Artículos
Recepción: 01 Septiembre 2021
Aprobación: 03 Diciembre 2021
DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.5781581
Resumen: El Instituto de Ciencia Política es un think tank colombiano que, a partir de su conformación como tal en 1987, ha enfocado su tarea hacia la promoción de ideas neoliberales relacionadas con las nociones de libertad de empresa y de mercado, la defensa de la propiedad privada y la demanda de no intervención por parte del Estado en los asuntos de la economía. En el presente estudio, en primer lugar, reflexionaremos en torno a la caracterización de los intelectuales y expertos en América Latina, y a los rasgos predominantes de dichos perfiles con el advenimiento del neoliberalismo. En segundo lugar, realizaremos una caracterización del Instituto de Ciencia Política como un think tank de promoción de las ideas neoliberales. A continuación, reflexionaremos sobre la relevancia del estudio de las revistas y la composición del Consejo Editorial de la Revista Ciencia Política, como expresión de las trayectorias de los expertos que formaron parte de este proyecto editorial. Para dicho análisis abordaremos los años ochenta en función del contexto de lanzamiento de la revista mencionada (1985) pero, además, por configurarse esta década como el momento de despliegue del modelo neoliberal en Colombia.
Palabras clave: think tanks, expertos, derecha intelectual, neoliberalismo, circulación de ideas.
Abstract: The Instituto de Ciencia Política is a Colombian think tank which, since its creation in 1987, has focused its work on promoting neoliberal ideas related to the notions of free enterprise and market freedom, the defence of private property and the demand for non-intervention by the state in economic affairs. In this study, we will first reflect on the characterisation of intellectuals and experts in Latin America, and the predominant features of these profiles with the advent of neoliberalism. Secondly, we will characterise the Instituto de Ciencia Política as a think tank promoting neoliberal ideas. Next, we will reflect on the relevance of the study of the journals and the composition of the Editorial Board of the Revista Ciencia Política, as an expression of the trajectories of the experts who formed part of this editorial project. For this analysis, we will approach gthe 1980s in terms of the context in which the journal was launched (1985), but also because this decade was the time when the neoliberal model was deployed in Colombia.
Keywords: think tanks, experts, right-wing intellectuals, neoliberalism, circulation of ideas.
Introducción
El despliegue del neoliberalismo como orden social y económico tuvo fuertes repercusiones en la producción y la difusión de las ideas sobre las orientaciones que debían adoptar los Estados en América Latina ante las crisis de los modelos desarrollistas. En este contexto aparecen los think tanks en la región como actores políticos que cobran relevancia, donde se destacan las figuras de los “expertos”; al tiempo que las ideas asociadas al libre mercado se vuelven proyectos de gobierno. En este sentido, existe una tensión entre la acción política y la producción de ideas con las que interpelar a la agenda pública que los think tanks neoliberales atraviesan en los años ochenta.
Las herramientas con las que los centros de pensamiento buscan incidir en los debates públicos son varias; entre ellas, se encuentran las revistas de divulgación, como es el caso de la publicación que buscamos caracterizar en este trabajo. El estudio de este tipo de centros de pensamiento y sus publicaciones permite dar cuenta de la articulación entre las trayectorias de los expertos que forman parte de los think tanks y la circulación de las ideas, en este caso, neoliberales. En este artículo, sostenemos como hipótesis que la presencia de los expertos del Instituto de Ciencia Política en la revista del mismo nombre, junto con su pertenencia a otras redes transnacionales, contribuyó con la legitimación de las ideas que desde allí se producían y circulaban, en el contexto de reformas estructurales de corte neoliberal que se estaban llevando a cabo en Colombia en los años ochenta.
A la hora de indagar en la instauración de los think tanks neoliberales, dados sus vínculos con, y su pertenencia a, redes transnacionales, existe el riesgo de adjudicar la recepción directa y lineal por parte de América Latina de las ideas neoliberales producidas en los países centrales. Para evitarlo, es preciso retomar lo planteado por Devés Valdés (2003), quien sostiene que el neoliberalismo se inserta en una tradición de pensamiento latinoamericano (p. 280), al igual que lo hicieron otras escuelas de pensamiento, como podría ser el mismo marxismo, desde la izquierda. Es decir que existieron adaptaciones y mediaciones en el desarrollo de las ideas neoliberales en América Latina. El mismo autor observa un “proceso de latinoamericanización” del neoliberalismo a partir de “cuestiones como la lucha contra el cepalismo, la reivindicación de un ‘desarrollo hacia fuera’ o las elaboraciones teóricas sobre la ‘informalidad’, los informales y la economía informal” (Devés Valdés, 2017: 589). Enfocándose en las posiciones críticas al cepalismo que surgen en nuestro continente, destaca su existencia tanto desde la izquierda, con las teorías de la dependencia, como desde la derecha, con las ideas liberales anti-intervencionistas (Devés Valdés, 2017: 544). En un sentido similar, Ramírez (2013) plantea que del “enraizamiento” del neoliberalismo en América Latina participaron instituciones como “fundaciones, foros de notables, universidades privadas y think tanks, (…) los que se entrelazaron en un intrincada y sofisticada red, que operó dentro y fuera de las fronteras nacionales” (p. 322). Por su parte, desde una mirada de la sociología histórica sobre la instauración del neoliberalismo, Ansaldi (2014) hace foco en los fundamentos estructurales de la “transición a la democracia” de los años ochenta para caracterizarla como la consolidación de un nuevo “patrón de acumulación del capital regido por la valorización financiera y se han instituido bajo la hegemonía de la concepción llamada neoliberal” (pp. 20-21).
Es en este escenario donde los think tanks adquieren relevancia por su capacidad de producir ideas y de transmitirlas a la opinión pública de manera sencilla y clara, transformándose en actores políticos. Rocha (2015) hace hincapié en la relación entre la crisis de la deuda en América Latina y el despliegue de los think tanks promotores de las ideas de libre mercado, la reducción del gasto estatal y la privatización de las empresas estatales, entre otras. Sobre este punto destaca la participación de la estadounidense Atlas Network como una red homogeneizante y aglutinadora de los think tanks de derecha y su activa participación para la instalación mediática de discursos sobre las ideas neoliberales.
Los think tanks, sus expertos e intelectuales, elaboran planteos que buscan generar influencia sobre la sociedad y que son exteriorizados a partir de distintas estrategias de comunicación. Especialmente, se discuten distintos diagnósticos sobre las problemáticas de los países latinoamericanos y sus posibles soluciones, en los términos planteados por el paradigma neoliberal. De este modo, vehiculizan la circulación de significados que “que dotan de sentido a la construcción del orden y construyen una comunidad de ideas” (Giordano y Soler, 2015: 36). Según las autoras, entonces, los think tanks y sus expertos se valen del funcionamiento de redes de contactos e información para servir como portavoces de los gobiernos de las derechas. Bajo la noción de redes transnacionales, Bertonha y Bohoslavsky (2016) destacan un punto central sobre la utilidad de las redes intelectuales, el dar un sentido global a la actividad política. Según los autores, los actores políticos de las derechas sudamericanas indagaban en las distintas situaciones nacionales y, de este modo, “intentaban encontrar argumentos que reforzasen su posición en el entramado político local en el que se movían, para lo cual echaban mano de manera selectiva de comparaciones, asimilaciones y diferenciaciones” (p. 10). En simultáneo, retoman una tradición de las élites en América Latina, que se encuentra asociada a la percepción de una cultura occidental (europea), que opera como hoja de ruta a seguir (p. 13). Antes de dar cuenta de la “influencia” de las ideas sobre los grupos sociales, Bertonha y Bohoslavsky asientan su análisis en los “usos” que los grupos hacen de algunas nociones (p. 15).
