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Psicocalle Colectivo: Una propuesta universitaria para la educación y la construcción de paz
Revista CoPaLa. Construyendo Paz Latinoamericana, vol. 8, núm. 18, 2023
Red Construyendo Paz Latinoamericana

Artículos

©Revista CoPaLa, Construyendo Paz Latinoamericana

Recepción: 08 Noviembre 2022

Aprobación: 08 Mayo 2023

DOI: https://doi.org/10.35600/25008870.2023.18.0239

Resumen: Este ensayo narra la trayectoria de Psicocalle Colectivo, iniciativa universitaria transdisciplinaria para comprender desde las neurociencias, la antropología y la psicología los fenómenos de la vida en la calle y el uso de sustancias psicoactivas. La narrativa es guiada por premisas plasmadas en la Declaración para la Transición hacia una Cultura de Paz en el Siglo XXI. Se propone un modelo de investigación-acción enmarcado en una noción de cultura de paz que considera a la marginación y la exclusión como violencias poco visibilizadas, y a la educación para la paz y la compasión como vías para vincularnos con la otredad y para emplear conocimientos científicos en la vida cotidiana. El modelo argumenta que la acción social desarrolla habilidades empáticas, sentido agencia e introspeccicón que favorcen el compromiso social, la reflexión en Derechos Humanos y un quehacer científico políticamente responsable que define a las y los universitarios como constructores de paz.

Palabras clave: Construcción de paz, Compasión, Calle, Sustancias psicoactivas, Violencia.

Abstract: This essay narrates the trajectory of Psicocalle Colectivo, a transdisciplinary university initiative to investigate from neurosciences, pharmacology, anthropology and psychology the phenomena of homelessness and the use of psychoactive substances, as well as to perform psychosocial and educational interventions. The narrative is guided by premises embodied in the Declaration for the Transition towards a Culture of Peace in the 21st Century written in 2018. The narrative analysis concludes with a proposal for an action-research model framed in a notion of a culture of peace that considers marginalization and exclusion as subtle violence, and education for peace and compassion as strategies to connect with otherness and use scientific knowledge to solve social problems. The model argues that social action allows the development of empathic skills, sense of agency, and introspection that favor social commitment, cooperation, reflection on Human Rights, and politically responsible scientific work that defines university students as peacebuilders.

Keywords: Peacebuilding, Compassion, Street, Psychoactive substances, Violence.

“...debemos hacerle sitio a otro mundo, debemos insistir en la posibilidad de un mundo estructurado sobre la no violencia; proclamar, incluso, que semejante mundo es factible, aun cuando no encontremos la manera de llegar a él, porque aceptar la violencia del mundo como si fuera lo natural equivale a admitir la derrota y abandonar la tarea de reconocer a todas y cada una de las criaturas vivas como seres dotados de potencial y dotados también de un futuro impredecible que debe ser salvaguardado.”

Judith Butler, 2020

Sin miedo. Formas de resistencia a la violencia de hoy

INTRODUCCIÓN: EL MARCO DE LA CULTURA, LA EDUCACIÓN Y LA CONSTRUCCIÓN DE PAZ

Miles de personas alrededor del mundo viven y sobreviven en las calles de las grandes urbes bajo condiciones hostiles que les afectan en una variedad de enfermedades y desórdenes neuropsiquiátricos. Viven su cotidianeidad e intimidad en llamados puntos de calle o espacios públicos que procuran acondicionar para su subsistencia y volverlos su hogar; banquetas, puentes o parques en los cuales se bañan, conviven, trabajan, duermen y, frecuentemente, mueren (Fazel, Geddes & Kushel, 2014; Martens, 2001; Ruíz-Taracena, 2010). Tan solo en Ciudad de México, el Instituto de Asistencia e Integración Social censó a 6.754 personas de entre 18 y 59 años de edad que habitaban la calle en 2017.

Uno de los principales problemas que enfrentan las personas que viven en la calle es el abuso de sustancias psicoactivas. En Ciudad de México, 100% de estas personas han reportado su uso regular, ya sea por separado o en combinación: 39% principalmente alcohol, 32% principalmente tabaco y 29% otras sustancias; de esa última categoría, 34% ha reportado usar principalmente sustancias inhalables, 27% principalmente marihuana, 15% principalmente crack o cocaína y 24% otras sustancias (Instituto de Asistencia e Integración Social, 2017).

Durante las últimas dos décadas, algunas investigaciones científicas en modelos animales se han centrado en el enriquecimiento ambiental y su efecto sobre los daños provocados por el abuso de sustancias psicoactivas. El enriquecimiento ambiental consiste en colocar diferentes objetos en el ambiente estándar donde se desarrollan los animales experimentales para dotarlos de condiciones más complejas que estimulen sus capacidades sensoriales, cognitivas y motoras. Es decir, que estimulen su movimiento, su comportamiento de exploración y su convivencia social (Nithianantharajah & Hannan, 2006; Zhang et al., 2016). Se ha observado que el enriquecimiento ambiental en animales repercute en la recuperación de déficits cognitivos de la memoria, atención y coordinación motora provocados por la administración por una variedad de sustancias, tales como alcohol, cocaína o inhalables (thinner, gasolina o pegamento de contacto) (Harburger et al., 2007; Paez-Martinez, et al., 2020). Además, este enriquecimiento favorece la neurogénesis o proliferación de nuevas neuronas en regiones cerebrales que habían sido dañadas por la administración crónica de sustancias psicoactivas (Paez-Martinez, et al., 2013). Los hallazgos sobre el enriquecimiento ambiental parecen prometedores para quienes viven en las calles y abusan de estas sustancias; nos permiten pensar alternativas clínicas e intervenciones psicosociales basadas en la mejora de espacios físicos que brinden opciones de esparcimiento, exploración y descanso, y que promuevan la convivencia social y el sentido de comunidad. Sin embargo, la traslación de los diseños experimentales a la realidad de la vida en calle enfrenta complejidades sociales, económicas y culturales que intersectan el abuso, la violencia y el estigma. En la calle se expresa, como en pocos lugares, la profunda desigualdad, exclusión e injusticia social e institucional que niega a muchas de las y los pobladores callejeros el acceso a una identidad ciudadana y con ello derechos como la educación, servicios de salud y vivienda.

