Legado Antropologico
Recepción: 18 Octubre 2023
Aprobación: 22 Diciembre 2023
Resumen: Este texto presenta las contribuciones de diversos colegas y amigos de Guillermo Alonso Meneses, fallecido el pasado mes de abril de 2023 a los 59 años, y quien era miembro del Comité Editorial de la revista Antrópi- ca.. Dichas contribuciones buscan ilustrar su destacada trayectoria como antropólogo y analista social, tanto en Europa como en México, así como también su enorme calidad humana. Su curiosidad intelectual lo llevó a examinar una extensa diversidad de temas a través de la mirada antropológica, desde las fronteras y los mi- grantes hasta la práctica deportiva, pasando por la música, la creación literaria, las políticas migratorias, y las tecnologías de la información y la comunicación. Asimismo, este interés se plasmó en una extensa obra de libros, artículos y capítulos, más un cúmulo de columnas de opinión en periódicos y órganos informativos.
Palabras clave: Antropología cultural, Desiertos, Frontera México-Estados Unidos, Muro fronterizo, An- tropología del deporte.
Abstract: This text presents the contributions of various colleagues and friends of Guillermo Alonso Meneses, who died last April 2023 at the age of 59, and who was a member of the Editorial Committee of Antrópica jour- nal. These contributions seek to illustrate his outstanding career as an anthropologist and social analyst, both in Europe and in Mexico, as well as his enormous human quality. His intellectual curiosity led him to examine a vast array of topics through an anthropological perspective, from borders and migrants to sports practice, music, literary creation, immigration policies, and information and communication technologies. Likewise, this interest was reflected in an extensive set of books, articles and chapters, plus a considerable amount of opinion columns in newspapers and bulletins.
Keywords: Cultural Anthropology, Deserts, Mexico-United States border, Border wall, Anthropology of Sports.
Los años barceloneses de Willy
Elina Norandi
Guillermo y yo nos encontramos por primera vez algún día de 1987 en la casa de nuestra amiga común Stella Elizaga, en la calle de la Fusina del barrio de moda de Barcelona, El Borne. A partir de ahí nos vimos con frecuencia en la facultad de Geografía e Historia, donde él cursaba antropología y yo historia del arte. Poco después Stella se instaló en el piso de estudiantes donde Guille vivía y fue cuando empezó nuestra amistad. Así supe que era el mayor de tres hermanos y que, aunque él había nacido (29 de marzo de 1964) y vivía en Santa Cruz de Tenerife, se consi- deraba del Puertito de Adeje, donde desde muy pequeño pasaba su infancia en una casa junto al mar. Todavía hoy es un pueblecito pesquero, rodeado de plantaciones de plataneras con muy pocos habitantes y que tiene como único negocio un bar de playa. Allí Guillermo aprendió a amar el mar, a nadar y a escuchar historias de pescadores y agricultores viejos. Conocía a toda la gente que habitaba en las casitas blancas del Puertito, era muy querido y siempre conservó allí amigos de la niñez.
Cuando acabó el bachillerato estudió dos cursos de Derecho en la Uni- versidad de la Laguna (Tenerife) pero a pesar de sacar muy buenas notas, aban- donó esta carrera y se trasladó a la capital catalana para estudiar antropología en la Universitat de Barcelona. Siempre decía que después de ver las películas de Indiana Jones quiso ser antropólogo.
En Barcelona vivía en un piso de estudiantes enorme del Rabal (en la ca- lle Xuclà). Esta vivienda antes había sido una pensión así que había habitaciones de sobra para las dos chicas y los cuatro chicos que residían allí, todos latinoa- mericanos o del resto del Estado español. Al piso le llamábamos OSIWAP (las iniciales de sus inquilinos) y si no ven una letra G es porque aquí a Guillermo siempre le han llamado y le llaman Willy. Era un lugar muy cosmopolita, que siempre estaba lleno de gente, y por donde pasaron personas que o ya tenían un nombre en el ámbito cultural, o lo acabarían teniendo. Uno de los compañeros de piso de Guille era Omar Riveiro Thomaz (antropólogo e historiador, hoy profesor de la Universidade Estadual de Campinas, en Brasil) que fue siempre su gran amigo. En la Facultad Guille destacaba mucho, tenía profesoras que le tenían un gran aprecio, como las doctoras Dolores Juliano o Lola Luna, y su expediente era brillante. Además, en esa época, estudiaba portugués y escribía poemas.
En 1989, cuando todos los habitantes del piso acabaron sus carreras, co- menzaron a regresar a sus lugares de origen y OSIWAP se desmanteló. Guillermo se quedaba en Barcelona para hacer el doctorado y, como yo vivía muy cerca y tenía sitio, le ofrecí instalarse en mi casa. Así fue como estuve muy cerca de todo su proceso de investigación y escritura de tesis y, durante unos años, comparti- mos vecindario, amistades, salidas y algunos viajes.
Guille escogió hacer la tesis sobre un tema que, por entonces, nadie trata- ba: el fútbol, y recuerdo que muchos colegas se sorprendían cuando lo explicaba. Su director era el Dr. Alberto Cardín, un profesor que tenía absolutos fans entre su alumnado, un intelectual heterodoxo y agitador que le influyó enormemente. En 1992, Cardín falleció prematuramente de sida, habiendo sido una de las per- sonas que despertó consciencias sobre este tema en la España de los noventa. Ese mismo año Guille publicó el artículo “Textos etnológicos” (revista Luego: cuadernos de crítica e investigación, Universitat de Barcelona) que sigue siendo hasta hoy, el repaso crítico más interesante y profundo que se ha hecho del lega- do bibliográfico de Cardín. El joven doctor Manuel Delgado, discípulo y amigo de Cardín, fue su nuevo director. Guillermo defendió su tesis doctoral titulada “Deporte y producción de sentido: estudio sobre un club de fútbol aficionado”, en 1995 en la Universitat de Barcelona. El tribunal, que le otorgó la máxima calificación cum laude, estuvo formado por cinco miembros muy eminentes del panorama cultural español: Maria Jesús Buxó Rey (presidenta), Manuel Mandia- nes (secretario), Enrique Gil Calvo, José Antonio González Alcantud y Carles Freixa Pàmpols (vocales). Es una verdadera lástima que esta tesis no pueda ser consultada en línea, en esos años todavía internet no se había implantado en Es- paña, así que solo se puede acceder a ella en la Biblioteca de la Universitat de Barcelona. No obstante, es un trabajo muy citado en libros y estudios sobre el de- porte. Él mismo recogió algunas cuestiones relevantes de su tesis en un capítulo titulado “Apuntes para una conceptualización del deporte desde la perspectiva de la antropología sociocultural” del libro coral La actividad física y el deporte en un contexto democrático (1976-1996), coordinado por Ricardo Sánchez Martín en 1996.
