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Pensar conceptual / pensar literario / apropiación. Entrevista a Bernardo Subercaseaux
Conceptual thinking / literary thinking / appropriation. Interview with Bernardo Subercaseaux
Wirapuru Revista Latinoamericana de Estudios de las Ideas, núm. 3, pp. 1-7, 2021
Ariadna Ediciones

Entrevista



Recepción: 03 Mayo 2021

Aprobación: 03 Mayo 2021

DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.5420660

Resumen: Bernardo Subercaseaux Sommerhoff nació en Santiago de Chile en 1942. Estudió literatura y arqueología, licenciándose en la Universidad de Chile, para luego doctorarse en Lenguas y Literaturas Romances por la Universidad de Harvard. Ha desarrollado una extensa y fructífera trayectoria en el marco de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. También ha sido docente en las Universidades de Washington, Stanford y Maryland en Estados Unidos; en la Universidad de La Habana (Cuba) y en la Universidad del Rosario (Colombia). En 2005 recibió la Distinción al Mérito Académico por la Universidad de Santiago (IDEA-USaCh). Ha sido promotor de la creación del Centro de Lenguas y Culturas del Mundo en la Universidad de Chile e investigador y miembro de CENECA (Comunicación y Cultura para el Desarrollo). Durante una década dirigió la Revista Chilena de Literatura del Departamento de Literatura de la Universidad de Chile. Especialista en historia de la cultura, es autor de una copiosa producción de ensayos y libros sobre Chile y América Latina; destacamos: El Trompo (novela); Cultura y sociedad liberal en el siglo XIXi; Chile ¿un país moderno?i; Chile o una loca historiai; Historia de las ideas y de la cultura en Chile, desde la Independencia al Bicentenarioi (en tres volúmenes), Simón Bolívar: una figura en disputai. En esta entrevista, el profesor Subercaseaux conversa con José Alberto de la Fuente sobre aspectos de su itinerario y obra, la relación pensar conceptual/pensar literario y la problemática de la recepción/apropiación en un contexto como el latinoamericano.

Palabras clave: historia de las ideas, historia de la cultura, recepción, apropiación.

Abstract: Bernardo Subercaseaux Sommerhoff was born in Santiago de Chile in 1942. He studied Literature and Archaeology, graduating from the University of Chile, and later earned a doctorate in Literature and Romance languages at Harvard University. He has had a long and fruitful career in the Faculty of Philosophy and Humanities at the University of Chile. He has also taught at the Universities of Washington, Stanford and Maryland in the United States; at the University of Havana (Cuba) and at the University of Rosario (Colombia). In 2005 he received the Distinction for Academic Merit from the University of Santiago (IDEA-USaCh). He has been a promoter of the creation of the Centre for World Languages and Cultures at the University of Chile and a researcher and member of CENECA (Communication and Culture for Development). For a decade he served as director of the Revista Chilena de Literatura (Department of Literature, University of Chile). A specialist in cultural history, he is the author of a profuse production of essays and books on Chile and Latin America, most notably: El Trompo (novel); Cultura y sociedad liberal en el siglo XIXi; Chile ¿un país moderno?i; Chile o una loca historiai; Historia de las ideas y de la cultura en Chile, desde la Independencia al Bicentenarioi (a three-volume work), Simón Bolívar: una figura en disputai. In this interview he talks to José Alberto de la Fuente about aspects of his itinerary and work, the relationship between conceptual thinking/literary thought and the problematic of reception/appropriation in a context such as the Latin American one.

Keywords: history of ideas, history of culture, reception, appropriation.

Quienes conocen su trayectoria en la academia universitaria, nacional y continental, no dudan de la perseverancia y entusiasmo con los que usted ha desarrollado su trabajo investigativo y su preocupación por el devenir cultural. ¿Podría contarnos cómo nació el interés por estos temas? ¿cuáles fueron las motivaciones, preguntas, lecturas iníciales, referentes que le ayudaron a consolidar su camino vocacional?

