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Etnografías feministas en América Latina. Contribuciones para un estado de la cuestión
María Victoria Martínez-Espínola
María Victoria Martínez-Espínola
Etnografías feministas en América Latina. Contribuciones para un estado de la cuestión
Feminist ethnographies in Latin America. Contributions to a state of the question
Revista CoPaLa. Construyendo Paz Latinoamericana, vol. 9, núm. 20, 2024
Red Construyendo Paz Latinoamericana
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Resumen: El presente trabajo tiene como principal objetivo contribuir al estado de la cuestión en el campo de las etnografías feministas en América Latina. De manera específica, nos focalizamos en investigaciones que tematizan las cuestiones de género y etnicidad. La metodología de trabajo empleada en este escrito se basa en la lectura y análisis de bibliografía específica sobre el tema. Algunas de las preguntas que orientan el análisis refieren a: cuáles son las perspectivas teórico-metodológicas en las que se enmarcan las etnografías feministas; qué problemáticas abordan las etnografías feministas latinoamericanas en el cruce temático de género y etnicidad; cuáles son las principales características de estas etnografías respecto de las distintas fases de los procesos de investigación.

Palabras clave: Investigación feminista, etnografía feminista, América Latina.

Abstract: The main objective of this work is to contribute to the state of the art in the field of feminist ethnographies in Latin America. Specifically, we focus on research that analyzes the dimensions of gender and ethnicity. The work methodology used is based on the reading and analysis of specific bibliography on the topic. Some of the questions that guide the analysis refer to: what are the theoretical-methodological perspectives in which feminist ethnographies are framed? What problems do Latin American feminist ethnographies address at the thematic intersection of gender and ethnicity? What are the main characteristics of these ethnographies with respect to the different phases of the research processes?

Keywords: Feminist research, feminist ethnography, Latin America.

Carátula del artículo

Artículos

Etnografías feministas en América Latina. Contribuciones para un estado de la cuestión

Feminist ethnographies in Latin America. Contributions to a state of the question

María Victoria Martínez-Espínola
Instituto de Ciencias Humanas y Ambientales (INCIHUSA), Centro Científico Tecnológico (CCT)-Mendoza, CONICET., Argentina
Revista CoPaLa. Construyendo Paz Latinoamericana, vol. 9, núm. 20, 2024
Red Construyendo Paz Latinoamericana

Recepción: 07 Febrero 2024

Aprobación: 02 Junio 2024

Introducción

El tema que nos convoca en este escrito se ubica en el cruce de dos grandes campos temáticos: por un lado, la investigación feminista, por otro, la etnografía. Ambos temas están atravesados por la temática de la alteridad. Por un parte, la investigación feminista es planteada por las ‘otras’ del saber androcéntrico, positivista, objetivo, racional y llevado a cabo por un sujeto varón: las mujeres científicas que, desde la década de los ’80 del siglo XX cuestionan el androcentrismo y el sexismo subyacentes a los modos de producir conocimiento científico. Por su parte, la etnografía en tanto rama de la antropología, es constituida por la dimensión del ‘otro’, desde su origen como campo del saber. Las maneras de comprender al ‘otro’ en tanto objeto de estudio propio de la antropología han atravesado, desde fines del siglo XIX hasta la actualidad, múltiples debates éticos, epistemológicos y metodológicos. Desde fines del siglo XX, las etnógrafas feministas plantean la pregunta por la posibilidad de una etnografía feminista. Alteridades por partida doble, entonces, las otras de la ciencia en vinculación con subjetividades ‘otras’ en el contexto latinoamericano, constituyen el centro de la reflexión en este trabajo.

La incursión en este campo no es por un mero interés teórico. Mi interés se inscribe en el marco de la propia experiencia de investigación doctoral y postdoctoral, en el marco institucional del CONICET, en un itinerario investigativo que comenzó en la sociología y precisó, a la medida que avanzaba, de la teoría y la metodología propias de la etnografía. El tema general de estas investigaciones refería a las experiencias migratorias, laborales y educativas de mujeres migrantes bolivianas en la provincia de Mendoza, Argentina.

Se trató de una investigación que transitó distintas etapas a medida que se consolidaron los vínculos durante el trabajo de campo. El proyecto de investigación preveía una estrategia metodológica cualitativa, basada centralmente en observación participante y entrevistas en profundidad. Sin embargo, la incursión en el campo y la creciente vinculación con las actoras y sus contextos de vida, así como las demandas que ellas pudieron plantear hacia la investigación hicieron necesaria una revisión de la estrategia metodológica.

Comencé el trabajo de campo en una feria de comerciantes migrantes en Guaymallén, Mendoza. La gran mayoría de lxs feriantes eran mujeres migrantes trabajadoras, originarias, quechua hablantes. Conocía previamente a una joven vendedora de la feria, hija de migrantes bolivianxs, quien me presentó a algunas mujeres. Una de las situaciones no previstas fue que, al poco tiempo de comenzar el trabajo de campo, los/as feriantes fueron desalojados/as del predio donde se emplazaba la feria, en una barrio de histórica concentración de población boliviana, y comenzaron un proceso de movilización y demandas al municipio. Pude acompañar varias de las movilizaciones de las feriantes junto a otras compañeras becarias investigadoras. En ese marco, las mujeres feriantes plantearon a sus delgadas la necesidad de aprender a leer y escribir. A partir de esa demanda, y dado que existía un vínculo previo con las delegadas de la feria, emergió una grupalidad conformada por becarias, estudiantes universitarias y delegadas de la feria que nos comprometimos con la lucha de las feriantes e intentamos acompañar algunas de sus demandas. Así surgió un taller de alfabetización para las mujeres de la feria, que luego se extendió a las vecinas del barrio donde se ubica la Unión Vecinal en la que organizamos el taller. Este proceso pedagógico duró desde 2016 hasta 2022. Al comienzo fue un taller de alfabetización en el marco de la educación no formal, y con el tiempo, articulamos con instituciones educativas de la zona, y el espacio de la unión vecinal se transformó en un aula satélite de un centro de educación básica para jóvenes y adultos, dependiente de la Dirección General de Escuelas de la provincia de Mendoza.

En el marco de esos procesos grupales, mi plan de investigación procuraba comprender y analizar las experiencias y subjetividades de las mujeres respecto de la migración, el trabajo y la educación. Desde el inicio del encuentro con las ellas, transmití los objetivos de mi trabajo. Durante las experiencias compartidas fue posible realizar entrevistas en profundidad y dinámicas grupales con varias de las mujeres. Sin embargo, necesitaba de manera urgente las herramientas de la etnografía, para comprender desde una perspectiva adecuada la propia experiencia en el campo, la construcción de los datos, la reflexividad y la escritura. A su vez, la reflexión epistemológica acompañó las inquietudes y decisiones durante toda la investigación. En ese sentido, la incursión en la literatura sobre epistemologías feministas fue un anclaje teórico central.

Este breve repaso por la experiencia investigativa personal busca dar cuenta del contexto de producción de la indagación teórica que presento a continuación. En líneas generales, busca hacer cuerpo, en la escritura, a la dimensión encarnada de toda investigación feminista. Considero que de este modo pueden comprenderse las preguntas que guían el recorrido teórico que presentamos. Así, el análisis que ofrecemos se vincula tanto a la experiencia investigativa previa, como a nuevos interrogantes en planes de trabajo actuales sobre investigación feminista, migración e interseccionalidad.

