Artículos Académicos
Recepción: 18 Septiembre 2019
Aprobación: 20 Abril 2020
Resumen:
El objetivo de este artículo es analizar la configuración productiva de la casa-taller en la industria de la confección de Moroleón y Uriangato, Guanajuato. Mediante la etnografía y trabajo de archivo en ambas localidades se muestran las características y dinámicas de trabajo de los talleres de rebozo y su transición a la casa-taller. Para ello, se reconstruye- ron trayectorias productivas de los talleres, así como la historia laboral de exreboceros, fabricantes de ropa y costureras. Reflexionamos cómo en este mercado de ropa se con- juntan elementos de las economías formal e informal y generan una serie de recursos sociales que articulan el trabajo manual o artesanal con el trabajo intensivo.
La investigación concluye que, en el marco del capitalismo contemporáneo, los aspec- tos morales de la economía persisten en la configuración de formas de producción y fuerza de trabajo. Los sujetos se ven interpelados por dimensiones íntimas a partir de las cuales se negocian elementos laborales que, a su vez, dan respuesta a las presiones del mercado y producción de prendas.
Palabras clave: casa-taller, economía informal, producción Abstract The aim of this article is to analyze the productive configuration of the house-workshop in the garment industry of Moroleón y Uriangato, Guanajuato. Through ethnography and archival work in both locations, the characteristics and work dynamics of the rebozo workshops and their transition to the house-workshop are shown. To do this, the pro- ductive trajectories of the workshops were reconstructed, as well as the labor history of former gardeners, clothing manufacturers and seamstresses. We reflect on how elements of the formal and informal economies combine in this clothing market and generate a series of social resources that articulate manual or artisanal work with intensive work.
Keywords: house-workshop, informal economy, production
Introducción
El objetivo de este artículo es analizar las dinámicas productivas en la industria de la confección en Moroleón y Uriangato, Guanajuato. De manera específica nos interesa reflexionar sobre la configuración y constitución de la casa- taller como un espacio de trabajo en el que intervienen distintos elementos sociales y culturales que son parte de la trayectoria histórica y social de la economía informal. En una dimensión más amplia nos proponemos pensar en esta unidad productiva como un engranaje que genera nuevas fuentes de acumulación de ri- queza que se dan dentro de contextos de desigualdad (Beneria, 2003) o bien, que se nutren de las posiciones desiguales entre sujetos.
Desde su origen, la casa-taller se definió por ser un espacio doméstico donde se imbricó la producción de prendas de vestir para dar pie a una nueva configuración laboral y productiva, sobre todo, cuando las mujeres se insertaron como parte nodal de la industria de la confección en estos dos municipios. La mayoría de estos establecimientos se originaron en los hogares de propietarios de talleres que fabricaban rebozos después de la segunda mitad del siglo XX. Ahí, las mujeres realizaban el trenzado ornamental de estas prendas, lo que dio pie a un incipiente lugar de producción textil. Entonces prosperó una vocación pro- ductiva que se transformaría al incorporar la elaboración de colchas entre 1950 y 1960, y una década más tarde, al producir prendas hechas con tejido de punto, las cuales compartirían mercado con la ropa para dama e infantil a partir de los años ochenta. Durante la década de los noventa, los cambios en la economía nacional, así como la apertura comercial en el mercado de las prendas de vestir, propicia- ron una dura competencia que llevó a las y los propietarios de las casas-taller a consolidar redes comerciales que les permitieron aumentar su volumen de venta (Estrada y Labazeé,2007; García, 2015). Se trata, entonces, de la transformación del espacio familiar en el que se combinan elementos relativos a las relaciones domésticas y lo laboral a partir de una estrecha relación entre lo productivo y lo reproductivo, en la que también se implican dinámicas del control, gestión de la mano de obra y formas locales de flexibilización productiva, todas en marcos culturales específicos.
De esta manera, la casa-taller como unidad económica tiene cualidades que la hacen un entramado complejo. Por un lado, parte de la producción de prendas depende de una mano de obra que realiza un trabajo manual o artesanal1,
De acuerdo con Victoria Novelo (2004) lo que puede considerarse “propio” de la cultura artesana está vinculado centralmente con los valores, códigos, simbolizaciones y tradiciones ori- ginados en la experiencia compartida en el espacio de la producción, los procesos de trabajo y los rituales religiosos y profanos de los que participaban. Sobresalen, por su permanencia, algunas conductas, hábitos y valores como el individualismo, el secreto del oficio, la defensa del control personal sobre los ritmos y las cargas del trabajo, la preferencia por las relaciones cara-a-cara con el consumidor y la orientación de los ciclos de producción de acuerdo con una economía moral
movilizado por una serie de recursos sociales a nivel local. Por otra parte, tam- bién está presente la modernización y el uso de tecnología de punta que permite la conexión de la industria de la confección con capitales de orden regional, na- cional, e incluso, global.
Ambos factores son fundamentales para entender la acumulación de ca- pital, así como su inserción en dinámicas de mercado. Esta explicación permite entender que los procesos mercantiles se sostienen en dinámicas laborales que, en gran medida, se desarrollan en marcos de la economía informal que gestio- na el trabajo desde entramados personales, o íntimos, como la casa, y que dan cuenta de que las interpretaciones culturales también configuran las condiciones materiales (Porter, 2008). De tal forma, nuestros planteamientos exponen la necesidad de analizar con detalle cada espacio productivo, para evitar genera- lizaciones que culpen a las pequeñas empresas de la pobreza de regiones como Latinoamérica, tal como se presenta en los informes de la Organización Interna- cional del Trabajo (OIT, 2018).
