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El capital de la esperanza, 41 años después
El capital de la esperanza, 41 years later
Revista Latinoamericana de Antropología del Trabajo, vol. 5, núm. 10, 2021
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Contribuciones

Los autores conservan sus derechos

El capital de la esperanza, 41 años después

Escribir un título como el de esta contribución significa que el tiempo ha pasado y mucho. Pero también significa una gran satisfacción por saber que mi primer trabajo profundo de investigación sigue despertando la curiosidad de lectores de diferentes generaciones y formaciones. Fue escrito inicialmente en 1980, cuando yo tenía 27 años, como una tesis de maestría del Programa de Posgrado en Antropología Social de la Universidad de Brasilia. Su primera publicación solo ocurrió en 2006, en Argentina, gracias al interés de Santiago Álvarez, director de la Editorial Antropofagia. También es un enorme gusto saber que el texto será reeditado por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales en una colección que tiene el sugerente nombre de Clásicos Recuperados. La publicación actual se debe al entusiasmo de Hernán Palermo quien hoy se destaca a partir de su gran liderazgo en la antropología del trabajo latinoamericana. De hecho, la trayectoria de este libro me hizo establecer o profundizar, en distintos momentos de mi vida, relaciones con varios -y queridos- colegas argentinos y de otros países de América Latina.

Mencioné la edad que tenía cuando escribí Elcapital de la esperanza, no porque haya sido una época privilegiada de mi persona, sino porque este trabajo refleja aspectos coyunturales que van más allá de mi momento personal. No quiero despreciar mi propia subjetividad, pues es imposible hacerlo en cualquier trabajo que se escriba. Además, hay muchas cosas que me gustan en este libro y que se relacionan con mi experiencia personal. Primero, a pesar de querer a todas las ciudades en que he vivido (Recife, Rio de Janeiro, Brasilia, Nueva York, Buenos Aires, Washington y Ciudad de México) me auto identifico como brasiliense. Además, en El capital de la esperanza se siente la fuerza de una pluma joven, decidida fuertemente a revelar el protagonismo de los trabajadores y el poder de estructuración de las relaciones de clases desiguales en un momento crucial de la historia de la construcción de la nación brasileña. Cuando me lancé a realizar este proyecto, la niebla opaca del nacionalismo y la luz ofuscadora de la celebración prevalecían en los registros sobre la construcción de Brasilia, algo que, en retrospectiva, se puede entender. Al final no era nada fácil cambiar la capital de Río de Janeiro para el medio de la “nada”, como se decía, y construir una nueva ciudad. Pero la tarea era justamente ir más allá de lo oscuro y del brillo.

Influenciado por la noción marxista de “ideología dominante” -es decir el ocultamiento por los poderosos, para fines de ejercicio de su hegemonía, de la agencia de los subalternos- estaba (y estoy) seguro de que la historia tenía que ser reescrita. Aquí fue donde la antropología me ayudó y mucho: había que oír directamente a los que realmente habían hecho la ciudad modernista con su sudor, al pueblo, a los trabajadores. La suerte fue que cuando empecé la investigación estábamos en 1978, cuando muchos de los que habían llegado como “pioneros” estaban vivos. Hoy semejante esfuerzo de rescate de los testimonios de los obreros sería prácticamente imposible. Considero que este registro de otra versión de la historia de Brasilia, de hacer que los trabajadores hablaran en mi texto, es la fuerza que subyace en el libro.

Hay que colocar otro elemento presente sobre la mesa: el interés de la antropología brasileña por los procesos de expansión hacia el interior del país, esto es, los procesos de integración de diferentes áreas del cerrado (el bioma del centro-oeste del país) y de la Amazonia a sistemas de producción y de mercado capitalistas. Las nociones de frente de expansión y frente pionero, importadas de la geografía, fueron y siguen siendo cruciales para comprender el avance del capital sobre el territorio brasileño. Se trataba entonces de una cuestión central, que estaba presente de diferentes formas en los trabajos de antropólogos como Darcy Ribeiro, Roberto Cardoso de Oliveira y Otávio Guilherme Velho. Para mí, entonces, Brasilia era un capítulo fundamental en la Marcha para el Oeste, como Getúlio Vargas bautizó el proyecto geopolítico de integración nacional durante su dictadura de 1937 a 1945. Brasilia también facilitó y estimuló el ataque a la Amazonia, como se lee en Elcapital de la esperanza. Ubicar la construcción de la ciudad en este movimiento histórico estructurante, que hasta hoy sigue destruyendo diversos pueblos originarios y ecosistemas brasileños, fue otra ventana que me permitió escapar del nacionalismo y de una visión patriotera. Lo que estaba en juego era una compleja relación entre procesos de construcción de la nación, vehiculizados por élites políticas y estatales, y los intereses expansivos y acumulativos del capital. Por otro lado, ya se había publicado, en 1976, Ovapor do Diabo, de José Sérgio Leite Lopes, una de las más bellas, completas y poderosas etnografías de la experiencia obrera, un precioso clásico de la antropología del trabajo..