El trabajo se estructura a partir de la presente introducción, tres apartados (el último de ellos subdividido en cuatro sub-apartados), unas breves reflexiones finales y la bibliografía citada. En términos generales, buscamos aportar, no de manera exhaustiva, sino desde una parcialidad situada feminista, al quehacer etnográfico latinoamericano en el cruce de género y etnicidad.

Investigación feminista y etnografía. Breve recorrido por un cruce de caminos

¿Qué significa investigar desde una perspectiva feminista? Sandra Harding, teórica del punto de vista feminista, se pregunta en su célebre artículo publicado por primera vez en 1987, si existe un ‘método feminista’. Advierte que hay una confusión implícita entre método, metodología y epistemología. Explica que el método se refiere a las técnicas de recopilación de información, mientras que la metodología se refiere a la teoría y análisis de los procedimientos de investigación, y los problemas epistemológicos a cuestiones relacionadas con la teoría del conocimiento o con estrategias de justificación del conocimiento. El problema, según Harding, ha sido que se han entendido las tres cosas bajo la misma palabra: método. La autora aclara, entonces, que los métodos en investigación social ya están establecidos, y que la diferencia radica en las maneras en que se aplican en tanto formas de recolección de información

Harding se pregunta, también, por las características de las investigaciones feministas. Uno de sus rasgos es que definen su problemática desde las experiencias femeninas. Otra característica es que analizan las experiencias de mujeres en plural, dado que entienden lo masculino y lo femenino como categorías que se producen y aplican dentro de una clase, una ‘raza’ y una cultura. Otro aspecto fundamental es que contemplan que las experiencias genéricas no sólo varían de acuerdo con las categorías culturales, sino que también están en conflicto dentro de la experiencia individual de cada persona. De este modo, podemos captar las contradicciones identitarias que experimentamos a nivel personal en tanto mujeres trabajadoras y madres, por ejemplo. Por último, destaca que las investigaciones feministas parten de las experiencias de las mujeres en la lucha política, entendiendo la politicidad tanto en la habitación, como en la cocina, las calles o las urnas. Asimismo, explica que las investigaciones planteadas desde las experiencias de las mujeres son a favor de las mujeres, es decir, les ofrecen explicaciones de los fenómenos sociales que ellas ‘quieren y necesitan’ (Harding, 1987, p. 7).

En ese horizonte amplio que Harding perfila como investigación feminista, damos un paso más en relación a las preguntas metodológicas. ¿Qué significa observar y participar en el campo desde una perspectiva feminista? Donna Haraway aporta una idea central a la investigación feminista, que es la idea de objetividad parcial. Parte del cuestionamiento sobre el significado de ‘la vista’ en el discurso científico. Éste ha sido el sentido privilegiado que permitiría ver al ‘objeto de estudio’ con distancia omnicomprensiva, instituyendo la diferencia radical entre ‘sujeto observador’ y ‘objeto observado’. Haraway busca rescatar el sentido de la vista del presupuesto colonial y masculino, reclamando el potencial cognoscitivo y científico de un ‘punto de vista’ encarnado y situado a fin de “no ceder ante los mitos tentadores de la visión como un camino hacia la des-encarnación y […] construir una doctrina de la objetividad utilizable, pero no inocente” (Haraway, 1995, p. 326).

La objetividad parcial propone reconocer y explicitar desde dónde observamos, ya que la dimensión encarnada y situada del conocimiento es lo único que puede otorgarle algún grado de ‘objetividad’: “la objetividad feminista trata de la localización limitada y del conocimiento situado, no de la trascendencia y el desdoblamiento del sujeto y el objeto” (Haraway, 1995, pp. 326-327). El conocimiento encarnado y situado invita, entonces, a tomar responsabilidad por el lugar de su producción, dado que no ostenta trascendencia ni verdades absolutas.

Se trata de una posición epistemológica que no puede ser confundida ni con la totalización ni con la relativización: “la alternativa al relativismo son los conocimientos parciales, localizables y críticos, que admiten la posibilidad de conexiones llamadas solidaridad en la política y conversaciones compartidas en la epistemología” (Haraway, 1995, p. 329). La epistemología feminista se forja, entonces, en ideas de situacionalidad, solidaridades y conversaciones. Es desde estas proposiciones que consideramos que la investigación feminista, en sus gestos epistémicos, se emplaza con la etnografía: “el mundo se resiste a ser reducido a mero recurso, porque no es ni madre, ni materia, ni murmullo, sino un Coyote, una imagen para el siempre problemático y siempre poderoso enlace entre significados y cuerpos” (Haraway, 1995, p. 346).

En el contexto latinoamericano, la mexicana Eli Bartra (2012) también indaga acerca qué significa investigar desde una metodología feminista. Afirma que, en primer término, implica un acercamiento no sexista y no androcéntrico a la realidad, así como el análisis de la división social por géneros y su jerarquía. Bartra se inscribe en la teoría del punto de vista como herramienta propia del feminismo. En ese sentido, también cuestiona la observación como procedimiento neutral. Para Bartra, siempre se observa con lo que cada quien trae adentro: con las emociones, los gustos, los talentos, la preparación, la ideología y la política.

No todos los sujetos que observan un proceso lo hacen de la misma manera. ¿Qué quiere decir esto? Significa que quien emprende una investigación feminista no mira la realidad de la misma manera que una persona insensible a la problemática de la relación entre los géneros. Por lo tanto, las preguntas que se planteará desde su ser, su sentir, su pensar, no pueden ser iguales, serán necesariamente diferentes en la medida del interés por saber cuál es el papel de las mujeres en determinados procesos (Bartra, 2012, p. 71).

Retomando a Harding, Bartra destaca que las técnicas se encuentran siempre dentro de un método y que, si éste es feminista, la manera en que se lee, escucha, observa o pregunta, tiene un enfoque distinto, no androcéntrico y no sexista (Bartra, 2012).

Ahora bien, ¿cómo se vinculan las miradas feministas del quehacer científico con la antropología en general y con la etnografía en particular en América Latina? ¿Cuáles son los aportes que a este campo realizan las etnógrafas latinoamericanas? Este escrito comparte las inquietudes de Rosana Guber (2021) en su análisis histórico de la antropología latinoamericana. Allí, Guber recorre los aportes de antropólogos y antropólogas del sur del Río Bravo a la antropología cultural o social del siglo XX y enfatiza la importancia de valernos de ese conocimiento, producido al calor de las propias realidades socio-culturales:

La agenda consistía en transformar o, al menos, reformar, mejorar, contener, acompañar a los «sujetos de estudio» que en aquellos tiempos denominaban «informantes». Sus debates eran fácilmente recuperables para las organizaciones políticas y sociales porque hablaban su mismo idioma o jerga, no sólo su misma lengua. Aquellos investigadores no hablaban ni escribían con corrección política. Simplemente no abandonaban su posición de investigadores de las realidades en las que querían incidir. Las conocía n sobradamente por haber desarrollado en ellas el ejercicio distintivo de la antropología, el trabajo de campo etnográfico (Guber, 2021, pp. 32-33).