El taller de rebozo y colcha en Moroleón y Uriangato
Hasta los primeros años del siglo XX las actividades que predominaban en Mo- roleón y Uriangato eran la agricultura, la cría de ganado porcino y la elabora- ción de aguardiente, junto con el trabajo de rebocería hecho en los telares2. La producción de ropa en estos municipios comenzó en los talleres de rebozo que se remontan a la segunda década del siglo XIX. Estos talleres generalmente se encontraban separados de la unidad doméstica, de forma que este último espacio era reservado para las mujeres, el cuidado de los hijos y, en su caso, para la cría de ganado porcino. Entonces, la producción de prendas estaba a cargo de los hombres quienes laboraban en los telares donde trabajaban el algodón para la producción de hilo, su teñido y el tejido de rebozo sin registrar una participación femenina significativa en el proceso de producción (Fotografía 1).
fincada en las necesidades materiales y espirituales de la vida doméstica.
En ambas localidades hubo repartición ejidal. En el caso de Uriangato,el 14 de febrero de 1918 se firmó el acuerdo y resolución presidencial mediante que creó El Ejido de San Miguel Urianga- to, la cual abarcó 1755 hectáreas que en su radio abarcó la actual mancha urbana de Uriangato y Moroleón. Asimismo, se señala que aún en la década de 1950-1960, prevalecían la cría de ganado avícola y porcino, actividades de las cuales se derivaron asociaciones de avicultores y porciculto- res. (Niño,R y Guzmán, A, 2015) En el caso de Moroleón, predominan la pequeña propiedad con unas 14,000 hectáreas y la ejidal con aproximadamente 1,529 hectáreas, distribuídas en: Ejido Moroleón 293 hectáreas, de las cuales 220 son de uso agropecuario, 68 de agostadero y 5 de in- fraestructura urbanizada. Se señala que el uso agrícola tiene un porcentaje de 80%, el pecuario un 14% y un 5% es de uso urbano e industrial. (Martinez, A y Gordillo, E, 2010)
Para establecer3 un taller de rebozo se requería de un capital económico y social ya que, por una parte, era necesario saber o aprender a fabricar estas pren- das, y por otro, la disposición de una cantidad de dinero que permitiera adquirir los telares. La crianza de ganado porcino que se hacía en las propias casas y chi- queros aledaños, así como la agricultura, permitieron la existencia de un capital económico en los dos municipios, que a su vez propició el establecimiento de rebocerías.
Fotografía 1: Niño aprendiendo a trabajar el telar en el taller de rebozo. Fuente: Archivo Histórico de Uriangato. Fondo Fotográfico General. s/f
Más tarde, la actividad comercial derivada de la venta de prendas en ciudades del norte del país también favoreció la aparición de nuevos talleres en ambas localidades:
A los 15 años yo me vine a la frontera con mi papá. Como él era comerciante, él vendía colcha en la frontera porque allá el rebozo casi no se usaba. (…) la lleva- ba a Matamoros, Río Bravo, todo el terreno de las rancherías. A los 15 años yo
La forma en la que inician los talleres se vincula a lo sucedido en el Agreste de Pernambuco en Brasil, a partir de las investigaciones de Véras (2011) se observa la forma en la que la produc- ción del hogar y los vínculos comerciales generan una nueva configuración comercial, laboral y productiva.
me fui con mi hermano a vender a la frontera durante los meses de junio y julio. Él daba fiado, pero como quiera él era el dueño. En ese tiempo, mes y medio dos meses, me gané 500 pesos. En ese tiempo yo trabajaba con un señor que se llamaba Raymundo Martínez y cuando llegué de la frontera fui y le dije:
- ¿Mundo, me das trabajo?”.
-Él me dijo: “fíjate que ya no tengo en que ocuparte. Mejor te vendo el telar con lo que tengo aquí”
Fui con mi papá y me dijo “sí, vamos para que lo trates”. Lo trató (mi papá) en 320 pesos con todo lo que tenía. Con los 100 que me sobraron compré hilo y ar- tícela y me puse a trabajar. Duré un año trabajando y mi capital iba aumentando, pero yo siempre pensando en salir adelante. Pensé en buscar trabajo en un telar de rebozos de jaspe y dije “ahí me voy a enseñar”. Entonces, me metía trabajar con un señor que se llamaba Antonio Aguado. Ahí tenían 4 telares y ahí me en- señé a “corregir”, yo no sabía y ya a los tres, cuatro días echábamos carreritas.
Luego, mi hermano me dijo “vente a otro taller” pero era de Jaspe. Ahí duré casi como 2 años ocho meses, ahí acabé de aprender. A él le faltaba urdidor porque él también ya quería parar. Y ahí completé enseñarme. Luego, volvimos yo y un hermano mío a la frontera. Él se quedó allá a trabajar las tierras y yo me vine y ya empecé”
El trabajo en los talleres propios se intercalaba con el empleo y aprendizaje en otros, lo cual facilitaba una forma de aprendizaje del oficio y con ello se abría la posibilidad de producir una variedad más extensa de rebozos. “Aprender el oficio, trabajando” es una forma de relación laboral que permitía la reciprocidad entre trabajadores y patrones, quienes ocasionalmente se convertían en dueños de sus propios talleres. Como señala Gutiérrez (2013) quien estudió el caso de los talleres de confección en Zapotlanejo, Jalisco: es común que en este tipo de uni- dades productivas se funden redes solidarias de conocimiento individuales o co- lectivas mediante la cooperación entre individuos de su comunidad o con actores institucionales que fortalecen la apropiación de conocimiento, de tal forma que:
…las empresas rurales constituyen fuertes redes de intercambio para el desarro- llo de conocimientos científicos, organizacionales, técnicos, financieros, entre otros, además incorporan una gran cantidad de conocimientos a partir de sus re- laciones formales e informales. Este intercambio se da por medio de la confianza y la cooperación, entre los individuos, los cuales son un activo valioso para el intercambio de bienes materiales o simbólicos (p.66).