Mientras redactaba la tesis hizo lo que se denominaba CAP (Curso de Adaptación Pedagógica) que duraba un año y preparaba a los licenciados para ser docentes. También estudió a fondo catalán y continuó escribiendo poesía y cuentos, se presentó a diferentes concursos, y empezó a publicar ficción literaria. Fue seleccionado y premiado en un concurso de Radio Nacional de España (Ra- dio 3, emisora cultural que escuchaba cada día) y leyeron en antena un cuento suyo al que le pusieron de fondo Sittin on the Dock of the Bay, la canción de Otis Redding que él mencionaba en su texto. También un relato suyo fue seleccionado e incluido en la recopilación de cuentos Los relatos del Mesón del Café (Edicio- nes VOSA, Madrid, 1995), cuyo título hace referencia a la mítica cafetería de la calle Llibreteria del barrio Gótico de Barcelona. En 1992 le publicaron el libro El ensueño cubano de Juan Aquines (Confederación de Cajas de Ahorro, Madrid), con bellas ilustraciones de Lucía Yurrita.
Recibió becas para asistir a casi todas las Universidades de verano que tienen lugar en España (Menéndez Pelayo, El Escorial, etc.) y en agosto de 1994 recibió una ayuda de más de medio millón de las antiguas pesetas procedente del
Ministerio de Cultura español para la redacción del ensayo “Cultura y mestizaje. La construcción sociocultural de la tolerancia”. Asimismo, trabajaba como tra- ductor freelance de ensayos, del inglés al español, para algunas editoriales; me acuerdo, sobre todo, de su traducción de textos de la filósofa social Flora Tristan.
Formó parte de los primeros miembros del CEA (Centro de Estudios Africanos), al que con su energía y compromiso intelectual ayudó a cimentar y consolidarse. Dentro de este Centro, las líneas de investigación de Guille eran los bereberes (le interesaba mucho la relación de estos con los guanches) y los movimientos migratorios del Magreb a la península Ibérica. El CEA tenía como órgano de investigación la revista Studia Africana, en la que Guille publicó el artículo “Religiosidad e identidad bereber” (n.º 4, 1993). En la revista L’Avenç
-recientemente desaparecida- publicó el artículo “Algéria: la mordassa militar i el vel integrista” (nº188, 1995) y en la revista madrileña África Internacional vio la luz el ensayo “La Resistencia Étnica Amazigh (Bereber) en el Norte de África, desde la Prehistoria hasta finales del siglo XX” (n.º 19, 1997). Al mismo tiempo, impartió varias conferencias y participó en diversas mesas redondas y congresos, pero como jamás imaginé que me vería en la situación de escribir un artículo como este, no tomé nota alguna y seguro que, aparte de las ediciones que conser- vo, se me olvidan muchas cosas. De esos tiempos de juventud conservaba amigos como Alfred Bosch (novelista y ensayista que también ha sido diputado en las Cortes Generales y Concejal en el Ayuntamiento de Barcelona), Gustau Nerín (antropólogo e historiador) y Albert Sánchez Piñol, que además de antropólogo es un novelista de éxito cuyas obras están traducidas a numerosos idiomas y adaptadas al cine varias de ellas.
Son innumerables las anécdotas que conservo de esa época, momentos que no olvidaré nunca, donde la humanidad, el humor y la inteligencia de Guille se hacían patentes.
Una de las cosas que más me llamaba la atención de él era su pasión por hablar con la gente, por oír sus historias, que escuchaba siempre con sincero interés. Después, con frecuencia, cogía notas en montones de libretitas de tapas negras o en hojas sueltas. Así como fue un magnífico antropólogo, también hu- biese sido un gran historiador.
Mi casa estaba en un edificio de finales del siglo XIX, eran diez pisos donde la mayoría de sus habitantes estaban allí desde hacía varias décadas. Guille se pasaba horas preguntándoles sobre la Guerra Civil, la posguerra y la dictadura, y, aquellas personas estaban encantadas de tener un muchacho joven que escu- chaba atentamente sus batallas y miserias de antaño, en una época en que gran parte de la sociedad española solo quería olvidar. Y, así, en aquel piso el tiempo se nos hacía grueso, tan grueso que a veces nos parecía escuchar cerca los bom- bardeos de la Legión Cóndor o los ecos de los discursos de Macià y Companys.
Como los vecinos lo querían tanto (hasta el día de hoy los que aún viven me preguntan por él) lo nombraron presidente de la comunidad de vecinos y lo venían a buscar a todas horas por cualquier nimiedad. Un día uno de los pisos, que estaba vacío, fue okupado, causando una debacle pues el vecindario se en- fureció y quería echar a los intrusos. Naturalmente creían que era Guille quien debía hacerlo y organizaban reuniones y más reuniones para plantear estrategias de desocupación, desde las más legales a las más violentas. Guille, tal como ellos esperaban, lideraba los encuentros que él planteaba como verdaderos mítines po- líticos. Se pasaba tardes soltándoles discursos donde su verborrea se desataba y les arengaba con frases como “el lado oscuro no ganará” o “no pasarán”. Por su- puesto luego no movía un dedo para desalojar a la familia okupa, hasta que tuvo “la gran suerte” de que un día se desatara un incendio en la vivienda okupada y los advenedizos se marcharan antes de que llegaran los bomberos.
Iba a correr por el parque de la Ciudadela, que quedaba muy cerca. Un día descubrió que en el enrejado que separaba el parque del zoológico había un hue- co. A partir de ahí se arrastraba para colarse en el zoo por ese agujero que daba directamente al recinto enjaulado de los búfalos que, según decía, ya lo conocían y no le hacían nada. Insistió muchas veces para que yo me metiera por allí, sin conseguirlo nunca por supuesto.
Recuerdo que su expresión más recurrente era “tengo que hacer trabajo de campo”, frase que decía fuera donde fuera, a Pamplona o al bar de la esquina; yo no le hacía mucho caso de esto, pero pronto me di cuenta que era verdad. Iba a todas partes con una cámara de fotos y cuadernos para tomar apuntes, y su archi- vo tomaba proporciones inusitadas, ya que guardaba cientos de folios con notas, páginas de periódicos y revistas. También guardaba muchas otras cosas, como palos que procedían de árboles nativos de su tierra, libros de su infancia y latas llenas de monedas antiguas y modernas de diferentes países.
Devoraba libros de antropología y filosofía para su tesis, pero también era un gran lector de poesía, le encantaban el poeta canario Andrés Sánchez Robayna y Jorge Luis Borges. Cuando se fue a vivir a México me dejó bastantes libros que atesoro todos subrayados y llenos de notas a lápiz que realizó durante ese periodo. Además, hizo muchos viajes, sé que estuvo en Portugal, Italia, Francia y Alemania y para su tesis fueron muy importantes los viajes que hizo a Inglaterra y a Sudamérica, donde estuvo en Uruguay, Argentina, Paraguay y Brasil, siempre detrás del fútbol y su historia. Amaba la música, de todos los estilos. En Barce- lona estuve con él en innumerables conciertos que no retengo en mi memoria, tan solo unos pocos como los de U2, Rolling Stones, Mecano, Chavela Vargas, Celia Cruz, Víctor Manuel y Ana Belén, Daniel Viglietti, Joan Manuel Serrat, Luis Eduardo Aute, Silvio Rodríguez, Los Tigres del Norte, Ricky Amigos y Os Resentidos. Ahora pienso que, como un anticipo revelador de su futuro, íbamos a escuchar bastante música latinoamericana.