A partir del reconocimiento de las aportaciones latinoamericanas al campo de la antropología como valiosas, nuestro recorte temático presenta una especificad, que es la vinculación con la teoría feminista en la región.

Algunas precisiones teóricas en torno a la etnografía feminista latinoamericana

Rosana Guber (2011) explica que la etnografía es, simultáneamente, un enfoque, un método y un texto. Como enfoque, alude a una concepción del conocimiento que busca comprender los fenómenos sociales desde la perspectiva de los sujetos involucrados. Por lo tanto, hay un énfasis en la descripción entendida como lo ocurrido desde la perspectiva de sus agentes (Guber, 2011). Sin embargo, sería iluso pensar que la persona investigadora vierte esa descripción sin más en un informe. Guber sostiene que las etnografías no sólo reportan el objeto empírico de investigación, “sino que constituyen la interpretación-descripción sobre lo que el investigador vio y escuchó” (Guber, 2011, p. 18). En segundo lugar, la etnografía es un método que habilita el uso de diversas técnicas, pero fundamentalmente las no directivas, tales como la observación participante y las entrevistas no dirigidas. Éstas implican la residencia prolongada con lxs sujetxs. En estas relaciones que conforman el trabajo de campo, Guber plantea que son lxs actorxs y no lxs investigadorxs lxs privilegiadxs para expresar los sentidos de sus vidas, sus cotidianeidades y su devenir. En ese marco, la persona investigadora es un “sujeto cognoscente que deberá recorrer el arduo camino del des-conocimiento al reconocimiento (…) de que no sabe [como paso fundamental para] aprehender la realidad en términos que no sean los propios” (Guber, 2011, p. 19). Por último, el producto de este recorrido, es decir, el resultado del trabajo de campo, es la etnografía como texto, en la que el antropólogo intenta representar o traducir una cultura para lectores que no están familiarizados con ella (Guber, 2011).

La vinculación entre la antropología y el análisis del género data de la década de los ’70, en el contexto norteamericano, con el surgimiento de la categoría de género y la ‘antropología de la mujer’. En la década de los ’80, se consolida como el campo denominado ‘antropología de género’ (Masson, 2007). En particular, la pregunta por la existencia de una etnografía feminista fue planteada en la misma época a partir del debate que sostienen Judith Stacey y Lila Abu-Lughod con dos artículos homónimos titulados “Can there be a Feminist Ethnography?” (Abu-Lughod, ; Stacey, 1988).

La mexicana Patricia Castañeda Salgado (2012) sistematiza este debate en sus puntos centrales. En primer lugar, afirma que se trató de una crítica radical a la etnografía clásica, que no sólo había obviado la experiencia de las mujeres al centrarse sólo en los informantes varones, sino que tampoco daba cuenta de la articulación del género con otras dimensiones del análisis, como la raza, la clase social, la edad, entre otras. Asimismo, Castañeda Salgado da cuenta de la discusión que suscitó el escrito Writing Culture, publicado en 1986 por James Clifford y George E. Marcus, donde afirman que uno de los campos más citados de la bibliografía antropológica de la época, el de la etnografía feminista, no había hecho ninguna aportación sustantiva a los procedimientos de la disciplina (Clifford y Marcus, 1986, en Castañeda Salgado, 2012). Esta afirmación fue contestada en 1995 por Ruth Behar y Deborah A. Gordon, en la compilación titulada Women Writing Culture, en la que detallaron el panorama de los caminos abiertos por las antropólogas feministas (Castañeda Salgado, 2012).

Retomando estos aportes, Castañeda Salgado avanza hacia una caracterización de lo que es la etnografía feminista. El siguiente punteo sintetiza esas definiciones:

  • Se refiere a la descripción orientada teóricamente por un andamiaje conceptual feminista en el que la experiencia de las mujeres y la develación de lo femenino, están en el centro de la reflexión.

  • Se distingue de otras etnografías porque problematiza la posición de las mujeres al dejar de considerarlas sólo como informantes para considerarlas creadoras culturales al tiempo que identifica, analiza e interpreta las orientaciones, contenidos y sesgos de género que las ubican en posiciones diferenciadas y desiguales con los varones.

  • A nivel metodológico, supone la ejecución de un procedimiento multimetódico en el cual se reconoce que cada método de investigación permite obtener información parcial sobre el observable.

  • A nivel epistemológico, se opone al positivismo y al empirismo de la etnografía tradicional, así como a los conceptos androcéntricos que están en el núcleo de las teorías antropológicas clásicas (Cfr. Castañeda Salgado, 2012)

Algunos aspectos relativos al trasfondo teórico de esta caracterización merecen mayor detalle. Consideramos que uno de los aspectos más importantes tiene que ver con la relación sujeto-objeto en el trabajo de campo. Si bien es una dimensión ampliamente analizada en la teoría antropológica, la teoría feminista, y en particular latinoamericana, introduce cuestiones significativas. Como afirma Castañeda Salgado, el dilema de la distancia sujeto-objeto no se resuelve con la propuesta dialógica que asume que en la investigación antropológica se establecen relaciones entre sujetos. La investigación feminista, precisamente pone en cuestión el hecho de que, si bien es una apuesta académica que produce conocimiento tendiente a transformar las condiciones de desigualdad entre los grupos genéricos, deja ver que dicha desigualdad también existe entre las posiciones de mujeres.[1] Así, “se rompe con el romanticismo de considerar las relaciones intersubjetivas femeninas como equivalentes, para reconocer que en el trabajo empírico el poder, los recursos y las capacidades suelen estar marcadas de manera ventajosa para las etnógrafas” (Castañeda Salgado, 2012, p. 222).

Los feminismos latinoamericanos en sus formulaciones autónomas, decoloniales e indígenas aportan claves epistémicas y metodológicas centrales para la labor etnográfica feminista, vinculada al análisis del género y la etnicidad (autora, 2015, 2020, 2021). Rita Segato, a partir de su prolongada labor antropológica con comunidades indígenas de Brasil, Argentina y México, se propone pensar las relaciones de género en el cruce entre colonialidad y patriarcado. Sus trazos y derivas se corporizan desde una “escucha etnográfica” a partir de una “antropología por demanda” que produce conocimiento y habilita la reflexión como respuestas a preguntas formuladas por quienes, desde el giro descolonial, son sujetos activos de investigación cercanos y comprometidos en el proceso de indagación (Segato, 2015; Martínez y Alvarado, 2023).

