Resumen: En línea con la temática del panel de apertura de las X Jornadas, mi intervención se propone ofrecer una respuesta a la interrogación sobre el sentido (por qué) y la finalidad (para qué) de hacer estudios de las ideas y del pensamiento latinoamericanos. Luego de aclarar que concibo a estos quehaceres fundamentalmente como una labor de lectura e interpretación, enlazándolos así, de manera estrecha, con el método (o arte) hermenéutico, refiero la disposición que pone en cuestión la legitimidad de la propia pregunta por “la utilidad de lo superfluo”. Seguidamente, despliego una argumentación jalonada en tres momentos principales. El primero recuerda la saga simbólica que, con base en la sentencia clásica Navigare necesse est, vivere non est necesse, ha tematizado la relación entre navegación y vida y, con Fernando Pessoa, entre navegación y actividad creadora. El segundo retoma las formulaciones de Paul Ricœur acerca de la literatura como laboratorio moral, vía para la exploración de la alteridad (y de sí mismo) y propedéutica a la ética. El tercero ensaya una breve reflexión sobre la tragedia, las variaciones trágicas y la catarsis, sugiriendo una conexión con los temas de la recuperación/trasmisión/recreación de los legados y de la afirmación identitaria o civilizacional latinoamericana.
Palabras clave:estudios de las ideasestudios de las ideas,hermenéuticahermenéutica,catarsiscatarsis,identidad latinoamericanaidentidad latinoamericana,Fernando PessoaFernando Pessoa.
Abstract: In line with the theme of the 10th Jornadas’ opening panel, my intervention aims to respond to the question of the meaning (why) and purpose (what for) of studying Latin American ideas and thought. After pointing out that I conceive these tasks fundamentally as consisting of reading and interpretation, thus closely linked to the hermeneutic method (or art), I will refer to the challenging of the legitimacy of the question regarding “the usefulness of the superfluous”. I then deploy an argument made up of three main moments. The first recalls the symbolic saga that, based on the classic sentence Navigare necesse est, vivere non est necesse, has dealt with the relationship between navigation and life and, with Fernando Pessoa, between navigation and intellectual creation. The second takes up Paul Ricœur’s formulations about literature as a moral laboratory, a way to explore otherness (and oneself) and as a propaedeutic to ethics. The third rehearses a brief reflection on tragedy, tragic variations and catharsis, suggesting a connection with the recovery/transmission/recreation of legacies and with the Latin American identity or civilizational affirmation.
Keywords: studies of ideas, hermeneutics, catharsis, Latin American identity, Fernando Pessoa.
Dossier / Ensayos
Sobre los motivos del intérprete
On the interpreter’s motives
Recepción: 04 Agosto 2020
Aprobación: 12 Octubre 2020
Para Pepe de la Fuente
Existe, por supuesto, una amplia diversidad de respuestas a estas preguntas cruciales sobre la motivación, la finalidad y el sentido. Mi argumentación parte de concebir a estos quehaceres fundamentalmente como una labor de lectura e interpretación, enlazándolos así, de manera estrecha, con el método (o arte) hermenéutico, con esa zona donde convergen, sin confundirse, semiótica y hermenéutica (Beuchot, 2000, 2003; Ricœur, 1987, 1991).
A modo de rodeo introductorio quisiera reivindicar la pertinencia de un tipo de disposición, aquella que de alguna manera comienza por dinamitar la legitimidad de las preguntas por el sentido o utilidad de lo supuestamente superfluo. Esta disposición merece ser atendida, puesto que empalma con vertientes consagradas de la tradición humanista. Una defensa reciente de las humanidades se titula La utilidad de lo inútil. Su autor, el erudito italiano Nuccio Ordine, enarbola el oxímoron para poner enseguida de relieve dos acepciones de utilidad (Ordine, 2013). En su opinión, y en la de la amplia galería de autores clásicos que convoca, los saberes ajenos a finalidades utilitarias asociadas a la producción de beneficios son útiles en otra acepción, más amplia, de la utilidad. Al ser desinteresados, ese tipo de saberes son resistentes a la barbarie de lo útil, un tipo específico de barbarie que nos amenaza crecientemente. Los saberes inútiles debieran pensarse como fines por sí mismos; sirven para cultivar nuestro espíritu, nos ayudan a ser mejores. Recordando la observación de George Steiner según la cual la cultura y la ilustración no ofrecieron, pese a todo, protección ante la barbarie totalitaria, Ordine evoca por duplicado a Italo Calvino: la intervención sobre el infierno del Marco Polo en el cierre de Las ciudades invisibles y el ensayo Por qué leer los clásicos. La respuesta de Ordine a Steiner sería: ‒Tiene usted, en parte, razón; sin embargo, si dejamos morir lo superfluo y lo gratuito produciremos una colectividad enferma, sin memoria, extraviada, que acabará perdiendo el sentido de sí y de la vida.
