Resumen: Este artículo analiza la realidad de la construcción identitaria en África a partir de algunas de las contribuciones de los estudios de identidad. Se sostiene que la identidad africana ha sido influida por el colonialismo europeo, mismo que impuso cambios estructurales y funcionales profundos en dicho continente en lo político, social, ideológico y cultural. En su estructura central, el trabajo discute algunas de las contribuciones sobre la identidad, entre ellas, las de Geertz, Barth y Giménez y, a la luz de estas aportaciones, analiza de forma diacrónica la construcción identitaria en África.
Palabras clave:ÁfricaÁfrica, construcción identitaria construcción identitaria, colonialismo europeo colonialismo europeo, poder poder, agencia agencia.
Abstract: This article analyzes the reality of identity construction in Africa starting from some contributions of identity studies. It is stated that the African identity has been influenced by European colonialism, which imposed profound structural and functional changes in that continent in the political, social, ideological and cultural. In its central structure, the work discusses some contributions about identity, including those of Geertz, Barth and Gimenez; and, in light of these contributions, the identity construction in Africa is analyzed diachronically.
Keywords: Africa, identity, construction, European, colonialism, power, agency.
Construcción identitaria en África. Un análisis desde los estudios de identidad, poder y agencia
Construction of identity in Africa. An analysis from the studies of identity, power and agency
Recepción: 28 Febrero 2018
Aprobación: 12 Octubre 2018
La construcción de identidades corresponde a un proceso dinámico que, generalmente, se inscribe dentro de una perspectiva bidireccional mediada por relaciones sociales intersubjetivas. Se manifiesta por la afirmación de sí (tanto en lo individual como en lo colectivo), de quiénes somos, lo que somos, lo que creemos ser y lo que los demás creen que somos, la forma en que nos ven y nos perciben. Por ello, las construcciones identitarias se ven marcadas por una dinámica de auto adscripción y de adscripción en un marco de interacción e interrelación.
Los estudios acerca de las construcciones identitarias han sido abordados desde diversas perspectivas disciplinarias —sociología, antropología, psicología social, relaciones internacionales, entre otras–. Cada una aporta elementos teórico-metodológicos que proporcionan una visión diferente y precisa sobre la forma en que se construyen las identidades sociales, tema que cobra cada vez más relevancia en las ciencias sociales. El presente constituye una investigación documental que pretende resaltar algunas contribuciones de los estudios de identidad en el análisis del fenómeno identitario de forma general y, en particular, en la construcción de la identidad en África. Se trata de forma precisa de discutir los aportes teórico-metodológicos de algunos de los estudios de identidad que encajan para analizar la construcción identitaria africana.
El trabajo discute, en primer lugar, algunas de las contribuciones sobre la identidad, retomando a Barth (1976), Geertz (2003) y Giménez Montiel (1997, 2006). En segundo lugar, a la luz de las aportaciones teóricas revisadas, analiza la construcción identitaria en África.
El enfoque primordialista de Clifford Geertz. Este enfoque aparece en sus postulados como una crítica a las visiones teóricas albergadas en pensamientos modernistas, según las cuales se pronosticaba el declive del fenómeno de la etnicidad en las sociedades poscoloniales. Sus premisas establecen la primacía de las lealtades étnicas ante las más modernas lealtades de clase o estatales que existan en los estados modernos. Para los primordialistas, las estructuras y orientaciones de las relaciones tanto intragrupales como intergrupales, vienen marcadas por lo que denominan adhesiones primordiales, mismas que revisten las características esenciales siguientes: “1) se presentan como ‘datos’ a priori rebeldes a todo análisis; 2) son percibidos como algo inefable, poderoso y coercitivo; 3) y, sobre todo, son capaces de generar fuertes emociones y afectos” Giménez Montiel (2006, p.139).
