Resumen: El artículo analiza el concepto de contracultura a partir de dos momentos: una primera parte histórica, en la que se presenta la evolución de la juventud contracultural en base al nacimiento de expresiones de protesta juvenil, tomando en cuenta principalmente los aportes del sociólogo Theodore Roszak. La segunda parte presenta la manera en que el movimiento zapatista en la década de 1990, influyó y empujó a un sector de jóvenes que heredaron ideas de protesta de las décadas anteriores y los llevaron a solidarizarse con los indígenas de Chiapas a partir de la irrupción del EZLN el 1 de enero de 1994. El trabajo toma como ejemplo las manifestaciones y utopías juveniles que se fueron presentando en algunos hechos sucedidos principalmente en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas en 1994, un año icónico y necesario para comprender los movimientos sociales y las acciones de protesta de fin de siglo.
Palabras clave: Contracultura, juventud, 1994, EZLN, San Cristóbal de Las Casas.
Abstract: The article analyzes the concept of counter-culture reaching it from two moments: first one is a historic part, in which its presented the evolution of the counter-cultural youth in base of the birth of expressions of protest, mainly taking into consideration the sociologist Theodore Roszak’s contribution. The second part presents the way in which the 1990 Zapatista movement influenced a sector of young people whom heredated the ideas of protest from previous decades, helping them to stand in solidarity with natives of Chiapas starting from the EZLN irruption on January, 1994. The work takes as an example the manifestations and utopies that were starting to become more prominent in some of the events occurred in the San Cristobal de Las Casas city in 1994, a distinctive and necessary year to comprehend the social movements and the actions of obstestation at the end of the century.
Artículos científicos
ESPACIOS CONTRACULTURALES EN SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS ALREDEDOR DEL MOVIMIENTO ZAPATISTA EN 1994
Recepción: 14 Agosto 2021
Aprobación: 17 Febrero 2022
“El problema con la globalización en el neoliberalismo es que los globos se revientan” Subcomandante Marcos, 1996, 22
La contracultura ha sido uno de los conceptos más frágiles y poco estudiados a inicios de siglo XXI, ya que la existencia de expresiones y movimientos contraculturales es usualmente relacionada a una época determinada: la década de 1960 y 1970 y a las manifestaciones juveniles, principalmente contra un modelo tecnocrático, así lo expresó principalmente el sociólogo Theodore Roszak, en su obra clásica “El nacimiento de una contracultura” publicada en 1970, sin embargo han pasado ya cincuenta años y resulta necesario buscar nuevas categorías que expliquen a la contracultura ante una sociedad global, tecnócrata, neoliberal y digital.
La década de 1990 es clave para entender las movilizaciones sociales y para discutir sobre la contracultura. El final de siglo marcó toda una época de cambios, por lo que ampliar la discusión sobre el concepto de contracultura, replanteando la idea de la década de 1970 como parte de un tiempo de rupturas generacionales, resulta necesario y urgente
En este artículo el lector encontrará una discusión sobre una contracultura inspirada en el mundo indio alrededor de la irrupción del movimiento zapatista en 1994, exponiendo en un primer momento la evolución de la contracultura y en un segundo momento la manera en que las juventudes de la década de 1990 arroparon al zapatismo, esto a partir de hacer una revisión general acerca del inicio del movimiento zapatista y cómo este fue inspirando a una juventud dispersa y desencantada de los problemas sociales a inicio de la década de 1990.
En este trabajo la metodología aplicada consiste en una revisión teórica del concepto de contracultura propuesto en la década de 1970 por el sociólogo Theodor Roszak, ya que el rechazo hacia un modelo tecnocrático moderno sigue siendo el común denominador de las expresiones contraculturales a finales de siglo XX y principios del siglo XXI.
Posteriormente se presenta el concepto de contracultura que acompañó a los movimientos sociales entre la década de 1970 a 1990, revisando las ideas de José Agustín (1996) y Juan Pablo Zebadúa (2002), estableciendo una analogía con el modelo político-económico neoliberal, para lo cual se revisan concepciones de Castro Guzmán (2006) y Martín Aguilar (2012).
Una vez analizado el concepto de contracultura y su transformación, presento de manera breve la irrupción del movimiento zapatista de 1994, revisando los postulados de López y Rivas (2004), Muñoz (2004) y para entender las movilizaciones alrededor del movimiento zapatista, fue necesario revisar a Harvey (2008).
La técnica para recopilar información se basa en la revisión de elementos claves que presenté en la tesis: “La concepción de lo indio por parte de la juventud contracultural que llega a San Cristóbal de Las Casas: 1994-1998”, ya que en ella se hicieron recorridos etnográficos en el mercado de Santo Domingo y en el centro de la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, además de una revisión en su momento de documentos, periódicos y revistas locales, pero lo esencial de retomar dicha tesis, es analizar las observaciones etnográficas realizadas en la investigación, con el objetivo de tener un caso concreto para explicar cómo el movimiento zapatista inspiró a un sector juvenil, que había heredado la idea romántica de la contracultura, que se solidarizó con el indígena zapatista chiapaneco y a lo largo de ya varios años, han acompañado al movimiento zapatista, por ya más de 27 años.
