Resumen: El objetivo principal de este trabajo es compartir los cruces entre cuerpo y política con la categoría de experiencia, central en los debates feministas desde hace varias décadas, con la intención de poner de manifiesto el modo de construir el marco teórico de mi investigación doctoral situada desde el feminismo antiextractivista. El texto busca presentar algunas aper- turas epistemológicas como parte del proceso de trabajo etnográfico y genealógico sobre las experiencias de cuidado, defensa y reproducción de lo común de corporalidades alteri- zadas en territorios heridos por la avanzada del neoextractivismo minero en la provincia de Catamarca (Argentina). Se explicitan las conversaciones y afectaciones que atraviesan las relaciones entre experiencia, cuerpo y política desde las propias trayectorias y devenires, enlazándolos a los debates teóricos feministas que tomaron relevancia en las fronteras del ámbito académico-científico-activista. A su vez, se presenta un esquema que integra las di- mensiones empíricas y las categorías analíticas centrales que sostienen el marco conceptual. Para finalizar, esbozo algunas inquietudes epistemológicas respecto de los modos en que trabajamos genealógicamente sobre las tramas memoriales, el archivo vital y las intencio- nalidades resistentes que emergen de las experiencias micropolíticas, cotidianas y situadas.
Palabras clave: experiencia, cuerpo, política, feminismo antiextractivista, investigación.
Abstract: The main objective of this paper is to share the crossings between body and politics with the category of experience, central in feminist debates for several decades, with the intention of highlighting the way of constructing the theoretical framework of my doctoral research situated from anti-extractivist feminism. The text seeks to present some epistemological openings as part of the process of ethnographic and genealogical work on the experiences of care, defense and reproduction of the common of altered corporealities in territories woun- ded by the advance of mining neo-extractivism in the province of Catamarca (Argentina). The conversations and affectations that cross the relations between experience, body and politics are made explicit from the trajectories and becomings themselves, linking them to the feminist theoretical debates that became relevant in the frontiers of the academic-scien- tific-activist sphere. At the same time, a scheme is presented that integrates the empirical dimensions and the central analytical categories that support the conceptual framework. Finally, I outline some epistemological concerns regarding the ways in which we work ge- nealogically on the memorial wefts, the vital archive and the resistant intentionalities that emerge from micropolitical, everyday and situated experiences.
Keywords: experience, body, politics, anti-extractivist feminism, research.
Artículos Académicos
La(s) experiencia(s): cuerpo y política en la investigación feminista antiextractivista
Recepción: 04 Diciembre 2023
Aprobación: 04 Junio 2024
Este trabajo forma parte del marco teórico-epistemológico de mi tesis doctoral en Cs. Humanas, con Mención en Estudios sociales y Culturales, una investiga- ción situada desde la perspectiva feminista antiextractivista que me propongo compartir aquí. Con la intención de dejar expuesta la constelación de ideas que sostienen la matriz conceptual de mi trabajo, planteo cómo, en el proceso de investigación, la noción de experiencia se volvió una de las categorías centrales.
En el contexto regional de continua avanzada del proyecto neoextracti- vista del capital (Seoane, 2012, Svampa, 2019), entendido como política esta- tal-transnacional que reactualiza discursos sobre el progreso y el desarrollo a costa de cuerpos-territorios-tierra, me planteo producir una genealogía feminista antiextractivista y, mediante la narrativa etnográfica crítica, abordar diversas ex- periencias de cuidado, defensa y reproducción de lo común de corporalidades alterizadas en territorios heridos por la explotación y expansión de Minera Alum- brera en la provincia de Catamarca (Argentina) 1.
El punto de partida es entender esta investigación como parte integral de un proceso largo de lucha; es decir, me posiciono desde el estar resistiendo (Lu- gones, 2021, p. 308) con otrxs como experiencia constituyente de mi trayectoria vital como activista e investigadora. Así, el objetivo de este texto es dar cuenta cómo se teje la perspectiva feminista antiextractivista del sur (Gamboa, 2023) que planteo como matriz de pensamiento-praxis política, desde la cual considero posible construir narrativas genealógicas en torno a los registros-archivos que se desprenden del trabajo etnográfico sobre experiencias micropolíticas (Rivera Cusicanqui, 2018) de lucha contra el neoextractivismo minero en la provincia de Catamarca.
1 En el marco de la expansión del capital trasnacional y las políticas neoliberales de la década de los noventa, Minera Alumbrera se instala en el oeste de la Provincia de Catamarca, confor- mándose como el primer laboratorio para la experimentación de la megaminería a cielo abierto en el país; como así también, el primer emprendimiento de tal envergadura a los cuales los pueblos indígenas diaguitas-calchaquíes y campesinos de la zona, se enfrentaron. El proyecto inició su construcción en el año 1995 y su explotación en 1997, a cargo de una unión transitoria de empre- sas (UTE) constituida por la empresa estatal YMAD (Yacimientos Mineros Agua de Dionisio) con Minera Alumbrera Limited. Ubicada a 2.600 m.s.n.m en el Dpto. Belén, la operación minera comprende un área global de 5.800 hectáreas, en las que se hallan emplazados dos grandes cam- pamentos mineros, un aeropuerto propio, el open pit, la planta de molienda y concentrado y el dique de colas. A ello se le suman otras áreas: las 53.620 hectáreas que adquirió sobre el acuífero del Campo El Arenal o de Los pozuelos (80% de la superficie total de la cuenca) para la instala- ción de pozos de bombeo y un acueducto de más de 25 km desde allí hasta la zona de mina; el recorrido del suministro de energía que cuenta con una línea de alta tensión (220kV) de trans- misión privada, propiedad de Alumbrera, de 202 km de longitud, que comienza en la estación transformadora El Bracho, provincia de Tucumán y termina en la Mina, la cual también abastece de energía a diversos pueblos de la zona impactada; el mineraloducto que recorre 317 km entre la mina y la planta de secado del barro mineral en Ranchillos (Tucumán) y el tren de carga particular desde Tucumán hasta el puerto de Rosario en la provincia de Santa Fe.
En este sentido, comparto lo que señalan Jofré y Chacaltana (2023) al proponer “ver a los extractivismos como mecanismos onto-epistémicos impres- cindibles para el despojo y violencia intrínsecos a múltiples dinámicas contem- poráneas del patriarcado moderno neocolonial” (p.20). En este sentido, es parte del proceso construir una etnografía que devele y evidencie estos mecanismos, que apueste a narrar genealógicamente experiencias cotidianas de sujetxs que vi- ven gran parte de su vida enfrentando el orden patriarcal-capitalista-extractivista estadocéntrico y su lógica depredatoria.
Las múltiples violencias registradas en el trabajo etnográfico impactan directamente en todas las áreas de la vida comunitaria, evidenciándose una des- articulación de las economías regionales y familiares, dirigiendo una relación de dependencia salarial con el estado, empresas tercerizadas y las empresas mi- neras, sumado a la precarización de los trabajos de cuidado de las mujeres y la pérdida de autonomía económica. La violencia intrafamiliar ha aumentado, como así también la violencia sexual y la explotación sexual de los cuerpos feminiza- dos mujeres, en relación directa con la re-patriarcalización de los territorios y la reconfiguración de las relaciones de género. La vulneración sobre el acceso al agua, la salud integral y un ambiente sano, repercute en la vida de comunidades muy cercanas a la zona de explotación, registrándose nuevas enfermedades en personas y seres no humanos (animales y plantas), llevando muchas veces a pro- cesos de desplazamiento forzado y con ello el desarraigo.
La vulneración de los derechos a la participación de las personas en los asuntos relativos a sus territorios y bienes comunes está acompañada de la mili- tarización del territorio, el incremento de la violencia policial represiva, la crimi- nalización y la persecución judicial sobre lxs defensorxs del agua y la tierra. Ante todas estas violencias, se sostienen con fuerza experiencias de reproducción de la vida a contramano de la lógica del capital, y emergen experiencias de defensa y cuidado de los comunes, las cuales son el interés principal de mi trabajo.