Por fortuna, en este espacio no hace falta insistir en estas cuestiones. Pero era necesario comenzar por alguna parte, y me pareció que ésta era una buena manera. Ahora me gustaría que recordásemos una saga que va a ayudarnos en esta exploración dado que nos va a habilitar la posibilidad de pensar en una bifurcación interpretativa y en un par de analogías. La saga a la que me refiero es la de la relación entre arte náutico y existencia, entre navegación y vida. La sentencia clave es: Navigare necesse est, vivere non est necesse. Navegar es necesario, vivir no es necesario; o bien: navegar es preciso, vivir no es preciso.
Se podría conversar un rato sobre atribuciones y apropiaciones. Hasta donde sé, la frase aparece en las Vidas paralelas de Plutarco, en boca del general romano Pompeyo; ahí está para probarlo el parágrafo L de la biografía correspondiente a Cneo Pompeyo Magno (cuya vida es paralelizada a la del comandante espartano Agesilao II), tomo sexto de la edición de Gredos. Un fado compuesto por Caetano Veloso asocia la sentencia a Jasón y sus argonautas. Seguramente Veloso se basó en Pessoa, quien aludió a la sentencia varias veces, al menos tres, pero al parecer sin tomarla de Plutarco, sino de un texto de Joseph Addison publicado en The Spectator. Sabemos también que la sentencia de Plutarco/Pompeyo es recuperada en un poema de Gabriele D’Annunzio; en un artículo de Benito Mussolini; en cierta intervención de Rubén Darío, en un verso de Antonio Machado; en el semanario uruguayo Marcha a partir de 1967; en un discurso del político brasileño Ulysses Guimarães a comienzos de los años setenta, en una alusión del presidente Lula da Silva en 2004 (González Vaquerizo, 2014; Materia construida, 2016). También sabemos que otras canciones juegan, en distintos sentidos, con la analogía: “El bar de la calle Rodney”, del grupo La Portuaria (en el álbum Escenas de la vida amorosa, de los años noventa); “Além do mar”, de Toquinho y Paulo Cesar Pinheiro (en el álbum Mosaico, de los años dos mil), por ejemplo. Y claro, más allá de Plutarco, sabemos que el mar y la navegación han atraído de manera constante a poetas y filósofos: basta con pensar en Nietzsche (esto no es un libro, es un viento marino, un levar anclas, etc.).
La atribución y las apropiaciones contextuadas de la sentencia en cuestión son temas interesantes, claro, aunque aquí nos importa más el debate sobre el significado, sobre el cual versa una amplia zona de esta saga navegacional, y, por supuesto, la analogía que acaso podamos trazar entre la navegación y estudio de las ideas o del pensamiento. Veamos. En Plutarco, Pompeyo pronuncia la frase para arengar a sus marinos, quienes temen hacerse a la mar ante un viento desfavorable; jefe ejemplar, Pompeyo se embarca primero. La frase es, en este caso, un claro llamado a la acción; el acto que le sigue, un ejemplo de valentía, de desprecio altivo al miedo a morir. Sería difícil derivar de esto que el sentido de la vida fuera navegar: en Plutarco, la frase pronunciada por Pompeyo queda asociada a cumplir el objetivo de la navegación, que no era navegar, sino abastecer de trigo a Roma. También sería difícil extrapolar de aquí que el Pompeyo de Plutarco estuviera aludiendo a que navegar fuese una “actividad” más precisa (en el sentido, ya no de necesaria, sino de exacta o rigurosa) que vivir: esta segunda interpretación habría requerido las traducciones al castellano y al portugués, donde necesario y preciso son parcialmente sinónimos, dando lugar a la bifurcación semántica. Resumiendo, no se fuerza el texto plutarquino si se sostiene que, para el Pompeyo de Plutarco, es el imperativo de cumplimentar un objetivo ajeno al navegar el que hace necesario hacer a un lado el miedo a la muerte y lanzarse a la aventura; preservar la vida es menos importante que transportar el cereal por vía marítima. Muchas de las recreaciones contemporáneas de la sentencia poseen un sentido parecido a este que entrevimos en el “original”. La construcción de un proyecto político ‒un imperio o una utopía, por ejemplo‒ puede pensarse como análogo