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La sociedad mundial poscolonial: una aproximación
Esteban Torres
Esteban Torres
La sociedad mundial poscolonial: una aproximación
Postcolonial World Society: An Approach
Antrópica revista de ciencias sociales y humanidades, vol. 10, núm. 20, pp. 223-256, 2024
Universidad Autónoma de Yucatán
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Resumen: En el artículo planteo la hipótesis que desde mediados del siglo XX se viene conformando una sociedad mundial poscolonial. En primer lugar, describo cómo esta nueva sociedad se edifica a partir de la evolución de tres procesos históricos: la descolonización, la prolifera- ción de los movimientos de liberación nacional del Sur Global y el ascenso del bloque del Asia-Pacífico. En segundo lugar, desarrollo el concepto de sociedad mundial poscolonial a partir de discernir y analizar los movimientos de mundialización de la sociedad, del poder y de la modernidad. Respecto a esta última, distingo tres tipos de modernidades: dominante, vasalla y autonomista. Esta diferenciación me permite sostener que la evo- lución histórica de América Latina se viene desplegando a partir de un movimiento de rotación pendular entre una modernidad vasalla y una autonomista.

Palabras clave: Sociedad mundial, Descolonización, Sur/Norte Global, Poder, Cambio.

Abstract: In the article, I propose the hypothesis that since the mid-20th century, a postcolonial world society has been taking shape. Firstly, I describe how this new society is built upon the evolution of three historical processes: decolonisation, the proliferation of national liberation movements in the Global South, and the rise of the Asia-Pacific bloc. Secondly, I develop the concept of a Postcolonial World Society by discerning and analysing the movements of globalisation of society, power, and modernity. Regarding the latter, I distinguish three types of modernities: dominant, vassal, and autonomous. This differ- entiation allows me to assert that the historical evolution of Latin America has unfolded through a pendular rotation movement between a vassal modernity and an autonomous one.

Keywords: World Society, Decolonisation, Global South/North, Power, World Social Change.

Carátula del artículo

Dossier

La sociedad mundial poscolonial: una aproximación

Postcolonial World Society: An Approach

Esteban Torres
CONICET, Argentina
Antrópica revista de ciencias sociales y humanidades, vol. 10, núm. 20, pp. 223-256, 2024
Universidad Autónoma de Yucatán

Recepción: 25 Abril 2024

Aprobación: 11 Junio 2024

Introducción: el advenimiento de la sociedad mundial poscolonial

En este trabajo asumo la hipótesis que desde mediados del siglo XX se viene conformando una sociedad mundial poscolonial, un entramado de poder mundia- lizado, así como un movimiento de mundialización de la modernidad. Esta socie- dad mundial poscolonial se fue edificando a partir de la progresión de, al menos, tres procesos históricos de profundo calado, estrechamente articulados entre sí. El primero de ellos es el movimiento de descolonización en su fase avanzada, el cual involucra la trabajosa conquista de las independencias formales de los países africanos y asiáticos. El segundo, algo más acotado en el espacio, pero más exten- dido en el tiempo, se asocia a la emergencia y la progresión contestaria de los movimientos de liberación nacional del Sur Global, dotados de un poder singular de transformación estructural desde abajo. Y el tercero, que integra parcialmente a la vez que trasciende a los dos anteriores, remite al ascenso sostenido del bloque económico del Asia-Pacífico. Este movimiento ascensional tuvo su primer epicen- tro en Japón, luego en los llamados tigres asiáticos, y actualmente se concentra en una China globalizadora que no para de expandirse1. Muy seguramente, en un futuro próximo, a China se sumará la India como polo de gravitación dominante en el mundo.

La concatenación de los tres procesos mencionados desató una ola de democratización mundial sin precedentes, convirtiendo la histórica resistencia de las naciones oprimidas del Sur Global en una sublevación masiva que trans- formó estructuralmente, aunque de diferentes maneras, a las sociedades históri- cas de los cinco continentes2. Este movimiento plebeyo también trajo consigo la mundialización de la democracia como idea, como forma y como horizonte de expectativas. Aunque en los campos académicos occidentales la democracia sigue aludiendo exclusivamente a un modelo ideal para organizar las esferas nacionales hacia su interior, en los campos políticos del Sur Global pasó a convertirse en un ideal ampliado, algo más complejo, que se proyectó sobre las relaciones de poder internacionales. En cualquier caso, la historia de la sociedad mundial es la historia de la mundialización de todos aquellos componentes decisivos que en el período inmediatamente anterior, el de la globalización, se propulsaban exclusivamente desde los campos de élite y popular de las potencias occidentales. La sociedad mundial poscolonial estrechó el vínculo entre los movimientos políticos del Sur

1 La gravitación globalizadora de los tres macroprocesos mencionados está siendo reconocida de forma creciente en el siglo XXI en el campo de la historia global, con epicentro en el circuito anglosajón (Thomas and Thompson, 2018; Arne Westad, 2007; Philip Bradley, 2010; Hopkins, 2017; Garavini, 2012; Springhall, 2001; Bracke & Mark, 2018; Leslie & Leake, 2015; Curless & Thomas, 2017; Parker, 2006; Hoogvelt, 2001; Cooper, 2014; Acharya, 2014; Jian, 2009).

2 Sobre el paso del estadío de resistencia inicial de las colonias africanas y asiáticas al momento de rebeldía organizada que desembocó en sus independencias en el siglo XX, sus nuevas identi- dades y sus posteriores demandas de desarrollo, ver Said, 2018; Nieuwenhuijze, 1988 y Emerson, 1960.

Global, consiguiendo con ello incrementar la presión desde abajo para ampliar y democratizar en lo inmediato el sistema interestatal. Este impulso insurgente de la política mundializada se cristalizó, por ejemplo, en la creación del Movimiento de Países No Alineados en 1961 y luego del Grupo de los 77 (G-77) en 19643. Desde entonces ambos espacios son protagonistas de las diferentes agendas propulsadas por las Naciones Unidas. La política de la sociedad mundial fue simultáneamente, desde el primer momento, una expresión de la mundialización efectiva de los hori- zontes normativos igualitarios y de justicia social. Pese a la mayor complejidad de este escenario normativo multilocalizado, su aspecto decisivo se puede reducir a la consecución de tres grandes propósitos: el respeto universal de los derechos y las libertades fundamentales del individuo; el aseguramiento del derecho de cada pueblo a autodeterminarse y con ello a decidir su propio destino; y finalmente la corrección de las desigualdades crecientes entre los países industrializados y los países subdesarrollados.

Los países del Sur partieron de la premisa de que esta última meta, de concretarse, permitiría derrotar el hambre, la miseria, el desempleo masivo y la mayoría de las enfermedades que afligen a tres cuartas partes del género humano. El primer propósito, de extracción liberal, lo promovieron mayoritariamente las potencias occidentales -aunque también los demás-, mientras que los dos restan- tes corrieron exclusivamente por cuenta de los países periféricos. Y si el primero contó con el apoyo entusiasta de la enorme mayoría de los países del Sur Global, el segundo y el tercero tan solo consiguieron la adhesión verbal y/o escrita de las naciones industrializadas del Norte Global. En la práctica, a la hora de concre- tar las declaraciones públicas, los países centrales se opusieron tenazmente a la reducción de sus respectivas injerencias sobre los asuntos internos de los países subalternos, así como al combate de las desigualdades que tal dominación global generaba4.

La política de resistencia enfática a las reformas promovidas por los países plebeyos se ejecutó a partir de una batería de operaciones, entre las cuales no fal- taron las presiones, los chantajes y los boicots (Chomsky, 2012). En el centro de esta poderosa animadversión estaba el interés de bloquear por todos los medios la industrialización autónoma de los países periféricos antes que éstos se convirtieran en serios competidores. En cambio, los países periféricos no alineados asumían la premisa -bastante evidente- de que la autodeterminación nacional era esencial para el goce de los demás derechos humanos. Visto desde el Sur, la historia de la sociedad mundial podría entenderse como la historia de la negación del derecho

3 El G-77 está compuesto en la actualidad por 134 países del Sur Global, sobre un total de 194 países que conforman la sociedad mundial.

4 Para un análisis crítico de la doble moral de las politicas de solidaridad de los Estados europeos de posguerra, ver Lessenich, 2023.

de autodeterminación de los pueblos por parte de las potencias occidentales5. Ahora bien, dado que un gobierno, por más poderoso que sea, no es el equiva- lente a una sociedad nacional o a una esfera social como un todo, la sociedad mundial poscolonial tampoco puede reducirse a la unidad interactiva que reúne dichos estratos superiores de cada sociedad histórica interviniente. En tiempos de efervescencia social, en los campos populares de las sociedades del centro proliferaron las adhesiones a las grandes causas vitales del Sur Global. Pero los gérmenes anti-imperialistas allí desarrollados, dada su modalidad contradictoria, rara vez lograron constituirse en impulsos con capacidad suficiente para incidir en el rumbo político de las grandes potencias.