El factor étnico, de acuerdo con Geertz (2003), representa un hecho dado de la existencia social construido por una serie de rasgos inmutables que imponen estrechos y delimitados márgenes de interacción e identificación a los individuos que lo comparten, de modo que el destino de los individuos está ligado incondicionalmente a su etnia bajo un sentido de afinidad natural que marca una adscripción étnica manifiesta en el concepto de primordialismo, entendido este como un estado de intensa, inexplicable y obligatoria solidaridad entre los miembros de un grupo que ven en dichos marcadores culturales un carácter eminentemente sagrado e inalienable.
Las aserciones primordialistas se apoyan en un marco de referencia que tiene que ver con la experiencia poscolonial, marcada principalmente por la permanencia y reactivación violenta de las lealtades étnicas en los nuevos estados descolonizados, particularmente africanos y asiáticos. Ello devela el fracaso de los gobiernos de aquellos países al tratar de fomentar el sentido de conciencia cívica y de adhesión a nuevos compromisos de relación política. De igual forma, resalta la evidencia de la incapacidad de los mismos gobiernos a asentar un concepto de lealtad ciudadana que permitiera superar los apegos y adhesiones primordiales como parentesco, raza, lengua, religión, tradición, consanguinidad o contigüidad.
Los aportes del primordialismo cultural desarrollan, en este sentido, elementos teóricos que enfatizan el papel sobresaliente del factor étnico, principalmente en los nuevos estados descolonizados, donde los modelos más universales de lealtad ciudadana importados, mantienen o imponen nuevos sometimientos a los individuos en los grupos sociales de las sociedades de estos países que, en la mayoría de los casos, son multiculturales. El primordialismo cultural logra con ello demostrar una importante limitante dentro de los planteamientos de la teoría de la modernidad: la persistencia de las lealtades étnicas hasta la actualidad. Esto quebranta considerablemente los modelos universales de lealtad ciudadana importados desde Occidente a la luz de un enfoque teórico que ayude a entender las bases emocionales de la etnicidad y algunos vínculos que manifiestan ciertas resistencias frente al cambio.
El enfoque constructivista de Fredrik Barth. El enfoque constructivista de la etnicidad surge como una reacción contra la visión esencialista de la identidad para ofrecer una contribución diferente y amplia del fenómeno étnico. La pertinencia de las ideas de Barth (1976) logró establecer que las percepciones y las interacciones de los miembros de un grupo social ya no se definieran por algún tipo de esencia cultural, sino por la forma en que el propio grupo social percibe y establece sus fronteras y límites. De acuerdo con Aymes y Péquignot (2000) se trata de un modelo teórico que implica no considerar las diferencias culturales por supuestas o dadas, sino identificarlas como consecuencias (de las interacciones) que nacen de la manipulación de los símbolos étnicos y el establecimiento de fronteras étnicas entre grupos sociales en el marco de intercambios sociales.
Esta visión teórica implica un cambio en la estrategia y en los aspectos a considerar para el análisis de los grupos étnicos y con ello, del fenómeno de la etnicidad. Según Giménez Montiel (2006)
implica desplazar el análisis del contenido cultural de los grupos étnicos en un momento determinado al análisis de la emergencia y mantenimiento de las categorías o fronteras étnicas que se construyen intersubjetivamente en (y a través de) las relaciones intergrupales, esto es, pasar del estudio de las características de los grupos al estudio de su proceso de construcción social, de la sustancia a la forma, de los procesos estáticos a los aspectos dinámicos y relacionales; de la estructura a los procesos. (p. 33)
La concepción bartiana de los fenómenos identitarios de alguna forma incide en las motivaciones y efectos políticos de la construcción de fronteras étnicas a través de la movilización selectiva de diferencias culturales, debido a que parte de que los grupos étnicos son actores sociales que, en función de los desafíos y oportunidades que marca su contacto y competencia con otros grupos en el Estado, construyen y utilizan los marcadores étnicos disponibles para mejorar o mantener la renta política de sus diferencias culturales como herramientas para defender o cambiar las posiciones que ocupan dentro del espacio político en el que conviven y compiten con otros grupos. De esta forma, el concepto de interés étnico se coloca como una categoría esencial dentro de la concepción etnicista de Barth. Los autores de dicho enfoque quedan convencidos de que los antagonismos étnicos no son una consecuencia relacionada con la necesidad de pertenencia primordial, sino el resultado de los esfuerzos conscientes de politización de las diferencias culturales (por parte de individuos o grupos) para movilizar los marcadores étnicos-culturales y acceder a recursos sociales, políticos o materiales.