En 1997 consiguió una beca del Ministerio de Asuntos Exteriores de Es- paña dirigida a jóvenes doctores para cooperar en universidades de México. Fue destinado a la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH) en Pachuca de Soto, donde durante dos cursos trabajó como profesor investigador. Allí se dedicó a recorrer en profundidad la Huasteca (hidalguense y potosina), a inves- tigar y escribir sobre la celebración del Xantolo, los cultivos agrícolas y otras cuestiones relativas a la región. Cosas del destino, mi hermana Mariana Norandi, periodista y socióloga, en ese tiempo vivía en Pachuca y le acompañó en algunos de sus viajes, sobre todo a Huejutla. Ella me dice que a Guille «le gustaba mucho colaborar con medios de comunicación, decía que era un “antropólogo mediáti- co”. Recuerdo una entrevista que le hizo Adela Micha sobre fútbol en Televisa a la que lo acompañé y un artículo que escribimos juntos en el semanario La esqui- na de Pachuca en 1998 cuestionando “el turismo zapatista”».
Durante treinta y seis años nos felicitamos en nuestros cumpleaños (yo nací dos días después que él), en su mensaje del pasado 31 de marzo me de- cía: «Feliz cumpleaños queridísima Elina. A seguir cumpliendo. Hay que cele- brar…». Y así será, celebraré siempre tu vida y la fortuna de que hayas estado en la mía, queridísimo Guille.
Andanzas fronterizas del Dr. Guillermo Alonso Meneses, “el Canario”
Miguel Olmos Aguilera
Guillermo Alonso Meneses era ante todo un antropólogo cultural ortodoxo y, en un contexto fronterizo donde abundan las epistemologías culturales de todas las frutas, tuvo el mérito de mantener relaciones cordiales con diversos sectores de la comunidad académica, desde los estudiantes más modestos hasta el presidente del centro de investigación. Sin embargo, su personalidad desenfadada y poco dada a las formalidades no le quitaba un sentido muy agudo de la crítica, tanto de los discursos fáciles sobre el análisis de la cultura, como de los oportunismos académicos, las modas y otras lacras que han minado la vida académica en los últimos años.
Al terminar sus estudios Guillermo Alonso se trasladó a la Universidad de Hidalgo en donde realizó un intercambio, para posteriormente quedarse como profesor universitario. En el año de 1999 ingresó al Departamento de Estudios de Población en El Colegio de la Frontera Norte, la que fuera su primera adscrip- ción. Posteriormente solicitó su cambio al Departamento de Estudios Culturales, vínculo laboral que mantuvo hasta el final de su vida. Guillermo Alonso fue un investigador fuera de serie que rompió con una serie de convencionalismos al criticar, entre otras cosas, los comportamientos acartonados y el estilo tradicional de asumirse como investigador. En pro de reivindicar el oficio antropológico, en
distintas ocasiones disfrutábamos poner en escena a ciertos colegas que encontrá- bamos sumamente exóticos, sobre todo si se trataba de las autoridades.
Conocí a Guillermo en 1999 cuando él tenía pocos días de haber llegado a Tijuana. Era una reunión social donde el Dr. Alonso convencía a una colega de haber conocido el México profundo indígena. Cuando lo escuché, dudé mucho de su testimonio, pero asumí que siendo antropólogo esto ya representaba una ventaja. Inmediatamente nos identificamos, pero él tenía un aire de auto coque- tería que ya lo quisieran muchos comediantes. Pese a su personalidad invasiva y parlanchina a extremos, para mí fue una bocanada de aire fresco saber que podía discutir con un antropólogo formado en Barcelona. Con Guillermo Alonso pude discutir los clásicos de la antropología: Malinowski, Lévi-Strauss, Palerm y des- de luego a sus maestros españoles Alberto Cardín y Manuel Delgado. Pese a ha- ber estudiado con uno de los antropólogos abiertamente gay como Cardín, cuya obra abonó en gran medida en el conocimiento de las prácticas homosexuales en las culturas del mundo entero, en cierta ocasión Guillermo fue lastimosamente denunciado por un grupo de estudiantes debido a comentarios de carácter supues- tamente homófobo, hecho inaudito para quienes lo conocimos. Sin embargo, en el contexto de la pulcritud y cultura condenatoria generada en el imperio de la corrección política, seguramente todo se trató de un malentendido o de una cace- ría de brujas que le hicieron pasar por un mal momento.
Pero vayamos al rescate del amigo dicharrachero y para esto quisiera compartir con el lector algunas anécdotas:
Pocos meses después de que llegara el Dr. Alonso a Tijuana en 1999, lo invité a una boda en el estado de Nuevo México en Estados Unidos, donde se casaría un primo mío con una indígena navajo. Ni tardo ni perezoso, aceptó in- mediatamente la invitación y nos organizamos para ir rumbo al pequeño poblado de Tocito en Nuevo México, el cual estaba enclavado en el desierto, a unas millas de la ciudad de Gallup. Salimos de Tijuana a las cinco de la mañana, atravesamos los desiertos de California y Arizona, lo mismo que las montañas, y a las cinco de la tarde ya estábamos en Gallup, brindando en una cantina del lugar con in- dígenas zuñis, quienes al calor de los tragos se hicieron pasar por indios navajos para hacernos conversación con el pretexto de enseñarnos a hablar la lengua. Al día siguiente llegamos a la boda repitiendo algunas frases que supuestamente nos habían enseñado un día antes. Cual fue nuestra sorpresa que cuando intentamos hablar en el supuesto navajo descubrimos que en realidad lo que repetíamos era la lengua zuñi; esa experiencia nos hizo gracia durante mucho tiempo. Recuerdo claramente que en la boda solamente los novios hacían entrar a algunos invita- dos al hogan o casa ritual. Para mi asombro, Guillermo fue uno de los primeros seleccionados, poco faltó para que yo no entrara al evento, siendo que yo era el pariente consanguíneo del novio.
Guillermo Alonso y yo hicimos varios viajes por carretera desde Tijua- na, uno de ellos fue a Real de Catorce en San Lui Potosí, lugar que Guillermo conocía perfectamente. También viajamos a Bratislava y a París en Europa, y a Guerrero Negro en Baja California; también fuimos por carretera a la península de Yucatán, en compañía de otro célebre antropólogo de esta institución. Debo reconocer que Guillermo siempre fue un excelente compañero de viaje, conver- saba incesantemente (muchos de los que lo conocimos sabemos que, pese a ser muy bueno para la conversación, no faltaba la ocasión en que, por lo menos en mi caso, me abrumaba por completo y tenía que salir huyendo de la plática). En los viajes cuando no hablaba, cantaba o contaba anécdotas de su vida, eso hacía más relajado el trayecto que hacíamos por las carreteras de México y Estados Unidos. Al llegar a Real de Catorce nos metimos por un camino de terracería muy acci- dentado pero que él conocía perfectamente. En realidad, yo iba a un congreso y él me acompañaba, pero como si fuera un ponente discutía acaloradamente en el congreso sobre la teoría cultural levistraussiana o sobre problemas étnicos en América Latina o África. La gente y los colegas lo adoptaron de inmediato y convivió intensamente sin conocer de manera previa a ninguno de los asistentes. Esa era una cualidad que siempre admiré de Guillermo Alonso.
