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La vida a través de una pantalla
Life Through a Screen
NIERIKA. Revista de Arte Ibero, núm. 19, pp. 164-172, 2021
Departamento de Arte de la Universidad Iberoamericana

Comunidad


Recepción: 07 Septiembre 2020

Aprobación: 17 Septiembre 2020

DOI: https://doi.org/10.48102/nierika.v10i19.44

En marzo de 2020, a tres semanas de estrenarse una obra de teatro que había logrado tener los recursos necesarios para un buen comienzo y una larga duración, llegó la pandemia del coronavirus. En un principio pensamos que era cosa de esperar unas tres semanas; nunca nos imaginamos lo que vendría: decidimos parar los ensayos y obedecer los reglamentos de sanidad. Todos los días estábamos pendientes de las cifras, esperando que la gente se quedara en sus casas, para poder regresar a nuestro trabajo lo antes posible. Pasaron cuatro, pasaron ocho semanas y, antes de cumplir el tercer mes, nos dimos cuenta de que la vida de todos los artistas -por lo menos en los rubros de la música, la danza y el teatro- estaba por cambiar drásticamente y que la certeza de retomar los escenarios no la volveríamos a tener.

Los pintores, escritores y poetas se volvieron más productivos, puesto que no había más distracciones que atender. Los cineastas comenzaron a reescribir guiones, a rediseñar modelos de producción y a buscar la manera de arrancar las producciones con el mínimo de personas y con todas las medidas de prevención y sanidad posibles, pero los cantantes, los bailarines y los teatreros sabíamos que seríamos los últimos en regresar a nuestras labores, porque la covid-19 había llegado para quedarse.

Era claro que el arte presencial tendría que aprender de inmediato todas las herramientas de la tecnología digital para poder subsistir. Las compañías de teatro en el mundo comenzaron a transmitir cuentos, lecturas interpretativas, obras dramáticas, cabaret, charlas, etcétera. Algunas compañías de teatro transmitieron obras completas que ya tenían en sus archivos, grabadas a varias cámaras, como es el caso del National Theatre en Inglaterra, mientras que las grandes casas de ópera, como la Metropolitan de Nueva York, comenzaron a transmitir obras de forma gratuita. Mucha gente tuvo la posibilidad de ver espectáculos de primera calidad a través de su computadora. Los museos abrieron sus puertas de forma virtual. Esta nueva forma permitió también a cientos de galerías de todo el mundo exhibir los trabajos de sus artistas en diversas disciplinas. Hubo ferias de arte y festivales de teatro virtuales. El propósito era llevar contenidos de diversa índole a los hogares de millones de personas encerradas por la pandemia.

Esto era positivo, pues a muchos nos daba acceso a eventos que nunca hubiéramos podido presenciar en vivo; por ejemplo, ver a Ralph Fiennes interpretar a Julio César en el National Theatre de Londres o ver una ópera en El Palacio de Bellas Artes en donde el boleto hubiera costado 600 pesos desde un buen lugar, o escuchar magníficas conferencias sobre la historia de México sin cruzar la ciudad, o ver cientos de charlas sobre el quehacer artístico en todas sus expresiones, o ver varias manifestaciones artísticas de diversas comunidades y grupos étnicos, como el caso de Martín Makawi Chávez, quien desde la Sierra Tarahumara nos cantaba con su familia una canción sobre cómo prevenir el contagio del virus.

Ver cine desde luego era una gran opción, pues surgió la oportunidad de apreciar las grandes películas de arte, de la historia del cine universal en línea y películas ganadoras de festivales, pero desde luego la experiencia virtual nunca sería igual a estar en una sala de cine, el National Theatre, el Palacio de Bellas Artes o la Sierra Tarahumara.

El confinamiento sacó la creatividad de artistas y de no artistas; muchos tuvieron la generosidad de invitarnos a sus casas a ver sus obras: una magnífica bailarina, por ejemplo, hacía malabares con un aro en la sala de su casa con su perro, o un coreógrafo nos abrió las puertas de su clóset, donde hace sus rutinas de danza. Teníamos la opción de ver espectáculos con temas del encierro y lo que conlleva, cabaret en línea, muy ingeniosas críticas sobre la mala y tendenciosa práctica periodística durante la pandemia. Empezaron a surgir expresiones genuinamente bellas por el confinamiento. El recogimiento, el encierro y el silencio inspiraron a muchos y algunos se convirtieron en artistas de la cocina, en filósofos y en pensadores. El gobierno mexicano se sumó rápidamente a esta tendencia global, ofreció acceso virtual a eventos artísticos y convocó a los creadores a producir, con recursos muy modestos, creaciones digitales, por ejemplo contigoenladistancia.cultura.gob.mx. Surgieron además videos aleccionadores y conmovedores con mensajes contundentes: estamos destruyendo el planeta y ésta es una de las consecuencias.