A partir de un locus de enunciación feminista y decolonial, Segato ofrece un diagnóstico con perspectiva histórica de larga data, que le permite circunscribir las problemáticas analizadas en torno al género y etnicidad en América Latina. Nos referimos a su análisis respecto del patriarcado, y la distinción entre el patriarcado originario de baja intensidad y el patriarcado colonial moderno de alta intensidad. Para Segato, el orden patriarcal tiene un papel fundante en relación a todos los órdenes de desigualdad social. Es decir, tiene un carácter arcaico, que se manifiesta en los mitos de origen de diversas civilizaciones. Señala, asimismo, que el giro colonial imprime nuevas características a ese orden político de profundidad histórica, con consecuencias sumamente desventajosas, vía subalternización, para las mujeres, los sujetos racializados y las sexualidades disidentes:

La inflexión colonial impuso un giro, una torsión importante a las relaciones de género del mundo comunal de nuestro continente, transformando la estructura dual propia del mundo precolonial en la estructura binaria del orden colonial-moderno. Lo que en la organización dual del mundo comunal era, y en algunos sitios sigue siendo, el espacio de las tareas masculinas, uno entre dos, se transforma en el mundo binario en una esfera pública englobante, totalizante. El “hombre” con minúscula del orden comunal se transforma en el ‘Hombre’ con mayúscula, sinónimo y epítome de Humanidad. Por otro lado, el correlato de este proceso de binarización es la transformación del espacio doméstico comunal, poblado por muchas presencias y dotado de una politicidad propia, en íntimo y privado, despojado de su politicidad. La posición femenina decae abruptamente, transformándose en residual y expulsada del reino de lo público y político. En la colonial-modernidad, la mujer pasa a ser el otro del hombre, así como el negro es reducido a la posición del otro del blanco por el patrón racista, y las sexualidades disidentes se tornan en el otro de la sexualidad heteronormada (Segato, 2023, p. 35).

Por otro lado, la filósofa y escritora ítalo-mexicana Francesca Gargallo hace importantes contribuciones desde el feminismo autónomo, tanto a la historia de las ideas feministas latinoamericanas (2006), como al estudio de las ideas de pensadoras indígenas de toda América Latina, (2014). Hay una subversión epistémica, a nuestro entender, en la aportación de Gargallo al estudios sobre mujeres indígenas en la región. En discusión con el feminismo hegemónico y su mirada que subalterniza a la mujer indígena como un sujeto uniforme y homogéneo, Gargallo emprende una labor antropológica para dialogar con pensadoras y activistas indígenas, a quienes considera sujetas con autoridad y autonomía epistémica.

Su objetivo fue conocer “la historia en acto de sus levantamientos, pronunciamientos, debates políticos, construcciones ideológicas, organizaciones políticas y —desgraciadamente- informando la historia de las represiones de las que son todavía destinatarios” (Gargallo, 2014, p. 10). Esa labor se materializa en su Feminismos desde Abya Yala. Ideas y proposiciones de las mujeres de 607 pueblos en nuestra América, editado por primera vez en 2012 y reeditado en 2014. Allí, la autora se pregunta cuáles serían las condiciones de posibilidad de un diálogo ‘verdadero’ con las mujeres históricamente (sub)alternizadas, minorizadas, subyugadas, oprimidas. En respuesta, afirma que en los diálogos intervienen muchas ideas y construcciones ideológicas, pero su condición de posibilidad implica dos premisas: 1) considerar a la persona con quien se dialoga una interlocutora válida y 2) no temer la intervención posterior de quien ahora está hablándote, ni su juicio. Este segundo aspecto implica, para Francesca, un análisis de las relaciones que pueden darse en un contexto de colonialismo interno contemporáneo, ya que es prácticamente imposible dialogar con quien puede ejercer un poder coercitivo. De ahí que el silencio posible tenga también un sustento político y un potencial epistemológico, siendo una respuesta al afán de aprovechamiento de la palabra del otro por parte de cientistas sociales y difusoras de políticas públicas (Gargallo, 2014, en Martínez y Alvarado, 2023).

Por su parte, desde una perspectiva feminista del sur, Karina Bidaseca (2018) retoma la perspectiva de intelectuales feministas del Tercer Mundo (Lila Abu-Lughod, Trinh T. Minh-ha y Amina Mama). Relaciona estos aportes con los contextos de investigación en América Latina y explica que la crítica feminista en general, así como la de las feministas del sur, a partir sus lugares de enunciación y su trabajo in situ, han permitido cuestionar la ‘heroicidad androcéntrica’ y las ‘metodologías hegemónicas convencionales’. Las etnografías hegemónicas, señala la autora, están regidas por el principio de la heroicidad androcéntrica y se caracterizan por desarrollarse en contextos de peligrosidad y alta conflictividad social, como conflictos interétnicos, de pandillas, narcos, paramilitares, etc. Una de las maneras de superar el sesgo androcéntrico es construir espacios para que las mujeres narren sus historias, y también para que las investigadoras puedan narrar sus experiencias en el campo (Bidaseca, 2018).

La dominicana Ochy Curiel (2014), desde su posición como mujer afrodescendiente, retoma la teoría decolonial en tanto marco de comprensión de las relaciones globales y locales, que supone entender que la modernidad occidental eurocéntrica, el capitalismo mundial y el colonialismo son una trilogía inseparable. Desde esta perspectiva, y partir de los aportes de María Lugones (2014) sobre el sistema de género/moderno/colonial, se enfoca en propuestas de las feministas decoloniales que problematizan lo que se denomina ‘la’ metodología feminista.

Curiel reconoce los aportes de Sandra Harding en torno a la epistemología feminista, pero también cuestiona algunas implicancias de su teoría. En particular, señala que su propuesta resulta esencialista al proponer que la metodología feminista trata de las experiencias femeninas de manera unívoca. Además, considera que provoca dualismo al contraponer las experiencias de mujeres a las experiencias de hombres como si estos también fueran todos iguales. En este mismo campo, reconoce también los aportes de Donna Haraway respecto de la reflexividad y el punto de vista como puntos de partida éticos fundamentales. Sin embargo, advierte que cuando se los plantea desde la decolonialidad no se trata solo de autodefinirnos en la producción del conocimiento, sino de “una toma de postura en la construcción del conocimiento que debe considerar la geopolítica, la raza, la clase, la sexualidad o el capital social, entre otros posicionamientos” (Curiel, 2014, p. 53).

A partir de estos cuestionamientos, Curiel retoma los aportes de la feminista de la interseccionalidad Patricia Hill Collins (2012) respecto la categoría de experiencia, atravesada no solo por el género, sino también por la racialización y la clase social. Por un lado, la idea de que si la conciencia feminista negra surge de la experiencia de las mujeres negras, deberían ser ellas mismas quienes la investiguen. Por otro, que si la interpretación de esa realidad supone entender cómo les afectan opresiones como el racismo, la heterosexualidad, el colonialismo y el clasismo, no se trata de describir que son negras, que son pobres y que son mujeres, sino “de entender por qué son negras, son pobres y son mujeres” (Curiel, 2014, p. 54). Esto, explica Curiel, no significa que solo las que han sufrido las opresiones tienen capacidad para entenderlas e investigarlas, pero sí que existe un privilegio epistémico en la producción del conocimiento, lo que significa pasar de ser objetos a sujetos. En suma, para Curiel se trata de cuestionar las propias prácticas académicas y develar en ellas todo tipo de colonización discursiva o de violencia epistémica. Propone, entonces,

(…) una antropología de la dominación, que supone develar las formas, maneras, estrategias, discursos que van definiendo a ciertos grupos sociales como “otros” y “otras” desde lugares de poder y dominación (…) Hacer antropología de la dominación significa hacer etnografía del Norte y del Norte que existe en el Sur, hacer etnografía de nuestras prácticas académicas, metodológicas y pedagógicas que contienen la idea del desarrollo, de una solidaridad transnacional basada en privilegios; significa hacer una etnografía de las lógicas de la cooperación internacional en la que se está inserta, de la lógica de la intervención social que hacemos, de nuestros propios lugares de producción del conocimiento, de las teorías que utilizamos y legitimamos y de los propósitos para los cuales se hacen. En otras palabras, debemos hacer etnografía de nuestros lugares y posiciones de producción de los privilegios (Curiel, 2014, p. 56, cursivas en el original).