Guiada por algunos interrogantes entorno a la propuesta etnográfica so- bre las experiencias, intento desovillar y ubicar dicha categoría desde diferen- tes abordajes feministas, dar cuenta de sus dimensiones, afinidades, distancias y vinculaciones teórico-epistemológicas con mi trabajo. Entre las inquietudes que guían este escrito, me pregunto: ¿cómo nuestras experiencias y memorias territoriales, situadas, resistentes, diacrónicas, anacrónicas, pequeñas, cotidianas, disidentes, disruptivas, dispersas, borrosas, colectivas y singulares se vuelven ne- cesarias para trazar narrativas a contratrama del poder y del (renovado) discurso desarrollista-neoliberal-extractivista que se instala en nuestra región como única opción hacia el futuro?
¿Es posible construir una historia común de nuestras luchas, desde la investigación acuerpada2 a los procesos dolorosos y (des)esperanzadores que transitamos en territorios heridos por la megaminería? ¿Cuál es la pertinencia de aspectos y elementos ligados a la experiencia, a la oralidad, praxis y gestua- lidad política de subjetividades resistentes, en la escritura de una tesis doctoral en Ciencias Humanas que apuesta a la construcción de conocimiento parcial?
¿Cómo evitar la desmaterialización de la experiencia en el proceso narrativo de la escritura académica?
Cabe aclarar que, si bien la mirada que asumo no fragmenta el llamado marco teórico de la propuesta metodológica, en este texto me centro en conectar conceptualmente experiencia, cuerpo y política con algunos debates que hacen parte de la reflexividad y pensamiento fronterizo (Anzaldúa, 2016), desde la cual afronto las tensiones de habitar los márgenes de la academia y espacios de acti- vismo antiextractivista, antipatriarcal, anticapitalista y anticolonial.
En este sentido, con la intención de organizar y explicitar las conver- saciones y afectaciones que atraviesan la relación entre cuerpo y política en la investigación situada, en un primer apartado, desarrollo la propuesta política del feminismo antiextractivista y cómo la misma se constituye como perspectiva teó- rica en diálogo con otros enfoques epistemológicos.
En un segundo momento, retomo los planteamientos de Adrienne Rich (1984) sobre la política del posicionamiento puesta en diálogo con los señala- mientos críticos del punto de vista feminista (Smith, 2005; Hill Collins, 1990a) y las epistemologías feministas (Haraway 1995; Harding, 1995, 1996; Bach, 2010), trazando algunas ideas sobre la relación entre experiencia, cuerpo e in- vestigación. También retomo brevemente algunos aportes de las antropologías críticas, para ubicar la categoría corporalidades alterizadas como una clave de mi trabajo en torno a la discusión sobre el sujeto político del(os) feminismo(s).
En un tercer momento, realizo una breve revisión del trabajo que realiza Ana María Bach (2010) -una de las pioneras del feminismo filosófico en Argen- tina-, sobre la noción de experiencia y las relaciones establecidas desde los femi- nismos con dicha categoría. Señalo brevemente, cómo estas dimensiones hacen parte de las conversaciones que atraviesan mi investigación.
En un cuarto apartado, comparto algunas puntadas de lo que podría lla- mar el esquema analítico que estructura el marco interpretativo-conceptual de mi tesis doctoral. Allí, intento hilvanar las categorías analíticas y las dimensiones empíricas de la experiencia contempladas, con lo expuesto en los apartados an-
2 Utilizo esta expresión feminista para referir la acción política -singular y colectiva- de entra- marse con otras en las luchas frente a las múltiples violencias, desde el dolor y la digna rabia, desde la alegría de saberse comunidad en territorio.
teriores. Todo esto a sabiendas que desde la perspectiva que propongo no hay un esquema unidireccional para el cruce de las variables que identifico en la labor etnográfica. En esa línea, ofrezco un recorrido por las definiciones que establezco sobre las dimensiones de la experiencia y sus cruces con las categorías analíticas.
Para concluir el escrito, esbozo algunas inquietudes epistemológicas res- pecto de los modos en que trabajamos sobre las tramas memoriales, el archivo vital y las intencionalidades resistentes que emergen de las experiencias micro- políticas, cotidianas y situadas.
Como primer momento de este trabajo, señalo algunas vinculaciones entre ex- periencia, cuerpo y política a partir de mi trayectoria vital, atravesada por las tensiones y los acercamientos entre el activismo y la investigación.
Desde el año 2018, con un grupo de compañeras que nos conocemos por diversos espacios de resistencia colectiva -asambleas, comunidades indígenas, espacios artísticos, ámbitos universitarios, entre otros-, comenzamos a mate- rializar la Red Plurinacional de Feministas Antiextractivistas del Sur3 median- te encuentros presenciales e intercambios virtuales. En cierto sentido, nuestra colectiva emerge impulsada por diversas necesidades políticas-afectivas, entre ellas la contención emocional y la urgencia de debatir con otras desde el acuerpa- miento territorial antipatriarcal. Esto se da en un contexto donde la lucha por la legalización del aborto en Argentina y otras demandas feministas internacionales y nacionales (más o menos cercanas a nuestras agendas locales) atravesaron y tensaron conflictivamente las organizaciones socioambientales, comunitarias y asamblearias.
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3 Somos una pluralidad de voces que nos conocimos en la militancia antiextractivista, específi- camente enfrentando proyectos megamineros; devenimos feministas a nivel colectivo y singular en diferentes temporalidades y atravesadas por experiencias disímiles que encuentran un común: la defensa del agua, la tierra y los cuerpos-territorios heridos. Nos acuerpamos desde la necesi- dad de conformar un espacio de reflexión, para pensarnos desde las violencias que transitamos e identificamos tanto a nivel macropolítico (sistema capitalista-heteropatriarcal-colonial y extracti- vista) como en lo micropolítico (en las asambleas y comunidades atravesadas por estos sistemas de relaciones desiguales). La red nos mantiene informadas sobre lo que sucede en cada territorio a nivel regional y plurinacional; nos permite estar alertas y coordinar acciones frente a situacio- nes que conectan los proyectos neoextractivistas que se asientan al interior como así también en las fronteras políticas de las provincias argentinas que habitamos con sus políticas específicas (Catamarca, La Rioja, Salta, Jujuy, Santiago del Estero, San Juan y Mendoza). Para más infor- mación y/o ponerse en contacto con la Red Plurinacional Feministas Antiextractivistas del Sur, facilitamos el e-mail: feministasantiextractivistas@gmail.com y página de Facebook Feministas Antiextractivistas del Sur (s.f).
El estar siendo-resistiendo y doliéndonos frente a la avanzada neoextrac- tivista y las violencias (hetero)patriarcales-capitalistas-coloniales, nos acercó desde el compartir unas con otras reuniones, rituales, talleres y otras dinámicas para problematizar los sistemas de explotación y dominación. Fuimos enrique- ciendo nuestras miradas enraizadas a la historicidad de los territorios habitados, en los que hemos nacido y sido criadxs, a los cuales hemos migrado, los que elegimos para criar la vida, los que transitamos y habitamos en la adultez. Reco- nociendo cómo las heridas y dolores que marcan nuestros cuerpos tienen múlti- ples orígenes, signados por vivencias propias, pero también de otrxs, colectivas y singulares, contemporáneas y ancestrales, construimos un nosotras.
El hecho de experienciar, de maneras diferenciadas, las violencias que las clasificaciones modernas-binarias producen sobre-en nosotras, nos permitió reconocernos en las historias de las otras, lo que María Lugones (2021) llamó viajar a los mundos de las otras. Desde allí, hemos podido pronunciarnos colecti- vamente para denunciar las alianzas entre ONG, instituciones, estados, empresas, universidades, y actores de la sociedad civil que sostienen el avance megaminero en nuestros territorios, mediante la violencia y el despojo que repercute en todos los espacios de vida (humana y no humana) que cohabitamos.
Atravesada por estas vivencias, entiendo las experiencias compartidas como un campo fértil desde el cual hacer, pensar y (re)producir conocimientos plurales, antagónicos al proyecto del capital (Gutiérrez Aguilar, 2017). Es en el construir unas con otras, donde radica la potencia política e histórica de la que busco dar cuenta en mi tesis doctoral a partir de la construcción de genealogías y narrativas feministas antiextractivistas.
