Resumen: Este artículo analiza la inauguración de la estatua ecuestre de Manuel Bulnes, organizada por el segundo gobierno de Arturo Alessandri Palma, en el corazón del Barrio Cívico. A través de un análisis discursivo y sociopolítico, proponemos que la ceremonia en torno al evento tuvo una decidida intención de legitimación política; tanto de su gobierno, como del orden liberal consagrado por la Constitución de 1925. Asimismo, los argumentos para situar el monumento en el Barrio Cívico dicen relación con un proyecto mayor que tenía por objetivo llevar la nación al espacio público e identificar a la población chilena con ese imaginario. Con respecto a la construcción del relato oficialista que rodeó a la ceremonia en cuestión, argumentamos que el responsable principal fue el historiador Guillermo Feliú Cruz.
Palabras clave: Arturo Alessandri Palma, Manuel Bulnes, Barrio Cívico, poder, imágenes.
Abstract: This article analyzes the inauguration of the equestrian statue of Manuel Bulnes, organized by the second government of Arturo Alessandri Palma, in the core of the Civic Quarter. Through a discursive and sociopolitical analysis, we propose that the ceremony around the event had an evident intention of political legitimization; both of his government, and of the liberal order established by the 1925 Constitution. Also, the arguments to place the monument in the Civic Quarter relate to a major project that aimed to bring the nation to public space and identify the chilean population with that imaginary. With regard to the construction of the official narrative surrounding the ceremony, we argue that the historian Guillermo Feliú Cruz was primarily responsible.
Key words: Arturo Alessandri Palma, Manuel Bulnes, civic quarter, power, images.
Dossier
Arturo Alessandri Palma y la teatralidad de lo político durante su segundo gobierno: La estatua de Manuel Bulnes y el Barrio Cívico (Santiago de Chile, 1937)
Arturo Alessandri Palma and the theatricality of the political during his second government: The statue of Manuel Bulnes and the Civic Quarter (Santiago of Chile, 1937)
Recepción: 30 Octubre 2022
Aprobación: 20 Diciembre 2022
“Jamás habíamos visto en esta ciudad un acto de este género tan admirablemente dispuesto en sus detalles, con discursos más brillantes y substanciosos, con una concurrencia de todas las clases sociales más grande y más dominada por la majestad del acto”. (El Mercurio, 12-IX-1937:5)
El 30 de noviembre de 2022, Gabriel Boric inauguró la estatua de Patricio Aylwin en la Plaza de la Ciudadanía. En la ceremonia, el actual mandatario se deshizo en elogios hacia la “transición a la democracia” iniciada desde 1990 (es decir, la posdictadura) y sobre todo la figura de Aylwin y su gobierno, asegurando que “la medida de lo posible pertenece a los pueblos” (La Tercera, 30-XI-2022). Entre quienes escucharon esas aduladoras palabras se encontraban los expresidentes Eduardo Frei, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, de la otrora Concertación, además de Sebastián Piñera. Este es un acontecimiento no menor si consideramos que Boric criticó duramente a la Concertación por su acomodo a las imposiciones legadas de la dictadura y a Piñera (que también elogió a Aylwin durante su gobierno), por su cuestionable responsabilidad en materia de derechos humanos, una realidad refrendada por organismos internacionales.
Sin embargo, desde el aplastante triunfo del “Rechazo”, en septiembre de 2022, el gobierno de Boric perdió toda fuerza política, capacidad de negociación y de imponer una agenda. Visto, entonces, en la necesidad de solicitar la colaboración del Congreso Nacional y de otros sectores políticos, aprovechó esta eventualidad -la estatua de Aylwin ni siquiera fue impulsada por Boric- para legitimar su gobierno. Esta inauguración no solo es relevante porque terminó con la exclusividad de Arturo Alessandri en la fachada sur de La Moneda, espacio que ocupa desde 1958 cuando ese lugar tenía por nombre Plaza de la Libertad. Efectivamente, también da cuenta de la necesidad de legitimidad que tiene el poder algo que, por supuesto, está plenamente vigente hasta nuestros días y que es parte constitutiva de la política. Nuestro artículo aborda este problema, precisamente, desde la perspectiva de Arturo Alessandri Palma, quien de hecho empleó de sobremanera esta clase de recursos litúrgicos durante su segundo gobierno, aunque con relieves más eminentes.
El historiador Ricardo Donoso caracterizó a Arturo Alessandri por su “desenfrenado histrionismo: es un actor, que pone tal acento de sinceridad y emotividad en sus palabras en sus gestos, en sus actos, que el auditorio queda embobado”, de manera que “utilizó sistemáticamente la simulación y falsedad como herramientas de acción política” (Donoso, 1951:5). No es ningún misterio que Donoso fue uno de los más acérrimos críticos de quien fuera presidente de la República entre 1920-1925 y 1932-1938 (y que los motivos subyacentes de esa querella son materia de un análisis específico), pero lo cierto es que hay acuerdo transversal sobre la capacidad oratoria de Alessandri y el modo en que se desenvolvió en el contexto de una ascendente política de masas (Elgueda Labra, 2022). Esa habilidad le valió hacia 1915 el mote de “León de Tarapacá”, en el marco de su célebre campaña senatorial en el norte de Chile, logrando movilizar políticamente (de manera utilitaria) a sectores populares (Pinto y Valdivia, 2001). También es conocida su campaña presidencial de 1920 y el “cielito lindo”, en que recorrió parte importante del país.
