Reseñas
Recepción: 15 Agosto 2024
Aprobación: 27 Diciembre 2024
La formación del Museo Nacional: una historia nacional y trasatlántica
Reseña del libro: Achim Miruna, Ídolos y antigüedades. La formación del Museo Nacional de México (1825-1867), trad. De Rodrigo Martínez Baracs, Alicia Gar- cía Bergua, Miruna Achim.- Primera edición, Ciudad de México: Secretaría de Cultura, INAH, 2021, 328 pág., ISBN: 978-607-539-577-7.
Desde hace algunas décadas se ha reforzado el interés de diversos investigadores en los orígenes de los museos nacionales y sus legados coloniales. Tanto para encontrar puntos de tensión dentro de los procesos decimonónicos a nivel local y global como para reflexionar en la historia de la arqueología y el coleccionismo1. Si bien la historiografía sobre el Museo Nacional se remonta desde finales del siglo XIX, con algunas breves reseñas sobre su conformación y naturaleza, son escasos los estudios sobre la museografía de las primeras décadas del México Independiente. La mayoría se enfoca en la función política del discurso identitario que el Estado construyó hacia 1870.2
Estimulada por este vacío temático y temporal, Miruna Achim se propuso escribir una historia que explicara las peripecias internas y externas a partir de un conjunto de redes sociales, intelectuales y políticas, surgidas durante los primeros cincuenta años del Museo Nacional. Sumándose a las discusiones sobre objetos antiguos y coleccionismos que han promovido, desde una perspectiva global e imperial, Alcina Franch, Marie-France Fauvet-Berthelot, Leonardo Lopez Lujan, Jorge Cañizares-Esguerra, Glen H. Penny e Irina Podgorny.
Miruna Achim es Doctora en Historia de la Literatura por la Universidad de Yale. Realizó una Estancia Posdoctoral en el Instituto de Investigaciones Filo- sóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México y otra en Cambridge University. Sus principales líneas de investigación abarcan los Estudios sociales y culturales de la ciencia y la Historia de los museos y colecciones.
Con una evidente inspiración en la categoría analítica del “Museo relacio- nal”, propuesta por Chris Gosden, arqueólogo y curador del Museo Pitt Rivers (Oxford, Reino Unido), la autora plantea estudiar al Museo como una unidad para analizar la producción, organización y desarrollo del conocimiento del pa- trimonio arqueológico del siglo XIX. Aunque ha publicado algunos textos sobre la construcción de las antigüedades mexicanas y sus funciones en la política y la ciencia decimonónica, en Ídolos y Antigüedades, estudio que desarrolló gracias al apoyo de la UAM-Cuajimalpa y el Conacyt, tuvo la oportunidad de recons- truir la historia del coleccionismo mexicano desde múltiples escenarios locales
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1 Cartagena María Fernanda y Christian León, El museo desbordado. Debates contemporáneos en torno a la musealidad, Ediciones Abya-Yala, Ecuador, 2014; Jarauta Francisco (editor), El gabinete de las maravillas, Fundación Marcelino Botín, Universidad Internacional Menéndez Pelayo, Santander, 2004.
2 Morales Moreno, Luis Gerardo, Orígenes de la museología mexicana. Fuentes para el estudio histórico del Museo Nacional, 1780-1940, Universidad Iberoamericana, México, 1994; Morales Moreno, Luis Gerardo, Ancestros y ciudadanos: el Museo Nacional de México, 1790-1925, tesis de doctorado en Historia, Universidad Iberoamericana, 1998; López Hernández, Haydeé, En busca del alma nacional. La arqueología y la construcción del origen de la historia nacional en México (1867-1942), México, INAH, 2018.
y trasatlánticos de intercambios y representaciones alrededor de los objetos del Museo entre 1825 y 1867.