En cualquier caso, no caben dudas que la sociedad mundial poscolonial crea el primer sistema interestatal que acopla al Norte y al Sur Global. Con la descolonización del siglo XX se multiplicaron los países formalmente soberanos y se integraron en su gran mayoría en un nuevo sistema. La mundialización de la política, o bien la política de la sociedad mundial, apoyada en una demanda de democratización entre clases de países, evidentemente tuvo su correlato en una densa mundialización de las agendas políticas. Y en el epicentro de estas agendas estuvo en todo momento el reclamo de un nuevo orden económico internacional, con un primer capítulo orientado a revisar las reglas desiguales del comercio internacional (Prebisch, 1981; Love, 2022; G77+China, 2014). A ello se sumó el reclamo de reformas mundiales en otros ámbitos, como el de los medios de comu- nicación y de información (The MacBride Commission, 1980; Torres, 2023c).

El inicio del llamado período neoliberal, en la década del 70 del siglo XX, a partir de la aniquilación del gobierno de Salvador Allende, comenzó a desdibujar la fisonomía que adquirió la sociedad mundial en su momento ins- tituyente. Visto desde el hemisferio occidental, la historia del último cuarto del siglo XX es la historia de la negación de la sociedad mundial, pero no de su des- aparición. Para las imaginaciones imperialistas, la implosión de la URSS fue el acontecimiento que terminó de liquidar todo contrapoder a los Estados Unidos, y por extrapolación al conjunto de las democracias liberales noroccidentales. Una visión similar ofrecieron algunas de las principales autoridades del marxismo europeo. Eric Hobsbawm, por ejemplo, decidió clausurar el siglo XX en el año 1991 (Hobsbawm, 2002). Ahora bien, el proclamado “fin de la Historia” (Fuku- yama, 1992) no fue más que un movimiento de mediana duración al interior de una

5 Este punto de observación de los procesos determinantes de la sociedad mundial contrasta con el eurocentrismo asumido por Hobsbawm. El historiador inglés sostendrá que “el momento deci- sivo en la historia del siglo XX, desde una multiplicidad de puntos de vista, es la alianza entre el capitalismo y el comunismo contra el fascismo, fundamentalmente en las décadas de 1930 y 1940” (Hobsbawm, 2002: 17). Lo que correspondería decir aquí, en todo caso, es que dicha alianza resultó decisiva para el devenir europeo en el siglo XX, pero no el momento decisivo para el Sur Global. El reconocimiento de la sociedad mundial poscolonial permite destotalizar el antagonismo Este/ Oeste que anida en el imaginario europeo de la posguerra, ofreciendo un registro multilocalizado que también contempla la incidencia de los conflictos Norte/Sur.

sociedad poscolonial estructuralmente consolidada. Y es la materialidad histórica de la estructura mundial poscolonial la que creó las condiciones para el enfrenta- miento actual entre Estados Unidos y China, que está arrastrando al planeta hacia una multipolaridad de alta intensidad6. Este nuevo escenario de antagonismos no sólo enfrentará a un Occidente dominante amenazado con un Oriente expansivo, sino también al Norte con el Sur Global, y a los países del Sur Global entre ellos. En cualquier caso, la aparición de la sociedad mundial coincidió con el declive lento pero sostenido de Europa7, el ascenso de Estados Unidos como superimperio y la creación del atlantismo como una nueva comunidad imaginaria que enmas- caró la dependencia estructural contraída por el viejo continente con la potencia americana.

En otras palabras, el atlantismo invisibilizó la férrea dominación ejer- cida por una democracia liberal sobre otras8. La guerra en Ucrania, desatada en 2022, quizás fue el primer acontecimiento que desnudó por completo el carácter ficcional de dicha unidad de futuro común, así como la disposición vasalla de los Estados europeos (De Sousa Santos, 2022). Que +la sociedad mundial exista por supuesto no significa que promueva una igualación creciente entre los países centrales, y mucho menos entre ellos y todas las regiones y países del Sur Global. Es interesante observar cómo a partir de la Guerra Fría la opción recurrente de las potencias por el bilateralismo y los agrupamientos restringidos debilitó a la sociedad mundial como comunidad, mientras que los esforzados multilaterialis- mos promovidos por las naciones del Sur Global lograron reforzar esta formación social ampliada. Hasta aquí me ocupé de describir a grandes rasgos los procesos concretos que permitieron la emergencia y la consolidación de la sociedad mun- dial poscolonial. Habiendo esbozado este marco histórico, en el próximo punto avanzaré en la conceptualización sistemática de la formación social mencionada. Esta segunda instancia hace su aparición aquí y no al inicio del trabajo porque parto de suponer que la formulación de una categoría y de un modelo teórico sigue en todos los casos a los hechos ya verificados. El apego a esta secuencia permite que el concepto de sociedad mundial pueda ser rápidamente asociado desde el inicio a los aspectos decisivos de aquella realidad social concreta que lo inspira en primera instancia9.

6 Para un análisis actualizado de cómo la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China está incidiendo en la composición estructural de América Latina y el Caribe, ver Xing y Vadell, 2024.

7 No resulta accidental que las teorías del imperialismo europeo, las marxistas y las no marxistas, se hayan detenido teóricamente -y prácticamente hayan desaparecido- a partir de la destrucción de Europa durante las guerras mundiales y con su posterior reconstrucción financiada por Estados Unidos.

8 Algunos intelectuales y líderes políticos del Sur Global, entre las décadas del 50 y del 70 del siglo XX, definieron a las potencias occidentales como “democracias imperiales” (ver Cooke, 2010, 2023).

9 Para un análisis minucioso y esclarecedor de cómo los Estados Unidos, la URSS y el centro de Europa debilitaron el multilateralismo ampliado en el seno de Naciones Unidas desde su crea- ción hasta la década del 80 del siglo XX, ver los tres tomos de Hernán Santa Cruz, recientemente republicados por dicho organismo internacional (Santa Cruz, 2024).

La sociedad mundial: una conceptualización preliminar

Desde mi perspectiva, la sociedad mundial es una unidad superior que se rea- liza a partir del entrelazamiento de tres planos: i) el de las interacciones en y entre esferas nacionales, regionales y globales; ii) el de un entramado de poder que integra en su núcleo diferentes interacciones centro/periferia; y iii) el de las interacciones entre modernidades, flujos modernizadores y arreglos no-modernos (Torres, 2021a; 2021b; 2023a)10. Esta constelación mundial, así esquematizada, contempla al menos cuatro transiciones en las formas dominantes de socializa- ción entre esferas: el paso de la relación a la interacción, del distanciamiento a la aproximación, del tiempo pausado al tiempo acelerado, y del desconocimiento a la intercomprensión. Aquí debe quedar claro que una mayor proximidad, así como una mayor comprensión recíproca, no necesariamente implica una mayor acepta- ción de la voluntad del otro, ya sea que definamos a este otro como un individuo, un Estado o un país.

Algunas o muchas veces ocurre lo contrario. Estas cuatro modalidades emergentes han permitido crear en determinados circuitos políticos, intelectuales y económi- cos, por primera vez, una serie de códigos comunes de carácter mundial para regla- mentar las luchas de poder. Interacción, proximidad, aceleración y comprensión mutua son los principales atributos generales que acentúa la sociedad mundial11. Me refiero aquí a los vínculos que se establecen entre esferas y no necesariamente a los modos de socialización al interior de ellas. La definición ofrecida hasta aquí contrasta con el vocablo “sociedad mundial” empleado por los referentes de la sociología y de la teoría crítica moderna a partir de la década del 90 del siglo XX. Para ellos la sociedad mundial no remite a una nueva estructura social que reor- ganiza las relaciones entre el Norte y el Sur, así como entre Occidente y Oriente, sino al estiramiento globalizador de la vieja sociedad moderna europea (Haber- mas, 2007; Luhmann, 1997; Beck, 2007, Giddens, 2002). No es un accidente que estas perspectivas tardías rechacen la existencia o bien la gravitación de los tres procesos históricos mencionados al inicio del texto: la descolonización, la evolu- ción de las fuerzas de liberación nacional del Sur Global y el ascenso del bloque regional del Asia-Pacífico. Tales visiones parten de asumir una única idea de esfera nacional europea como síntesis de la sociedad mundial, luego niegan sin reparos la existencia de una relación de determinación recíproca entre los países centrales y las naciones periféricas del mundo, y finalmente sostienen contra viento y marea

10 La presente conceptualización de la sociedad mundial se orienta en términos metodológicos por los tres principios que conforman el dispositivo científico del “Paradigma mundialista”: locali- zación, historización y mundialización (ver Torres, 2023a). También se apoya en la premisa clásica, actualizada por Immanuel Wallerstein, de que “las ciencias sociales históricas deben comenzar por lo abstracto y avanzar hacia lo concreto para luego concluir con una interpretación de los procesos históricos particulares” (Wallerstein, 2001: 276)

11 Para un análisis del paso de la relación a la interacción a partir del advenimiento de la sociedad mundial, ver Torres, 2023d.

la vieja idea de modernidad única para Europa y para el planeta como un todo12. No se me ocurre un mejor ejemplo para graficar cómo funciona el concepto de ideología en Marx.