El Instituto de Ciencia Política es un think tank colombiano que, a partir de su conformación como tal en 1987, ha enfocado su tarea hacia la promoción de ideas neoliberales relacionadas fundamentalmente con las nociones de libertad de empresa y de mercado, la defensa de la propiedad privada y la demanda de no intervención por parte del Estado en los asuntos de la economía. En trabajos preliminares se realizó una primera exploración sobre las ideas plasmadas en la revista del Instituto, dando cuenta de su contexto histórico de surgimiento, marcado por la profundización del modelo neoliberal en Colombia hacia mediados de los años ochenta (Mercado, 2021); mientras que en una indagación previa se analizó el vínculo entre el Instituto y la democracia, iluminando los posicionamientos políticos elaborados desde el think tank durante los debates por la sanción de la Constitución de 1991 en Colombia, que plasmó institucionalmente las reformas estructurales que se estaban implementando y sentó las bases para su continuidad (Mercado, 2017). El aporte del presente artículo radica en el análisis acerca de la articulación entre los think tanks y los expertos, en tanto que sujetos históricamente situados con características específicas, a partir del estudio del Instituto de Ciencia Política de Colombia en los años ochenta; bajo la premisa de que la forma en que estaba compuesto el Consejo Editorial de la Revista Ciencia Política respondía a la búsqueda de legitimación de las ideas que allí se producían y circulaban.
Se abordan los años ochenta por dos motivos. En primer lugar, por el hecho concreto de corresponderse con los años de aparición de la revista del Instituto; pero, además, por configurarse aquel como el momento de despliegue del modelo neoliberal en Colombia. Desde una mirada ajustada a la sociología histórica de mediano plazo, este trabajo suscribe a la necesidad de considerar los procesos históricos como constitutivos de las ideas producidas y difundidas por estos centros de pensamiento.
De acuerdo con lo planteado, proponemos analizar el Instituto, su revista y los expertos allí congregadas como un caso exponente de la articulación entre la producción de ideas, su circulación y legitimación en los años ochenta. Para ello, en primer lugar, reflexionaremos en torno a las caracterizaciones de los intelectuales y expertos en América Latina, haciendo una breve mención a los perfiles tecnocráticos, para poder considerar sus desempeños como sujetos históricamente situados. Realizaremos una revisión bibliográfica a partir de la cual se reconstruyeron los principales posicionamientos acerca de dichas caracterizaciones. En segundo lugar, introduciremos al Instituto de Ciencia Política como un think tank de advocacy, también conocidos como “de promoción de ideas”, haciendo énfasis en las estrategias desplegadas para sus fines, a saber: la publicación de su revista trimestral y la pertenencia de los expertos latinoamericanos, como vehículos legitimantes de sus nociones. Por último, reflexionaremos sobre la relevancia del estudio de las revistas como herramientas de difusión de ideas y, a partir de allí, analizamos la composición del Consejo Editorial de la Revista Ciencia Política, en función de la reconstrucción de las trayectorias profesionales e intelectuales de sus expertos. La misma se llevó a cabo mediante el análisis de fuentes primarias, especialmente las presentaciones biográficas de los autores que figuran al comienzo de cada número de la Revista Ciencia Política, y secundarias.1
La indagación se asienta en dos cuestiones fundamentales que intenta combinar. La primera remite a los postulados desarrollados por Morresi (2010) acerca del estudio del neoliberalismo, donde destaca que se debe tener en cuenta a sus productores y enunciadores. Así, considerar la materialidad de las ideas implica admitir que “no se encuentran “flotando en el aire”, sino que están ancladas en una serie de prácticas (discursivas, económicas, sociales)” (pp. 308-309). La segunda dimensión, conectada al objetivo de indagar en la articulación entre las iniciativas como el Instituto, la revista y sus expertos en pos de legitimar un proyecto intelectual, incorpora algunas nociones desarrolladas por Bohoslavsky (2018) acerca de la historia transnacional. El autor establece que el estudio del “rol activo de los receptores de las ideas, de los traductores y de los impresores, de los editores y los promotores culturales” contribuye a matizar la premisa de la importación de esquemas de pensamiento producidas por “los autores metropolitanos y sus “influencias” locales” (Bohoslavsky, 2018: 17). Dicho esto, piensa el carácter transnacional como el estudio de “aquellos sujetos que mostraron capacidad y a veces voluntad de atravesar fronteras nacionales o que pensaron para sus prácticas un escenario que excedía al territorio nacional” (p. 22), uno de cuyos sentidos se expresa en la circulación horizontal o sur/sur, es decir, entre actores latinoamericanos. Este último ―consideramos― es el caso del Instituto de Ciencia Política, que abordaremos aquí.
¿Intelectuales, expertos o tecnócratas?
Los análisis sobre las transformaciones del rol de los intelectuales en el campo de la política a través de la historia son cuantiosos. Se ha estudiado la relación entre intelectuales y mandatarios apelando a figuras ilustrativas de las funciones de los primeros como los “hechiceros” o “consejeros” que buscaban inspirar con su sabiduría a quienes detentaban los roles de poder. En tiempos más recientes, hizo su aparición la figura del “experto” para ilustrar la función de quienes asesoran a los mandatarios, y la del “tecnócrata”, que ocupa lugares de tomas de decisiones políticas por el hecho de contar con un determinado capital técnico que le permite acceder a dichas posiciones. Estas figuras retóricas comparten un rasgo en común que se observa, con particularidades, en distintos momentos históricos: es la necesidad de legitimar las ideas a partir de mecanismos de acreditación considerados cruciales, con el objeto de producir un efecto.
Hemos planteado que los think tanks son actores políticos en tanto que producen ideas, discursos y conocimiento que les brinda la posibilidad de intervenir, directa o indirectamente, en la formación de opinión pública y de influir en las decisiones políticas de gobiernos y partidos políticos. Sin embargo, la producción de estas ideas está anclada en la legitimidad de quién o quiénes las enuncian. No solo las ideas circulan a través de las redes transnacionales de think tanks. Es necesario indagar sobre las figuras de quienes prestan su nombre e imagen pública, su capital intelectual y social, para legitimar las ideas que allí se comparten y difunden. Como es de suponer, las redes no funcionan sino bajo el compromiso de los agentes que las conforman. En este sentido es que tomamos el concepto de “expertos” para abordar a sus integrantes, quienes, a partir de sus trayectorias profesionales y sus producciones, se transforman en piezas clave para la legitimación de estos sentidos y, por ende, el funcionamiento de dichas redes.