En suma, las visiones alineadas en los enfoques constructivistas de la etnicidad concuerdan en un conjunto de postulados que pueden resumirse en cinco aspectos esenciales: i) La etnicidad se entiende como hecho construido socialmente por medio de contactos sociales entre grupos que utilizan los marcadores culturales de forma estratégica y selectiva; ii) Los grupos étnicos constituyen una forma de organización social de las diferencias culturales; iii) Estas diferencias son subjetivamente definidas y seleccionadas como significativas por los actores sociales para clasificarse a sí mismos y también ser clasificados por otros, con fines de interacción; iv) La identidad étnica se construye o se transforma en la interacción de los grupos sociales a través de procesos de inclusión-exclusión que delinean fronteras entre los grupos definiendo aquellos que pertenecen o no a los mismos; y v) La identidad de los grupos étnicos se define por la continuidad de sus fronteras mediante procesos de interacción interétnica.
El enfoque de la identidad social de Giménez Montiel. Giménez Montiel (1997) conceptualiza la identidad desde la perspectiva social. Trata de reconstruir los lineamientos de esta teoría de forma interdisciplinaria, para conectar ciencias como la sociología, antropología y la psicología social. Estima que la problemática de la identidad social debe de situarse en la intersección de las teorías de la cultura y de los actores inherentes. Por tanto, habría que ver la identidad como un elemento de la cultura internalizada y concebirla como forma de representaciones sociales por los actores involucrados, tanto individuales como colectivos.
La identidad aparece –según su acepción– como el lado subjetivo de la cultura en su función distintiva y la categoría esencial que caracteriza esta concepción teórica de la identidad en la distinguibilidad cualitativa. Esta última entiende la identidad como una unidad distinguible a través de la cual el individuo o colectivo se diferencia de los demás y, al mismo tiempo, es reconocido por estos últimos en el marco de la interacción y comunicación. Esto implica entender la identidad no como una esencia, un atributo o una propiedad intrínseca del individuo o colectivo, sino como un componente intersubjetivo y relacional de autopercepción de un sujeto o colectivo en relación con los demás, así como de reconocimiento y aprobación de los otros sujetos.
Se trata de un proceso dinámico que se circunscribe de acuerdo con Giménez Montiel (1997), a tres elementos diacríticos: la pertenencia social a una pluralidad, la presencia de atributos identificadores y de una narrativa biográfica (en caso de las identidades individuales) o memoria colectiva (para las identidades colectivas). Estos tres elementos diferenciadores son de suma importancia en el proceso de autopercepción y de reconocimiento del individuo o colectivo, ya que permiten diferenciar identitariamente a un sujeto o colectivo determinado.
En suma, del análisis de las contribuciones teórico-metodológicas de los estudios de identidad revisados en las líneas anteriores de este apartado, resalta que el estudio de la identidad (social para algunos y étnica para otros), aparece como un tema central de estos trabajos, y también da cuenta de la relevancia de sus aportes para el análisis de la construcción identitaria en África.
El análisis de la construcción identitaria africana en las épocas contemporáneas implica, en primer lugar –para una mayor aprehensión de las realidades que rodean dicho proceso– establecer una revisión de su trayectoria en su dimensión histórica, remontando hasta las épocas precolombinas, colonial, poscolonial, para de esta forma, entender su actualidad contemporánea.