En Moroleón y Uriangato se generó una nueva forma de acumulación del capital que se nutría con el empleo temporal de en las parcelas y los ciclos migratorios. Estas formas de relación basadas en la confianza además de una acumulación de capital social y económico permitían su circulación a través de la interacción entre “maestros y aprendices” que, a su vez, aportaba disponibilidad de mano de obra entrenada.
Como indica Fiona Wilson (1990), el tipo de mano de obra utilizada en los talleres de confección suele provenir de grupos sociales a los que se les atribuyen posiciones subordinadas en las relaciones de género, étnicas y generacionales. De manera que, en la fase inicial de la industrialización, el capital invade y coloniza las relaciones de dominación/subordinación, de acuerdo con el género, ya prevale- cientes en la sociedad local, usando los huecos de los que habla Cristina Cacciamali (2016), para generar una alternativa económica a partir del proceso de informa- lidad. Así, en un contexto de producción agrícola y agropecuaria, los talleres de rebozo inauguran en Moroleón y Uriangato un estrato social compuesto por artesa- nos que desentrañaban el aprendizaje de una tecnología textil tradicional.
Durante la década de 1940 los talleres de rebozo dieron paso a la intro- ducción de tejedoras manuales para la producción de colchas. En ese momento, la principal mano eran hombres quienes ya tenían un entrenamiento en la ma- nufactura de tipo artesanal, lo que se explica además por los requerimientos de fuerza física para operar la maquinaria. El proceso de producción se asemejaba al de rebozo para el que, en primer lugar, se teñía el hilo, luego, se hacían las madejas; posteriormente, los cañones y, estos, formaban canillas con las que el tejedor comenzaba el proceso de tejido de las colchas en máquinas manuales. La producción de un tejedor con buena habilidad era de 8 colchas al día, mientras que el promedio lograba cuatro4.
Por ejemplo, en el proceso de producción de colcha requería de:
1 Trabajador para hacer canillas
1 Cañonero
1 Teñidor
1 Amarrador
1 Tejedor5
Hacia 1950 cuando la producción de colcha se encontraba en auge, las mujeres se incorporaron al proceso productivo de esta mercancía (ver cuadro 1). Por las tardes, después de realizar las actividades domésticas y de crianza, las madres de familia con sus hijos se reunían para realizar el “trenzado” de las colchas, -que también se realizaba con el rebozo- y que consistía en un adorno colocado en el perímetro de la prenda.
Se trataba de un trabajo manual que requería habilidad y simetría, con una fuerte degradación de la visión de las mujeres. Inicialmente, esta parte de la fabricación era llevada a casa por los dueños y trabajadores de los talleres a
4Entrevista a ex productor de colchas. Uriangato, Gto. Mayo, 2016.
5Entrevista fabricante de rebozo. Uriangato, Gto. Junio, 2016
sus esposas. Posteriormente, también formó parte del trabajo por encargo que se hacía en las casas.
En los talleres el hombre se dedicaba a los trabajos más pesados: cargar, ver entregas (de prendas). La mujer se dedicaba a otro: a coser. (…) El rebozo, en la parte donde vienen los nuditos, se lo dan a señoras que quieren hacer ese tra- bajo. Ya en la tarde se ponen hacerlo. Aquí lo que nos ha ayudado es la familia, que está un poquito más unida. Prácticamente todo se hace en familia. La mamá prepara la comida, termina la comida y tiene la tarde que es cuando se ponen hacer esos trabajos, o después de la cena: “vamos a darle un rato en la noche6.
De esta manera, se asentó uno de los precedentes para que el proceso textil se incorporara al espacio doméstico mediante la participación de las mujeres. La participación de la familia incluye a los hijos tanto hombres como mujeres, quie- nes aprenden el oficio en casa desde edades muy tempranas.
Cuadro 1. Incursión de las mujeres en las actividades productivas de la industria de la confección en Moroleón y Uriangato y el uso de espacios domésticos para la producción en la casa-taller7
6Entrevista. Asociación Civil Uriangato. Marzo, 2016. Uriangato, Gto.
7Los periodos no se describen de manera lineal debido al traslape productivo de nuevas mer- cancías textiles con las que ya se fabricaban en la casa-taller
Fuente: Elaboración propia con base en entrevistas y notas de diario de campo8
La experiencia de los productores y las “rutas” mercantiles que trazaron los co- merciantes que salían de Moroleón y Uriangato para vender rebozos en los es- tados del norte y centro del país contribuyó a generar relaciones comerciales con gente de estos lugares, de manera que podían hacerse de “clientes fijos” en quienes podían confiar y vender a crédito. De esta forma algunos fabricantes aseguraban la venta de sus prendas durante los meses posteriores. Asimismo, la continua relación comercial en estas ciudades permitió que la gente adquiriera habilidades para la fabricación de colcha en ciudades como la CDMX. Luego, a su regreso a estos municipios emprendían negocios o trabajaban en los talleres: “Salíamos a “la misión” (ir a vender a la Ciudad de México). Por Lecumberri se hacían colchas, pero ocupaban gente de aquí, así que el flujo de gente a México era constante”9. De acuerdo con los ex productores de colcha, algunas de las mis- mas tejedoras usadas para la fabricación de este artículo también posibilitaron la elaboración de lienzos de tejido de punto, lo cual abrió un nuevo mercado de ropa en ambos municipios.
8Entrevistas hechas a ex productores de colcha. Uriangato. Mayo, 2016. Uriangato, Gto.
9Entrevista a ex fabricante de colchas. Mayo, 2015. Uriangato, Gto.