La motivación hacia la literatura proviene de un lugar inesperado: mi estadía en la Escuela Militar, donde estuve dos años, llegando a alcanzar el grado de Brigadier de Compañía. Resulta que tuve un profesor del ramo de literatura que se llamaba Eugenio Matus; era escritor y enseñaba lo que le entusiasmaba; todo el año estuvimos leyendo a Pío Baroja, distintas novelas. Ahí me picó el bichito de la literatura. Formamos una Academia Literaria en la cual participó el entonces teniente Samuel Rojas y varios alumnos. En ese marco gané un premio en poesía, que me significó una salida extra y el encargo de preparar una conferencia para toda la escuela sobre un héroe militar. En la década del ochenta, el teniente Rojas llego a ser general: recordando nuestros tiempos en la Academia Literaria lo ubique por teléfono y le solicité que intercediera por Armando Cassígoli, escritor exiliado que vivía en México y que, enfermo, deseaba venir a morir a Chile. Nunca hizo nada. Ni siquiera me respondió.

Usted está emparentado con una familia de pensadores y artistas. ¿Qué ha significado el hecho de ser pariente cercano de Benjamín Subercaseaux, quien fuera premio nacional de literatura chilena en 1963, dejando un legado en ciencias, psicología, antropología, creación literaria, acción política, etc.? ¿Se reconoce en sus aciertos estilísticos y campos de estudio? ¿Cabe hablar de influencia en este caso? ¿Se ha pensado usted como su continuador en el estudio de la cultura?

Conocí a Benjamín Subercaseaux ‒tío en segundo grado‒ en su casa de Santiago, que quedaba en un barrio medio prostibulario. Yo acababa de cumplir 18 años; había publicado una novela ‒El trompo. Después de telefonearlo, llegué algo cohibido a su casa. Pero, apenas me hizo pasar, la timidez se disipó. De entrada, me dijo: “―No tengas miedo, si a mí me gustan los pililos”; enseguida empezamos a hablar sobre Baroja y del mar. Escribió en La Nación una larga reseña laudatoria de la novela (que no se lo merecía). Siendo cónsul chileno en Mendoza y, después, en Tacna, debió haber sido el único diplomático que nunca tuvo auto; solamente tenía una bicicleta con patente de diplomático. Fue capaz de salir del closet cuando había que ser valiente para dar ese paso. En la década del cuarenta, como miembro de la Sociedad de Escritores, fue muy activo en la lucha contra el fascismo. Su novela Jimmy Button es una obra maestra. Me considero su admirador; su continuador, no. Respecto a la novela El trompo, está ahí guardada, con una vergüenza de doble signo: por una parte, porque desde mis estudios literarios me doy cuenta que es un bodrio; y, por otra, porque desde los 17 años que la escribí ‒luego de un viaje a la polinesia producto de una tripleta en las carreras de caballos y de la lectura de la vida de Gauguin‒, siento la nostalgia y hasta cierto punto la melancolía de haber perdido la libertad de alma que entrega la inocencia y la juventud, encorsetada más tarde por los papers y la vida académica. Esta segunda es una vergüenza por aquello en que he devenido.

Usted ha sido durante muchos años docente e investigador de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. Habiendo atravesado diferentes coyunturas (en dictadura y en transición), ¿podría hacernos un breve recuento de lo que usted cree que ha sido lo más positivo para la institución, el país y los estudiantes?

