Resumen: El objetivo del artículo es generar una tipología de las acepciones del concepto de crisis en Gramsci, a partir de la cual identificar y analizar distintos momentos de crisis durante el siglo XXI. Para ello recuperamos los usos de la crisis en los Cuadernos de la cárcel y los ordenamos, desde un enfoque multidimensional y multiescalar, en articulación con las categorías de relaciones de fuerza y hegemonía. Aplicamos dicha tipología para periodizar la interrelación del contexto latinoamericano y el caso de Argentina. Así, indagamos la crisis del neoliberalismo y la crisis del 2001 en Argentina, sus características y alcances. Luego, examinamos la conformación de una guerra de posiciones latinoamericana y una hegemonía populista durante el ciclo de go- biernos kirchneristas y el neodesarrollismo. Asimismo, dentro de dicho ciclo, analizamos una crisis de coyuntura en dos tramos durante 2008 y 2009, a partir de la cual indagamos acerca de los alcances y límites de dicho proceso, en el marco de la contra-ofensiva imperialista sobre la región. Finalizamos con una aproximación a los gobiernos de Cambiemos y el Frente de Todos para preguntarnos sobre la persistencia de una larga crisis vigente desde 2018 que comienza a adquirir rasgos orgánicos, delineando reflexiones finales sobre el presente.
Palabras clave: crisis, relaciones de fuerza, hegemonía, Latinoamérica, Argentina.
Abstract: The objective of the article is to generate a typology of the senses of the concept of crisis in Gramsci, from which to identify and analyze different moments of crisis during the 21st cen- tury. To do this, we recover the uses of the crisis in the Prison Notebooks and organize them, from a multidimensional and multiscalar approach, in articulation with the categories of rela- tions of force and hegemony. We apply this typology to periodize the interrelation of the Latin American context and the case of Argentina. Thus, we investigate the crisis of neoliberalism and the crisis of 2001 in Argentina, its characteristics and scope. Then, we examine the formation of a Latin American war of positions and a populist hegemony during the cycle of Kirchnerist governments and neodevelopmentalism. Likewise, within said cycle, we analyze a conjunctu- ral crisis in two segments during 2008 and 2009, from which we evaluate the scope and limits of that process, within the framework of the imperialist counter-offensive on the region. We conclude with an approach to the governments of Cambiemos and of Frente de Todos to ask ourselves about the persistence of a long crisis developed since 2018 that is beginning to acqui- re organic features, outlining final reflections on the present.
Keywords: crisis, relations of force, hegemony, latin america, argentina.
Dossier
Crisis, hegemonía y relaciones de fuerzas. Del contexto latinoamericano al caso de Argentina en el siglo XXI
Crisis, hegemony and relations of forces. From the Latin American context to the case of Argentina in the 21st century
Recepción: 22 Enero 2024
Aprobación: 11 Junio 2024
Las crisis configuran acontecimientos disruptivos que atraviesan múltiples esca- las y dimensiones, de cuyo tránsito, resolución o no resolución, se van forjando las características de nuestras sociedades, marcadas por las disputas de proyectos y las diversas luchas que modifican las relaciones de fuerzas entre los grupos sociales que las habitan y constituyen. El objetivo de este artículo se orienta a identificar y analizar distintos momentos de crisis en el siglo XXI, partiendo del contexto latinoamericano para aproximarnos a la Argentina contemporánea, con el fin de indagar sus características y desarrollo.
Para ello, vamos a recuperar algunos conceptos claves del pensamiento de Antonio Gramsci. En primer lugar, realizaremos un abordaje del concepto de crisis observando sus diversas acepciones, proponiendo un ordenamiento del mismo a partir de su carácter multiescalar y multidimensional, y en su vínculo con dos conceptos cardinales del pensamiento gramsciano: el de relaciones de fuerza y el de hegemonía.
En ese sentido, cuando hablamos de hegemonía nos referimos a la direc- ción política, ideológica y cultural de un grupo social sobre otros; esta capacidad de conducción implica un predominio de los componentes del consenso sobre los componentes coercitivos de la acción política. Por ello, requiere de la participación de los grupos dirigidos en la visión del mundo del grupo dirigente. Además, para que una hegemonía logre incidir a nivel del Estado, es necesaria la formulación de un proyecto particular que tienda a sintetizar una unidad de fines políticos, eco- nómicos, intelectuales y morales, pero que se presente sobre un plano universal, como el “desarrollo de todas las energías “nacionales”” (Gramsci, 1985, p. 1158).
En el pensamiento gramsciano, la construcción de hegemonía involucra toda una guerra de posiciones, una lucha en las múltiples trincheras donde se produce y reproduce el orden social, atravesando distintos momentos de las re- laciones de fuerzas. Estas relaciones de fuerza son la forma compleja que tiene Gramsci de percibir al poder como un vínculo que es asimétrico pero que está siempre en disputa, y que puede parecer cristalizarse por momentos pero que es dinámico y cambiante a lo largo del tiempo. En esta mirada compleja del poder, nos convoca a indagar acerca de sus múltiples momentos y escalas, comenzando por las relaciones de fuerzas internacionales, las cuáles involucran un doble ca- mino: por un lado, analizar la conformación de las potencias y bloques de Estados hegemónicos y su relación con las potencias y bloques menores, lo cual nos abre un espacio de reflexión sobre las dinámicas del imperialismo, las luchas por la soberanía y los procesos de integración, y, por otro lado, observar su vínculo con las principales características y tendencias del modo de producción dominante a escala global. Asimismo, las relaciones de fuerzas contienen otros tres momentos que refieren a dimensiones claves, susceptibles de ser analizadas en distintas es-
calas. En primer lugar, se identifican las relaciones de fuerzas sociales, las cuales están ligadas al desarrollo de las fuerzas productivas, comprendiendo un análisis objetivo de la estructura social y las contradicciones que la atraviesan, y nos permiten vislumbrar cómo se forja un poder de carácter económico y social que parte de la estructura según la posición y función que los grupos ocupan en el proceso productivo y su capacidad de incidir en el mismo. Luego, encontramos las relaciones de fuerzas políticas, que implican “la evaluación del grado de homo- geneidad, de autoconciencia y de organización alcanzado por los diversos grupos sociales” (Gramsci 1985, p. 1158), y la observación de diversos grados, que parten de las luchas económico-corporativas hasta llegar a las disputas por proyectos de sociedad y la construcción de hegemonía a nivel del Estado en un trayecto donde se alcanza la fase más estrictamente política y, según Gramsci, señala el tránsito neto de la estructura a la esfera de las superestructuras complejas:
las ideologías germinadas anteriormente se convierten en “partido”, entran en confronta- ción y se declaran en lucha hasta que una sola de ellas o al menos una sola combinación de ellas, tiende a prevalecer, a imponerse, a difundirse por toda el área social, determi- nando, además de la unidad de fines económicos y políticos, también la unidad intelec- tual y moral, situando todas las cuestiones en torno a las cuales hierve la lucha no en el plano corporativo sino en un plano “universal”, y creando así la hegemonía de un grupo social fundamental sobre una serie de grupos subordinados (1985, p.1158)
Por último, hallamos las relaciones de fuerzas militares, que como advierte Gramsci, suelen ser decisivas una vez que se ponen en juego y que contienen tanto un grado técnico-militar como político-militar.
A continuación, nos detendremos en el abordaje del concepto de crisis, para generar una aproximación al mismo en el pensamiento Gramsci elaborando una tipología a partir de su uso en los Cuadernos de la cárcel (Gramsci, 1985, en adelante CC). Esta tipología, que en los próximos meses podrá ser accedida en el repositorio de datos del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Téc- nicas (CONICET, Argentina), fue construida a partir de la identificación y locali- zación en los CC de las diversas acepciones de las crisis en Gramsci y ordenada según las dimensiones y escalas de relaciones de fuerzas mencionadas. A partir de allí, articularemos estas coordenadas analíticas para periodizar y caracterizar algunos aspectos fundantes del siglo XXI latinoamericano y del caso nacional de Argentina, para cuya caracterización utilizamos fuentes cualitativas y cuantitati- vas provista por organismos nacionales e internacionales tanto públicos como no gubernamentales, y por la bibliografía especializada, preguntándonos: ¿Cuáles fueron las principales crisis que afectaron a la región y al país? ¿Cuáles fueron sus dimensiones y alcances? ¿Qué impactos presentaron en las relaciones de fuerzas?