Esta genealogía creada en el desandar historias, busca romper con un tipo de construcción feminista que se centra en protagonismos individuales, en el “empoderamiento” de las mujeres desde la racionalidad moderna-patriarcal-oc- cidentalizada que cuenta la historia a partir de hechos grandilocuentes (muchas veces ajenos a los territorios nuestros), e incorpora mujeres y algunas disidencias sexuales a las narrativas hegemónicas. A contratrama de estas formas, busco en- trelazar a aquellas experiencias micropolíticas de las pequeñas cosas de la vida cotidiana de corporalidades alterizadas que habitan y transitan nuestros mismos espacios de vida, entramadas a nuestras trayectorias y biografías, mediante el registro etnográfico de materialidades, gestos, sentires, actos, intencionalidades, etc. que emergen contra las violencias sistemáticas.
Realizar una tesis doctoral en el campo de las Cs. Humanas ofrece la posibilidad de integrar una marcada heterogeneidad de producciones científicas en torno al análisis de procesos socioculturales, incluyendo perspectivas y praxis políticas que suceden en las fronteras de la academia, como así también trayectorias bio- gráficas y prácticas activistas no-académicas. Atender esta pluralidad e indisci- plinar las formas clásicas de plantear un marco teórico, me permite construir un abordaje epistemológico-ontológico y apostar a trazar redes propias de pensa- miento-acción-afectación.
En este sentido, la perspectiva feminista antiextractivista desde donde nace esta investigación situada en las luchas, se alimenta de luchas hermanas que suceden en toda Abya Yala4. A la vez, conversa y debate con propuestas de diversxs autorxs del campo de las ciencias humanas y sociales críticas, las cuales recupero a continuación, con la intención de trazar algunos hilos específicos de ciertos diálogos que resultan enriquecedores para pensar el lugar de la experien- cia en este trabajo.
En este sentido, los estudios producidos en lo que podemos nombrar el campo de los debates culturales5 y sus diferentes búsquedas por construir saberes desde la transdisciplinariedad, han sido una interpelación para mi trabajo, como así también sus críticas al método científico y los intereses de la academia. Al desplazar de sus fines la acumulación de conocimiento universal y verdadero, aportaron un valor clave en la investigación política-situada al no pretender acre- centar el capital simbólico de lxs autorxs, sino más bien contribuir a las luchas y problematizaciones que se dan en los espacios habitados y transitados. Asimis- mo, estos estudios se presentan como formas de intervención política contextua- lizada en el mundo, exponiendo los entramados existentes entre las prácticas de lxs sujetos y las relaciones de poder que nos afectan, sujetan e implican.
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4 De ahora en más, a lo largo del texto se utilizará esta expresión recuperando las formas de enunciación que diversos pueblos indígenas y organizaciones asamblearias comunitarias utili- zamos para nombrar el amplio territorio que abarca el actual continente americano, su historia común a partir de colonización europea, reconociendo sus diferencias y heterogeneidades. Si bien, el origen del término nos lleva al Pueblo Cuna, como forma de nombrar la “tierra en plena madurez” o “tierra que sangra”, utilizamos este concepto como apuesta descolonizadora de nues- tras lenguas. Es una disputa sobre los modos de nombrar lo que generalmente se nombra como Latinoamérica y el Caribe, Sudamérica y Norteamérica, que da cuenta de otras formas de percibir el territorio.
5 Quisiera destacar las contribuciones de gran relevancia para mi trabajo, de Frantz Fanon, Stuar Hall, Eduardo Restrepo, Ochy Curiel, Mario Rufer, Nelly Richard, Leonor Arfuch, Claudia Briones, Marisol de la Cadena, Alejandro Grimnson, Arturo Escobar, Mario Blaser, Fals Borda, Silvia Citro, entre otrxs autores que han hecho aportes importantes y originales dentro del campo del análisis sociocultural, construyendo enfoques críticos como la antropología de la dominación, antropología de y desde los cuerpos, los estudios en torno a los procesos de alterización-raciali- zación, la memoria y el archivo, entre otros.
Por otro lado, entrecruzo las construcciones realizadas por diversxs auto- rxs del pensamiento crítico latinoamericano6 sobre el sistema (hetero)patriarcal, capitalista y colonialista, con los debates antropológicos sobre los dispositivos modernos estatales productores de alteridades y sus efectos subjetivadores. La forma Estado-Nación y su genocidio inaugural (Lenton et al., 2015), sus proce- sos clasificatorios-normativos en la instauración de sentidos sobre los cuerpos y los comunes, la colonialidad inscripta en los territorios-cuerpos mediante meca- nismos y formaciones de alterización (Briones, 2005; Segato, 2007), el colonia- lismo interno (Gonzales Casanova, 2006; Rivera Cusicanqui, 1984, 2010), etc. hacen parte también de los sentidos que atraviesan epistémica y ontológicamente mi tesis doctoral. Me apoyo en ello para problematizar los sentidos instaurados en torno a las conflictividades que emergen ante la avanzada empresarial-cientí- fico-estatal moderna, neoliberal, neocolonial, neoextractivista y heteropatriarcal.
Al mismo tiempo, son transversales los debates del giro ontológico para cuestionar las dicotomías occidentales establecidas, como ser la de naturale- za-cultura (Descola, 1986, 2012; Viveiros de Castro, 2003, 2013; Tola, 2016, en- tre otrxs). Abordar las violencias ejercidas históricamente sobre los cuerpos-te- rritorios racializados, sexualizados y objetualizados, apertura a otras formas de comprender y entender la existencia y la con-vivencia de seres múltiples. Las ontologías relacionales que pujan constantemente por sostener otros mundos, di- sidentes al proyecto histórico del capital y sus mandatos, me permiten repensar el cuidado, la defensa y reproducción de la vida colectiva (humana y no humana). A su vez, desde allí es posible repensar nuestras prácticas y discursos que eviden- cian las tensiones entre la ontología moderna y las relacionales, y ejercitar una vigilancia epistémica sobre los propios supuestos occidentales que se arrastran en el proceso de investigación y muchas veces emergen en el texto como contra- dicciones latentes a ser revisitadas, revisadas y expuestas.
Por otro lado, el desarrollo de diversas formulaciones en torno al punto de vista feminista, las epistemologías feministas y el pensamiento situado, hacen parte de las reflexiones respecto de la cuestión empírica y teórica en torno a la experiencia. Si bien en el tercer apartado me detendré sobre este punto, como anticipación, quisiera destacar algunos aportes a la perspectiva feminista antiex- tractivista.
Un primer punto refiere a ciertas producciones académicas de autoras feministas, que operan como respaldo para enfrentar el sexismo académico y androcentrismo de la ciencia. Desde allí es posible argumentar y defender nues- tros proyectos, cuando se nos exige hacer investigación desde aquellas miradas
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6 Aquí me refiero a autores como Enrique Dussel, Aníbal Quijano, Santiago Castro Gómez, Walter Mignolo, Catherine Walsh, Paulo Freire, Rodolfo Kush, Edgardo Lander, Rita Segato, Silvia Rivera Cusicanqui, entre muchxs otrxs.
sesgadas sobre lo social, construidas históricamente desde las epistemologías modernas universalistas que siguen reinando en las universidades.
Estos enfoques son herramientas cuando nos enfrentamos a evaluaciones que reclaman la pretendida neutralidad del método científico; permiten enmarcar el feminismo antiextractivista desde la situacionalidad y contextualización del sujeto que investiga, apostar a una objetividad parcial (Haraway, 2021) y a la politización-implicancias de las problemáticas que abordamos.
Un segundo punto, tiene que ver con la experiencia de lo cotidiano y su revalorización como proceso y espacio de conocimiento pertinente al ámbito de las epistemologías feministas, desde el cual se construyen subjetividades en una profunda relación política entre pasado-presente-futuro de un modo no lineal. Estas propuestas ubican las experiencias como el punto de partida para definir el problema de investigación, como así también su valor empírico en la contrasta- ción de las preguntas, búsquedas y respuestas. Como señaló Joan Scott (2001), la experiencia aparece como evidencia, como aquello que debe ser explicado y que siempre está en disputa; la experiencia hace a la historia -tanto colectiva como individual- de los sujetos, profundamente imbricada a nuestras narrativas de lo cotidiano, los procesos de identificación, politización y subjetivación.