No obstante, en donde esta dimensión alcanzó su punto cúlmine fue durante su segundo mandato, un período poco explorado en este sentido, y que a menudo ha sido enfocado en su política autoritaria. En efecto, el segundo gobierno de Arturo Alessandri fue una verdadera teatrocracia, en la que tuvieron lugar un sinnúmero de conmemoraciones públicas (Elgueda Labra, 2019). Entre ellas, el centenario de la Constitución de 1833, celebrado en la casa central de la Universidad Católica (1933); la ubicación de la primera piedra del monumento a Balmaceda en el Parque Providencia (1935); la inauguración de la Plaza de la Constitución (1936), lugar en donde además se celebró el centenario del asesinato de Diego Portales (1937); y, por último, la inauguración de la estatua ecuestre de Manuel Bulnes en el corazón del Barrio Cívico. Esta última fue, por lejos, la ceremonia más apoteósica. De ahí nuestro interés por abordarla en este artículo.
Hacia 1924 Marc Bloch argumentó en Los Reyes Taumaturgos que el manto sagrado de símbolos y creencias tiene un enorme impacto en la legitimidad del poder, de manera que las apariencias juegan un rol fundamental en el ejercicio del mismo (Bloch, 2006). A esta dimensión Georges Balandier la llamó “teatralidad de lo político”, planteando que la ritualidad cumple un papel determinante en la expresión del poder, en una búsqueda por transmitir símbolos y significaciones. Se trata de una suerte de liturgia situada en el espacio urbano, que muta y se adapta a los cambios sociopolíticos que tienen lugar a lo largo del tiempo. En ese sentido, los discursos y el uso de la palabra (que Arturo Alessandri dominó tan bien) son un vehículo que sirve a esa mecánica que, a su vez, también va mutando en el tiempo. Esto opera no solo para quieres ejercen el poder y sus discursos oficializantes, sino también para aquellos supeditados a él, destinatarios de ese mensaje; es decir, que la ciudad y sus habitantes (de distintas clases sociales) también le comunican al poder (Balandier, 1994).
La importancia de todo lo anterior estriba, como diría Clifford Geertz, en que “un mundo completamente desmitificado, es un mundo completamente despolitizado” (Geertz, 1994:167). En otras palabras, sin símbolos, significaciones, relatos o herramientas de legitimación, no hay política. Estos, traducidos en ritos o imágenes (representaciones, en definitiva), dan forma a una estética de la autoridad, dotándola de una sacralidad inherente a sí misma, es decir, su carisma.
Esto último cobra particular relevancia a inicios del siglo XX, con aquello que George Mosse llamó la “nacionalización de las masas”, a saber; un nuevo tipo de política expresada a través de rituales en el marco de la crisis del liberalismo (Mosse, 2007). En efecto, hablamos de una estética, de la materialización de símbolos nacionales, así como la vinculación de mitos con el sentimiento de las masas, a saber; un “espacio sagrado” con una “atmosfera adecuada” que da lugar a reuniones multitudinarias, liturgias, donde la nación es materializada y se vuelve tangible. Si bien este fenómeno alcanzó su mayor expresión con la Alemania nazi o la Italia fascista, a lo largo de Latinoamérica encontró importantes resonancias que, ciertamente, dialogaron con las especificidades locales de cada país.
Por su puesto, tanto la fiesta política como la ceremoniosidad simbólica y ritual tienen una larga raíz en América Latina (y también en occidente, por de pronto). Ya desde los siglos XVII y XVIII, en Hispanoamérica, los súbditos del Rey compartían una memoria colectiva, buscaban reconocimiento y disputaban espacios de poder, al tiempo que participaban de liturgias orientadas a la representación simbólica de valores e ideas, así como de creación identitaria (Ortemberg, 2013; Valenzuela, 2014). Tras las guerras de independencia, en gran medida esta matriz sobrevivió, pero con valores, prácticas e ideas nuevas, deviniendo en una verdadera religión laica.