Ahora bien, en un plano intelectual, uno de los cambios decisivos que está provocando la sociedad mundial como sociedad poscolonial a medio siglo de su gestación es el avance de una ola de genuina universalización. Me refiero a la expansión de un movimiento de renovación teórica ajustada a una realidad multilocalizada y multihistórica. Este proceso de transformación se inicia con la primera crítica colectiva al eurocentrismo desatada en la década del 90 del siglo pasado (Amin, 1988; Quijano, 2000; Dussel, 2000; Wallerstein, 2006). El avance de esta impugnación decisiva está provocando una crisis incipiente del paradigma moderno, que por el momento no se traduce en propuestas alternativas supera- doras. Las visiones de la sociedad mundial, como la que aquí propongo, preten- den descubrir una multitud de realidades hasta hoy distorsionada por la cultura moderna europea. A partir de aquí me detendré en el análisis de cada uno de los tres planos interactivos de la sociedad mundial mencionados arriba.

La formación esférica: diferenciación, acoplamiento, doble estructuración y localización posicional

Desde su aparición a mediados del siglo XX, la sociedad mundial se desenvuelve a partir de un conjunto de interacciones entre esferas nacionales, regionales y glo- bales. Aquí cada esfera es el equivalente a una sociedad histórica. Las sociedades nacionales adquirieron un sustrato mundial cuando transitaron de un campo de relaciones internacionales e interregionales a un esquema nítidamente interactivo entre países y regiones, en el cual prosperaron las condiciones para que cada esfera consiga accionar con y contra las demás, a partir de impulsos relativa- mente autónomos (Torres, 2023d). Y esta dinámica interactiva se desencadenó, principalmente, a partir de los macroprocesos históricos ya mencionados. Hay que tomar conciencia que desde la década del 50 del siglo pasado ya no estamos situados en un mundo propulsado únicamente desde el Norte Global. La diferen- cia central entre la noción de sociedades históricas como esferas y el concepto de sociedad mundial es que ésta última agrupa a las primeras, es multihistórica y a la vez multilocalizada.

Dos principios permiten orientar la definición de las sociedades históricas como esferas de la sociedad mundial: el de diferenciación esférica y el de aco- plamiento esférico. El principio de diferenciación esférica afirma la existencia de diferencias decisivas entre esferas. Este principio sostiene que cada esfera, sea

12 El ritmo de las conquistas del Sur Global desde mediados del siglo XX no es el mismo que el de la autocrítica del Norte Global. Ello ha provocado una ralentización a veces extrema en la revisión de los encuadres eurocéntricos en el campo académico occidental.

cual sea su localización, es estructuralmente singular, irreductible a las demás y prácticamente irrepetible. Esto implica también que el sistema capitalista de cada esfera se conforma en su primera capa estructural a partir de este principio13. A diferencia de la versión que propone Luhmann, el principio de diferenciación esfé- rica no distingue primeramente entre funciones al interior de una misma “sociedad moderna”. Esta última se expande en la teoría luhmanniana desde el piso supe- rior de una localización dominante hacia las restantes en una sola dirección (cfr. Luhmann, 1984). La diferencia esférica se establece entre sociedades históricas que cooperan y compiten entre sí en un juego de apropiación cambiante. A la diferenciación entre esferas subyace la premisa de la fuerza configuradora de los Estados respecto a sus respectivas comunidades territoriales.

Aquí no hay que perder de vista que desde mediados del siglo XX fueron los Estados dominantes occidentales los que bloquearon las demandas de reco- nocimiento de los derechos de soberanía estatal en las Naciones Unidas (Santa Cruz, 2024). Aceptar esto último implicaba reconocer la soberanía de los nuevos Estados del Sur Global, así como el nuevo sistema interestatal poscolonial como comunidad moral. De este modo, los primeros actores que minimizaron la gravita- ción y la legitimidad de los Estados periféricos ultramarinos fueron los Estados de las potencias occidentales y no las grandes empresas transnacionales, que suelen deslocalizarse en la teoría crítica. La premisa de la diferenciación estructural entre las tres esferas mencionadas se inspira también en el hecho de que, a diferencia de la experiencia europea originaria, en los territorios del Sur Global fueron los Estados y no las empresas privadas los que iniciaron y dirigieron el proceso de industrialización capitalista de base nacional desde principios del siglo XX14. Y luego fueron las olas de integración regional desde abajo, propulsadas por insti- tuciones interestatales autonomistas, las que permitieron sostener en el tiempo, reescalar y robustecer las formas incipientes de desarrollo económico industrial en cada país periférico (Torres, 2020b).

En América Latina, este movimiento ascendente adopta el sencillo nombre de “integración regional”, siguiendo el ideario del unionismo continental iniciado por los líderes independistas de principios del siglo XIX (Simón Bolívar, San Martín, José Artigas, y otros tantos). Estos últimos dos registros de la gravitación económica interna de los Estados periféricos autonomistas se proyectan hasta el presente. Aquí vemos como la compleja realidad geopolítica y geoconómica mundial se hace concepto y teoría general.Tal como señalé, las sociedades como esferas sociales se conforman a partir de la combinación de un principio de dife- renciación estructural y de un principio de acoplamiento. Si el primero reconoce

13 Sobre las diferentes capas estructurales que conforman el sistema capitalista histórico, ver apartado 2.2.

14 Para un análisis documentado de la función económica del Estado desarrollista en América Latina, ver Prebisch, 1981; Cardoso & Faletto, 1979; Furtado, 1971; Pinto, 1987; Jaguaribe, 1964; Ribeiro, 2023, Sunkel, 1970.

la singularidad de la esfera a partir de su autonomía relativa, el segundo confirma la imbricación sustantiva entre las diferentes esferas. El principio de acoplamiento lo que define para cada esfera es una sucesión no lineal de conexiones casuales internas y externas. La dinámica de acoplamiento de una esfera define una forma estructural interseccional. Más exactamente, define un campo interseccional antes que una forma simple de dependencia estructural, en los términos tradicionales acuñados por la teoría social latinoamericana15.

Ello ocurre porque cada esfera es a su vez parte constitutiva de otras. Toda esfera es una multiesfera. Una esfera nacional como la argentina es simultánea- mente una parte constitutiva de América Latina como esfera regional, así como la localización primera de una esfera global de dimensión variable que integra parcialmente a dicha región a la vez que la trasciende. En sentido estricto, la esfera no se realiza en primera instancia a partir de un proceso de interdependen- cia estructural entre tres unidades sociales discretas, lógicamente independientes, sino entre esferas cuyo interior se encuentra conformado por otras a partir de una trayectoria de múltiples acoplamientos.

El principio de acoplamiento permite visualizar cómo una esfera puede constituirse simultáneamente en una capa de otras esferas. La noción de “capa” permite registrar los procesos de sedimentación histórica que anidan en la estruc- tura de cada esfera social. Ello nos permite atender en mayor medida al proceso de penetración visible o invisible entre sociedades a lo largo de la historia de la sociedad mundial. La breve conceptualización ofrecida en este punto deja en evidencia que la interacción entre esferas no se reduce a la interacción entre sus Estados nacionales, si bien en la sociedad mundial el Estado es el conformador central de cada una de las esferas. Antes que articularse a partir de sus frentes exteriores, las esferas se acoplan al interior y al exterior de cada una, a partir de un movimiento relativamente indeterminado. Es allí donde opera este principio, dando cuenta del modo en que se unifican las esferas en aspectos medulares, sin liquidar aquella demarcación distintiva que convierte a cada esfera en una entidad social moldeada por su Estado territorial.

Lo que esta forma de estructuración esférica deja en evidencia en primer lugar es el cerrojo del nacionalismo dominante contenido en las doctrinas de la sociedad moderna. Al reconocer la forma interseccional y multiesférica de las sociedades históricas se diluye el esencialismo de todo nacionalismo suprema- cista. Y al quitar dicho componente ideológico se habilita la reconceptualización de una sociedad histórica como esfera de la sociedad mundial. Luego, porque concibo a las sociedades como esferas acopladas a otras es posible distinguir la

15 Para un estudio exhaustivo de los diferentes enfoques sobre la dependencia estructural de América Latina que prosperaron desde la década del 60 del siglo XX, ver Torres y Borrastero, 2020.

existencia de tres tipos de sociedades históricas: las sociedades nacionales, las sociedades regionales y las sociedades globales. Al definir a las sociedades como esferas estoy reconociendo que la esfera es una configuración específica de una forma social y no así de una forma individual o intersubjetiva. Por lo tanto, toda esfera social es una “esfera societal”16. A diferencia de lo que ocurre con la noción de sociedad mundial, la reconceptualización de la sociedad como esfera no está aguijoneada por la emergencia de nuevos procesos históricos que tornan obsoletas a las visiones preestablecidas. Se trata más bien de la crítica epistemológica a una ideología reduccionista de larga duración. Tampoco conlleva un cuestionamiento a las lógicas colectivistas que permiten la construcción de teorías de la sociedad, sino al tipo de colectivización restrictiva que determinan las visiones de la socie- dad moderna.

