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Las neozapatistas Miradas desde el fotoperiodismo mexicano, 1994-1996
The Neo-Zapatistas Looks from the Mexican Photographic Journalism Perspective, 1994-1996
NIERIKA. Revista de Arte Ibero, núm. 20, pp. 76-106, 2021
Departamento de Arte de la Universidad Iberoamericana

Dossier


Recepción: 31 Enero 2020

Aprobación: 11 Junio 2020

DOI: https://doi.org/10.48102/nierika.vi20.6

Resumen: La aparición pública del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en el estado de Chiapas, México, el 1º de enero de 1994, permitió al mundo aproximarse a un nuevo sujeto social: las neozapatistas. Nuevo no por su reciente participación en la historia, sino por las características que adquirió al ser representado.

El fotoperiodismo fue testigo y relator de hechos que daban cuenta de un movimiento armado con características únicas. Nos permitió acercarnos de manera progresiva a las mujeres neozapatistas. Pero ¿qué realidades nos permitió conocer durante los dos primeros años de iniciado el conflicto armado, qué códigos, símbolos, significados y jerarquías prevalecieron en esas representaciones (escritas y visuales) al pensar al fotoperiodismo como tecnología de género? Éstas son las preguntas que guiarán el presente artículo.

Palabras clave: EZLN, mujeres neozapatistas, fotoperiodismo, representación, tecnología de género.

Abstract: The public appearance of the Zapatista Army of National Liberation (EZLN) in Chiapas, Mexico, on 1st of January 1994, allowed the world to approach a new social subject: the Neo-Zapatistas. New not because of their recent participation in history, but due to the characteristics it acquired by being represented.

Photojournalism was a witness and rapporteur of events that accounted for an armed movement with unique characteristics. It allowed us to get progressively closer to Neo-Zapatista women. But what realities did it enable us to know during the first two years of the armed conflict? Which codes, symbols, meanings, and hierarchies prevailed in these representations (written and visual) on thinking of photojournalism as gender technology? These are the questions that will guide this article.

Key words: EZLN, Neo-Zapatista women, photojournalism, representation, gender technology.

Introducción

Desde su irrupción en la escena pública, el primero de enero de 1994, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) inspiró y fue objeto de múltiples representaciones, pero fundamentalmente permitió al mundo aproximarse a la construcción de un nuevo sujeto histórico que contribuyó a la redefinición de lo indígena; me refiero a las y los neozapatistas.1 Nuevo no por su reciente participación en la historia, sino por las características que adquirieron al ser representados. Dichas representaciones (visuales, escritas, simbólicas) pueden leerse a través de las estructuras discursivas2 construidas desde la academia, las ONG, el Estado, los medios masivos de comunicación y, por supuesto, por los mismos protagonistas.

Notas periodísticas, reportajes y fotografías circularon por todo el mundo desde el día que inició el conflicto, además de la difusión global que detonó el uso de internet. Carlos Montemayor señaló: “el EZLN fue el primer movimiento guerrillero en el México moderno que conquistó, desde el primer día de su aparición, un espacio permanente en los medios de comunicación”.3

Con la aparición del EZLN quedó de manifiesto el poder y la capacidad que tiene el fotoperiodismo para proyectar masivamente a los sujetos sociales que construyen la historia. La prensa masiva cubrió puntualmente el desarrollo del conflicto armado desde el poder que implica publicar y difundir notas diariamente, y de esa manera produjo un material que expresó los elementos socio-culturales que lo fincan como una práctica social cargada de códigos, símbolos y sentidos en torno a la guerra, a lo indígena, al género, a la raza, a la clase, a la etnia, entre otros aspectos.

El fotoperiodismo fue testigo y relator de hechos que daban cuenta de un movimiento armado con características únicas: entre otras, que estaba encabezado por indígenas que le declararon la guerra al Estado mexicano, lo cual se expresaba como fuertes críticas al capitalismo y del proyecto de modernidad imperante. La “Primera declaración de la selva Lacandona”, carta de presentación del EZLN al mundo, lo dejó muy claro. Pero también lo hacía único el hecho de que en sus filas participaban activamente mujeres que fungieron como “protagonistas invisibles del EZLN”4 y que como expresión de su maduración política, tenían una “Ley Revolucionaria de las Mujeres”.5

De esa participación dieron cuenta mujeres y hombres fotoperiodistas, otro elemento que hizo particular al movimiento neozapatista, pues generalmente la guerra se cubre desde la lente masculina. Sólo por citar algunos: Antonio Turok, Raúl Ortega (el fotorreportero que mayor tiempo permaneció dando cobertura al movimiento armado), Darío López Mills, Juan Popoca, Antonio Reyes Zurita, Marco Antonio Cruz, Alfonso Murillo, Carlos Cisneros, Víctor Mendiola, Ernesto Ramírez, Jorge Ríos, Antonio Reyes, Claudio Olivares, Pedro Valtierra, entre otros. Pero también arribaron al lugar Ángeles Torrejón, Elsa Medina, Frida Hartz, Araceli Herrera, Adriana Abarca, Lilia Hernández, Lucía Godínez, Silvia Calatayud, entre otras. Sin embargo, es importante resaltar que, en los primeros días del conflicto, la labor fotoperiodística estuvo dominada por varones.