En 2014, en el Área de Neurociencias de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, se creó un proyecto para investigar el efecto del abuso de sustancias psicoactivas sobre el sistema nervioso y el comportamiento, con énfasis en las personas que habitan la calle. Si bien el punto de partida fue el cerebro, desde un inició adoptó una perspectiva transdisciplinaria que involucró a las neurociencias, la psicología, la biología experimental y la antropología, porque el comportamiento tiene múltiples ángulos desde los cuales se expresa de diferentes formas para completarse en una integridad cerebro-mente-sociedad. Aunque transdisciplinaria, la mera comprensión del problema pronto se hizo insuficiente. La violencia, la desigualdad y la injusticia social observadas en las calles increpaban a las y los estudiantes del proyecto sobre qué hacer frente a esa realidad. Hacía falta un marco conceptual que permitiera amalgamar la investigación científica con intervenciones en una sociedad de la cual ellas y ellos (estudiantes) forman parte. Un marco que tornara en posible y realista el enriquecimiento ambiental diseñado en los laboratorios. Fue por eso que, en 2018, estudiantes del proyecto crearon Psicocalle Colectivo[1], al cual prontamente se sumaron investigadoras, investigadores y ciudadanos solidarios con un propósito: investigar, comprender y actuar sobre la vida en la calle y el abuso de sustancias para, con ello, comprender nuevamente ambos fenómenos desde la acción en el marco de la cultura y la construcción de paz.

Psicocalle se motiva de la esperanza que se siente, como apunta la filósofa Judith Butler (2020), para resistir y actuar en circunstancias de desesperación. Su enfoque no sólo se centra en la noción de paz negativa desde la cual la ciencia pretende responder qué es la violencia y como combatirla, sino también desde la paz positiva que procura comprender qué es, qué significa y cómo se construye la paz (Ávila-Zesatti, 2018). Con este enfoque, la transdisciplinariedad científica procura acciones de las y los universitarios organizados para construir la paz en torno a la vida en calle, que se enmarca en lo que José Correa (2017) apunta como “la violencia estructural que implica injusticias e insatisfacciones de las necesidades humanas básicas como bienestar, libertad, identidad y sobrevivencia” (p.75). Psicocalle adopta la noción de paz surgida en la década de 1980 y que considera a la discriminación, la marginación, la exclusión y la pobreza como violencias poco visibilizadas y a la educación para la paz como un patrimonio ciudadano y un esfuerzo consciente por aplicar los conocimientos en la vida cotidiana (Ávila-Zesatti, 2018).

La cultura de paz, dice Correa (2017) es “una forma creativa de hacer la historia... análisis crítico... actitudes y proyectos... que posibiliten la transformación del sistema actual” (p. 82). Con su actuar, las y los integrantes de Psicocalle no nos concebimos como agentes extraños a las comunidades que procuramos comprender (premisa prevalente de la objetividad en el ámbito científico), sino que nos asumimos agentes de cambio en los conflictos que abordamos “desde abajo” y no sólo desde el “arriba” a cargo de las instituciones de gobierno. Nos percatamos de que nuestra agencia implica resistir al margen del poder del Estado y practicar la no violencia “mediante una empatía desde la cual nos dolemos para motivarnos en contra de la continuación de la violencia y la destrucción” (Butler, 2020, p. 44). Nuestra perspectiva educativa parte, como sugiere Vicenç Fisas (2016), de la “disidencia, la indignación y la desobediencia responsable, la elección con conocimiento y la crítica” (p. 164). Ensayamos una educación pro-social para la convivencia, la autonomía y la responsabilidad de las personas, para que sean ellas protagonistas de su propia historia e instrumentos de su transformación, lo cual es particularmente relevante para los habitantes de la calle en quienes se palpa la conmiseración y el rechazo que niegan su agencia y capacidad de decidir.

El actuar de Psicocalle es hacia la realidad que percibimos fuera de nosotros, en la calle, pero nuestra percepción también envuelve miradas hacia nuestro interior para practicar la política en primera persona... para después coparticipar con nuestras semejantes... para el encuentro de individualidades” (Fisas, 2016, p. 165). En resonancia con la propuesta psicoanalítica de Arno Gruen (2008), aspiramos a romper creencias que imposibilitan la paz y comprimen la esperanza mediante premisas que testifican que “la violencia es una ley de la naturaleza” y que “el éxito es lo que importa” (p. 13). La mirada interior nos lleva a reconocer nuestros sentimientos frente al conflicto, porque al final, la educación para la paz es, siempre, una educación sobre los conflictos. Nos permite, como dice el pedagogo Paulo Freire (2010), “servirnos de nuestra curiosidad y perder el miedo... al cientificismo que nos ha inculcado el miedo de nuestros sentimientos, de nuestras emociones, de nuestros deseos, el miedo a que nos echen a perder nuestra cientificidad” (p. 63); nos convoca a la humildad, porque “la humildad nos ayuda a reconocer esta sentencia obvia: nadie lo sabe todo, nadie lo ignora todo” (p. 76).

En este ensayo se narran las investigaciones, experiencias y la labor de Psicocalle Colectivo. La narrativa es guiada por el reconocimiento, la comprensión y las acciones propuestas como rutas para construir la paz en la Declaración para la Transición hacia una Cultura de Paz en el Siglo XXI, elaborada originalmente por David Adams, Federico Mayor Zaragoza y Roberto E. Mercadillo en 2018, y firmada, hasta hoy por personas 142 de 17 países[2]. La última sección concluye con un modelo y propuesta que integra actitudes, pensamientos y acciones de Psicocalle en el marco de la cultura, la educación y la construcción de paz.

La senda de Psicocalle Colectivo

Reconocimientos y recuerdos

Psicocalle Colectivo inicia con el reconocimiento de una idea que configura el problema principal que nos atañe: la violencia. Tal como plantea la Declaración, primero “Reconocemos que la expandida creencia de la inevitable naturaleza violenta de los seres humanos, nos ha llevado a un punto de quiebre en nuestra historia y que debemos crear y actuar con urgencia nuevas formas de convivencia para acelerar la transición hacia una Cultura de Paz”. Este reconocimiento posiciona nuestra labor en la academia y en la ciencia hacia la búsqueda de argumentos y evidencias que neutralicen la creencia de la supuesta naturaleza violenta que permea a quienes habitan la calle y a quienes usan sustancias psicoactivas, y que ha sido utilizada para justificar su exclusión, discriminación, marginación y rechazo como estrategias para alejarnos del problema y concebir a estas personas como enemigas sociales.