La imagen del poder es fundamental a efectos de imprimir legitimidad y por eso el lugar en donde una sociedad cree que este reside cumple un papel importantísimo (Ortemberg, 2014). En el caso de Chile, el centro del poder no es otro que el Palacio de La Moneda, un espacio que, de hecho, Arturo Alessandri ocupó en dos períodos presidenciales. En este mismo sentido, durante su segundo mandato tuvo lugar la construcción de nada menos que el Barrio Cívico de Santiago, precisamente un lugar con una enorme carga simbólica que tenía la misión de trasladar la nación desde el imaginario al espacio público (Gurovich, 2003). Y de hecho en ese sitio, específicamente en la Plaza central del Barrio Cívico, fue inaugurada en septiembre de 1937 la estatua de Manuel Bulnes, general victorioso durante la Guerra contra la Confederación Perú Boliviana (1936-1939), un hito fundamental a posteriori en la construcción nacional de Chile y presidente de la República entre 1841 y 1851 (Cid, 2011).
La importancia de un hito de esta naturaleza estriba en que la erección de monumentos es un ejercicio al servicio de valores e ideas específicos que, lejos de ser neutrales, responden a visiones de mundo, imaginarios e intereses de grupos determinados que buscan imponer un orden social y cultural específico (Maillard, 2012). La categoría más célebre, en este sentido, es la de “lugares de memoria”, acuñada por Pierre Nora, a saber; “lugar” en un sentido material, simbólico y funcional, bajo el propósito de “inmortalizar la muerte, materializar lo inmaterial para encerrar un máximo de sentidos en el mínimo de signos” (Nora, 2009: 33). De ese modo, el espacio urbano se transforma en “un verdadero universo semiótico, en donde conviven constelaciones de signos y significados articulados por diferentes grupos humanos, en donde élites políticas y ciudadanos les dan sentido identitario a ciertos hitos” (Sánchez Costa, 2009:193).
En este sentido, que la estatua ecuestre de Manuel Bulnes fuese situada en la plaza central del Barrio Cívico, da cuenta de su importancia en un nivel simbólico. Sin embargo, lo cierto es que la concreción del monumento tuvo un largo camino de postergaciones, hasta que Alessandri le dio término durante su segundo gobierno. A partir de ahí surgen varias preguntas: ¿Por qué la segunda administración de Alessandri promovió la concreción de la estatua? ¿Qué argumentos se utilizaron para situarla en el Barrio Cívico? ¿Por qué, además, el León de Tarapacá decidió rodear de una apoteósica ceremonia la inauguración del monumento? ¿En qué consistió la construcción del relato oficialista en torno a Bulnes para la ceremonia y quiénes participaron?
El objetivo de este artículo es realizar un análisis discursivo y sociopolítico en torno a este acontecimiento litúrgico, como un caso de estudio para comprender la teatralización del poder que realizó Arturo Alessandri en su segunda administración, sobre todo considerando que esta fue fundamental en la reconfiguración sociopolítica que experimentó Chile tras el Ruido de Sables (1924), el Gobierno de Carlos Ibáñez (1927-1931) y la República Socialista (1932). Proponemos como hipótesis que, tanto la ceremonia como la estatua propiamente tal, fueron utilizadas por el León de Tarapacá como herramientas simbólicas para legitimar su propio gobierno, pero sobre todo el orden liberal consagrado por la Constitución de 1925.
Este texto se estructura en tres apartados. En primer lugar, examinamos los antecedentes que contextualizaron la ceremonia de inauguración de la estatua, especialmente las características del segundo gobierno de Alessandri, el diseño y concreción del Barrio Cívico y, por supuesto, del monumento en cuestión. En el segundo apartado, analizamos en detalle la ceremonia propiamente tal, considerando sus aspectos litúrgicos y simbólicos, a efectos de entender el modo en que el poder y su imagen fueron representados en el espacio público. Finalmente, en la tercera parte, atendemos a las reacciones que tuvo el apoteósico evento y el modo en que fue recibido por diferentes sectores sociopolíticos.
El segundo gobierno de Arturo Alessandri tuvo lugar en medio de un convulsionado proceso sociopolítico mucho más amplio, que involucró fundamentalmente la crisis del orden oligárquico, en medio del surgimiento de movimientos de masas (Elgueda Labra, 2021). En efecto, las primeras décadas del siglo XX se caracterizaron por un conflicto de clases en el espacio urbano, que se expresó en la “cuestión social” e incluyó diferentes protestas populares, varias de las cuales terminaron en masacres (Grez Toso, 1995; Garcés, 2003). Ese cúmulo de demandas socioeconómicas fue recogido por Alessandri en 1920 para evitar que el malestar continuara en ascenso hacia una tentativa revolución social, aunque sin éxito. La intervención militar de 1924, conocida como Ruido de Sables, agravó esta situación e introdujo al estamento castrense en la política contingente hasta 1932, produciéndose constantes interrupciones de gobiernos y dejando en evidencia a una debilitada clase política (Moulián, 1993).