Estas breves aclaraciones me permiten indicar que las sociedades como esferas sociales no aparecen por primera vez con la sociedad mundial poscolonial. Existen desde tiempos remotos. Más exactamente, desde el momento en que se generó en alguna región la primera relación de influencia entre dos o más socie- dades. Lo que sí produjo la sociedad mundial como novedad estructural fueron modalidades inéditas de diferenciación y de acoplamiento entre un mayor número de esferas sociales. De este modo, a partir de mediados del siglo XX, las socie- dades históricas del Norte y del Sur Global se transformaron para convertirse en una esfera nacional, regional y global de la formación social mundial.

El entramado mundial de poder: la gravitación de las relaciones centro / periferia

Cada esfera social de la sociedad mundial recién se concretiza al considerar el entramado de poder asimétrico y conflictivo que le da origen y que permite su reproducción. La mundialización de las esferas sociales es a la vez producto y pro- ductora de la mundialización del entramado de poder. Lo que llamo “entramado de poder” es un entramado de sistemas de poder17. Y estos sistemas de poder, a su vez, son sistemas de relaciones de poder, cada uno de los cuales incluye lógicas

16 Peter Sloterdijk ofrece una perspectiva centrada en el concepto de “esferas” para analizar los procesos de individualización y de socialización. Ahora bien, el filósofo alemán emplea tal noción para abolir la idea de sociedad. Para Sloterdijk, la esfera inaugural, inmediata, se conforma en el pequeño mundo de las intersubjetividades individuales (Sloterdijk, 1998). Puedo coincidir con el autor en que la vida individual consiste, de forma inexorable, en la creación continua de esferas, pero no así de esferas sociales. Mientras Sloterdijk concibe la esfera en primera instancia como una construcción de y para el individuo en su búsqueda de realización vital, la esfera social de la sociedad mundial, que aquí defino, es en su núcleo genético un espacio a la vez individual y supraindividual, moldeado por los Estados.

17 El desarrollo más consistente de la noción de “entramado de poder” o de “figuración de poder” en las ciencias sociales lo ofrece Norbert Elías (1970). Ahora bien, tal como sucede con Sloterdijk, Elías otorga a los individuos una centralidad desmesurada a la hora de crear y modificar tales entramados.

específicas de apropiación. Aquí el poder lo defino como la capacidad de un actor individual o colectivo para realizar sus propios intereses en una esfera social deter- minada18. Si bien el concepto de poder es completamente amorfo, como señala Weber (1922), aquí se concretiza como plano interactivo de la sociedad mundial en la forma de un entramado. El entramado de poder mundializado, tal como hoy lo conocemos, fue producto de una espectacular modificación del mapa mundial que se inicia a mediados del siglo XX (Said, 2018; Chamberlain, 1999; Thomas y Thompson, 2018) y que da nacimiento a la sociedad mundial poscolonial.

La novedad principal que trae consigo este entramado es la transformación de la relación entre los centros y las periferias del mundo en interacciones de primer orden. Que resulten de primer orden significa que una fracción significativa de las fuerzas que determinan la forma y la dinámica que adquieren las diferentes esferas sociales, tanto las del Norte como las del Sur, se dirimen en un campo internacional e interregional interactivo y desigualmente estructurado. Es evidente que el vecindario del poder, al mundializarse en el siglo XX, se expandió como nunca. Y con la mundialización del poder no sólo se modificaron las relaciones de fuerzas previamente existentes entre países y regiones, sino que se transformaron las estructuras de las diferentes esferas sociales, así como sus formas de domina- ción y sus modalidades de resistencia. La integración de las nuevas naciones del Sur Global en la sociedad mundial permitió, en los términos de Edward Said, “la universalización de la lucha antiimperialista y la acentuación drástica de la grieta entre Occidente (blanco, europeo, desarrollado) y lo que no es Occidente (de color, nativo, subdesarrollado)” (Said, 2018: 23). Ello por supuesto no significa que pierden gravitación las interacciones de poder y los antagonismos al interior de las esferas nacionales. Lo que ocurre es que éstas últimas se redefinen en un escenario ampliado y se reconfiguran a partir de nuevos principios. Señalo que la trama interna no pierde gravitación porque es en las entrañas de los sistemas políticos nacionales donde se localizan en primera instancia los procesos de trans- formación social.

Identifico dos principios que permiten explicar el nuevo poder mundiali- zado: el de doble estructuración y el de localización posicional. El principio de doble estructuración señala que las esferas sociales y sus entramados de poder se conforman en una relación arriba/abajo y adentro/afuera, siendo el continente último de ambas coordenadas la sociedad mundial poscolonial. Los principios de diferenciación y de acoplamiento mencionados en el apartado anterior operan en todos los casos integrando este tercer principio. La dinámica de doble estructura- ción contrasta con el principio de estructuración simple que asumió la teoría social noratlántica para descifrar los entramados de poder de la “sociedad moderna”. Para esta última la relación arriba/abajo como un todo se resolvía al interior de una

18 Este concepto recupera la definición de poder de Nicos Poulantzas, al mismo tiempo que toma

cierta distancia de su lógica de clases marxiana (Poulantzas, 1981; 1982).

esfera social nacional, mientras que el afuera se convertía en una arena exterior negada en su singularidad, desconectada de toda idea de sociedad, y en particular de toda idea de sociedad civilizada. Esta operación reduccionista se observa en distintos grados en las producciones de Marx (2021)19, Weber (1923) y Durkheim (1893), así como en todas las perspectivas que integran como unidad de conoci- miento y de transformación la vieja idea de sociedad moderna. Asumir un princi- pio de doble estructuración implica, en cambio, que el arriba determinante de una esfera social nacional subalterna se puede localizar fuera de ella, aunque dentro de su esfera global. Es la forma interseccional que emerge del acoplamiento estructu- ral de las sociedades históricas la que permite permanecer simultáneamente fuera de una esfera y dentro de otra.

El principio de doble estructuración también reconoce, por ejemplo, que todo actor de una esfera nacional se conforma en un mismo momento a partir de relaciones y procesos desplegados hacia arriba y hacia abajo, así como hacia adentro y hacia afuera. Para un Estado nacional periférico, el registro del abajo y del adentro se corresponde en primera instancia con su propio territorio físico, mientras que el arriba y el afuera lo constituyen primeramente aquellos Estados centrales a los cuales el primero se haya subordinado. En cambio, para un Estado nacional central, el abajo no sólo representa su propio territorio sino también los Estados periféricos bajo su dominación o influencia, el primero en la forma de un adentro y los segundos de un afuera de la esfera social nacional, pero no de su esfera global. Por lo tanto, siguiendo con el ejemplo del Estado, el principio de doble estructuración determina que las sociedades nacionales no se configuran a partir de interacciones con un único Estado. En la sociedad mundial poscolonial no existe el Estado en singular. Lo que proliferan, más bien, son Estados estruc- turalmente acoplados a otros Estados (Wallerstein, 2005).

Por mi parte, defino a cada Estado histórico como un inter-estado. Esto significa que el Estado adquiere su forma y define sus funciones al interior de un sistema interestatal mundializado. Y la operación del Estado de una esfera de la sociedad mundial sólo se puede analizar en su especificidad a partir de un principio de doble estructuración. Ello no quita, por supuesto, que cualquier Estado pueda resguardar su soberanía y reclamar por ella, pero sí implica que la soberanía de los Estados periféricos estará más cercenada que la de sus pares centrales. Será mucho más limitada porque todo Estado periférico se configura como una estruc- tura estatal subalterna, infraestructural, sujeta a las superestructuras estatales de los países centrales. El sistema interestatal es uno de los sistemas del entramado de poder que configura a las esferas sociales y a la sociedad mundial poscolonial en su conjunto. En resumidas cuentas, en la sociedad mundial no existe un Estado único ni tampoco un Estado genérico. Todo Estado histórico deviene central o periférico,

19 Para un análisis sobre el modo en que Marx concibe la génesis y la evolución histórica del

capitalismo, con particular atención a la “cuestión colonial”, ver Torres, 2023e.

lo cual significa que desarrolla una superestructura estatal o una infraestructura

estatal. Este sustrato posicional de los actores sociales lo desarrollaré más abajo.

De este modo, las dimensiones clásicas de la “sociedad moderna”, o bien los sistemas que la componen, se revolucionan a partir de contemplar el princi- pio de doble estructuración de la sociedad mundial, junto con los principios de diferenciación y de acoplamiento esférico. En un plano teórico, a partir de la aplicación de los tres principios mencionados, el sistema capitalista de la sociedad mundial poscolonial se convierte en un sistema intercapital, el sistema estatal en un sistema interestatal -como ya mencioné-, el sistema comunicacional en un sistema intercomunicacional, y el sistema racial en un sistema interracial20. Esto significa que allí donde antes había un sistema único, por ejemplo, el sistema capitalista, correspondiente a una única sociedad moderna, desde hace décadas proliferan diferentes sistemas capitalistas, arraigados en una pléyade de esferas sociales y agrupados en la sociedad mundial como sistema unificador de sistemas capitalistas, o sistema intercapital (Torres, 2020a). Es precisamente este sistema capitalista que se mundializa a partir de mitad del siglo XX el que permite registrar el paso de la globalización unidireccional de las potencias occidentales a lo que Rebeca Grynspan denomina “poliglobalización” (Grynspan, 2024).