Han pasado cinco décadas desde que fue planteado el concepto de contracultura del sociólogo Theodoro Roszak, quien la definió tomando en cuenta un proceso dialéctico, en donde las luchas que abanderaron a las manifestaciones contraculturales eran casi siempre juveniles, las hubo también de generaciones mayores, pero fueron escasas. Las ubicó principalmente en las décadas de entre 1950 y 1960, con antecedentes importantes de los años 40 del siglo pasado. Una de las características que dieron cuerpo y forma a lo contracultural, tenían que ver con un rechazo a la tecnocracia, a la que definió de la siguiente manera:
Por tecnocracia entiendo esa forma social en la cual una sociedad industrial alcanza la cumbre de su integración organizativa. Es el ideal que los hombres suelen tener en mente cuando hablan de modernizar, poner al día, racionalizar o planificar. Para superar los desajustes y fisuras anacrónicos de la sociedad industrial, la tecnocracia opera a partir de imperativos incuestionables, tales como la necesidad de más eficacia, seguridad social, coordinación en gran escala de hombres y recursos, crecientes niveles de abundancia y manifestaciones del poder colectivo humano cada vez más formidables. La meticulosa sistematización que "Adam Smith celebrara en su conocida fábrica de alfileres se extiende ahora a todas las áreas de la vida, dándonos una organización humana comparable a la precisión de nuestra organización mecánica material. (1970, 19-20).
Para Roszak, fueron las juventudes quienes alzaron la voz y manifestaron descontento hacia los totalitarismos que dominaron a las sociedades industriales avanzadas, principalmente la mirada de este sociólogo fue en los grupos juveniles de Estados Unidos, pero también tomó referentes de manifestaciones y movilizaciones en Europa y América Latina en las décadas de 1950 y 1960.
Los movimientos sociales juveniles, indudablemente que dieron forma a la contracultura del final de la década de 1960, e influyeron en las expresiones de búsqueda de formas de vida alternativas que las juventudes de 1970 y 1980 recrearon.
Las manifestaciones de rechazo a la modernidad tecnócrata de 1968, fueron uno de los referentes más importantes de la contracultura juvenil, que sirvió además para estudiar el tema en los siguientes años, además que para Roszak, fueron los jóvenes de las universidades, los que encabezaron las grandes luchas de resistencia, hacia lo que denominó como “hijos de la tecnocracia”, que eran jóvenes burgueses, de las clases medias, de los suburbios y los barrios de los Estados Unidos de Norteamérica, los que encabezaron la contracultura y buscaron en el arte, la psicodelia, el rock, la literatura, la vida en comunas, modos alternativos de vida:
Un análisis marxista clásico nunca hubiera podido entrever que la tecnocrática América fuese capaz de producir un elemento potencialmente revolucionario entre su propia juventud. La burguesía, en lugar de descubrir a su enemigo de clase en las fábricas, lo encuentra al otro lado de la mesa llena de mantequilla y bisteces, encarnado en sus propios hijos mimados. (Rozsak, 1970, 49).
Del análisis de la obra publicada en 1970, es posible tener un primer acercamiento al concepto de contracultura juvenil, de sus características están la transformación desordenada y radical en respuesta a la tecnocracia moderna, a través de actitudes, lenguajes, comportamientos y conductas, en modos de vestirse, de crear arte, de socializar, de construir comunas, de vivir la vida con locura y de respetar la naturaleza e inspirarse en las naciones originarias y en los pueblos indígenas, como ejemplo del cuidado a la madre tierra.
Las juventudes contraculturales en sus primeros años se constituyeron como parte de acciones colectivas concentradas en la cultura y el arte, constituyendo alternativas de resistencia, en respuesta a estructuras de poder, que para las décadas de 1950-1970, tendían a obedecer un sistema de control social, basado en la manipulación y que buscaban el control y el poder corporativo, practicado en países constituidos como gobiernos liberales.
Cabe destacar que en la obra de Roszak, hay una fuerte crítica hacia los totalitarismos en los gobiernos socialistas de la época, en especial en la entonces Unión Soviética (URSS). La contracultura por lo tanto en sus inicios opina el autor del clásico libro sobre la contracultura, se vio envuelta en un ambiente de represión social y de incomprensión por parte de los Estados nacionales y sus estructuras de poder institucional. Los orígenes de la contracultura se encuentran según Zebadúa en:
El concepto de la contracultura tiene su raíz en la gran crisis, contemporánea de los valores socioculturales de occidente en el periodo de la posguerra y en el nuevo “orden mundial” de los cincuenta. Al finalizar la última contienda bélica mundial después de los cincuenta, fue en los sesenta donde el clímax de esta crisis estuvo representada con la protesta estudiantil y juvenil, en el seno mismo del prodigio del desarrollo de las sociedades altamente industriales como los Estados Unidos, para después sacudir a los diversos países con las mismas características socio económicas alrededor del planeta. (2002, p. 35).
En la década de los 60, al momento en que los movimientos juveniles contraculturales tomaron mayor fuerza en países de occidente, principalmente en Estados Unidos y en Francia, el autoritarismo estaba en aumento en gran parte del planeta. Se trataba de modelos políticos que se intentaban imponer de diferentes maneras en la vida cotidiana y en la estructura social de los países desarrollados y en vías de desarrollo.