Recepciones y cambios en el campo de la teoría antropológica

La centralidad del marxismo es más que clara en el libro. Además de hacerse presente en la comprensión del traslado de la capital como parte de un movimiento de expansión capitalista, se hace presente en su título, en el protagonismo obrero, en los análisis de la explotación de su fuerza de trabajo y de los conflictos involucrados en el proceso de construcción. También está en la conclusión, que tentativamente apuntaba a la existencia de una forma de producción vinculada con la expansión de sistemas económicos. La importancia del foco en los trabajadores como sujetos etnográficos y de las consideraciones históricas y sociológicas marxistas fue bien capturada por Susana Narotzky (2017: 6), quien generosamente afirmó que el libro:

(…) plantea un análisis absolutamente vigente de economía política en el mejor sentido de este concepto. Es una magistral aproximación a las complejidades materiales, simbólicas, políticas y económicas, públicas y privadas, que intervinieron en las vidas de los miles de trabajadores que se desplazaron para la construcción de la nueva capital.

De hecho, la recepción de El capital de la esperanza -que circuló en forma de fotocopias por casi 26 años hasta su aparición en 2006, en Argentina y en 2008, en Brasil- se ha caracterizado por una visión positiva de la imbricación entre antropología, historia y economía política (Mesomo, 2010: 359). Otra característica es la importancia de la construcción de Brasilia, en especial con relación a su arquitectura y urbanismo, lo que llevó el trabajo a ser bastante leído por arquitectos y urbanistas, como prueba el hecho de que su edición brasileña se dio en una colección de arquitectura y no de antropología.

La imbricación mencionada también fue altamente productiva para el desarrollo de mis intereses subsecuentes. Primero, el trabajo se ubicaba en el campo del estudio de las formas de expansión del capitalismo. Hace ya algún tiempo que yo bromeo diciendo que empecé a estudiar globalización cuando se llamaba estudio de la expansión del capitalismo. Es decir, yo me insertaba en el campo de estudio de los contactos, fricciones -noción de Roberto Cardoso de Oliveira del principio de los años 1960, primordial para el estudio de sistemas interétnicos en Brasil (ver, por ejemplo, Cardoso de Oliveira, 1963)-, intercambios y conflictos entre el capitalismo y otras economías y sus formas de producción. Asimismo, mi formación antropológica me alertaba sobre la importancia de la comparación como método, algo que me llevó inmediatamente a plantear la necesidad de comparar la construcción de Brasilia con otras obras de la construcción civil. Por ello, decidí que mi tesis de doctorado tendría que ser un estudio sobre la construcción de una gran presa, lo que me hizo investigar la construcción de la represa argentino-paraguaya de Yaciretá, sobre el río Paraná. Este movimiento me permitió, en 1985 y 1987, delimitar una forma de producción asociada a la expansión de sistemas económicos, que denominé de proyectos en gran escala (PGEs) (Lins Ribeiro, 1985 y 1987 ).

Todo esto me ubicó inmediatamente en el creciente campo de la antropología del desarrollo en las décadas de 1980 y 1990, un momento interesante y también contradictorio de la antropología contemporánea. Por un lado, había antropólogos que trabajaban para agencias desarrollistas globales, algunos, como el añorado Shelton Davis, desde una perspectiva antropológica crítica, y otros sin cuestionar la fuerza destructiva inherente al propio capitalismo, especialmente frente a su penetración y destrucción de territorios de pueblos originarios y campesinos. La historia de este momento, con sus contradicciones, derrotas y victorias, aún está por ser hecha. De todas las maneras, en el mundo académico la crítica más fuerte y consecuente de la ideología/utopía del desarrollo fue hecha por antropólogos y pasó a ser denominada con el rotulo general de posdesarrollo. Se trataba de una coyuntura favorable (1988-1992), que contó con el vigor del movimiento ambientalista mundial y la sensibilidad de agencias multilaterales, como la Organización de las Naciones Unidas. De ahí surge el concepto de desarrollo sustentable, un intento de reforma de los resultados más deletéreos de las iniciativas desarrollistas (Lins Ribeiro, 1991).