Es decir que, a los efectos de lograr un impacto considerable en los ámbitos de debate, los centros de pensamiento deben contar con figuras relevantes en su campo. Esta dimensión nos lleva a problematizar el rol de los intelectuales y de los expertos en este tipo de organizaciones asociadas al ideario neoliberal, así como también nos remite a preguntas sobre los vínculos entre los intelectuales y la política; entendida tanto como un ámbito de militancia activa por distintas causas (partidarias o no partidarias), como a partir de las prácticas concretas de gobierno. Al respecto, Bauman (1997) traza una diferenciación entre el papel desempeñado por los intelectuales en la modernidad y en la posmodernidad, si bien aclara que no se observan de manera mutuamente excluyente a lo largo de la historia. Plantea que las estrategias de los intelectuales de la modernidad estaban basadas en su rol de legisladores, lo que
consiste en hacer afirmaciones de autoridad que arbitran en controversias de opiniones y escogen las que, tras haber sido seleccionadas, pasan a ser correctas y vinculantes. La autoridad para arbitrar se legitima en este caso por un conocimiento (objetivo) superior, al cual los intelectuales tienen un mejor acceso que la parte no intelectual de la sociedad. (Bauman, 1997: 13)
Mientras que, en la posmodernidad, los intelectuales se erigen como intérpretes, cuya función principal es traducir los postulados elaborados en una tradición de manera que pueden ser entendidos por quienes pertenecen a otras tradiciones. Así es como se deja de lado la producción de conocimiento válido como requisito para acceder a “la verdad” en pos de la resolución de problemas de comunicación. Sobre el papel de los intérpretes, Bauman argumenta que
en vez de orientarse hacia la selección del mejor orden social, esta estrategia apunta a facilitar la comunicación entre participantes autónomos (soberanos). Se consagra a impedir la distorsión del significado en el proceso de comunicación. Con ese objeto, se promueve la necesidad de penetrar profundamente en el sistema ajeno de conocimiento desde el cual debe hacerse la traducción (...), y la de mantener el delicado equilibrio entre las dos tradiciones dialogantes, necesario para que el mensaje no sufra distorsiones (con respecto al significado conferido por el emisor) y sea entendido (por el receptor). (Bauman, 1997: 15)
Cabe destacar que no consideramos que la posmodernidad pueda ser equiparada directamente al orden neoliberal, ni tampoco el camino inverso. Si tomamos los términos que establece Bauman, los think tanks presentan rasgos tanto de legisladores como de intérpretes. A la vez que se arrogan la producción de conocimiento válido y legítimo desde su aparente neutralidad política, se enfocan en esbozar explicaciones claras y comprensibles, adaptadas a sus intereses inmediatos. Ahora bien, es necesario aclarar qué entendemos por expertos de las derechas. ¿Son intelectuales o se trata de una categoría distinta? En lo que respecta a la noción de “intelectuales de derecha”, argumenta Traverso (2014):
existe cierta simetría entre el intelectual de izquierda y el de derecha, ya que se sitúan en las antípodas cuando responden a un mismo cuestionamiento (…) [n]o cabe duda: los intelectuales de derecha en verdad existieron pero, de manera general, rechazaban esta denominación. (p. 27)
En consonancia con este argumento, Gonzales Alvarado (2013) postula, en primer lugar, que “[e]l lado conservador parece no tener ideas ni intelectuales, quizás ni le interese contar con ellos” (p. 96); y, en segundo lugar, que ante la caída del bloque socialista el intelectual crítico de izquierda entra en crisis al perder su campo intelectual y académico consolidado. Las ideas de Traverso coinciden con este análisis al esbozar que el propio concepto de intelectual se desideologiza, se vuelve más neutro y se “descarga, al menos en parte, del potencial explosivo, altamente inflamable, que poseía en una época de fuertes antagonismos ideológicos” (pp. 28-29). El autor italiano contrapone esto con la historia del siglo XX, donde “la noción de intelectual no puede disociarse del compromiso político” (p. 17), según la tradición la noción de intelectual se asociaba a las ideas del Iluminismo y se enfrentaba con las corrientes del nacionalismo y la derecha conservadora. Por su parte, acerca de las identidades políticas de los intelectuales en América Latina, Monsiváis (2007) señala que
a lo largo del siglo XX latinoamericano, los intelectuales (escritores y pensadores) de la derecha intelectual, nunca numerosos, (…) suelen apoyar de modo directo o sin quejas y reproches a gobiernos de mano dura y dictaduras, y difaman a quienes propician la separación de la Iglesia y el Estado. Estos filósofos, historiadores, novelistas, identifican la mano dura con la defensa de la moral y las buenas costumbres y la supremacía de la censura. (p. 27)
Según el autor, la derecha latinoamericana nunca ha contado con un sector intelectual consistente, sino que más bien rechaza esta idea. Destaca, además, que en toda coyuntura histórica la derecha busca apoyar o asociarse con quienes garantizan el orden o entablan las posiciones más conservadoras de la sociedad. Durante la posguerra, el mayor peligro al orden establecido era atribuido al comunismo, por lo que la derecha intelectual se vuelve anticomunista. Hacia los años ochenta, en el contexto de la revolución neoconservadora y las reformas estructurales neoliberales, en América Latina las derechas intelectuales suscribirán al anti-estatismo y al anti-populismo.
La creciente especialización y profesionalización de las ciencias sociales, que se produce a partir de los años setenta con la proliferación de universidades e institutos de formación privados, privilegia la administración y la gestión por sobre la política (Monsiváis, 2007: 33). Tan es así que “el lenguaje de la empresa se generaliza en el conjunto de la sociedad, y quienes lo emplean piensan que la modernidad consiste en reemplazar a los intelectuales por administradores” (Traverso, 2014: 44).
Respecto de la relación de los intelectuales y expertos con los ámbitos académicos y universitarios encontramos diferencias. Ambas figuras históricas han desempeñado papeles que anclan su legitimidad en la pertenencia a determinadas instituciones académicas, aunque expresada de distintas formas según las distintas épocas. Mientras que el rol del intelectual tradicional del siglo XX está asociado al profesor universitario crítico de la realidad, el experto jerarquiza sus saberes en la realización de posgrados que le brindan conocimientos específicos sobre determinados temas. Morresi y Vommaro (2011) establecen una diferencia entre el intelectual y el experto a partir de su capacidad de movilizar su “capital simbólico de forma tal de legitimar sus discursos, sus visiones del mundo y sus recomendaciones específicas fuera del ámbito académico y científico” (p. 18); mientras que Neiburg y Plotkin (2004) dirán al respecto que el experto evoca la “especialización y entrenamiento académico” y lo hace actuando “en nombre de la técnica y de la ciencia, reclamando hacer de la neutralidad axiológica la base para la búsqueda del bien común” (p. 15). Contraponen así esta cualidad a la figura del intelectual, cuyo principal ámbito de acción es la universidad y que muestra sus valores a la hora de enunciar sus discursos. Cabe retornar, entonces, a la cuestión de la legitimidad de los expertos a partir de un rasgo clave: su ―aparente― neutralidad a la hora de producir y poner ideas en circulación. Así, la producción de conocimiento “neutral”, junto con la importación de saberes, constituyen dos cualidades básicas que hacen al desenvolvimiento de los think tanks y los expertos que allí se nuclean. Y en esta interrelación, la pertenencia ―o la aspiración a pertenecer― al campo académico puede representar un valor adicional para producir ideas legítimas. En tal escenario, desempeña un papel no menor la relevancia que los expertos le otorgan a la presencia en los medios de comunicación masiva: revistas, diarios, canales de televisión, programar radiales y, en décadas recientes, los medios digitales. Esto se debe a que aquello que se debate y publica en los ámbitos académicos y universitarios, cuyos sellos se encuentran habitualmente ligados al polo intelectual dentro del campo cultural, no siempre trasciende o no impacta en la medida y con la inmediatez que sucede en los medios de comunicación.
Por su parte, la noción de “esferas de expertise” permite dar cuenta de la imbricación entre saber técnico y saber político del que las élites gobernantes en América Latina, desde los años ochenta, se sirvieron para llevar a cabo determinadas políticas económicas. Esto nos habla de las transformaciones que se producen a partir de “la participación creciente de expertos y de organizaciones privadas productoras de conocimiento especializado” (Camou, 2007: 146) en el ámbito estatal. Sin embargo, tal como es entendido este concepto, de gran utilidad para estudiar la conformación de los gabinetes presidenciales, no dice suficiente acerca de cómo ese conocimiento especializado se vuelve factible de ser implementado en determinados momentos. Esas ideas proveyeron un marco para la discusión pública y contribuyeron a establecer los límites entre lo decible y lo factible y la dirección que debían tomar quienes se encontraban en los puestos de mando. Luego, nos encontramos con la definición de expertos que brindan Morresi y Vommaro (2011) donde destacan no solo la imbricación entre saberes técnicos, académicos y políticos, sino también la construcción de la legitimidad de este tipo de discursos y de quienes los enuncian, como ideas y figuras reconocidas públicamente. Lo interesante de esta conceptualización es su enfoque relacional y procesual. Así, los autores plantean que
analizar las nuevas formas de relación entre saber especializado, campos del poder y campos de producción de bienes materiales y simbólicos es contribuir a comprender cómo, en determinadas coyunturas, el conocimiento producido en un ámbito llega a ser movilizado por actores de otros espacios sociales que se muestran capaces de imponer visiones del mundo, de sus problemas y de sus soluciones. (Morresi y Vommaro, 2011: 13)
Siguiendo con esta idea, se preocupan por destacar que los expertos no sólo se encuentran en el Estado, sino que pueden pertenecer a distintos ámbitos y organizaciones de lo más variadas. Esta “multiposicionalidad” de los expertos, tal como los autores retoman en términos de Boltanski (Morresi y Vommaro, 2011: 20), implica observar y registrar no solo la llegada al Estado, sino sus trayectorias y desempeños en distintos ámbitos como pueden ser partidos políticos, universidades y medios de comunicación, entre otros. Es por esto, además, que consideramos que la noción de tecnócratas (o technopols, como también se los conoce en inglés) no se ajusta a lo que pretendemos estudiar. Dado que esta categoría podría restringir la descripción de los expertos como asesores técnicos de políticos, cuando ellos mismos muchas veces son políticos o, por el contrario, no necesariamente buscan “estar en la política”g para que sus ideas y saberes sean adoptados por la agenda pública (Morresi y Vommaro, 2011: 22).