al abastecimiento de trigo. La referencia de Mussolini fue en esa dirección (contra el frígido pesimismo libresco, decía il Duce, navegar es batallar). Medio siglo después, en el otro extremo del mundo y del arco ideológico, Marcha comenzó a utilizar como símbolo distintivo el dibujo de un barco acompañado de la sentencia clásica. Como ha recordado Pilar Piñeyrúa (2010: 407ss.), ante la solicitud de un lector, la revista explicó el sentido de la inclusión del emblema; tras referir a Plutarco, Pompeyo y a la Casa de Navegación de Bremen, Marcha aclaró: “Podríamos haber puesto: marchar, militar es necesario; vivir no lo es”. Las referencias de Ulysses Guimarães y de Lula da Silva no parecen estar muy alejadas de este tipo de disposición. Aquí podría evocarse una fórmula próxima, la imagen de “La historia como arma”, introducida por el eminente historiador cubano Manuel Moreno Fraginals en un ensayo escrito en el segundo lustro de la década de 1960 y dedicado “al comandante Che Guevara, dondequiera que esté, dándole las gracias por muchas razones”. El arma, el barco, serían instrumentos que se emplean para un fin ajeno a la navegación y al arte del tiro, en este caso, la revolución; la imaginería convocada tendría que ver con conjurar las reservas frente a la violencia, el temor a la muerte, propia y no.
En las referencias de Fernando Pessoa encontramos ‒me parece‒ una orientación diferente. No es sencillo hablar sobre Pessoa; hacerlo requiere encarar las cuestiones de los heterónimos y, también, la de las ediciones de sus textos: ambas introducen complicaciones. Asumamos los riesgos, y anotemos tres referencias pessoanas a la sentencia. Una consta en un poema que comienza así:
Navegadores antigos tinham uma frase gloriosa: “Navegar é preciso; viver não é preciso”.
Quero para mim o espírito [d]esta frase,
transformada a forma para a casar como eu sou:
viver não é necessário; o que é necessário é criar.
Fuente: (Pessoa, 2007)
Las otras dos están en O livro do desassossego, firmado por Bernardo Soares, semi-heterónomo:
Diziam os argonautas que navegar é preciso, mas que viver não é preciso. Argonautas, nós, da sensibilidade doentia, digamos que sentir é preciso, mas que não é preciso viver (Pessoa, 1999: 128)
Bastantes páginas después:
Ficámos, pois, cada um entregue a si próprio, na desolação de se sentir viver. Um barco parece ser um objecto cujo fim é navegar; mas o seu fim não é navegar, senão chegar a um porto. Nós encontrámo-nos navegando, sem a ideia do porto a que nos deveríamos acolher. Reproduzimos assim, na especie dolorosa, a fórmula aventureira dos argonautas: navegar é preciso, viver não é preciso. (Pessoa, 1999: 271)
Como puede advertirse, hay en Pessoa la voluntad de recrear y reorientar el sentido “original” de la frase. Ahora, más que vivir, importa crear y sentir. Pessoa parece estar de acuerdo en que la vida es un valor secundario. Sin embargo, es evidente que nos propone otro mensaje, distinto al que veníamos considerando hasta aquí: Pompeyo y sus marinos tenían un puerto donde llegar; Pessoa y sus compañeros de ruta (desolados, de sensibilidad enferma) no lo tienen: carecen de puerto e, incluso, de la misma idea de puerto. Así, no hay una finalidad exterior (abastecer a Roma; edificar un imperio; construir una sociedad utópica) que justifique embarcarse y enfrentar los peligros. Se navega solamente por navegar. Entonces, la analogía es otra: navegar es sentir; navegar es crear; se entrega la vida a eso, y no a llegar a un puerto real o imaginado. Si fuésemos capaces de trazar una analogía entre el navegar pessoano y nuestro navegar de estudiosos de las ideas y del pensamiento, obtendríamos una respuesta muy elaborada, que parte del ensimismamiento pero que se sostiene al articularse, dramática, dramatúrgicamente, con los otros. El ensimismamiento es (también) algo fingido: la creación, en un poeta como Pessoa, puede pensarse como exploración radical de la alteridad, que no es tan distinto a decir exploración radical de uno mismo. Anotó: ‒Sou a cena viva onde passam vários actores representando várias peças.