En este sentido, los relatos experienciales (Stone-Mediatore, 1999) de corporalidades históricamente alterizadas y vulneradas que nos encontramos des- de el feminismo antiextractivista, cobran relevancia política en esta investigación que busca develar procesos de despojo y violencias sistemáticas. Visibilizar estos relatos en territorios donde el discurso dominante tiende a invisibilizar realidades que constatan la existencia de relaciones de poder jerárquicas, resulta clave para denunciar las desigualdades históricas y cotidianas que atentan contra las formas de vida digna y gobiernan la muerte.
Por otro lado, recojo algunas contribuciones realizadas por activistas fe- ministas de la disidencia sexo-genérica al llamado giro afectivo, que reformula la crítica del sujeto moderno al proponer explicitar la politicidad de los afectos para pensar la trama que nos une a otrxs. Resulta central comprender los afectos como aquello que circula entre los cuerpos (flores, 2019), entre los marcos de inteligi- bilidad que hacen vivibles o no ciertas emociones/sentimientos. En este sentido, los marcos de inteligibilidad de quienes estamos involucrados profundamente con llevar adelante una vida aferrada al territorio, desde el cuidado y la defensa de la tierra, el agua y los cerros, nos permiten experienciar emocionalidades que nos acuerpan, nos agrupan, nos encuentran en una trama comunitaria resistente a la avanzada neoextractivista minera.
Siguiendo este camino, otro cruce dialógico fundamental para el femi- nismo antiextractivista, tiene que ver con diversas vertientes de los feminismos
críticos del sur y territoriales de Abya Yala (comunitarios e indígenas, campesi- nos, populares, lésbicos, travestis-trans, negros y de color, marrones, populares, antirracistas, antiextractivistas, antipatriarcales, entre otros) imposible de detallar aquí en sus particularidades. A mi modo de comprender cada uno de ellos han dado cuenta -de diversos modos- que, el patriarcado es un sistema violento de dominación, explotación, saqueo y despojo que excede la cuestión del género o la sexualidad (como generalmente se lo caracterizó desde los feminismos occi- dentales/occidentalizados). Por el contrario, el mismo se edifica afectando otras áreas de la vida cotidiana, no solo en la vida de mujeres y disidencias sexuales, sino de una pluralidad de corporalidades alterizadas a partir del nuevo orden de poder global-colonial que se forja a partir de 1492 (Quijano, 1993), con sus trans- formaciones, reactualizaciones y continuidades en el marco de los Estados-Na- ciones latinoamericanos con sus especificidades (Segato, 2007; 2016).
Por último, quisiera señalar la importancia de la construcción epistemo- lógica contrahegemónica del feminismo decolonial y sus implicancias en mi de- venir como activista e investigadora.
Específicamente, las producciones de la escritora e investigadora feminis- ta lesbiana, antirracista y afrodominicana Yuderkys Espinosa Miñoso, han sido trascendentales para realizar una revisión autocrítica de mi trabajo. Esta autora se ha dedicado a problematizar la colonialidad de la razón feminista y emprender el camino de descolonizar el feminismo, visibilizar y desestabilizar los supuestos modernos que el mismo feminismo reproduce (Espinosa Miñoso, 2014a); incluso realiza una crítica descolonial a las epistemologías feministas críticas (2014b). Su proposición metodológica sobre una genealogía de la experiencia (Espinosa Miñoso, 2019) invita a explorar las condiciones de posibilidad que nos consti- tuyen a quienes investigamos, reconociendo la densidad política que reside en nuestra experiencia y en el archivo que vamos produciendo al reconocerla, docu- mentarla, describirla, etc. mientras estamos en lucha, resistiendo.
Como señaló María Lugones (2021), abogar por una perspectiva de “la resistencia como un estar resistiendo” (p. 308), como una intencionalidad que sucede entre las personas, rompe con la ficción de la agencia individual moder- na de los sujetos entendidos como unívocos-monolíticos. Dispersar el sentido dominante sobre el agente moderno como un sujeto que actúa desde una inten- cionalidad absolutamente individual, requiere el desafío de asumir una multitud de líneas que constituyen una sociabilidad alternativa y compleja, más allá del binomio separatista del opresor/oprimido.
En este sentido, tanto los procesos resistentes colectivos como la investi- gación acuerpada en las luchas precisan indiscutiblemente de un grupo de perso- nas, pequeño, donde la palabra circule, donde se pueda hablar y escuchar, encon- trándose desde un reconocerse desde el cuerpo-territorio herido, desde el saberse
colonizadas, al decir de Silvia Rivera Cusicanqui (2015), y que nos encontramos en la búsqueda de descolonizar y despatriarcalizar lo cotidiano y las relaciones que constituyen la trama de la vida.
Considero esta propuesta epistemológica-ontológica y metodológi- co-afectiva, como una política pluriversal anti-masividad que encuentra en la asamblea, en la ronda, en la comunalidad, su espacio de germinación (Jofré y Gasetúa, 2022). En ese marco, las feministas antiextractivistas que habitamos los márgenes de la universidad, nos ubicamos en la investigación desde ese lugar muchas veces incómodo; no como observadoras, analistas o documentalistas de las conversaciones y palabras de otrxs ni como mediadoras entre dos mundos, sino como cuerpos-territorios heridos que se reconocen con otrxs en las fronteras.
La idea de pensamiento fronterizo (Anzaldua 2016; Lugones, 2011; Jofré, 2020; 2022) anuda los hilos de esta perspectiva asumida, que pone en el centro la importancia de construir espacios de enunciación propios, singulares y colec- tivos, atravesados por las trayectorias biográficas ambiguas, por las contradic- ciones. Estos lugares también implican un proceso de distanciamiento de otras propuestas feministas en el campo de las investigaciones y de la praxis callejera, que colocan la problemática extractivista en relación con las cuestiones de gé- nero, como ser el ecofeminismo o la ecología política feminista, perspectivas en las cual muchas veces se intentan colocar nuestras propuestas para darle un “respaldo académico”.
Esta distancia enunciativa está fuertemente marcada por la política de la localización y posicionalidad (Rich, 1984; Hall, 2010) que atraviesa esta inves- tigación acuerpada en las luchas feministas antiextractivistas que suceden en los diferentes territorios provinciales del Noroeste argentino (NOA), Cuyo y Patago- nia, a lo largo y ancho del territorio plurinacional. Son las denuncias de las vio- lencias y despojos múltiples producidos por los sistemas de poder estructurales en nuestros cuerpos-territorios, las que marcan en algún punto nuestras agendas, que van por fuera de las demandas más difundidas en términos de violencia de género, igualdad y derechos individuales.
Pienso entonces, que esta apuesta afectiva ontológica-epistémica-teórica y metodológica del feminismo antiextractivista, nutrida por muchas corrientes de pensamiento y acción, me permite no solo reconocer los desplazamientos produ- cidos en torno a las formas de producción de conocimiento, sino también exami- nar nuestras migraciones por espacios y lugares de reflexión, como parte de un lenguaje-pensamiento-praxis fronteriza. Desde allí, es posible desafiar la centra- lidad del lenguaje académico científico moderno-colonial y (hetero)patriarcal, sus narrativas e historizaciones producidas respecto de nuestros cuerpos-territo- rios despojados, serviles a la racionalidad extractivista del Estado-Nación (Jofré, 2020).
Varios de los planteos que realiza Adrienne Rich en su texto “Apuntes para una política de la posición” (1984), hacen parte de los ingredientes claves en la coci- na teórica-epistemológica de mi tesis. En primer lugar, destaco que tanto nuestras preguntas de investigación como nuestros procesos vitales, no pueden satisfacer- se dentro de los márgenes tangibles e intangibles de la universidad y las ciencias con su pretensión de verdad universal. En segundo lugar, reafirmo que mediante mi experiencia corpopolítica (relegada constantemente al ámbito de lo mundano por docentes y autores consagrados), existe una puerta para preguntarme por aquellos procesos que deseo comprender desde la relación que establezco con ellos, y que mediante la abstracción arrogante, privilegiada y masculina disfraza- da de neutralidad científica (Rich 1984) no es posible hacerlo.