Por supuesto que, como individuos “Reconocemos que el cambio emanado de los individuos puede guiarnos en la búsqueda de aquello que nos vincula con los otros humanos y con la vida toda”. Pero, cual colectivo que incide en el estudio de fenómenos sociales, también reconocemos que “el cambio individual no es suficiente y que la transición hacia una Cultura de Paz requiere de profundas transformaciones y reformas de las instituciones y políticas que nos conduzcan a un cambio colectivo”. Por eso, ensayamos metodologías para investigar no sólo desde el materialismo académico, sino desde una consciente y utópica posibilidad de la paz mediante la cual los hallazgos científicos se traduzcan en propuestas para construir y crear dispositivos culturales para la justicia social, en colaboración con instituciones de gobierno y organizaciones de la sociedad civil.

En la búsqueda de los intentos humanos por lograr una vida más justa y con agencia activa, “Recordamos la Carta de las Naciones Unidas [...] cuyo preámbulo declara: Nosotros los pueblos [...] resueltos [...] a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres [...] a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad”. Nos configuramos, universitarias y universitarios, como parte de ese pueblo resuelto a actuar en pos de nuestros derechos y tornar nuestra labor en una vía para asumirlos y defenderlos. Nos vertimos en una labor científica comprometida con la dignidad humana y cuya perspectiva debe ser defendida, precisamente, por las y los científicos. Adoptamos el compromiso de tomarnos en serio el comúnmente ignorado Derecho a la Ciencia plasmado en Declaración Universal de Derechos Humanos desde 1948: “Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten”.

Cual colectivo interesado en las neurociencias y el comportamiento humano, recordamos como eje de nuestra labor al “Manifiesto de Sevilla sobre la Violencia [...] que concluye que: [...] la biología no condena a la humanidad a la guerra, al contrario [...] La misma especie que ha inventado la guerra también es capaz de inventar la paz. La responsabilidad incumbe a cada uno de nosotros”. Por eso, recordamos que el abuso emocional y físico, los insultos, el maltrato, la discriminación y la marginación vivida desde la infancia provoca en sus víctimas la disminución de neuronas en regiones cruciales del cerebro para el desarrollo cognitivo y la convivencia social, además de favorecer funciones cerebrales que exacerban la experiencia iracunda y motivan el actuar agresivo. Recordamos que la guerra y la violencia vivida en nuestras comunidades altera la función y estructura de nuestro cerebro y de nuestra fisiología, disponiéndonos a comportamientos agresivos que se despliegan en ambientes de poder y sumisión extremos, con poco espacio para la libertad de decisión y acción (Gallegos, Trabold, Cerulli & Pigeon, 2021; Moreno & Calixto, 2020; Zhang et al., 2021). Argumentamos que, si bien nuestro sistema nervioso puede llevarnos a actuar violentamente, esto sucede cuando el ambiente ha modelado nuestros sistemas con información y experiencias que llevan al rencor, al miedo y al odio.

Con el interés por comprender la mente humana, “Recordamos la Declaración de Yamusukro [...]sobre la Paz en la Mente de los Hombres [...] que declara que: Los seres humanos no pueden trabajar para un futuro que son incapaces de imaginar [...] La humanidad sólo puede asegurar su futuro mediante una cooperación que respete la primacía del derecho [...]” Nuestro recordatorio se sustenta en una diversa red de funciones cerebrales que da sustrato corporal a pensamientos autogenerados e imaginaciones basadas en experiencias pasadas, propósitos y anhelos (Beaty, Benedek, Silvia & Schacter, 2016). Nuestra esperanza se sustenta en experiencias de compasión y en el actuar que motiva para aliviar el sufrimiento de los otros mediante funciones cerebrales que disponen a la empatía y a decisiones morales; a actuar lo que valoramos como correcto frente al sentir propio y de los demás (Mercadillo, Díaz, Pasaye & Barrios, 2011; Mercadillo, Alcauter, Fernandez-Ruiz & Barrios, 2015). Asumimos que, mediante la cultura y educación para la paz, nuestro cerebro y su función, la mente, se nutren de información para sentir al otro, comprender sus condiciones y actuar para inhibir y contrarrestar la violencia que provoca su sufrimiento y el nuestro (Mercadillo, 2010).

La compasión, entonces, no es sólo un sentimiento, sino motivadora de acciones, y por eso recordamos guías para actuar compasivamente. “Recordamos el Manifiesto 2000 por una Cultura de paz y No Violencia” para sumarnos a los 75 millones de personas alrededor del mundo que lo han firmado para comprometerse a:

“respetar la vida y la dignidad de cada persona [...] practicar la no violencia activa [...];”

“compartir mi tiempo y mis recursos materiales cultivando la generosidad a fin de terminar con la exclusión, la injusticia y la opresión política y económica;”

“defender la libertad de expresión y la diversidad cultural privilegiando siempre la escucha y el diálogo [...]”

“contribuir al desarrollo de mi comunidad, propiciando la plena participación de las mujeres y el respeto de los principios democráticos, con el fin de crear juntos nuevas formas de solidaridad.”

Comprensiones

Para Psicocalle Colectivo, el reconocimiento y los recordatorios de lo que ha propuesto la humanidad constituyen guías para comprender la vida en la calle y el uso de sustancias psicoactivas, con nuevas metodologías que contemplen a quienes queremos comprender como personas con múltiples expresiones con las cuales interactuamos. Por eso, a las habilidades investigativas se suman actitudes que favorecen los vínculos humanos y nuestra propia educación mediante prácticas que procuren “...una pedagogía no sólo centrada en la tolerancia, sino en la aceptación de la diversidad de los otros que nos conduzca a la inclusión social, el entendimiento mutuo y a la cooperación”.