Concibo al fotoperiodismo como una tecnología de género, de acuerdo con los planteamientos de Teresa De Lauretis.6 Las tecnologías de género -como la televisión, la radio, el cine, la prensa- definen, conceptualizan a la feminidad y la masculinidad, y pueden ser entendidas como un sistema de representaciones que confieren significados y crean discursos. “La construcción de género prosigue en nuestros días a través de las diversas tecnologías [...] (como el cine) y diversos discursos institucionales (como la teoría), y tiene el poder de controlar el campo de significado social y por tanto de producir, promover e ‘implantar’ la representación del género”.7

La representación de lo femenino a través de las tecnologías de género es una construcción histórico-cultural vinculada con una serie de significados determinados por el contexto y la época. La cultura establece un conjunto de definiciones que se materializan a través de la forma en la que se construye la feminidad reconfigurando y estableciendo un determinado orden de género. Pero además, las tecnologías de género dan cuenta de la producción material de los cuerpos.8

El fotoperiodismo nos permitió acercarnos, de manera progresiva, a las actoras sociales, las realidades, los códigos, símbolos, significados y jerarquías que prevalecieron en las representaciones (escritas y visuales) que se produjeron durante los dos primeros años del conflicto armado, lo que nos permitió entender al fotoperiodismo como tecnología de género y ofrece las claves que guían el presente artículo.

Es importante señalar que mi acercamiento al tema es desde una militancia feminista que se despertó desde el primer día que tuve conocimiento de la existencia de las neozapatistas en 1994; mujeres críticas de los feminismos que me han enseñado que lo importante no es tanto pronunciarse sino vivir los feminismos.

La prensa: campo de batalla de las representaciones

La contienda entre el Estado mexicano y el EZLN no sólo se expresaba a través de las armas; las diferencias también se dirimían a través de las declaraciones públicas: los medios masivos de comunicación desempeñaron un papel central en la construcción de discursos (verbales e iconográficos) que daban cuenta de las diferencias entre las formas de entender el origen, causas, desarrollo y consecuencias de la guerra.

La prensa, como señala W. J. T. Mitchell, construye dos campos de representación que son indisociables: imagen y palabra. De hecho, enfatiza que los medios masivos de comunicación, en realidad, son “mixtos”: ni puramente visuales ni puramente verbales, y dejan ver las tensiones entre la política cultural y cultura política.9 El análisis de la representación a través de la prensa no puede desligar al discurso visual del escrito; ambos constituyen un complejo entramado de significados que es necesario desentrañar para tratar de entender cómo opera la prensa como tecnología de género.

La prensa se convirtió en un campo de batalla de representaciones y en creadora de sentidos, entre otras cosas, con respecto a la aprobación o desaprobación del movimiento, la justificación o la descalificación de su existencia, el asombro y valoración por tratarse de un movimiento indígena, pero fundamentalmente en la significación del otro. Ese otro que le declaró la guerra al Estado, ese otro indígena que se atrevió a alzar la voz, ese otro que, además, es pobre y resiste, ese otro, mujer que participa y hace la guerra. Es decir, la prensa pensada como tecnología de género, en el contexto armado chiapaneco brindó claves para entender cómo interactúan el género, la etnia, la clase o la raza, al momento de representar a las neozapatistas.10

Los discursos verbales exhibían, por un lado, la posición del EZLN que explicaba las causas históricas, ideológicas, políticas y culturales que motivaron su actuar; además, denunciaban la brutalidad de la acción del Estado y señalaban en un comunicado de prensa del 6 de enero de 1994 lo siguiente:

Los asesinatos de mujeres y niños perpetrados por las fuerzas federales en los lugares de conflicto muestran a un ejército sin control. Hacemos un llamado a los oficiales, clases y tropa del ejército federal para que se nieguen rotundamente a cumplir las órdenes de exterminio de civiles y ejecución sumaria de prisioneros de guerra y heridos que les giran sus mandos superiores y se mantengan dentro de la ética y honor militares.11

Por otro lado, los argumentos del Estado que todo el tiempo justificaban la brutalidad de la respuesta del ejército amparado en su función de defensor del orden social:

Tenía localizados Gobernación los centros de adiestramiento; conocía del tráfico de armas.

Pese a ello, explica la subsecretaria Díaz Palacios, las circunstancias especiales de la región obligaron al gobierno a actuar con especial prudencia y cuidado.

Respetan las tropas derechos individuales.12

Pero también columnistas, analistas, editorialistas y líderes de opinión se encargaron de analizar, a partir de la línea editorial del medio, el impacto y la relevancia del movimiento armado. Y por supuesto, las/os fotoperiodistas que a través de la construcción de imágenes cumplen con la función social de documentar, testificar, dar cuenta de acontecimientos, de realidades diversas. La guerra no sólo se dirimió en el campo de batalla, también al hacer llegar la primera nota, la primera imagen, al medio.

Los dos primeros años testimonios fotográficos de las mujeres neozapatistas

Una forma de comunicar al mundo la aparición del levantamiento armado del EZLN encabezado por indígenas, fue en gran medida, a través de fotografías. Los diarios y revistas más importantes del país (La Jornada, El Universal, Excélsior y Proceso) prácticamente se peleaban la primicia, todos querían tener la imagen más impactante que diera cuenta de lo que sucedía en el estado del sureste. Algunas mostraban reiteradamente al considerado, en ese momento, el líder del movimiento, el subcomandante Marcos; la toma de las siete cabeceras municipales (San Cristóbal, Ocosingo, Altamirano, Las Margaritas, Oxchuc, Huixtán y Chanal); a los alzados en armas con sus desconcertantes pasamontañas; otras más, a los caídos, todos indígenas, aunque algunas notas resaltaban las bajas del ejército que no se veían por ningún lado; la marcha al Zócalo para demandar el cese al fuego; las jornadas por la reconciliación; otras exponían los efectos de la guerra a través del fenómeno del desplazamiento; pero también aparecieron mujeres -aunque en mucha menor medida- que formaban parte de las filas del movimiento armado.