La identidad precolonial africana. La historia precolonial de África destaca un continente que, además de su fuerte arraigo en el tradicionalismo, se presenta como un conjunto heterogéneo de más de 800 grupos o comunidades socioculturales (conocidos científicamente como etnias, tribus o clanes) fundamentados en los principios naturales de adhesiones primordiales de parentesco y de consanguinidad (Mballa, 2016). Estos vínculos primordiales dotaban a cada grupo de una denominación endógena propia, por ejemplo, los yoruba, hausa e igbo en Nigeria; los zulu, swahiliy tsonga en Sudáfrica; los tutsi, hutu y batwa en Rwanda; los akan, mandé y gur en Costa de Marfil, entre otros. De esta forma los miembros de cada comunidad se sentían vinculados entre sí por un supuesto origen genético común, de modo que en el trasfondo de la etnicidad sobresalía el modelo de la familia como principio organizador del grupo. En otras palabras, los grupos étnicos se percibían a sí mismos como grupos de parentesco y, por ende, como familias extensas. De acuerdo con Giménez Montiel (2006):
Los llamados grupos étnicos se representan y se perciben a sí mismos como ‘comunidades primordiales’ a imagen y semejanza de la familia y de los grupos de parentesco. Por eso exigen de sus miembros formas de lealtad y solidaridad que son típicas de los vínculos familiares. Y también por eso emplean frecuentemente el vocabulario y la sintaxis de la familia [‘nuestros antepasados’, ‘la herencia de nuestros mayores’, ‘nuestros hermanos de sangre’, ‘nuestra tierra ancestral’]. (p. 141)
Las relaciones primordiales de contigüidad que predominaban y que hasta la actualidad siguen prevaleciendo al interior de los grupos étnicos en África, además de encajar perfectamente con las que comenta Giménez Montiel, coinciden –como bien lo señala Fardon (1996)– con las visiones etnicistas de los antropólogos británicos sobre las sociedades africanas (precoloniales, coloniales y poscoloniales), al destacar que los vínculos de parentesco y de afinidades juegan un papel particular en las comunidades y agrupaciones étnicas en África, lo cual establece una gran diferencia entre éstas últimas y los grupos étnicos europeos. También concuerdan indiscutiblemente con los postulados del enfoque primordialista de la etnicidad desarrollados por Geertz (2003).
Las sociedades africanas precoloniales constituían una organización social cuyo poder era centralizado o descentralizado según la comunidad. En la mayoría de los casos eran de tipo aristocrático con estructuras político-administrativas de carácter feudal, establecidas en torno a la figura del jefe o rey (designados a partir de los principios de linaje) y sus colaboradores (nobles, guerreros y representantes religiosos). Se trataba en realidad de imperios o reinos que, a pesar de que no tenían de forma precisa una concepción regulada de las fronteras de los espacios o territorios que ocupaban, formaban una organización social que justipreciaba la coexistencia, el intercambio, la circulación de personas, de bienes y servicios, pero como lo señala Mballa (2011, p. 33) manifestaban “un control del uso de los recursos naturales y económicos, así como una organización en el modo de distribución del trabajo”.
Asimismo, prevalecían la cohesión y la integración social en la pluralidad étnica, como bien lo sostiene Ki-Zerbo (1990), según quien la sociedad africana precolonial manifestaba una particular solidaridad y participación asentados en un determinado humanismo que producía un considerable grado de estabilidad.
La identidad colonial. El orden social identitario que prevalecía en la época precolonial se vio interrumpido con el advenimiento del colonialismo europeo, marcado por la imposición de un modelo occidental de Estado-nación, como lo señala Evans (2012), las estructuras políticas tradicionales en las colonias fueron destruidas, adaptadas o cooptadas por las potencias coloniales. En efecto, las potencias colonizadoras europeas, tras la exploración del continente africano, procedieron a su colonización propiamente dicha, estableciendo nuevas unidades políticas delimitadas por fronteras coloniales al interior de las cuales impusieron sus lenguas respectivas que se convirtieron en lenguas oficiales. Rossatanga-Rignault (2012) califica dichas fronteras coloniales de artificiales, debido a que fueron impuestas por las potencias colonizadoras de acuerdo con sus intereses en desatención a las necesidades y realidades antropológicas de las mosaicas comunidades socioculturales que ahí habitaban.