La tolerancia, dice Freire (2010), es una cualidad indispensable de quien pretende educar, porque “tolerar implica limites, principios de ser respetados, responsabilidad en un ambiente de democracia” (p.79). Es por esto que nuestras metodologías para conocer y sistematizar las experiencias de quienes viven en la calle procuran su inclusión, no sólo como objetos y sujetos de estudio, sino como participantes conocedores de los ambientes callejeros y de las sustancias psicoactivas, para tolerar sus experiencias, aceptarlas y escucharlas de par a par. Así, el investigador desde Psicocalle Colectivo funge como una especie de acompañante para que la persona en la calle comunique su experiencia y conocimiento. Porque, como dice Fredi, educador y habitante de la calle: “Para hablar de la experiencia de la vida y las drogas debemos saber que estamos siendo escuchados, que seremos comprendidos; de lo contrario, para qué hablar con alguien más que con uno mismo” (Mercadillo & Cabrera, 2022, p. 211). Mediante su historia sistematizada en Psicocalle, Fredi expone al mundo su memoria, en sus palabras, sin juicios, para que conozcamos la diversidad humana a través de la historia de sus personajes y personas que son humanas también y parte del problema y realidad que cohabitamos, para conocer la forma en que estos personajes y personas viven la violencia y lidian con ella y así, trazar rutas sensibles de investigación.

Investigar la calle con tolerancia y aceptación nos permite percibir a sus habitantes en su comunidad, porque, como dice Gruen (2008), “lo que sí caracteriza a una comunidad es la cooperación y la cohesión social, entonces cada miembro puede desplegar su propio potencial y ponerlo al servicio de la colectividad” (p. 45). Fue así que, mediante instrumentos psicométricos y entrevistas clínicas y fenomenológicas observamos que quienes usan sustancias psicoactivas y viven en las calles padecen también psicosis, ansiedad y depresión, y que sus síntomas se exacerban por las condiciones estresantes, la exclusión y el peligro que implica la calle. Observamos también que, a falta de apoyo institucional y acceso a servicios de salud, ellas y ellos crean maneras de lidiar con esas condiciones, buscan espacios para descansar y dormir y así resarcir los efectos de las sustancias y los síntomas psiquiátricos; buscan estos espacios en comunidad, para protegerse del abuso de los otros, incluyendo a las autoridades (Terán-Pérez et al., 2020). Fue así que, mediante etnografías multisituadas, observamos que la motivación de mujeres que venden y usan inhalables en las calles de Ciudad de México parte de la violencia que han vivido al interior de sus familias y en la sociedad, y que mediante el intercambio de inhalables cooperan entre ellas para sobrevivir y cohesionarse, para formar una comunidad que las proteja de quienes las consideran enemigas (Paredes, Enciso & Mercadillo, 2022). Con ello, se matiza la criminalización hacia su actividad ilícita y la comprensión de su vida nos envuelve a todas y todos los miembros e instituciones de la sociedad de la cual formamos parte. Nos invita a pensar la calle como espacios que retan a sus habitantes para el desarrollo de habilidades y estrategias sociales y cooperativas que permiten su supervivencia.

Cual colectivo estudioso de las neurociencias, comprendemos que “nuestro cerebro se nutre de experiencias brindadas por el mundo social y que nuestras naturalezas social y biológica posibilitan la paz mediante la empatía, la cooperación y la capacidad de aprender y decidir formas no violentas para resolver conflictos mediante el diálogo, la escucha paciente y la responsabilidad de todos y cada uno de nosotros”. Con ello, comprendemos también que la vida con violencia en edades tempranas favorece el abuso de sustancias y violencia en etapas adultas (Páez-Martínez, Martínez-Mota & Mercadillo, 2020), y que “los niños que han sido privados de la posibilidad de convertir sus propias percepciones y la necesidad de calor y amor [...] al llegar a adultos tienden a amoldarse y someterse [...] están llenos de cólera y odio hacia todo lo viviente” (Gruen, 2008, p. 42).

Por lo anterior, comprendemos que la investigación sobre el abuso de sustancias y la violencia desde una perspectiva de paz, debe hacerse con amabilidad, respeto y profundidad, y que así podemos sistematizar historias de vida que permitan la comprensión por parte de quienes no viven en la calle o no usan sustancias. Comprendimos que el compartir las experiencias psicoactivas y la vida en calle implica a veces un vínculo mediante el cual la persona no busca a una investigadora, sino a una acompañante, a una amiga, tal como lo expresó Libertad, habitante de la calle y usuaria de inhalables, durante nuestras investigaciones (Paredes, 2018). Comprendimos, como lo expresó Knucklehead, adolescente con historia delictiva y con abuso de sustancias, que vivir bajo el consumo era un estigma que lo excluía, que la violencia, la delincuencia y las drogas eran una forma de acceder al bienestar y placer que no encontraba en su barrio y que, pese a ello, deseaba dejar de consumir, tenía aspiraciones y sueños que sólo comunicaba y reflexionaba en un ambiente de diálogo, apertura y comprensión empática que no lo juzgaba (Gutiérrez, Enciso & Mercadillo, 2020). Mediante registros de neuroimagen por resonancia magnética, observamos que Kalusha, usuario de inhalables durante 15 años y habitante de la calle, mostraba un cerebro dañado que le dificulta comunicarse. Pero, la observación de su vida cotidiana nos hizo ver que, aún con ese daño, procuraba cuidarse a sí mismo y cuidar de los demás, y comprendimos que la vida en su comunidad callejera, aunque brutal, lo enriquecía con estímulos, emociones y satisfacciones que quizá reducían los efectos dañinos de los inhalables en su cerebro y lo capacitaban para vivir y comprender a los otros (Hernández-Medina, Paredes, Garza-Villareal & Mercadillo, 2022).