La Figura 1 es una de las primeras referencias visuales de la presencia de mujeres en las filas del EZLN. Ni más ni menos, se trata de la comandanta Rosa, de la estructura militar, participando de la toma del Palacio Municipal de Altamirano. A pesar del acercamiento que se logró en la toma de Murillo y que no quedaba duda que se trata de una mujer, una práctica reiterada de la prensa fue referir los cargos militares en masculino, expresión de cómo operan las tecnologías de género, que definen y significan al mundo en lenguaje masculino.


Figura 1
El Universal, 4 de enero de 1994, fotógrafo: Alfonso Murillo, “La comandante ‘Rosa’ observa a lo lejos cómo un grupo de rebeldes destruye el palacio municipal de Altamirano”. Agencia © El Universal.

Como resultado del desarrollo técnico de la fotografía durante el siglo XX, las imágenes de los conflictos bélicos desempeñaron una función sustancial como representación de un fenómeno del que la gran mayoría quiere saber o al que quiere observar, pero a la distancia, por sus significados, efectos y consecuencias. Ilán Semo apunta que “en el laberinto de los tejidos de la subjetividad de una sociedad donde todavía no se apagan las armas revolucionarias, la cadena de producción de imágenes (pintura, fotografía, cinematografía, etcétera) ocupa un espacio singular. Un centro sin centro: cada imagen es el centro de sí misma”.13

En el conflicto armado chiapaneco, cada imagen -y su respectiva narrativa escrita- era central respecto a otras; daban cuenta de algo desconocido, de algo novedoso, incluso cuando se trataba de la misma imagen, del mismo personaje, contexto o temática. La producción de imágenes a cargo de los medios masivos de comunicación se intensificó; cada día había algo nuevo que mostrar al mundo, porque el mundo así lo demandaba también. Incluso, al otro día de estallar el conflicto había corresponsales y fotógrafos que provenían de todos los continentes buscando la imagen más impactante. Se podría afirmar que se llegó a la saturación de la imagen. El bombardeo de imágenes rebasaba todo el tiempo nuestra capacidad de asombro, lo cual estuvo determinado por la celeridad del conflicto.

La difusión mediática de la participación de las mujeres en el conflicto zapatista estuvo influida, en gran parte, por la visión forjada por la prensa escrita que permitió tener mayores referentes de las posibilidades de participación que brindó la estructura organizativa del EZLN a sus integrantes, pero sobre todo, permitió evidenciar que fue la intensa lucha entablada por las mujeres la que les permitió desempeñarse: a) en las filas del ejército asumiendo algún cargo en la estructura militar; b) trabajando en los cuarteles o en la montaña desarrollando las actividades propias de contextos de guerra, es decir como insurgentes;14c) como milicianas; d) formando parte del Comité Clandestino Revolucionario Indígena (CCRI), integrado por las personas de las diferentes comunidades o regiones con mayor autoridad moral y que tiene como función prioritaria fungir como portavoz del sentir general de sus comunidades, y hacer llegar sus disposiciones a la estructura insurgente; e) en las bases de apoyo,15 función en donde se aglutina la participación mayoritaria de las mujeres; o f) participando en los talleres de sastrería y armería.16

Las fotografías de prensa de las mujeres neozapatistas se publicaron de manera más frecuente en la medida que el conflicto se desarrollaba. Si bien en sus inicios prevalecían las figuras masculinas, primordialmente en torno al subcomandante Marcos, una vez que se difundió de manera más puntual la participación de las mujeres en el movimiento, estas imágenes empezaron a diversificarse y a tener mayor proyección, aunque en ningún momento alcanzaron la difusión que sí logró el subcomandante. Las cámaras se peleaban por fotografiar la figura masculina, mestiza, fuerte, que reproducía los códigos y símbolos inspirados en las luchas armadas revolucionarias de nuestra América de mediados de siglo XX. Las tecnologías de género refuerzan las jerarquías genéricas y en este caso terminan fortaleciendo los códigos que definen a las masculinidades hegemónicas.

Sin embargo, es importante precisar que la producción fotoperiodística que consideró a las neozapatistas como sujetos a fotografiar varió en razón de la función que desempeñaron dentro de la estructura organizativa del EZLN: comandancia general, militares-insurgentes y las bases de apoyo y milicianas. A continuación presentaré cómo operó la prensa, como tecnología de género, al representar a las mujeres en función de su participación en los diferentes espacios organizativos.

Comandancia general

Las comandantas Ramona, Trinidad, Andrea y Susana, integrantes de la comandancia general, fueron las más difundidas por el fotoperiodismo, con las debidas consideraciones frente a la mayor proyección mediática que se dio a Ramona. Sin embargo, la forma en que fueron representadas permite identificar cómo la construcción del género a través del fotoperiodismo no es lineal ni estática, ni sigue los mismos parámetros para todas las neozapatistas; se construyó en estrecha relación con el contexto socio-político-militar, pero también responde a la necesidad de los medios de construir un referente, con fuerte carga visual y mediáticamente atractivo para el público lector.17

Ramona es el referente obligado para el análisis de la representación de las neozapatistas en el fotoperiodismo mexicano. Integrante de la dirección política del EZLN y socialmente reconocida como representante de la participación de las mujeres indígenas en el interior del movimiento, es la figura femenina más representativa de la lucha neozapatista.

La Figura 2 es una de las primeras imágenes que se dieron a conocer de la comandanta Ramona; fue publicada en la contraportada de La Jornada. Corre bajo la autoría de Raúl Ortega y se tomó en el marco de los Diálogos por la Paz y la Reconciliación en la Catedral de San Andrés Larráinzar celebrados de febrero a marzo de 1994. Al inicio de los diálogos, la mayor Ana María (integrante de la estructura militar) y la comandanta Ramona integraron la representación femenina del EZLN. Ramona representó a las mujeres del CCRI en la mesa.