Lo más positivo para la institución fue el retorno a la democracia y el término de los rectores delegados. Sin embargo, lo negativo ha sido que debido a la Ley de Educación Superior de 1981 las universidades públicas dejaron de recibir fondos basales y a la Universidad de Chile se le sustrajo no sólo el Instituto Pedagógico y las sedes de provincia (Valparaíso, Chillán y otras), sino que además fue jibarizada y obligada, hasta el día de hoy, a operar en una situación esquizofrénica: como pública en algunos aspectos y sujeta a consideraciones económicas propias de una universidad privada y de un eficientismo con olor neoliberal. Los efectos se hicieron sentir por largos años en el deterioro de la vida académica, sobre todo en el Pedagógico y en Filosofía, consideradas como las “unidades rojas” de la Universidad. Me tocó convivir con los que me habían exonerado y, en cierta medida, para poder sobrevivir, hacerme el leso.

Acudiendo al lenguaje de Paul Ricœur, se podría afirmar que su obra Historia de las ideas y la cultura en Chile, es una gran “escenificación del tiempo histórico nacional” estructurada en diversas matrices narrativas…

“Escenificación del tiempo histórico nacional” es una categoría ordenadora que implica un antes y un después ‒de allí lo de “escenificación”‒, permitiendo especificar corrientes de ideas y culturales hegemónicas y contra hegemónicas en un determinado período, lo que apunta a ciertos contextos de producción de ideas y de cultura. En la obra que usted señala, distingo un tiempo fundacional, un tiempo de integración en el “entresiglos” XIX y XX, un tiempo de transformación (entre 1930 y 1973) y un tiempo globalizado desde el Golpe de Estado y, en alguna medida, hasta el Chile actual. Estas delimitaciones no son categóricas: sus fronteras marcan mundos que no terminan de acabar y otros que no terminan de empezar. Es en ese marco ordenador que emprendí la tarea de ordenar la historia de las ideas y de la cultura en Chile, identificando en cada etapa las corrientes intelectuales, políticas y culturales hegemónicas y contra hegemónicas y los dispositivos a través de los que se expresan (ideas, ideologías, literatura, arte).

En su trabajo de historiar las ideas y la cultura en Chile, usted combina tres niveles: descriptivos, analíticos e interpretativos, con un carácter transdisciplinario. De hecho, participan la historia de las ideas, los estudios literarios, la sociología de la cultura, los estudios culturales, la historia política y social ¿Pone énfasis o privilegia unas disciplinas más que otras? ¿Cuáles le han resultado más adecuadas? ¿Se podría afirmar que usted recurre a una especie de sincretismo teórico y metodológico que de alguna manera facilita la interpretación de los fenómenos?

Por mis estudios de literatura y arqueología soy desde siempre transdiciplinario. La arqueología es una disciplina de la evidencia material, muy cauta en sus formulaciones. Los estudios literarios, por el contrario, son básicamente interpretativos, pasan por el filtro de la lectura que opera ‒aunque la teoría literaria trate de disimularlo‒ desde la subjetividad. No sé si se puede hablar de un sincretismo teórico metodológico como un método previo. Hago lo que buenamente puedo para representar y ordenar la historia de las ideas y de la cultura en una contra danza de ideas políticas, corrientes intelectuales, expresiones literarias, movimientos sociales y culturales. Los resultados están en los tres volúmenes y cinco tomos de Historia de las ideas y la cultura en Chile. De lo que estoy muy seguro es, por ejemplo, del período en que son hegemónicas las ideas de transformación de la realidad entre la década del 30 y 1973: hay vasos comunicantes entre el materialismo histórico en todas sus versiones, con el vanguardismo político, la teoría de la dependencia y las expresiones literarias y artísticas más significativas de la época. Y es esa matriz hegemónica la que a su vez condiciona las ideas y corrientes contra hegemónicas.

Usted ha desarrollado una reflexión sobre la relación entre historia de las ideas y literatura. Recuerdo, por ejemplo, una comunicación que presentó en 2013 en el IDEA de la USaCh, titulada “Pensar conceptual, pensar literario”, donde buscaba precisar la naturaleza de dicho vínculo.