La investigación de la vida en la calle y el uso de sustancias psicoactivas nos coloca en un universo amplio al interior de la mente humana y fuera de ella, en el que se intersectan los saberes de la farmacología, las neurociencias, la antropología y la psicología, con los saberes de quienes día a día consumen sustancias y viven en la calle. Mediante el diálogo de saberes, comprendimos que Psicocalle puede constituir una estrategia educativa hacia el interior del colectivo, brindando a sus integrantes espacios para la reflexión crítica sobre su labor y formación científica. Pero también hacia afuera, hacia quienes viven en la calle para fortalecer su sentido agencia, acompañándolos en sus propias estrategias de cambio. Y también hacia quienes no habitan en la calle ni usan sustancias psicoactivas, pero que desean comprender esos mundos con información y experiencias diferentes al estigma que promueven los medios y la propaganda gubernamental. La comprensión desde Psicocalle Colectivo puede contribuir a educar para la paz porque, como sugiere Fisas (2016), consiste en “dotar al individuo de autonomía, suficiente para que pueda razonar y decidir con libertad”. Esta comprensión nos llevó a mundos diversos de personas que habitan la calle y que atraviesan diferentes condiciones de acuerdo a su edad y género. Notamos que ciertas percepciones culturales y patriarcales en la calle señalan que lo público le pertenece a lo masculino, a la violencia, a la fuerza y a la supervivencia. Pero, si nos detenemos un poco a observar con atención, miramos que, así como en otros espacios sociales, la diversidad callejera también la conforman mujeres, infancias, adultez mayor, personas que viven con discapacidad, personas de la comunidad LBTG+, racializadas, migrantes y poblaciones indígenas que con sus múltiples intersecciones hacen que la vida en calle muestre tantas variables como habitantes de calle existen, pero que, en común, comparten el estigma, la incomprensión y la injusticia social.

Para Psicocalle Colectivo, investigar y comprender el uso y el abuso de sustancias psicoactivas incide, necesariamente, en políticas y economías que favorecen ambientes violentos. Por eso, “Comprendemos que para que las ciencias contribuyan a políticas y economías de paz, deben construir puentes de aprendizaje y empatía con las tan diversas creencias y conocimientos tradicionales que tenemos cual humanidad diversa y compleja para responder, juntos, nuestra posición en el mundo”. Comprendimos que el uso y el abuso de sustancias implica, además de dimensiones biológicas, políticas y económicas, una dimensión existencial y que, paradójicamente, desde algunas tradiciones indígenas, las sustancias psicoactivas contribuyen a desvelar la existencia. Así lo mostró la historia de El Merol, hombre que cesó su abuso de alcohol tras utilizar tres sustancias enteógenas: ayahuasca, sapo y peyote (Caro, Enciso & Mercadillo, 2020). Al principio, El Merol estigmatizaba el uso de esas sustancias como lo hace el común de la población en México: “Y sí, tachaba estas medicinas ancestrales como cosas para divertirse, para la gente que quería ver cosas fantásticas, como droga, algo que no servía para nada y que te iba a perjudicar en tu salud” (p. 581). Pero después de usarlas como medicina y cesar su consumo alcohol, notó algo en él: “Es bastante fuerte mirarse uno mismo y me enseñaba al alcohólico, me estaba enseñando: ¿oye, te ayuda esa máscara? ¿te gusta esa máscara? ¿te ayuda en algo? [...] El entendimiento y la conciencia llega después, pero los mensajes son tan claros y tan amorosos que realmente te da una sensación de quererte a ti mismo, te empiezas a abrazar, es difícil de explicar, pero te empiezas a querer” (p. 586).

Con tal comprensión, asumimos que la labor científica debe contribuir, activamente, a desvanecer el estigma en torno al uso de sustancias psicoactivas, a denunciar los daños sociales y vidas que han cobrado las radicales guerras contra las drogas en México y muchos otros países, y pugnar por políticas de salud basadas en evidencias científicas y no, como hasta hoy, en sesgos y prejuicios que han llevado a la criminalización de usuarios de sustancias. Sin embargo, comprendemos que debemos desarrollar visiones científicas que no ignoren las dimensiones existenciales y espirituales en las cuales se asientan los conflictos y la posibilidad de la paz. Así lo comprendimos al observar que la lectura y reflexión de la Oración de la Paz usada por grupos de apoyo mutuo en tratamientos para adicciones, provoca funciones cerebrales que disponen a la empatía y la cooperación, aún en personas ateas, y que estas funciones disponen a la comprensión del otro y la responsabilidad social (Mercadillo et al., 2017). Así lo comprendimos al conocer que las experiencias sanadoras mediante hongos alucinógenos en la región Mazateca de Oaxaca, México, involucran saberes tradicionales profundos que desencadenan experiencias espirituales que pueden ser abiertamente dialogadas con las neurociencias para complementar el conocimiento de lo humano (Fagetti & Mercadillo, 2022).

Las investigaciones realizadas por las y los integrantes de Psicocalle nos han llevado a percatarnos, cada vez más, del papel activo que estudiantes y académicos debemos asumir para ser escuchadas y escuchados como parte de la sociedad a la cual pertenecemos. Y comprendemos también que, “[...] al escuchar las voces de “Nosotros los pueblos [...] nos comprometemos a conocer y defender activamente los derechos humanos, la libertad, la dignidad y la igualdad, conservando y respetando nuestra diversidad”. Esto es, nos comprometemos a desarrollar una actividad científica situada en los derechos y su defensa, porque una ciencia sin sitio desarrolla información y no conocimiento que se difunde y se hace ecológico.

Acciones

La cultura de paz requiere acciones que posibiliten su construcción. Por eso, las comprensiones sobre la vida en la calle y el uso y abuso de sustancias psicoactivas que Psicocalle ha comprendido mediante la investigación transdisciplinaria, procuran traducirse en acciones que coinciden con algunas propuestas locales plasmadas en la Declaración para la Transición hacia un Cultura de Paz en el Siglo XXI.

Las investigaciones sobre enriquecimiento ambiental en modelos animales nos han hecho pensar que las mejoras de ambientes físicos y sociales de las ciudades podrían ser alternativas para revertir algunos efectos dañinos del abuso de sustancias psicoactivas. En el caso humano, tal como observamos en las investigaciones por neuroimagen, registros etnográficos e historias de vida, el enriquecimiento ambiental implicaría la creación de espacios públicos en los barrios y en donde ciudadanas y ciudadanos encuentren alternativas para su esparcimiento, con seguridad y libertad. Pero, también espacios para ser escuchadas y escuchados y para fortalecer su noción comunidad mediante actividades que fomenten la cooperación y la expresión de sus creencias y conocimientos. Estas serían iniciativas encaminadas, como sugiere Fisas (2016), a “un desarrollo social y humano que integre nuestras capacidades intelectuales, emocionales y espirituales, y satisfaga las necesidades humanas básicas... que las acciones se traduzcan en cambios de conducta y en movilizaciones y creaciones culturales del vivir cotidiano” (p. 177). Por eso, promovemos iniciativas que “Garanticen la inversión en la mejora y enriquecimiento de los ambientes físicos y sociales de las ciudades, para que nuestros cerebros se nutran desde edades tempranas con experiencias de bienestar y consciencia de las condiciones que requieren ser transformadas en nuestras comunidades”. Cual públicos, estos espacios pueden usarse y compartirse por pobladores que viven en las calles y por muchas otras personas que integran nuestra sociedad. Para favorecer esta convivencia, Psicocalle ha participado en reuniones de trabajo con varios colectivos que laboran con poblaciones callejeras y con el Programa de Derechos Humanos de la Ciudad de México para informar sobre sus particulares necesidades y contribuir a estrategias para desvanecer las representaciones sociales de vagabundo, sucio, criminal o drogadicto que promueven una serie de discriminaciones y prejuicios y dificultan la convivencia entre diferentes sectores de la sociedad.