Figura 2
La Jornada, 21 de febrero de 1994, fotógrafo: Raúl Ortega, “Delegada del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en San Cristóbal de las Casas, antes de entrar a la sede de las negociaciones”.

Una constante en las notas fotoperiodísticas que se publicaron durante los dos primeros años del conflicto armado: la presencia visual de la comandanta frente al débil o nulo reconocimiento, en el discurso escrito, de su participación en el movimiento. Si bien se enuncia a Ramona o a la comandanta en los títulos o pies de foto, generalmente las notas periodísticas omiten su presencia, participación o funciones en el EZLN. La publicación del 21 de febrero sólo difunde los testimonios de otros comandantes. Para esta fecha ya se había difundido ampliamente la existencia de la Ley Revolucionaria de Mujeres, de modo que también se tenían referentes de la presencia de mujeres en el EZLN; sin embargo, el tema de las mujeres no fue considerado lo suficientemente relevante por La Jornada en ese momento. Históricamente lo que importa a los medios masivos de comunicación es resaltar la presencia física de las mujeres, no su actuar o su acción, otro referente de cómo se expresan las tecnologías de género.

En la memoria colectiva permanece la imagen de la comandanta Ramona, mujer de cuerpo pequeño que calzaba en todo momento sandalias o huaraches, con vestimenta de la etnia tzotzil y que llevaba un paliacate anudado al cuello y gustaba de portar un reloj negro en la mano izquierda. El cuerpo de la comandanta Ramona se plagó de significados: cuerpo de mujer frente a la contundencia de la presencia masculina; cuerpo indígena experimentado que resistía; cuerpo pequeño que, sin embargo, proyectaba fuerza, persistencia; cuerpo al que se le expresaba respeto y reconocimiento; cuerpo que provenía de las regiones más pobres del país, pero que luchaba dignamente; cuerpo que impuso una imagen y, de tan persistente que era, se volvió inconfundible; cuerpo que, sin embargo, también reproducía determinados estereotipos sociales construidos en torno a la interacción del género, la etnia, la clase, la raza y la sexualidad. Ramona es un claro ejemplo de cómo, a través del cuerpo, se esculpen códigos que le otorgan identidad y lo hacen único, intransferible.

Sin embargo, no sólo fueron estos elementos y la función que cumplió el fotoperiodismo los que hicieron de Ramona un referente icónico de la lucha de las mujeres neozapatistas, fundamentalmente su trabajo, lucha, resistencia y participación política y social que le confirieron tal reconocimiento. Se trata de una mujer transgresora que rompió con los cánones esperados, tanto en el interior de las comunidades indígenas, como fuera de ellas. Aunque la manera en que fue representada generalmente terminaba por desdibujar el trabajo político y social de la comandanta. Se representó, con mayor frecuencia la imagen despojada de su agencia.18

Cuando hablo de la imagen del cuerpo despojado de su agencia me refiero a las representaciones fotográficas que aluden a un cuerpo contenido, normado, vigilado, atenuado, oculto, silenciado. Por su parte, la imagen del cuerpo con agencia es aquel que da cuenta de la resistencia, que provoca, participa, se revela, actúa frente a las representaciones sociales hegemónicas en torno a las diferencias sociales, cuestiona las funciones estáticas, inmóviles, tradicionalmente asignadas a las mujeres.

Las fotografías de la comandanta Ramona que son referentes claros de la imagen del cuerpo despojado de agencia son las publicadas durante las Jornadas por la Paz y la Reconciliación en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. El material, ampliamente difundido, daba cuenta de la imagen del cuerpo de la comandanta rodeado por un colectivo de hombres o acompañada por el subcomandante Marcos. De las 43 imágenes publicadas por los cuatro medios (La Jornada, El Universal, Excélsior y Proceso) sólo en dos ocasiones se fotografía a la comandanta de manera individual. En ninguna imagen aparece tomando la palabra en las mesas de negociaciones o en las conferencias de prensa: quienes aparecen cumpliendo esta función son el subcomandante Marcos, Manuel Camacho, Samuel Ruiz, Roberto Salcedo o algún integrante del EZLN; es decir, si bien está presente en las mesas, su cuerpo aparece estático, pasivo, congelado. Es importante enfatizar que no estoy responsabilizando a las/os fotógrafas/os por no dar cuenta de una participación que en realidad no se expresó, pues fue muy claro que la presencia de la comandanta respondió más a un criterio mediático, estratégicamente pensado por el EZLN, que a la posibilidad real de participar activamente en el evento, situación motivada incluso por el idioma de la comandanta. El cuerpo empequeñecido de Ramona quedó prácticamente oculto entre la inmensidad de los componentes de la imagen, sea la bandera nacional u otro integrante masculino de la mesa (Fig. 3).


Figura 3
El Universal, 22 de febrero de 1994, fotógrafo: Alfonso Murillo, el subcomandante Marcos del EZLN, con su tradicional pasamontañas, muestra el lábaro patrio frente al altar de la catedral de San Cristóbal de las Casas, con la ayuda de Manuel Camacho Solís. El obispo Samuel Ruiz y delegados “zapatistas” miran la escena”. Agencia © El Universal.

Sin duda, el peso masculino que tuvo la composición de las mesas de negociación ejerció un poder contundente frente a la única presencia femenina. En este sentido, la imagen fotográfica resulta muy reveladora al evidenciar la contundencia de las desigualdades genéricas dentro del EZLN en ese momento, que no sólo eran de carácter cuantitativo con respecto a la presencia de las mujeres en sus filas, sino también en las posibilidades reales de toma de decisión.