Para ello retomo la propuesta de Rich (1984) de empezar “por la geogra- fía más cercana: el cuerpo” (p. 251), como parte de una autocrítica al feminismo y sus propias concepciones de entender al sujeto “mujeres” como un todo abs- tracto y homogéneo representativo de las problemáticas “del feminismo”. A su vez, “decir *mi cuerpo*, reduce la tentación de hacer afirmaciones grandilocuen- tes” (p. 254). Con esto, indica:
empezar por nuestro cuerpo como localización del terreno desde el cual hablar con auto- ridad … no para trascender este cuerpo, sino para reclamarlo … empezar por lo material. Recoger de nuevo la larga lucha contra la abstracción arrogante y privilegiada. (Rich, 1984, p. 252)
La crítica a la abstracción tiene sentido para mi trabajo de tesis, donde las dife- rencias -que este mecanismo intenta borrar, invisibilizar o anular- tienen un lu- gar fundamental. Me refiero a las diferencias entre lugares geopolíticos, épocas, expresiones y condiciones socioculturales, marcaciones de clase, raza, género y territorialidad, y los movimientos de los cuerpos. Todas ellas hacen a la plura- lidad y la profundidad de las experiencias concretas de los sujetos, singulares y colectivos, de los sujetos políticos, de las corporalidades alterizadas, por ende, situadas, que resisten a los avances del neoextractivismo minero en Catamarca.
La empiria de las experiencias vividas radica ahí, en lo concreto, de la experiencia que está anclada a un cuerpo; es decir, es una experiencia encarna- da, por lo tanto, particular y compartida (o no) con otrxs. Atender a estas expe- riencias desde un abordaje etnográfico y genealógico donde prestamos atención a las marcaciones, historizando las cicatrices, alteraciones, memorias, pérdidas, luchas, alegrías y dolores, nos conduce a un conocimiento parcial y plural sobre una problemática específica.
A su vez, las reflexiones de Rich acerca de la experiencia y el cuerpo, apuntan a su vez a posicionarnos desde la propia carne como una forma de ir más allá de la experiencia subjetiva. La autora hace un llamado a reconocer los proce- sos socioculturales e históricos en los que nuestros cuerpos sexuados adquieren ciertos sentidos y significaciones dentro de las matrices de opresión basadas en la diferencia racial, étnica y de género. Lo hace atravesada por las críticas de las fe- ministas negras, quienes marcaron un punto de inflexión en la narrativa feminista hegemónica -que en sus discursos utiliza “las mujeres” como concepto-sujeto universal (basado en la experiencia de mujeres blancas del norte global)-, para comenzar a nombrar la simultaneidad e interseccionalidad de opresiones que vi- venciaban mujeres negras, chicanas y de color, en su mismo país.
En síntesis, estas reflexiones hacen parte del proceso epistemológico de comprender “la experiencia” también como un proceso empírico al cual poder hacerle preguntas, como así también como elemento clave en la construcción de un problema de investigación que me/nos involucra de modo específico y multisituado a nosotrxs, sujetxs investigadorxs. No somos un cuerpo abstracto ni mucho menos universal que realiza un trabajo neutral, a-político y objetivo. La fuerza transformadora de la política feminista del situarse radica en que la misma admite su incapacidad de abarcarlo todo, echando abajo “una y otra vez el falso masculino universal” (Rich, 1984, p. 256) y resalta su potencialidad en la cons- trucción de conocimiento parcial (Haraway, 2021) que sea útil para los pueblos y comunidades, en el/los territorio/s y fronteras donde nuestros cuerpos habitan y transitan.
Como parte de este rumiar sobre las experiencias y lxs sujetos de esta investigación -que trascendía el sujeto “mujeres” y toda “identidad de género”-, es que fue decantando la categoría analítica corporalidades alterizadas (recono- ciendo los límites y tensiones existentes entre las categorías cuerpos y corpora- lidades), la cual considero me permite visibilizar la historicidad que atraviesa los cuerpos que son parte del diálogo etnográfico. La utilizo para referirme a los sujetos concretos y sus experiencias de cuidado, defensa y reproducción de lo común, con quienes comparto el encuentro desde el estar/andar resistiendo, sin pretender capturarlos o encasillarlos en una identidad. Esta historicidad refiere a los procesos de marcación de los cuerpos de forma singular, pero principalmente a las formaciones de alteridad producidas por las políticas coloniales y del Es- tado-Nación (Briones, 2005; Segato, 2007) que imbrica los tiempos presentes con la historia larga de los cuerpos-territorios heridos. En este sentido, cabe des- tacar aquello que Segato (2002) llamó alteridades históricas, como “una forma de relación, una modalidad peculiar de ser-para-otro en el espacio delimitado de la nación donde esas relaciones se dieron, bajo la interpelación de un Estado y articuladas por una estructura de desigualdades propia” (p. 121).
En este proceso, los territorios-tierra, así como los cuerpos-territorios (Cabnal, 2010) han sido alterizados. Hay ciertos territorios que la matriz de poder construye como “otros”, racializados, sexualizados y cosificados violentamen- te, configurados como aquello sacrificable, descartable, explotable y dominable, como lugar de lo inferior, de lo atrasado y a su vez, la base para el desarrollo de los territorios valorados. La colonialidad de los procesos de alterización implica examinar las políticas de la diferencia (Lugones, 2008, Segato, 2016) sobre todo lo que integra la trama de la vida, no solo sobre los seres humanos. El ejercicio de caminar-preguntando, permite rastrear las huellas de la producción de la dife- rencia como desigualdad, de modo situado.
En este proceso, voy recogiendo pistas sobre cómo la pretensión de cons- truir ciudadanos argentinos aferrados a las ideas de “nación” está presente en las subjetividades activistas y cómo las mismas van desarmando estos imaginarios a partir de las luchas y procesos de resistencia. Al mismo tiempo, aparecen ciertas tensiones al registrar formas específicas de alterización que el poder construye en la provincialidad catamarqueña (provincia del noroeste argentino) y sus fron- teras, las cuales evidencian que las marcaciones de alteridad no son universales.
Con la intención de historizar de forma breve los múltiples abordajes feministas sobre la experiencia, dimensiones y aspectos de la misma que resultan de interés para mi trabajo, retomo algunos puntos del recorrido que propone Ana María Bach (2010) en su libro “Las voces de la experiencia. El viraje de la filosofía fe- minista”. Allí la autora recupera textos centrales para la teoría crítica feminista y realiza una síntesis muy completa de los debates feministas sobre la experiencia, que atraviesan a las Cs. Sociales y Humanas.
Como señala Bach (2010), la noción de experiencia tiene una multiplici- dad de significados en la historia del pensamiento crítico y en el debate feminista internacional ha tomado un lugar central. La autora se encarga de desmenuzar las diferentes posturas y miradas políticas que cada perspectiva feminista ha defen- dido y criticado sobre los abordajes de la experiencia, y destaca tres dimensiones de la misma -la dimensión psicológica, la política y la cognoscitiva- que atravie- san todos estos debates. Luego, emprende un camino donde explora cuatro tipos de relaciones establecidas desde los feminismos: a) entre experiencia y subjetivi- dad; b) entre praxis política y experiencia; c) entre experiencia y conocimiento; y
d) la relación entre experiencia y lenguaje. A continuación, señalo la importancia de integrar las relaciones distinguidas por Bach, a mi trabajo de investigación.
Sobre la relación entre experiencia y subjetividad, podemos encontrar di- versas conceptualizaciones en el campo de la psicología, la semiótica/lenguaje y la filosofía del siglo XX. En el campo de la teoría feminista, es la intelectual Teresa de Lauretis (influenciada por Jaques Lacan, Charles Peirce y Umberto Eco) quien realiza un aporte original al sacar la experiencia del ámbito de lo individual (idem.). La noción de diferencia sexual es clave en los ensayos de De Lauretis, para comprender la experiencia como un proceso continuo por el cual se construye semiótica e históricamente la subjetividad, que no es universal, sino que es sexuada. En este sentido, resulta una línea importante la comprensión de la sexualidad como un aspecto central en mi abordaje que integra experiencias de corporalidades alterizadas y la producción de subjetividades activistas en un contexto de avanzada neoextractivista en Catamarca.