Se dice que el arte constantemente se transforma y que se adapta a todo; incluso ha sido siempre un tema de discusión cuál es el significado del arte, y de ahí han surgido muchas polémicas, pleitos y frases divertidas con respecto al arte contemporáneo y las teorías que lo explican. Lo cierto es que el arte obedece a sus tiempos, ya sea de forma consciente o inconsciente. Yo pienso que la belleza es importante en el arte, pero eso es sólo lo que yo creo; además, hoy en día la belleza también se ha replanteado -afortunadamente- para alejarla de patrones, etiquetas y prejuicios. Pero de algo que estoy segura es de que el teatro es arte, que es de carácter presencial y que no sucede a través de una pantalla.

Algunos de nosotros ya comenzábamos a cansarnos de aquella vida artificial en donde millones de personas viven a través del celular; ésta sería, entonces, la peor pesadilla para los amantes del sonido de una orquesta en vivo, o para aquellos que disfrutan acompañar la mirada y la respiración entrecortada de un actor en escena.

Henos aquí confinados por una pandemia de proporciones catastróficas; henos aquí frente a una computadora con pretexto del virus, secuestrados por las redes sociales y las series de televisión.

Pero, ¿no había sucedido esto ya, de cierta manera, antes de la pandemia? La tendencia de contar nuestras vidas o de crear breves relatos digitales, para obtener likes y así, ilusoriamente, en el caso de los actores, tener una gran cantidad de seguidores para convencer a los productores que nos dieran trabajo. Antes de la covid ya existía la palabra terrorífica de influencer. La canción Comfortably Numb de Pink Floyd comenzaba a tararearse en mi cabeza desde años antes.

Se dice que la covid-19 aceleró el proceso definitivo del cambio al mundo digital, y en estos momentos parece que ya no es sólo otra alternativa, sino la única. Es una gran ironía que cuando nos damos cuenta de que el mundo presencial es y será la belleza suprema, nos veamos confinados a vivir de y a través de aquello que muchos de nosotros comenzábamos a repeler.

Y ahora, ¿cómo sacar lo mejor de esto? Y, sobre todo, ¿cómo sobrevivir? ¿Competir con infinidad de transmisiones de grandes obras, en grandes escenarios, grabadas con tecnología de punta?

A pesar de que algunos actores no sabemos mucho de tecnología, los esfuerzos se hicieron paso a paso; durante las transmisiones en vivo el nivel de adrenalina era altísimo, pues en cualquier momento podíamos cometer un error técnico o de pronto quedarnos sin internet y arruinar el trabajo de todos y, en mi caso, todo dependía de un objeto pequeño sostenido en la mano: el celular. Si yo lo arruinaba, el público del lado del ciberes-pacio comenzaría a quejarse, y peor aún si se trataba de un espectáculo en el que pagaban su boleto: hay muchas anécdotas de que, en las transmisiones de estos eventos, los teatros o compañías que ofrecían el espectáculo de pronto se convertían en el blanco de todas las injurias y desprecios de un público confinado que quería ver teatro en línea y que, por fallas del internet, la cara de los actores y las voces se congelaban por segundos, minutos, o incluso horas. Pero los mexicanos nos adaptamos y aprendemos rápido, y ahora hay transmisiones de toda índole.

A pesar de que pronto se abrirán los teatros a un 25 por ciento y luego a un 30, y más adelante a un 50 por ciento de su capacidad, no habrá producción independiente que aguante esto. Aproximadamente tenemos 900 espacios culturales independientes en toda la república mexicana. Nadie en su sano juicio se atreverá a abrir un espacio bajo esas condiciones, salvo los teatros subvencionados. El costo del boleto sería muy elevado. El Colegio de Productores de Teatro y la Red de Espacios Culturales Independientes Organizados (RECIO A.C.) desde el inicio de la pandemia se organizaron y trabajaron arduamente para proteger los espacios y los sueldos de miles de personas; en abril de 2020 crearon una iniciativa de 25 medidas para atender el impacto de la covid-19 en el sector de las artes escénicas. Durante estos meses se hicieron varias mesas de discusión con las secretarías de cultura de la Ciudad de México y la federal para salvar estos espacios y, sobre todo, los sueldos de trabajadores, pero al parecer nada se logró. Los espacios culturales son semilleros de movimientos sociales, lugares de reflexión, de diálogo y de cambios. Los artistas son empáticos por naturaleza, y algunos son ególatras también, pero generan proyectos sobre el calentamiento global, sobre el tema de los migrantes, sobre el tema de la corrupción, sobre el tema de la crueldad, sobre el tema de los prejuicios, sobre el tema de los feminicidios, sobre los racismos y los clasismos que nos hacen ser una sociedad infeliz.