Coincidimos en la necesidad de que se “Fomenten y apoyen proyectos de educación para la paz, expandibles en las instituciones públicas y en ámbitos no formales mediante iniciativas comunitarias que no sean exclusivas de escuelas y universidades que los conviertan en un negocio”. En este ámbito, Psicocalle, como colectivo universitario con acciones educativas no formales, ha contribuido en el ámbito de la salud mediante la capacitación y formación en intervenciones comunitarias para estudiantes de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México (Ilustración 1). Con ellas y ellos acudimos a puntos de calle y a albergues públicos para realizar diagnósticos de salud, pruebas de VIH, sífilis y glucosa, y para enseñar prácticas de higiene corporal y bucal. Trabajamos de la mano de la Clínica Condesa de la Ciudad de México, especializada en VIH, para coadyuvar en la atención a las personas que viven en las calles y promover prácticas que reduzcan el riesgo de contagio de enfermedades de transmisión sexual. En poblaciones de mujeres, realizamos iniciativas sobre gestión menstrual. Hemos realizado encuestas a grupos pequeños de pobladoras de calle para hacer un diagnóstico del fenómeno y construir acciones desde necesidades reales, logrando poner en marcha colectas de productos de gestión menstrual (toallas desechables) para entregarlas a las pobladoras directamente y mediante otros colectivos dedicados a la misma actividad. En ferias de salud, proporcionamos información sobre los ciclos menstruales y anatomía de la vulva y órganos internos involucrados en la menstruación (Ilustración 2). En nuestro diálogo con instituciones de gobierno, hemos solicitado acceso gratuito a baños públicos y generado espacios de sensibilización con funcionarias y funcionarios en relación a la gestión menstrual en calle y a la diversidad sexo-genérica de las personas pobladoras de calle.


Ilustración 1.
Estudiantes de medicina en formación para la promoción de la salud comunitaria y acceso a la salud en puntos de calle de Ciudad de México.

En esta escena explican el uso de métodos anticonceptivos y prácticas de higiene corporal a la población y habitantes de calle.

Psicocalle Colectivo.


Ilustración 2.
Participación de Psicocalle en la “Carpa roja” de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México.

La iniciativa “Carpa Roja” es una acción que recupera la construcción de espacios de cuidado hechos por mujeres para mujeres. En esta intervención se compartió información sobre gestión menstrual para sensibilizar a las estudiantes sobre la forma en que mujeres que habitan la calle viven su menstruación.

Psicocalle Colectivo.

Nuestras actividades implican la divulgación científica porque es necesario llevar “[...] conocimientos científicos amplios y transdiciplinarios a las comunidades y barrios para que las personas interroguemos y pensemos la pertinencia de nuestras creencias y valores, para que tomemos consciencia de nuestra posición en el mundo y relación con las demás especies, para que comprendamos que la biología e historia previa no determinan nuestro destino, y para guiar nuestro aprendizaje de resolución de conflictos basado en la no violencia”. La divulgación de la ciencia realizada por Psicocalle Colectivo implica una continua reflexión para, como sugiere Freire (2020), percatarnos de que “mi presencia en el mundo, con el mundo y con los otros implica el conocimiento entero de mí mismo” (p. 95). Esto es, sus integrantes realizamos una constante revisión de nuestras experiencias directas o indirectas de los fenómenos que nos atañen: la violencia, la vida en la calle y el uso y abuso de sustancias psicoactivas. Con esa conciencia, participamos en ferias organizadas en plazas públicas y elaboramos material digital e impreso para informar sobre la situación de las personas que viven en las calles, sobre los efectos biológicos y sociales del uso y abuso de sustancias psicoactivas, y sobre estrategias para reducir sus riesgos y daños (Ilustraciones 3 y 4). Si bien estos materiales son resultado la investigación bibliográfica, experimental y empírica, también, en gran medida, integra información y conocimientos comunicados directamente por personas que viven en las calles o que son usuarias de sustancias psicoactivas, logrando así que sea material construido por las mismas personas de la comunidad para que sea leído por otras personas que habitan su cercanía geográfica y comparten ciertas condiciones biopsicosociales. Las comprensiones surgidas de la investigación científica de Psicocalle también se han compartido en mesas de trabajo con autoridades de la Secretaría de Inclusión y Bienestar Social, que tiene a cargo la atención gubernamental a personas que viven en las calles. Ahí, hemos argumentado el mantenimiento y mejora de albergues públicos que funjan como espacios dignos para el descanso y salvaguarda de pobladores callejeros que deseen utilizarlos. También hemos hecho notar la importancia de capacitar y formar a las y los funcionaros en perspectivas empáticas y efectos de sustancias psicoactivas para favorecer una atención más sensible e informada a las y los pobladores callejeros.


Ilustración 3.
Psicocalle Colectivo en el “Primer encuentro para celebrar y reconocer la diversidad de las calles”.

Se brindó información y explicaciones sobre prevención de riesgos y reducción de daños por el uso de sustancias psicoactivas. Además, se realizó una cartografía corporal colectiva para sistematizar la experiencia del uso de las sustancias sobre los cuerpos de las y los usuarios.

Psicocalle Colectivo.


Ilustración 4.
Taller “Conociendo mi cerebro”.