A fines de 1932, desde radicales a conservadores estuvieron de acuerdo con llevar a La Moneda a Arturo Alessandri Palma, esta vez con el mandato de restablecer el orden social y político sobre protestas populares y asonadas militares. Así, el segundo gobierno del León se caracterizó por su implacable autoritarismo, sustentado en facultades extraordinarias otorgadas por la Constitución de 1925, promulgada por el propio Alessandri en el ocaso de su primer gobierno (Elgueda Labra, 2016; 2019). Este autoritarismo distanció rápidamente a radicales de liberales y conservadores, que se agruparon en la derecha del espectro político, mientras que el radicalismo se movió hacia el centro (Correa Sutil, 2005). Asimismo, aquellos sectores sociales, antes marginados, ahora se organizarían en partidos y se incorporaban a disputar espacios de poder bajo lógicas de la competencia política liberal, dando lugar a un régimen político que dominaría gran parte del siglo XX chileno (Drake, 1992; Scully, 1992). En ese contexto, los radicales se acercaron a socialistas y a comunistas, concretando una inédita alianza política en 1936: el Frente Popular. En otras palabras, la inauguración de la estatua de Manuel Bulnes, que tuvo lugar en septiembre de 1937 en el corazón del Barrio Cívico, ocurrió en la antesala de la campaña presidencial de 1938, que enfrentaría al frentepopulismo de Pedro Aguirre Cerda con la derecha de Gustavo Ross Santamaría.
Por otra parte, la idea de representar en el espacio público la fuerza del Estado y la identidad nacional en torno al Palacio de La Moneda, el centro del poder en Chile, había sido discutida desde los albores del siglo XX a propósito del Centenario. Luego de varios intentos frustrados, no fue sino hasta el gobierno del coronel Carlos Ibáñez del Campo que esa idea se concretó, cuando la firma de arquitectos Smith Solar & Smith Miller propuso un proyecto de Barrio Cívico, que más tarde perfeccionó el urbanista austriaco Karl Brunner (Gurovich, 2003). El diseño se estructuraba en torno al Palacio de La Moneda, proponía la reubicación de ministerios, la expropiación de terrenos al norte y al sur de la casa de gobierno, el ensanchamiento de calles aledañas, cambios en la dirección de tránsito, entre otras transformaciones urbanas. De esta manera, La Moneda sería rodeada de una imagen monumental en el espacio público, con dos enormes plazas frente a sus fachadas norte y sur, además de otra plaza en el centro del Barrio Cívico, inmediatamente hacia el sur de la Alameda de las Delicias: estas plazas, con posterioridad, serían conocidas como Plaza de la Constitución, Plaza de la Libertad y Plaza Bulnes, respectivamente (Elgueda Labra, 2019).

Precisamente, en la “plaza central” del Barrio Cívico fue situada la estatua de Bulnes, como parte de un conjunto más grande en virtud del diseño propuesto. Con todo, el proceso de erección del monumento no estuvo exento de dificultades. Este había sido aprobado por el Congreso Nacional en julio de 1904, mediante la Ley nº 1659 que mandaba a erigir “una estatua ecuestre de bronce en honor del jeneral don Manuel Búlnes” en un plazo “de dos años” (República de Chile, 1905). Sin embargo, la letra de la ley no se materializó y fue el miembro del Partido Conservador, Gonzalo Urrejola, quien más tarde abogó por la estatua ante el Senado durante el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, quien a juicio de algunos era un mandatario homólogo a Bulnes, al ser militar y presidente.
De esa manera, en febrero de 1929, el Congreso aprobó la Ley nº 4588 mandatando que “en atención a los eminentes y no interrumpidos servicios prestados al país por el benemérito General y Presidente de la República de Chile don Manuel Bulnes, se autoriza al Presidente de la República para que […] pueda invertir hasta la suma de trescientos mil pesos ($ 300,000) en hacer levantar, en la Alameda de las Delicias de Santiago, una estatua ecuestre de bronce, en honor de dicho ciudadano” (República de Chile, 1929). Este proyecto, que fue firmado y promulgado por el mismo Carlos Ibáñez, finalmente lo concretaría Arturo Alessandri, tras varios episodios convulsos que dilataron su concreción, como la crisis económica de 1929, la caída del propio Ibáñez en 1931 y la República Socialista de 1932. La obra fue encargada al escultor español Mariano Benlliure y Gil, financiada por el Gobierno de Arturo Alessandri y fundida en los talleres de la Fundición Santa María de Valparaíso (Urrejola, 1937).
Como hemos sugerido anteriormente, entre 1932 y 1938 tuvieron lugar un sin número de huelgas y manifestaciones sociales, que fueron ahogadas con la violencia legítima del Estado (Salazar, 1999). Los casos más críticos, en este sentido, ocurrieron en los veranos de 1935 y 1936, cuando el gremio ferroviario se fue a huelga en búsqueda de mejoras laborales, siendo reprimidos de manera implacable (Valdivia, 2018). Al mismo tiempo, la élite tradicional, especialmente liberales y conservadores, legitimaron ese ejercicio autoritario mediante variados dispositivos de legitimación política, por ejemplo; rememorando el autoritarismo de Diego Portales, la Constitución de 1833 (considerada antecedente directo de la de 1925), o José Manuel Balmaceda, por mencionar solo algunos (Elgueda Labra, 2019).