Dicho proceso se vio consolidado tras el reparto colonial de África en la Conferencia de Berlín de noviembre de 1884 y febrero de 1885, aunque conoció varias pugnas e inflexiones entre colonizador y colonizados, marcadas por las resistencias africanas contra invasiones y ocupaciones territoriales por una parte y, por otra, entre los propios colonizadores, a raíz de las competencias y enfrentamientos que resultaron de dichas ocupaciones. A partir de la primera década del siglo XX, el continente africano se encontraba prácticamente repartido y supeditado al régimen colonial de las potencias europeas que instauraron instituciones de gobierno para el funcionamiento de los nuevos estados creados.
Así, el Estado africano en la época colonial resulta, como lo menciona Mballa (2016), del producto de una trasplantación impuesta de las tendencias y concepciones del modelo occidental del Estado, en la cual los colonizadores sometieron a sus territorios el modelo de administración más acorde a sus intereses. En el caso de Francia, impuso el modelo de Estado unitario de carácter centralizado; mientras que el modelo de Gran Bretaña era de corte descentralizado o federal (aunque en ocasiones tenía un carácter unitario); por su parte, Bélgica optó por una administración de tipo neofeudal.
En suma, la colonización occidental de África impuso diversos cambios estructurales y funcionales profundos en los niveles político, económico, social, ideológico y cultural, lo que generó una nueva configuración del Estado africano en adelante anclado en el modelo occidental del Estado que políticamente lo somete de forma directa mediante una administración impuesta; económicamente lo subordina y entrega sus enormes recursos naturales y materias primas al capitalismo occidental; culturalmente lo erosiona, al someter los valores africanos a los imperantes en la cultura occidental.
La identidad posindependentista y contemporánea. La realidad identitaria de los Estados africanos en estas épocas refleja las consecuencias de un modelo occidental de Estado impuesto, que manifiesta tanto estructural como funcionalmente un mayor grado de incompatibilidad con las realidades sociales tradicionales, culturales y antropológicas de las concepciones y tendencias del Estado africano. En efecto, la implementación del referido modelo occidental ha podido dar cuenta de varios avatares y obstáculos que resultan de desviaciones, incongruencias, injerencias y dominaciones, movilizaciones y manipulaciones (en gran medida étnicas), conflictividades, crisis e inestabilidades (para solo citar éstos) que, al afectar el orden social, ponen en tela de juicio la legitimidad del Estado africano, su soberanía interna.
Los avatares y obstáculos que los Estados africanos han enfrentado desde la colonización y que persisten en la actualidad, son diversos. En primer lugar, puede mencionarse la ruptura o división entre las mosaicas comunidades africanas, a través de la creación de fronteras o límites divisorios entre dichos pueblos, en el marco de la configuración de los nuevos Estados africanos por los colonizadores. Los grupos de población africanos se vieron confinados de forma segmentada dentro de territorios cuyas fronteras –como se mencionó anteriormente– fueron concebidas y diseñadas en función de los finalismos economicistas de los colonizadores.
Dicha segmentación y ruptura generó movilizaciones, instrumentalizaciones y manipulaciones del factor étnico, así como los marcadores culturales, para convertirlos en herramientas antagónicas de diferenciación que acabaron instituyendo barreras entre grupos étnicos (convertidos en actores sociopolíticos). Esto generó “el estallido de conflictos violentos y a menudo difíciles, a veces basadas en las hostilidades étnicas y religiosas entre los pueblos agrupados en unidades políticas arbitrariamente configurados que contienen una variedad de pueblos con poco en común” (Evans, 2012, p. 11).
La cuestión que surge aquí es, ¿cómo entender que la etnicidad (o el factor étnico) que en un principio jugaba el papel de referente determinante de identidad cultural llegó a convertirse en un instrumento cuya sujeción a la movilización y manipulación constituye el detonante de crisis, conflictos, inestabilidad, ingobernabilidad y muchas otras taras que debilitan al Estado africano, obstaculizando no solo su construcción identitaria, sino también su consolidación democrática?