Por otro lado, en cierta ocasión nos encontramos en los baños del Colef y mientras cada quien hacía su necesidad comentábamos: “oye, y cuando ya no estemos aquí, ¿qué lugar te gustaría que llevara tu nombre?”, bromeábamos di- ciendo que si les ponían nuestro nombre a los mingitorios ya nos daríamos por bien servidos. También dijimos que en todo caso sería mejor que apareciera el nombre de nuestros detractores, que no eran pocos.
Guillermo Alonso hasta hace pocos años participó de manera sistemática en los libros que coordiné, en uno sobre músicas migrantes escribió sobre la can- ción política de autores de Estados Unidos como Woody Guthrie, Ry Cooder y Bruce Springsteen; en otro escribió sobre migración clandestina. Siempre fue un colaborador muy cercano y muy solidario.
Ahora Guillermo Alonso no está, pero nos deja sus enseñanzas, su obra que no fue poca, y los recuerdos de experiencias que nos acompañarán durante nuestra vida. Al final la Sala de Usos Múltiples más grande de El Colef de Ti- juana lleva su nombre, y por fortuna no fue solo un salón o un espacio pequeño. La vida teórica del Departamento de Estudios Culturales y del Colef no serán las mismas sin la irreverencia, la disidencia y la crítica mordaz del Dr. Guillermo Alonso Meneses, mejor conocido como El Canario debido a su tierra de origen: Santa Cruz de Tenerife.
Fotografía 4: Halloween en el DEC, 2011. Fuente: archivo personal de Nancy Utley, El Colef
Al Hombre De Las Olas
Bricia Rivera Valencia
Allá, al fondo de la carretera escénica, donde las coordenadas también son com- plejas, las raíces de Guillermo se entrelazaron con su proyecto de vida. Geográfi- ca, cultural y políticamente la frontera fue un elemento constante en su itinerario. Por un lado, la frontera que marcó sus orígenes y por otro, la frontera en la que desarrolló una buena parte de su existencia. Él provenía del mar que bautizó a América. Su procedencia le permitió desplazarse sin restricciones por la Unión Europea. Esta libertad de movimiento estuvo conectada con el espacio en el que se desenvolvió toda su vida. Desde su infancia, poseyó un fuerte vínculo con el territorio. Los lugares abiertos formaron parte de su formación. Esa apertura siempre la mostró en su caminar, en la conversación o en su franca manera de escribir. El lugar de origen determinó el resto de su trayectoria. Él era un estudio- so del fenómeno migratorio, y también se convirtió en un migrante al replicar lo que otros habían estado haciendo durante los últimos 500 años, salió de las Islas Canarias y llegó a un lugar de América.
América fue su hogar durante muchos años, conoció varios países de Sudamérica y uno de los lugares del continente americano que más impactó su vida fue México. Mientras su futuro profesional se iba gestando de institución en institución tuvo la oportunidad de conocer la Huasteca y se convirtió en huaste-
cólogo. Con ello, descubrió el mundo de las comunidades indígenas nahuas, la cecina con enchiladas, los tríos huastecos, esto era lo que le interesaba de Mé- xico. Era un joven doctor en antropología que ya había recorrido todo el centro de la república, hasta que un día recibió una oferta para ingresar como profe- sor-investigador en El Colegio de la Frontera Norte, una reconocida institución académica. Al enterarse que la institución se ubicaba en Tijuana, Baja California, inmediatamente lo relacionó con Manu Chao y su famosa canción “Welcome to Tijuana”, y por supuesto, con el mar, y después de que se le puso el símbolo de dólar en los ojos, aceptó categóricamente.
Múltiples y entrañables historias se tejieron en los dos departamentos académicos a los cuales perteneció durante poco más de 20 años en la institu- ción. El primero fue el área en la cual se dedican a realizar estudios acerca de las dinámicas de la población en el norte del país. El segundo fue el área en la que existe un eterno debate acerca del concepto de cultura.
Poseía una personalidad que destacaba en cualquier lugar. Aunque nunca lo hubieran tratado, a través de su forma de ser, o al escuchar su particular acento, era posible descifrar quién era “El Canario”, a pesar de que se pudiera confundir con alguien de origen venezolano, uruguayo o cubano. La cafetería era un punto central para identificar a las personas de nuevo ingreso o bien para reconocer a los personajes más destacados, y él no fue la excepción. Las mesas del comedor eran lo suficientemente amplias para albergar a por lo menos ocho personas, y el hora- rio más concurrido era a partir de las dos de la tarde. A esa hora, había una mesa que atraía la atención del resto de los comensales, ya fuera porque en cualquier momento estallaban las carcajadas, o bien porque la chef se aproximaba a la mesa para entregar varios capuchinos elegidos de un menú improvisado. La voz que siempre sobresalía y dotaba de energía a esa particular mesa era la del Canario.
Su introducción al departamento de estudios culturales, que fue su segun- da morada intelectual, es algo que debe estar grabado en las pupilas y el corazón de quienes formaron parte de ese momento.
Un día citaron a una reunión a todo el personal que integraba el departa- mento. Todos estaban expectantes en la sala, pues no estaba claro el motivo de la reunión, ni el asunto que se iba a tratar. De pronto, la musicalidad de un manojo de llaves provocado por un andar semiapresurado y firme anunció su llegada a la reu- nión, acompañado de un “mil disculpas” porque había llegado retrasado. Ese día, las autoridades anunciaron su incorporación al departamento como el nuevo director.
Ese instante fue el principio que marcó su participación en los juegos de basquetbol entre las y los integrantes del área de la cultura, la elaboración de una tortilla española, la cual probablemente se introdujo con el fondo musical de Pluma Gay, las recomendaciones cinematográficas de Almodóvar, las sugerencias musi-
cales de Motorhead, la anécdota de cuando el fundador de la institución casi pierde la fuerza de voluntad por unos tamales, otra anécdota relacionada con una fiesta en Rosarito, Baja California y un CD de Mónica Naranjo, las veces en las que, en épo- ca del mundial de futbol, llegó a experimentar problemas con las páginas para ver los partidos, pero siempre hubo alguien que amablemente le proporcionaba algún link que le era útil para no perderse los encuentros, la ocasión en la que un par de computadoras fallaron y él confesó haber sido el autor material de lo sucedido, las ocasiones en las que llegó a pronunciar alguna palabra altisonante porque se había ido la luz y corría el riesgo de perder el trabajo de varias horas, o bien porque la selección española iba perdiendo algún partido en el mundial de futbol y le podía costar el pase a la siguiente ronda, la minuciosidad con la que registraba los he- chos que llamaban su atención desde los ventanales de su oficina, la facilidad para obtener información acerca de los últimos acontecimientos, en particular aquellos que recorrían los pasillos de la institución, y la disposición para compartirlo siem- pre con discreción, el respeto e interés con el que aceptó leer los textos narrativos de una estudiante de lengua y literatura de Hispanoamérica y que, sin pedírselo, contribuyó con más de una idea para mejorar los escritos notablemente. Sin lugar a duda, es donde se notó que por algo había obtenido premios literarios en su ju- ventud. La oportunidad que le dio a esa misma estudiante de literatura para realizar su servicio social revisando periódicos antiguos, leyendo Tijuana la Horrible . Tijuana In para elaborar fichas y notas. Y uno de los mejores y más sinceros conse- jos que proporcionó en caso de experimentar una situación de riesgo en el ámbito académico: fingir que te da un dolor.