El segundo principio de este punto, que concretiza el movimiento de doble estructuración, es el principio de localización posicional. Cuando me refería líneas arriba a las relaciones de poder centro / periferia estaba anticipando el elemento central de este cuarto principio. Las interacciones centro/periferia definen en pri- mera instancia una forma de estratificación entre posiciones desiguales y combi- nadas que configura de forma decisiva el núcleo estructural de cada esfera social, así como de cada actor social allí localizado. En la actualidad, lo que define en mayor medida la forma estructural que asume una esfera social, así como la dinámica localizada que despliega, es su posición céntrica o periférica en la sociedad mundial (cfr. Milanovic, 2018). Esta asimetría de posiciones entre esfe- ras sociales interconectadas es el fenómeno central a partir del cual se configuran los entramados de poder de la sociedad mundial. De esta manera, se mundializa el enfrentamiento entre actores desigualmente posicionados a partir de un juego de apropiación que se expande en su alcance más allá del campo de interacción del Norte Global, integrando con ello un mayor número de países y de regiones.

El principio de localización posicional permite observar cómo las desigual- dades existentes entre clases de individuos de una esfera social y luego entre clases de países en la sociedad mundial están estructuradas a partir de interacciones centro/periferia. Y dichas relaciones conforman el sustrato estructural de cada esfera y de cada actor allí localizado. Toda esfera social está localizada y toda

20 Luego registro otros sistemas de la sociedad mundial, como el sistema natural y el sistema patriarcal, que por el momento permanecen estructuralmente desdiferenciados (ver Torres, 2023d).

localización remite a una posición estructural. El reconocimiento de la locali- zación singular de toda sociedad es lo que permite concretizarla e historizarla, mientras que su posición diferenciada permite observarla desde un entramado singular de poder. Ahora bien, desde el siglo XIX se viene produciendo una perife- rización estructural de las sociedades del Sur Global, así como una centralización igualmente estructurante de las potencias occidentales. Por lo tanto, en un registro interregional, es necesario señalar que las relaciones centro/periferia no se inaugu- ran con la sociedad mundial, sino más bien en el estadio anterior, correspondiente a la globalización21.

A partir del paso de la globalización a la mundialización la periferia deja de ser una periferia de determinadas sociedades imperiales, para convertirse en una esfera periférica de la sociedad mundial en tanto formación multilocalizada y multihistórica. En el caso de la Argentina, durante buena parte del siglo XIX fue literalmente una periferia -distante- del Reino Unido, mientras que desde media- dos del siglo XX pasa convertirse en un país con mayor autonomía, pero con- servando una posición periférica en la sociedad mundial (Ramos, 2006; Ugarte, 2010). Durante la segunda mitad del siglo XIX, Argentina, sin ser formalmente una colonia, era un país completamente subordinado a los intereses económicos y políticos ingleses (Irazusta y Irazusta, 1982). A este período de pleno vasallaje y de prosperidad de las élites, la historiografía nacional liberal lo reconoce como la “edad de oro” del país (Cortés Conde, 1979; Gallo, 2004).

De este modo, la sociedad mundial poscolonial está conformada por esfe- ras periféricas y centrales que interactúan entre sí de forma asimétrica en un juego de apropiación ampliado. Tal como señalé arriba, esta sociedad y su pléyade de esferas están atravesadas por múltiples sistemas igualmente periferizados y cen- tralizados, como pueden ser los sistemas capitalistas, políticos, comunicacionales, etc. A la hora de intentar explicar cómo evoluciona cada esfera social de esta sociedad mundial, junto con detectar el modo en que se intersectan los diferentes sistemas al interior de cada esfera social, es imprescindible registrar el sustrato posicional de la esfera en relación a la posición estructural de las demás. Es la posición dominante o subalterna, central o periférica, de una esfera social, la que orienta la forma de acoplamiento entre sistemas. A este cambio de orientación teórica lo he presentado en otro trabajo como el paso de la dimensión a la posición (Torres, 2023d). Y lo cierto es que esta modificación recién se puede reconocer en toda su magnitud a partir de abandonar el eurocentrismo de la teoría de la sociedad moderna, y con ello reconocer la existencia de sociedades históricas en

21 En un registro epocal, aquí entendiendo por “globalización” el patrón de poder unidireccional que constituía tanto a las sociedades dominantes, globalizadoras, como a las sociedades globaliza- das por las primeras. En mis términos, la noción de sociedad global es equivalente a la de sociedad imperial, en su doble forma posicional de sociedad imperialista y de sociedad imperializada. A su vez, las sociedades imperiales pueden ser coloniales o no. Las sociedades imperiales de tipo colo- nial contemplan a las potencias propietarias de colonias, así como a las propias colonias sometidas.

el Sur Global que luchan por librarse de los Estados dominantes y de las grandes empresas de las potencias del Norte Global. Por ejemplo, al pasar del sistema capitalista de la teoría de la sociedad moderna a los sistemas capitalistas de las esferas sociales de la sociedad mundial, el sustrato posicional de cada sistema capitalista deviene en una divisoria de primer orden.

Quien llevó más lejos el análisis de las dinámicas propias del capitalismo periférico fue Raúl Prebisch (1981), secundado a la distancia por Celso Furtado (1971). Ambos llamaron la atención sobre el modo en que las estructuras periféri- cas de las economías latinoamericanas, moldeadas por las fuerzas de apropiación de los países centrales y sus empresas, obstaculizaban los procesos de industria- lización en la región. Aquí es importante distinguir en la literatura existente entre un capitalismo periférico entendido como sistema diferenciado de un sistema capitalista mayor que lo contiene en su singularidad, y la periferia capitalista entendida como una simple región o un eslabón de un capitalismo como sistema único. Ésta última ha sido la perspectiva asumida por Wallerstein y por diferentes perspectivas marxistas, tanto las teorías del imperialismo como las llamadas teo- rías marxistas de la dependencia (Wallerstein, 2014; Lenin, 1916; Luxemburgo, 1913; Marini, 1991; Dos Santos, 2002). Es el reconocimiento de la existencia de la sociedad mundial poscolonial el que permite suponer que en determinada situación las diferenciaciones más determinantes pueden ser aquellas asociadas a las posiciones de las esferas y no a sus dimensiones y funciones internas.

Parto de la premisa de que la posición de la economía nacional en el sis- tema económico mundial y en la sociedad mundial define su estructura básica y luego se encarga de moldear su matriz nacional. El sistema capitalista de cada esfera nacional de la sociedad mundial se compone de tres capas estructurales: la primera y más superficial es la matriz económica nacional, que adopta tres formas prototípicas: el capitalismo de commodities, el industrial y el informacio- nal (Torres & Goncalves, 2022). La segunda capa se corresponde con la posición estructural del sistema económico. Aquí se distinguen dos tipos de sistemas capi- talistas: el central y el periférico. El vínculo de equivalencia sugerido entre posi- ción y sistema rompe con las perspectivas modernas, tanto las sistémicas como las estructuralistas, para las cuales la totalidad de las posiciones se distribuyen dentro de un sistema alojado en la sociedad moderna. Y la tercera capa, la más profunda, se asocia a la lógica de maximización y de propiedad, que es la misma para todos los sistemas, sean centrales, periféricos, de commodities, industriales o informacionales. Me refiero a una lógica de maximización del beneficio y a la propiedad privada de las unidades de negocio. Para la conceptualización de la primera y la segunda capa adopto como punto de apoyo los proyectos intelectua-

les desarrollados por la CEPAL22 y la UNCTAD23 en las décadas del 60 y del 70 del siglo XX, ambos conducidos intelectualmente por Prebisch (1981; Grynspan, 2024). La tercera se conecta mayormente con la obra de Marx y con las corrientes marxistas heterodoxas. Desde la perspectiva del sistema intercapital de la sociedad mundial, es posible observar con nitidez cómo mientras unos sistemas económicos suben otros bajan. Y el cambio económico estructural de una esfera social por lo general se activa desde lo más superficial hacia lo más profundo.

Ello implica que comienza con la transformación de la matriz económica nacional. Un supuesto que estoy avanzando con relación a los capitalismos peri- féricos de commodities, es que se están convirtiendo, gradualmente, en “mercados sin pueblo”24. Este fenómeno de desintegración social no lo desarrollaré aquí dado que excede con creces los objetivos del trabajo. No hay que perder de vista que las relaciones centro/periferia, tal como se han conceptualizado hasta hoy, incluso en las versiones ampliadas como la de Wallerstein, se delimitan a partir de una teoría económica del capitalismo y no de una teoría de la sociedad, y mucho menos de una teoría de la sociedad mundial poscolonial.

Ahora bien, la localización posicional no se agota en la relación de poder centro/periferia, justamente porque se rige por los principios de acoplamiento y de doble estructuración ya mencionados. No sólo se posicionan las esferas sociales y los países en un entramado de poder. También lo hacen los actores individuales y colectivos. La diferenciación posicional se termina de concretizar en el proceso de doble estructuración de las sociedades a partir de lo que he llamado en otros trabajos “localización nodal”, y que igualmente se podría definir como “posición nodal” (Torres, 2023d). En cada momento, todo actor se localiza material y simbó- licamente en dos puntos entrelazados de la sociedad mundial: en una determinada esfera, que puede ser céntrica o periférica, así como en un determinado estrato de clase de dicha esfera, configurado verticalmente como campo de élite o campo popular.