Desde Guatemala, la antropóloga maya Aura Cumes (2018) retoma la célebre pregunta de Gayatri Spivak acerca de si puede el subalterno hablar. Cumes, desde su condición de mujer académica e indígena, responde que “a veces hablamos, hablamos y hablamos y no somos escuchadas” (Cumes, 2018, p. 17). Sin embargo, advierte que es posible establecer alianzas epistémicas entre las mujeres indígenas, las antropologías comprometidas y los feminismos, y que eso queda demostrado en investigaciones actuales. En ese sentido, para Cumes, la investigación junto con mujeres indígenas tiene una potencialidad transformadora en los modos de producir conocimiento, siempre que exista una real escucha de su palabra, de sus saberes y realidades. Esta transformación para las académicas mestizas o blancas tiene que ver con la forma de entender la vida, ya que los saberes de las mujeres indígenas, no son, en palabras de Cumes, ‘otros saberes’, sino conocimientos que sustentan la vida, y que subvierten los sentidos del saber propios de la estructuración colonial y patriarcal de las sociedades actuales:

No sólo hablamos con nuestras voces sino con nuestros silencios y con nuestro cuerpo. Si el conocimiento se genera justamente polemizando con otras verdades, ¿cómo hacerlo si no tenemos voz? ¿Cómo hacerlo si en estos espacios comunes aún está instalado el miedo o la censura? Por eso insisto en que crear las condiciones para interlocutar es la piedra angular de la alianza entre las mujeres indígenas, las antropologías comprometidas y los feminismos (Cumes, 2018, p. 18).

Las aportaciones teórico-epistemológicas revisadas nos permiten trazar algunas coordenadas de los debates que enmarcan la cuestión bajo análisis. La vinculación entre las epistemologías del punto de vista feminista y la objetividad parcial, con las producciones y críticas de antropólogas y pensadoras feministas del Sur del Río Bravo, brindan marcos teóricos significativos para comprender la relación entre sujetas epistémicas en las etnografías feministas contemporáneas.

Etnografías feministas en América Latina. Una lectura de cuestiones emergentes en el proceso de producción de conocimiento

A continuación analizamos una serie de investigaciones que nutren el campo de las etnografías feministas actuales en el contexto latinoamericano. Como clave de lectura, decidimos interpretar una serie de trabajos a partir de la identificación de cuestiones ‘emergentes’, tanto a nivel temático, como teórico y metodológico. Este rastreo está guiado por preguntas acerca de las que abordan las etnografías feministas en la región; sus modos de hacer trabajo de campo a partir de las premisas epistemológicas feministas; los modos de escritura etnográfica que propician los feminismos. Para ello hemos seleccionado un corpus de textos publicados en los últimos años por investigadoras latinoamericanas, que refieren explícitamente al campo de las etnografías feministas y que abordan problemáticas referidas a género y etnicidad en distintos países de la región (Chile, México y Colombia).

Temas y dilemas

Del análisis realizado se desprenden algunas temáticas de interés particular para las etnografías feministas. Una primera cuestión remite a la cuestión de la ética. Otra de las cuestiones que problematizan las etnografías feministas refieren a la relación entre investigación, activismo, praxis e intervención. Asimismo, se preocupan por la desigualdades de poder, el lugar del cuerpo, las experiencias sensoriales y las emociones en el trabajo etnográfico (Esguerra, 2019; García Dauder y Ruíz Trejo, 2020; Ruíz Trejo, 2018; Castañeda Salgado, 2019; Hernández Castillo, 2021, Osorio Cabrera et al., 2021).

Todas las investigaciones analizadas parten de las epistemologías feministas. Varias de ellas retoman los aportes de la Investigación Activista Feminista (IAF), una propuesta metodológica comprometida con el cambio social. Una de sus principales referentes teóricas, la vasca Bárbara Biglia, señala que uno de los desafíos de la IAF consiste en trabajar ‘a dos bandas’ entre el compromiso con la transformación social y la rigurosidad propia de la producción y sistematización del conocimiento. Otro de los desafíos es dejar de creer que la ciencia es feminista solo porque lo son las investigadoras. En ese sentido, afirma que es ingenuo pensar que ser feminista es condición necesaria y suficiente para una investigación de este tipo; por el contrario, no mantener una vigilancia epistemológica de los propios sesgos puede generar efectos negativos en las investigaciones. Otro de los desafíos tiene que ver con los riesgos de basarse en la epistemología del conocimiento situado para “nombrar” los propios posicionamientos, en lugar de analizar cómo estos influyen en las producciones de saberes. Al respecto, señala que el interés por las investigaciones auto-centradas tiende a reforzar el individualismo neoliberal, confundiéndolo con la política feminista de partir de sí misma. Un reto más tiene que ver con la cuestión de la representación cuando investigamos grupos minorizados. Una de las principales apuestas en este sentido es que las propias colectividades sean protagonistas en los procesos de producción de conocimientos. La autora señala que, incluso perteneciendo a las colectividades en las que investigamos, la interseccionalidad nos enfrenta a examinar cómo los distintos ejes de desigualdades se corporizan en quien investiga y produce efectos. Por todo ello, el reto es asumir las responsabilidades de la representación, en lugar de negarla:

No se trata de volver a hablar en nombre de otras y ningunear así a las subjetividades y colectividades minorizadas, sino de reconocer que cuando asumimos el rol de altavoces de las palabras de los sujetos con los que investigamos, no estamos exentas de modificar su mensaje (Biglia, 2014, p. 33).

Desde esta perspectiva teórico-metodológica, Daniela Osorio-Cabrera, Itziar Gandarias, Karina Fulladosa (2021) buscan poner en valor las relaciones de afecto y amistad, que permiten que las investigaciones sean más habitables. Analizan la trama entre política y afectos en el marco de sus investigaciones sobre acción colectiva, migraciones, cuidados y economía feminista. Relatan cómo el tránsito por los espacios de formación e investigación se convirtió en un entretejido basado en la amistad y las complicidades teórico-políticas. Destacan que reflexividad no busca la autorreferencia, sino la posibilidad de contemplar sus efectos en la producción de conocimiento (Osorio Cabrera et al., 2021).

Un lugar central en la reflexión de las autoras es sobre la ética. En este sentido, sostienen que la filosofía feminista propone una ética que implica una crítica al universalismo ético en sus formulaciones clásicas, el cuestionamiento radical a la idea de sujeto universal y al paradigma kantiano. La propuesta ética del feminismo radica en la constitución de postulados que tomen en cuenta la realidad concreta, el contexto y la dimensión encarnada de los cuerpos. Tal propuesta asume una crítica a la dicotomía jerárquica razón-emoción, propia de la ética tradicional. Para superar esa jerarquía los planteos feministas apuestan por la radicalización de los afectos. Aparecen así, los planteos por una ética situada y feminista, “que no se encarga solo de las mujeres, sino de aplicar algunos de los valores considerados “femeninos” y aportarlos para todos los seres humanos” (Osorio Cabrera et al., 2021, p. 44).