En definitiva, estos ejercicios tenían por objeto entregarle un sentido político al autoritarismo de Alessandri, más allá de la propia violencia; fundamentalmente, como una necesidad para la reorganización de la República y el establecimiento del orden político y social. De hecho, en junio de 1937 tuvo lugar una importante ceremonia en Plaza de la Constitución, a propósito del centenario del asesinato de Diego Portales, a la que Alessandri deliberadamente no asistió (Elgueda Labra, 2019). Por el contrario, esperó, impulsó y preparó meticulosamente la inauguración de la estatua ecuestre de Manuel Bulnes, a la que rodeó de una impresionante atmósfera en una espectacular ceremonia, el sábado 11 de septiembre de 1937. Entonces, nos preguntamos, ¿qué le podía ofrecer Bulnes al León de Tarapacá?
La ceremonia en cuestión generó grandes expectativas en los círculos tradicionales, especialmente durante su víspera: “por los preparativos que se han venido haciendo y por la calidad del programa confeccionado, promete alcanzar caracteres muy solemnes” (El Mercurio, 10-IX-1937:3). La organización del evento estuvo cuidada en todos sus detalles. Incluso, el diario de gobierno precisaba que “el discurso del presidente de la República y todo el desarrollo de la ceremonia será transmitido por radio desde el mismo recinto”, esto “gracias a una cadena organizada por el Departamento de Radiocomunicaciones del Ministerio del Interior” (La Nación, 10-IX-1937:14). También, ambos medios informaron que habían sido instalados catorce altoparlantes para que el público asistente, sin importar su ubicación, escuchara con claridad los discursos y la redacción hablada de toda la ceremonia.
En el mismo sentido, el gobierno había solicitado a los medios informar que desde las 10:30 de la mañana y hasta el término de la ceremonia se reorganizaría el tránsito en torno a la Plaza del Barrio Cívico:
“sólo se permitirá por la Avda. O’Higgins, frente al Barrio Cívico, el tránsito de automóviles, tranvías y autobuses (góndolas)”, de manera que “los vehículos de tracción animal y bicicletas que transitan de Oriente a Poniente deberán desviarse por calles Ahumada y Moneda, y los que marchen en sentido inverso, se desviarán por Amunátegui y Agustinas o por Cochrane y Eleuterio Ramírez”.
También: “se cortará totalmente el tránsito de toda clase de vehículos, incluso tranvías y góndolas, por la Avda. O’Higgins frente al Barrio Cívico desde las 11.15 hasta las 12 del día” (El Mercurio, 10-IX-1937:3).
En este sentido, el evento modificaría el desarrollo normal de la vida en la capital, al menos en sus sectores centrales, a efectos de garantizar la teatralidad necesaria para la ocasión. De hecho, la autoridad también decretó feriado universitario, mientras que liceos y escuelas de la capital no tendrían clases durante la mañana, para que pudieran asistir a la ceremonia sin impedimentos, acompañados por sus directores y cuerpos de profesores (La Nación, 11-IX-1937:13).
Evidentemente, la ocasión invitó a la prensa a reflexionar sobre la figura de Manuel Bulnes, el protagonista de bronce de la ceremonia. El Diario Ilustrado celebraba la oportunidad porque, a su entender, de esa manera el país cumplía “con una deuda sagrada que tenía contraída desde hace casi un siglo” con “uno de los padres de la patria”, el general y presidente de Chile entre 1841 y 1851. Además, felicitaba:
“la magnífica ubicación que el actual Gobierno ha dado al bronce ha tanto tiempo prometido, y la calidad artística del monumento -obra de uno de los más grandes escultores modernos-, y la solemnidad misma con que, haciendo obra de estricta justicia, ha querido rodear el acto de su inauguración, borrarán con creces la injusticia del retardo” (El Diario Ilustrado, 11-IX-1937:3).
Por su parte, el diario de Agustín Edwards McClure recordó y elogió a Manuel Bulnes por “su carácter caballeresco y su intenso anhelo de ver el país pacificado y enterradas las pasiones que lo habían dividido por tantos años y a que Portales opuso una férrea y necesaria disciplina represiva” (El Mercurio, 11-IX-1937:3). Todavía más significativo, a su entender, era que Arturo Alessandri (a diferencia de lo ocurrido un par de meses antes con el centenario del asesinato de Portales) había “interpretado el sentimiento público […] al tomar parte personal en la inauguración de hoy, para honrar de manera especialísima al que la historia comienza ya a señalar como el más ilustre de sus antecesores” (El Mercurio, 11-IX-1937:3).