Gramsci es tanto un pensador de la crisis y como un pensador en un tiempo de crisis. En sus Cuadernos de la cárcel el término crisis aparece utilizado centena- res de veces. Esto se vincula a que Gramsci considera que “el desarrollo del ca- pitalismo ha sido una “crisis continua”, si así puede decirse, o sea un rapidísimo movimiento de elementos que se equilibraban e inmunizaban” y que a raíz de ello se presentan “acontecimientos a los cuales se les da el nombre específico de “cri- sis”, que son más graves o menos graves, según que se den elementos mayores o menores de equilibrio” (CC15, p. 1262).
Las crisis son entonces estas pérdidas de equilibrio, de diversa intensidad y alcance. Así, la crisis en Gramsci aplica usualmente a procesos colectivos, pero también a momentos individuales, puede atravesar distintas escalas espaciales, desde la internacional a la nacional y al interior de un país, y presenta variaciones dependiendo de su nivel de profundidad así como de las diversas dimensiones que involucre. Nos parece relevante generar una tipología de la crisis en Gramsci a partir de su cruce con la categoría de relaciones de fuerza, con el fin de cons- truir una ubicación de las múltiples acepciones que le da a las crisis, ordenando los tipos de crisis según su aparición cronológica en los CC, junto con sus usos homólogos posteriores.
En este camino, debemos identificar la distinción de escalas. Aquí, si- guiendo el análisis de situaciones de Gramsci, encontramos un uso ligado a las relaciones de fuerzas internacionales: donde aparecen los términos “crisis interna- cional” y “crisis mundial”, o crisis que son mencionadas por su fecha, por ejemplo, crisis de 1847, 1929, 1930, etc. y se las distingue tanto de las crisis nacionales, las cuales a veces llevan la referencia del país específico como crisis italiana, ingle- sa, francesa, americana, entre otras, como de las crisis en la escala subnacional, por ejemplo, las que observa en las distintas regiones de Italia. Aunque no deben pensarse las escalas como compartimentos estancos, atendiendo a que Gramsci entiende que “el mundo es una unidad, se quiera o no se quiera, y que todos los países, permaneciendo en ciertas condiciones de estructura, pasarán por ciertas “crisis”” (CC15, p. 1262-1263).
Luego, podemos encontrar una serie de crisis ligadas al momento de las relaciones de fuerzas sociales, las cuales anidan en la estructura económico-social y tienen un efecto particular según la posición y función de los grupos sociales en la misma: “crisis comercial”, “crisis económica”, “crisis industrial”, “crisis de Tesorería”, “crisis agraria”, “crisis de avituallamiento” (de abastecimiento de alimentos), “crisis de empobrecimiento”, “crisis social”, “crisis financiera”, “crisis de ahorro”, “crisis de ocio forzado y de miseria degradante” y “crisis de desocu- pación”.
La mayor variedad de tipos de crisis, que apunta Gramsci, se encuentra ligada a la órbita de las relaciones de fuerzas políticas, lo cual parece vincularse a la profundización que él aporta al pensamiento marxista en su análisis de las superestructuras complejas y los variados elementos que las constituyen. Aquí encontramos los términos: “crisis del régimen parlamentario” o “crisis parlamen- taria”, “crisis política”, “crisis del principio de autoridad” o “crisis de autoridad”, “crisis de los partidos”, “crisis político-morales”, “crisis del sufragio universal”, “crisis de libertinismo” o “crisis de libertinaje”, “crisis constitucional”, “crisis espiritual”, “crisis de los intelectuales”, “crisis intelectual” o “crisis intelectual y moral”, “crisis de la institución familiar” o “crisis de la familia”, “crisis de mando” o “crisis en el mando y de dirección”, “crisis sociopolítica” o “crisis político-so- cial”, “crisis educativa”, “crisis del programa educativo” o “crisis escolar”, “crisis de moral” o “crisis de moralidad”, “crisis estatal”, “crisis religiosa”, “crisis de la sociedad civil”, “crisis filosófica”, “crisis de hegemonía”, “crisis político-mora- les”, “crisis del sufragio universal”, “crisis histórico-política-intelectual” y “crisis de las costumbres”.
En contraste, una menor cantidad de acepciones las encontramos en torno a las relaciones de fuerzas militares, donde Gramsci refiere a “crisis de los cuadros” (militares), “crisis militares”, y “crisis del ejército”. Aun así, debemos recordar tanto el carácter decisivo de este momento de relaciones de fuerza y el vínculo que gesta Gramsci entre estrategia militar y estrategia política donde la guerra de posi- ciones es asimilada con la lucha por la hegemonía en las sociedades complejas:
por lo que respecta a los Estados más avanzados, donde la “Sociedad civil” se ha vuelto una estructura muy compleja y resistente a las “irrupciones” catastróficas del elemento económico inmediato (crisis, depresiones, etcétera); las superestructuras de la sociedad civil son como el sistema de trincheras en la guerra moderna. Así como en ésta sucedía que un encarnizado ataque de artillería parecía haber destruido todo el sistema defensivo adversario pero por el contrario sólo había destruido la superficie externa, y en el mo- mento del ataque y del avance los asaltantes se encontraban frente a una línea defensiva todavía eficaz, lo mismo sucede en la política durante las grandes crisis económicas (CC 13, pp. 1176-1177).
De este modo, podemos señalar que nuestra tipología nos permite ubicar las múl- tiples acepciones del concepto de crisis, advirtiendo que no todas crisis tienen la misma magnitud ni tampoco la misma relevancia teórica e incluso la aparición de una acepción que en términos cuantitativos puede ser mayor no por esto implica que lo sea en su carácter cualitativo, en relación al carácter vertebrador que puede revestir para el pensamiento gramsciano en su conjunto1.
1 Por poner un ejemplo ilustrativo, acepciones como crisis de libertinismo o libertinaje que apa- recen en diversos pasajes, a través de los cuales Gramsci analiza la formación del americanismo y el fordismo, ligada con la presión ejercida sobre las clases subalternas, combinando coerción y consenso, para reformar patrones de conducta (relativos a reducir el consumo de alcohol o modificar hábitos sexuales) que motiven una adaptación a las nuevas formas de trabajo, no puede equipararse en su relevancia cualitativa a otras acepciones, que pueden tener una similar presen- cia cuantitativa como término, pero que resultan vertebradoras para la perspectiva gramsciana
En esa línea, Gramsci sostiene que debemos ser capaces de distinguir en la articulación de los fenómenos estructurales y superestructurales, la profundidad y alcance de las crisis, y desde allí captar su relevancia. Es entonces donde cobra importancia su concepto de crisis orgánica como una articulación de factores de carácter duradero que ligan crisis en el plano económico y social con crisis de hegemonía, como grado más elevado de las relaciones de fuerzas políticas2. Aquí también aparecen términos cercanos, Gramsci habla de “crisis histórica” o “crisis históricas fundamentales”, de “crisis radical”, “crisis general” y de “crisis aguda”. A su vez, existe un puente con lo que denomina como “crisis resolutiva” o “crisis de cambio” que involucran transformaciones en diversos niveles de la relaciones de fuerzas, momentos donde los caminos se bifurcan y las sociedades cobran una forma u otra según cómo se salde dicha crisis. Por otra parte, Gramsci las distingue las crisis orgánicas de las crisis de coyuntura o coyunturales, las cuales son consideradas como “crisis ocasionales”, de menor duración y alcance, que pueden expresarse en uno o más momentos de las relaciones de fuerzas, pero sin conmover el conjunto de relaciones estructurales y superestructurales que carac- terizan un período histórico.