A partir de estas reflexiones, las autoras proponen una ética del acom­pañamiento como encuadre fundamental de la labor etnográfica. Esta ética refiere tanto a acompañar los procesos colectivos, como entre la comunidad de investigadoras. Ese acompañamiento se basa en el reconocimiento de la agencia de las personas que participan en las investigaciones; en tomar el rol de amplificadoras de los procesos de reflexión, pero no de concientizar ni develar hipótesis pre-elaboradas; en establecer diálogos que permitan procesos colaborativos en la producción de conocimiento; en escuchar los ritmos y tiempos colectivos; en no tensionar al colectivo para llegar a metas académicas; en identificar otras formas colaborativas y de participación que per­mitan la creación conjunta; en incluir esas tensiones en los análisis (Osorio Cabrera et al., 2021).

Por su parte, la investigadora colombiana Camila Esguerra (2019), en su etnografía multisituada y colaborativa sobre las dinámicas de transnacionalización del cuidado y sus efectos en la salud y la vida de migrantes trabajadoras del cuidado, da cuenta de cómo el compromiso ético y político con las personas con las que hizo su trabajo de campo imprimió características específicas a la investigación. Explica que desde un comienzo se preocupó por hacer una experiencia de investigación no extractiva. Para ello, en el diseño del proyecto y en el protocolo ético planteó como parte de la investigación la participación en actividades propias de la agenda organizativa y política de las personas y colectivos sujetos del estudio(Esguerra, 2019). La autora indaga, asimismo, en las emociones durante el trabajo de campo con migrantes colombianas trabajadoras del cuidado, tanto producto de la migración interna en Colombia, como de la migración internacional en España.

Lo que me ha hecho sentir por momentos que no me cabe tanto en el cuerpo son las historias de rebeldía y resistencia de todxs ellxs. Sus historias me indican cómo el sobrevivir, y el hacer vivir en el cruce de fronteras—porque todas estas personas hacen vivir a muchas otras, sin ellas el mundo no se movería— en las expulsiones que una vez empiezan, nunca terminan, y en los trabajos de cuidado precarizados que realizan, es una rebeldía inenarrable frente a los aparatos de muerte que se ensamblan en la colonización y la globalización. No son pocas las historias en las que, para no usurpar el dolor que solo les pertenece a ellxs, yo lloraba calladamente en una mezcla de impotencia, condolencia y emoción, porque como ya dije, las rebeldías siempre fueron más (Esguerra, 2019, p. 100-101).

En sintonía con esta temática, Silvia García Dauder y Marisa Ruiz Trejo (2020) reflexionan acerca del valor epistémico de las emociones en los procesos de investigación. En particular abordan el impacto emocional de la investigación en las propias investigadoras. Abonan una idea central en la epistemología feminista, que es la de reflexividad fuerte, estrechamente vinculada a la de objetividad parcial. Para las autoras, podemos intentar que nuestros sentimientos no contaminen los datos, pero se preguntan si es posible que nuestros datos no afecten nuestros sentimientos. Las autoras parten de la idea de que las emociones son inherentes al proceso investigador, desde los primeros momentos en que se elige un tema hasta que se abandona un proyecto, y por supuesto durante el trabajo de campo. Pero además, sostienen que las emociones, tanto de las investigadoras como de lxs participantes, pueden ser datos y recursos interpretativos. En suma, consideran que, si bien es un tema que presenta dificultades, es importante reconocer el papel de las emociones en los procesos de investigación por razones pragmáticas, éticas, epistémicas, políticas e, incluso, sanadoras.

En este sentido, observan una vacancia temática en los estudios sobre emociones e investigación. Si bien, a partir de la reflexividad fuerte, las investigadoras feministas prestamos suma atención a la conexión entre investigadora y participantes, procurando cuidar los vínculos y las subjetividades de los grupos con los que trabajamos, tendemos a olvidar la propia vulnerabilidad emocional. Las autoras se centran en el impacto emocional de investigaciones con temas sensibles y población en situación de vulnerabilidad, aunque también reconocen los impactos derivados de la investigación con población privilegiada y élites de poder, generalmente machistas, racistas, clasistas y homófobas.

Cuando recibir una información “te toca”, te emociona, ¿cómo reaccionar? Cuando escuchar determinados discursos te hiere y te provoca rabia, ¿cómo reaccionar? Cuando sobre-empatizas, cuando te entra la tentación o la ne­cesidad de intercambiar y compartir experiencias propias con participantes cual amiga o consejera, para apoyar, ¿cómo reaccionar? También puede aparecer es­trés emocional, si se detesta a la gente que se investiga; ansiedad o impaciencia, si las participantes se “enrollan” o dan información no relevante; culpa y preo­cupación, si las investigadoras engañan o no cuentan del todo los objetivos de la investigación, o si quieren ayudar y se sienten fraude porque la investigación no es suficiente para un cambio en la vida de la gente. También pueden aparecer emociones positivas como la euforia después de hacer una entrevista porque te “da subidón” (García Dauder y Ruiz Trejo, 2020, p. 33).

Según las autoras, las investigadoras nos vemos a expuestas a riesgos durante el trabajo de campo, que no han sido tematizados. Éstos no son sólo ambientales, sino también situacionales (por ejemplo, agresiones o amenazas cuando la presencia de investigadoras se percibe como incómoda y genera recelo, acoso sexual, etc.) y emocionales, cuando se tra­baja temas dolorosos o traumáticos, o la resistencia o antagonismo de partici­pantes, que pueden tener consecuencias psicológicas y somatizaciones). Como propuesta concreta, las autoras convocan a “crear una cultura de reflexividad colectiva donde las investigadoras puedan hablar sobre sus sentires en procesos de investigación, aprendan unas de otras sobre cómo manejar las emociones en diferentes contextos y utilicen las emocio­nes como conocimiento para la transformación social” (García Dauder y Ruíz Trejo, 2020, p. 39).

La delimitación / construcción del problema

En el presente apartado buscamos reflexionar brevemente, a partir de los textos analizados, acerca de las miradas de las etnografías feministas respecto de la fase inicial de todo proceso investigativo: la delimitación y construcción del problema de investigación. En este sentido emergen, en general, dos cuestiones: por un lado, si la elección y construcción del problema proviene de las lógicas internas de la persona o equipo que investiga, o si se vinculan a las demandas concretas de las comunidades con las que investiga; por otro lado, al sustrato emocional presente en la elección de la temática de investigación.

Para Esguerra, la producción de conocimiento etnográfico feminista debía estar articulada a un trabajo político preexistente. En estos casos se borran los límites entre el activismo y la construcción de conocimiento. Como contraparte, puede suceder que las instituciones académicas consideren que trata de trabajos poco objetivos, que no distingan entre el emic y el etic y cuestionen la perspectiva insider. Aun con estos riesgos, la autora rescata la importancia de la construcción colectiva del problema de investigación en las etnografías multisituadas, colaborativas y no extractivas, por cuanto son producto de largas reflexiones hechas no solo en el contexto de la academia, sino en el entorno político personal y organizativo.