Aunque la necesidad de escribir la satisfizo con la publicación de textos aca- démicos, no todo partió de la academia. Tenía un curriculum oculto. Desde su infan- cia, los libros fueron parte de su entorno, las lecturas para eliminar el aburrimiento o canalizar algún castigo provenían de la biblioteca que tenía su padre. Comenzó a leer desde muy pequeño, sus primeras influencias literarias fueron los comics de corte medieval y las revistas del Selecciones Reader´s Digest. Así fue como cultivó el hábito por la lectura. Sus primeras publicaciones fueron en las revistas escolares y los fanzines. También publicó algunos cuentos. La práctica del relato se originó dentro del núcleo familiar, era costumbre compartir las aventuras familiares a través de la historia oral, de ahí fue que surgió el hábito de ficcionalizar, ya fuera en los exá- menes, en las revistas escolares, los fanzines o algún texto literario. Esta producción de corte no académico fue el antecedente de sus correos electrónicos que por lo ge- neral se originaban como respuesta a un asunto de índole controversial, escritos con franqueza, directos, sin esconder la autoría, sin rodeos, proporcionando referencias, siempre tomando en cuenta los antecedentes, los cuales describía detalladamente, provocando el debate y quizá lanzando alguna que otra pedrada.
Él decía que la única ciudad fronteriza con la que se sentía cómodo de es- cribir era Tijuana. Su inspiración para escribir sobre la ciudad partió de la idea de
que la localidad contaba con una historia de corte literario. Alguna vez comentó que nadie había logrado realizar la gran obra sobre Tijuana. Uno de sus proyec- tos a largo plazo fue una novela policiaca sobre esta ciudad, en la cual invirtió alrededor de 14 años. Comentó que uno de los retos intelectuales y literarios que faltaba era hacer antropología sobre Tijuana, y que, aunque las ciencias sociales le deben muchos libros a la ciudad, aún falta mucho trabajo por hacer. Para el Ca- nario, uno de los consejos más preciados de sus maestros fue el de publicar con un sentido de maduración. Que no tuviera prisa por publicar, era mejor apostar por la calidad que la cantidad. Escribió ficción hasta la edad de 30 años, después decidió que retomaría esa dirección hasta que tuviera algo que valiera la pena.
Su oficina evidenció el gusto por la lectura y la acumulación de la histo- ria. Sus libreros resistieron valientemente el peso del conocimiento, ya que cada uno tenía una doble hilera de libros. El acomodo reflejaba que fueron consultados en más de una ocasión. Parecía ser una extensión del acervo intelectual con el que se instruyó a partir de los cinco años. Había ejemplares de los periódicos El País . La Jornada que había coleccionado durante muchos años y representaron un importante referente para su trabajo académico. Parecía que había elegido el cu- bículo de la esquina por los ventanales, eso al parecer le brindaba la posibilidad de realizar trabajo etnográfico involuntariamente. Fue una persona que siempre mantuvo una estrecha relación con la atmosfera marítima. Su escritorio daba ha- cia una pared que convirtió en un mural que expresaba su gusto por el mar.
En un trayecto sobre el malecón de Playas de Tijuana, resonaron los re- clamos por su partida, existe un resentimiento hacia el mar. Las olas, injustas, extinguieron su vida al tiempo que la espuma se desvaneció.
Transcurrieron un par de días, y una mañana, mientras la secadora para el ca- bello estaba encendida, un sonido muy particular resonaba insistente hasta que logró mezclarse con el ruido del aparato. Después de unos instantes la insistencia de lo que parecía ser un ruido más armonioso captó la atención de quien ya no era estudiante de literatura. Decidió salir al patio, aguzó el oído y desplazó la mirada lentamente hasta toparse con un canario que reposaba en la punta de una varilla de un segundo piso a medio construir, emitía un trino suave y acelerado a la vez, ella lo contempló durante un par de minutos, y antes de que emprendiera su vuelo le dijo: salud y saludos.
Ahora cruzó la última frontera, la del camino del cempasúchil, segura- mente ya enfrentó algunos partidos de basquetbol con algún equipo de aficiona- dos en el que habrá una persona que en lugar de botar el balón y avanzar hacia la canasta, sostiene el balón y corre sin rumbo por la cancha, probablemente también contribuyó con alguna que otra estrategia futbolística, y danza con la parsimonia de las olas en la azotea azulada más amplia del cosmos.
Con profundo aprecio, Bric Bric
Fotografía 5: Seminario El Uso de las TIC’s, El Colef, 2015. Fuente: archivo personal de Nancy Utley, El Colef
In memoriam, Guillermo Alonso Meneses, El Tovarich
Luis Escala Rabadán
A mediados del mes de abril falleció Guillermo Alonso Meneses, connotado an- tropólogo, gran colega y formidable amigo, adscrito a El Colegio de la Frontera Norte (El Colef), un centro público de investigación en el norte de México. Lo conocí desde mi ingreso a esta institución, hace poco más de dos décadas, y for- jamos una sólida amistad basada en la confluencia de intereses académicos, el futbol y el gusto por burlarnos de todos y de todo, lo que nos llevó a referirnos uno al otro como “Tovarich” (camarada). Quisiera hacer aquí un muy breve re- cuento de la huella que dejó en el ámbito de las Ciencias Sociales, así como en la vida de sus colegas y amigos.
Guillermo se abocó desde hace décadas al estudio de las fronteras y las migraciones internacionales, pero particularmente de la frontera entre México y Estados Unidos y de los migrantes que la han cruzado de ida y vuelta durante más de un siglo. Mucha de su atención se centró en el drama y la tragedia invo- lucrados en este cruce, en particular las miles de muertes resultantes de las cada vez más restrictivas políticas migratorias de Estados Unidos. Entre los diversos textos que elaboró al respecto, creo que su mejor contribución sobre el tema fue el libro El desierto de los sueños rotos, publicado en 2013 por El Colef. Asimismo, y como buen antropólogo, buscó indagar sobre los contenidos sim- bólicos y de variantes significados implicados en las fronteras geopolíticas en la era contemporánea. De esta indagación, recuerdo su libro coordinado Fronteras simbólico-culturales, étnicas e internacionales, publicado en 2016 también por El Colef. Ambos libros son ahora especialmente memorables para mí, no sólo por sus contribuciones en estos campos de estudio, sino también por sus afectuosas dedicatorias: en el primero escribió “Para Luis Escala Rabadán, colega, Tovarich, revoltoso, compañero de proyectos y publicaciones, de pasillos, fiestas e intrigas. Vaya este libro sobre esa parte de México tan olvidada”; y en el segundo “Para Don Luis Escala Rabadán, Kamarada y compañero de lucha –he dicho lucha, no ducha –, Octavio Paz diría, Tovarich. Pero esa es jerga del siglo pasado. Sin más, puedes leerlo cuando te jubiles”.