En México a lo largo de varias décadas, las posteriores a la Revolución Mexicana, se aplicaron políticas de estado que tuvieron continuidad, cuya estructura corporativa tenía que ver con el control total por parte de un partido político: el PRI (Partido Revolucionario Institucional), que había logrado consolidarse como la principal fuerza política en el país, prácticamente sin oposición desde que pasó de ser Partido Nacional Revolucionario(PNR) en la década de 1920, hasta convertirse en el único partido en el poder, que controlaba desde la presidencia de la República, todas las entidades federativas, el poder legislativo, la mayoría de los ayuntamientos y por lo tanto la estructura del México de mediados de siglo.
De un estado posrevolucionario caracterizado por pugnas políticas a principio de siglo XX, pasando por un estado benefactor, que fue creando sus instituciones y que logró un crecimiento económico importante entre las décadas de 1940 y 1950, hasta llegar a un momento crucial de un estado interventor corporativo (Castro, 2006, p. 103), se fue llegando a la contrastante década de 1960, en la que nació una contracultura jipiteca mexicana que había copiado al hippie de Estados Unidos (Marroquín 1970, Agustín 1996), pero que como característica distintiva tenía el admirar a las filosofías nativas mesoamericanas, buscar la vida comunitaria, la contemplación y la armonía con la naturaleza. Fue así que cuando los hippies llegaron a México provocaron una contracultura jipiteca que buscó la manera de estar cerca de ciertas comunidades indígenas en lugares como Huautla de Jiménez Oaxaca en dónde buscaban experiencias psicodélicas y fundaron espacios contraculturales como la Playa de Zipolite en la costa de Oaxaca.
El crear espacios alternativos, se debió a que los modelos económicos de los países desarrollados y en vías de desarrollo incluían endurecer medidas frente a las manifestaciones culturales diferentes, la educación en México fue racionalista y cayó en el corporativismo. Castro retomando a Hira de Gortari y Zicardi, definió así al estado que permanecía cuando las expresiones contraculturales fueron apareciendo:
En este periodo las políticas sociales se enmarcan en el modelo del welfare state, el cual sustenta una política social basada en la intervención del estado en la provisión de bienes y servicios básicos, principalmente salud, educación y seguridad social (…) Para el caso de México el estado benefactor (…) es de tipo meritocrático particularista o conservador corporativista (…) se afianzó durante el gobierno de Manuel Ávila Camacho (1940-1946) y perduró intacto hasta los años 80”. (2006, p. 103).
La sociedad mexicana de poco más de la mitad de siglo XX, era controlada, en la mayoría de los medios de comunicación masiva, como en la educación, las instituciones sociales, muchas de ellas estaban bajo la tutela del Estado. En esta lógica totalizadora con fuerte influencia tecnocrática, fueron surgiendo manifestaciones de protesta y algunos movimientos sociales de gran relevancia, como los ferrocarrileros y médicos en las décadas de 1950, pero ninguno fue de tanta fuerza como el movimientos estudiantil de 1968, el cual se dio en el contexto de las más grandes protestas juveniles en el mundo y en las mayores expresiones de rebeldía, utopías y sueños, que tuvieron como un punto de coincidencia la desorganización y la ruptura generacional (Roszak, 1970).
Martín Aguilar recuerda lo siguiente “Durante la larga historia del sistema autoritario mexicano, la acción colectiva en México ha tenido, desde 1940 y hasta el año 2000, distintas manifestaciones sociales y políticas que se han visto condicionadas” (2012, p. 129).
Ideas de cambio y expresiones culturales y artísticas de protesta llegaron a México (Agustín, 1996), acompañadas de música, rock, vestimentas exóticas, drogas, excentricidad, literatura y se extendieron a varios países de América Latina, sin embargo las dictaduras militares en Chile, Argentina, Uruguay y Paraguay, lograron controlar a las protestas de grupos juveniles; en México se presentaron procesos complejos, contradictorios, que incluyeron fuertes movilizaciones, la más importante fue el movimiento estudiantil de 1968, que tuvo en el 2 de octubre, el peor escenario con el mayor uso de la fuerza y la violencia, para tomar el control de las protestas sociales del verano de un año que a la larga se convirtió en icónico.
Es importante tener en cuenta lo propuesto por Aguilar: “Como sabemos el sistema mexicano se estructuró a partir de un partido hegemónico: El Partido Revolucionario Institucional (PRI), que subordinó a organizaciones de masas al sistema presidencialista.” (2012, p. 129)
Después de 1968 las manifestaciones juveniles fueron aparentemente controladas, aunque durante la década de 1970, se vivió el auge de las expresiones artísticas contraculturales más características, que tuvieron muchas de ellas, que darse en el anonimato, en espacios marginales, olvidados, ocultos, ya que la experiencia de 1968 había sido trágica y para los siguientes años la dureza del gobierno de Luis Echeverría Álvarez (1970-1976), frente a las manifestaciones juveniles y contra los movimientos sociales, provocaron que la contracultura fuera marginal y de sobrevivencia. Al respecto Aguilar Sosa asegura que:
Las características de la contracultura en México han sido distintas a lo largo del tiempo. En los setenta en pleno movimiento de la onda, los jóvenes mantenían un movimiento de rebeldía contra el consumismo, contra la invasión de productos enlatados, contra el establishment, pero no contra el gobierno y el Estado en sí. No era una rebeldía organizada (…) El movimiento de la onda pasó a la clandestinidad en 1971. A principios de 1972 fue prohibida la revista Piedra Rodante, para mí, aquello fue el fin de la onda y su contracultura. Los primeros en desbandarse fueron los conjuntos musicales, huyendo de la represión, muchos compañeros se retiraron a vivir en la montaña, la selva, la playa. (2000, 135-136).