La etnografía que tratamos de plantear rebasa los límites de la academia y se riega por la vida diaria, no puede ser contenida por las herramientas, las técnicas o los métodos que se plantean en un ejercicio de elección racional en un comienzo, sino que a cada momento se convierte en una forma de estar, ya sea política, ética, emocional o sensorial (Esguerra, 2019, p. 110).

Por su parte, García Dauder y Ruiz Trejo afirman que la instancia de elegir el tema de investigación está atravesada por las emociones, ya sea porque ‘nos toca’, nos apasiona, por motivos instrumentales o intelectuales, porque nos conecta con el dolor ante las injusticas, o con la esperanza. Asimismo, consideran que la selección de los paradigmas también implica emociones y un mayor o menor acople con la subjetividad de quien in­vestiga. En todo caso, destacan la importancia de reconocer esas emociones, pues las investigaciones pueden ser de largo aliento, y son el motor de la implicación entre lx investigadorx y su tema de estudio (García Dauder y Ruiz Trejo, 2020).

Estrategias en el trabajo de campo

Las estrategias metodológicas en el trabajo de campo que narran las etnografías feministas analizadas dejan ver una escena dinámica y variada respecto de los diseños metodológicos, las técnicas e instrumentos de recolección de datos. Es relevante que la mayoría de ellas eligen metodologías colaborativas, cuyas técnicas son transversales al todo el proceso de investigación.

Rosalva Fernández Castillo (2021) comparte sus reflexiones en torno a las implicaciones de hacer una etnografía feminista desde metodologías colaborativas, en contextos sociales marcados por las violencias patriarcales, en distintas regiones de México. Se focaliza en tres de sus experiencias de investigación: el acompañamiento a mujeres indígenas víctimas de violencia militar y paramilitar en Chiapas y Guerrero, su labor con mujeres presas que han apostado por confrontar la violencia penitenciaria mediante la escritura y su labor con madres y esposas de desaparecidos y desaparecidas de Sinaloa y Morelos. En el recorrido, busca dar cuenta de los privilegios, pero también las vulnerabilidades de las antropólogas-activistas. En ese sentido, cuestiona las retóricas de la investigación activista sobre ‘poner el cuerpo en el campo’, ya que son poco problematizadas y asumen un sujeto masculino que no enfrenta riesgos, ni vulnerabilidades al construir alianzas con los actores sociales con quienes trabaja (Hernández Castillo, 2021).

Asimismo, la autora da cuenta de decisiones teóricas y vigilancias epistemológicas a tener en cuenta desde la etnografía feminista en contextos de múltiples violencias. Principalmente retoma a Mohanty (2008) sobre los peligros del colonialismo epistémico de los feminismos. Uno de estos peligros radica en que la denuncia de la opresión de las mujeres pobres puede caer con facilidad en la revictimización. Esto se vincula directamente con industria de la extracción del testimonio y a la construcción del sujeto sufriente, cuestiones que requieren una reflexión crítica feminista en torno a la escritura y la representación del dolor.

En el marco de estas consideraciones, Castillo Hernández brinda pistas metodológicas para quienes realizan investigaciones en contextos de múltiples violencias. En primer lugar, propone la construcción de comunidades de conocimiento y emocionales dentro de la academia, atendiendo a que las investigadoras no somos inmunes a las violencias que afectan las vidas y los territorios de las actoras sociales con quienes trabajamos. Frente a ello, es necesario no silenciar estas afectaciones, como lo hace el ethos masculinista del trabajo de campo, sino “reconocer nuestros miedos, socializarlos y gestionarlos de manera colectiva” (Hernández Castillo, 2021, p. 49). En segundo lugar, en relación al trabajo con el dolor propio y ajeno que enfrentan estas investigaciones, propone la realización de talleres de sanación, como estrategia para contribuir a paliar los efectos de la violencia en los cuerpos y la mente de las mujeres indígenas. Por último, en el plano analítico y político insta a reconstruir los vínculos entre las violencias extremas que se viven en los contextos de investigación y las economías y culturas militaristas de muerte que circulan en el contexto global (Hernández Castillo, 2021).

Por otro lado, las antropólogas chilenas Isabel Araya y Nicole Chavez (2022) relatan la construcción de una estrategia de co-labor investigativa que buscó reivindicar los roles y conocimientos de mujeres afrodescendientes e indígenas en la zona de Arica, al norte de Chile: parteras, educadoras interculturales, dueñas de casa, cocineras, dirigentas, bailarinas, artesanas y yerbateras. Desde una epistemología feministas crítica hacia la verticalidad y las relaciones de poder entre investigadorx - investigadx, y la invisibilización de las y los informantes clave en las etnografías clásicas, explican de qué manera configuraron una estrategia que incluyó historias de vida, fotografías etnográficas y narraciones escritas por las propias colaboradoras. A nivel metodológico, se referencian en aportes de investigadoras latinoamericanas, en particular, de la socióloga boliviana Silvia Rivera Cusicanqui (1987, 2015), para pensar y hacer investigación a partir de fuentes y técnicas ‘otras’, como historia oral y la sociología de la imagen. Proponen transformar la idea de ‘informante’ a consultor o socio epistémico e incentivarles a ser parte del texto etnográfico al reconocer su agencia en lo teórico, lo conceptual, lo interpretativo y también en la escritura (Araya y Chávez, 2022).

Por su parte, Esguerra enfatiza en la escucha como dispositivo fundamental de la labor etnográfica feminista. Destaca que este gesto en apariencia simple, mediado por el afecto y el cuidado, resultó sumamente significativo para las actoras en el marco de su investigación, por el hecho de “escuchar su propio relato y sentir que habían sido escuchadas” (Esguerra, 2019, p. 103). Asimismo, propone el trabajo con cartografías corporales individuales y grupales. Se trata de narraciones dibujadas, relatos visuales y ejercicios de memoria, que habilitan la introspección, la concentración y una disposición del cuerpo que permite “desplazarse a un tiempo y lugar por fuera de ese ahora” (Esguerra, 2019, p. 102).

Por último, Ruíz Trejo y García Dauder (2018), proponen la realización de talleres epistémico-corporales al interior de la comunidad de investigadoras activistas. Esta metodología busca habilitar espacios para la “reflexividad fuerte”, colectiva y encarnada, sobre el quehacer etnográfico. A partir de ejercicios y reflexiones colectivas, buscan reconocer el potencial epistémico de las “prácticas corporales en investigación”, la “articulación comprometida” y las “epistemologías del fuera de campo” (Ruiz Trejo y García Dauder, 2018).

Escrituras

Respecto de la etnografía como texto, resulta interesante mencionar, al menos en unas breves líneas, algunos de los aportes que surgen de las etnografías feministas analizadas. En líneas generales, estos textos coinciden en que, a partir de las metodologías colaborativas, la escritura etnográfica debe contener, propiciar y representar la dimensión dialógica en la que se sostienen las investigaciones feministas. El cuestionamiento al canon académico patriarcal, colonial y neoliberal invita a repensar las maneras en las que ofrecemos los resultados de las investigaciones. Producto de la crítica, emergen formas novedosas de poner a disposición de la comunidad académica, pero sobre todo de las comunidades con las que se investiga, los resultados de las mismas.