En el transcurso de la década de 1960 comenzó la introducción las má- quinas de costura recta. Inicialmente, éstas fueron compradas con capitales de los propios reboceros y colcheros quienes comenzaron a incursionar en la fabricación de suéteres, ya que contaban con el tejido de punto. Fue entonces que las muje- res se integraron de manera permanente a los talleres, ayudando en el terminado y costura de estas prendas. En el transcurso de los años se transformó la forma de producción de prendas a una forma automatizada, con lo que se disminuyó el trabajo manual: “Hasta el año de 70-75 todas las casas eran talleres. Inclusive, se daban maquilas a las rancherías. Cuando metieron la maquina motorizada, bajó la manual. Máquinas que ya no necesitaban más que un trabajador”10. Entonces, el paso del trabajo artesanal al automatizado y semiautomatizado fue posible por la incorporación de las mujeres en la confección de ropa (Fotografía 2):
Fotografía 2: Diversificación de mercancías producidas en Moroleón y Uriangato. Rebozos, col- chas, suéteres hechos de tejido de punto y aguardiente. Fuente: Archivo histórico del Municipio de Uriangato. Fondo General. s/f
La disponibilidad de mano de obra doméstica y su adjetivación como actividad de “tiempo libre” propició que el trabajo de las mujeres fuera gestionado y nego- ciado en los límites de espacio privado. Se fraguó una nueva organización social en torno al trabajo y, con ello, se reforzó el funcionamiento de la casa-taller como unidad económica. En la década de los ochenta, la mano de obra femenina prác- ticamente era el principal motor de la economía de estos lugares, ya que permitió la incorporación de producción “por encargo” o maquila de prendas, con lo que
10Entrevista a ex fabricante de colchas. Mayo 2015. Uriangato, Gto.
se aumentó la oportunidad de producir en cantidades mayores. En la década de los noventa, esta tendencia al crecimiento de la producción y comercialización se combinó con la franca incorporación de tecnología textil de origen italiano y ale- mán en los medianos y grandes talleres. La crisis de 1994, así como la adhesión al TLC golpearon duramente al sector textil en todo México. Pero se debe aclarar que el efecto no es el mismo para todas las configuraciones económicas.
La importación de insumos de origen asiático desestabilizó los precios de producción y venta de mercancías, de forma que orillaron a los productores de Moroleón y Uriangato a buscar nuevas alternativas a la comercialización directa. En 1995 Vangstrup señalaba que “El sistema de comercialización más importante para los talleres sigue siendo la venta directa a clientes de mayoreo. Pero en una situación de alta competitividad ya resulta insuficiente. Otra modalidad ha sido la de tener una tienda propia donde vender parte de la producción” (Vangstrup, 1995: 123-124). Nuestros datos de campo coinciden con el último señalamiento, ya que, a nivel local, creció de manera importante la construcción de locales co- merciales en la avenida principal que conecta ambos municipios. Esto permitió que la venta al menudeo se incrementara porque los autobuses repletos de com- pradores, así como las familias en busca de prendas económicas, podían hacer un recorrido en el que podrían adquirir variedad de ropa. Ello permitió que buena parte de las casas-taller sobreviviera a la competencia de productos importados. De tal forma que las estrategias de los productores les permiten crecer en perio- dos en los que la rama industrial se ve afectada.
Las tejedoras digitales que funcionaban con base en tarjetas electrónicas programables, que fabricaban tejido con diseño, y más tarde, hacia finales de los noventa y hasta la actualidad, con las tejedoras “santoni”, que son máquinas de tejido automatizadas, fueron un factor que permitió la competitividad de la pro- ducción textil de estos municipios. A su vez, ello implicó que las mujeres apren- dieran a trabajar de manera especializada en máquinas de coser over y collareta, que les permite “cotizarse” como buenas trabajadoras en los talleres. No obstan- te, siguen relegadas del manejo de tecnologías digitales, ya que la actividad que tienen en esta parte productiva en comparación con los hombres es mínima. Este es otro de los elementos que se debe destacar, pues existe un proceso de moder- nización de la producción. Wilson (1990) afirma que:
La producción del taller capitalizada es una forma en la cual se emplean tra- bajadores “libres”, pero se les define como subordinados. Cuando los talleres descansan en la mano de obra femenina, aun cuando la acumulación del capital desde el principio se haya derivado del empleo de mano de obra asalariada, el modelo de relaciones laborales seguido de la fase temprana es tomado de la imagen de la producción de la unidad doméstica de tal suerte que las jerarquías de género y generacionales se trasladan desde la unidad doméstica a organizar las relaciones sociales de producción del taller. (…) En su fase inicial, el modelo unidad doméstica en la producción de taller sostendrá la segregación de a mano
de obra y la no comparabilidad de las diferentes categorías de la fuerza de tra- bajo. De ahí se sigue que ciertos procesos productivos y algunos artículos tienen mayores posibilidades de ser realizados en talleres debido a razones sociales y no técnicas (p. 228).
Para esta autora la clandestinidad de los talleres, así como la segregación por géneros ha contribuido a perpetuar la imagen del taller como espacio doméstico, más que industrial. Por ello, desde esta perspectiva, las mujeres en su rol de espo- sas o propietarias asumen una identidad de madres que esperan lealtad y trabajo duro a cambio de protección y ayudas esporádicas.
Tales aspectos dan oportunidad de exponer cómo la economía y trabajo informal además de ser resultado de condiciones estructurales y macroeconómi- cas, también son posibilitadas por trayectorias forjadas por las y los sujetos en las que intervienen de forma determinante aspectos subjetivos, como su condi- ción y posición social, dinámicas de control y disciplina laboral y relaciones de reciprocidad. Estas últimas, adquieren un papel central en momentos clave de las negociaciones económicas y funcionan a partir de dispositivos que se conectan con motivaciones de carácter simbólico como el honor, la jerarquía y el cum- plimiento del deber ser relativo a ciertos roles sociales, en este caso, ser mujer trabajadora en el ámbito doméstico. Como tal, esta es una categoría que merece ser explorada, ya que arroja nuevas luces sobre el trabajo informal, sus formas de producción, reproducción, así como su transformación.