A modo de cierre de este apartado, entendemos que las conceptualizaciones en torno a los intelectuales y los expertos conllevan miradas que deben situarlos como sujetos históricamente relevantes en distintas coyunturas. Es allí donde radica la riqueza de dicha diferenciación. Así, la creciente especialización de las ciencias sociales, la complejidad de las funciones estatales y las nuevas formas de producción y legitimación de las ideas, se correlacionan con la aparición de los expertos como figuras relevantes en el campo cultural. Es por ello por lo que seguimos a Morresi y Vommaro (2011) en nuestro análisis, que comprende a los expertos como actores con capacidad de legitimar las ideas sobre el neoliberalismo como parte del escenario de “disputas simbólicas” (p. 11) que se estaban produciendo en América Latina hacia fines de los años ochenta y comienzos de los años noventa, y que tuvieron su correlato en Colombia. Así es como abordamos a este grupo nucleado en torno al Instituto de Ciencia Política en Colombia durante este período.
El Instituto de Ciencia Política: un think tank de promoción de ideas
De acuerdo con el estudio realizado por Botto sobre los think tanks latinoamericanos, en Colombia se identifica una primera oleada de aparición de centros durante el conflicto armado entre las fuerzas militares del Estado y los distintos grupos guerrilleros. Este período se corresponde con lo que la autora denomina una coyuntura de “estadio previo a la democratización” (Botto, 2011: 88), en el que los think tanks de la región se erigieron como opositores a los gobiernos dictatoriales o autoritarios. Mientras que la segunda oleada de surgimiento de think tanks coincide con la implementación de las reformas estructurales, que tuvieron lugar hacia finales de la década del ochenta y durante la década del noventa, y hacen parte a nuestro problema de estudio. Es aquí donde ubicamos al Instituto de Ciencia Política, fundado en 1987 por Hernán Echavarría Olózoga.
En la década del ochenta se reconfiguran las prioridades del Estado y, según destaca Bellettini (2007), existen tres factores que contribuyen a explicar el papel que los think tanks desempeñan en las reformas estructurales de América Latina durante estos años. En primer lugar, menciona el avance de la democracia, que habilita el ingreso de nuevos actores a la política. En segundo lugar, ubica la tecnificación de las políticas en referencia a la gestión y la necesidad de dar respuestas “técnicamente más sofisticadas y basadas en análisis rigurosos de hechos y evidencia empírica (...) Cada vez más, la política se apoya en el saber experto” (Bellettini, 2007: 116). Por último, el autor nombra la deslegitimación del Estado, es decir, la pérdida de confianza y credibilidad sobre las instituciones públicas, como factor que contribuye al despliegue de los think tanks en la escena política.
En este marco, el Instituto de Ciencia Política fue fundado formalmente en Bogotá en junio de 1987 por el empresario Hernán Echavarría Olózaga, su primer presidente, y por el abogado Tito Livio Caldas, quien fue designado como secretario. Decimos que fue fundado formalmente ya que, como adelantamos, la Revista Ciencia Política, publicada trimestralmente desde 1985, fue su antecesora. El abogado e intelectual Tito Livio Caldas es la figura que nuclea ambas iniciativas. En su acta constitutiva de fundación, se establece que el Instituto se desempeñará “sin ánimo de lucro” y, en lo referido a sus propósitos, manifiesta el interés de sus integrantes por “el estudio, la actualización y la difusión de los principios y valores de la democracia pluralista, la economía de mercado y los derechos del individuo” (Acta Constitutiva del ICP, 1987). Estas actividades son concebidas como “indispensables para el perfeccionamiento de las instituciones públicas de Colombia, su vida política y el consecuente desarrollo económico, cultural y social del país” (Acta Constitutiva del ICP, 1987). En términos de Alvear (2007), la aparición del Instituto durante el mandato de Virgilio Barco se inserta en un período en el que “comenzó a gestarse el abandono de la inversión estatal y a otorgársele un papel prioritario a la inversión privada nacional y extranjera” (p. 239). Cobra especial relevancia entonces, conocer y analizar la conformación de este centro y sus ideas en torno al Estado, su eficiencia, la privatización de sus empresas, y el mercado como ordenador social preponderante. Entre las actividades que llevan a cabo con el objeto de construir un sentido común neoliberal se encuentran “las publicaciones, columnas en periódicos y revistas, artículos seriados impresos y virtuales, programas de radio, programación de eventos, enseñanza de la economía, investigaciones académicas en políticas públicas y almuerzos” (Alvear, 2007: 246). En el caso del Instituto de Ciencia Política, hallamos que los argumentos a favor del neoliberalismo como alternativa a los desmanejos de los populismos latinoamericanos, coexisten junto con la apelación a los peligros del comunismo, característica de los think tanks neoliberales de Estados Unidos y Europa (Mercado, 2021).
En lo que refiere a su caracterización, el Instituto de Ciencia Política se reconoce explícitamente como un think tank a través de una publicación de su revista en el año 1995. Sin embargo, a partir del análisis de su Acta Constitutiva y sus primeros comunicados formales en la Revista Ciencia Política, es posible concebirlo como un “centro de pensamiento” desde el momento de su aparición en 1987. En este punto es necesario señalar que la creación del Instituto se encuentra estrechamente ligada con la revista y expresa una instancia superior, a modo de cristalización, de los propósitos de esta, tal como manifestaba su editor:
Como un antecedente de la fundación del Instituto de Ciencia Política de Bogotá, debemos mencionar a la revista-libro Ciencia Política, fundada en Bogotá hace dos años, que dio satisfacción a una urgente necesidad de difusión ideológica y de reafirmación democrática, en América Latina y, desde luego, en Colombia, percibida por el editor y el distinguido grupo de personalidades que conforman su Consejo Editorial. (Caldas, 1987)
Como mencionamos, más allá de su denominación formal, el Instituto se erige desde sus comienzos y a lo largo de su trayectoria como una alternativa concreta para la producción de ideas y políticas y su difusión, ante lo que consideran una nueva época:
Estamos viviendo, pues, una nueva etapa histórica de reorganización política y económica del mundo. Por ello no debe extrañarnos el vigoroso despertar de la sociedad civil, antes casi desaparecida ante el Estado, sabio y todopoderoso Leviatán, (…) renace universalmente la sociedad civil, retoma su papel histórico de primer actor y asume, sin vacilaciones, su derecho a custodiar y perfeccionar el legado político, económico y cultural de nuestra civilización. Y encuentra una manera eficaz, limpia e intelectualmente estimulante de hacerlo, sin ligarse con los compromisos y sesgos de la política profesional. Es por eso que este despertar está singularmente señalado por la creación explosiva de fundaciones y centros de pensamiento para los más diversos estudios y debates científicos, humanos, jurídicos, culturales, políticos, etcétera, animados todos ellos del deseo de hacer contribuciones a la solución de los más diversos problemas de la vida pública, nacional e internacional. (Caldas, 1995)
En este sentido es que, ante la necesidad coyuntural de producir un saber especializado y “soluciones concretas” a los problemas sociales, iniciativas como la del Instituto de Ciencia Política, y los centros de pensamiento en general, representan una nueva forma de actuar en el ámbito político, en detrimento de la organización y acción partidaria:
Ahora podemos ver claro —y esta es la revolución de los think tanks o centros de pensamiento político— que esta labor y estos objetivos no pueden cumplirse a través de los partidos políticos. No solo porque éstos se han desdibujado en el mundo, —y en Colombia en particular—, sino, principalmente, porque los partidos y sus dirigentes, actores de la acción partidista, tienen solo finalidades de poder que los inhabilitan para cumplir una genuina labor de defensa de tales principios. (Caldas, 1995)
En este marco, el Instituto de Ciencia Política se caracteriza como un think tank de promoción, o de advocacy, en tanto que su propósito principal es el de producir y difundir las ideas asociadas al liberalismo y la defensa de una democracia de tipo representativo. De este modo se consolidaba la formación de un grupo reunido en torno a “actividades de difusión y de actualización ideológica, no partidista, y de acercamiento a la Universidad en el campo de la investigación y el debate” consideradas “indispensables para el perfeccionamiento de las instituciones públicas en Colombia, su vida política y el consecuente desarrollo económico, cultural y social del país” (Caldas, 1987).