La posición de un actor es precisamente aquella que remite a esa localiza- ción nodal ligada a un movimiento de doble estructuración. A modo de ejemplo, un individuo del campo de élite de una esfera nacional periférica ocupa una posición dominante con relación a su campo popular inmediato (estratificación interna o

22 CEPAL = Comisión Económica para América Latina y el Caribe, organismo dependiente de la Organización de las Naciones Unidas.

23 UNCTAD = Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (en castellano).

24 Esta noción dialoga con la distinción que propone Wolfgang Streeck entre “pueblo del Estado” (Staatsvolk) y “pueblo del mercado” (Marktvolk). El sociólogo alemán emplea ambas catego- rías para analizar la financierización de las economías europeas desde una perspectiva moderna (Streeck, 2014). Lo que llamo “capitalismo de commodities” es un sistema económico dependiente de las materias primas. Actualmente, el 76% de los países menos desarrollados dependen de las materias primas (es decir, que más de un 60% de los ingresos que obtienen provienen la exporta- ción de tales productos). Hace 15 años, 15 países menos lo eran (UNCTAD, 2023).

nacional), y simultáneamente una posición subordinada en relación a las élites de los países dominantes con las cuales está conectado (estratificación global). Por lo tanto, así como el Estado es en todo momento un inter-estado, las élites, desde el momento en que su techo o su piso no lo constituye la propia sociedad nacio- nal, son inter-élites. Junto a ello, así como no existen Estados genéricos, tampoco existen élites que lo sean. Toda élite no sólo deviene en una inter-élite sino que es periférica o central, según cual sea su posición esférica en la sociedad mundial25. De este modo, se vislumbra la existencia de un proceso decisivo de dominacion inter-élite, así como de múltiples puntos de resistencia que se conforman en el mismo campo. El modo en que los estratos de élite de un país central gobiernan a las élites de un país periférico está prácticamente fuera del campo de teorización de las ciencias sociales. Este déficit evidencia lo poco considerado que están los verdaderos procesos determinantes de las sociedades periféricas de la sociedad mundial.

Tal como vengo señalando, el paradigma moderno de las ciencias sociales, así como el paradigma posmoderno anti-moderno, conciben la sociedad, el poder, los actores sociales, las desigualdades y el cambio social a partir de totalizar y luego proyectar un principio de estratificación interna (Torres, 2023e). Este reduc- cionismo es producto de la combinación de una cultura nacionalista, una ideología de la expansión y una visión eurocéntrica, todas ellas creadas en una sociedad europea imperial extinguida hace largas décadas.

La mundialización de la modernidad: dominación, vasallaje y autonomismo.

El tercer plano interactivo de la sociedad mundial poscolonial, devenido en un macroproceso, es la mundialización de la modernidad. Este movimiento multi- histórico permitió la emergencia de tres tipos de modernidades entrelazadas: la modernidad dominante, la modernidad vasalla y la modernidad autonomista. Más abajo me ocuparé de definir estas tres constelaciones. Junto a las modernidades mencionadas, ligadas al entramado mundial de poder, hay que añadir las microco- munidades que actualmente no son modernas o predominantemente modernas en ningún sentido. Me refiero a tribus humanas pequeñísimas, relativamente desco- nectadas, destinadas a modernizarse o a desaparecer. Aquí otra constatación inicial es que ninguna sociedad moderna dejo de serlo en las últimas cinco décadas, tal

25 Es interesante observar como la totalidad de las teorías de las élites desarrolladas en las ciencias sociales desconocen el sustrato posicional dominante o subalterno que concretizan la existencia de estos estratos cimeros en cada sociedad histórica. La teoría de las élites aún no ha conseguido superar la visión nacionalista y norcéntrica que le imprimió Charles Wright Mills (1956). Una consecuencia significativa de este reduccionismo es que no existen estudios contem- poráneos sobre el comportamiento de las élites periféricas que tomen en cuenta la gravitación de su sustrato posicional inferior. Sólo detecto algunos estudios históricos que se remontan a varios siglos atrás. Títulos sugerentes, que rebosan actualidad, como podría ser “Peripheral elite as Imperial collaborators”, abordan realidades del siglo X al XII (Tyson, 2014).

como asume el posmodernismo antimoderno (cfr. Lyotard, 1979). Lo que más bien sucedió es que se transformaron y multiplicaron las modernidades preestablecidas de una forma impensable para la teoría moderna europea.

A grandes rasgos, es posible identificar tres momentos de la teorización sobre la modernidad en las ciencias sociales. El primero se corresponde con período de la globalización, iniciado en el último cuarto de siglo XIX con la obra de Max Weber. Este pasaje histórico abarca las casi cuatro décadas correspon- dientes a lo que Hobsbawm denominó la “Era del Imperio” (Hobsbawm, 1987). El segundo momento es el del primer estadio de la mundialización, que se inicia a mediados del siglo XX con el advenimiento de la sociedad mundial y se proyecta hasta fines del siglo XX. La característica central de este tiempo histórico es la falta de correspondencia entre las modernidades emergentes en la nueva socie- dad mundial y su reconocimiento teórico en el Norte y el Sur Global. El tercer y último momento se asocia a un segundo estadio de la mundialización, iniciado a partir de principios del siglo XXI y proyectado hasta hoy. Estos tres períodos, que sumados abarcan un siglo y medio aproximadamente, absorben el conjunto de las teorías de la modernidad hasta hoy reconocidas. Las teorizaciones que prosperan en el primer momento se comprometen en su totalidad con una idea de moderni- dad única, originada en el norte de Europa y destinada a expandirse en una única dirección por los hemisferios occidental y oriental del mundo.

Insisto en que estas primeras perspectivas, correspondientes a la conste- lación moderna clásica (Torres, 2023b), no se desarrollan en un escenario mun- dial poscolonial. En este período inicial difieren los modos en que se define a la modernidad, pero no el reconocimiento de su carácter único. Durante el segundo momento, ya avanzada la mundialización, se sostiene la idea de modernidad única a partir de la negación de la sociedad mundial poscolonial. Este encuadre eurocén- trico tardío determinó las visiones de los referentes del pensamiento crítico lati- noamericano. Estos rechazaron la modernidad europea desde el mismo paradigma que la inspiró, creando así un tipo de oposición intelectual ligado a lo que Gabriel Tarde llamó “contraimitación” (Tarde, 1993). Para estos autores latinoamericanos, la modernidad europea representó un poder expansivo omnímodo que oprimía sin mediaciones a las culturas populares de América Latina y de los restantes países relegados del Sur Global (Dussel, 2000; Quijano, 2000).

Y finalmente, en el tercer período, correspondiente al segundo estadio de la mundialización, aparece como novedad el reconocimiento de la existencia de múl- tiples modernidades. Ahora bien, éstas se presentaron como variaciones principal- mente culturales de una única modernidad originaria (Eisenstadt, 2000; White- head, 2006; Larrain, 2000; Roniger, 2009)26. Al romper con la idea de modernidad

26 Una perspectiva superadora de estas aproximaciones pluralistas la ofrece Göran Therborn a

partir de su concepto de “modernidades entrelazadas” (Entangled modernities). La sociología de

en singular, estas contribuciones pudieron observar cómo la modernidad domi- nante se instaló a partir de una operación ideológica de universalización. Este tercer momento se puede concebir como la antesala del reconocimiento de la mundialización de la modernidad. La explicitación de la existencia de múltiples modernidades en el siglo XXI cohabita en el campo de las ciencias sociales con la reproducción persistente de la vieja idea de modernidad, creada en el primer período. De este modo, coexisten las visiones de lo uno y de lo múltiple sin que ésta última pueda superar el paradigma de la primera. La conceptualización del movimiento de mundialización de la modernidad como plano interactivo de la sociedad mundial poscolonial se arraiga en este tercer período, con la intención de desatar el tránsito hacia un cuarto estadio, en el cual el fenómeno se pueda identificar en sus aspectos decisivos.

Para avanzar en el desarrollo de este plano ofreceré una breve definición de lo que entiendo por modernidad y por modernización. Sostengo que la moderni- dad, en su núcleo, es la cultura dominante de una esfera social en un determinado momento. Esta cultura se manifiesta en toda su complejidad a partir de las dispo- siciones de los actores allí localizados, comenzando por el comportamiento de sus élites. Las disposiciones del campo de élite de cada esfera social es el territorio crucial de conformación de la modernidad. El patrón disposicional de las élites suele incluir una modalidad de interpretación del mundo o, en los términos de Castoriadis, un imaginario social (Castoriadis, 1975). Pero la modernidad no es sólo un registro cultural relativamente unificado del campo de élite o de ciertas fracciones de dicho espacio de privilegio. También involucra el universo simbó- lico de los intelectuales, científicos, artistas, así como la cultura del conjunto de los estratos del campo popular. Acuerdo con Therbörn en que la modernidad expresa una cultura de la orientación hacia el futuro en relación con el pasado (Therborn, 2007). Ahora bien, desde mi perspectiva, la modernidad no es exclusivamente un componente cultural ligado al tiempo social, por más amplia e integradora que resulte la noción de cultura que se considere.