Varios estudios establecidos sobre la construcción identitaria y la consolidación democrática en los Estados africanos, además de sustentar la existencia de la diversidad étnica en África, coinciden en que la etnicidad en sí misma no es fuente de conflicto, ni en contra de la construcción y consolidación democrática en dicho continente (Aapengnuo, 2010), sino una construcción social producto de la historicidad de las sociedades africanas que manifiesta sus dinámicas sociales, culturales y políticas (Nkouatchet, 2015). En África la pertenencia étnica aparece por excelencia como el principal medio de formación de la identidad social.
Sin embargo, con el advenimiento de la colonización la etnicidad sufrió un bricolaje y una normativización de acuerdo con la visión administrativa, los intereses políticos y económicos, y los modos de identificación de los colonizadores. La administración colonial procedió a la burocratización de las jefaturas y mandos a través de una especie de “orden étnico” que definía y designaba quiénes tenían las capacidades y aptitudes para el ejercicio de dichos cargos; además territorializó geográficamente los espacios étnicos (que hasta entonces permanecían abiertos).
En otras palabras, la colonización occidental influyó en la etnicidad con el objetivo de establecer una especie de clientelismo étnico que ha servido de instrumento al servicio de los gobernantes, líderes o élites políticas para movilizar y manipular a grupos étnicos con el fin de mantenerse en el poder o llegar a él, obtener ventajas político-administrativas o controlar los recursos estatales, como cambio de favores o privilegios sociopolíticos o simplemente, como contra-partida a beneficios materiales. Se trata según Mbuyi (2011) de estados nacionalmente mal integrados cuya soberanía (interna-externa) carece de legitimidad, por tanto, su construcción denota un carácter inacabado a través de una ruptura entre Estado-nación. De ahí su incapacidad para solucionar y superar políticamente por lo menos, la cuestión étnica, acomodándola o adaptándola a la modernidad política.
El hecho de que los estados africanos permanezcan aún fragilizados por las divisiones étnicas tiene que ver con la fuerte instrumentalización y manipulación de las comunidades étnicas para la satisfacción de los finalismos economicistas, políticos y materiales de las élites políticas. El caso ruandés es ilustrativo en este sentido. La violencia y los enfrentamientos étnicos sangrientos y genocidas que sucedieron en dicho país estaban anclados en la desigual distribución de los recursos y del poder político. Las manipulaciones políticas de dichos conflictos basados en el control de los recursos –como bien lo confirman Leach y Conde Zambada (2003)– llevaron al genocidio planificado de 1994. Los políticos, demagogos y medios de comunicación instrumentalizaron la etnicidad para obtener el apoyo popular y eliminar a los rivales políticos (tanto tutsi como hutu).
En segundo lugar, un obstáculo importante en la construcción de los pluriétnicos estados africanos –que en la mayoría de los casos ha desembocado en conflictos étnicos– es el control del poder político y los recursos del Estado por un grupo o una comunidad étnica particular, lo cual resulta de las debilidades en las disposiciones institucionales del sistema estatal africano. En estas condiciones, cuando comunidades de estos estados se sienten amenazadas de marginalización y exclusión ante el desigual acceso a los recursos y el poder político, recurren a la movilización y manipulación étnica como instrumento adecuado para remediar sus situaciones sociopolíticas.
El caso nigeriano de las erupciones esporádicas de la violencia que opone cristianos a musulmanes en Jos, la cosmopolita capital del Estado nigeriano de Plateau, lo ilustra perfectamente. Si bien estos tipos de violencia han sido atribuidos de forma general a conflictos intercomunitarios (Al menos 86 muertos…, 2018; Nigeria impone un toque de queda…, 2018; Santé Abal, 2017) develan más bien sesgos institucionales del sistema federal nigeriano, que tienden a establecer el dominio de una comunidad étnica sobre otras en el control y la distribución del poder político y los recursos del Estado (Aapengnuo, 2010). Dominio que en este preciso caso sirvió para estereotipar comunidades, al crear una especie de fronteras étnicas para negar a los grupos estigmatizados el acceso a ciertos cargos del gobierno estatal, a las subvenciones de la educación pública, así como al derecho de ser terratenientes.