Entonces, llegó el día de la ceremonia. Los primeros en arribar muy temprano al corazón del Barrio Cívico fueron los miembros de la Escuela Militar y tropas de la guarnición, acompañadas por las bandas de cada una de las unidades en terreno, todo al mando del general Germán Vergara Luco. Más tarde, se formaron los alumnos de los colegios y escuelas públicas de la capital, acompañados de sus profesores y directivos. Paulatinamente, gran cantidad de público comenzó a situarse en las cercanías del Barrio Cívico y de la Alameda, en donde “centenares de personas que desde todos los puntos de la ciudad acudían al postor en que se alza la estatua que se ha levantado a la memoria del egregio General y gobernante de Chile” (El Mercurio, 12-IX-1937:35).
Por supuesto, además del público general, había tribunas especiales destinadas para varios distinguidos invitados a la ceremonia: miembros del Cuerpo Diplomático, del Poder Judicial, parlamentarios, autoridades eclesiásticas, además de delegaciones de funcionarios públicos, bomberos y todas las ramas de las Fuerzas Armadas y Carabineros, con sus respectivos comandantes en jefe. El sitio más destacado, al pie del monumento (que se encontraba cubierto con banderas chilenas), lo ocuparon los miembros de la familia Bulnes, destacando la señora Luisa Bulnes de Dávila, hermana del Mariscal de Ancash; además de los hijos y nietos de Gonzalo Bulnes, hijo del general fallecido en agosto de 1936, y uno de los principales impulsores del monumento. Alrededor de la estatua también fueron ubicados los veteranos de la Guerra del Pacífico. Entre otros asistentes a la ceremonia, se encontraban numerosas brigadas de Boy-Scouts, de Girl Guides y Patrullas de Rovers, con estandartes y banderolas, además de delegaciones del Círculo Patriótico de Santiago y, según el diario de Edwards, algunas asociaciones obreras (El Mercurio, 12-IX-1937:35).
A las 11 de la mañana se encontraba todo listo y dispuesto para la ocasión: el monumento aparecía cubierto y rodeado de banderas chilenas, mientras que a su alrededor montaban guardia de honor cuatro cadetes de la Escuela Militar. También en ventanas y techos de los edificios circundantes del Barrio Cívico, los obreros “suspendieron sus labores para presenciar desde los andamiajes y desde las altas torres del armazón de acero de los edificios en construcción, el desarrollo de la ceremonia” (El Mercurio, 12-IX-1937:35). En ese momento, Arturo Alessandri Palma entró en escena.
En efecto, pasadas las 11 de la mañana, Alessandri salió por la puerta sur del Palacio de la Moneda en dirección a la plaza central del Barrio Cívico, en donde se encontraba la concurrencia: lo acompañó nada menos que su gabinete completo, además del comandante en jefe del Ejército. Al salir, la Guardia de Palacio presentó armas, “mientras que un toque de clarín anunció al respeto de las fuerzas la presencia del Primer Mandatario” (La Nación, 12-IX-1937:17). Al paso del León de Tarapacá y su comitiva, las tropas de la guarnición que abrían calle presentaron armas, mientras que las bandas interpretaban el Himno Nacional y varios espectadores buscaban acercarse al presidente de la República, a pesar de los cordones de seguridad mantenidos por la policía. En ese clima, Alessandri se dirigió hacia la tribuna oficial, en donde lo esperaban el arzobispo de Santiago, Monseñor José Horacio Campino, y el alcalde de la ciudad, don Augusto Vicuña Subercaseaux (El Diario Ilustrado, 12-IX-1937:18).
Con todo dispuesto, el presidente de la República tomó lugar frente a los micrófonos y dio inicio a su discurso. Comenzó por repasar la biografía de Manuel Bulnes: desarrolló su participación en la Independencia, luego en el exterminio de Los Pincheira, más tarde su campaña al sur del Bío-Bío, pero sobre todo su liderazgo durante la Guerra contra la Confederación y su papel en la Batalla de Yungay. Ese prestigio como militar, según Alessandri, le habría valido para que sus conciudadanos lo lleven a la Presidencia de la República y, así como había sido heroico como soldado, lo fue “noble” y “justo” como mandatario. En seguida, enunció varias obras del gobierno de Bulnes, como la fundación de la Universidad de Chile, de la Escuela Normal de Profesores, de la Escuela de Artes y Oficios, de la Escuela de Bellas Artes, del Conservatorio Nacional, entre otras. Además de la publicación de la Historia Física y Política de Chile, elaborada por Claude Gay, la consolidación de la soberanía nacional sobre Magallanes o el reconocimiento definitivo de la Independencia de Chile, entre otros tópicos (La Nación, 12-IX-1937:17).
Tras ese repaso biográfico, el León de Tarapacá señaló la que a su juicio era “la obra máxima del presidente Bulnes, como fue el conseguir que se formara una conciencia nacional, ante su ejemplo de austera y honrada sinceridad en el servicio de su país”, lo que estaba “basado en su respeto a la autoridad suprema de la ley” (La Nación, 12-IX-1937:17). Lejos de detenerse ahí, abundó en esa posición asegurando que, “despojándose de sus atributos militares, fundó la verdadera República, y rindió a la majestad soberana de la ley el tributo de todo su acatamiento y respeto como base inconmovible de la justicia, del derecho y de democracia verdadera” (La Nación, 12-IX-1937:17). Esto último es posible que fuera en alusión a Diego Portales, considerado el organizador de la República por la memoria nacional de Chile y cuya figura había recibido un significativo homenaje apenas un par de meses antes, hacia el norte del Barrio Cívico, en la Plaza de la Constitución.