En el caso del Perú, si uno examina el pensamiento de José Carlos Mariátegui en sus ensayos, hay allí un pensar conceptual e histórico ‒que por momentos recuerda a Gramsci‒ sobre el indio en el Perú, su relación con la tierra, su cosmovisión, su presencia en la literatura y su ausencia en un contexto de clases que lo ha invisibilizado. Ahora bien, si uno lee el cuento “El sueño del Pongo” de José María Arguedas o su novela Los ríos profundos, hay allí un pensar literario sobre los mismos temas, pero en imágenes, y explorando las grietas del sentido, lo que produce en el lector una vivencia; para decirlo en términos tautológicos, una “vivencia viva” y en trance de ocurrir, una experiencia diferente al pensamiento conceptual que es propio del pensamiento filosófico, económico o histórico. Pensar que en la literatura no hay ideas me parece una concepción limitada tanto de las ideas como de la literatura. A menudo, incluso, por su carencia de mediaciones conceptuales y disciplinarias, el pensar literario es más libre y directo; en ocasiones es paralelo y hasta se anticipa al pensamiento filosófico o historiográfico. A veces incluso inventa categorías, como en el caso de Franz Kafka.

Han transcurrido veinticinco años desde que se publicó su libro Chile ¿un país moderno?, en cuya portada aparece un inmenso témpano de hielo de la Antártida, enviado a la exposición de Sevilla (1992) como marca de la modernidad alcanzada por el país. ¿Qué revisaría de este libro para proyectar su vigencia?, ¿qué respondería ahora a las preguntas que dejó planteadas en la página 45 y en el apartado “Sorpresas e incertidumbres” de la página 198? ¿No le parece que Chile sigue siendo un espectáculo fascinante y cruel, “una loca historia?

Lo planteado en ese libro tiene el tono de una indagación, implica una pregunta que sigue abierta: ¿somos acaso un país moderno? La interrogación continúa vigente si consideramos a la modernidad como una mesa con cuatro componentes que debieran ser armónicos: un componente político, un componente social, un componente económico y un componente cultural. Hasta el día de hoy, la mesa sigue cojeando y desbalanceada; lo comprueba el estallido social de octubre del 2019 y la votación reciente para elegir constituyentes. Cabe señalar que, cuando hablamos de modernidad, estamos conscientes de que modernidad y occidentalización no son sinónimos; pueden incluso ser conceptos que se distancian: pensemos, por ejemplo, en el tema mapuche y en la necesidad de un país plurinacional para solucionar un problema que es eminentemente político y que nos permitiría avanzar en el plano de la modernidad tal como la concebimos. La referencia en el título de un libro que usted menciona a Chile como una “loca historia” fue un contrapunto con Chile o una loca geografía de Benjamín Subercaseaux.

El ejemplar monográfico del número 84 de la Revista Chilena de Literatura (2013) estuvo dedicado a las Humanidades, lo cual generó paradojales discrepancias hasta en un sector de la Universidad de Chile y de quienes “conservan” las normas de indexación. Usted justificó el texto de manera crítica en defensa y rescate del pensar humanizador. ¿Cuál es, en su opinión, el futuro de las Humanidades y del pensamiento crítico en una cultura global condicionada por la razón instrumental?

Con respecto a las Humanidades hay dos temas: uno obedece a un clima institucional en la educación superior en que campea la primacía de la razón instrumental, economicista y tecnocrática, el predominio del pensamiento útil en que las utopías están desvalorizadas; en este contexto, las Humanidades tradicionales han perdido el prestigio social y académico que tuvieron en el pasado. En el mundo universitario los logros se miden por el parámetro de los papers y de indicadores que se aproximan a la lógica del rigor, que es a menudo rigor mortis.