Por desgracia el consumidor que ve proyectos conscientes es el que menos los necesita. Un buen artista siempre estará a favor de un movimiento social más justo y lo que haga será por el bien de su comunidad; podrá ayudar a sacar de la ignorancia supina a algunos miembros de las clases privilegiadas de este país, y me refiero también a la larga estirpe política y a aquellos empresarios que no están dispuestos a renunciar a ningún privilegio. La covid nos ha dicho “ya basta con los privilegios que causan más dolor en los más necesitados”. Hagamos cosas bellas para hacer felices a los demás, la autosatisfacción tiene un precio muy alto. Tenemos otra oportunidad, una de tantas que nos da la naturaleza, para hacer las cosas de manera diferente. No deberíamos de dejar al artista morir solo.

Lo positivo de la migración a lo digital

El artista en momentos de crisis tiene una tarea importante. Cada vez hay más opciones digitales de entretenimiento y cultura, y es ahí donde hay una pequeña grieta, en la abundancia de aquello que parece ser algo pero no lo es; claro que hemos tenido la oportunidad de ver cosas muy bellas por internet, pero la mayoría de los productos son como el kanikama, que dicen que es cangrejo, pero no lo es. El artista puede aprovechar esa grieta y llevar productos de mejor calidad, por lo menos en contenido, a casi todas las casas (casi todas porque de antemano sabemos que no todos los mexicanos cuentan con la opción de elegir tener una computadora) sin la necesidad de que la gente salga, y a un precio más accesible que un acto presencial; entonces, quizá sería una oportunidad para estudiar en qué podemos ser útiles, para tomar las redes con proyectos honestos que intenten sanar, sensibilizar y transformar, pero -y éste es un gran pero- el artista también requiere de tiempo y sus intentos para subsistir durante esta pandemia le roban muchas horas valiosas para ponerse a generar proyectos con tal contenido. Es claro que contra el diseño de producción de las series de televisión no podríamos competir jamás, pero sí en cuanto a la honestidad del contenido. Por el momento no nos queda otra que apostar a meternos a sus casas como un virus; entonces quizás tengamos la suerte de que, para el momento en que se abran las compuertas de la covid, tengamos un nuevo público que quiere conocer en vivo la belleza que conoció a través de la pantalla y tenga el deseo imperante de ir al teatro, a la ópera, a los conciertos, a la danza, a los museos, a la cineteca, a disfrutar de todo aquello que es bello, y a experimentar la sensación que genera ver a un cantante, o a un actor en vivo y respirar el mismo aire que ellos respiran y sentir las mismas pulsaciones por minuto de sus corazones, sentir los mismos escalofríos que un Nemorino (Elixir de Amor de Donizetti) siente al encontrase frente a la bella Adina. Ver sus grandes y expresivos ojos en vivo con una gran orquesta.

Pero si los músicos, los cantantes y los bailarines no logran sobrevivir a la pandemia por razones económicas, no tendremos la oportunidad de ver si el experimento funcionó. Porque los teatros, por lo menos los independientes, estarán cerrados y los seres humanos que trabajan ahí estarán luchando por subsistir. Uno de estos espacios, llamado La Teatrería, tras pasar momentos muy duros durante el cierre, ha decidido invertir en Teatrix, una plataforma que al parecer funciona como las demás, pero con teatro; esperemos que esta página pueda albergar a muchos artistas mexicanos en estos tiempos tan duros.

Lecciones de la covid

“Por lo menos en lo que te queda de vida no vuelvas a tomar por sentado nada y respeta lo que no es tuyo.”

Damos por sentadas tantas cosas; el arte y la naturaleza son dos de ellas. Creemos que podemos vivir sin ellos. La naturaleza es una obra de arte en sí, los parques, los árboles, los pájaros; las personas citadinas olvidan su origen constantemente y eso nos hace seres fragmentados. Creemos que las inmensas torres de concreto y el consumo de cosas que en realidad no necesitamos son lo normal. El inconsciente ha sido colonizado por los medios digitales y lo grave es que quienes tienen las posibilidades explotan esa conquista haciendo creer al ser humano que puede y debe vivir confortablemente trabajando para pagar un departamento de lujo, comiendo porquerías de lujo y consumiendo las series televisivas -como por vía intravenosa- y que no necesitamos nada más. La covid se apareció para mostrarnos que estamos en un error; que la naturaleza no es nuestra, que los animales nos son nuestros, que el planeta no es nuestro, y que el mundo tampoco y que, en cualquier momento, ese mundo nos puede sacudir.

“La UNESCO dice que durante la covid el mundo se ha volcado hacia el arte y la cultura, basta con ver los números multiplicados de las visitas a las páginas de los museos. Gracias al covid se ha hecho notorio el valor del arte, la literatura y todas las disciplinas del contenido cultural. La población está buscando la cultura para calmar su ansiedad. La OMS a través de estudios confirmó que la cultura ayuda a mejorar la salud mental, emocional y física.”1

Gracias a Ana Paula Pintado por la información proporcionada en Los Hijos de Riosi y Riablo. Gracias a Sonia Couoh colaboradora de La Teatrería, quien tuvo la generosidad de compartirme información actualizada de la red de teatros independientes @RECIOCDMX, el @colegioProductores y el mapeo de @PasaporteCultural.



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