas, complejas y complejas) tradiciones.
Hay varias zonas del libro que ofrecen aportes relevantes para los interesados en las filiaciones y conexiones intelectuales. Es el caso, por ejemplo, de la puesta de relieve de los vínculos entre las ideas de Celso Furtado, Aldo Ferrer y Ragnar Nurkse, profesor de la Universidad de Columbia de origen estonio, en la contribución de Ramiro Coviello. Es el caso, también, del esfuerzo por centrar los aportes de vertientes y debates como el llamado Pensamiento Latinoamericano sobre Ciencia y Tecnología (PLCT) y el denominado “debate sobre los estilos de desarrollo” en relación con series textuales más conocidas y transitadas. Este afán, detectable, por ejemplo, en los aportes de Grondona, Viedma y Coviello, permite apreciar aires de familia y matices de gran interés.
En lo que respecta al “espíritu teórico” que anima la compilación, los aportes recuperados son múltiples y numerosos. Quizá corresponda destacar el caso de Norbert Lechner, evocado en más de una contribución. Refiriéndose a La crisis del Estado en América Latina, en particular a su capítulo segundo, Tzeiman señala que hay allí una serie de indicaciones ‒relativas al vínculo Estado/sociedad civil, a las mediaciones entre lo político y lo económico en sociedades caracterizadas por la hegemonía externa y la heterogeneidad estructural‒ que podrían abrir “a un vasto y necesario programa de investigación sobre las formas contemporáneas de la dependencia en América Latina”. (p. 105)
Entre paréntesis, el libro carece de conclusiones generales. Implícitamente, lxs autorxes parecen invitarnos a construir algo semejante a una conclusión por nuestra propia cuenta y riesgo. Veamos. Una posible conclusión podría tener que ver con advertir que, por ser mayormente simplificadora y escasamente sensible a los matices, tensiones y torsiones, buena parte de la embestida crítica actual contra la noción de desarrollo omite señalar que no pocas de sus propias premisas, argumentos y puntos de fuga ya habían sido (a veces muy bien) tematizados en intersticios, pasajes, obras, vertientes y contrapuntos de toda aquella fase clásica. No hubo un único desarrollo posible entonces; tampoco lo hay ahora; de ahí la pertinencia de la probable moraleja que apunta a recuperar la noción de estilos de desarrollo ‒en esto encuentro, por supuesto, fuertes líneas de continuidad con los aportes que integran el libro de 2016: Estilos de desarrollo y buen vivir‒. En cuanto a la noción de dependencia y, en particular, a la relación que denota, resulta difícil imaginar hoy escenarios asociados a su superación. Las relecturas emprendidas en este sentido parecen invitarnos, más bien, a una más adecuada caracterización de sus formas. La referencia a los (históricamente variables) márgenes de autonomía no parece guardar demasiada relación con una tematización de la posibilidad de superar por la vía revolucionaria el vínculo dependiente. Sí aparece asociada a la perspectiva de avanzar algunos pasos en algún tipo de desarrollo, sin olvidar lo recién indicado acerca de los estilos y demás bemoles y sostenidos a los que es preciso atender al referirse a dicho significante. Otro paréntesis tiene que ver con consignar una (casi) ausencia: la de Sergio Bagú, autor de algunos aportes, como Tiempo, realidad y conocimiento o Catástrofe política y teoría social, cuya consideración podría enriquecer el planteamiento general, entre otras cosas en lo que respecta a los límites de las ciencias sociales realmente existentes.
Como puede advertirse, el volumen ofrece varios flancos para pensar y discutir en torno a los sentidos, modos y alcances de (re)leer textos antiguos. La apuesta es clara. Es una tentativa inspirada políticamente y animada por un espíritu “más teórico” que “museístico” (espíritu teórico, en este caso, no tanto en relación con una teoría eidética cuanto de una teoría social latinoamericana; enseguida volveré sobre este punto): los autores revisados son “invitados” a una conversación que está teniendo lugar en nuestro tiempo. No sin algo de irreverencia, no sin algo de espíritu lúdico, el riesgo de anacronismo implicado en la operación se asume de manera abierta, aunque sin dejar de lado el rigor en los análisis. También se asume de manera abierta cierta osadía desestabilizadora tanto del canon como de las interpretaciones más cristalizadas. Problematización, lectura a contrapelo o a contramano, herejía, poner a los autores a jugar contra sí mismos, etc., son imágenes a las que lxs propixs autorxs acuden para caracterizar su empresa. Todo esto es, sin duda, admisible y, si se lo hace bien, puede tener, sin duda, efectos saludables.
Intentando avanzar unos pasos más en la misma dirección reivindicadora de la densidad de nuestras tradiciones intelectuales y culturales, me pregunto si la mentada osadía no podría ampliarse hacia una zona no demasiado transitada y, sin embargo, crucial, al menos desde la perspectiva de Wirapuru, que es, como sabemos, una revista de estudios de las ideas. Me refiero a la posibilidad de retomar con parecida determinación tradiciones específicamente latinoamericanas de lecturas y relecturas, de identificación de inestabilidades y tensiones, de trabajo en torno a las formas de nuestra experiencia de la temporalidad. Esas tradiciones existen (un nombre indiscutible, el de Eduardo Grüner, es mencionado al pasar en algún lugar de la obra que venimos comentando); seguramente requieren mayores niveles de sistematización. Allí están, por ejemplo, las reflexiones de Hugo Biagini y Arturo Roig sobre el pensamiento alternativo ‒la palabra “alternativa” es varias veces empleada en el volumen, y en lugares relevantes; quizá merezca un tratamiento específico como categoría teórica‒. Allí están, también, por dar otro ejemplo, las reflexiones sobre la utopía y sus variantes, a veces críticas de la propia categoría, donde destacan, además de los autores recién mencionados, los nombres de Fernando Aínsa, Franz Hinkelammert, Horacio Cerutti, Pablo Guadarrama. Hay, por supuesto, varios otros aportes más, en diversos registros y tesituras ‒la crítica de textos literarios, por nombrar uno‒, que acaso valdría la pena retomar y (re)discutir, puesto que (también) nos proponen modos de aprehender las formas en que se ha elaborado simbólicamente la conflictiva heterogeneidad latinoamericana. Nada de lo antedicho busca poner en cuestión los aportes del estimulante volumen compilado por Grondona y Tzeiman; solamente procura llamar la atención sobre una senda y unas interconexiones que valdría la pena transitar (también) con análogo apasionamiento.
http://www.wirapuru.cl/images/pdf/2020/2/resena11_101-104.pdf (pdf)