La modernidad es más bien un estado o una situación de dominación más o menos duradera que se configura en una determinada sociedad histórica atendiendo al proceso de estructuración esférica que le da origen y a la mundiali- zación del entramado de poder (ver arriba). De este modo, a diferencia de lo que sostienen Habermas y Therborn, no creo que la noción de modernidad se tecni- fique negativamente, ni se trivialice, si intentamos traducirla a formas sociales concretas (Habermas, 1985; Therborn, 2007; 2024). Más bien considero que toda modernidad fija una relación de inmanencia con las formas de organización de las sociedades, incluyendo su particular sistema económico de base nacional. Tal como señala Dussel, “el capitalismo está hermanado de origen con la modernidad”

Therborn inscribe el cúmulo de progresiones modernas en un esquema relacional que reconoce la singularidad de la política autonomista del Sur Global (Therborn, 2003).

(Dussel, 2014: 34). Y el reconocimiento del sustrato material de la modernidad es una condición ineludible para avanzar en su discernimiento real, y para poder intervenir en su posible reconfiguración.

Ahora bien, si a partir del siglo XX la modernidad se convierte en el estado o en la situación dominante de una sociedad en un momento dado, la moderniza- ción es el flujo que la crea, la reproduce, y luego, llegado el caso, la destituye, para dar paso a otra modernidad, nacida de las entrañas de la anterior. Por lo tanto, la modernización no es por definición, para todas sus expresiones, una fuerza cons- tante de cambio. Esto último lo sostienen sin fisuras los principales exponentes de la constelación moderna europea, como Marx, Weber y Durkheim, así como algunos de sus reproductores contemporáneos (Touraine, 1984; Giddens, 1990). Se trata más bien de una fuerza a la vez constante e inconstante que, llegado el caso, también puede obrar de una forma profundamente conservadora. Tal como lo observo, la modernización es un flujo que se manifiesta a partir de tres magnitudes distintas, difíciles de discernir en la práctica: la de los gérmenes, los impulsos y las olas27. Y es la conversión de los gérmenes e impulsos en olas modernizadoras la que determina la instalación temporal de una modernidad singular, o bien la transición de una modernidad a otra. Luego cuando una modernidad se torna hegemónica, allí aparece la idea de la modernidad como espíritu o como registro epocal (Torres, 2023b). Cuando los diferentes actores sociales luchan entre ellos, por lo general lo hacen desatando flujos modernizadores autonomistas, vasallos o dominantes.

Hasta aquí ofrecí una definición abstracta de la modernidad y de las moder- nizaciones. Ahora bien, cuando la modernidad de una esfera social se concretiza, la situación dominante pasa a ser portadora de un horizonte de expectativas de carácter particular, ligado a intereses y proyectos de determinados actores. Y estos individuos y grupos se localizan principalmente, como comentaba, en la fracción política del campo de élite. En líneas generales, son las disposiciones de las élites políticas en posición de gobierno las que resultan más influyentes en la conforma- ción de las modernidades. Éstas devienen protagónicas a la hora de transformar los gérmenes e impulsos modernizadores en verdaderas olas con capacidad para instalar o disolver gradualmente una modernidad. En toda sociedad, la modernidad como situación imperante es siempre limitada, cambiante e incompleta. Y es a partir de los flujos de modernización que la modernidad como estado se constituye y se proyecta desde una o varias esferas de la sociedad mundial, ya sean céntricas o periféricas, hacia otras. Una innovación determinante que introduce esta visión consiste en reconocer que los cambios centrales de la sociedad mundial poscolo- nial no se producen al interior de una determinada modernidad societal, sino más bien entre modernidades correspondientes a esferas distintas, así como a partir

27 Para un desarrollo de la dinámica de agregación entre gérmenes, impulsos y olas, ver Torres, 2020b.

del tránsito de un tipo de modernidad a otra con relación a la misma esfera social. Ambas se pueden producir en simultáneo. Por ello mismo, los cambios sociales críticos en la sociedad mundial contemporánea no involucran una transición de lo premoderno a lo moderno, incluyendo la progresión desde un sistema económico precapitalista a otro capitalista o estatista. Éste último tipo de transformación prácticamente se agotó en la primera mitad del siglo XX en la gran mayoría de las esferas de la sociedad mundial.

Tal como señalaba líneas arriba, la mundialización de modernidad se con- creta a partir de la emergencia de tres tipos de modernidades entrelazadas: una dominante, una autonomista y otra vasalla. Estas dos últimas son modernidades subalternas creadas y actualizadas en las esferas periféricas a mediados del siglo XX, que se van sucediendo una a la otra a partir de un movimiento pendular. Se trata de dos modernidades inestables e intermitentes sujetas a los restantes planos interactivos de la sociedad mundial (ver arriba). Ambas se rigen por una dinámica de estructuración esférica profundamente incrustada en los entramados mundia- les de poder. Aquí cada modernidad no guarda un componente esencialista. Ello significa que a cada cultura nacional o regional no le pertenece esencialmente un tipo de modernidad. Más bien se observan cambios en y de las modernidades para una misma esfera social en función de los cambios en las relaciones de poder. Desde este marco de variación realista, un actor puede ser portador de un deter- minado flujo de modernización y más adelante de otro distinto u opuesto. Desde la emergencia de la sociedad mundial, la modernidad es un estado que, llegado el momento, cambia por otro. La modernidad dominante se realizó históricamente en el Norte Global, y recientemente también lo hace en China, mientras que las modernidades vasallas y autonomistas se viene desplegando de forma rotativa en los países periféricos del Sur Global.

Ahora bien, la novedad decisiva que provocó la emergencia de la socie- dad mundial poscolonial es la conformación de las modernidades autonomistas como situaciones prevalecientes en las esferas sociales periféricas del Sur Global. Este tipo de modernidad periférica no siempre retorna a una situación vasalla. En algunos casos excepcionales se convierte en una modernidad dominante. De hecho, la única forma conocida hasta hoy para transitar como esfera social desde la periferia al centro de la sociedad mundial es a partir de la lenta y trabajosa transformación de una modernidad autonomista en otra dominante. La trayecto- ria nacional de China del último medio siglo es el caso paradigmático que ilustra como su modernidad inicialmente autonomista y sus flujos modernizadores se fueron transmutando gradualmente en una modernidad dominante globalizadora. Por supuesto que la recolocación de China en el centro del mundo no se termina de explicar sin el empuje de su protagonismo milenario.

A la emergencia histórica de la modernidad autonomista se suma el recono- cimiento de la modernidad vasalla como un estado de carácter singular, arraigado en estas mismas esferas periféricas. Es recién a partir de validar la existencia de la nueva sociedad poscolonial, de su estructuración esférica y de su entramado mundial de poder, que es posible observar la progresión de la modernidad vasalla como una modernidad alternativa, única e irrepetible que venía moldeándose desde el siglo XIX a la sombra de las teorías dominantes de la modernidad única. Lo cierto es que nunca prosperó en el mundo una modernidad globalizadora en un país central sin una modernidad vasalla en un país periférico que generara las mediaciones activas para afianzar la expansión de la primera. Una de las primeras modificaciones que produce entonces la mundialización de la modernidad tiene que ver con la percepción de la lógica del poder. La máxima dominación de una esfera social sobre otra no se alcanza a partir de una forma de imposición unidirec- cional sin intermediarios, sino a partir de una mediación periférica determinante. Sin la participación activa y reconfiguradora de las élites periféricas vasallas, los estratos de élite de los países centrales no podrían profundizar su control sobre los países subalternos. Dicho en otros términos, entre una esfera dominante y otra doblegada por la primera no se produce un fenómeno de dominación directa, como sí ocurre con las relaciones de poder al interior de cada esfera nacional. Lo que prima en el plano internacional son las formas y los mecanismos de domina- ción mediados. El arte de la política de las potencias se convierte así, en primera instancia, en el arte de gobernar a los gobernantes de la periferia. Ahora bien, la mundialización de las modernidades en las esferas sociales del siglo XX no crea el primer escenario de múltiples modernidades. Eso ya se había producido en el estadio previo de la globalización.

Como vengo insistiendo, lo que provoca la mundialización es la emer- gencia intempestiva de las modernidades autonomistas en las esferas periféricas. El autonomismo es la expresión de los nuevos núcleos de recreación endógena que dejan momentáneamente atrás las situaciones de servidumbre voluntaria del planeta colonizado. Y la dilucidación de la cuestión nacional será el motor de los flujos autonomistas en los países históricamente sojuzgados. El planteamiento de la cuestión nacional en los países dependientes no fue producto de una mez- quindad colectiva, como solían sugerir los intelectuales internacionalistas de los centros occidentales, sino de un estricto realismo independentista. En los países explotados, o la conciencia nacional maduraba y se tornaba anti-imperialista o los caminos para el desarrollo económico y la emancipación social se clausuraban (Scalabrini Ortiz, 2001; Hernández Arreghi, 2004). Esta dificultosa toma de con- ciencia también permitió descubrir que no hay una fórmula única de desarrollo y de emancipación que sirva para las esferas nacionales centrales -industrializa- das- y las periféricas -no industrializadas. Esta última premisa se expresó con insistencia en la llamada “hipótesis de la convergencia” que sostenían las teorías de la modernidad en singular del segundo período (cfr. Eisenstadt, 2000).