Por último, con respecto al lugar escogido para ubicar el monumento propiamente tal, afirmó:
“Hemos encontrado un marco digno de la estatua que erigimos en esta plaza monumental que se construye como aporte al Centenario de la ciudad de Santiago, que se aproxima, y que eleva a la ciudad a la altura de las grandes capitales […] Espléndido marco es éste para que don Manuel Bulnes repose en el dulce sueño de la inmortalidad. Hago entrega de este monumento al pueblo de Chile, a la ciudad de Santiago, y lo dejo rodeado del respeto y la admiración de las generaciones del presente y como un ejemplo perenne para las del porvenir […] Quedará aquí señalando con su noble y grandioso ejemplo el respeto que debe guardarse a la Constitución Política y a las leyes de la República, que son la medida igualitaria de todos los hombres ante la justicia y el derecho” (La Nación, 12-IX-1937:17).
Luego de extensos aplausos, el León y su gabinete ministerial avanzaron hacia el monumento, procediendo a descubrirlo, en un solemne momento que estuvo acompañado por las bandas de las unidades de la guarnición, que entonaron los acordes del Himno Nacional al tiempo que las tropas presentaban sus armas. En la base del monumento figuraban varias inscripciones redactadas por el historiador Guillermo Feliú Cruz, como consignaba La Nación. De hecho, fue repartido:
“entre los miembros del Cuerpo Diplomático, representantes de las Fuerzas Armadas y personalidades asistentes el libro sobre el vencedor de Yungay que contiene los estudios de Gonzalo Bulnes, Juan Bautista Alberdi, Diego Barros Arana, Ramón Sotomayor Valdés y Benjamín Vicuña Mackenna seleccionados por el historiador, don Guillermo Feliú Cruz” (La Nación, 12-IX-1937:17).
Dada la coherencia entre el discurso de Alessandri y el texto ubicado en la base del monumento, es plausible que el mismo Feliú no solo hubiese escrito el discurso pronunciado por Alessandri, sino que en definitiva fuera el autor intelectual de la ceremonia.

A continuación, tomó la palabra el general Óscar Novoa, comandante en jefe del Ejército. Su participación tuvo especial significación, considerando los episodios recientes de indisciplina militar entre los años 1924 y 1932, e incluso durante la primera parte del segundo gobierno de Alessandri. Novoa comenzó esbozando las hazañas militares de Bulnes, aunque inmediatamente su discurso se orientó en otra dirección al señalar que el general y presidente “hizo del Gobierno una expresión civil, es por eso que las generaciones actuales no saben qué admirar más: si el militar o el estadista”, porque esas “dos grandes cualidades de Bulnes tan armoniosamente confundidas hacen de su figura un ejemplo” (La Nación, 12-IX-1937:17). Hacia el final de su intervención, el comandante en jefe se refirió a sí mismo como portavoz del Ejército de Chile, “prometiendo, por mi intermedio, su modesto representante, ante la mirada altiva y noble del vencedor de Yungay”, cumplir la tarea de “mantener religiosamente las gloriosas tradiciones del Ejército, de Bulnes, de sus otros héroes y trabajar por hacer cada día más digno del aprecio y del cariño de todos los chilenos al Ejército de Chile” (La Nación, 12-IX-1937:17). Tras copiosos aplausos, según consignaba La Nación, las bandas del Ejército entonaron el Himno de Yungay, que fue coreado por los alumnos de los liceos y de las escuelas asistentes a la ceremonia.
En seguida, tomó la palabra el alcalde de Santiago para recibir en nombre de la ciudad y del municipio el monumento que el propio presidente de la República entregaba a la capital. En ese tenor, destacó las palabras de Alessandri, respecto de que Bulnes representaba para “las generaciones del porvenir, el camino de sus deberes cívicos y arraigando en el alma nacional el concepto de que la espada en la vida normal de los pueblos debe estar al servicio del derecho” (El Diario Ilustrado, 12-IX-1937:18). En virtud de la coyuntura sociopolítica, la máxima autoridad de la capital aseguró “que la República, tal como ocurría en 1841, atraviesa momentos de quietud pública al amparo de un Gobierno Constitucional y que hay derecho para esperar que el país siga su marcha triunfal bajo la protección de la ley y la armonía de las clases sociales” (El Diario Ilustrado, 12-IX-1937:18).