La casa-taller
Algunos estudios han documentado el establecimiento de la casa-taller para mostrar los procesos sociales e históricos acerca de la transformación de la pro- piedad, los procesos de acumulación y las dinámicas productivas en la industria textil (Wilson, 1990; Arias, 1986)
Por un lado, desde la década de los ochenta se generaron nuevas discu- siones acerca de la micro y pequeña empresa en los distritos industriales y el papel que desempeñaron las unidades productivas que los integraban. Las micro y pequeñas empresas son protagonistas de estos enclaves productivos en los que la casa-taller se mantiene como opción, aún en los nuevos escenarios económicos dominados por los grandes capitales globales. Como indica Saraví (1996) su crecimiento en el número total de establecimientos industriales, su capacidad de adaptación y flexibilidad que les ha permitido adecuarse a fluctuaciones y cambios en la demanda, la coyuntura económica, y su capacidad para generar empleos cuando el sector público y privado de las medianas y grandes empresas se ha estancado, han sido parte de sus cualidades, al grado de ser el gran emplea- dor de la economía mexicana, con consecuencias que no se pueden generalizar, pues remiten a acuerdos particulares y no siempre explícitos. La configuración
de sus relaciones laborales les permite una rápida adecuación a los mercados, las distintas demandas, su desarrollo tecnológico y su capacidad de generar condi- ciones para la cooperación entre las firmas a través de lazos horizontales gene- raron expectativas para visualizar a las micro y pequeñas empresas como uno de los rubros más dinámicos en el sector industrial. Aunque, por otra parte, también destacan el deterioro de pequeñas firmas, bajos salarios y extensión de las jor- nadas laborales, los bajos niveles de sindicalización también favorecen distintos tipos de explotación (ibíd.)
Saraví señala que las micro-industrias han sido caracterizadas por atribu- tos como (P.8):
ocupan hasta 15 trabajadores
no hay división entre trabajo manual y no manual
el propietario se presta a las tareas manuales
con frecuencia se usa mano de obra familiar
la producción es intensiva en mano de obra
el trabajador mantiene un amplio control del proceso de trabajo
Aunque estos rasgos no prevalecen en todo tipo de pequeña empresa, ni son ca- racterísticas permanentes en su organización, son elementos que comúnmente se encuentran combinados pero que cambian de acuerdo con el contexto. Sin embar- go, como bien señala este autor: el aspecto clave no es la pequeñez en sí misma, ni la proximidad territorial, sino el entretejido y la interdependencia de relaciones socio-productivas. Entonces: “la coincidencia en un área geográfica no significa una simple concentración territorial, sino la pertenencia a una misma comunidad, es decir, compartir un mismo conjunto de pautas y valores socioculturales como así también una historia común” (Dei Ottati en Saraví, 1996: 97). De tal forma, Saraví (1996) menciona que un rasgo clave en este tipo de organización es que la comunidad y la empresa tienden a compenetrarse: “la ilegalidad, la plurifuncio- nalidad de la unidad doméstica, y ciertos elementos de la organización del proce- so de trabajo son factores que mantienen relaciones de mutuo condicionamiento con la dinámica interna de las pequeñas unidades productivas” (p. 13).
El estudio de la casa-taller descubre ciertos aspectos acerca de la econo- mía informal porque, vista como espacio productivo, incluye aspectos íntimos y emotivos de las y los sujetos que también encuentran lugar en el espacio domés- tico como complejo económico. Ahí se develan los aspectos morales que también conciernen a la economía. La producción se ve interpelada por la vida privada de las y los actores, entonces, también se convierten en claves para discernir la pro- ducción de riqueza en el contexto un capitalismo cada vez más complejo. Este as-
pecto resulta relevante ya que nos muestra la forma en la que los roles de género se reproducen y la estructura familiar se imbrica con el taller, tal como lo mues- tran Alba y Krujit (1995). Lo anterior da pauta a las reflexiones que posterior- mente Carlos Alba desarrolla con Lins Ribeiro al analizar la globalización desde abajo, donde formas como la cas- taller se convierten en alternativas tan válidas como la propia estructura del capitalismo (Vega, Ribeiro y Mathews, 2015).
La relevancia de hacer del espacio privado, un espacio productivo de mu- jeres, en buena medida, radica en lo que Scott (2018) señaló respecto del trabajo de los sastres en Londres del siglo XIX, cuando al llevarse el trabajo a casa rompían un conjunto de divisiones “naturales” entre el trabajo, el descanso y el trabajo realizado por cada miembro de la familia:
La solución para los sastres, implicaba una clara separación entre el trabajo y la casa. Y tal separación implicaba la clarificación de todas las demás cuestiones. El trabajo en el taller era por definición, calificado, el que se realizaba en casa era no calificado tanto sin importar el sexo del trabajador. El deterioro económi- co y la descalificación se equiparaban con un cambio del espacio masculino al femenino. La confusión de esferas desembocaba inevitablemente en la corrup- ción del hogar y del trabajo; los hombres que trabajaban en sus casas debían soportar la degradación de su condición, al verse implícitamente asociados a la femineidad. En ese sentido, la defensa del atelier aseguró la masculinidad de la capacidad técnica y la identidad política de los sastres como trabajadores calificados (p.135).