Mediante el dibujo y la pintura del cerebro y sus neuronas, las y los niños comprenden la constitución de su cuerpo único e individual, pero también las cualidades que comparten con sus pares.

Psicocalle Colectivo.

Entendemos que, como sugiere Butler (2020), “la violencia... no es un acto aislado, y tampoco es solo la manifestación de las instituciones o de los sistemas en los que vivimos, es también una atmosfera, una toxicidad que invade el aire” (p. 47-48). Por eso, procuramos “[...] la transparencia y el libre flujo de la información para [...] promover, apoyar y dar libertad a la imaginación y creación de nuevos vocabularios, lenguajes y narrativas para referirnos a la paz y cambiar la manera morbosa en que se transmiten los conflictos en los medios masivos”. Para ello, buscamos y creamos espacios académicos y alternativos en radio e internet para brindar entrevistas, conferencias y conversatorios que denuncien la desigualdad e injusticia social que se observa en la calle. Procuramos transmitir la voz a quienes han sido considerados, como dice Gruen (2008), perdedores irrelevantes o menos valiosos de la sociedad. Procuramos transmitir su voz no sólo desde la denuncia brutal que puede desencadenar funciones cerebrales que disponen a la animadversión y al odio (Atilano-Barbosa et al., 2022), sino también, desde la exposición de acciones que personas y colectivos realizan con autonomía para la construcción de paz. Esta labor es un intento por contrarrestar la violencia comunicada por los medios que, como afirma Fisas (2016) “dan protagonismo mediático a quienes, fascinados por la estética de la violencia [...] no saben cómo expresar una inquietud, un vacío, la incertidumbre, la rabia...” (p. 168).

En congruencia con lo propuesto en la Declaración, los espacios físicos y virtuales construidos por Psicocalle Colectivo pretenden contribuir “para la reflexión, la escucha y el diálogo entre personas con diferentes edades, diferentes necesidades físicas, afectivas, cognitivas y socioeconómicas, y diferentes identidades étnicas, lingüísticas y de género”. En estos espacios, discutimos el patriarcado y la masculinidad, y procuramos “educar para el cuidado y la ternura... introducir la expresión de cariño y la ternura en la vida de los hombres [...]” (Fisas, 2016, p. 168-169). Elaboramos talleres con el objetivo de sensibilizar a diferentes actores y comunidades para deconstruir creencias de la cultura de guerra y el uso normalizado de la violencia, mediante la reflexión del maltrato, las relaciones de poder en la pareja, familia, espacios educativos, en la calle y los espacios académicos y laborales. En la Facultad de Medicina de la UNAM hemos implementado talleres de “Ternura radical” y juegos de paz y creación comunitaria con estudiantes para disminuir el impacto de la violencia académica que les atraviesa y para compartirles herramientas cooperativas y colaborativas que les servirán en su quehacer profesional.

Para que las comprensiones y propuestas de Psicocalle se aprendan y aprehendan mediante la acción, creamos actividades de participación comunitaria que promuevan la reflexión y el diálogo dentro de la realidad callejera que es enfrentada. Cada año, en el mes de diciembre, realizamos la actividad “Regalo para todos”, que consiste en una colecta de ropa, cobijas en buen estado y alimentos para distribuirlos en los puntos de calle y, mediante una convocatoria abierta en redes sociales, invitamos a cualquier persona que desee participar. Previo a la actividad, brindamos una capacitación para sensibilizar sobre formas de aproximación respetuosa hacia quienes viven en las calles, procurando inhibir los juicios y enfatizando la empatía y la escucha activa como principales herramientas de aproximación y compartimiento de instantes. Al finalizar la jornada, realizamos círculos de escucha con las y los participantes para reflexionar en su experiencia y en su comprensión sobre la vida en la calle.


Ilustración 5.
Actividad “Regalos para todos”.

Las personas que responden a la convocatoria abierta para la distribución de bienes y atención en los puntos de calle comparten una previa capacitación y una posterior reflexión sobre la interacción respetuosa con personas que habitan la calle y sobre su comprensión en su estilo y condición de vida.

Psicocalle Colectivo.

CONCLUSIONES: UN MODELO DE PSICOCALLE PARA LA CONSTRUCCIÓN DE PAZ

Desde su creación y hasta la fecha, las y los integrantes de Psicocalle Colectivo han participado en más de 65 conferencias, conversatorios, talleres, cursos y ferias de salud para divulgación científica y denuncia social, han realizado más de 110 recorridos callejeros, campañas educativas y distribución de bienes en las calles, y han elaborado cinco tipos de materiales informativos digitales e impresos sobre reducción de riesgos y daños de sustancias psicoactivas. Su labor se ha reflejado en cinco tesis de licenciatura y posgrado en universidades mexicanas, y en 10 artículos, capítulos y libros en medios académicos nacionales e internacionales. Nuestra iniciativa se inspira en la curiosidad científica y su punto de partida son las neurociencias. Entendemos que nuestra propiedad cerebral nos vincula a todas y todos humanos como especie, pero también que nuestra función cerebral extensa y dependiente de la experiencia nos conforma diversos y variables. Nuestro entendimiento del cerebro nos lleva a pensar en los ambientes físicos y sociales que favorecen su óptima función o que la deterioran, en la información que ingresa por nuestros sentidos y que puede favorecer nuestras acciones violentas o pacíficas, en el uso de sustancias psicoactivas para experimentar placer y en su abuso vinculado al vacío, la violencia y la exclusión. Probamos una neurociencia ética para enriquecer espacios físicos, sociales y simbólicos que habitamos. Enfatizamos la libertad de acción y la autonomía que solo puede comprenderse desde la noción de persona y desde la transdsiciplina, para intentar vernos desde diferentes ángulos, porque las personas constituimos vistas, cogniciones y comportamientos variables (Mercadillo y Fuentes, 2018).