De lo anterior se desprende un tercer avatar en la construcción identitaria de los estados africanos, relacionado con las limitaciones de las instituciones y estructuras de dichos estados para adaptarse y reflejar la diversidad étnica, en el respeto de los derechos de las minorías, la distribución equitativa del poder político, así como en el establecimiento de un sistema eficaz de contrapoder que permita atenuar la percepción de la injusticia e inseguridad. En efecto, las instituciones públicas en África manifiestan mucha debilidad en el establecimiento de un sistema judicial equitativo e imparcial, en el cual prevalezca el derecho y una real separación de los poderes para prevenir los abusos de poder del Estado, puesto que en la mayoría de los países africanos, los funcionarios y servidores públicos utilizan el poder político a favor del grupo étnico al cual pertenecen. Ello denota la manifestación del tribalismo, otro fenómeno que frena el desarrollo en África, por generar desigualdad social y económica y, por ende, pobreza.
Desde un punto de vista socioantropológico, el tribalismo es una forma de organización anclada en la idea de tribu como grupo social. Contribuye a la afirmación de una identidad cultural, por expresar un sentimiento de pertenencia a una tribu, esto es, una comunidad humana que comparte la misma cultura, fundamentada en la lengua y otros marcadores culturales relacionados con la consanguinidad y vínculos primordiales de parentesco. Sin embargo, bajo una concepción política relacionada con la realidad africana, el tribalismo adquiere una connotación diferente que la convierte en una tara, un avatar que obstaculiza el progreso de las sociedades, como ocurre en África.
De acuerdo con Kpotufe (2014) en su concepción extrapolada, el tribalismo se relaciona con los beneficios (sociales, políticos y económicos) acordados con una tribu en detrimento de otras. Kpotufe estima que en África el tribalismo aparece no solo como un detonante de las desigualdades sociales y políticas, sino también como una fuente de conflictos interétnicos basados en la valoración y preferencia por su identidad cultural, por su tribu o etnia, en detrimento de otros grupos. Así, para los empleos, las funciones o los cargos político-administrativos, hasta para las subvenciones, lo que prevalece es favorecer y dar preferencia a los conocidos más cercanos (esto es, de su familia, de la misma etnia o tribu, religión o región), con desatención a las aptitudes y competencias requeridas para el ejercicio de los puestos referidos. Los estados se convierten en este sentido en sociedades basadas más en el mecenazgo, producto del tribalismo, que en sociedades fundamentadas en los méritos.
Las aportaciones teóricas discutidas en este trabajo sirven en gran medida como bases teóricas imprescindibles para entender la realidad que rodea la construcción identitaria en África desde las épocas precolonial, colonial y contemporánea. Esta identidad construida a partir de una visión primordialista durante la época precolonial se vio considerablemente influida por la colonización europea a través de la imposición de cambios estructurales y funcionales profundos en lo político, económico, social, ideológico y cultural. Dichos cambios fueron generando una nueva configuración del Estado africano en adelante anclado en el modelo occidental de Estado que políticamente lo somete de forma directa vía una estructura administrativa impuesta, económicamente lo subordina entregando sus enormes recursos naturales y materias primas al capitalismo occidental y lo acultura al someter los valores africanos a la cultura occidental.
La realidad identitaria contemporánea en los países de ese continente es el reflejo de avatares y obstáculos que resultan de desviaciones, incongruencias, injerencias y dominaciones, movilizaciones y manipulaciones étnicas, conflictividades, crisis e inestabilidades que confluyen para afectar no solo las identidades nacionales de los países, sino la consolidación de su democracia. Parece más que necesario para estos Estados reconstruir identidades nacionales sólidas que comprometan a sus pueblos en una conciencia común de participación, de superación de las diferencias y manipulaciones étnicas con el fin de confluir hacia la constitución de gobiernos e instituciones de calidad que reflejan la pluralidad étnica en el respeto de los derechos de todos (específicamente de las minorías), la distribución equitativa del poder político, así como hacia un aparato judicial equitativo, imparcial y eficaz de contrapoder que respalde la justicia y la seguridad, en un clima democrático propicio para el desarrollo social, político y económico.
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