Gramsci resalta la importancia de distinguir entre movimientos orgánicos y fenómenos de coyuntura al estudiar un periodo histórico, para poder comprender el carácter de la crisis y cómo los grupos sociales actúan sobre ella:
Tiene lugar una crisis, que en ocasiones se prolonga por decenas de años. Esta duración excepcional significa que en la estructura se han revelado (han llegado a su madurez) contradicciones incurables y que las fuerzas políticas operantes positivamente para la conservación y defensa de la estructura misma se esfuerzan todavía por sanar dentro de ciertos límites y por superarse. Estos esfuerzos incesantes y perseverantes (porque ninguna forma social querrá nunca confesar haber sido superada) forman el terreno de lo “ocasional” sobre el cual se organizan las fuerzas antagónicas que tienden a demostrar (demostración que en último análisis sólo se consigue y es “verdadera” si se convierte en nueva realidad, si las fuerzas antagónicas triunfan, pero que inmediatamente se de- sarrolla en una serie de polémicas ideológicas, religiosas, filosóficas, políticas, jurídi- cas, etcétera, cuya concreción es evaluable por la medida en que resultan convincentes y transforman el alineamiento preexistente de las fuerzas sociales) que existen ya las condiciones necesarias y suficientes para que determinadas tareas puedan y por lo tanto deban ser resueltas históricamente (CC 12, p. 1156)
Aquí podemos ver que lo orgánico y lo ocasional no constituyen elementos es- tancos, y Gramsci considera que el análisis de situaciones y relaciones no deben ser un fin en sí mismos sino “que adquieren un significado sólo si sirven para justificar una actividad práctica, una iniciativa de voluntad. Estos muestran cuá- les son los puntos de menor resistencia, dónde la fuerza de la voluntad puede ser aplicada más fructuosamente” (CC 12, p.1161).
como la crisis de hegemonía.
2 Podemos encontrar diversos trabajos que han profundizado el análisis del concepto de crisis orgánica como Di Benedetto (2001), Campione (2007) y Jiménez Viader (2021), entre otros.
Atendiendo al peso que adquieren los factores orgánicos y coyunturales, nos parece relevante rescatar el planteo de Balsa, quien recalca la gravitación de las crisis de hegemonía, entendiendo que toda crisis orgánica involucra una crisis de hegemonía, pero que pueden existir crisis de hegemonía sin que estas adquieran un carácter orgánico, dependiendo “esencialmente por la ausencia de un proyecto hegemónico alternativo” (2020, p. 334), señalando, a su vez, que pueden haber crisis políticas sin que estás impliquen una crisis hegemónica3.
A partir de esta perspectiva, buscaremos interpretar distintos procesos de crisis y cómo su tránsito, resolución o no resolución, fueron forjando las caracte- rísticas del escenario argentino en relación con el contexto latinoamericano.
El presente siglo se configuró a partir de un punto de inflexión marcado por la crisis del neoliberalismo. Llamamos neoliberalismo al patrón de acumulación que se fue forjando con la reestructuración del mundo capitalista y que cobró forma desde mediados de los años 70, al calor de la ofensiva que Harvey (2004) caracterizó como un “nuevo” imperialismo, impulsado por la hegemonía nortea- mericana y apoyado por los organismos financieros internacionales. Este patrón se gestó a partir de un proceso de acumulación por desposesión: desposesión de los recursos de los Estados y sectores populares a través de planes de ajuste y reforma estructural, con apertura comercial, liberalización financiera, desre- gulación económica y privatización de las empresas públicas, conllevando una creciente concentración y centralización del capital junto a una extranjerización de las economías periféricas, motivando la apropiación de los recursos naturales, junto con la pérdida de derechos y de ingresos para las clases subalternas. La reestructuración neoliberal alcanzó su síntesis programática en el Consenso de Washington y tuvo su apogeo con el triunfo de Estados Unidos (EE.UU.) en la guerra fría, estableciendo un esquema de relaciones de fuerzas internacionales signado por la unipolaridad global.
En aquellos tiempos, se difundió una fuerte homogeneidad en América Latina basada en el despliegue de los regímenes neoliberales, políticas exteriores que compartían la visión del liberalismo norteamericano, con gran optimismo en la globalización, el mantenimiento de buenas relaciones con EE.UU. y la promoción del multilateralismo centrado en agencias globales como la Organización de las Naciones Unidas, ONU (Carrión Mena, 2013). Asimismo, predominó un regiona- lismo dependiente que no cuestionaba el rol subordinado de Latinoamérica en la división internacional del trabajo y su lugar de periferia, privilegiando la alianza
3 Algunos trabajos que abordan las crisis de hegemonía pueden encontrarse en Márquez-Fer- nández (2011), Herrera Zgaib (2013) y Frosini (2017), entre otros.
con EE. UU., nominado como regionalismo abierto y destinado a procurar mejores condiciones desde las cuales ingresar a tratados de libre comercio (Merino, 2016).
En Argentina el neoliberalismo tuvo inicio con la dictadura cívico-militar en 1976, la cual utilizó el terrorismo de Estado para gestar desde las relaciones de fuerzas militares un proceso de disciplinamiento duradero articulado con políticas orientadas a modificar de raíz la estructura social, consolidando un nuevo boque de poder concentrado y deteriorando las relaciones de fuerzas de los grupos sub- alternos en todos los planos. Luego, el proyecto neoliberal tendría su momento de auge en los años 90, durante los gobiernos de Carlos Menem (1989-1999), tras otra coyuntura disciplinaria ligada al acelerado deterioro de las condiciones vida propio de los procesos hiperinflacionarios, a través de la estabilización lograda con el “modelo de la convertibilidad” que habilitó un momento hegemónico. Éste, sin embargo, terminaría derivando en una de las crisis más importantes de la historia argentina en el año 2001. Encontramos allí una crisis que alcanzaba dimensiones orgánicas, afectando a todas las áreas de la sociedad e involucraba la erosión de los consensos y la legitimidad del orden vigente, al afectar tanto su capacidad he- gemónica como los principales factores estructurales que conformaban el patrón de acumulación.
Para el año 2001, en Argentina se observaba una crisis intelectual y moral que afectó las dimensiones ideológicas y culturales, conllevando la deslegitima- ción de diversos aspectos de la concepción del mundo hasta entonces imperante, anclada en el paradigma neoliberal, abarcando aspectos como el rol del Estado y la perspectiva de individualismo exacerbado con sus prácticas desmovilizadoras. En este sentido, se expresó una crisis de la idea de Estado mínimo, la cual entiende que la libertad de mercado es consustancial a la libertad del individuo y que la acción del Estado perturba su buen funcionamiento, así el desarrollo económico y social llegaría inevitablemente con la economía de mercado (Matus, 2007). Frente a las promesas incumplidas del libre mercado y las reformas estructurales de corte neoliberal que venían a consagrarlo, se alzaron demandas de cambio en las políticas y en las funciones del Estado, junto a la proliferación de distintas experiencias de participación popular que rompían el cerco del individualismo para religar desde la acción colectiva.
En este trayecto, se evidenció una crisis política en dos dimensiones: por un lado, como crisis de representación, particularmente a nivel institucional, y, por otro, como crisis de autoridad relacionada con el incremento de la conflictividad. La primera dimensión mencionada se vinculó con una crisis de los partidos, ya que se produjo a partir del desgaste de su legitimidad como canales de represen- tación y manifestó una crisis del bipartidismo en tanto fórmula de gestión de la gobernabilidad postdictadura en Argentina. Esto ponía en evidencia una genuina crisis de mando que Gramsci define como un “alejamiento entre dirigentes y di- rigidos” (CC 3, p. 360), expresando un elemento clave de los períodos de crisis
orgánica: una ruptura entre representados y representantes. Así arribamos a la segunda dimensión, donde se afirmó una crisis de autoridad, ligada al impacto social producido por las reformas neoliberales, que motivó la articulación de una cadena de demandas, las cuales no pudieron ser divididas y procesadas por el orden vigente. En este trayecto, las clases subalternas desplegaron un amplio repertorio de acciones colectivas: asambleas populares, cortes de rutas y ollas populares del movimiento de desocupados, “cacerolazos” protagonizados por los sectores medios, paros y acciones sindicales de protesta, que acompañaron a una creciente movilización en las calles. Este proceso incluso llevó a crisis las dimensiones político-jurídicas propias del momento de la coerción, desbordando los intentos del gobierno de reprimir la protesta social, y derivó en la rebelión popular de diciembre. Aquí observamos las características centrales de una crisis de autoridad según Gramsci, entrelazando distintas dimensiones: “Si la clase do- minante ha perdido el consenso, o sea, si no es ya “dirigente”, sino únicamente “dominante”, detentadora de la pura fuerza coercitiva, esto significa precisamente que las grandes masas se han apartado de las ideologías tradicionales, no creen ya en lo que antes creían” (CC 3, p.287).