En las últimas décadas, el campo antropológico creció y se diferenció, y ciclos de “giros” (frecuentemente definidos por las antropologías hegemónicas) fueron influenciando o cambiando los focos de atención de los antropólogos y las definiciones que hacemos sobre cómo clasificar nuestros trabajos. En el presente, el campo en que me insertaba en los años 1980-2000, se subdividió en diversas (inter)secciones que, con intereses particulares y muchas veces convergentes, incluyen la antropología del trabajo, del desarrollo, de la globalización, de la infraestructura y de los megaproyectos (es decir, lo que a partir de 1985, he llamado de PGEs).

En septiembre de 2019, en una conferencia de apertura de un simposio en la Universidad de Estocolmo dedicado a debatir la antropología de la infraestructura y de los megaproyectos, busqué, entre otras cosas, entender qué significaba cambiar las investigaciones de los PGEs del campo de los estudios de desarrollo al campo del estudio de la infraestructura. Reproduzco partes relevantes de mi crítica para ilustrar algunas de las ventanas que El capital de la esperanza abrió en mi trayectoria:

El campo de los debates sobre el desarrollo colocó a los antropólogos en luchas ideológicas y utópicas que son identificables por los ciudadanos y están ampliamente incorporadas por organizaciones gubernamentales, no gubernamentales y por movimientos sociales. Si (…) la antropología del desarrollo debe entenderse en relación con el fin de la coyuntura de la Guerra Fría y con una hegemonía temporaria del discurso ambiental, la antropología de la infraestructura debe pensarse en relación con la hegemonía del orden neoliberal y el campo discursivo más amplio del calentamiento global y el Antropoceno. Por tanto, estoy de acuerdo con Dominic Boyer, quien argumenta que el giro infraestructural significa “que nos estamos rearmando conceptualmente para la lucha contra el Antropoceno y la modernidad que lo creó” (citado por Appel, Anand y Gupta, 2018: 6). Sin embargo, no estoy seguro de si este es el mejor giro a tomar, si es que nos preocupa el impacto político de nuestro trabajo. Primero, mucho de lo que ahora aparece como nuevas concepciones estuvo presente antes, en la crítica del posdesarrollo y en las luchas ambientales hace más de 30 años (incluido el calentamiento global y Gaia). En segundo lugar, el campo discursivo más amplio en el que se ubica el Antropoceno está conformado por agencias y agentes que no son tan identificables como los del campo del desarrollo. El IPCC (Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático) no es exactamente un gran conocido de las multitudes. También se puede decir que la mayoría de la gente desconoce qué es el Antropoceno. En cambio, después de más de 70 años de propaganda, acción y reacción con el apoyo y participación de agencias globales, nacionales y locales, el “desarrollo” es un ideopanorama altamente diseminado.

En la década de 1990 pensábamos los megaproyectos como parte del gran campo de poder del desarrollo, por lo que significaban como grandes inversiones de capital y por sus impactos sociales, culturales y ambientales. Las discusiones sobre proyectos en gran escala tenían como objetivo predecir la dinámica interna y externa de estos proyectos de infraestructura. Tenían objetivos políticos y prácticos claros. Por ello, fueron útiles para quienes criticaban los impactos socioambientales de los proyectos a nivel regional y local, y fueron instrumentales para las luchas de las poblaciones locales en defensa de sus territorios y formas de vida. La inserción de los antropólogos en el campo político del “desarrollo”, que estaba en auge en ese momento, llevó a muchos de nosotros a interactuar con agencias de gobernanza globales, nacionales y locales, con actores y movimientos sociales locales.

¿Qué ganamos y perdemos al pasar del “desarrollo” a la “infraestructura”? En ciertos sectores del campo discursivo del Antropoceno, veo una tendencia a pensar que difícilmente se pueden distinguir los sujetos de campos políticos complejos y que ya no es posible establecer sujetos (contra-hegemónicos) colectivos poderosos. Igualmente, la amplitud y la naturaleza omnicomprensiva del "concepto infraestructura" puede incluirlo todo y diluir la responsabilidad de la ejecución o del fracaso de los proyectos ante fuerzas impredecibles e incognoscibles. Tales visiones obliteran el mapeo del campo de poder actuante en el presente y dificultan el establecimiento de alianzas políticas efectivas entre académicos y ciudadanos. La posibilidad de que la categoría “Antropoceno” induzca una “especie de parálisis política” ha sido señalada anteriormente por Joseph Masco (citado por Hetherington, 2019: 3). El mapeo de las redes y procesos es lo que hace posible la intervención política y genera retroalimentaciones positivas entre la investigación y los movimientos sociales locales y supralocales. Apartarse de este tipo de hallazgos es un camino hacia la despolitización de la investigación de la práctica y del conocimiento antropológicos.