La imagen del cuerpo de la comandancia femenina da cuenta de una asistencia silenciada. Lo que es innegable es que este momento clave posibilitó la amplia difusión y proyección social de la comandanta Ramona como representante de las mujeres en las filas del EZLN, lo que contribuyó a hacer visible lo que se vislumbraba como poco probable, la presencia de mujeres indígenas en un movimiento armado. Aunque, la manera en que fue representada, en ese momento, poco contribuyó a alterar las formas de representación de las mujeres que participan en conflictos armados.

La importancia que dio la prensa a la imagen de Ramona no se correspondía con la necesidad de dar a conocer sus testimonios. Por eso no es de extrañar que fueran mujeres las periodistas interesadas en las declaraciones de Ramona -perteneciente al cuadro político que trabajaba en las comunidades- y Ana María -parte del 30 por ciento de mujeres que integraban la estructura clandestina del movimiento, el grupo insurgente-. Matilde Pérez y Laura Castellanos, dos de las cinco periodistas que se acercaron a las neozapatistas, lograron una entrevista memorable titulada “No nos dejen solas”, que Doble Jornada publicó el 7 de marzo de 1994 (Fig. 4).


Figura 4
Doble Jornada núm. 86, 7 de marzo de 1994, fotógrafo: Raúl Ortega.

El material publicado denota la construcción de un discurso propio, pero muy monótono y repetitivo -haciendo alusión en frases empleadas por el subcomandante Marcos-, sobre todo de Ana María, quien responde a casi todos los cuestionamientos de las periodistas.

Ramona y Ana María lucharon por su derecho a organizarse y a ser parte de la estructura del cuadro militar. Un logro sustancial de la lucha emprendida por las mujeres fue la elaboración y proceso de aprobación de la Ley Revolucionaria de Mujeres. “A todas les pedimos que luchen con nosotras”,19 llamado no para la toma de las armas, sino para apoyar la Ley, señalan Ramona y Ana María. Ambas identifican plenamente la unidad y fuerza que les confiere apelar a la unidad y el apoyo de las mujeres, argumento político que trasciende el discurso local en busca de la unidad nacional. Es importante señalar que ambas reconocen la ausencia de una demanda vital en esta ley, el tema de la posesión de la tierra, aunque fue Ramona quien atendió de manera más clara este aspecto; pero a su vez reconocen que un gran logro fue introducir el tema de libre elección de la pareja, punto que señala con particular interés Ana María.

Si bien la entrevista denota en algunos momentos la construcción de un discurso crítico frente a las diferencias genéricas que viven las mujeres en sus comunidades y en el interior del movimiento, también se puede observar la necesidad imperante de exponer la lucha que se vive en el movimiento por erradicar dichas diferencias genéricas. “En el EZLN todo es parejo. Ahí no existen diferencias, un día a los hombres les toca hacer la comida, al día siguiente a las mujeres, y otro, revueltos. Si hay que lavar la ropa; el hombre lo puede hacer”,20 señala Ana María. Sin embargo, reconocen que esta situación aún difiere de lo que viven los integrantes del movimiento en el interior de sus hogares: “claro, dentro de las casas de los compañeros ahí existe todavía un poco de desigualdad, ¡pero ya es muy poco! Los compañeros ya no maltratan tanto a la mujer, le ayudan a cargar al niño”.21 Ana María tiende a minimizar las expresiones de desigualdad que viven las mujeres en sus hogares.

En una de las pocas intervenciones que tiene la comandanta Ramona para cerrar la entrevista señala: “nuestra esperanza es que algún día cambie nuestra situación, que se nos trate a las mujeres con respeto, justicia y democracia”,22 expresión de un discurso que incorpora principios liberales como demandas inalienables de lucha. Se trata de la entrevista más amplia y puntual que se logró hacer a la mayor Ana María y a la comandanta Ramona recién iniciado el conflicto, la cual además brindó datos relevadores con respecto a la participación de las mujeres en el movimiento.

En octubre de 1996 el periodismo nuevamente tiene la oportunidad de tener al frente a la comandanta Ramona, pero ahora como protagonista y única representante del EZLN para la realización del congreso Nacional Indígena (CNI) (Fig. 5). La llegada de la comandanta Ramona a la Ciudad de México permitió al fotoperiodismo representar a una mujer transgresora, sujeto político que participaba, decidía, daba a conocer sus propios planteamientos sin la necesidad de dar lectura a un discurso que no era producto de su propia reflexión, pues era claro que respondía a la estructura discursiva del neozapatismo, tan repetitivo, que desdibujaba la presencia de las mujeres en el movimiento armado.


Figura 5
Proceso, núm. 1041, 13 de octubre de 1996, fotógrafo: Benjamín Flores, “Que no nos dejen solas”. D.R. © Comunicación e información, SA de CV.

Al momento en que la prensa dio cuenta de la existencia y la participación de otras comandantas, además de Ramona, lo he denominado representación de la comandancia diversa, lo cual fue posible gracias a tres situaciones: a la apertura que mostró el EZLN al designar a un número mayor de mujeres para participar en las mesas de negociación; fundamentalmente a la ardua lucha que entablaron las neozapatistas por abrir los espacios de toma de decisiones y de reflexión y análisis sobre la situación de las mujeres y, por desgracia, a la enfermedad de Ramona que la obligó a retirarse temporalmente de la escena pública.23

Militares-insurgentes

Las integrantes del mando militar-insurgente son aquellas que ejercen un cargo en la estructura organizativo-militar del EZLN: mayor, capitana, comandanta, tenienta o subtenienta. Cuerpos que responden a lineamientos y reglas de operación muy rígidas, pues independientemente de que se trate de un movimiento armado popular adopta una estructura totalmente vertical que históricamente ha caracterizado a la milicia. El cuerpo militar femenino es aquel que desempeña actividades propias del contexto de guerra sin contar con un cargo militar. Aquí se concentran los soldados.