Para la década de 1980 y los primeros años de 1990, la contracultura permaneció entre el anonimato y la gran variedad de espacios creados por los hijos de quienes vivieron la represión de 1968 y las fuertes manifestaciones de autoritarismo de la década de 1970. Oyarzábal (2000, p. 153), enumeró un conjunto de espacios alternativos que fueron construyéndose entre 1970 y 1990, principalmente en la Ciudad de México, entre los más famosos estuvieron el tianguis cultural del Chopo, el Multiforo Alicia, el Hijo del Cuervo, el Jazzorca, el Sapo Cancionero, pero lo más importante es que se expandieron los bares y cafés culturales en los que las bandas de rock fueron creando géneros musicales, entre ellos de jazz, punk, ska, rock, pero también hubo talleres literarios, restaurantes holísticos, vegetarianos, de filosofías orientales, de yoga y espacios alternativos.
Los hubo también en ciudades como Tijuana, Guadalajara, Monterrey, Morelia, Puebla, Xalapa y San Cristóbal de Las Casas, además se crearon rutas alternativas de artesanos y jipitecas, que abarcaron lugares como la playa de Zipolite en la costa de Oaxaca, la misma capital de ese estado, San Cristóbal de Las Casas y Palenque en Chiapas, hasta llegar a la península de Yucatán; en este caso la contracultura jipiteca ha visto a las comunidades indígenas como guardianes de conocimientos ancestrales y se han inspirado en ellos para buscar espacios y formas de vida alternativas.
Sin duda alguna que entre las décadas de 1970 y 1990 hubo expresiones contraculturales y una interminable lista de personajes que fueron parte de ella en México. José Agustín consideró en su obra “La contracultura en México” que su principal característica, además del rechazo hacia la cultura institucional fue la insatisfacción generadora de sus propios medios, ideas, actitudes, conductas, lenguajes, sensibilidades, resistencias y alternativas (1996, 130).
La contracultura mexicana sin embargo, necesitaba de un nuevo aliciente para reavivar las cenizas esparcidas desde la década de 1960, en nuevos contextos y dinámicas, en un momento de cambios, rupturas y la aplicación de un nuevo modelo económico neoliberal, que desde la institución se veía como la esperanza para que México dejara el en ese entonces denominado “Tercer Mundo” y pasara bajo un esquema de libre mercado y de globalización hacia una economía fuerte sólida, competitiva, pero que de tajo, dejaba fuera a la diversidad cultural y étnica.
Los primeros años de la última década del siglo XX, anunciaban cambios acelerados, tanto a nivel mundial como nacional, la caída del socialismo en Europa, la desintegración de la Unión Soviética (URSS) y la aparición del internet.
En el caso de México la política neoliberal en el sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1988), marcó pauta para un gobierno que fue implementando un proyecto económico que en el sexenio del presidente Carlos Salinas De Gortari (1988-1994) se logró aplicar, cuando gran parte de las empresas paraestatales fueron vendidas, pero además durante su sexenio se impulsó el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, y con ello, el estado hizo la promesa de conducir al país hacia el Primer Mundo (Dornbierer, 1994).
Es importante no dejar de lado que el Nuevo Orden Mundial una vez que había caído el bloque socialista, puso a la contracultura en otra dinámica, porque las expresiones de protesta habían sido contra la tecnocracia capitalista y contra los regímenes socialistas, pero para la década de 1990, era otra la dinámica, Chomsky menciona una dinámica muy peculiar que tomó fuerza en la década de 1990, bajo un nuevo orden mundial en la que:
Las reglas básicas del orden mundial son como han sido siempre: el imperio de la ley para el débil, el de la fuerza para el fuerte; los principios de racionalidad económica (para los débiles el poder y la intervención del estado para los fuertes). Al igual que en el pasado, el privilegio y el poder no se someten voluntariamente al control popular o la disciplina del mercado y, por tanto, procuran debilitar la verdadera democracia y ajustar los principios del mercado a sus necesidades específicas (2005, p. 344).
Particularmente el año de 1994 fue de grandes protestas sociales y cambios en el sistema político, además de asesinatos políticos y de una fuerte devaluación económica. Desde el primer día de enero, con el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), el año fue álgido y de contrastes, también de grandes movilizaciones sociales, por lo que fue un momento fructífero para las nuevas expresiones contraculturales. La guerra de Chiapas marcó un tiempo de cambios, Dornbierer, escribió lo siguiente:
La guerra de Chiapas cambió al país. Aunque quizás muchos no lo hayan entendido plenamente que se trata de la segunda revolución mexicana del siglo XX…antes de Chiapas y después de Chiapas, se dice, y esa expresión del sentir popular es la mejor prueba de los alcances y trascendencia de lo que Salinas y otros pretendieron interesadamente reducir a una revuelta campesina local (1994, p. 245).