Finalmente, quiero mencionar que estudiar la construcción de Brasilia (y ahí vivir), así como comprender su lugar central como proyecto de una elite política nacional-desarrollista en la mitad del siglo XX, también me posibilitó un cierto alejamiento de las posiciones heurísticas que hipertrofian de forma totalizante la capacidad de estructuración del colonialismo en América Latina. Insiero esta veta interpretativa en una perspectiva que denominé posimperialista. Propuse, entonces, que para tener una visión completa de las fuerzas estructurantes en nuestro continente (y posiblemente en otros) habría que pensar las fuerzas causales diferenciadas en diversos contextos de la colonialidad del poder, pero también de lo que denominé de indigeneidad del poder (las diferentes respuestas de los pueblos originarios a las invasiones europeas), de nacionalidad del poder (las diferentes posiciones e intereses de segmentos formados por 200 años de procesos de construcción del Estado nacional) y de globalidad del poder (las diferentes inserciones en el sistema mundial).

Como se nota, El capital de la esperanza me llevó a varias otras cuestiones y posibilidades interpretativas. Espero que pase lo mismo con el lector de esta oportuna reedición que me llena de orgullo.

Imágenes


Imagen 1.
Campamento obrero, Villa Planalto.
(Acervo fotográfico Gustavo Lins Ribeiro, 1980)


Imagen 2.
Campamento obrero, Villa Planalto.
(Acervo fotográfico Gustavo Lins Ribeiro, 1980)


Imagen 3.
Campamento obrero, Villa Planalto.
(Acervo fotográfico Gustavo Lins Ribeiro, 1980)


Imagen 4.
Baño de campamento obrero, Villa Planalto.
(Acervo fotográfico Gustavo Lins Ribeiro, 1980)


Imagen 5.
Club de los trabajadores Campamento Obrero, Villa Planalto.
(Acervo fotográfico Gustavo Lins Ribeiro, 1980)


Imagen 6.
Escuela Primaria diseñada por Oscar Niemeyer Campamento Candangolandia
(Acervo fotográfico Gustavo Lins Ribeiro, 1980)


Imagen 7.
Gustavo Lins Ribeiro, 1980, mientras escribía El capital de la esperanza. (Foto de Milton Guran)

Referencias

Anand, N., A. Gupta y H. Appel (2018). “Introduction: Temporality, Politics and the Promise of Infrastructure”. In N. Anand, A. Gupta y H. Appel (comps.), The Promise of Infrastructure (1-38). Durham: Duke University Press.

Cardoso de Oliveira, R. (1963). Aculturación y “Fricción” Interétnica. América Latina 6 (3): 33-46.

Hetherington, K. (2019). “Introduction. Keywords of the Anthropocene”. En K. Hetherington (comp.), Infrastructure, Environment, and Life in the Anthropocene. Durham: Duke University Press.

Leite Lopes, J.S. (2011). El Vapor del Diablo. El trabajo de los obreros del azúcar. Buenos Aires: Antropofagia.

Lins Ribeiro, G. (1991). Ambientalismo e Desenvolvimento Sustentável. Nova Utopia /Ideologia do Desenvolvimento. Revista de Antropologia 34: 59-101.

Lins Ribeiro, G. (1987). ¿Cuanto Más Grande Mejor? Proyectos de Gran Escala, una Forma de Producción vinculada a la expansión de Sistemas Económicos. Desarrollo Económico 105: 3-27.

Lins Ribeiro, G. .1985). Proyectos de Gran Escala: Hacia un Marco Conceptual para el Análisis de una Forma de Producción Temporaria. En Leopoldo Bartolomé (comp.), Relocalizados: Antropología Social de las Poblaciones Desplazadas (23-47). Buenos Aires: IDES.

Mesomo, J. (2010). Resenha de O Capital da Esperança: a Experiência dos Trabalhadores na Construção de Brasília. Cadernos de Campo 19: 359-363.

Narotzky, S. (2017). Reseña de El Capital de la Esperanza. La experiencia de los trabajadores en la construcción de Brasilia. Revista Latinoamericana de Antropología del Trabajo 2: 1-6.

Notas

1 Fue publicado en 2011, en Argentina. Ver Leite Lopes (2011).

Información adicional

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