También se reveló una crisis económica y social, debido al visible agota- miento del modelo de la convertibilidad, con deterioro de los principales indica- dores macroeconómicos y varios años de recesión, que evidenció las dificultades de las clases dominantes de hacer avanzar a la economía afectando la estructura. Se hizo evidente tanto una crisis industrial que afectó a diversos grupos produc- tivos, particularmente a las pequeñas y medianas empresas (PyMEs), y una crisis financiera, debido al inmanejable endeudamiento externo y la fuga de capitales, que terminó en el “corralito” y en un colapso del sistema monetario, llegando a la emisión de cuasi monedas (bonos que circulaban en paralelo al peso) y al trueque como práctica de intercambio. Además, se expresó una fractura de intereses entre distintos grupos de las clases dominantes que buscaban mejorar sus condiciones sobre la base de dos propuestas de salida al modelo de la convertibilidad, algunos sectores productivos y exportadores, posicionándose de forma favorable a una sa- lida devaluacionista, mientras otros, ligados al capital financiero y las privatizadas, pujaban por una dolarización que permitiera cristalizar los privilegios alcanzados durante la convertibilidad (Castellani y Szkonik, 2011). Asimismo, el deterioro de todos los indicadores socioeconómicos vinculados a las clases subalternas, con una notable crisis de desocupación y una crisis de empobrecimiento, generó un creciente malestar y motivó la proliferación de la conflictividad política y social.
En este contexto, se gestó el paso de clases dirigentes a clases meramente dominantes, que Gramsci observa como propio de los períodos de crisis orgánica, y que se evidenció en la escalada represiva que culminó en la instauración del Estado de sitio y la represión que provocó decenas de muertes durante los con- flictos del 19 y 20 de diciembre de 2001, motivando la renuncia del presidente
Fernando de la Rúa.
Observamos un principio de crisis orgánica, en el sentido de encontrar diversos componentes de la misma, aunque sin alcanzar un sentido pleno, ya que en aquel momento no logró configurarse una fuerza antagonista alternativa emergida desde la subalternidad con capacidad de forjar un proyecto propio de salida. La consigna “que se vayan todos”, demanda característica y sintetizadora de aquellos tiempos, si bien cumplió un papel aglutinante a partir de la negación y de la delimitación de un adversario, no alcanzó por entonces a dar lugar a la construcción de una voluntad colectiva que consiguiera articular los reclamos populares en una dimensión propositiva y en una nueva fuerza política y social con capacidad de instaurar un nuevo orden. Aún así, podemos caracterizar a la crisis de 2001 como una crisis de resolución, ya que presentó una diversidad de caminos de cuyo tránsito dependería una reformulación de aspectos significativos tanto a nivel de la estructura como de las superestructuras en Argentina.
Con la caída de gobierno de la Alianza (1999-2001) y varios efímeros intentos de sucesión presidencial, el parlamento eligió a Eduardo Duhalde (2002- 2003), definiendo una salida devaluacionista y dando comienzo a un patrón de carácter neodesarrollista, aún en un contexto de crisis en el cual se expresaron los peores indicadores sociales de la historia argentina. Luego, vendría una fase expansiva con el ciclo de gobiernos kirchneristas, articulando nuevas reformas con la configuración de una nueva hegemonía a nivel del Estado.
Este proceso de cambios nacional estuvo enmarcado, a escala regional, en lo que Regalado (2014) denomina como la guerra de posiciones en América Latina. Esta conceptualización nos parece relevante para la caracterización de la etapa, por un lado porque centra la mirada en analizar la lucha por la hegemonía y el emergente “giro a la izquierda” regional y. por otro, porque avanza a identificar los bloques políticos y sociales que se enfrentan en la batalla central, la cual se libra “entre el imperialismo norteamericano y sus aliados criollos, de una parte, y los movimientos populares y las fuerzas políticas de izquierda y progresistas, de la otra” (Regalado, 2014, p. 51) y cuyo elemento clave es la disputa políti- ca y electoral por el control de los gobiernos de la región. Las luchas contra el neoliberalismo en los distintos planos fueron dando lugar a la conformación de fuerzas populares diversas que lograron el acceso a varios gobiernos a través de elecciones. Si bien en ninguno de los casos ejercieron todos los resortes del po- der, aun así, estos procesos lograron ampliar el horizonte político, ideológico y cultural de los pueblos, habilitando la configuración de nuevos idearios y proyec- tos de emancipación. En este camino se fue conformando un bloque popular lati- noamericano, que ejerció crítica del proyecto neoliberal, generando búsquedas
diversas para recomponer las condiciones de vidas de las mayorías populares, algunos con proyectos de carácter neodesarrollistas y otros de corte socialista, y que promovieron una estrategia de integración soberana denominada como re- gionalismo autónomo (Varesi, 2019).
En el plano nacional, tras la crisis de 2001 y 2002, encontramos un mo- mento de cambio en las relaciones de fuerzas políticas con el surgimiento del kirchnerismo. Néstor Kirchner (NK) llegó a la presidencia en 2003 con una do- ble debilidad de origen: saliendo segundo en las elecciones y estando tutelado por Duhalde, quien le dejaba gran parte del gabinete. Desde estas condiciones complejas, cobró forma un proceso de construcción de hegemonía que logró el hecho inédito en Argentina de alcanzar un ciclo con tres períodos consecutivos de gobierno. En relación a la estrategia hegemónica debemos resaltar, como primer factor, que el gobierno de Kirchner enfrentó los aspectos inconclusos de la crisis de 2001 articulando varias de sus demandas y planteando a su proyecto como momento de sutura y superación. En este camino, el nuevo oficialismo comenzó a señalar a las distintas figuras del neoliberalismo como adversario al tiempo que iba construyendo la identidad de su propia fuerza mediante una recuperación de elementos del peronismo clásico, combinando aspectos culturales de la juventud de los años 70, componentes del progresismo democrático de los 80 y un perfil latinoamericanista influido desde el cambio de relaciones de fuerzas internacio- nales caracterizadas por el “giro a la izquierda” en la región (Varesi, 2021).
A su vez, como recuerda Campione (2007), para Gramsci no existe posi- bilidad de hegemonía sin una base material que la sustente. Ésta estuvo dada por la conformación de un patrón de acumulación neodesarrollista, el cual puede ser sintetizado en 6 puntos clave: 1) Un énfasis en la producción de bienes, con un desempeño destacado en la industria que creció al 10.1% promedio anual entre 2003 y 2007, incluso por encima del PBI que lo hizo al 8,8%. 2) Una dinámica exportadora notable que hizo que la relación exportaciones sobre PBI pasara del 11,6% en 2001 a promediar el 23,7% durante el gobierno de NK. 3) Regulación de tarifas de servicios públicos favorable a la producción, al comercio y a los sectores populares. 4) Regulación financiera, con tasas de interés bajas y límites a la especulación, sumado a lo que luego se denominaría como una política de “desendeudamiento” externo 5) Políticas de ingresos para recomponer las condi- ciones de vidas de las clases subalternas con medidas como el aumento del Salario Mínimo Vital y Móvil, la recuperación y dinamismo de los convenios colectivos de trabajo y la actualización y ampliación de las jubilaciones, mediante progra- mas de inclusión previsional que llevarían la cobertura del 66% en 2003 al 97% en 2015. 6) Recomposición del Estado con mayor capacidad de intervención en la economía mediante algunas estatizaciones y que sostuvo durante gran parte del período dos pilares de estabilidad del neodesarrollismo en el superávit fiscal primario y el superávit comercial. Esto fue generando un cambio en las relacio-
nes de fuerzas sociales donde, en el bloque de poder, las fracciones productivas y exportadoras del capital prevalecieron sobre los grupos financieros y las empresas de servicio privatizadas. Además, hubo una gran creación de PyMEs que habilitó la recomposición de la pequeña y mediana burguesía local y un repunte en todos los indicadores sociales relativos a las clases subalternas, descenso de la pobreza e indigencia del 57,8% y 25,2% en 2003 al 29,7% y 5,5% en 2015, con un aumento del salario real promedio del 49,8% (Manzanelli y Basualdo, 2016).