Castro opina que:
En esta etapa neoliberal, la cual inicia a finales del sexenio de Miguel de la Madrid, se visualizan algunas medidas aplicadas, especialmente aquellas que tienen como fin hacer más pequeño al Estado a través de un incipiente proceso de privatización, el cual cobra su mayor auge durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari (2006, p. 112)
Posteriormente fue durante el periodo de Ernesto Zedillo Ponce de León (1994-2000), cuando logró consolidarse el modelo neoliberal y se aplicaron reformas estructurales principalmente en el sector financiero (Castro, 2006, p. 112), pero a la vez fue cuando se presentaron las mayores brechas de desigualdad, expulsión de migrantes y por lo tanto esto empujó protestas y movilizaciones sociales.
Fue la aparición a la luz pública del EZLN, un momento esencial para tratar de definir una nueva contracultura, que tuvo que ver con los límites del fin de siglo y principio de un nuevo milenio, ya que este movimiento encabezado por indígenas del estado de Chiapas dio un empuje que los movimientos sociales no habían tenido desde la década de 1960 y por lo tanto las expresiones contraculturales volvieron a ponerse en escena.
El 1 de enero de 1994 irrumpió el EZLN en el estado de Chiapas, lo que provocó la solidaridad mundial y las primeras grandes manifestaciones multitudinarias, principalmente en la Ciudad de México, en varias capitales del país y en muchos otros lugares del planeta, lo que obligó al gobierno de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) a abrir canales de negociación, fue ahí el primer espacio alrededor del cual las expresiones contraculturales, fueron arropando al movimiento zapatista.
Las causas del levantamiento fueron muchas, Harvey menciona varias, entre ellas:
Crisis ecológica, carencia de tierras productivas, el agotamiento de fuentes de ingreso no agrícolas, la reorganización política y religiosa de las comunidades indígenas desde la década de 1960 y la rearticulación de las identidades étnicas con los discursos políticos emancipatorios. Se considera que la sociedad rural finalmente se desintegró bajo el impacto de la crisis económica y las reformas neoliberales (2008, p. 31).
Las protestas durante los doce días de guerra entre el EZLN y el Ejército Mexicano provocaron que el gobierno intentara negociar; en las grandes ciudades estudiantes, profesores, organizaciones sociales retomaron desde antiguas consignas de izquierda y las adaptaron para solidarizarse con el levantamiento zapatista, así que hubo canciones, literatura, elaboración de pancartas, mantas, discursos de apoyo a los indígenas chiapanecos, exigencias de alto al fuego y algo muy importante es que a partir de los primeros meses de 1994, empezó una migración de un amplio y diverso sector juvenil, universitario y de artesanos hacia el estado de Chiapas, principalmente a la Ciudad de San Cristóbal de Las Casas, que se convirtió en el centro de las movilizaciones y de la nueva contracultura de fin de siglo.
Alrededor del problema zapatista en el año de 1994, había una figura central: el indio mexicano, visto por muchos años como parte del folklore y como atracción turística y como objeto de estudios antropológicos, históricos y sociológicos, que en gran parte estaban guardados en bibliotecas y foros sociales a los que accedían solo una parte de la comunidad científica y universitaria.
Los jóvenes y quienes se solidarizaron con el zapatismo, vieron en el mundo indio, la resistencia hacia el modelo tecnocrático-capitalista y académico de corte neoliberal y global que estaba ofreciendo el Tratado de Libre Comercio.
El surgimiento del EZLN fue un hecho social que marcó una nueva etapa para las organizaciones y movimientos sociales de fin de siglo; un problema monumental para el gobierno mexicano que desde hacía dos sexenios impulsaba un modelo económico y social neoliberal, en el que nuevamente el indio mexicano se quedaba fuera, y pasaba a ser instrumento de una estructura que no reconocía sus principales derechos y por lo tanto representó nuevos retos que venían a mostrar que México no estaba listo para llegar al ansiado primer mundo.
Para la dispersa juventud contracultural hubo un hecho fundamental que permitió observar que era posible retomar la antigua idea de lo comunitario como modo de vida alternativo al sistema político y así crear un nuevo espacio contracultural: los diálogos en la “Catedral de la Paz”, en San Cristóbal de Las Casas en febrero de 1994.
La juventud contracultural a principios de la década de 1990 permanecía en el anonimato o en espacios olvidados y desarticulada; los hijos de la generación hippie en la década de 1990 no tenían un movimiento inspirador que los aglomerara, como lo empezó a hacer el movimiento zapatista los primeros días de 1994.
El levantamiento armado neo zapatista representó una nueva bandera ideológica y un refugio para las juventudes de fin de siglo, que concebían lo contracultural asociado a los viejos ideales de los años 60. Los iconos contraculturales, necesitaban un empuje, un nuevo panorama y por supuesto modelos en los cuales reconocerse.
El EZLN proporcionó un ideal alternativo dentro de las luchas y movimientos sociales de fin de siglo: el mundo indígena en resistencia y en busca de la autonomía. Para fin de siglo la juventud contracultural en México no podía verse reflejada del todo en las guerras que se veían por televisión y que sucedían en el Golfo Pérsico o en los Balcanes, ni siquiera pudo encontrar eco a su insatisfacción con la caída del muro de Berlín en 1989.