Los denominados advocacy son aquellos think tanks exclusivamente orientados a la promoción de determinadas ideas. Este grupo contempla aquellos think tanks dedicados exclusivamente al lobby sobre puntos considerados nodales por distintos actores sociales. Caracterizados por buscar la articulación entre intereses que pueden estar asociados con aspectos empresariales, económicos o sobre otras causas, evalúan alianzas y oportunidades políticas y, en función de ello, esbozan estrategias de acción para momentos específicos. En una entrevista a un miembro de la estadounidense Heritage Foundation, publicada en la revista del Instituto en 1997, se ilustra la noción de “cabildeo” como una de las funciones de los think tanks de promoción o de advocacy, como los hemos nombrado. Además de diferenciarlos de aquellos centros que funcionan como “universidades sin muros”, establecen que los institutos de cabildeo
tienden a trabajar a partir de una serie de principios ubicados ya sea a la izquierda o a la derecha del centro, y presenta soluciones a problemas con base a estos principios. (...) La mayoría no se dedica a lo que denominamos cabildeo puro. No se trata de procurar convencer a un miembro del congreso a que vote por uno u otro proyecto de ley, sino de plantear de la manera más convincente posible sus argumentos en torno a un tema en particular. (Revista Ciencia Política, 1997)
Sobre los think tanks de lobby, Leal y Roll (2013) señalan que “exhiben un distintivo sello ideológico –a veces partidista– que sustenta sus posturas de política pública, las cuales buscan defender activamente a lo largo del proceso de toma de decisiones en la arena político-institucional” (pp. 95-96). Además, añaden que este tipo de think tanks puede abarcar distintos márgenes de acción, operando en ámbitos locales, nacionales o, a modo de redes transnacionales, articulando con varios centros de pensamiento en simultáneo. Sobre este punto, Alvear (2007) establece que, en el caso del Instituto de Ciencia Política, que se desempeña en la producción, promoción e implementación de ideas y políticas públicas neoliberales con el objeto de crear un sentido común neoliberal (pp. 234-235), “participan actores tanto locales como globales, que combinan diversas formas de interrelacionarse” (p. 246). Como parte de estas redes, resaltan en el plano local los “emporios empresariales”, que forman la mayoría de los patrocinadores del Instituto. Y, según nuestra indagación, desde el plano internacional se destacan las figuras de expertos latinoamericanos que componen, fundamentalmente, el Consejo Editor de la Revista Ciencia Política, que analizaremos en el siguiente apartado. En tal sentido, el abordaje del Instituto de Ciencia Política como parte de una red de experticia da cuenta de los procesos de importación y exportación de saberes y de personas, lo que “se construye en la intersección entre la esfera nacional y la internacional” como la “actividad experta” (Morresi y Vommaro, 2011).
La Revista Ciencia Política: una herramienta de circulación de ideas en los años ochenta
En cuanto el estudio de las revistas como herramientas de expresión de grupos, en este caso los expertos nucleados en torno al Instituto de Ciencia Política, adelantamos que brinda la posibilidad de dar cuenta de la articulación entre las trayectorias de los expertos que componen el think tank y la circulación de las ideas neoliberales. Siguiendo a Sarlo (1992) entendemos que “las revistas parecen objetos más adecuados a la lectura socio-histórica: son un lugar y una organización de discursos diferentes, un mapa de las relaciones intelectuales, con sus clivajes de edad e ideologías, una red de comunicación entre la dimensión cultural y la política” (p. 15). Sarlo advierte, además, que la misma condena con la que nacen y envejecen las revistas ―su sujeción al tiempo contemporáneo― las vuelven “testimonios perfectos” para comprender las problemáticas de su coyuntura. No desde sus artículos considerados individualmente, sino desde lo que la autora nombra como “la sintaxis de una revista”, esto es, su totalidad como publicación (Sarlo, 1992, p. 10). En un sentido similar, sosteniendo la necesidad de una mirada integral sobre las revistas, Pluet-Despatin (2014) las aborda desde la intersección de trayectorias sociales e intelectuales, al mismo tiempo que establece diferencias en los modos de pertenecer a la revista, que varían según las funciones desempeñadas en ella, así como también según las distintas generaciones: fundadores, nuevos integrantes, etcétera (pp. 7-8). Resulta pertinente en este punto señalar que, como menciona Bourdieu (2017), la verdadera utilidad, más allá de la función como editorial, es la de prestarse como
banco de capital social y de capital simbólico a través del cual la editorial puede ejercer su imperio sobre las academias y los premios literarios, sobre la radio, la televisión y los periódicos, siendo conocidos varios de los miembros del comité por la extensión de su red de enlaces literarios. (Bourdieu, 2017: 227)
Si bien la afirmación de Bourdieu remite a las editoriales como grupos intelectuales, consideramos que, a menor escala y actuando en otro campo que no es necesariamente el académico-intelectual, el Consejo Editorial de la Revista Ciencia Política puede pensarse como un intento por aglutinar nombres de peso en el ámbito de la divulgación del neoliberalismo. Esto en un contexto específico en que la ciencia política venía adquiriendo una gravitación mayor en Colombia, al tiempo que se estaban discutiendo y proyectando reformas estructurales que se implementarían durante los gobiernos de Virgilio Barco y de César Gaviria entre 1986 y 1994.
No se puede comprender la fundación del Instituto de Ciencia Política en 1987 en Bogotá sin contar con el antecedente inmediato, que es la publicación trimestral de la Revista Ciencia Política desde 1985. En términos analíticos, se diferencian los miembros del Consejo Editorial de la revista y quienes conformaron el primer Consejo Directivo del Instituto. No obstante, en muchos de los casos que mencionamos, las figuras que componen uno y otro son las mismas. La disimilitud más evidente entre el Consejo Editorial de la revista y el Consejo Directivo del Instituto se observa en cuanto al origen de sus miembros. Mientras que la revista se preocupa por tener una representación latinoamericana en su editorial, la dirección del Instituto queda en manos, casi exclusivamente, de profesionales colombianos. Por otro lado, en ambos existe una predominancia de participación masculina, lo que también se observa en las autorías de los artículos publicados por la revista entre 1985 y 1999. Del total de más de 500 autores publicados en la revista a lo largo de sus catorce años de existencia hallamos registros de 35 mujeres.