El cuerpo del mando militar y el militar femenino no siempre portan vestimenta militar, depende del tipo de actividad y contexto en el que se encuentren. Fundamentalmente cuando se encuentran realizando actividades de adiestramiento militar o patrullaje, las militares-insurgentes portan la vestimenta propia de la estructura del ejército (Fig. 6).


Figura. 6
Doble Jornada, 6 de junio de 1994, fotógrafa: Frida Hartz.

La neozapatista con cargo militar que apareció de manera continua en los medios fue la mayor Ana María. Las imágenes del cuerpo del mando militar de Ana María dan cuenta del cuerpo en primer plano, transgresor, activo, con agencia, que enfrentan a la cámara, que dialoga con ella (Fig. 7) pero que, sin embargo, no logró el impacto social que alcanzó la comandanta Ramona. Esta situación puede explicarse, en parte, por tres aspectos que en entrevista señalaba Mercedes Olivera: por la actitud autoritaria y el posicionamiento intransigente que la caracterizaron, porque su poder pertenecía a la estructura clandestina del movimiento y no podía salir a luz pública, y por las diferencias con la estructura decisoria del EZLN, que se fueron acrecentando en la medida que avanzaba el conflicto.24 Sin duda, la conjugación de estos elementos tuvo efectos directos en la forma en que la mayor fue representada por los medios, pero también en la manera en que fue percibida por el entramado social.


Figura 7
Doble Jornada, núm. 86, 7 de marzo de 1994, fotógrafo: Raúl Ortega.

Las bases de apoyo y milicianas

Las bases de apoyo y milicianas preponderantemente fueron fotografiadas de forma colectiva (Figs. 8 y 9). Esto marcó una diferencia con respecto a cómo fueron fotografiadas las militares-insurgentes o la comandancia general donde prevalecieron las imágenes del cuerpo individual. La relación entre el género y la función que desempeñaban las neozapatistas en la estructura organizativa del EZLN definieron la forma de fotografiarlas. Es decir, al momento de representar a las mujeres indígenas insurgentes no sólo pesó el género, sino también el grado militar.


Figura 8
Excélsior, 10 de octubre de 1994, fotógrafo: Juan Popoca, “Decenas de jóvenes mujeres reciben instrucción militar en algún lugar de la Selva Lacandona, para integrarse como efectivos del EZLN”.


Figura 9
Proceso, núm. 928, 15 de agosto de 1994, fotógrafa: Araceli Herrera, “Mujeres zapatistas”. D.R. © Comunicación e información, SA de CV.

Juan Popoca del Excélsior vio publicado su trabajo el 10 el octubre de 1994; ahí aparecen las primeras bases de apoyo o milicianas recibiendo entrenamiento militar (Fig. 8). Durante 1994 La Jornada, El Universal, Excélsior y Proceso privilegiaron las tomas del cuerpo transgresor de las bases de apoyo o milicianas, pero fundamentalmente recibiendo instrucción militar o realizando algún tipo de actividad de vigilancia de rutina y en menor medida difundiendo en la prensa nacional actividades en el movimiento insurgente.

Entre 1995 y 1996 las imágenes de cuerpos transgresores de milicianas o bases de apoyo se volvieron más frecuentes. La Jornada y Proceso comparten un estilo fotográfico muy similar. Aparecen cuerpos colectivos organizados en fila, que se encuentran a la espera o a la expectativa, sea de algún acto político del EZLN o alguna actividad sociocultural. Se privilegian los planos general y americano, ángulos a nivel del horizonte o picado, con profundidad de campo o puntos de fuga, lo que permite resaltar la presencia masiva de cuerpos transgresores (Figs. 9 y 10).


Figura 10
La Jornada, 27 de marzo de 1994, fotógrafo: Raúl Ortega, “En una de las comunidades civiles de la selva Lacandona”.

En el marco del inicio de los Diálogos para la Paz, celebrados en San Cristóbal de las Casas, Raúl Ortega tomó esta imagen en una de las comunidades civiles de la Selva Lacandona y fue publicada el 27 de marzo de 1994 (Fig. 10). Por su parte, Araceli Herrera logró esta imagen en el contexto de la Convención Nacional Democrática celebrada en Aguascalientes, Chiapas, del 5 al 9 de agosto de 1994, y se publicó el 15 de agosto del mismo año (Fig. 9). La Jornada y El Universal también compartieron un estilo fotográfico al momento de retratar los cuerpos transgresores: dieron mayor fuerza a la presencia femenina con el uso del plano medio, la búsqueda de líneas horizontales y los puntos de fuga de la imagen que así lo permitieron.

A través de la imagen del cuerpo colectivo neozapatista se representó preponderantemente a milicianas y bases de apoyo, 35 fotografías identificadas daban cuenta de este fenómeno: Salvador Castellanos, Frida Hartz, Raúl Ortega de La Jornada, Juan Popoca del Excélsior; Jorge Ríos de El Universal y Araceli Herrera de Proceso lograron algunas de estas tomas. Son fotografías similares que comparten ciertos códigos en la composición de la imagen: si bien los ángulos varían, se ponía especial atención en la profundidad de campo para hacer notar la presencia masiva de las mujeres, lo cual se ve reforzado con las entradas y puntos de fuga que marca la imagen y por las líneas verticales que construyen las indígenas, figura que contribuye a reforzar la representación de la formación militar, el orden y la disciplina.