Tejiendo hilos con algunas herramientas teóricas y metodológicas pro- puestas por los autores mencionados, y más allá de una revisión del discurso nacionalista, Achim nos presenta una historia cultural entrelazada con una histo- ria intelectual y con las geopolíticas epistémicas surgidas durante el siglo XIX; creando un interesante puente con la historia global, social y arqueológica que nos encamina a pensar al museo como un documento histórico dentro de un conjunto de narrativas y relaciones interpersonales que se desplegaron a partir de una serie de interacciones a diferentes escalas ligadas al mercado de antigüedades.
Además de dar letra a nuevas maneras de entender la historia de los museos, gestores, curadores y anticuarios, el libro expone, fundamentando sus argumentos en documentos conservados en archivos y bibliotecas de México, Francia, Inglaterra y Estados Unidos, los cambios estructurales del Museo y las utilidades locales, nacionales e internacionales de los artefactos. En esta articula- ción los sujetos adquieren relevancia, al generar sus propias estrategias de usos, se vuelven actores y no simples puntos de transición en los diferentes destinos que tuvieron las antigüedades dispersas de un lugar a otro durante casi 50 años.
No hay que olvidar, como apuntan Mario Humberto Ruz y Adam T. Sellen (2010) en Las vitrinas de la memoria, los entresijos del olvido. Coleccionismo e invención de memoria cultural, que “a la capacidad de crear un universo de objetos, nuestra especie une la de coleccionarlos” (p. 7). Por consiguiente, como se expone en Ídolos y antigüedades, la actividad de resguardo de un museo no solo se limita al deseo de reunirlos, socializarlos o contemplarlos, la necesidad de darles significados en el tiempo y espacio corresponde igualmente a la de crear una memoria e identidad cultural que definen los usos y los derechos de propiedad material e intelectual.
Estos resortes teóricos le permiten exhibir una estructura analítica con novedosos resultados que dejan ver “tanto una tangibilidad textual como un pasado palpable” (p.245); que a la larga constituyen una compleja y poco conocida historia de los primeros años del Museo. De manera atractiva y con una notable fluidez, la arquitectura narrativa elegida está moldeada por seis capítulos donde se desglosan estos tópicos. Pese a que se sigue de cerca la cronología propuesta, cada capítulo se organiza hilando los temas que preocupan a la autora.
Partiendo de la visión de unos de sus principales protagonistas, Lucas Ala- mán, el primer apartado enlaza las relaciones entre el museo y los coleccionistas, exploradores y anticuarios nacionales y extranjeros durante los primeros años de la república. Aunque Alamán presentó un proyecto de conservación en 1825, desde 1823 frecuentó los principales museos europeos, estableciendo redes con las
instituciones y las elites científicas. Lo que le facilitó asentar los primeros cimien- tos de la administración cultural con ayuda de una red de intelectuales, formando así las primeras colecciones de antigüedades e historia natural.
Ante el tráfico de piezas, la lucha entre centralistas y liberales y la urgen- cia de una política cultural de resguardo en México, el segundo capítulo le sigue los pasos a Isidro Ignacio Icaza, quien durante su papel como curador del Museo promovió la gestión de inventarios, exploraciones y financiamientos para su con- solidación. Por un lado, se examinan las necesidades del proyecto y los círculos de coleccionistas interesados en donar piezas para su resguardo, por el otro, se exponen los regímenes de valor, autenticidad y exoticidad de las piezas deter- minadas por sus diferentes usos sociales y comerciales: la venta realizada por un coronel a coleccionistas privados, la resistencia de algunos gobernadores de enviar piezas ante la solicitud del Museo o la entrada y salida de objetos para ser “estudiados” por extranjeros.
Paralelo a las colaboraciones y publicaciones del museo con artistas y litógrafos, en el capítulo tercero se presenta una clara hermenéutica inspirada en el pasado clásico que algunos intelectuales emplearon para entender el México contemporáneo. A través de las atractivas ruinas de Palenque, Chiapas, se muestra la competencia imperial y el deseo por ciertos objetos que ganaron valor simbólico en el mercado cosmopolita. A más de discutir la incapacidad del gobierno por controlar las inspecciones arqueológicas extranjeras y ejemplificar la respuesta y reivindicaciones de los pueblos ante la extracción de piezas, se abre el debate sobre quién debería resguardar estos artefactos considerados al mismo tiempo emblemas nacionales y reliquias para la humanidad.