Castañeda Salgado (2019) afirma que enunciarse en primera persona es una de las maneras que asume el discurso etnográfico feminista, producto del interés por documentar la experiencia de las mujeres. El refinamiento de este recurso, explica la autora, ha permitido transitar de las pretensiones de “dar voz a las sin voz, a perspectivas dialógicas y de auto-enunciación. Se trata de una estrategia impulsada por las primeras feministas, a la que se sumaron las feministas lesbianas, negras, afrodescendientes, indígenas, musulmanas. Actualmente, es empleada “por todas aquellas intelectuales, políticas y activistas que hoy día constituyen las distintas tendencias de los feminismos a nivel mundial” (Castañeda Salgado, 2019, p. 25).

En sintonía con esta estrategia, María de Lourdes Morales Vargas (2023), desde Chiapas, se pregunta acerca de los aportes del relato autoetnográfico para comprender y transformar las experiencias de las mujeres en contextos de opresión y desigualdad. Se trata de un tipo de relato que abona la premisa epistemológica feminista de otorgar estatuto epistémico a la propia experiencia. Ello en virtud de que permite vincular la experiencia de una con la experiencia de muchas. De este modo, lo individual pasa a ser fuente de conocimiento sobre realidades colectivas, habilitando el reconocimiento entre mujeres a partir de las vivencias compartidas.

La apuesta de la autoetnografía feminista como herramienta de investigación, no sólo se centra en la experiencia vivida, sino en la exploración de las conexiones entre lo personal y lo colectivo para comprender, desde una perspectiva crítica y reflexiva, cómo lo personal está influenciado por las estructuras de poder. Quizás por ello la narración de estas experiencias permite la visibilización de las desigualdades y, posteriormente, la transformación social (Morales Vargas, 2023, p. 177).

Así, la autoetnografía, la escritura creativa, los recursos audiovisuales y el mundo digital, son algunas de las estrategias que la escritura etnográfica feminista propone al canon académico:

La desestabilización de lo que se entiende por escritura etnográfica es parte de las resistencias feministas ante un canon que no sólo había impuesto sus teorías y formas de hacer investigación, sino que había establecido el lenguaje de la teoría, excluyendo aquellas voces que se expresaban a través de otras estrategias textuales (Hernández Castillo, 2021, p. 46).

Para Esguerra, algunas alternativas para hacer una escritura etnográfica no cargada por las intrusiones teóricas o los análisis academicistas, son los ‘tejidos’ a partir de los relatos de las mujeres a las que entrevista, escribir en medios de comunicación masivos en un registro periodístico o la producción audiovisual (Esguerra, 2019). Cabe destacar que estas estrategias de escritura comprenden, en todas las propuestas analizadas, la co-labor y coautoría, con las comunidades con quienes se investiga.

Reflexiones finales

El presente texto procuró recorrer algunas de las proposiciones teóricas y metodológicas que emergen de las etnografías feministas latinoamericanas actuales. Nos orientaron preguntas que surgieron la propia labor investigativa con mujeres migrantes trabajadoras en Mendoza, Argentina.

No pretendimos una revisión exhaustiva de la bibliografía sobre el tema, pero sí ilustrativa de abordajes que problematizaran cuestiones teóricas y metodológicas desde la etnografía feminista, a la luz de la cuestión sobre género y etnicidad, en el contexto latinoamericano. Nos orientó el supuesto de sentido de que las etnografías feministas latinoamericanas actuales cuestionan, revisitan y recrean técnicas propias de la antropología, mostrando una dinámica y potencialidad metodológicas estimulantes para quienes inician o bien ya desarrollan este tipo de investigaciones en contextos geo-corpo-políticamente situados en el Sur.

En una primera instancia del trabajo, nos referimos a la epistemología feminista a partir de los aportes ya clásicos de Sandra Harding y Donna Haraway. Posteriormente, ingresamos a la pregunta acerca de qué significa investigar desde una perspectiva feminista, con anclaje en América Latina. Eli Bartra, Rosana Guber, Rita Segato, Francesca Gargallo, Aura Cumes, Ochy Curiel, Patricia Castañeda Salgado y Karina Bidaseca son algunas de las autoras que nos ofrecen perspectivas teóricas y conceptos situados para a labor etnográfica desde América Latina. Se trata de posiciones diversas, provenientes de la antropología y en menor medida de la filosofía. En la mayoría de los casos, desde marcos teóricos feministas (autónomos, decoloniales, indígenas), aportan maneras situadas de entender la vinculación histórica entre patriarcado y colonialidad, las diferencias y desigualdades entre investigadoras y actoras sociales en el trabajo de campo, y la labor etnográfica de mujeres en contextos signados por las violencias racistas y el machistas.

Por último, leímos en clave de cuestiones emergentes algunas etnografías feministas actuales, situadas en México, Chile y Colombia. Buscamos identificar debates, temáticas de interés y particularidades en las distintas fases del proceso de producción de conocimiento: la elección del tema, el diseño metodológico, las estrategias en el trabajo de campo y la escritura. Encontramos que en todas las fases, estas etnografías están atravesadas por la epistemología feminista y el activismo. Cuestionan el androcentrismo, la heroicidad masculinista y la separación tradicional entre razón y emoción al momento de producir conocimiento. Traducen esos cuestionamientos en el empleo de metodologías colaborativas y dialógicas, cuyas técnicas priorizan la amplificación de la escucha y la reflexividad, la profundización de los afectos y el acompañamiento a las comunidades de investigación pero también al interior de la comunidad de investigadoras, la realización de talleres de sanación en contextos de múltiples violencias, de talleres de indagación corporales para dar cuenta de la implicancia de los cuerpos en las investigaciones y las cartografías corporales como relatos visuales de la propia experiencia. En la instancia de escritura, promueven la co-labor y la coautoría con las comunidades investigadas, la autoetnografía, la incursión en relatos periodísticos y en el mundo digital, la producción audiovisual y el rescate de lo que queda ‘fuera de campo’.

Muchos hilos quedan por buscar en el tejido vivo que las etnografías feministas actuales traman, en términos de genealogías, estrategias metodológicas y debates. Sirva este escrito con un intento para aportar al campo de las etnografías latinoamericanas contemporáneas con perspectivas feministas y antirracistas.

Material suplementario
Referencias
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Notas
Notas
[1] Las aportaciones teóricas que desde los ’70 del siglo XX, en el contexto norte-centrado realizan los feminismos negros y de la interseccionalidad (Davis, 2005; Hill Collins, 2012; Krenshaw, 2013; Lorde, 1984), así como los del tercer mundo (Mohanty, 2008) y el feminismo chicano (Anzaldúa, 1987) son las bases teóricas y políticas de los debates sobre las diferencias y desigualdades entre mujeres.
[ ------------------------------------ INFORMACIÓN AUTOR --------------------------------------------- ] .
[ María Victoria Martínez Espínola ] es Doctora en Ciencias Sociales y Licenciada en Sociología por la Universidad Nacional de Cuyo. Es investigadora de CONICET, en el Instituto de Ciencias Humanas y Ambientales del CCT-Mendoza. Realizó sus estudios de postdoctorado en el Instituto de Investigaciones de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Es docente de la Carrera de la Comunicación Social y codirectora del proyecto de investigación "Pensamientos feministas de Abya Yala: epistemes, métodos y prácticas en diálogo desde Mendoza" en la Universidad Nacional de Cuyo,Mendoza, Argentina.
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