La Revista Ciencia Política publicó cincuenta números entre 1985 y 1999. Hasta 1995, las publicaciones fueron trimestrales, presentando cuatro números por año. A partir de 1996 el ritmo de publicación trimestral se interrumpe. Este año y en 1997 salieron tres números, en 1998 solo dos y es en 1999 que se edita el último, número 50. Desde su aparición, la revista contó con el Consejo Editorial, que consideramos en nuestro análisis, sumado a un equipo de corresponsales y Colaboradores en otros países como Argentina, Costa Rica, Chile, Guatemala, Panamá, Perú, México y Venezuela. A partir del número 8, momento en que se funda el Instituto, la revista presentó la siguiente inscripción en cada uno de sus números:
Publicación independiente vinculada al Instituto de Ciencia Política de Bogotá, dedicada a la difusión en el área hispanohablante de informaciones, estudios y experiencias de partidos y movimientos democráticos del mundo y de escritos de pensadores y dirigentes políticos preferentemente de América Latina. (…) La revista aspira a defender la democracia pluralista y la economía de mercado a través de una más actualizada y difundida cultura política. (Revista Ciencia Política, núm. 8, 1987)
En lo que refiere a su contexto de aparición, la Revista Ciencia Política se sitúa en un universo de publicaciones en Colombia marcado por un cambio de época en cuanto al clima político a nivel nacional ―el retorno del Partido Liberal al poder, con la asunción de Virgilio Barco en 1986, luego de la ruptura del Frente Nacional― y por la reciente institucionalización y profesionalización de la Ciencia Política en los ámbitos universitario y académico. Durante los años sesenta y setenta, el clima cultural de época había estado volcado hacia el cuestionamiento de los órdenes establecidos y las publicaciones de este período dan cuenta de ello. En este sentido, en la indagatoria de Jaramillo Restrepo (2019) encontramos un mapeo de las principales revistas y trayectorias intelectuales de la izquierda colombiana. Del análisis se evidencia que estos proyectos intelectuales que comenzaban a esbozarse en los años cincuenta como oposición a la dictadura de Rojas Pinilla (1953-1957) se consolidan en los años sesenta. Al clima de agitación política regional que inaugura la Revolución Cubana, en Colombia se suma el desencanto con la clausura a la competencia política que supuso la instauración del Frente Nacional como pacto de gobierno entre los partidos Liberal y Conservador. En este contexto, Jaramillo Restrepo (2019) destaca especialmente el papel desempeñado por Estrategia, revista que apostaba a la construcción de “un proyecto de izquierda alternativo que en ese espacio político de resistencia frentenacionalista fuese una opción al populismo representado por la Nueva Prensa, al liberalismo reformista del MRL y a la burocracia del Partido Comunista” (p. 17), diferenciándose de líneas más cercanas al foquismo cubano y dando forma a lo que entiende como la nueva izquierda cultural colombiana que seguiría teniendo relevancia en los años setenta.
Ya en los años ochenta, este tipo de publicaciones tendrían menor protagonismo. Como mencionamos, en esta etapa se asiste a la transición hacia un nuevo pacto de gobierno. La novedad en ese entonces era la adopción del modelo neoliberal y su paquete de reformas estructurales, que comenzaban a mostrarse como necesarias para lo que es un nuevo paradigma de desarrollo nacional. En el plano político, la democracia cobraba valor como superación de los regímenes dictatoriales en el Cono Sur. En este contexto de bisagra entre dos épocas, considerando que la sociología había sufrido una fuerte deslegitimación en los sesenta y setenta ―asociada a las guerrillas y a los movimientos denominados “subversivos”―, la ciencia política adquiere un valor por encima de otras propuestas dentro de las ciencias sociales.2 Sumado a ello, bajo el gobierno de Betancur (1982-1986) “se produjo un proceso de repolitización de la sociedad, que incidió en la vinculación de cientistas políticos a la burocracia oficial” (Leal Buitrago, 1988: 55).
En este punto se ubica la institucionalización de la ciencia política en Colombia, que había iniciado formalmente con la creación del Departamento de Ciencia Política en la Universidad de los Andes en 1968. Se trató del “único programa docente de pregrado en el país por casi veinte años” (Bejarano y Wills, 2005: 113). La Universidad de los Andes, fundada en el álgido año 1948 en Bogotá, fue la excepción a la “paternidad del derecho sobre las ciencias sociales” (Leal Buitrago, 1988: 53), como había marcado hasta entonces la tradición en Colombia. Además, Leal Buitrago señala que Los Andes “fue la primera en el país con una visión ‘moderna’: burguesa, técnica y no confesional” (p. 53). Cabe destacar, tal como menciona Palacios (2011) en su trabajo sobre el entronque de los economistas en las cúpulas técnicas del Estado, que el creador del Instituto, “el gran empresario capitalista liberal Hernán Echavarría Olózaga” (p. 170), fue uno de los más importantes fundadores de la mencionada casa de estudios. Asimismo, Duque Daza (2013) plantea que el hecho de tratarse de una institución privada favoreció el desarrollo del programa, dado que sus profesores “no tenían compromisos políticos ni se fueron a trabajar con el gobierno” (p. 26).
Si en los sesenta y setenta predominaron las revistas impulsadas por las agrupaciones de izquierda, en los años ochenta se produce un boom de publicaciones especializadas en ciencia política, como parte del correlato de los procesos de profesionalización e institucionalización que esta rama de las ciencias sociales venía atravesando. Además de la aparición de la Revista Ciencia Política en 1985, encontramos el lanzamiento de la Revista Foro en 1986, perteneciente a la Fundación Foro Nacional. Este centro, dedicado tanto a labores de investigación como de promoción, había sido fundado en 1982 y se encontraba dedicado a “difundir ensayos e investigaciones de académicos tanto nacionales como extranjeros, sobre temas relativos a la democracia, los movimientos sociales, la descentralización y la participación ciudadana” (Bejarano y Wills, 2005: 115). En 1987 surge Análisis Político, publicación del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) que había aparecido un año antes, en 1986, perteneciente a la Universidad Nacional “como una iniciativa interdisciplinaria para abordar problemas políticos desde diversas disciplinas como la Sociología, la Historia y la Ciencia Política” (Duque Daza, 2013: 32-33). A estas revistas se suma, en 1988, Colombia Internacional, publicada por la Universidad de los Andes. Como antecedente de esta oleada de publicaciones de ciencia política, varios estudios (Bejarano y Wills, 2005; Duque Daza, 2013; y Leal Buitrago, 1988) mencionan a la revista Controversia, creada en 1975 y perteneciente al Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP), fundado en 1972 por la comunidad jesuita. A diferencia de estas revistas, que se encontraban asociadas al ámbito académico, Ciencia Política no estuvo indexada en los catálogos de publicaciones científicas. En función de esto es que consideramos su margen de acción orientado a la divulgación de las ideas asociadas al neoliberalismo. Es decir, se trató de una revista político-cultural antes que académica o científica. Este dato debe ser considerado en el marco de la aparición del Instituto de Ciencia Política poco más de un año después del lanzamiento de la revista, como un think tank de promoción de las ideas neoliberales. Como se estableció en el apartado anterior, este tipo de centros de pensamiento tienen como uno de sus principales objetivos ―además de la producción de ideas― su amplia difusión en públicos no solo académicos o intelectuales, sino fundamentalmente políticos y empresarios.
La revista no contaba con una editorial, aunque los artículos y sus autores eran brevemente introducidos en la sección “Presentación”. Tampoco estaba organizada a partir de ejes temáticos, sino que cada número estaba asociado a los acontecimientos cercanos a la fecha de publicación. El contenido de los ejemplares estaba compuesto por artículos originales e inéditos, tanto de autoría de los miembros del Instituto como de otros expertos, así como también por traducciones de artículos extranjeros, fundamentalmente de referentes de Estados Unidos. Contaba además con una sección de “Documentos” en la que se transcribían comunicados oficiales de organismos estatales, manifiestos de organizaciones como partidos políticos y discursos de presidentes, líderes y demás actores, nacionales e internacionales. Eventualmente se publicaban entrevistas a figuras de relevancia internacional, en su mayoría se trataba de charlas recuperadas de otras revistas y traducidas. Al final de cada número, en la sección “Libros” se recomendaban las novedades bibliográficas del momento, especialmente aquellas publicaciones de los expertos del Instituto y de otros think tanks latinoamericanos.