El puente que une el proyecto y el patrón de acumulación puede ser com- prendido atendiendo a la configuración de una nueva hegemonía populista. Esto se vincula a que podemos encontrar tres lógicas del populismo vinculadas a tres conceptualizaciones del mismo, que resultan necesarias para poder comprender el ciclo kirchnerista. Por un lado, podemos observar una lógica de articulación de demandas populares, que se iban singularizando en el líder, y motivaba una construcción de identidad en base a la confrontación (evocando una razón po- pulista de Laclau, 2005), en la cual se establecía al adversario en torno al pro- yecto neoliberal (Varesi, 2013). Esto se ligó a un segundo aspecto, del discurso populista, siguiendo a Charaudeau (2019), que vemos expresado por los líderes del kirchnerismo en ejercicio de la presidencia, a través de la edificación de sus condiciones de veracidad en tres momentos. Un primero, en la identificación de una situación social juzgada desastrosa y de la cual la ciudadanía era víctima, que podemos hallar en la lectura de la crisis de 2001 y su caracterización como “el propio infierno” que dio lugar a un “estallido cívico”. Un segundo momento, que implicaba determinar las fuentes del mal identificadas en las diversas figuras ligadas al neoliberalismo, abarcando un conjunto de actores, ideas y políticas, señaladas como responsables del desastre social. Y un tercer momento, que re- quería señalar la solución al escenario de crisis y su portador: donde el gobierno con su proyecto se proponía, en palabras de NK, como un momento de “sutura” de la crisis para un “nuevo amanecer”, marcando un horizonte de redención so- cial (Varesi, 2023). Por otro lado, observamos la gestación de un pacto populista (Rajland 2008, Varesi, 2021) el cual se presenta como una estrategia de alianza de clases dirigida desde el Estado, en un proceso que amplía su autonomía relativa para construir nuevos equilibrios, con concesiones mutuas, entre fracciones de las clases dominantes, particularmente el capital productivo, y las clases subalternas, las cuales iban cobrando mayor jerarquía con políticas orientadas a la recompo- sición de sus condiciones de vida. De este modo, entendemos que el concepto de populismo, aún en su polisemia, permite caracterizar tres lógicas nodales para comprender su construcción hegemónica.
En materia de política exterior, desde el Consenso de Buenos Aires firmado entre NK y Lula Da Silva en 2003 y el fortalecimiento del Mercado Común del Sur (MERCOSUR) hasta el rechazo al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) en 2005, se fue conformando la base de crítica al neoliberalismo que
favoreció la articulación de los gobiernos populares, la integración regional y la apuesta por un mundo multipolar, en una búsqueda de ampliación de autonomía a nivel internacional y nacional. Los canjes de deuda de 2005 (y luego en 2010) con la quita más alta registrada por el Estado argentino en su historia, junto con el pago al Fondo Monetario Internacional (FMI) y el fin del acuerdo crediticio, marcaron dos hechos destacados en ese camino.
Sin embargo, el kirchnerismo terminaría de formar su fisonomía política e ideológica durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner (CFK) al atrave- sar su primera coyuntura de crisis en los años 2008 y 2009. En 2008, el gobierno kirchnerista sufrió su primera derrota con el conflicto agrario, el cual surgió como una crisis agraria que escaló rápidamente hacia una crisis política, poniendo en disputa la capacidad de construcción de hegemonía y llevando a debate el proyecto de sociedad, generando un antagonismo de largo alcance. El conflicto agrario comenzó con el establecimiento de un esquema de retenciones móviles que representaba, en aquella coyuntura, un fuerte aumento del tributo de exportación para soja. Esto conllevó una respuesta contundente desde las fracciones agrarias del bloque de poder, motivando una fractura que limitó la capacidad del Estado de captar mayores porciones de renta agraria para distribuir. Debe notarse que los grupos movilizados recuperaron y resignificaron las distintas acciones colectivas puestas en juego en 2001: cortes de ruta, asambleas, cacerolazos junto con ma- sivas movilizaciones que incidieron en las relaciones de fuerzas políticas. Allí, tuvo origen a una nueva articulación opositora con diversos grupos de las clases dominantes, donde corporaciones del agronegocio junto a partidos opositores, tu- vieron a los principales grupos económicos de la comunicación como intelectuales orgánicos destacados, comenzando a recuperar elementos de la matriz neoliberal como proyecto.
Durante aquella crisis, la construcción del adversario por parte del kirch- nerismo alcanzó su forma más acabada, lo cual puede observarse en el discurso presidencial de CFK a través de la conformación de un tándem equivalencial con anclaje histórico que igualaba al gobierno kirchnerista con los significantes pueblo
= democracia = proyecto nacional-popular que estaría confrontando a la oligarquía
= dictadura = proyecto neoliberal, adversario señalado en el alineamiento opositor (Varesi, 2020). La derrota del oficialismo quedó sellada con la caída del proyecto de ley de retenciones móviles en el Senado, gestando una crisis política, que se profundizó por el impacto de la crisis económica mundial, en un escenario de relaciones de fuerzas internacionales donde se solapaban importantes avances en materia de integración regional autónoma y el lanzamiento de una contraofensiva imperialista.
En ese trayecto, a nivel regional en 2008 se conquistó un nuevo hito en materia de autonomía con el lanzamiento de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), donde los Estados cobraban un rol central, desplegando diversos
proyectos de cooperación y de coordinación política y económica sudamericana. Al incorporar una agenda de seguridad autónoma, UNASUR se constituyó en un desafío al orden norteamericano, ya que planteaba la resolución sudamericana de los conflictos sudamericanos (como los que sucedieron en Colombia, Ecua- dor, Venezuela, entre otros) y la defensa de los recursos naturales, al tiempo que proponía la conformación de una industria sudamericana de defensa así como la formación propia de los cuadros de altos oficiales, restando influencia a EE.UU..
No es casualidad, que EE.UU. en dicho año forzara una contraofensiva sobre la región, reactivando su IV Flota dedicada específicamente a supervisar a América Latina y el Caribe, y que se intensificaran las ofensivas desestabilizado- ras, con la estrategia de golpes “suaves”, como el golpe de Estado en Honduras en 2009, que sacó a dicho país del proyecto de integración socialista de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América, ALBA.
Estos procesos se desarrollaron en el marco de la crisis capitalista global, en un contexto nacional donde de crisis política que comenzaba a articularse con una crisis económica. Fue en esa coyuntura crítica donde el kirchnerismo avanzó a recomponer su hegemonía en base a un ambicioso plan anti-crisis. El gobierno de CFK se opuso a las recetas promovidas por el FMI, basadas en el ajuste a los sectores populares y el salvataje al capital financiero, proponiendo una apuesta por fortalecer el mercado interno basada en la producción y el empleo. El plan anti-crisis de la Argentina implicó quitarle al capital financiero su participación en el sistema de jubilaciones y pensiones, con la estatización del mismo, sumado a una amplia batería de políticas que incluyó crecientes regulaciones a las im- portaciones, un amplio plan de obra pública, la multiplicación de recursos de un programa para asistir a empresas en crisis con la condición de que no expulsaran trabajadores y un set de políticas sociales que abarcó desde mejoras en salarios y jubilaciones, un plan de creación de cooperativas de trabajo hasta la universali- zación del derecho a la asignación familiar, entre otras.
Estas medidas generaron una fuerte recuperación económica, y se articu- laron al proceso de radicalización progresista donde, frente a la pérdida de adhe- siones en las clases dominantes que ponía en cuestión los alcances de la estrategia de pacto social, el kirchnerismo profundizó la confrontación contra sus adversa- rios, procuró recostarse sobre los sectores productivos aliados y, principalmente, sobre las clases subalternas, reforzando su carácter popular y disruptivo en lo que podemos pensar como un momento “jacobino” de la acción política. Así, se desplegaron iniciativas como la “Ley de Medios”, para disputar la construcción de sentidos con una propuesta de desmonopolización del sector, nuevas estatiza- ciones, políticas inclusivas en materia de educación, ciencia, tecnología y salud pública, combinadas con la conquista de nuevos derechos como el matrimonio igualitario (Varesi, 2021). En un contexto de repunte económico y conmoción so- cial por la inesperada muerte de NK en 2010, la recomposición hegemónica siguió
a paso firme llevando a la reelección de CFK con el 54% de los votos en 2011.