En este sentido la juventud contracultural tuvo que buscar abanderarse en otros movimientos y vieron en la lucha zapatista un movimiento en contra del sistema neoliberal. Tanto el gobierno mexicano como la derecha y muchos sectores de la sociedad lo desacreditaron acusándolo de ser un grupo manejado por intereses extranjeros y electorales, eso provocó la ira y el enojo de los jóvenes que se reagruparon en la esperanza y la utopía indígena zapatista.
Fue el inicio de una nueva inspiración para estar en contra de una sociedad capitalista neoliberal y tecnocrática de fin de siglo, la juventud miró en el EZLN “Un mundo donde quepan muchos mundos” y en el “Para todos todo, nada para nosotros”, que fueron las consignas neo zapatistas una inspiración de utopías y esperanzas.
Los primeros eventos a los que jóvenes contraculturales acudieron en solidaridad con el movimiento zapatista fueron entre otros: los diálogos por la paz celebrados en la Catedral de San Cristóbal de febrero de 1994, el primer ‘Aguascalientes’ celebrado en Guadalupe Tepeyac en 1994, entre otros (Muñoz, 2004).
De esta manera la contracultura poco a poco y sin saberlo encontró una nueva bandera y nuevos iconos. En enero de 1994 el motivo inicial fue el de parar la guerra, pero más adelante se dieron a la luz diferentes organizaciones civiles, incluso algunas formaron parte de la CND. En muchas manifestaciones tales como las que se dieron en la ciudad de México se mezclaron algunos viejos iconos de la contracultura como las imágenes del ‘Che Guevara’ con mantas del Sub Marcos y frases que invocaban al neo zapatismo, tales como “Zapata vive, la lucha sigue”. Sin duda que el icono del pasamontaña le dio la vuelta al mundo y en este se empezaron a reconocer jóvenes inconformes en las manifestaciones a favor del EZLN (Galán, 2004).
Los espacios que fueron arropando a los jóvenes contraculturales a partir de 1994, también tuvieron la participación de estudiantes provenientes de distintas ciudades y principalmente de escuelas de ciencias sociales y humanidades, entre ellas la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, la facultad de Antropología de la Universidad Veracruzana entre otras.
Los espacios simbólicos de la protesta fueron: los ‘Aguascalientes zapatistas’ ubicados en comunidades de regiones de la selva y los Altos de Chiapas, o eventos convocados por el EZLN como el Congreso Nacional Indígena, y otros como el “Encuentro Intercontinental Por La Humanidad y Contra el Neoliberalismo” (julio- agosto de 1996), en ellos hubo muchos jóvenes que participaron en los cinturones de paz y que acompañaron los ayunos del Obispo Samuel Ruiz, a las caravanas por la paz y la dignidad.
Fue así que la juventud provocó que la ciudad de San Cristóbal de Las Casas se convirtiera en un nuevo espacio contracultural de fin de siglo, que con el paso de los años, se ha fue constituyendo como un lugar al que se han ido situando desde artesanos, comerciantes, restauranteros, que han abierto centros culturales, de yoga, de disciplinas orientales, y que lo han hecho inspirados alrededor de las causas y resistencias de los pueblos originarios del México de fin de siglo y que en la actualidad hacen de San Cristóbal de Las Casas una ciudad alternativa y turística, pero que se mira como contracultural.
La juventud contracultural que llegó a San Cristóbal hay que situarla en su mayoría como heredera de lo ‘jipiteca’ concepto que desarrolló desde 1970 Enrique Marroquín y que retomó José Agustín en 1996, pero a diferencia de la de los años 60 y 70, esta se ha adaptó a la sociedad global y digital.
La identidad cultural que tienen los ‘jipitecas’ con los grupos indios chiapanecos, fue también un legado de la contracultura de 1970 y del movimiento hippie. Los hijos de los jipis se identificaron con las filosofías indias americanas (de diversos orígenes étnicos) afirmó José Agustín y tomaron de modelo contracultural algunos de sus rasgos de protesta, para hacerlos propios, en especial su relación con la naturaleza y las formas de vida comunitarias.
A San Cristóbal de Las Casas, desde la década de 1960 jóvenes contraculturales llegaron en dos formas distintas, según pudimos registrar en el trabajo de tesis en 2004: unos se establecieron de manera permanente, otros con el paso del tiempo obtuvieron presencia dentro de la sociedad sancristobalense, la cual durante muchos años prácticamente los ignoró, y otra parte la conforman minorías de gente que anda viajando de ciudad en ciudad, vendiendo su artesanía, o realizando otras actividades que tienen que ver con la búsqueda de modos de vida alternos, y que recorren una buena parte de los espacios sociales que la contracultura ha establecido en México. En el trabajo de investigación presentado a manera de tesis, hubo un registro etnográfico sobre la presencia de artesanos en el mercado de Santo Domingo en San Cristóbal de Las Casas entre 1994 y 1998.