En su exposición, Scott refiere a la confección como un proceso en el que tam- bién se imbricaron otras dinámicas domésticas. Durante éste, las costureras ca- lificadas se mezclaban con las costureras no calificadas en los talleres, debido a que el mercado de la confección atrajo a la clientela de medios más modestos, de la cual habían dependido algunas modistas y costureras, y estas mujeres in- tentaron compensar sus pérdidas aceptando trabajos por pieza. A menudo, las bajas tarifas por pieza las obligaban a incluir a los miembros de la familia en su trabajo: hijas, hermanas y abuelos ancianos podían ser requeridos para ayudar a una madre a terminar sus trabajos de costura. Las muchachas que aspiraban a una calificación más elevada podían empezar ayudando a sus madres, y luego, podían encontrar una mejor situación, aunque también podían terminar como al principio (p. 137-138).
Durante este proceso de cambio en la industria de la confección de esta época, también se forjó una histórica asociación del trabajo de las mujeres con la representación del amor a la familia y sus hijos. Así, se identificaba a la feminidad con el amor y los lazos emocionales. Como señala Scott, las mujeres encarnaban y expresaban los sentimientos humanos, lo que, en el caso de la maternidad, constituye un punto nodal al ser un aspecto simbólico del esfuerzo y entrega que se mantiene vigente con relación al trabajo. De esta manera, la manufactura de costura permitió que el espacio doméstico se consolidara como un lugar donde se
incorporaba mano de obra familiar, mientras al mismo tiempo se constituía como un espacio en el que era posible diversificar las alternativas de acción económi- ca, debido a que es un lugar donde difícilmente penetra la regulación del Estado gracias a las relaciones sociales informales.
En nuestro contexto, en el siglo XXI, podemos ubicar el histórico des- plazamiento de la industria de la confección de las grandes ciudades a pueblos y comunidades en toda la República Mexicana. El occidente de México tiene como elemento común la maquila domiciliada. Este modo de producción se debe a factores como la migración de la población masculina, los roles de género y la condición clandestina de los talleres domésticos de costura que abarata la mano de obra.
Según Patricia Arias (1986), fue en el marco de la primera fase del mo- delo de sustitución de importaciones cuando la industria del vestido fue despla- zada de las prioridades oficiales en cuanto a desarrollo industrial se refiere. De acuerdo con ella, se dibujaba una tendencia de heterogeneidad en las formas de organización y manejo de los trabajadores, en el tamaño y complejidad de los establecimientos, que se acentuaba en la pequeña industria. La diversificación de la producción necesaria para ofrecer productos y calidades diversas complejizó los procesos de grandes empresas, que a pesar de estar equipadas tecnológica y organizativamente se enfrentaron con un modelo rígido impuesto por el Estado y la clase obrera. En cambio, la empresa clandestina representaba la posibilidad de flexibilizar y abaratar los procesos de trabajo. De esta manera, proliferaron los talleres y el trabajo a domicilio en las colonias populares urbanas. Sin embargo, en los años setenta este tipo de industria comenzó a ser verificada por entidades estatales como la Secretaría de Hacienda, Seguro Social y organizaciones sindi- cales que exigían el pago de cuotas, de tal forma que se abrió la posibilidad de llevar este tipo de producción al escenario rural. Según Arias, este fue un campo fértil para la flexibilización del trabajo ya que no era necesario una maquinaria abundante para abrir talleres; servicios urbanos como el agua y luz habían sido instalados en muchos de los municipios; las propiedades, así como los sueldos eran más bajos que en la ciudad. Además, había localidades, como las del occi- dente del país, donde existía una tradición textil que podría ser explotada.
Por su parte, Fiona Wilson (1990) señala en su trabajo, ya clásico en San- tiago Tangamandapio, Michoacán, que algunos factores que intervinieron para favorecer la proliferación de estos talleres fueron la semiproletarización mascu- lina, ya que prácticamente no había contribuido a detener la necesidad de dinero en efectivo. Entonces, pocas mujeres podían contar con el apoyo financiero ade- cuado o permanente de los esposos, padres o hijos. Este fracaso de los hombres en aportar un ingreso regular se debía, en parte, al empleo particular. Sin embar- go, Wilson afirma que este proceso se vio exacerbado por las respuestas de las
dislocaciones sociales y económicas de sus vidas. Las mujeres casadas habían desarrollado muchas actividades generadoras de ingreso en “trabajos de muje- res” realizados en sus propias casas, entre la cuales se incluía la costura, tanto para las habitantes locales como para los fabricantes de rebosos zamoranos. Para las jóvenes solteras, el empleo en los talleres no acarreaba una gran discontinui- dad, pero se exigía que las propietarias cumplieran el mismo papel que la señora, haciéndose cargo del entrenamiento, el manejo y la protección de las trabajado- ras. Para las casadas y de mayor edad la costura a mano y el adorno de suéteres representaba una nueva posibilidad de maquila doméstica (Op. Cit.).
En su etnografía, Wilson plantea la importancia de las características de la propiedad y la producción en la industria rural. Con esto, la autora refiere al proceso de creación y crecimiento del taller y los cambios ocurridos en las carac- terísticas de la propiedad con el tiempo. En segundo lugar, señala la importancia de los patrones de producción y el proceso de trabajo en talleres de diferentes tamaños y su relación con los mercados cambiantes, con lo que apuesta por la importancia de estudiar las condiciones de la producción. En este contexto, igual que en nuestro caso, resulta de especial importancia el trabajo de las mujeres en los talleres. En su documento, Wilson menciona que la presencia de las propieta- rias en estos espacios había sido un elemento clave para la contratación de mano de obra femenina, la organización de la producción y el desarrollo de formas específicas de mantener la disciplina y el control de la mano de obra.