En el plano internacional, en aquel año, por un lado, la estrategia de inte- gración del regionalismo abierto recuperaba la iniciativa con el lanzamiento de la Alianza del Pacífico, y por otro, se gestó el último gran avance del proceso de integración autónoma con la formación de la Comunidad de Estados Latinoame- ricanos y Caribeños (CELAC), articulando todos los países latinoamericanos, incluyendo a Cuba, y excluyendo a Canadá y EE.UU., la cual fue anotada como un nuevo desafío al poder de este último. Luego, en 2012, la contra-ofensiva imperialista se anotó otra conquista con el golpe institucional que sacó a Lugo de la presidencia de Paraguay, generando las bases para la intensificación del asedio político, económico, mediático y judicial contra los gobiernos de Bolivia, Vene- zuela, Ecuador, Brasil y Argentina, entre otros.
Es importante reponer que, en aquellos años, el gobierno argentino venía dando avances importantes en materia de soberanía económica con la recupe- ración de la gestión estatal YPF, principal empresa hidrocarburífera, junto a la recomposición del sistema ferroviario, inversiones en energía atómica y el lan- zamiento de los satélites nacionales ARSAT. Sin embargo, a pesar de los logros productivos y sociales, el neodesarrollismo venía mostrando algunos signos de desgaste, que iban desde una crisis energética, el deterioro de las cuentas públicas, el alza inflacionaria, y un desmejoramiento del comercio exterior que buscó ser paliado con el regreso a los mercados financieros internacionales. Esto generó límites en su capacidad de construcción hegemónica, frente a una ofensiva de los principales grupos económicos y medios de comunicación que iban haciendo mella en la sociedad civil.
Entonces, Argentina padeció en asedio de los “fondos buitres”, un grupo poderoso de acreedores financieros que representando sólo el 7,3% de los bonos de deuda defaulteados en 2001 se negó a ingresar en los canjes de 2005 y 2010 y se dedicó a litigar contra el Estado argentino. Éstos, con el aval de la justicia norteamericana fallando contra Argentina, terminarían por obstruir el reingreso del país a los mercados financieros internacionales. En ese contexto, Argentina tomó la iniciativa y, contra la voluntad de EE.UU. y sus aliados, llevó a la ONU la propuesta de Resolución sobre Principios Básicos para la Reestructuración de Deudas Soberanas que fue aprobada, tras haberla consensuado con el G77+China, pero sin efectos sobre lo ya sancionado por la justicia norteamericana. Mientras el gobierno denunciaba a EE.UU. en la Haya, reforzaba su apuesta por la multi- polaridad global a través del acercamiento al eje de los BRICS y, en particular, a Rusia y China.
Sin embargo, esta recuperación de la iniciativa en el plano internacional no alcanzó para resolver los factores de crisis en la escala local, mostrando el comienzo de una crisis de mando y de dirección evidenciada en las numerosas
falencias mostradas por el oficialismo en la forma de asumir la contienda electoral de 2015 y la elección de un candidato del ala conservadora, Daniel Scioli, que sería derrotado por Mauricio Macri.
El triunfo de Cambiemos, una alianza de fuerzas alineadas con los sectores más concentrados del bloque de poder, impulsaría modificaciones en todos los planos de las relaciones de fuerza. Con la llegada de Macri a la presidencia comenzó a desplegarse un plan económico que desde el primer momento combinó fuertes devaluaciones que, sumadas a la quita de retenciones y la desregulación de las exportaciones, tuvieron como efecto constante un aumento de la inflación, con severos impactos en los alimentos, y que junto a los techos salariales promovidos desde el gobierno generaron un shock distributivo de trabajadores a capitalistas (Varesi, 2018).
En esa línea, otra constante fue el “tarifazo”, con aumentos siderales en servicios públicos, cercanos al 1500% en energía eléctrica y al 4500% en gas, que golpeó tanto a las familias como a la industria y el comercio. Esto, sumado a la apertura importadora y al aumento de las tasas de interés de los créditos, generó una asfixia a las PyMES, que se vieron afectadas también por la caída del consumo. En ese camino, se configuró una crisis industrial con pérdidas de 145 mil empleos formales y del 13% de la producción. La contra-cara que explica esto fue la revitalización de los procesos de especulación financiera, a partir de la combinación de altas tasas de interés, desregulación de las finanzas, libre com- pra-venta de divisas, y el inicio de un mega endeudamiento externo, que incluyó un préstamo de 44.000 millones de dólares con el FMI, buscando evitar una “cri- sis de Tesorería” mientras se financiaba con divisas la fuga de capitales ante la eminente crisis económica integral que se plasmaría desde mediados del mandato presidencial. Esto generó cambios en las relaciones de fuerzas sociales, donde se fortalecieron las fracciones financieras y las privatizadas en el bloque de poder, junto a algunos núcleos exportadores, frente a una pérdida de peso de la industria, una crisis de las PyMEs y un fuerte deterioro en las condiciones de vida de las mayoría populares. El balance económico y social del gobierno de Macri arrojó “4 millones de nuevos pobres, 30.000 empresas menos, una mayor desigualdad, una precarización laboral creciente, una caída del 15% en el salario real privado registrado, una baja del 7,7% en el PBI per cápita y un incremento de la deuda externa en 107.000 millones de dólares” (Schteingart y Tavosnanska, 2022).
En materia de Estado y relaciones de fuerzas políticas, presenciamos una política de ajuste fiscal, que iba reponiendo la idea de “Estado mínimo”, con re- cortes y eliminación de programas en salud y educación e inclusión social, junto
con el desfinanciamiento de empresas públicas: despidos en YPF, freno a los pro- yectos de la central nuclear Atucha 3 y de los satélites ARSAT, y, más adelante, eliminación de ministerios claves como Trabajo, Salud y Ciencia y Tecnología. Esto se dio en tanto, a nivel del Estado, cobraba forma una CEOcracia: cuadros tecno-políticos de las principales empresas pasaron a ocupar áreas claves del Es- tado, tomando decisiones con visibles beneficios para el sector privado específico al cual estaban vinculados (Canelo y Castellani, 2017). Esta dinámica marcó una mínima autonomía relativa del Estado y una lógica de colonización del gran ca- pital sobre el mismo, poniendo en agenda sus intereses económico-corporativos.
De este modo, se iba recomponiendo el proyecto neoliberal como políti- ca de gobierno, el cual se articuló con una estrategia de contención y coerción. Contención a través de la masificación de planes sociales y algunos paliativos como la “tarifa social”, y coerción materializada en el avance de la represión, la criminalización de la protesta social y el “lawfare”: persecución mediática y judicial, prisiones preventivas y uso de servicios de inteligencia contra dirigentes opositores.
En materia de estrategia de construcción de hegemonía, el gobierno de Macri buscó afianzar sus vínculos con las principales asociaciones empresarias retomando sus demandas a la espera de una “lluvia de inversiones” que nunca llegaría (Cantamutto y López, 2019). Y en relación a la construcción de identidad promovió una perspectiva basada en el individualismo, la meritocracia, el empren- dedorismo, anclada en una ética empresarial, que entronizaba al libre mercado y globalización, al tiempo que ponía como adversario al populismo local y el socialismo a nivel internacional. Esto involucró un reposicionamiento drástico en materia de las relaciones de fuerzas internacionales, a partir de un realineamiento con EE.UU., el abandono de la estrategia de integración regional autónoma, li- quidando a UNASUR, avalando el golpe institucional contra Dilma Rousseff en Brasil y el golpe cívico-militar contra Evo Morales en Bolivia, suspendiendo a Venezuela en el MERCOSUR, acercando al país como observador a la Alianza del Pacífico y con el retorno del FMI como actor destacado de la vida nacional a partir del endeudamiento más grande de la historia mundial con dicho organismo.
Sin embargo, no alcanzaría a gestarse una nueva hegemonía nacional en tanto las políticas aplicadas motivaron una nueva crisis económica y social, con particular intensidad entre 2018 y 2019. Podemos observar estas dimensiones de la crisis en las consecuencias sociales del gobierno de Cambiemos, las cuales se completaron con una tasa de desocupación del 10,6%, jubilaciones con pérdidas cercanas a 20 puntos y pobreza superando del 35,5%, al fin del mandato, marcando el comienzo de una nueva “crisis de empobrecimiento”, que se extendería en el tiempo. Así se constituyó un proceso de restauración neoliberal, que dejó las varia- bles económicas y sociales sumamente deterioradas, siendo la expresión local de la ofensiva imperialista, la cual no implicaba sólo la erosión de las estrategias de
integración autónoma de los países sino el condicionamiento, a través de distintas vías como el endeudamiento y la crisis financiera, que dejarían límites severos a la capacidad de acción de los gobiernos posteriores.