Psicocalle Colectivo se enmarca en la educación y construcción de paz, porque los fenómenos que procura comprender y atender no sólo implican la visibilización y la denuncia, sino el acompañamiento de acciones y de toma de conciencia de las partes afectadas por la injusticia y también por la población y la ciudadanía en su conjunto. Por eso, nuestra investigación no sólo puede ser descriptiva, experimental o empírica, sino que estudiantes e investigadores nos asumimos actores y militantes de una paz que compromete nuestras creencias, presupuestos y comunidad para romper con viejas formas de violencia e insertarnos en la ruptura, para hacer personales nuestras acciones y conocimientos y mantener en mente una pregunta sugerida por Butler (2020): “¿me permitiría este modo de conocimiento vivir y pensar, respirar y moverme, desear y vivir, enfrentar mi mundo y llevar a cabo su potencial emancipador? (p. 112). Las y los integrantes de Psicocalle intentamos emancipar a la academia para desvanecer el adoctrinamiento sobre el uso de sustancias, la vida en la calle y el actuar científico en sí mismo.

Tanteamos situarnos en el mundo de los otros para experimentar, en lo posible, su rabia y dolor en la calle. La rabia, la ira y la indignación se vuelven cruciales motivadoras, pero se acompañan de una empatía compleja que incluye al reconocimiento mutuo, a la percepción y los sentidos, a las reacciones fisiológicas internas, al conocimiento de la propia historia, a los valores y creencias aprendidos en nuestras culturas, al contagio del estado sentido y manifiesto del otro, a las consecuentes decisiones y acciones desencadenadas por ese contagio, a las representaciones artísticas, símbolos, códigos y valores que se representan en lo público, y a las instituciones de educación, salud, política o religión que dan insumos para enmarcar nuestras acciones en el mundo cultural (Mercadillo y Atilano-Barbosa, 2022).

La propuesta de Psicocalle es congruente con la de Janet Kwok y Robert Selman (2017) surgida desde la psicología educativa para definir acciones cívicas cuya educación no sólo sea conceptual, sino que se exprese mediante acciones que indiquen la estructura mental de lo aprendido. Kwok y Selman proponen un modelo de compromiso cívico que implica, también, un proceso de socialización política en el cual las y los estudiantes son agentes activos y mediante el cual crean, como colectivo, competencias sobre el contenido y la función del gobierno y habilidades criticas de pensamiento. Su modelo integra competencias individuales inscritas en la participación social informada que intersecta a la capacidad de empatía, al sentido de agencia o disposición a la acción y al análisis de la evidencia o comprensión, crítica, discusión y síntesis de múltiples fuentes de datos, incluyendo la información contradictoria. También integra dominios epistemológicos inscritos en la reflexión social informada que intersecta a la orientación cívica o conceptualización sobre la responsabilidad de una persona y su papel como miembro de una comunidad, a la conciencia ética o guías morales, confianza, justicia y cuidado en las relaciones del grupo social, y a la comprensión histórica o memoria de expresiones individuales y compartidas. La participación social informada y la reflexión social informada se vinculan mediante el análisis temático necesario para que las personas mapeen su cultura y preocupaciones, así como mediante y el análisis de discurso para definir las fronteras y expectativas de sus roles y responsabilidades en la escuela y en su contexto (ver Figura 1).


Figura 1.
Modelo de Janet Kwok y Robert Selman sobre el compromiso social informado y la reflexión social informada que direccionan el actuar cívico.
Figura modificada de Kwok & Selman (2017), p. 28.

En este texto, nos inspiramos en la propuesta de Kwok y Selman para modelar las comprensiones alcanzadas y las acciones realizadas por las y los integrantes de Pisococalle, como individuos y como colectivo. Complementamos su propuesta con un marco del sentir y el actuar compasivo que motiva nuestra acción frente al padecer de la otredad y con un marco de cultura de paz que encamina a acciones hacia una construcción de paz activa, conciliatoria, emancipadora y resistente en la vida en la calle y en el uso de sustancias psicoactivas (ver Figura 2).


Figura 2.
Modelo de comprensión y acción de Psicocalle Colectivo enmarcado en la compasión y la cultura de paz, y encauzado a la construcción de paz.

La iniciativa Psicocalle constituye una propuesta de investigación y de acción universitaria, que al mismo tiempo dota a sus integrantes de herramientas para una educación ciudadana que no se limita a ejercer la ciudadanía, sino que involucra dimensiones éticas para la convivencia social y la identidad, y el desvanecimiento de prejuicios, discriminación e intolerancia, provocando con todo ello experiencias emocionales que dan sentido a la acción de sus integrantes (Conde-Flores, García-Cabrero & Alba-Meraz, 2017). Quizá, la labor de Psicocalle sólo intenta promover utopías y sueños porque, como anota Gruen (2008), “los sueños pueden ser más subversivos que las ideologías políticas; por eso les resultan tan amenazadores a los autoproclamados realistas” (p.13).

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Notas

[1] Psicocalle Colectivo se integra, hasta este momento, por Lorena Paredes (antropóloga, estudiante doctoral en la Escuela Nacional de Antropología e Historia), Mosco Aquino (farmacóloga, estudiante doctoral de la Universidad Nacional Autónoma de México), Luis Guerrero-Méndez (psicólogo comunitario, director operativo de Justicia Transicional y Paz A.C.), Paola García (terapeuta en infancias y especialista en género en el Centro de Entretenimiento Infantil del Centro de Salud T-III "Dr. Salvador Allende" con Clínica de Especialidades), Ariel Vilchis Reyes (académico del Departamento de Salud Pública de la Facultad de Medicina, Universidad Nacional Autónoma de México), Andrea Arias (administradora) y Tonatiuh Martínez Moreno (diseñador gráfico, activista ambiental y líder comunitario) y Mariana Irene Flores (activista comunitaria y profesora de poesía en la calle). Si bien la autoría del presente texto se restringe a tres personas (L. Paredes, M. Aquino y R.E. Mercadillo), todas y todos los integrantes de Psicocalle Colectivo participan en varias de las actividades y propuestas que aquí se narran y contribuyeron a conceptualizar el texto, revisarlo y elaborar el material que aquí se expone. La iniciativa Psicocalle Colectivo es acogida y respaldada por Justicia Transicional y Paz AC, organización de la sociedad civil enfocada en el estudio e intervención de la violencia y la paz; parte de la trayectoria de Psicocalle puede encontrarse en su sitio virtual: http://www.jtp.mx/#proyectos
[2] La Declaración para la Transición hacia una Cultura de Paz en el Siglo XXI puede ser consultada, firmada y comentada en el sitio virtual de Justicia Transicional y Paz AC http://www.jtp.mx/declaracion-por-la-paz/es


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