Si bien no es objetivo de este trabajo el profundizar sobre las ideas producidas y circulantes en la Revista, cabe realizar una breve mención a las principales temáticas abordadas a lo largo de sus años de publicación. Así, en el corpus de artículos analizados que conforman los cincuenta números de la publicación, hallamos referencias a conceptos como “democracia”, “Estado”, “desarrollo”, “crisis”, “reforma” y “liberalismo”. También resulta destacable la gran cantidad de apariciones de “América Latina” en los títulos, como muestra de la producción de ideas acerca de la región.
Las trayectorias y experiencias de los expertos del Consejo Editorial
A continuación, nos adentraremos específicamente en la conformación del Consejo Editorial de la Revista Ciencia Política, compuesto por expertos vinculados al liberalismo en América Latina. Tres de las figuras relevadas fueron, además de miembros del Consejo, fundadores del Instituto: su ideólogo, Hernán Echavarría Olózaga (el Instituto lleva su nombre en la actualidad a modo de homenaje), Tito Livio Caldas (principal impulsor del lanzamiento de la Revista) y Germán Arciniegas. De los siete miembros restantes no encontramos registro de participación en el Instituto. Son: Mario Vargas Llosa y Ramón José Velásquez, miembros del Consejo desde el primer número hasta el último; Octavio Paz, consejero editorial hasta el n°48; Carlos Rangel, consejero hasta el número 13; Mariano Grondona, entre los números 14 y 50; Carlos Alberto Montaner, quien formó parte de los últimos dos números de la Revista, 49 y 50; y Mario Jaramillo, director de la Revista a partir del número 12. No todos los miembros del Consejo Editorial tuvieron el mismo nivel de participación. En lo que corresponde a la cantidad de artículos publicados Caldas, además de editor, es el autor que más escribió, con un total de 39. Lo siguen Echavarría Olózaga con 16, Montaner con 14 y Vargas Llosa con 12. Detrás vienen Jaramillo con 7, Arciniegas con 5, Grondona con 3 y Paz y Rangel, 2 cada uno. Ramón Velásquez es el único que no publicó ningún artículo.
Para llevar a cabo la caracterización del grupo de expertos se tomaron en consideración: 1) su formación de grado y posgrado, 2) sus vínculos con medios de comunicación, revistas u otros think tanks; 3) su pertenencia a universidades; 4) sus publicaciones de mayor relevancia y 5) su actividad política. A partir de este relevamiento y recapitulando lo mencionado en el apartado anterior, es posible dar cuenta de las credenciales con las que los expertos integrantes del Consejo Editorial de la Revista Ciencia Política contaban a la hora de promover de manera legítima las ideas producidas, reproducidas y puestas en circulación por el Instituto hacia fines de los años ochenta.
En lo que respecta a su formación de grado y posgrado, las trayectorias de este grupo de expertos son híbridas, algunos de ellos son egresados de universidades públicas, mientras que otros realizaron sus estudios en instituciones privadas. Todos tienen, como mínimo, formación universitaria de grado y muchos también cuentan con estudios de posgrado. Muchos han estudiado en sus países de origen y algunos se han formado en universidades de Estados Unidos o de otros países como España o Inglaterra. Entre quienes estudiaron en universidades estatales en sus países de origen encontramos a Caldas3 y Arciniegas4, ambos formados en Derecho en la Universidad Nacional; y Velásquez5, matriculado en la Universidad Central de Venezuela, también en la carrera de Derecho. Tres de los miembros del Consejo tienen trayectorias de grado en universidades locales y posgrados en la Universidad Complutense de Madrid, ellos son: Vargas Llosa,6 licenciado de la Universidad de San Marcos, Perú, y doctorado en Letras; Grondona,7 abogado por la Universidad de Buenos Aires, cuenta con un posgrado en Sociología, y Jaramillo,8 licenciado en Derecho por la Universidad de los Andes, con un máster en Antropología. Por su parte, Echavarría Olózaga9, Rangel10 y Montaner11han realizado sus estudios exclusivamente en el exterior. El primero estudió Economía en la London School of Economics, el segundo cuenta con el Certificat d’Études en La Sorbona de París y cursó un máster en la Universidad de Nueva York y el tercero se formó en Literatura en la Universidad de Miami.
En relación con los vínculos de los expertos con distintos medios de comunicación, revistas u otros think tanks, encontramos que todos han participado de distintas iniciativas y, a la hora de incorporarse al Consejo Editorial de la Revista, contaban con una trayectoria y experiencias previas, sea en revistas de tipo similar a la de Ciencia Política o en otro tipo de medios. Estos antecedentes les permitirían contar con redes de contactos y conocimiento sobre el “cómo hacer” para impulsar un proyecto editorial de circulación de ideas.
Echavarría Olózaga y Caldas estaban vinculados a importantes medios gráficos de Colombia, el primero como editor y propietario de la revista Semana en los años cincuenta y el segundo como columnista del diario El Tiempo. Por su parte, Arciniegas contaba con una profusa experiencia en la dirección editorial en publicaciones como la Revista de las Indias, Revista de América y Correo de los Andes, además fue director del diario El Tiempo (1937-1939). Velásquez también fue director de un importante diario, El Nacional, de Venezuela en dos períodos (1964-1968 y 1979-1981). Por su parte, Octavio Paz fundó y dirigió las revistas Vuelta y Plural, entre otras. En tanto que Montaner y Jaramillo eran colaboradores en periódicos en América Latina, España y Estados Unidos y en revistas especializadas como Carta Financiera, respectivamente. Dos de los miembros del Consejo contaban con sus propios programas de televisión en sus países de origen. Rangel se desempeñaba como conductor del programa matinal “Buenos días” en la televisión venezolana, mientras que Grondona lo hacía en el programa “Hora Clave”, de la televisión abierta argentina. Además, el último había sido director de las revistas Carta Política y Visión.
De los diez expertos relevados, la mayoría contaban con vínculos con universidades y distintas casas de estudios. Repasando los datos obtenidos hallamos que Echavarría Olózaga fue cofundador de la Universidad de los Andes y primer Decano de su Facultad de Economía; Arciniegas fue docente en Columbia; Velásquez fundó las cátedras de Historia del Periodismo Venezolano en la Universidad Católica Andrés Bello y Apreciación del Proceso Histórico Venezolano en la Universidad Metropolitana de Caracas; Rangel dictó la cátedra de Periodismo de Opinión en la Universidad Central de Venezuela (1961-1963); Grondona fue profesor titular de Teoría del Estado en la Universidad de Buenos Aires (1987-1999) y profesor visitante e investigador asociado en la Universidad de Harvard (1988-1991); mientras que Jaramillo se desempeñó como Profesor de Economía y de Ideas Políticas de la Universidad Sergio Arboleda, de la que luego fue Decano en su Escuela de Economía.
Por su parte, todos los miembros del Consejo Editorial contaban con publicaciones relevantes en sus campos. Muchas de ellas giran en torno al liberalismo y otras problemáticas políticas y sociales en sus países y en la región, entre las que destacamos: Empleo pleno y otros temas .Cómo hacer la apertura económica, de Echavarría Olózaga; Industria editorial, cultura y desarrollo en Colombia, de Caldas (1970); Entre la libertad y el miedo, Arciniegas (1952); Fidel Castro y la revolución cubana, Montaner (1984), del mismo autor y en coautoría con Plinio Apuleyo Mendoza y Álvaro Vargas Llosa encontramos Manual del perfecto idiota latinoamericano .Fabricantes de miseria (sátiras sobre la izquierda latinoamericana).Del buen salvaje al buen revolucionario, Rangel (1976);Los pensadores de la libertad (1986),Bajo el imperio de las ideas morales (1987)y El posliberalismo (1992), de Grondona; las series “Pensamiento Político Venezolano del siglo XIX” (1982) y “del siglo XX” (1983), de las que Velásquez participa como editor; y El ogro filantrópico (1974), de Paz.