Hace unos diez años escribí un ensayo que abordaba más o menos estos mismos temas; más extenso que éste, contenía varias citas, en torno a las cuales intenté enhebrar un argumento. Recordar una de esas citas nos va a servir ahora para condensar aquella exploración. Hacia 1980, David Donald, profesor de Harvard, había declarado:
Lo que los estudiantes quieren de sus profesores de historia es entender cómo se relacionan el pasado con el presente y el futuro [estadounidenses]. Pero si enseño lo que creo que es la verdad, sólo puedo transmitirles mi sensación de trivialidad de la historia y de desolación de esta nueva era en la que estamos entrando […] Quizás mi función más útil consista en librarlos del hechizo de la historia, ayudarles a ver que el pasado no tiene pertinencia. (Citado en Novick, 1997, tomo II: 555)
En cierto modo, y más allá de las determinaciones contextuales, la declaración de Donald comparte el pathos doliente de los pasajes de Bernardo Soares/Fernando Pessoa evocados hace un momento. Trivialidad y desolación: el abismo de un quehacer sin sentido. ¿Es posible detenerse unos pasos antes del precipicio para tomar alguna otra senda que no fuera la de dejarse caer? Ya entonces, las respuestas ensimismadas no me satisfacían del todo ‒admito, sin embargo, que la imagen de nuestro oficio como refugio en parte lúdico no me es ajena, reivindico por ejemplo en ella todo lo que contiene de distancia crítica, si se quiere, neobarroca, frente al poder y sus desvaríos‒; las respuestas instrumentales incandescentes, del estilo de las fijadas por Moreno Fraginals o por el semanario Marcha, me resultaban, por razones contextuales, ajenas. En aquel entonces navegaba por las obras de Mijaíl Bajtín y Paul Ricœur, por barrocos y neobarrocos, por la cuestión del drama, la dramaturgia, los géneros dramáticos, los temas de la tragedia y la catarsis. Me interesó especialmente recuperar la idea de Ricœur (1996; 2003) acerca de la literatura como laboratorio moral, donde se ensayan estimaciones, valoraciones, juicios de aprobación o condena; para este autor, la literatura puede servir, y de hecho sirve, de propedéutica a la ética. Es laboratorio porque en su seno la relación entre discurso y acción puede ser sometida a innumerables variaciones imaginativas. Desde luego, Ricœur acepta que el vínculo entre lectura y vida es complejo y para nada lineal; no obstante, señala que la literatura es siempre, de alguna manera, aplicada a la vida. A mi modo de ver, nuestro oficio, que no es el de escritores de obras de ficción, sino el de estudiosos de textualizaciones en principio no ficcionales, puede justificarse parecida, análogamente. El estudio de obras, itinerarios intelectuales y contrapunteos polémicos puede ser concebido como un vasto y radical ejercicio de exploración de la alteridad y, por eso mismo, como un modo posible de conocernos a nosotros mismos. También, y esto no es menos importante, como un modo indirecto, oblicuo, de decir lo que pensamos. Desde luego, en todo esto hay profundas afinidades con las búsquedas de Pessoa. Con referencia a los heterónimos pessoanos, escribió Octavio Paz:
Reis y Campos dijeron lo que quizá él nunca habría dicho. Al contradecirlo, lo expresaron; al expresarlo, lo obligaron a inventarse. Escribimos para ser lo que somos o para ser aquello que no somos. En uno o en otro caso, nos buscamos a nosotros mismos. Y si tenemos la suerte de encontrarnos ‒señal de creación‒ descubriremos que somos un desconocido. (Paz, 2010: 23)
Y más adelante, esta incisión magistral:
Toda la obra de Pessoa es búsqueda de la identidad perdida. [Los heterónimos] son una invención literaria y una necesidad psicológica pero son algo más. En cierto modo son lo que hubiera podido o querido ser Pessoa; en otro, más profundo, lo que no quiso ser: una personalidad […] Y sin embargo, la destrucción del yo, pues eso es lo que son los heterónimos, provoca una fertilidad secreta […] El yo es un obstáculo, es el obstáculo. (Ibídem: 41-42)
¿Será que estudiamos ideas de otros justo porque no podemos o no queremos convertirnos en “una personalidad”? ¿Son los autores que estudiamos parecidos a los heterónimos pessoanos? ¿En qué sentido/s? ¿Hasta qué punto? Un poema de José de la Fuente (2019), titulado “Debatir la historia”, contiene la siguiente estrofa, donde resuenan estas discusiones:
Deambular de un lado a otro,
De un no-lugar a un sí-lugar,
De un mientras tanto
Para refugiarse en otro
Y quedar finalmente en ninguno.