Con el triunfo del Frente de Todos, llegó a la presidencia Alberto Fernán- dez (2019-2023), en una fórmula de unidad ideada por CFK y que la llevaba como vicepresidenta. Éste despertó inicialmente expectativas en los sectores populares y tuvo un comienzo auspicioso, frenando los “tarifazos”, regulando las finanzas y buscando controlar precios para permitir una mejora del salario, mientras se bus- caba la recuperación de la producción y el empleo. Esto, junto con la reposición de ministerios claves como el Trabajo, Salud, Ciencia y Tecnología y el nuevo Ministerio de Mujeres y Diversidad, que iban a dar lugar a políticas importantes en cada uno de estos sectores.
Sin embargo, al condicionamiento dejado por el gobierno de Macri, se sumó la inesperada pandemia de COVID-19, deteriorando gravemente el escena- rio económico y social, con un desplome de la actividad cercano al 10% en 2020. Las medidas tomadas durante el Aislamiento Social Preventivo Obligatorio, tales como el Ingreso Familiar de Emergencia y el Programa de Asistencia al Trabajo y la Producción, los créditos a tasas subsidiadas, bonos de suma fija, entre otras, no alcanzaron a contener el impacto de la caída de la actividad económica, aun- que dieron tiempo para reconstruir el derruido sistema de salud y llevar adelante el plan de vacunación público y gratuito más importante de la historia nacional. Parte de esto fue financiado con un impuesto a las grandes fortunas, que terminó siendo una “contribución extraordinaria”, y con el aporte del Estado, que vio sus cuentas crecientemente deterioradas.
Sin embargo, a medida que la actividad se iba recuperando y volvía a cre- cer el empleo, los índices de pobreza se mantenían sumamente altos, superando el 40% en 2023. Esto mostraba la persistencia de la crisis de empobrecimiento basada en la consolidación de una distribución regresiva del ingreso, con salarios que perdían constantemente contra el incremento de los precios, al ritmo de un proceso inflacionario sin precedentes en décadas. A esto se le agrega un debilita- miento de las variables macroeconómicas, una alta presión por la falta de divisas que marcaba el ritmo de la “crisis de Tesorería”, agravada luego por la sequía que hizo desplomar las exportaciones agrícolas en un escenario global también complejizado por la guerra en Ucrania.
Probablemente el mayor condicionamiento se encontró en la firma del acuerdo con el FMI, que si bien permitió renegociar los plazos de pagos, terminó por convalidar el endeudamiento generado por Macri, que el propio gobierno había caracterizado como irregular y presuntamente ilegal, y sometió al país a las presiones del Fondo, con sus demandas de ajuste recesivo.
Observamos una serie de tensiones en el plano de las relaciones de fuer- zas políticas. Una de ellas fue el palpable desaprovechamiento del vasto poderío con que podía contar el Frente de Todos, con 15 partidos y la mayor cantidad de organizaciones sindicales y territoriales del país, que quedó limitado a un frente electoral y restringido a una cúpula integrada por los sectores de Alberto Fernán- dez, de CFK y de Sergio Massa, la cual también estuvo atravesada por numerosas diferencias y disputas, mostrando una “crisis de mando y dirección” no resuelta.
La debilidad política se tradujo también en limitaciones en la política pú- blica. Si bien el gobierno había logrado reestatizar empresas del sector energético privatizadas por Macri, el caso de Vicentín, marcó un punto de inflexión donde la autoridad presidencial comenzó a desgranarse. Esta era una empresa en un área es- tratégica que había entrado en concurso de acreedores y que tenía al Banco Nación como principal acreedor, frente a lo cual el gobierno había anunciado que avanzaría a estatizarla, hasta que terminó cediendo frente a las presiones de sectores del bloque de poder. La estrategia dialoguista, en un contexto de debilidad frente al poder eco- nómico se mostró limitada a la hora de resolver las demandas populares (Cantamutto y Schorr, 2022), dejando las expectativas de las mayorías no cumplidas y dando aire a un creciente descontento que sería canalizado a través de nuevas opciones de ultra derecha las cuales comenzaban a avanzar rápidamente en el país.
Asimismo, en materia de relaciones de fuerzas internacionales, asistimos al retorno a la estrategia de integración latinoamericana, con el gobierno argentino apoyando la recuperación democrática en Bolivia tras el golpe, la liberación de Lula Da Silva y su llegada al gobierno en Brasil, junto con la novedad de gobier- nos populares en México, Chile y Colombia, entre otros, con quienes estableció buenas relaciones, ejerciendo Alberto Fernández la presidencia pro témpore de la CELAC en 2022. Argentina logró contar con apoyo económico de China para afrontar la crisis económica y financiera, y también que fuera aceptada para in- corporarse a los BRICS.
En un contexto de aceleración inflacionaria y fragilidad macroeconómica, Sergio Massa asumió el Ministerio de Economía, sin lograr resolver la crisis. Si bien el avance en materia hidrocarburífera con YPF, las reservas de Vaca Muerta y el gasoducto Néstor Kirchner abrían expectativas futuras, a la espera de la re- cuperación del sector agropecuario con el fin de la sequía, su lanzamiento como candidato presidencial por parte del oficialismo no estuvo exento de desafíos y tensiones. La aplicación de medidas como la devolución del IVA en la canas- ta básica y la eliminación del impuesto a las ganancias sobre los trabajadores, entre otras, permitieron revertir el mal desempeño electoral en las elecciones primarias, logrando luego un buen resultado en las elecciones generales. La contienda se definiría en un balotaje entre la fórmula del oficialismo, rebautiza- do como Unión por la Patria, frente a un candidato novedoso, Javier Milei y su partido, La Libertad Avanza, que planteaba propuestas de dolarización, privati-
zación, arancelamiento de la educación y la salud, ajuste estatal y libre mercado, entre otras, mostrando una opción que articulaba posiciones neoliberales extremas junto con aspectos autoritarios, exponiendo una posición negacionista respecto al terrorismo de Estado, volviendo a plantear la hipótesis propia de la dictadura de una “guerra con excesos” y sembrar dudas sobre las cantidad de desaparecidos. Ésta opción lograría capitalizar la desilusión y el enojo de amplios sectores de la población frente al pobre desempeño gubernamental.
El proceso electoral se dio en un contexto de aumento de la violencia polí- tica, con discursos de odio que se traducían en ataques a locales partidarios y que había tenido como antecedente más grave el intento de magnicidio sobre CFK, mostrando el resquebrajamiento del acuerdo de convivencia democrático a 40 años de su recuperación.
El llamado a favor de Milei pronunciado por Patricia Bullrich, candidata de la coalición Juntos por el Cambio liderada por Macri, que había quedado en tercer lugar, sumado a la continuidad del alza inflacionaria y los bajos ingresos populares, favorecieron el predominio de la opción de “cambio”, definiendo el triunfo la fórmula Milei-Villarruel en el balotaje, instituyendo un nuevo vuelco en la escena política, económica, ideológica y social de la Argentina.
De este modo, observamos que tras el declive de la hegemonía kirchne- rista y la incapacidad de los procesos políticos posteriores de conformar una nueva hegemonía o siquiera una articulación de equilibrios más o menos dura- deros, se fue forjando una larga crisis sin resolución. Esta crisis empieza a sumar dimensiones y escalas, empalma con la “crisis mundial” ligada a la crisis del capitalismo occidental y la unipolaridad global, y cobra una forma singular en el plano nacional: es sin dudas una “crisis de hegemonía”, con “crisis de dirección y mando” a nivel político e ideológico, que se amalgama con una profunda “crisis económica y social”, que tiene como constante una “crisis de empobrecimiento” y, una “crisis financiera”, que por momentos se agrava sumando una “crisis indu trial”, una “crisis de Tesorería” y una “crisis de desocupación”, en una deriva que insinúa ir cobrando rasgos de “crisis orgánica”.