Para nosotros, en particular este último aspecto constituye uno de los pro- cesos sociales que explican la forma de acumulación de riqueza en los talleres domésticos, ya que el proceso de expansión industrial y acumulación del capital en Moroleón y Uriangato también se da a partir de la feminización de la mano de obra, que si bien, en el transcurso de los años se ha modernizado, al mismo tiempo ha mantenido replegada en el espacio privado la mano de obra femenina a partir de valoraciones tradicionales dadas alrededor de la casa o la maternidad. Así, la manufactura de prendas hecha en el espacio doméstico preserva la clan- destinidad de algunos talleres.
Desde la década de los sesenta, cuando se incrementó la incorporación de las mexicanas a la vida laboral, se han documentado los esfuerzos que realizan para cumplir con las actividades que tradicionalmente les son asignadas como el cuidado de la descendencia y del hogar, así como a la esfera laboral. Los límites de la jornada doméstica y laboral se redefinieron. Como señala Marcela Lagarde (2003):
La contradicción objetiva en la experiencia de la mujer, independientemente de que así lo conceptualice, consiste en que en un mismo día vive regímenes opresivos diferentes: con relaciones sociales diferentes, con normas y valores diferentes, con formas de evaluación no homogéneas; así requiere de dobles
habilidades, conocimientos y saberes, porque ambas jornadas implican especia- lización en ocasiones diferente. Ambos conjuntos de trabajo forman una unidad entre el mundo de la reproducción y el de la reproducción. Entre lo público y lo privado (p.129).
Entonces, el trabajo femenino se convierte en un recurso natural, disponible para todos. De forma que “hay una parte no pagada del día de trabajo”, que se asimila al salario y forma parte de la acumulación de bienes11 (Federici, 2004).
Parte de los estudios de género concibieron los análisis acerca del espa- cio público y privado como dos regímenes diferentes que constituían una doble opresión para las mujeres:
La jornada laboral se señalaba como un espacio definido por relacio- nes contractuales, con límites definidos en cuanto a cargas de trabajo y horarios, así como derechos y obligaciones establecidos o negocia- dos individual o colectivamente.
La jornada doméstica se refería a las “propias de la naturaleza feme- nina”, sin límites formales, ni contratos, de las que, según Lagarde, emanaban fuentes de poder que remiten a esferas vitales como el amor, la obediencia filial o conyugal (p.130).
Entonces, la separación de espacios público y privado se convirtió en un eje de análisis acerca de la vida de las mujeres y la constitución de su rol social. Sin embargo, el tema que nos ocupa presenta un caso distinto. Se trata de la casa-ta- ller como un espacio productivo basado en dinámicas domésticas e informales que, en la mayor parte de los casos, lleva el trabajo de las mujeres a un campo ambiguo como oficio de carácter no calificado. El hogar se interpreta como una unidad que comparte territorio, trabajo, capital y recursos sociales (Hondecneu y Sotelo, 1994 en Maza, 2013). Visto así, se genera la posibilidad de modificación en el hogar y su organización en diversos planos, como el espacial, el de estruc- tura económica y el de los equilibrios de poder. Entonces:
Se considera que el trabajo a domicilio permite que los ingresos aumenten me- diante un supuesto costo conyugal y social menor. Así la mujer se incorpora al trabajo sin que represente cambios al nivel de las jerarquías y la organización so- cial. Se supone que las mujeres tendrán mayores posibilidades de trabajar cuan- do el trabajo que realizarán permite que no salgan del hogar y no tener horarios rígidos que afecten sus labores domésticas y de ama de casa. Con lo que se cubre la apariencia de que no existen cambios sustanciales (Op, cit p.58).
Estas mezclas de espacios se tornan centrales para el trabajo de mujeres ya que son ciertos márgenes productivos, sociales y espaciales los que permiten la
Federici se refiere al ocultamiento del trabajo de las mujeres bajo la pantalla de actividad natural (p.177).
persistencia de lo informal, esto es, hay espacios de negociación del trabajo que no están regulados y que permiten una flexibilidad en cuanto arreglos de índole moral que repercuten en lo económico. En ese sentido, Arias (1997) plantea re- visar nociones que tienden a invisibilizar el trabajo de las mujeres (en contextos agrícolas) cuando se le señala como “ayuda femenina” o “actividades comple- mentarias”:
“En sociedades autoritarias en proceso de cambio económico intenso, la ficción de la ayuda, esa obligación conyugal y atributo femenino cuyas modalidades concretas pueden cambiar con el tiempo y las oportunidades pero que perma- nece inalterable como noción, parece haber facilitado a las mujeres el tránsito hacia nuevas formas de trabajo y salarización, con desgastes personales enormes pero reducidos costos conyugales y sociales. La noción de complementariedad, por su parte, ha tendido a oscurecer un fenómeno más general, ciertamente tam- bién más viejo: la añosa existencia de dinámicas y procesos económicos muy distintos en las sociedades rurales y sus consecuencias, también diversas, para la trayectoria y el destino de la gente del campo” (p.215)
Así, considerar “ayuda o complemento” al trabajo realizado por las mujeres per- mite preservar los roles y formas de organización, generalmente, basadas en ro- les tradicionales, de tal forma que la configuración de los espacios productivos también se orienta por valores arraigados en la cultura local, a partir de los que se invisibilizan la explotación y formas de dominio que también contribuye a la acumulación. Ello reviste -como señala Federicci- la posibilidad de ver este pro- ceso desde el punto de vista de los cambios que introduce en la posición social de las mujeres y en la producción de la fuerza de trabajo. (Federicci, 2010)
Por ejemplo, en Moroleón y Uriangato, la maternidad adquiere una rele- vancia particular debido a que se convierte en un factor familiar, social y laboral que articula las dinámicas productivas en estas localidades. Dejar la soltería y convertirse en mujeres casadas y madres de familia implica una valoración dis- tinta que tiene un peso en el rol de trabajadoras. Se les permite modificar horarios para el cuidado de sus hijos, ausentarse por días o, incluso, llevar a sus hijos al taller. Generalmente, esto se negocia con las encargadas de los talleres, quienes comúnmente también son las propietarias de estos y les permiten entrenarse en las máquinas para trabajar, aprender nuevas habilidades y al mismo tiempo lle- var a cabo labores de crianza. De ahí que se señale que los aspectos relacionados con la honra y la moral de las costureras son claves para la conformación de relaciones de trabajo (Porter, 2008)
“Yo aprendí a los 23 a trabajar, ya cuando me casé. Antes mi papá no me dejaba salir a nada, nada más quería que yo estuviera en la casa. (…) Él tenía taller de rebozo, de colcha, de cobijita, no era de esto (de ropa). Tuve que salir a trabajar a los talleres para aprender, porque él nos daba todo. Cuando me casé me animé porque tenía tres hijos y ¿qué les iba a dar de comer?. No me importaba lo que me dijeran, había que aguantar hasta que aprendí”12
Entrevista a costurera de taller de ropa. Mayo 2016. Moroleón, Gto.