Las indagaciones sobre la relación imbricada entre experiencia y subje- tividad han hecho foco en los factores internos (vida psíquica) y sociales (pa- pel que desempeñan las instituciones) de la experiencia; esta queda entendida como resultado de la interacción semiótica de los mundos “exterior e interior”, como un engranaje continuo entre el yo/el sujeto y la realidad social. Al entender la experiencia como producto/efecto de la interacción de la subjetividad con el mundo, se lo plantea vinculando de forma intricada cuerpo-sexualidad-actividad política. De hecho, De Lauretis (2000 citado en Bach, 2010) habla de un sujeto encarnado (diferente a ese sujeto moderno concebido como entidad abstracta), como ser los sujetos de los feminismos, sujetos ex-céntricos, desplazados, que habitan los márgenes.
Por otro lado, la relación establecida entre experiencia y política abor- dada por Bach, recupera voces de autoras como bell hooks, Gloria Anzaldúa, María Lugones y Chandra Mohanty, entre otras. Estas mujeres de color, a pesar de ciertas diferencias o desacuerdos en sus planteamientos, comparten la crítica al feminismo blanco y la búsqueda de producir teoría a partir las experiencias co- tidianas atravesadas por la triple opresión (raza-clase-género). Parten de entender cómo las múltiples opresiones se vivencian simultáneamente, en territorialidades periféricas, como sujetxs desplazadxs. A su vez, ponen en el centro aquellas ex- periencias que se producen desde los márgenes (sensu bell hooks), en las fronte- ras (sensu Anzaldúa), apostando a un feminismo sin fronteras (sensu Mohanty, 2020) desde una mirada amorosa en el estar resistiendo con otras y viajar a sus mundos (sensu Lugones, 2021).
Si bien estas autoras no dejan de lado la dimensión subjetiva y cognosci- tiva de la experiencia, se centran en el aspecto político de la misma, en los movi- mientos que se producen al compartir historias comunes y diferentes, tensionan- do el binarismo opresor-oprimido. Hacen foco en las resistencias a los sistemas de explotación y dominación, proponen alternativas a las miradas feministas de la segunda ola y apuestan a la posibilidad de producir experiencias de liberación
para las mujeres y sus comunidades. A su vez, las narrativas originales y disi- dentes que emergen de los relatos autobiográficos que estas autoras ensayan -al mezclar lugares, tiempos y lenguas- lo que Anzaldúa (2009) llamo autohistoria. Sus trabajos dieron lugar a esbozar teorías desde la propia memoria; utilizan diferentes elementos narrativos en los (auto)relatos (poesía, mitos, ficciones, he- chos reales, prosa, imágenes, etc.), que dan cuenta de la multidimensionalidad y ambigüedad que nos constituye. En ese camino ubico mi trabajo doctoral.
Quisiera rescatar un aspecto que Bach (2010) señala sobre la perspectiva de Mohanty, donde “lo personal” no es entendido como algo estático, sino que cambia a través de la experiencia y que la comprensión de la experiencia es lo que hace posible la teoría, si se emprende la tarea de observar cómo actúan cotidianamente las mujeres de las comunidades marginadas, y se presta atención a los modos de resistencia colectiva y personal que se despliegan frente a los conflictos. En este sentido, el conocimiento debe entenderse como algo profundamente histórico y colectivo, determinado por nuestra participación en comunidades estrechamente ligadas al compromiso político. En palabras de Mohanty (2004):
Es esta comprensión de la experiencia y de lo personal lo que hace posible la teoría. Para mí la teoría es una profundización de lo político, no un desplazamiento de lo político: un destilado y una intensificación de lo personal. La mejor teoría convierte en comunicables la experiencia personal y los relatos… esta clase de pensamiento analítico, teórico, nos permite mediar entre diferentes historias y comprensiones de lo personal. Después de todo, uno de los desafíos fundamentales de la “diversidad” es entender nuestras dife- rencias colectivas en términos de agencia histórica y responsabilidad para que podamos entender a los otros y construir lazos de solidaridad entre límites divisorios (p. 191, citada en Bach, 2010, p. 60).
A este grupo de autoras que se centran en la dimensión política de la expe- riencia, yo le sumaría la ya mencionada genealogía de la experiencia de Espinosa Miñoso7 (2019) que se pregunta por la construcción de un archivo propio a partir de las vivencias que ha tenido en sus más de tres décadas de activismo feminista en América Latina. Al respecto, la autora señala:
Construí mi archivo con las notas de las reuniones a las que acudí, las actividades que ayudé a organizar, las discusiones de las que fui parte, las reflexiones que de allí surgie- ron y que se acumulan en ensayos, notas, artículos publicados e inéditos. Con las mil y una historias que guardo en la memoria … Hay también una memoria corporal y visual que acompaña los discursos, sensaciones de alegría, de dolor, de victoria o de derrota, de expectación, incredulidad o certezas … me he propuesto construir y proponer la posibi- lidad de hacer una genealogía de la experiencia del feminismo en América Latina. Usar la propia experiencia como documento sustancial y fundamental de mi archivo y acudir, a modo de corroboración, a otras fuentes: artículos, ensayos, grabaciones en video y en audio, fotografías producidas por otras activistas y pensadoras que también han sido parte de este recorrer y transitar por el feminismo en América Latina durante el tiempo que me ha tocado vivir y que intento documentar. (Espinosa Miñoso, 2019, p. 07)
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7 Si bien Espinosa Miñoso realiza fuertes críticas a la propuesta de Mohanty, considero posible tejer algunos puentes entre ambas miradas si ponemos en el centro el interés de ambas autoras por escribir desde sus realidades concretas y romper con los abordajes feministas coloniales sobre “las mujeres” como un sujeto universal.
La autora presenta contundentemente la genealogía de la experiencia como propuesta metodológica, apoyándose críticamente en la teoría feminista del punto de vista para validar su “uso de la experiencia como archivo” (idem.), atravesando las revisiones críticas a la pretensión de objetividad del método cien- tífico y referenciándose en autoras, sobre las cuales Bach (2010) se detiene para explorar la tercera relación: entre experiencia y conocimiento.
La dimensión cognoscitiva o epistemológica de la experiencia hace parte de un debate que tomó gran relevancia entre teóricas feministas norteamericanas y que encuentra una diversidad de posiciones, pero que tienen en común las críticas al androcentrismo de la ciencia, al sesgo sexista de las investigaciones y a la preten- dida objetividad y neutralidad valorativa del conocimiento, las cuales han influido fuertemente en los debates en las ciencias humanas y sociales. Algo clave en estos abordajes, vinculados con las relaciones anteriormente exploradas, es la revalori- zación del conocimiento cotidiano y la pregunta de Bach (2010) “¿hay ruptura o continuidad entre este conocimiento de la vida cotidiana y el científico?” (p. 63).
De la última relación que explora Bach, entre experiencia y el lenguaje, destaco los aportes de Scott, quien propone analizar cómo funciona la experien- cia y redefinir su significado, insistiendo en la naturaleza discursiva de la expe- riencia y examinar la política de su construcción. En palabras de Scott (2001):
[…] la experiencia se convierte entonces no en el origen de nuestra explicación, no en la evidencia definitiva (porque ha sido vista o sentida) que fundamenta lo conocido, sino más bien en aquello que buscamos explicar, aquello acerca de lo cual se produce el conocimiento. (p. 49-50)
Si bien comparto las críticas hechas por feministas que reivindican la dimensión política de la experiencia, a mi parecer son interesantes algunos señalamientos de Scott sobre la necesidad de plantearnos interrogantes sobre la experiencia. En este sentido, considero importante poder historiar la experiencia, preguntarse acerca del discurso, la diferencia y la subjetividad, para reflexionar críticamente sobre la historia que escribimos imbricada a las narraciones personales y de la vida cotidiana de lxs sujetxs.
Por su parte, la fenomenología aparece como respuesta que provee una escapatoria a la dicotomía entre la experiencia como evento lingüístico y la ex- periencia vivida como relato probatorio. Tanto las fenomenologías como las epistemologías feministas han aportado a revalorizar y centrar la mirada en la importancia cognitiva de las experiencias corporales narradas (por las mujeres y disidencias sexogenéricas), como un espacio donde emergen lenguajes para hablar de aquello hasta ese momento innombrable (Alcoff, 1999).