Derivado de este interés por las fronteras, un enigma constante en su in- vestigación fue el muro fronterizo, particularmente en el área de Tijuana-San Diego, al cual dedicó muchos años de observación y documentación. En el afán constante que teníamos de fastidiarnos la vida mutuamente, le comenté alguna vez que esta curiosidad suya me recordaba la de los simios al inicio de la pelí- cula 2001: Odisea del espacio, frente a aquel obelisco negro, y su respuesta era predecible (“joder, Tovarich, tú y tus chistecitos mamones…”). Sobre este tema elaboró múltiples textos, de los que me gustaría destacar al menos tres: uno fue
su artículo “Muros fronterizos, operativos de control y leyes”, publicado en la revista Frontera Norte en 2022, en el que presenta un recuento de su propia investigación al respecto. Otro fue la Introducción que elaboró para el elegante libro bilingüe de imágenes y testimonios More than a Wall/Más que un muro, del afamado fotógrafo californiano David Bacon, publicado en 2021. Y otro más fue su artículo “El muro fronterizo en Tijuana. Huellas fotográficas de las ofrendas/ intervenciones artísticas en memoria de las y los migrantes muertos, 1999-2021”, publicado en 2022 en la revista Encartes, y que quiso el destino que fuese su última publicación en vida.
Pero más allá de sus inquietudes intelectuales, un tema que lo hacía vibrar de pasión era el futbol. Al igual que otros ilustres antropólogos (el nombre de Andrés Fábregas en primerísimo lugar), supo ver más allá del carácter físico de este deporte y enfatizó sus dimensiones lúdicas, simbólicas y estéticas. Sentarse a ver con él un partido de futbol de la Champions League implicaba retomar la mundanidad de las aficiones a lo largo del mundo, pero alternándola con singula- res comentarios sobre los jugadores, la cancha, los equipos, los entrenadores, las barras y demás elementos en juego. Y desde luego, este fue también un campo en el que hizo contribuciones notables, especialmente obras que hacen patente esta vocación: sus libros coordinados Campos de juego, arenas rituales, espa- cios de afición, publicado en 2020, donde retoma el análisis socioantropológico del deporte; y especialmente Off-side/fuera de lugar. Futbol y migraciones en el mundo contemporáneo, publicado en 2012, y que fue pionero en el análisis de la confluencia entre este deporte y las migraciones en la actualidad. Y está también su libro de autor En busca de la poesía del futbol, publicado en 2014, donde se adentra en su genealogía y rasgos culturales.
Y si de pasiones hablamos, más allá de su agenda intelectual, había algo más que entusiasmaba enormemente a Guillermo: el chisme. Realmente se delei- taba con este tráfico de información marginal, que le permitía ofrecer explicacio- nes alternativas y a ratos disparatadas sobre los sucesos de la vida cotidiana tanto dentro como fuera del lugar de trabajo, y le causaba un gran placer el poder ofre- cerla a una selecta audiencia, por lo que cotidianamente desfilaban por su ofici- na colegas investigadores como empleados administrativos o de mantenimiento. Por lo mismo, valoraba enormemente el intercambio de este tipo de información, un quid pro quo en el que sabía ofrecer un chisme a cambio de otro del mismo tamaño. Aunque a ratos me resultaba difícil comprender este desmedido deleite, me resultaba más fácil entender el cómo: dada su simpatía y sus dotes para la plá- tica, se podía insertar con facilidad en múltiples redes a todos los niveles, lo que a su vez le permitía el acceso a información de todo tipo, la cual no estoy muy seguro de que fuese siempre fidedigna, pero que él la sabía convertir en versiones plausibles, de ahí la delicia de sus relatos.
Pero probablemente la mayor fuente de su encanto eran precisamente sus habilidades como conversador. Recuerdo los años en los que el grupo de amigos solía comer en el comedor del centro de trabajo, tras lo cual se abría una larga sobremesa que solía prolongarse por buena parte del resto de la tarde, al punto de que un colega comentaba que él venía a trabajar solamente por estas tertulias. Y en este espacio, Guillermo era invariablemente un personaje central, capaz de pasar del chiste simplón al relato más descabellado y divertido. Dentro de este género como narrador de historias, yo tuve el privilegio de ser su compañero de viaje en dos ocasiones, en las cuales su agilidad en la plática fluía sin parar. El primero fue en 2012, un viaje en auto de Tijuana a Los Ángeles, a la feria del libro en español, donde presentaríamos uno de sus libros sobre futbol. En el tra- yecto y durante la estancia, pasaba de contar sobre su juventud en su patria chica, las Islas Canarias, sus años en Barcelona, durante la realización de su doctorado, su llegada a México, su trayectoria en la Huasteca hidalguense, dentro de la Uni- versidad Autónoma del Estado de Hidalgo, y finalmente su arribo a Tijuana y a la frontera norte de México, utilizando historias y anécdotas por las que desfilaban parientes, amigos, conocidos y demás personajes de toda clase.
El segundo viaje fue en 2018, al Congreso de Americanistas que se cele- braría en Salamanca, España, en el que ambos participaríamos, y contrario a la lógica y a la teoría de la elección racional, que mandaba volar de Tijuana a la Ciu- dad de México y de ahí a Madrid, decidimos tomar una ruta bastante más compli- cada, mediante un vuelo muy barato desde Los Ángeles en California, para volar a Nueva York y luego a Madrid. Lo complicado de la ruta implicaba cruzar la frontera en Tijuana, llegar a la estación del tren en San Diego, tomar el tren a Los Ángeles, pernoctar una noche y luego subirse al avión para ir de la costa oeste a la costa este de Estados Unidos, para posteriormente volar a Madrid, estar ahí un día, y luego tomar el tren a Salamanca. En este largo, larguísimo trayecto, cual- quier detalle del viaje era motivo suficiente para replicar su irrefrenable vocación para hilar historias: en el tramo hacia Los Ángeles, tomando cervezas en el bar del tren y contemplando las olas de la costa californiana (“¡mira esas olas Tova- rich, están de puta madre!, ¿te conté que alguna vez surfeé en …”, lo que abría la puerta para oír algunos de sus episodios sobre el surf, otra de sus pasiones); la noche que pasamos en la ciudad angelina, en la zona de Inglewood (su sorpresa cuando fuimos a comer, “Tovarich, ya te diste cuenta que somos los únicos que no somos negros en este restaurant? Esto me recuerda cuando estuve en Áfri- ca, en …”); las horas de espera en el aeropuerto de Nueva York (“Tovarich, ¿te acuerdas de aquel colega que vino al Colef aquella vez? Creo que era de Nueva York, un verdadero tarado…”); el breve tour que me hizo en Madrid (“Tovarich, olvídate del Museo del Prado, tienes que ver de cerca el Santiago Bernabéu, fun-da-men-tal si vienes a esta ciudad”, refiriéndose al estadio del Real Madrid, equipo que siempre ocupó un lugar especial en su vida).