El otro tema es la pregunta por las Humanidades en el mundo actual, en un contexto de crítica al pensamiento antropocéntrico y al humanismo, a la idea de que la especie humana es la culminación biológica y espiritual de todas las especies, en un clima posthumanista, en un ámbito de nuevas tecnologías y nuevos soportes. Las humanidades tradicionales se ven además cuestionadas por el giro animal y por el feminismo y el ambientalismo, por la noción de ecosistema en que la naturaleza ya no es un afuera, o un commodity a disposición para el uso y goce exclusivo de la especie humana, sino un adentro en un fluir con ida y vuelta hacia lo humano como ocurre en la cosmovisión de los pueblos originarios ¿Puede acaso seguir pensándose a las Humanidades en el paradigma de la tradición clásica en un contexto en que lo humano está siendo redefinido y cambiando de signo? Se apunta a un nuevo humanismo; a veces me pregunto: ¿a qué clase social pertenecerán los robots?

En Chile, los trabajos sobre historia de las ideas y de otras disciplinas son escasos. Después de su perseverante trabajo de investigación, ¿cómo concibe actualmente la historia de las ideas y la cultura en Chile?, ¿cuáles diría que son sus principales referencias teórico-metodológicas, sus lecturas predilectas?, ¿cómo caracterizaría su forma de trabajo?

Mi interés se centra hoy en la recepción de ideas. Somos parte de la cultura occidental y, más allá del concepto centro y periferia (que tiene un matiz de derivado o derivación), me interesa el concepto de apropiación, atendiendo a los nichos en que ese proceso de apropiación se produce y que implica no sólo repetición o copia o influencia, sino creación y diferencia. Desde esa perspectiva trabajo y utilizo los conceptos y metodologías planteados por la teoría o la estética de la recepción, que surge y se desarrolla en el campo de los estudios literarios, pero que a mi juicio realiza una serie de aportes que son útiles para la historia de las ideas y de la cultura. En este plano he trabajado o pretendo trabajar tanto con el pensar conceptual (con las ideas y pensamientos que se expresan en el plano ensayístico o en corrientes disciplinarias) como con el pensar literario. Autores como Umberto Eco y Hans-Georg Gadamer, y la hermenéutica en general, o estudiosos de la estética de la recepción como Hans-Robert Jauss y Wolfang Iser en Alemania, o Stanley Fish en Estados Unidos. También me interesa la historia de la lectura y los procesos de descodificación de lo que se lee desde un determinado horizonte, perspectiva que puede proyectarse a la apropiación de ideas o de corrientes intelectuales no generadas en el plano local.

En gran parte de su obra interviene la variable de la creación literaria como referente dosificador del proceso ideológico y cultural, a pesar de que parece no existir aún en Chile una historia de la literatura. Pensando hipotéticamente a veinticinco o treinta años, ¿cómo piensa usted que se va a escribir la historia de las ideas y de la cultura en Chile, relevando el aporte de los géneros literarios en el ámbito de este campo investigativo?

Hago una aclaración a su pregunta: en los últimos dos años se ha publicado una Historia crítica de la literatura chilena, de la cual se han editado los tres primeros volúmenes. Es una historia que lee la literatura en su dimensión social, intelectual y política, pero también en su relevancia estética. El volumen II se titula La era republicana. Independencia y formación del Estado Nacional; el volumen III, La era republicana. La primera modernidad (1870-1920); ambos han sido coordinados y editados por mí como parte de un proyecto global dirigido por el profesor Grínor Rojo. Los propios títulos ya dan una respuesta a lo que usted plantea. Lamentablemente, por el cierre de las librerías ‒debido a la pandemia‒ esta Historia ha tenido poca visibilidad y circulación. De alguna manera es una historia crítica de la literatura chilena. Es, por una parte, más inclusiva (trata la cultura ilustrada y la cultura popular, y propone una recanonización de la literatura femenina y etnocultural) y, por otra, un trabajo que propone cruce de fronteras entre la historia de las ideas, la historia política y la historia de la literatura.