La sociedad coleta en San Cristóbal llama a los ‘hippies’ que han llegado a vivir en su ciudad como ‘artesánganos’ (Galán, 2004) por la forma en que los miran y los asocian de manera despectiva por los estilos nómadas de vida que llevan, su vestimenta, su supuesta improductividad económica, sus hábitos de higiene, su apariencia, su consumo de drogas (principalmente de mariguana) y alcohol.
Esta idea sobre la contracultura juvenil se acrecentó a partir del estallido armado del EZLN, porque también trajo consigo la presencia de más jóvenes con características semejantes que se fueron estableciendo cerca del mercado de Santo Domingo, así lo expresan principalmente comerciantes establecidos en la ciudad de San Cristóbal, quienes no apoyan el establecimiento de jóvenes artesanos y de indígenas principalmente (Galán, 2004).
En las décadas pasadas la mayoría de las minorías de contracultura que llegaron a San Cristóbal, lo hicieron por encontrar un espacio lejano de la gran ciudad y por la presencia de población india con una filosofía que atrajo su atención, influyeron en esta migración el clima de este lugar, el ambiente que se respira, la arquitectura colonial, los templos dominicos y la magia histórica que de ellos se deriva; pero a partir de 1994, como lo registré en la tesis, la solidaridad hacia el mundo indígena, fue un factor esencial para poder hablar de una nueva contracultura juvenil (Galán 2004).
Así fue como jóvenes encontraron a partir de 1994, nuevas formas de identidad y crearon espacios contraculturales, en especial son dos los que en la tesis registramos a partir de un ejercicio etnográfico: el mercado de Santo Domingo de Guzmán ubicado en el centro de la ciudad y la Catedral de la Paz, ubicada en el primer cuadro.
San Cristóbal de Las Casas ciudad de herencia colonial, situada entre las montañas de la región de los Altos de Chiapas, fue bautizado como espacio libre, en comparación con el modelo de vida impuesto por la tecnocracia en años pasados. La rigidez del sistema político mexicano, la globalización cultural que se acrecentó en la década de 1990, dejó un espacio para la resistencia y las expresiones de libertad.
Los primeros símbolos de resistencia que la juventud contracultural miró y con los que se solidarizó sucedieron alrededor de la “La Catedral de la paz” y aquí una figura fue central: el obispo Samuel Ruiz García “el Tattik Samuel”, quien fue un hombre clave para entender el conflicto en Chiapas, su trabajo pastoral en la diócesis de San Cristóbal varias décadas atrás, trabajando con comunidades indígenas, fue arduo y complejo, hizo un trabajo pastoral y gracias a su labor, formó comunidades eclesiales de base, inspiradas en la teología de la liberación.
La contracultura que llegó por una búsqueda de identidad con los indígenas zapatistas trató de relacionar a Don Samuel y a la ‘Teología de la liberación’ con una especie de espiritualidad religiosa rebelde. La presencia de Samuel Ruiz como uno de los actores sociales más importantes del conflicto zapatista, hizo que los grupos contraculturales creyeran en un principio encontrar esta identidad religiosa alternativa, eso nos permite proponer a manera de conclusión que una nueva contracultura de final de siglo generada en la década de 1990, tuvo como característica la esperanza en el mundo indígena en rebeldía, en el “mundo donde quepan muchos mundos” y en el “para todos todo, nada para nosotros”, las consignas centrales del movimiento zapatista.
Los escalones de la catedral han representado desde 1994 y por ya más de 27 años, la posibilidad de vivir y habitar la utopía contracultural. Así se ha expresado, así lo sintieron quienes llegaban a esta colonial ciudad; y frente a lo que no terminaban de entender del movimiento zapatista, aprovecharon para entonar canciones, para crear poemas de apoyo al zapatismo, y para acercarse a los indios chiapanecos (Galán 2004).
Los jóvenes artesanos jipitecas dibujaron el atardecer de las montañas y la caída del sol en las mismas, para componer versos de libertad, en una tierra inmersa en las contradicciones y paradojas del capitalismo; esos jóvenes frente a la gran cruz que se encuentra frente a la Catedral de la Paz, le colocaron un moño negro en señal de luto en diciembre de 1997 después de la terrible matanza en la comunidad de Acteal en el municipio de Chenalho en la región de los Altos de Chiapas.
La ‘Catedral de la Paz’ y sus escalones fueron el primer gran espacio que la contracultura tomó sin pedir permiso para identificarse con el movimiento zapatista. Durante los días que duró el encuentro entre el EZLN y el Comisionado Para la Paz (20 de febrero al 2 de marzo de 1994), algunos jóvenes jipitecas buscaron refugiarse en esta ciudad, que ya había sido visitada por hippies desde algunos años atrás, desde entonces y hasta fechas recientes, la Catedral de la Paz, ha visto innumerables manifestaciones de protesta, de comunidades indígenas principalmente.
Pocos, pero muy vistosos jóvenes por su peculiar forma de vestirse acompañaron los diálogos con tambores y cantos, mientras se formaban los cinturones de paz. Algunos otros ofrecían su artesanía; sin duda que se contagiaron del ambiente que ellos mismos estaban inaugurando, al hacer de San Cristóbal un espacio de libertad, paradójicamente tan custodiado por el ejército que se movilizaba día a día con todo tipo de armamento hacia toda la zona de conflicto, hacia la selva, el norte y los altos de Chiapas (Muñoz 2004).