Pero probablemente el momento más memorable de ese viaje fue nuestra estancia en Salamanca. Recuerdo que tras la jornada en que ambos habíamos hecho ya nuestras presentaciones, decidimos celebrar con una opípara comida, en la que la cerveza corrió con generosidad. Después de la tercera ronda, le dio por rememorar su estancia en la Huasteca hidalguense, pero en particular la vida silvestre del lugar: “Tovarich, ¿te conté alguna vez de las tarántulas de Huejutla?
¡Son enormes!”, y abría los dedos de una mano para dar una idea de estos bichos. La tarde se hizo noche, y tras la enésima cerveza, por alguna razón, su historia volvió a la Huasteca, y de nuevo la alusión a sus criaturas: “Tovarich, de veras,
¿nunca te conté de las tarántulas de Huejutla?”, y esta vez se valió de ambas ma- nos para dar una idea del bicho mutante. Al término del festejo, completamente ebrios, logramos llegar al cuarto de nuestro hotel. Ya bien entrada la noche, a punto de dormirnos, aún recuerdo su voz en la oscuridad: “Tovarich, en serio, nunca te conté de las tarántulas de Huejutla?” Y me lo imaginé abriendo los bra- zos para dar cuenta del bestial arácnido.
Algún día iré a Huejutla, y lo primero que haré será buscar una tarántula, nomás para estar seguro.
Imágenes y anécdotas en memoria de Guillermo Alonso Meneses. Serinus canaria
Nancy G. Utley García
Lo que en estas líneas pretendo no es un obituario, ni un homenaje póstumo, lo que aquí deseo compartir y plasmar es la memoria que conservo de un personaje con el cual conviví en el marco del Departamento de Estudios Culturales de El Colegio de la Frontera Norte, personaje con quien tuve la suerte de colaborar durante aproximadamente 10 años como Técnica Académica de Investigación. Para ello, debo destacar la esencia del Dr. Guillermo Alonso Meneses, Doctor en Antropología Social e Historia a quien en este escrito refiero como personaje por- que estaba lleno de matices, nombrarlo por su título académico no agota lo que de él conservo en la memoria, era pues un ser humano disfrazado de un personaje al que le llamábamos el Canario.
Recuerdo que por mucho tiempo no sabía por qué le llamaban “El Cana- rio”, inicialmente pensaba que era por su carácter y singular forma de hablar, tan colorida y brillante, su voz alta inundaba los pasillos, así como las aves canarios, hasta después me enteré que era porque era originario de las Islas Canarias, Es- paña (en defensa de mi despiste, debo comentar que su acento canario se diluía en el contenido aventurero de las anécdotas que contaba).
A los pocos años de la llegada del Dr. Alonso al Departamento de Estu- dios Culturales en calidad de director, se dio a notar por su personalidad desenfa- dada y su gusto por las celebraciones y reuniones entre compañeros (que no eran comunes en aquel entonces), por su humor y sarcasmo al que poco a poco me fui acostumbrando, ya que entre la mezcla del humor mexicano y el humor español era fácil perderse en confusión.
Cuando pienso en Guillermo me viene en primer lugar un recuerdo suce- dido en el mes de mayo del 2006, estaba por irme de licencia de maternidad, ya que me encontraba en mi octavo mes de embarazo; y por los antojos típicos de mi condición, todos los días salía de la oficina e iba a un puesto de dulces ubicado en Playas de Tijuana a comprar manzanas cubiertas de caramelo y cacahuate, yo sin saber que el puesto estaba justo en la ruta del camino a casa del Dr. Canario, y que cuando pasaba me veía sentada comiéndome las manzanas, esto sucedió por varios días consecutivos.
Pasados algunos días de esta práctica me dijo: “¡Ya te vi, ya te vi comien- do manzanas todos los días, cómo eres!” Le expliqué, apenada, que era producto del antojo de embarazada, y le comenté que también tenía antojo de tamales, pero no era época de preparación de tamales y no sabía dónde conseguirlos, a lo que Guillermo respondió en voz alta: “No, no, pero debes comerlos, si no el niño saldrá con cara de tamal”, el comentario provocó risas entre todos los presentes.
A la semana siguiente, el Dr. Guillermo trajo una tamaliza sorpresa a manera de despedida por mi licencia maternal, el detalle lo recuerdo con cariño, en primera por lo inesperado del evento, ya que tenía poco tiempo en nuestro departamento, y en segunda porque no era época de venta de tamales. Aunque cuando estaba Guillermo, cualquier pretexto era bueno para festejar y era de los primeros en anotarse para la organización, recuerdo que incluso festejamos el haber comprado una cafetera nueva.
En otro momento, ya refiriéndome a mi formación académica, cuando el Dr. Guillermo fue mi profesor en la Maestría en Estudios Socioculturales COLEF-UABC, en agosto del 2008, es justo un recuerdo de esa época el que me lleva a poner el subtítulo del presente escrito en latín, Serinus canaria (Canario). Siempre que el profesor Guillermo deseaba poner a discusión un concepto, lo descomponía en su etimología, de ahí la “carrilla” a su tendencia a enunciar las palabras anteponiendo su origen (esto lo hacía también en lo cotidiano, sobre todo cuando se trataba de defender una postura académica).
También conservo algunas frases características de Guillermo y que, dada la convivencia, se me pegaron: “es broma, es broma”, manera sutil de discul- parse después de haber enunciado un chiste cuyo interlocutor no había tomado con humor, posteriormente usábamos la frase para referirnos a cualquier factor
sorpresa que se presentara. Yo con el tiempo y la dinámica laboral que compar- tíamos, aprendí a entenderle, aprendí a decodificar algunas frases tanto escritas como enunciadas, pues tenía una forma particular de hablar, más allá del acento canario, supongo que tenía tantas ideas en la cabeza que se le atropellaban los enunciados y le salían frases tales como “¿Al rato abres el eso para mandar aque- llo que nos pidieron?” y yo aprendí a saber qué era el “eso” y el “aquello” que nos habían pedido. Conforme más pasaba el tiempo, más aprendí a entender las indicaciones canariomexicanas.
Un vínculo particular que compartí con el Dr. Guillermo fue el hecho de que nuestros hijos eran casi de la misma edad y ambos estaban en la estancia infantil “Mi Colef”. Quizá muchas personas con las que trabajó no conozcan este lado, pero siempre fue empático conmigo en ese sentido, es decir, siempre me permitió asistir a los festivales de mi hijo, llegar un poco tarde para poder asistir a sus juntas escolares, salir antes para llevarlo al doctor, todo sin reproche alguno, y eso es algo que no olvido y le agradezco infinitamente. Él era padre también y supongo que entendía estas necesidades. De la misma manera compartíamos y preparábamos con entusiasmo las festividades infantiles en nuestro departamen- to, tales como el día de la cosecha y Halloween con disfraces y dulces, entre otros para recibir a los niños de la estancia.