Para dimensionar la transformación intelectual que implica reconocer la existencia de la mundialización de la modernidad, conviene recordar que la gran mayoría de las teorías de la modernidad le adjudican al fenómeno un principio de autonomía nacional. Y más exactamente, un proceso de autonomización nacional expansiva. Entonces aquí uno de los principales cambios que provoca la mundia- lización de la sociedad es que las modernidades periféricas se organizan a partir de un proceso estructural inverso. Esto es, a partir de una marcada dependencia de la esfera nacional. De este modo, cada modernidad expresa la estructuración posicional moldeada por las relaciones de poder entre el centro y la periferia. Ahora bien, que estas esferas periféricas resulten estructuralmente dependientes no significa que las modernidades se desenvuelvan a partir de un proceso acti- vado en primera instancia desde afuera y desde arriba de aquellas. Se trata de una modernidad periférica diferenciada precisamente porque se edifica desde el inte- rior de la esfera social subalterna hacia afuera. La propulsan sobre todo las élites políticas periféricas. Por lo tanto, para comprender la singularidad existencial de las modernidades vasallas y autonomistas es necesario distinguir con más énfasis entre lo interno y lo autónomo. Es desde el interior de las esferas plebeyas que se generan los flujos de modernización que conforman las modernidades periféricas, pero éstas últimas no son plenamente autónomas en la medida en que se desplie- gan en una formación social dependiente28.

Esta visión de la modernidad periférica como originariamente interna no es compartida por la teoría crítica latinoamericana tradicional. En cierta manera, para las llamadas corrientes de la dependencia las sociedades nacionales de la región son subdesarrolladas desde tiempos coloniales porque no son lo suficientemente modernas, siendo para ellas la modernidad un patrón de poder exclusivamente europeo. Junto con el principio de autonomía, las teorías de la sociedad moderna aportan a la visión histórica de la modernidad una ideología de la expansión internacional. Ahora bien, el universalismo moderno estalla en mil pedazos con el reconocimiento de la mundialización de la modernidad. Es con el descubri- miento tardío de este proceso planetario que se hizo evidente la circunscripción espacio-temporal de la modernidad europea. En contraste con las modernidades dominantes, las modernidades vasallas se edifican sobre una cultura de la infe- rioridad nacional, que primero envuelve a las élites, alimentada por gérmenes e impulsos de servidumbre voluntaria.

28 Lo cierto es que el plano interno de la esfera nacional y el proceso de autonomía tampoco se unificaron en los países del norte de Europa del modo en que lo promocionaron Weber y las restantes teorías de la sociedad moderna. El hecho de reconocer a los procesos de nacionalización como punto de partida de la modernidad occidental no significa que los aspectos distintivos que se conformaron en tales esferas fueron en su mayoría o en su totalidad una creación propia original. John Hobson propuso el concepto de “globalización oriental” a partir de detallar las múltiples y enormes deudas tecnológicas e intelectuales contraídas por la Europa moderna con Asia y África (Hobson, 2004).

Las modernidades autonomistas, por su parte, son portadoras de una cul- tura de afirmación nacional, materializada en gérmenes e impulsos de independen- cia y de resistencia a la dominación. En resumidas cuentas, los países periféricos de la sociedad mundial poscolonial, al reaccionar a las fuerzas de dominación de las potencias mundiales, terminan produciendo sus propias modernidades transi- torias, con sus lógicas singulares y sus formas de organización estructuralmente diferenciadas y posicionadas. Ello incluye el desarrollo de sus propios sistemas capitalistas, estatales y comunicacionales periféricos. Dicho de otra manera, ambas modernidades subalternas, la vasalla y la autonomista, crean situaciones activas y estructurantes para procesar la influencia de la modernidad de las esferas domi- nantes. Sobre todo, de su impronta coercitiva. Cuando Morin reconoce que “fue necesario luchar contra el imperialismo occidental para poder aplicar los valores occidentales” (Morin, 2007: 87), no termina de dimensionar hasta qué punto esa modernidad contestataria activada desde la periferia estaba sentando sus propias bases, a la vez que mundializando a la sociedad. Lo que la mundialización de la modernidad provoca en el hemisferio occidental es una profunda alteridad occi- dental antes que un conjunto de alteridades pre-occidentales o no-occidentales. A ello se suman las modernidades orientales, que pueden ser circunstancialmente dominantes, autonomistas o vasallas.

Mientras que la modernidad de las esferas dominantes se expresa paradig- máticamente como una potencia social, la modernidad vasalla se tipifica como un subpoder y la modernidad autonomista como un contrapoder. Por lo tanto, esta última no conforma en primera instancia una situación de poder ni tampoco de no-poder. Pero no hay que perder de vista, tal como vengo insistiendo, que la sociedad mundial poscolonial activó un proceso macrohistórico en el cual los juegos de apropiación en los diferentes entramados de poder definieron una mecá- nica de cambio de modernidades en una misma esfera social o en otra adyacente. En América Latina, desde mediados del siglo XX hasta hoy, la conflictiva transi- ción entre modernidades se ajusta a un movimiento pendular en el cual predomina la modernidad vasalla. En esta región, al menos hasta hoy, las modernidades auto- nomistas lograron conquistar el centro esférico de forma esporádica, desplazando por un tiempo breve a las modernidades vasallas. Con la excepción de Cuba, la modernidad autonomista no consiguió crear un espíritu de época en ningún país de América Latina y el Caribe. El reconocimiento de la fuerza decisiva que aún conserva la modernidad vasalla es el punto de partida para la elaboración de una teoría crítica de esta esfera regional. La mundialización de la modernidad también implicó la proliferación de gérmenes y de microimpulsos autonomista al interior de la modernidad dominante. Durante el siglo XX ello se ha concretizado como una crítica interna a la dominación occidental, y a la vez como un apoyo a las causas autonomistas de la periferia. Se trata de la actualización de aquellos viejos anticolonialismos de las esferas centrales que mencionaba al inicio del texto.

Conclusiones

La perspectiva de la sociedad mundial que vengo esbozando se asienta sobre una historia del planeta que integra a los procesos históricos decisivos que marcaron la evolución del Sur Global luego del fin de la Segunda Guerra Mundial. Como señalo en el texto, tales procesos también modificaron de raíz las estructuras de las sociedades históricas del Norte Global. En las ciencias sociales occidentales aún ignoramos el modo en que los movimientos activados desde el Sur impactaron en los países del Norte una vez liquidada la estructura mundial colonial. Muchos de quienes se detuvieron a analizar el proceso de descolonización del siglo XX desde una perspectiva histórica llegaron a la conclusión de que representa una de las transformaciones sociales más profundas y determinantes de la historia de la humanidad. Al parecer no resultó más contundente ni más acelerado el proceso de colonización europeo que el proceso posterior de descolonización. Quizás sea precisamente por eso que permanece invisibilizado por una teoría social moderna cuyas bases se crearon en el norte de Europa en su momento de máximo poderío imperial.

En un plano abstracto, organicé la conceptualización de esta nueva socie- dad poscolonial a partir de distinguir entre la mundialización de las esferas socia- les, del poder y de la modernidad. Asumir dicho movimiento en toda su amplitud y profundidad implica abandonar el paradigma moderno de las ciencias sociales, y en particular las teorías modernas de la sociedad moderna. No caben dudas que el paradigma moderno, en tanto dispositivo de universalización, fue y es un paradigma eurocéntrico. Ello significa que también resultan eurocéntricas todas las teorías de la sociedad moderna que se desarrollan en su interior. Lo cierto es que no hay ninguna posibilidad de comprender como cada esfera de la sociedad mundial se configura en la actualidad, tanto las del Norte como las del Sur Global, sin abandonar las arcaicas y prepotentes visiones eurocéntricas de la modernidad occidental, de la sociedad moderna, de la economía capitalista, de la política estatal, de la democracia liberal, así como de la cultura racionalista. Tal como señalé en el trabajo, incluso las conceptualizaciones más recientes de la sociedad mundial que ofrece la sociología europea están embebidas de un eurocentrismo extemporáneo que desde siempre niega su dependencia de los países y de las regiones periféricas. Desde mediados del siglo XX habitamos en una sociedad y en una economía mundial nítidamente posteurocéntrica, pero que se continúan apreciando a través del lente distorsionado de la férrea cultura eurocéntrica de las ciencias sociales. Ahora bien, el principal escollo para superar este esquema persistente de opresión intelectual no es la resistencia que ejercen las potencias occidentales y sus modernidades dominantes sino la recreación de los impulsos vasallos en las academias dependientes. Es en el seno de las culturas periféricas, en las entrañas de sus propias modernidades, donde el imperativo de la creación científica autonomista tiene que arraigarse definitivamente. ֍

Material suplementario
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