Fue el 8 de marzo de 1996, con motivo del Día Internacional de la Mujer y conmemoración de la Ley Revolucionaria, cuando el cuerpo transgresor de mujeres milicianas y bases de apoyo lograron captar la atención de La Jornada (Fig. 11) y Excélsior a raíz del acto monumental que congregó alrededor de cinco mil mujeres neozapatistas que marcharon en San Cristóbal de las Casas en demanda de democracia, relaciones igualitarias y cese de las hostilidades por parte del gobierno federal. Al mismo tiempo, Ernesto Zedillo presentaba el Programa Nacional de la Mujer, 1995-2000,25 un compendio de buenas intenciones que no se tradujo en políticas públicas orientadas a transformar la situación de desigualdad que enfrentaban las mujeres en nuestro país.


Figura 11
La Jornada, 9 de marzo de 1996, fotógrafa: Frida Hartz, “La protesta contra la presencia militar y las guardias blancas fue la dominante en esta caminata. En la capital, miles de marchistas corearon consignas sobre la carestía, la democracia, las relaciones igualitarias y los casos de Agua Blanca y Tabasco, entre otros temas, mientras que en Los Pinos, el presidente Zedillo presentó el Programa Nacional de la Mujer 1995-2000.

El fotoperiodismo abrió la posibilidad de difundir la incursión de las mujeres en las filas del EZLN, fundamentalmente a través de sus bases de apoyo; además, contribuyó a cuestionar la concepción histórica que se tenía de la participación de las mujeres indígenas en los movimientos armados en nuestro país. Favoreció a pensarlas, a definirlas y verlas, aunque coyunturalmente hablando, como sujetos históricos activos y copartícipes de la lucha por el reconocimiento de los derechos políticos, culturales y sociales de la población indígena, es decir, como mujeres transgresoras.

La idea social de las indígenas como sinónimo de carencia, inmovilidad, de atraso e impotencia se vulneró, aunque no de forma continua, estable, progresiva; por el contrario, se trató de un proceso que expresó contradicciones, conflictos, ambivalencias, dicotomías y regresiones, lo cual pudo ser identificado a través de las representaciones que daban cuenta de la participación de las neozapatistas en la lucha armada desde el fotoperiodismo.

Analizar la prensa como tecnología de género nos permite identificar cómo opera el campo de significación al momento de definir lo femenino, sus alteraciones, rupturas o continuidades aun en momentos en los que las mujeres más resisten y luchan por transformar “esa realidad social” que se niega a reconocerlas. Además, revela cómo dichas significaciones no sólo nos permiten entender el orden de género imperante en un determinado momento histórico, sino también cómo dicho orden interactúa con la etnia, la clase, la raza, entre otros aspectos. La prensa como tecnología de género abre posibilidades de análisis, reflexión y cuestionamiento acerca de cómo se reproducen las concepciones culturales en torno a lo masculino y lo femenino.

Una corriente del fotoperiodismo ha contribuido a difundir la incorporación de las demandas de género como proyecto revolucionario y, al día de hoy, sigue dando cuenta del actuar de esas mujeres indígenas que no dejan de sorprender al mundo al organizar el Primer Encuentro Internacional, Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan, celebrado en marzo del 2018, y el Segundo Encuentro de Mujeres que Luchan, realizado en diciembre del 2019, respectivamente. Mujeres transgresoras que nos enseñan, todos los días, cómo se defiende la vida.

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Samantha Zaragoza entrevista a Dra. Mercedes Olivera, 8 de noviembre de 2011.