En cuanto a mi proceso académico, yo le había expresado siempre mi inquietud de hacer más cosas para desarrollarme profesionalmente, sin embargo, el Dr. Guillermo trabajaba temas como migración y fútbol, principalmente, por lo que nuestros temas de interés estaban un tanto alejados. Pero un buen día del año 2015, llegó y me dijo, “¡Señorita! Hoy es tu día de suerte, haremos un pro- yecto sobre el uso de las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC’s) y publicaremos algo, puedes participar con lo tuyo”. Cabe mencionar que soy comunicóloga de licenciatura, y así, gracias a ese proyecto, a nuestro proyecto, como él le decía, retomé el camino de los estudios de la comunicación que había dejado empolvados y logré combinarlos con los estudios de familia, mismos que gracias a ese proyecto sigo desarrollando hoy en día.
Y efectivamente, en el transcurso del proyecto de las TIC’s realizamos un seminario sobre jóvenes y TIC’s en la región Tijuana – San Diego y publica- mos un libro titulado Jóvenes, dispositivos electrónicos e (Hiper) comunicación, coordinado por él, en el cual participaron colegas del campo de la comunicación con excelentes aportaciones y a cuya presentación el Dr. Alonso no pudo asistir por cuestiones de salud, pero que presentamos Juan Manuel Ávalos, Luis Escala y yo con gusto y éxito en la Feria del Libro de Tijuana en mayo del 2019.
Anécdotas cotidianas como estas son con las que decido quedarme y compartirles, porque si bien, el Dr. Alonso fue un académico, profesor, director, colega, jefe, surfo y muchas otras cosas, lo que finalmente persiste es el lado
natural de cada uno de nosotros, y Guillermo era un montón de ruido, de risas, de bromas, de chistes malos y buenos, largas conversaciones y a veces también discusiones, nadie que haya trabajado en El Colef es ajeno a los característicos correos de réplica del Dr. Guillermo sobre los temas de interés colectivos.
Al Canario lo recuerdo así, con todos estos matices, en su cotidianidad, en la vida diaria de la familia del Departamento de Estudios Culturales, tal cual las imágenes que ahora les comparto. Y aprovecho para sincerarme y expresarles que lo que se extraña del Dr. Guillermo en los pasillos del Departamento no son los discursos académicos, ni sus largos correos de réplica, lo que se extraña de Guillermo es su esencia, la estela de energía que dejaba a su paso e invadía el departamento a su llegada cada mañana, ya que, por suerte, sus publicaciones y libros académicos están a disposición en los libreros.
“Good morning por la mañana a la pretty people” por siempre, Requies- cat in pace.
Con profundo respeto y nostalgia GAM
Nancy, Nancy.
De las Islas Canarias al desierto de los sueños rotos
Rafael Alarcón Acosta
Conocí a Guillermo Alonso Meneses en 1999 cuando fui a la sede de El Colegio de la Frontera Norte (El Colef) en Tijuana, Baja California para hacer mi pre- sentación pública, que era parte del proceso de contratación como profesor in- vestigador. Al final de mi presentación, cuando apenas había sobrevivido el duro cuestionamiento de uno de los investigadores, Guillermo se acercó y con esa sonrisa franca, sin conocerme, empezó a criticar el libro Return to Aztlan, que se había publicado en 1987 y del cual yo era coautor. Ese día se inició una amistad que enriqueció mi vida porque Guillermo además de ser generoso, divertido y culto, era un gran conversador y un fiero contendiente intelectual.
Guillermo había llegado a El Colef en ese mismo 1999 y al poco tiempo fue invitado a participar en un proyecto institucional de investigación sobre los riesgos de la migración a Estados Unidos. Esta experiencia marcó su trayectoria como investigador porque, además de publicar sobre otros temas, siempre man- tuvo su interés en los riesgos y peligros que los migrantes padecen en su travesía como indocumentados. Por esta razón, siempre estuvo recopilando entrevistas con migrantes, apuntes de lecturas, fotos, conversaciones con colegas y estadís- ticas del gobierno de Estados Unidos.
Cuando llegó a Tijuana, Guillermo rentó un departamento, literalmente, en Playas de Tijuana, a unos metros del Océano Pacífico y a otros metros del muro fronterizo que divide a la ciudad de Tijuana y el Condado de San Diego. En su departamento podía escuchar las olas del mar, quizás para no extrañar dema- siado su vida en Tenerife. Como era un gran conversador, cuando salía a caminar por la playa, se encontraba a migrantes con quienes hablaba sobre sus intentos de cruzar la frontera de manera clandestina, o sobre la experiencia fallida de ha- berlo intentado y fracasado. De manera fortuita, en una ocasión en que surfeaba conoció a otro surfista cuyo padre había sido “coyote” y de ahí surgió una entre- vista fundamental en su investigación. Cuando fue a Guatemala, conoció a una señora salvadoreña que vendía pupusas quien le contó que había sido “coyota” en Tijuana.
Algunos migrantes le contaban que habían intentado cruzar la frontera por el desierto de Arizona y esto lo llevó a la fascinación por los desiertos de California y Arizona, que visitaba con frecuencia a través de recorridos en auto- móvil. En uno de esos recorridos en el que iba acompañado por dos colegas in- vestigadores de El Colef, desde la carretera observaron, en medio del desierto, a dos migrantes que pedían ayuda. A pesar del peligro que significaba ser acusados por el gobierno de Estados Unidos de ayudar a migrantes indocumentados, los colegas no dudaron en darles botellas de agua y comida.
Todas estas experiencias variadas se cristalizaron en el libro El desierto de los sueños rotos. Detenciones y muertes de migrantes en la frontera México
- Estados Unidos 1993-2013, que Guillermo publicó bajo el sello editorial de El Colef en 2013. Este libro de 342 páginas muestra al autor en su etapa de madurez intelectual y por eso es, en mi opinión, uno de los mejores libros de autor publi- cados por el Colef.
Guillermo siempre me impresionó por su gran capacidad como escritor y lo demuestra en este libro que tiene como objetivo central analizar los procesos que provocan las muertes y detenciones de migrantes en la frontera entre México y Estados Unidos entre 1993 y 2013. Para este fin, con maestría, examina la parti- cipación de los tres actores principales de este drama humano: los migrantes, los “coyotes” o “polleros” y los agentes de la Border Patrol, popularmente conocidos como “la migra”.
En su investigación como antropólogo cultural, el autor encontró que en- tre 1993 y 2013 se registraron 20 millones de detenciones y más de 8,500 muer- tes de migrantes en la frontera entre México y Estados Unidos. Para Guillermo Alonso Meneses, “semejante número de muertos es la mejor evidencia de que el vigente concepto de control de la frontera, impuesto unilateralmente desde E.U., ha conseguido aumentar las muertes de migrantes –algunas de ellas en unas circunstancias de sufrimiento y horror inenarrables– y ha fortalecido al crimen organizado en sus distintas versiones; incluido el que opera desleal y parasita- riamente desde el interior de agencias y dependencias del Estado.” (p. 300). ֍
Notas