San Cristóbal de Las Casas fue la primera parada hacia y la puerta de entrada a Guadalupe Tepeyac y más tarde para el año 2003 a los “caracoles zapatistas” (Muñoz 2004). Los contraculturales acompañaron con sus morrales, sus manteles, sus artesanías de ámbar, sus dijes, etc. el camino hacia Guadalupe Tepeyac.
Por otro lado en el mercado de artesanías de Santo Domingo, se duplicó la cantidad de artesanos y también en los escalones de la ‘Catedral de la Paz’, durante las tardes en que se convocaron a manifestaciones a favor del zapatismo durante 1994, se veían repletos de jóvenes ‘soñadores de la libertad’; con la esperanza puesta en los indígenas y en especial en los zapatistas.
Las demandas de las comunidades indígenas mexicanas, principalmente las relacionadas con la autonomía han tomado fuerza e inspiraron a jóvenes de fin de siglo a buscar maneras alternativas de vivir, lo que implicó hacer el viaje hacia el estado de Chiapas, para estar cerca del movimiento zapatista a partir de enero de 1994, lo que se ha extendido hasta fechas recientes.
La contracultura sigue siendo hoy un concepto frágil y poco estudiado, esta idea planteada al inicio de este artículo es también el colofón, con esto la finalidad de este trabajo es la de abrir el debate sobre el uso y el sentido del concepto y los significados alrededor de las expresiones contraculturales y alternativas. Antes de 1994 el desencanto hacia los movimientos de protesta era una realidad y la necesidad por abanderarse en una nueva y distinta ideología de lucha de un grupo social que enfrentara al sistema político mexicano.
La contracultura a lo largo de los años se ha presentado de diferentes formas. Una vez que llegamos a la década de 1990, sus maneras, estilos, visiones y corrientes, adquirieron como característica la dispersión, por lo que el mundo indio zapatista chiapaneco, ha sido uno de los ideales utópicos que han logrado aglutinar a una juventud contracultural que ha acompañado a los zapatistas en muchas de sus manifestaciones desde 1994 hasta el presente, por ejemplo durante la “Marcha del color de la tierra” en 2001, en el arranque de “La otra campaña” en 2006 o recientemente en la gira que emprenden los zapatistas por Europa, en este año 2021.
Las condiciones políticas en el país en la década de 1990, con un régimen autoritario en descomposición, hacían ver constantemente que muchos sectores de la sociedad vivían inconformes, por lo que el mismo sistema político, empujó u orilló a los grupos contraculturales a que se dieran a la tarea de continuar buscando sus espacios, para mostrar su insatisfacción, pero fue el movimiento zapatista chiapaneco el que logró aglutinar a las juventudes dispersas y desencantadas de fin de siglo.
En gran medida esto hizo posible que los jóvenes en 1990 rápidamente se vieran reflejados en el movimiento zapatista y que por lo tanto se vieran atraídos por la ciudad de San Cristóbal, pues era sin duda el mejor lugar para estar lo más cerca posible de este nuevo movimiento que parecía ponía en riesgo a la continuidad del sistema político mexicano: el EZLN.
La juventud contracultural que viajó hacia San Cristóbal de Las Casas Chiapas en 1994 empezó a reconocer como propio el pensamiento zapatista, primero porque el EZLN no se estaba constituyendo como fuerza política que participara en los procesos electorales del fin de siglo y sí como un movimiento que buscó la autonomía de las comunidades indígenas y que fue mostrando que su principal interés era la reivindicación de las identidades étnicas, frente a un modelo económico que no los tomaba en cuenta, esto lo han ido expresando a lo largo de los años, tanto en los comunicados generados por la Comandancia General del EZLN, como en sus acciones y actividades, particularmente al crear las redes comunitarias conocidas como Caracoles Zapatistas en 2003 (Muñoz, 2004).
La catedral de San Cristóbal de Las Casas, desde entonces se conoce como la “Catedral de la Paz” y se constituyó para muchas personas como un espacio de esperanza, de diálogo, de rescate de una memoria condenada hasta entonces al olvido, esa fue la utopía indígena por la que muchos jóvenes llegaron a vivir a San Cristóbal de Las Casas a finales de siglo XX.
La denominada Catedral de la Paz ha sido testigo de muchos acontecimientos que involucraron al EZLN, pero también a la sociedad civil y por supuesto a las minorías de jóvenes contraculturales, que tomaban como refugio de una sociedad tecnócrata y asfixiante los escalones de la catedral, para soñarse en su libertad, para aportar con una moneda al destino de tantos niños indígenas que diariamente se ven involucrados en el juego del capitalismo y la supervivencia.
El año de 1994 fue muy importante para todos los grupos que buscaban formas alternativas y que descubrían en el amanecer del 1º de enero una esperanza en la lucha social que encabezaba el EZLN. No únicamente por haber tomado las armas en una causa que les parecía justa, sino por la nueva forma de enfrentar a través del arte y la cultura contracultural, a un sistema político hegemónico y por ser el movimiento zapatista una agrupación de lucha encabezada por grupos indígenas olvidados por casi todos los sectores de la sociedad mexicana durante el fin de siglo.