En el plano de la investigación, durante varios años, me he ocupado de historiar la recepción de La Araucana (1568-1590) de Alonso de Ercilla en Chile, desde el siglo XVIII hasta el presente A través del estudio de la recepción y resemantización de La Araucana he reconstruido una historia de las ideas en Chile con base al estudio de la recepción. Pienso, por ejemplo, que, en Argentina, si uno estudia la recepción y resemantización del Facundo (1845), de Domingo F. Sarmiento, desde su contexto de producción hasta el presente, sería probablemente un camino para historiar las ideas. El campo implicado en la interrogación que usted plantea es amplio y es, hasta cierto punto, un terreno poco explorado. Ello se debe, por una parte, a una concepción estrecha y reduccionista de las ideas, que se resiste a reconocer su presencia como andamios presentes en la literatura y el arte, y, por otra, a una concepción no menos estrecha y corporativista de las expresiones literarias y artísticas.

La pandemia de Covid-19 que ha sorprendido al mundo y ha sobrepasado los sistemas sanitarios, ha dejado en evidencia las debilidades del proceso civilizador capitalista. ¿Cómo vislumbra la situación cultural y política del mundo post-pandemia? ¿De qué magnitud imagina usted que serán los impactos sobre el orden social, las identidades nacionales, la relación del hombre con la economía y la naturaleza?

Hay algunas incógnitas hasta ahora no científicamente comprobadas que vinculan la pandemia de Covid-19 al cambio climático, la destrucción del ecosistema y a un proceso civilizatorio insaciable. Algunos glaciólogos señalan incluso que cuando se derritan los glaciares nos encontraremos con nuevos virus. Se trata, hasta cierto punto, de elucubraciones. El mayor impacto lo vislumbro en el campo del trabajo y de la educación, por la vía del teletrabajo y de la enseñanza virtual, por algo que es completamente nuevo en la historia de las pandemias: el cruce de una peste, de una enfermedad, con las nuevas tecnologías. Otro impacto es que, al menos en Chile, la enfermedad ha puesto en evidencia la desigualdad y las diferencias sociales, De alguna manera, por un lado, se ha ralentizado el tiempo histórico y, por otro, se ha acelerado. Las consecuencias políticas y sociales serán, pienso, a lo menos en nuestro país, de menos impacto que la revuelta del 2019, o que la reciente votación de constituyentes con paridad de género y escaños reservados para los pueblos originarios.

Finalmente, ¿qué implicancias y proyecciones culturales y políticas tiene para usted la rebelión popular del 18/10/19 y el resultado mayoritario del plebiscito por el cambio constitucional? En esta coyuntura, inesperada para los ilusos del neoliberalismo chileno, predominó lo social por sobre las ideologías conservadoras y liberales decimonónicas. La plaza neurálgica de la capital pasó a llamarse “Plaza de la Dignidad” y la consigna dominante destacó el mismo valor: ¿camina Chile hacia un “imaginario político de transformación”?

La rebelión implica la presencia, en los planos político, social y también mediático, de un sector mayoritario de la sociedad que desde hace décadas se viene sintiendo maltratado y excluido por el orden dictatorial y por la post dictadura. Es “la voz de los que sobran”, la voz de los que no han tenido voz ni han sido actores o ciudadanos a plenitud. No cabe duda de que son procesos que van a significar un cambio, procesos en que dialoga un movimiento deconstituyente con un proceso constituyente. Un fenómeno que tiene una dimensión incierta en la medida que, a diferencia de otras épocas, hay una carencia de modelos, de utopías y proyectos que operen como referentes o un telos ideológico muy definido. Esto, lejos de ser un problema, puede ser una oportunidad. La extensión y radicalidad del cambio son todavía preguntas abiertas, a las que cabe pensar con el verso de Antonio Machado oportunamente recogido por Joan Manuel Serrat: “caminante, no hay camino, se hace camino al andar”.

Notas de autor

* Chileno. Doctor en Estudios Americanos. Docente y poeta. Preso político durante la dictadura de Pinochet.

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