Los favores que las trabajadoras reciben por parte de las patronas, configuran re- laciones de reciprocidad, mismas que se traducen en compromisos. Los cuales se expresan, por ejemplo, cuando se requiere trabajo intensivo para terminar algún pedido. Así, las costureras tienen el sentimiento de cumplir debidamente con la crianza de sus hijos, -quienes en todo momento son “lo primero”- al mismo tiem- po que construyen formas de trabajo flexibles, que les permiten la sobrevivencia.
Esto es, hablamos de la maternidad como un elemento que también con- tribuye a la disposición permanente de trabajo, asociada a la flexibilidad pro- ductiva, así como formas de identificación entre las mujeres que se derivan del rol materno. Asimismo, es una condición que permite preservar la casa como un espacio de acumulación de riqueza que, en gran medida, se nutre de relaciones formales e informales.
Conclusiones
En un espacio abandonado por el Estado, en una industria definida como pre- caria, encontramos actividades económicas que se configuran como un modelo productivo, donde lo moderno y lo arcaico se unen y confrontan; donde si bien lo doméstico y lo extradoméstico se encuentran y se mezclan, también se separan, dando lugar a una industria que sigue siendo competitiva y que se comporta de manera atípica frente a las crisis que afectan a los mercados industriales tradicio- nales. La confluencia de lo económico, lo social y lo afectivo, exige reflexiones más profundas a la Academia, pues la casa-taller tiene todas las carencias de un mundo patriarcal, pero también ha permitido que las mujeres sean parte impor- tante de un proceso productivo, en el que no sólo actúan como obreras, sino como empresarias.
La transformación del taller de rebozo y colcha a la casa-taller contem- poránea da cuenta de un proceso material y cultural local que acontece como parte de las respuestas a las configuraciones de los mercados locales y globales. El caso confirma cómo aspectos morales de la economía persisten y configuran formas de producción con marcadas pautas relativas a la economía informal, de manera específica en el trabajo de las mujeres. En ese sentido observamos cómo las economías usualmente definidas como tradicionales se ven interpeladas por dimensiones íntimas de las y los actores que repercuten en la organización del trabajo y la producción; es el observar a los sujetos generando alternativas ante su propia realidad.
La transformación de la casa-taller implicó el trabajo intensivo de las mu- jeres en la producción de prendas de vestir. En una dimensión más amplia, esto adquiere relevancia, pues da claras señales acerca de las formas de acumulación del capital, que en gran medida se producen a partir de la invisibilización del
trabajo de los sujetos en condición de desigualdad. En el caso de las mujeres, vemos que considerar su trabajo como doméstico y relativo a su condición como madres, les expropia de la posibilidad de un cambio en su posición social. Su configuración como espacio privado, el uso de mano de obra familiar, así como su combinación con las labores reproductivas permiten que las mujeres persistan como figuras invisibles en los talleres, ya que sus habilidades y “virtudes” se consideran un componente de la actividad doméstica, más que de una actividad laboral pública. Así, se compra la fuerza de trabajo a partir de valoraciones basa- das en la reciprocidad y confianza, lo que constituye otra de las formas de gestión y acumulación del capital.
El trabajo de las mujeres se convierte en parte del discurso de honra que tradicionalmente es deseable en las mujeres. Se interpela entonces a la relación entre trabajo intensivo-mujeres y virtud, que también forman parte de los ele- mentos culturales y morales de las formas de acumulación localizadas del capi- tal. Ello también se inscribe como una de las formas de explotación que deben ser develadas para comprender cómo el trabajo formal e informal se combinan eficientemente. Como indica Novelo (2004):
El funcionamiento del taller, aunque aparentemente presenta comportamientos semejantes al del viejo artesanado original, está inmerso en una economía de mercado basada en la competitividad y con formas de circulación de materias primas, medios de producción y fuerza de trabajo ajenas a las viejas costumbres y en una institucionalidad administrativa que se ve más como molestia que como posible aliada (p.4).
Amortizar los procesos económicos del mercado requiere de la mano de obra de sujetos disciplinados por la propia estructura social y cultural. En este caso, las mujeres, en su rol de madres y trabajadoras en un espacio considerado como doméstico, son parte de un proceso de acumulación configurado a partir de lo social. Estos son puntos clave para comprender cómo es el desarrollo de la eco- nomía informal y las formas en las que se relaciona con la formalidad de manera intermitente o enganchada de forma continua en ciertos procesos de diferente dimensión.
Este documento muestra la enorme complejidad que se observa en la ca- sa-taller donde las relaciones de trabajo no son solamente económicas, sino que revisten una serie de condiciones, sociales, culturales y de género. Los análisis que de manera general se aplican a los modelos económicos informales, resultan inoperantes sino se analiza el detalle de cada caso particular. ֍