Como señalé en la introducción, en mi tesis doctoral busco anudar las expe- riencias a la producción de una genealogía feminista antiextractivista situada. A través de la labor y narrativa etnográfica, pongo en relación estas experiencias micropolíticas resistentes de subjetividades activistas que hacen parte de los en- tramados comunitarios que emergen contra las múltiples violencias y mecanis- mos de despojo de la avanzada neoextractivista en Catamarca.
Las categorías centrales del proceso de indagación están atravesadas por las vinculaciones corpopolíticas y territoriales que fui desandando en el recorrido del texto. Por un lado, las experiencias de cuidado, defensa y reproducción de lo común configuran lo que distingo como “dimensiones empíricas de la experien- cia”. Por otro lado, defino tres “categorías de reflexión analítica” para el aborda- je de las experiencias narradas, registradas y compartidas: las intencionalidades resistentes, las tramas memoriales y el archivo vital multisituado de las luchas, entrelazadas a los aspectos de la experiencia que son de mi interés.
A continuación, desarrollo algunas de estas conceptualizaciones casi a modo glosario, con la intención de mostrar una parte del entramado teórico que sostiene la articulación de categorías y enfoques epistemológicos, las cuales pue- den verse sintetizadas en la Figura 1 a modo de esquema o cuadro articulador de las categorías centrales de la tesis.
Lo común es una categoría que trasciende las fronteras de las universidades, va, viene y vuelve a ocupar un lugar en las reflexiones académicas y demandas situadas de asambleas comunitarias y socioambientales. Muchxs activistas e in- vestigadorxs encontramos en este concepto una forma de nombrar aquello que cuidamos, defendemos y reproducimos, aquello que es objeto de despojo de la apropiación y acumulación capitalista y, por lo tanto, hace parte de nuestras pro- blemáticas de estudio.
Lo común, no es algo fijo o dado, sino que existe a partir de conflictos, tensiones y relaciones de lucha por su recreación, atravesadas en menor o mayor medida por las lógicas del capital; se produce en entramados comunitarios (Na- varro, 2015; Gutiérrez Aguilar, 2017; 2019; Salazar et al., 2019). Constituyen lo otro de la forma estado (Federici, 2020), sedimentado en experiencias de cuida- do, defensa y reproducción de la vida toda.
Al entender lo común como aquello que surge de la creación colectiva insurgente, como potencia vital de los pueblos y comunidades, damos cuenta de aquello que sucede en relación, entre sujetos y seres que se encuentran y forta- lecen sus modos de existencia mediados por deseos de otros mundos posibles, vivibles. Esa relación reteje y reanima las tramas comunitarias que resisten en el cotidiano, micropolíticamente, en las fisuras y pliegues de la hegemonía neoex- tractivista y del modelo de desarrollo que arremete de modo violento sobre la vida (humana y no humana) en su complejidad, pero no puede capturarlo todo. A mi entender, lo común da espacio a percibir -desde la experiencia del escribir desde dentro de la resistencia- lo que Lugones (2021) llama “la(s) lógica(s) de la resistencia” (p. 69) y a la problematización de la lógica de la opresión, entendien- do que ambas nos constituyen contradictoriamente.
Las experiencias registradas como parte del trabajo etnográfico abarcan formas de disputar y enfrentar la profundización del neoextractivismo como po- lítica estatal, a través de un despliegue de prácticas, gestos, vínculos, discursos, deseos, etc. antagónicos al proyecto del capital. Muchas veces, estas disputas se dan en los márgenes de las estructuras e instituciones hegemónicas de relaciona- miento social, donde las significaciones propias de la(s) colonialidad(es) que nos habita(n) y habitamos, están siempre en tensión y contradicción.
Así, al integrar este concepto a la perspectiva feminista antiextractivista lo que busco es darle relevancia a las miradas que desnaturalizan los comunes, que no reproducen la dicotomía moderno colonial naturaleza-cultura, y que entienden a los mismos como productos-creaciones de las luchas situadas históricamente, aquello que sucede en el entramado comunitario y se teje entre diversas historias resistentes.
Al entender estas experiencias como expresiones micropolíticas resisten- tes que suceden en el cotidiano (Rivera Cusicanqui, 2018), que tienen lugar en un tiempo y espacialidades concretas, busco ubicarlas como pequeñas acciones y sucesos que desestabilizan las formas dominantes de subjetivación, que per- miten gestionar creativa y colectivamente el malestar, los dolores y las marcas de las violencias, imaginando desde otros lenguajes, otras prácticas, vínculos y deseos, la posibilidad de germinar otros mundos (Preciado, 2019). Y si bien, las experiencias -de cuidado, defensa y reproducción- son relacionales, integrales e indisociables en la vida (atravesadas por tensiones, contradicciones y conflictos), para los fines de una investigación que busca trazar una genealogía feminista antiextractivista de estas experiencias, distingo cada una de ellas sin intención de construir conceptos fijos. Esbozar estas distinciones parciales en términos ca- tegóricos me permite identificar las referencias trazadas sobre los cuidados, la defensa y la reproducción, como experiencias micropolíticas en torno a lo común que surgen en contextos específicos: en las luchas y procesos resistentes a la avanzada de la megaminería en Catamarca.
Respecto a las experiencias de cuidado, las defino abiertamente como aquellas prácticas y vínculos afectivos que enredan a lxs sujetxs con otrxs seres (humanos y no humanos), donde el eje de sentido que guía esa práctica es la intención de sostener y hacer posible la vida de ese otrx que forma parte de la trama comunitaria. Esos seres son considerados necesarios para la producción de lo común (de manera consciente o inconsciente); a su vez, la reciprocidad o la búsqueda de la misma aparece de forma subterránea (requerimos ser cuidadxs).
El reconocimiento de la vulnerabilidad de los seres que integran la trama de la vida hace parte de la sensibilidad que sostiene el gesto y el acto de cuidar con todos sus matices; no como algo dado, sino como una construcción y apren- dizaje. Estas experiencias pueden estar -o no- sujetas y en tensión con las asig- naciones de roles dentro del sistema de sexo-género moderno (Lugones, 2008) y otras expresiones de alteridad que se entrecruzan y evidencian la diferenciación en la repartición de las tareas de cuidado, pero estos cuidados que busco etno- grafiar van más allá de lo que comúnmente conocemos como trabajo doméstico.
Por otra parte, las experiencias de defensa engloban una multiplicidad de intervenciones de lxs sujetxs (discursos, creaciones, actitudes, intenciones de trasformar, gestos de repudio y denuncia, encuentros colectivos, manifestaciones artísticas, entre otras) que politizan la práctica de respuesta-reacción (posteriores o de anticipo) a las violencias, amenazas y ataques sistemáticos que las corpora- lidades alterizadas vivenciamos de forma situada, singular y colectivamente. En general, estas experiencias tienen lugar en el ámbito político de lo público8 -con
8 No considero la distinción público/privado como un ejercicio atinado en esta investigación.
Retomo las ideas de ámbito público y ámbito doméstico que plantea Segato (2016), para nom-
claros efectos y desplazamientos en el ámbito doméstico- e implican develar o reconocer la matriz de opresiones múltiples (Hill Collins, 1990b) en diferentes momentos. Estas experiencias entrelazan temporalidades diversas, la de los su- jetos individuales y la de las poblaciones que se alertan. Muchas veces estas ex- periencias están antecedidas por el sentipensar con otrxs, el asamblear, debatir y someter a la crítica las formas de actuar, etc. al poner en común las problemáticas registradas como violencias, para pensar las intervenciones y las luchas que se dan en conjunto. A su vez, las mismas comprenden una disputa constante con el poder, la legalidad y la acción disciplinadora/criminalizadora de la estatalidad.
Por último, las experiencias que refieren a la reproducción de lo común abarcan racionalidades, temporalidades y espacialidades múltiples no lineales, donde se despliegan afectos y se expresan acciones, deseos, imaginarios, víncu- los, saberes, labores, habilidades, costumbres, rituales, celebraciones, etc. Estas experiencias entraman memorias y situacionalidades inmediatas, fundamentales para sostener la tarea colectiva de alimentar, cultivar y posibilitar mundos, como así también espacios de socialización donde la vida sucede. El sentido principal detrás de la reproducción de lo común es la generación de vida, la renovación y continuidad de la misma en el lugar habitado, caminado, compartido.