Notas

1 El EZLN se autodefine como heredero de la lucha de Emiliano Zapata; de ahí su reivindicación como zapatistas. Sin embargo, este escrito no desconoce las discusiones que se refieren a ellos como neozapatistas, precisión histórica para diferenciar su lucha de la de principios de siglo XX.
2 Cuando hablo de estructuras discursivas me refiero a la dimensión teórico-metodológica del discurso, que permite identificar determinadas regularidades en la organización y estructuración del discurso de grupos, organizaciones o instituciones. Es una estructura histórico-social que impone un conjunto de definiciones, nociones, conceptos sobre los sujetos, los fenómenos, las cosas. Las estructuras discursivas guardan estrecha relación con otras; es decir, no son totalmente autónomas: influyen y son influidas.
3 Cfr.Carlos Montemayor, “La rebelión indígena”.
4 Expresión utilizada por las periodistas Matilde Pérez y Laura Castellanos al realizar una entrevista a la comandanta Ramona y la mayor de infantería Ana María. Matilde Pérez y Laura Castellanos, “¡No nos dejen solas! Mujeres del EZLN. Nuestra esperanza es que nos traten con respeto, justicia y democracia”.
5 La redacción de la ley gira en torno a la demanda de seis derechos muy concretos: civiles, económicos, políticos, humanos, sexuales y reproductivos, aunque planteados de forma vinculante. Pone el acento en cuestionar prácticas y discursos reguladores sobre el ser mujer indígena, que entrañan formas de desigualdad y discriminación profundas. Sin duda es una clara expresión de la construcción de un discurso político que no sólo expone demandas de género; también lleva consigo un planteamiento muy claro de cómo quieren las indígenas ser redefinidas, representadas y repensadas política, social y culturalmente hablando. La importancia de la Ley, entre otras cosas, se encuentra en la identificación y aceptación que obtuvo en las comunidades, pero sobre todo en el intenso proceso reflexivo que detonó entre las indígenas al discutirla y enriquecerla. Posibilitó la redefinición de las indígenas en el interior del EZLN pero, sobre todo, en el movimiento amplio de mujeres.
6 Cfr.Teresa De Lauretis, “La tecnología de género”.
7 De Lauretis, “La tecnología de género”, 54.
8 Reflexioné en torno a las tecnologías de género como herramienta conceptual con la Dra. Hortensia Moreno, en las clases del Doctorado en Ciencias Sociales, área Mujer y Relaciones de Género, UAM-Xochimilco, generación 2007-2010. Para mayor referencia véase Hortensia Moreno, “La noción de ‘tecnologías de género’ como herramienta conceptual en el estudio del deporte”, disponible en https://revistas.uchile.cl/index.php/RPG/article/view/16820 (consultada el 22 de junio de 2020).
9 Cfr.W. J. T. Mitchell, Teoría de la imagen.
10 La teoría de las intersecciones es la fuente inspiradora de las reflexiones —que esbozo en este artículo toda vez que el objetivo del texto es otro— en torno al análisis de las representaciones de las mujeres neozapatistas en la prensa. Sin embargo, es fundamental hacer mención del antecedente teórico feminista que le dio origen. La teoría de las intersecciones fue propuesta por la feminista negra Kimberlé Crenshaw en 1989 para argumentar que género, raza y clase interactúan y definen conjuntamente las particularidades de la dominación, opresión y marginación que enfrentan las mujeres afroestadounidenses. Es decir, la interseccionalidad nos permite entender cómo el género, la raza y la clase interactúan y se constituyen mutuamente. Véase Kimberlé Crenshaw, “Demarginalizing the Intersection of Race and Sex: A Black Feminist Critique of Antidiscrimination Doctrine, Feminist Theory, and Antiracist Politics”, 139-167. Es importante señalar que la antropóloga mexicana Mercedes Olivera Bustamante propuso desde finales de los setenta (1976), la base de lo que hoy conocemos como teoría interseccional a través de lo que denominó la “opresión femenina” para referirse al efecto del proceso histórico en el que la fuerza de trabajo que producen las mujeres no se reconoce como trabajo y, por tanto, no se paga. La explotación que ejerce el sistema capitalista sobre los sujetos opera interseccionalmente, no sólo en función del género, también de la etnia y de la clase. Es decir, explica cómo opera la triple discriminación por ser mujer, indígena y pobre. Véase Mercedes Olivera, “Consideraciones sobre la opresión femenina como una categoría para el análisis socio económico”, 206.
11 EZLN, Documentos y comunicados, 77.
12 Manuel Ponce, “Tenía localizados Gobernación los centros de adiestramiento; conocían del tráfico de armas”, 1994.
13 Ilán Semo, “La mirada cautiva”, 230.
14 En entrevista la mayor Ana María explica de manera muy clara la diferencia entre milicianas e insurgentes: “[…] las dos son combatientes, pero las milicianas viven en sus pueblos, reciben entrenamiento y van a combatir cuando les toca. Nosotras, las insurgentes, vivimos en los campamentos y nos distribuimos para ir a los pueblos a enseñar políticas y educación escolar”. Véase Matilde Pérez y Laura Castellanos, “No nos dejen solas. Entrevista con la comandanta Ramona y la mayor Ana María”.
15 El EZLN explica que “[…] las bases de apoyo organizadas para la guerra, lo están de la misma manera que se ven precisadas a organizarse para la vida civil y política. Resuelven las cuestiones necesarias al ejército popular: logísticas, de abastecimiento, de información, de reclutamiento, etcétera”. El Despertador Mexicano, órgano informativo del EZLN, 75.
16 Véanse Sara Lovera y Nellys Palomo (coords.), Las alzadas; Rosa Rojas, Chiapas ¿y la mujeres qué?, t. I y II; Guiomar Rovira, Mujeres de maíz; Inés Castro, “Mujeres zapatistas: en busca de la ciudadanía”, y Gisela Espinosa, Cuatro vertientes del feminismo en México.
17 Al mismo tiempo, dichos referentes incorporan concepciones de las/os fotoperiodistas con respecto a la definición de mujeres indígenas. Las fotografías están plagadas de códigos y símbolos producto de su tiempo, de su espacio, de su contexto: imágenes de mestizas/os fotografiando a indígenas.
18 Se puede afirmar que la agencia es expresión de la autorrepresentación, la cual puede concebirse también como la “manifestación concreta de una toma de postura sobre la identidad y la autopercepción; es decir, como las formas específicas en las que tanto la noción de identidad femenina como los factores que intervienen en la percepción que las mujeres tienen de sí mismas, se conjugan para dar forma concreta a la manera en que ambas salen a la palestra pública y se ubican como detonadoras de un ‘estoy aquí’”. Véase Cynthia Pech y Romeu Vivian, “Propuesta teórica para pensar al cuerpo femenino: autopercepción y autorrepresentación como ámbitos de la subjetividad”.
19 Cfr. “No nos dejen solas”.
20 Cfr. “No nos dejen solas”.
21 Cfr. “No nos dejen solas”.
22 Cfr. “No nos dejen solas”.
23 La comandanta Ramona murió el 6 de enero del 2006 después de perder la lucha en contra del cáncer en ambos riñones. CIMAC fue uno de los medios que dieron a conocer de manera más pronta la lamentable noticia. Véase CIMAC, “Muere la Comandanta Ramona. Defendió los derechos humanos de las mujeres indígenas”.
24 Cfr. “Entrevista realizada a la Dra. Mercedes Olivera”.
25 Ese programa tenía como objetivo “impulsar la formulación, ordenamiento, coordinación y el cumplimiento de las acciones encaminadas a ampliar y profundizar la participación de la mujer en el proceso de desarrollo, en igualdad de oportunidades con el varón”, y fue publicado en el Diario Oficial de la Federación el 21 de agosto de 1996.


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