En el apartado cuatro y cinco se detalla la organización interna y los esfuerzos de los curadores por ordenar el revoltijo de fragmentos que no tenían coherencia para los visitantes, describiendo los inventarios, reportes y guías ela- boradas por viajeros extranjeros y mexicanos; pormenorizando cómo al frente de José Fernando Ramírez, bibliófilo, anticuario, administrador y editor, el Museo trató de crear foros de debate y lazos con algunos periódicos, esto como parte de una empresa cultural que veía al medio impreso como galerías de papel. Como se argumenta, fue Ramírez el primer curador familiarizado con la investigación mexicanista y promotor de una ciencia que estudiara el pasado antiguo.
En el último capítulo se observa el periodo entre la llegada de Maximiliano de Habsburgo y Benito Juárez. El eje trasversal está compuesto por la inclinación epistémica de Francia hacia México y la colaboración de intelectuales mexicanos como medio para promover estrategias museológicas. Para entonces, los jugadores y los vectores políticos crearon nuevos vínculos mediante las exploraciones arqueo- lógicas, los recursos financieros, las publicaciones científicas, las políticas indige- nistas, las diferencias intelectuales, los saqueos ilegales y las resistencias locales.
Uno de los puntos centrales del aparato crítico es considerar las prácticas de recolección y extracción de antigüedades, realizadas por el gobierno mexicano y extranjeros, como actos de desacralización. Al ser removidos de su lugar de origen, éstos pasaron de ser representaciones de la devolución local a objetos de rituales de la razón; considerando la intersección global entre la investigación científica, la administración interna y los contextos sociopolíticos que convirtieron a México en un campo de batalla entre los sujetos involucrados.
Un gran acierto del libro es incrustar esta historia dentro de la posición del museo como institución de entretenimiento, espectáculo e instrucción, igualmente como nudo de alianzas, rivalidades y amistades. Esta red de trayectorias muy difícilmente se puede separar de las relaciones de poder que se gestaron durante los años aquí abarcados. No solo vemos biografías intelectuales alrededor de los artefactos, implícitamente una cultura del deseo y fetichismo de poseer objetos que despertaban curiosidad y maravilla.
Podríamos señalar un repetitivo cronotopo en la forma de organizar los capítulos, ya que constantemente abre y cierra cabos, sin embargo, esto pasa a segundo término cuando a lo largo de la narración se nos ofrece una magnifica lectura acompañada por litografías de la época. Sin duda, esta obra considera un abanico de numerosas tramas para el público que gusta de la exploración arqueo- lógica, las políticas del coleccionismo y el intercambio cultural decimonónico.
En conclusión, como nos lo recuerdan Carol Duncan y Allan Wallach (2003) en El museo como arquitectura ceremonial, no hay que olvidar que la función primordial de un museo es ideológica, y que su principal objetivo es el de “impresionar a quienes usan o transitan por las creencias y valores más reve- renciados de la sociedad” (p.122).
Finalmente, los lectores que se aventuren a este recorrido por la historia del Museo Nacional no verán con los mismos ojos el legado histórico y arqueológico que se resguarda entre sus pasillos, vitrinas y rincones. ֍
Referencias
RUZ, MARIO HUMBERTO Y ADAM T. SELLEN (coordinadores) (2010). Las vitrinas de la memoria, los entresijos del olvido. Coleccionismo e invención de memoria cultural. Mérida, UNAM.
DUNCAN CAROL Y ALLAN WALLACH (2003). “El museo como arquitectura ceremonial”. En: Graciela Schmilchuk (compilación, selección y comentarios). Museos: comunicación y educación. Antología comentada. (pp.12). México: Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas (CENIDIAP).