Saber ubicarse, parapetarse,
Elegir el ángulo para ser escuchado
Y no morir en el mientras tanto.
Se disfruta y se aprende del espectáculo de la elaboración intelectual. La exuberancia es pasmosa. Se aprecian obsesiones, pertinacias, desgarramientos, abyecciones, metamorfosis, despliegues de lucidez y, siempre, pero siempre, voces y más voces. Algunas susurran, otras conversan, otras gritan, otras plagian. Se despliegan mediados, matizados y complejos procesos de proyección, rechazo, identificación. Es como un Aleph. No sé bien si nos sobran análisis rigurosos sobre cómo funciona todo esto. Creo que no. Un punto de fuga sería pensar cómo el intérprete, mientras pugna por evitar convertirse en “una personalidad” (para conquistar así un lugar en el manicomio, diría Pessoa), aprende a ubicarse, a elegir el ángulo, a parapetarse.
¿De qué maneras pueden ser aplicados nuestros estudios, así entendidos, a la vida real? La literatura como propedéutica a la ética, decía Ricœur, como ensayo de estimaciones, valoraciones, juicios. Trabajar en favor del cambio de unas estimaciones, tratar de hacerlo bien, son expresiones que podemos encontrar en un antiguo, extraordinario, ensayo de José Gaos, donde aparecían un par de elementos decisivos: el historiador de la cultura y de las ideas puede/debe trabajar favoreciendo/desfavoreciendo determinadas estimaciones; la naturaleza de ese trabajo es indisociable de su diagnosis del presente. En el caso específico de Gaos en 1946, la justipreciación crítica de la guerra y sus atrocidades, incluyendo las bombas atómicas de su coda, abría las puertas a una reconsideración de las estimaciones vigentes y, con ello, a una reconsideración del papel del orbe hispanoamericano, de su cultura, de su pensamiento, en la historia contemporánea (Gaos, 1992).
¿Qué estimaciones debemos promover en nuestros días? Pueden mencionarse varias; no es tan difícil; creo que estaríamos bastante de acuerdo en casi todo. El propósito de esta intervención no es tanto el de ofrecer ese inventario (los otros textos del dossier profundizan en ello) cuanto el de abrir una reflexión en torno al carácter mediado, indirecto, cuasi imaginativo y laberínticamente especular de nuestro específico quehacer. Porque quien estudia las ideas no es, necesariamente, un ensayista, un pensador, un filósofo; tampoco es un líder político, un general, un emperador. Aunque a veces figuras y roles puedan superponerse, el juego que se juega en cada caso es distinto, las aguas que se navegan no son las mismas. Quien estudia ideas, obras, intelectuales se adentra de modos bastante singulares en subjetividades que no son la suya, se busca a sí mismo/a para, quizá, como Pessoa, no encontrarse nunca (que es la forma más genuina de saberse); en el caso particular de América Latina, de la tradición latinoamericanista, lo hace para recorrer un sinfín de variaciones trágicas ‒¿qué es nuestra historia, incluso la de nuestros pensadores, sino un rosario de variaciones trágicas?‒; casi forzosamente, la reflexión sobre el drama trágico conduce a delinear un escolio sobre la catarsis. Dadas las limitaciones de espacio, voy a comprimir ese escolio en dos citas. La primera proviene de un ensayo de Ezequiel Martínez Estrada; la otra, de un poema de Manuel Scorza, a cuya obra me acerqué en su momento por recomendación de Ricardo Melgar, a quien hemos recordado en estas Jornadas. Refiriéndose al Martín Fierro, escribió Martínez Estrada:
[A José Hernández] no lo guió el deseo de embellecer ni de paliar; mejor que purgar de sus propios males a la realidad, procuró que el lector los purgase en sí. (Martínez Estrada, 1948: tomo I, p. 248)
Con una referencia a Scorza (1955) elegí cerrar mi ensayo de 2010; vuelvo a convocar ahora al autor de Las imprecaciones:
Amigos,
os encargo reír,
amad a las muchachas,
hablad con los manzanos
(me conocen),
llamad al ruiseñor
(me quería).
No me busquen en la noche donde lloro,
yo estoy lejos,
cantando espero la mañana.
América,
aquí te dejo mi poesía,
para que te laves la cara.
Ojalá pudiéramos, al final de nuestra navegación, reescribir así los catárticos versos scorzianos:
América,
aquí te dejo [mis escorzos interpretativos],
para que te laves la cara.
http://www.wirapuru.cl/images/pdf/2020/2/art06_66-73.pdf (pdf)