Con relación a las categorías analíticas, las mismas se desprenden de lec- turas de trabajos y exposiciones de diversas autoras que contribuyen profunda- mente a repensar los procesos de la memoria y por ende las genealogías, como así también de las resistencias en curso y los archivos de las luchas.
La categoría intencionalidades resistentes (Lugones, 2021, p. 309), me posibilitó nombrar aquello que quedaba fuera de las comprensiones sociológi- cas de la resistencia a través de movimientos sociales. Las intencionalidades no siempre alcanzan a volverse actos considerados “trascendentales” para las formas de construir la historia de las resistencias asamblearias en Argentina. En palabras de María Lugones (idem.), “la producción de intenciones es en sí misma una producción social aleatoria y dispersa. Lxs sujetxs participan en la generación de intenciones, pero las intenciones cobran vida en la medida en que existan entre sujetxs” (p. 323). La intencionalidad resistente, al igual que los afectos, reside entre lxs sujetxs (y no en ellxs) y entre mundos de sentidos entremezclados.
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brar esas esferas políticas más o menos distinguidas -en nuestras sociedades modernas-, con sus inflexiones e intersticios, donde suceden los procesos afectivos-relacionales que entraman comu- nitariamente a los seres (humanxs y no humanxs) que son claves en la producción de lo común.
Estas intencionalidades son posibles de ser identificadas y narradas desde las diversas dimensiones de las experiencias del estar resistiendo. Es una narrativa que se produce desde el “andar por ahí” como praxis de acuerpamiento, atrave- sada también por las tensiones del encuentro y el “hablar cara a cara” (Lugones, 2021, p. 86). El andar los territorios, escuchando, comunicando, transmitiendo in- formación y participando de los procesos creativos y colectivos, es una forma de relacionamiento que entreteje activismo e investigación. Implica inmiscuirse en las profundidades y ambigüedades de lo social, enactuando prácticas-estrategias de generación de sentidos resistentes/emancipadoras (Lugones, 2021).
Al mismo tiempo, me reencontré con los planteamientos de Leonor Ar- fuch sobre los devenires de la memoria en Argentina y las voces insurgentes en la trama memorial, y recordar que la memoria nunca es en singular. Las memorias son plurales, se traman con otras, con los recuerdos, lo dicho, lo silenciado, lo negado, ocultado y olvidado, como así también con lo registrado, reflexiona- do, dialogado e imaginado. Las memorias están yuxtapuestas, son disímiles y se entraman a las múltiples resistencias entendidas como constelación de po- tencia transformadora. En este sentido, la categoría trama memorial me resuena en términos de movimientos, de (re)producción colectiva, como aquello que no siempre es estático ni radica en un solo lugar/sujeto/objeto. A su vez, la idea de trama me permite enunciar esa flexibilidad y fragilidad de la memoria. Como fui aprendiendo de las teleras que habitan los territorios impactados por la megami- nería en Catamarca, la trama nunca está tirante o sujeta al telar, a veces se corta, se remienda, se estira, se ajusta y se tuerce a contrapelo, como las memorias. La trama es un “contrahilo” que se teje en la urdimbre, la estructura más fuerte y estable del tejido que no suele ceder, como la tierra.
Conjuntamente, la categoría archivo vital (Richard, 2021) apareció en un momento donde buscaba un modo de nombrar la integración epistémica y me- todológica de una cantidad de registros múltiples y multisituados de nuestras lu- chas que fui produciendo en más de una década, en el proceso de estar resistiendo con otrxs. Llegué a la misma guiada por mi directora de tesis, quien me sugirió escuchar un intercambio virtual sucedido en pandemia entre Nelly Richard y Judith Butler (2020).
Richard (2021) plantea el archivo vital como un concepto abierto, ani- mando a sus usos y resignificaciones en los diversos contextos de lucha, partien- do de la experiencia de la revuelta chilena en 2019, como “algo que tuvo lugar en un tiempo de excepción” (p. 34) y que a su vez condensa y reactiva las energías vitales, que tienen otros tiempos y lugares. Señala también que el archivo:
[…] va a seguir resonando como fuente de inspiración para quienes sueñan con otros mundos cuya línea de horizonte volverá a dispararse cada vez que un “ahora es cuando” (justificado y poderoso) llame a sujetos y comunidades a rebelarse contra un régimen de imposiciones frente al cual no queda otra que decir “¡basta!”. (Richard, 2021, p. 34).
Esa es la potencia política que entreteje la genealogía feminista antiextractivista que busco producir, la cual desgarra los tiempos pasado-presente-futuro; en ella, el archivo vital multisituado aparece como un acervo de experiencias, como de- pósito recuerdos, eventos, sueños, saberes, pasiones, retazos de vivencias, etc. registrados por los propios espacios de resistencia, insurgencia y sublevación ante la violencia. El archivo está compuesto por aquello a lo que nos aferramos cuando el olvido acecha; hace parte del resguardo colectivo de la memoria, de modo tal que la misma esté disponible más adelante, para poder reinterpretarla, para evitar la destrucción de su poder y sostener su latencia “como cuestión polí- tica y producto de lo político” (Borzacchiello, 2016, p.361).
Los conflictos, las tensiones, los dolores, las incomodidades, los afectos, la des- esperanza, etc. hacen parte de esta relacionalidad desde la cual transito una in- vestigación guiada por los procesos colectivos-en-territorio y nuestras luchas anticapitalistas, anticoloniales y antipatriarcales. Valoro profundamente esta mi- cropolítica del hacer investigación como activista, donde el hablar entre gentes (Rivera Cusicanqui, 2015) -sin silenciar la palabra, pero dándole lugar al silencio y la escucha, a la risa, al humor, al conflicto, al debate, a la conversación ca- sual, distendida y dolorosa-, hace parte de un devenir asambleario y comunitario, como parte del proceso de apertura teórica-epistemológica y ontológica que trate de compartir en este trabajo.
Habiendo señalado algunas significaciones abiertas de las categorías cla- ves en mi marco conceptual, quisiera cerrar este escrito volviendo a destacar el carácter continuo e inacabado de la(s) experiencia(s), entendiendo que las mis- mas hacen parte de infinitos procesos relacionales por los cuales se constituyen las subjetividades activistas con quienes dialogo, de las cuales formo parte. Asi- mismo, como parte del proceso y guiada por algunas inquietudes que surgen en los procesos de evaluación y defensa de los avances de la tesis, quisiera dejar planteados algunos interrogantes para seguir trabajando y reflexionando.
¿Puede pensarse esta investigación como una forma de habitar y (re)cupe- rar-curar espacios locales de (las) memoria(s) disidente(s)? ¿Es posible pensar el archivo como algo más que un reservorio de materiales y experiencias pasadas?
¿Cómo los modos con que trabajamos sobre las temporalidades no lineales de las luchas construyen (deconstruyen, destruyen) narrativas pobladas de silencios, omisiones, tachaduras, algunas liberadoras y otras profundamente opresivas?
¿Cómo las narrativas etnográficas y genealogías feministas antiextrac-
tivistas producidas desde la memoria de acciones pequeñas -antiheroicas-, de gestos mínimos, de indicios concretos, de experiencias cotidianas actuales y an- cestrales, contribuyen a imaginar y (re)producir nuevas y viejas formas de vivir resistentes al imperativo homogeneizador de cuerpos y territorios destinados al sacrificio?
¿Dónde radica lo vital y móvil de este archivo feminista antiextractivista producido desde el habitar y transitar las luchas? ¿Es el mismo un aporte a las re- sistencias?, ¿tiene un sentido transformador y propositivo? ¿Es posible pensarlo como herramienta de lucha?
En síntesis, me interesan los aportes feministas y las preguntas que resal- tan cómo las experiencias no siempre encuentran espacios de articulación, que las mismas pueden aparecer como vivencias imperfectamente alineadas que no pretenden universalizar lo particular, sino dar lugar a aquellos sujetos y experien- cias ausentes en los discursos y textos institucionales de las Ciencias Sociales y Humanas difundidos masivamente (Smith, 2005) en lenguas que no son las nuestras. ֍