Pensar las crisis, categorizarlas, interpretar sus características, escalas, dimensio- nes y alcances es una tarea clave tanto para las Ciencias Sociales como para los grupos sociales que buscan incidir en la vida de las sociedades. Esta importancia se percibe, parafraseando a Gramsci, en que el capitalismo parece latir y desarro- llarse al ritmo de una crisis continua, pero a su vez cada crisis merece atención para captar su particularidad, definiendo su carácter orgánico o coyuntural, así como sus acepciones diversas según su localización e incidencia en las escalas
y momentos de las relaciones de fuerzas. Gramsci nos convoca a analizar el pre- sente desde una perspectiva crítica, multiescalar y multidimensional comprome- tida con nuestro tiempo.
Entendemos que la crisis del neoliberalismo fue la partera del siglo XXI latinoamericano, en el marco del cambio de relaciones de fuerzas internacionales, en la transición inconclusa desde un mundo unipolar hacia una multipolaridad global. En la escala nacional, el punto de inflexión argentino se configuró en la crisis de 2001, donde sedimentaron diversos aspectos de crisis orgánica, aunque la misma permaneció entonces irresuelta por la ausencia de un proyecto anta- gónico surgido de la subalternidad con capacidad de modificar el conjunto de relaciones estructurales y superestructurales. La resolución parcial de la misma vendría luego con dos momentos clave, la configuración de un patrón neodesa- rrollista iniciado durante el gobierno de Duhalde y la configuración de una nueva hegemonía populista con la llegada del kirchnerismo al gobierno nacional. Esta nueva hegemonía enfrentó al neoliberalismo como proyecto adversario, articuló demandas populares desplegando políticas de reforma donde el Estado recompuso su capacidad de intervención económica y social, y se postuló como gestor del pacto populista, intentando representar intereses de las clases dominantes y de las clases subalternas, lo cual instituye una tensión entre componentes sistémicos y transformadores que disputan en su interior. Una clave destacada fue la recompo- sición de las condiciones de vida e ingresos de las mayorías populares, junto con la ampliación de autonomía relativa tanto nacional como regional, a partir de un proceso de integración potente y la formación de un bloque popular latinoameri- cano con protagonismo transformador.
En este trayecto, identificamos una crisis de coyuntura nacional en dos tramos durante 2008-2009. Por un lado, el primer tramo vinculado al conflicto agrario de 2008 resulta relevante para comprender el escenario político posterior. El surgimiento de un alineamiento opositor articulado desde las clases dominantes, con capacidad de disputa tanto en materia de lucha política, social, ideológica e institucional, puso de manifiesto que el proyecto neoliberal estaba lejos de ser derrotado, no sólo por sus continuidades estructurales en fenómenos persistentes como la concentración, centralización y extranjerización económica, sino tam- bién en sus baluartes intelectuales y morales. Vemos aquí el carácter parcial de la resolución de la crisis de 2001, donde los derrotados comenzaban a recomponer sus fuerzas y su proyecto, y mediante ensayo y error lograrían regresar a la con- ducción del Estado en 2015. Por otro lado, el segundo tramo estuvo directamente ligado al impacto de la crisis capitalista mundial sobre la dinámica económica nacional, generando un primer momento de conmoción tras la fase expansiva del neodesarrollismo. Esta coyuntura crítica también fue el escenario a partir del cual el kirchnerismo avanzó a recomponer su hegemonía tanto a través de la puesta en marcha de un ambicioso plan anticrisis, contrapuesto a aquellos impulsados por
el FMI, articulado con un proceso de radicalización progresista, profundizando la confrontación con sectores del bloque de poder en una dinámica “jacobina” que logró exitosamente ampliar derechos y conquistar mejoras para las clases subalternas. Esto empalmó con los principales alcances en materia de política exterior con la formación de UNASUR y la CELAC que constituyeron hitos del regionalismo autónomo latinoamericano.
Tras alcanzar las reformas estructurales más potentes, como la estatización de YPF, la capacidad de construcción de hegemonía fue perdiendo vigor, al ritmo de un desgaste de los indicadores macroeconómicos, una creciente fragmentación del frente político y un giro conservador en la contienda electoral que derivó en la derrota del oficialismo en 2015 y el triunfo de una coalición opositora que repuso las bases del proyecto neoliberal. En este punto podemos observar el desarrollo de una crisis de mando y de dirección, que se prorrogaría con altibajos hasta el presente.
El gobierno de Macri mostró la vigencia del proyecto neoliberal, su capa- cidad de penetración ideológica en los sentidos de la sociedad magnificado por los principales oligopolios de la comunicación, pero también la ausencia de novedad en sus políticas. El shock de transferencia de ingresos de asalariados a capitalistas, al ritmo del ajuste, buscó preparar el terreno para ulteriores reformas estructurales que no llegarían a aplicarse por el estallido de una crisis económica y social en el marco de una crisis financiera articulada a un endeudamiento agudo, vinculado a la especulación financiera y la fuga de capitales.
En esa coyuntura CFK volvió a tomar la iniciativa articulando un frente amplio y diverso con numerosos partidos y fuerzas sociales, restableciendo la unidad del espacio nacional, popular y latinoamericanista, que llevó a la fórmula Fernández-Fernández a ganar la presidencia. Aquí se abren preguntas sobre los límites y alcances de esta nueva ola de gobiernos populares. El caso argentino pa- rece mostrar que la vía moderada y dialoguista de la estrategia del pacto social, en contextos críticos, si no recompone de forma decisiva los ingresos y condiciones de vida de las mayorías populares, tiende a naufragar. Si el retroceso en la estati- zación de Vicentín expresó un punto de debilidad política, la convalidación de la deuda tomada por Macri y el acuerdo con el FMI marcó su límite estructural. La ausencia de jacobinismo y rebeldía del bloque popular, el desaprovechamiento de su fuerza frentista y las claudicaciones gubernamentales frente a bloque de poder, en la continuidad de una crisis de empobrecimiento por bajos salarios, sumado a la insistencia en candidaturas nacionales de carácter conservador desde el propio espacio que se autoproclama como transformador, alimentaron la vacancia hege- mónica y asfaltaron el camino a la derrota.
Es aquí donde se abren otras preguntas, sobre el fenómenos de las nuevas derechas en creciente radicalización y la disputa de proyectos en la región en el
marco de una batalla global entre un imperialismo en decadencia, que no quiere ceder sus privilegios y se vuelve más agresivo, y un mundo multipolar que no termina de asentarse, con nuevas guerras en base a disputa de posiciones geoes- tratégicas y de recursos naturales.
Gramsci advierte que en tiempos de crisis, las clases subalternas generan movimientos espontáneos, que si no logran ser encausados positivamente, pueden ser capitalizados por los sectores reaccionarios de la derecha de la clase dominante que operan sobre el malestar (CC 3). Sin dudas, la crisis sin resolución iniciada en 2018 y agravada con la pandemia, terminó de germinar las bases del proceso actual, dando forma local a movimientos que en el continente tienen como refe- rente a Bolsonaro y a Trump. Así, las crisis de representación que se prorrogan en el tiempo presentan, según Gramsci, un carácter particularmente peligroso “porque abre la puerta a los hombres providenciales o carismáticos (…) Cuando la crisis no encuentra esta solución orgánica, sino la del hombre providencial, significa que existe un equilibrio estático, que ninguna clase, ni la conservadora ni la progresista, posee la fuerza necesaria para triunfar, sino que también la clase conservadora tiene necesidad de un amo” (CC 4, pp. 451-452). Aquí retorna la reflexión gramsciana que señala que cuando lo nuevo no termina de nacer y lo viejo no termina de morir, se genera un claroscuro y allí aparecen los monstruos.
La llegada al gobierno de una fuerza que plantea abiertamente un proyecto de ultraderecha basado en un neoliberalismo radical que comienza a materializar en política un nuevo ciclo de acumulación por desposesión con transferencia de ingresos desde los trabajadores a los grupos más concentrados del capital, pro- moviendo la entrega de los recursos estratégicos y empresas públicas a los oli- gopolios, apostando a liquidar los derechos más básicos de las clases subalternas como la salud y la educación pública, desguazando al Estado y criminalizando la protesta social, pareciera marcar el claroscuro de una crisis de resolución, de cuyo tránsito dependerá el presente y futuro de la sociedad argentina, en el marco de una región también convulsionada donde se debaten los destinos de los pueblos latinoamericanos. ֍