Cabe destacar la publicación del libro El desafío neoliberal. El fin del tercermundismo en América Latina (1992), compilado por Barry Levine, del que participaron con sus artículos Vargas Llosa, Paz, Montaner y Echavarría Olózaga, entre otros autores recurrentes de la Revista Ciencia Política. Según expresa Levine, el primer borrador del libro es producto de
un seminario-taller promovido por el Instituto para el Estudio de Cultura Económica de la Universidad de Boston (…). Mario Vargas Llosa, una de las voces más claras del continente, ayudó a dirigir el seminario en la dirección correcta. Recurrimos al amplio sendero de conocidos de Carlos Alberto Montaner para encontrar representantes a lo largo del continente. (Levine, 1992: 12)
Este testimonio deja entrever la forma en la que los think tanks recurren a los expertos no solo por sus conocimientos y credenciales intelectuales, sino también para apoyarse en sus redes de contactos.
Además de las publicaciones, los expertos del Consejo Editorial han recibido premios de renombre que fortalecen sus posiciones como intelectuales relevantes. Jaramillo ha sido dos veces ganador del Premio Internacional de Ensayo “Ludwig Von Mises”, en 1991 y 1992, por la presentación de su trabajo titulado “Privatización de la educación en América Latina”. Por su parte, tanto Octavio Paz como Mario Vargas Llosa han sido galardonados con el Premio Nobel. En su trabajo sobre el escritor peruano, Boisard (2019) retoma la selección realizada por Devés Valdés, quien lo ubica como uno de “los 10 autor@s de mayor impacto en el espacio global, perteneciente a la escuela de pensamiento «neoliberal» junto con Carlos Alberto Montaner, Enrique Ghersi, Hernando de Soto y Jagdish Bagwhati” (p. 61).
Por último, indagamos sobre la actividad política de los expertos del Instituto en un sentido amplio. Si bien no todos han tenido participación expresamente partidaria, varios se han desempeñado en distintas funciones públicas que mencionamos a continuación. El caso más conocido por su cercanía en el tiempo y su repercusión es el de Vargas Llosa, quien fue candidato a presidente de Perú en las elecciones de 1990. Boisard señala que es precisamente el resultado negativo de su incursión en la política lo que vuelca definitivamente al escritor a cambiar su forma de hacer política, por lo que se vincula con José María Aznar en Madrid y lanza la Fundación Internacional para la Libertad en 2002. Como señala, “la presencia difusa, pero constante, de Vargas Llosa en las redes de think tanks y fundaciones demostraron que él había cambiado totalmente su forma de hacer política luego de su fracaso en las elecciones presidenciales” (Boisard, 58). Por otra parte, el caso de Montaner se relaciona con su crítica al gobierno de Fidel Castro en Cuba, su país de nacimiento, que se expresa en la fundación del partido Unión Liberal Cubana en 1989. Además, fue presidente y vice de la Internacional Liberal.
Los colombianos Echavarría Olózaga y Arciniegas no estuvieron directamente vinculados con partidos políticos, pero sí tuvieron experiencias como funcionarios en distintos gobiernos. Echavarría fue ministro de Obras Públicas en la segunda presidencia de Alfonso López Pumarejo, ministro de Comunicaciones y luego embajador en Washington durante el gobierno Carlos Lleras Restrepo. Por su parte, Arciniegas ocupó el cargo de ministro de Educación bajo el mandato de Eduardo Santos y también fue diplomático. Octavio Paz también fue diplomático y embajador por México, mientras que Velásquez fue senador en Venezuela por el partido Acción Democrática, además de diputado, ministro y presidente interino de la República entre 1993 y 1994, ante el enjuiciamiento de Carlos Andrés Pérez.
Como mencionamos en el apartado anterior, a partir del relevamiento de las figuras nucleadas en el Instituto de Ciencia Política y en su revista, identificamos en esta última la presencia de expertos de distintos países de América Latina. En concreto, solo los fundadores del Instituto (Echavarría Olózaga, Caldas y Arciniegas) y el director de la Revista (Jaramillo) eran colombianos. El resto de los integrantes provenían de Venezuela (Rangel y Velásquez), Perú (Vargas Llosa), México (Paz), Argentina (Grondona) y Cuba (Montaner).
Al igual que las trayectorias de formación, mediáticas y políticas que reconstruimos, este dato puede ser interpretado como una estrategia de posicionamiento de la Revista y de sus ideas en los debates políticos de la época a nivel continental, así como también una oportunidad de legitimar los sentidos allí producidos y divulgados al interior de Colombia. Como contrapartida, los expertos se verían beneficiados por participación en la Revista, lo que podría retribuirles en mayor reconocimiento y, en términos bourdieuanos, un incremento en su capital intelectual y mejor posicionamiento en el mismo campo.
Conclusiones
Este trabajó buscó analizar la articulación entre los think tanks y los expertos, en tanto que sujetos históricamente situados con características específicas, a partir del estudio del Instituto de Ciencia Política de Colombia en los años ochenta; bajo la premisa de que la forma en que estaba compuesto el Consejo Editorial de la Revista Ciencia Política respondía a la búsqueda de legitimación de las ideas que allí se producían y circulaban.
Para ello hemos dado cuenta de las distintas conceptualizaciones que suponen las categorías de intelectuales, expertos y tecnócratas y su relación con los cambios acontecidos hacia los años ochenta con relación a la instauración del neoliberalismo y la aparición de los think tanks en América Latina. La revisión bibliográfica llevada a cabo para tales fines iluminó algunas de las diferencias entre los intelectuales tradicionales y los expertos de fines del siglo XX, especialmente en lo que remite a la hibridación de trayectorias de los segundos, combinando credenciales intelectuales y académicas con otras asociadas al mundo mediático.
La caracterización del Instituto de Ciencia Política como un think tank de advocacy o “de promoción de ideas”, hizo foco en sus estrategias de intervención en los debates como actor legítimo a partir de la publicación de la Revista Ciencia Política y la conformación específica de los expertos latinoamericanos que fueron convocados para figurar en ella. Sobre este punto es necesario realizar una breve aclaración. El acento colocado en el perfil neoliberal del instituto no constituye en sí un hallazgo, sino que responde a un contexto histórico en el que se estaba desplegando un proceso de consolidación de las reformas estructurales neoliberales en Colombia. La pregunta de investigación del artículo apunta a dar cuenta de las estrategias de un proyecto intelectual, antes que problematizar su “identidad”.
La descripción de la Revista Ciencia Política y su contextualización en el universo de publicaciones en Colombia responde a la necesidad de ubicarla en un clima político particular, el de los años ochenta y la transición hacia el modelo neoliberal, marcado por la puesta en valor de la ciencia política como forma de abordar las problemáticas del orden luego de los convulsionados años setenta. Asimismo, el hecho de que la Revista no participara de los circuitos académicos formales es coherente con la articulación con el think tank y con las trayectorias de los expertos congregados, cuyas intenciones eran las de intervenir en los debates políticos, superando las fronteras de los ámbitos universitarios, pero anclando su legitimidad en su paso por distintas instituciones.
Esto nos llevó a considerar las trayectorias de los expertos del Consejo Editorial reconstruidas en este trabajo como un elemento clave para comprender el proyecto que se pretendía llevar a cabo desde el Instituto de Ciencia Política y su búsqueda de legitimidad. De hecho, la presencia de expertos latinoamericanos en el Consejo Editorial de la Revista da cuenta de la preocupación por legitimar las ideas allí producidas y divulgadas a partir de voces autóctonas.
De este modo, el estudio del Instituto, su revista y expertos es necesaria para comprender las formas en que el neoliberalismo fue adaptado e impulsado en América Latina por actores locales en conexión con centros de pensamiento y referentes transnacionales.
Este artículo se propuso, a partir de un análisis integral del think tank en conjunto con su herramienta de difusión, la revista, y la reconstrucción de las trayectorias de sus expertos, dar cuenta de la conformación de un proyecto de producción y circulación de ideas con el propósito de intervenir en los debates de la época. No obstante, hay aspectos que no han sido iluminados, como las ideas producidas y divulgadas por el Instituto y las discusiones que se estaban llevando a cabo en el período de estudio, que serán material de futuras indagaciones.
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