Para cerrar, tomó la palabra Gonzalo Bulnes Correa, nieto de Manuel Bulnes, quien recordó a su padre, Gonzalo Bulnes Pinto, por su sostenida perseverancia para concretar finalmente el monumento. También agradeció a Alessandri por materializar el homenaje “en letras de bronce para ejemplo y enseñanza de los que en cualquier tiempo lleguen a desempeñar la Primera Magistratura de la Nación” (El Mercurio, 12-IX-1937:37). Finalmente, cuando Bulnes Correa terminó su discurso, Alessandri se puso de pie y lo felicitó, siendo saludado también por todos los ministros de Estado y el arzobispo de Santiago.
A continuación, pasadas las 12:30 horas, se dispuso el cierre de la ceremonia con una marcha triunfal interpretada por las bandas militares. Arturo Alessandri Palma, su gabinete completo, los jefes de las fuerzas armadas, de las policías, autoridades eclesiásticas, altos funcionarios públicos y miembros de la prensa se dirigieron hacia la puerta sur del Palacio de la Moneda (orientada de frente a la recién inaugurada estatua ecuestre). Entonces, el León y su comitiva entraron a La Moneda, siendo despedidos por el comandante a cargo de las fuerzas de la ceremonia, el general Germán Vergara Luco, a quien Alessandri felicitó por la impecable disposición de las tropas (El Mercurio, 12-IX-1937:37).
Es cierto que las ceremonias conmemorativas y rituales buscan construir representaciones sociopolíticas, pero la interpretación y la lectura de estas no son homogéneas y, de hecho, permiten constatar la existencia de diferentes intereses e intenciones por consolidar un poder normativo que regule tanto el recuerdo como el comportamiento (Díaz Arias, 2007). En otras palabras, es fundamental considerar en un análisis de este tipo las respuestas y recepciones de las representaciones. No basta con el estudio de la producción de discursos y ceremonias rituales cívicas, es necesario considerar a los receptores del mensaje, un ejercicio de por sí complejo, pero que al menos debe ser intentado a efectos de establecer si el mensaje fue recibido, si acaso fue modificado, reinterpretado, entre otras posibilidades (Vargas Álvarez, 2015).
Con respecto a la ceremonia que nos interesa, los sectores tradicionales hablaron de una “solemne y hermosa inauguración”, en condiciones tales que “jamás habíamos visto en esta ciudad un acto de este género tan admirablemente dispuesto en sus detalles, con discursos más brillantes y substanciosos, con una concurrencia de todas las clases sociales más grande y más dominada por la majestad del acto” (El Mercurio, 12-IX-1937:5). En particular, a juicio de El Diario Ilustrado, la multitud estuvo “sacudida por un sincero entusiasmo patriótico” confirmando “la unidad de todos los buenos chilenos, ante la común aspiración de los intereses supremos de la patria”, a pesar de lo que a su entender había sido una “breve etapa en que prevaleció una falsa creencia de su adormecimiento” (El Diario Ilustrado, 12-IX-1937:7). Esto último iba en directa atención a las recurrentes huelgas y protestas populares, muchas veces propiciadas por los propios partidos de izquierda, en especial los comunistas, ahora miembros del Frente Popular.
Con respecto a las condiciones materiales del evento, el diario de Agustín Edwards observó que todo favoreció al éxito de la ceremonia, especialmente con respecto a la “gran plaza del Barrio Cívico [que] entraba por vez primera a formar parte de la vida de Santiago y se pudo ver, aún sin sus edificios, la importancia y belleza de ese espacio de nobles proporciones y artísticamente concebido” (El Mercurio, 12-IX-1937:5). También entregó elogios para el funcionamiento de los altoparlantes ubicados, a cargo de la Compañía de Teléfonos, por cuanto la multitud escuchó con claridad a los oradores a lo largo de toda la ceremonia. Con respecto a los discursos, El Mercurio celebró especialmente el que pronunció el León, quien a su entender “hizo tal vez la mejor pieza oratoria que le hemos oído en largo tiempo ensayo completo sobre la vida del gran soldado-ciudadano con una honda filosofía de lo que su ejemplo significa para civiles y militares” (El Mercurio, 12-IX-1937:5). Mientras que El Diario Ilustrado ponía de relieve “el aplauso cálido y sostenido” que ofreció la concurrencia “a los que enaltecieron al general Bulnes en sus discursos”, demostrando un “espontáneo entusiasmo” (El Diario Ilustrado, 12-IX-1937:7)
En el caso del diario de Gobierno, el balance estuvo a cargo del mismísimo Guillermo Feliú Cruz, autor de los textos situados en la base del monumento, editor del libro entregado a los asistentes a la ceremonia y, probablemente, también responsable del discurso leído por el propio Alessandri. Así, para Feliú, el monumento inaugurado era un acto de justicia en atención a su demora, pero sobre todo porque “faltaba la perpetuación en el bronce de una imagen moral como la suya que enseña y educa, que habla al patriotismo el lenguaje severo del deber y que inspira una tradición de orgullosa cantidad” (La Nación, 12-IX-1937:13). En ese sentido -continuaba Guillermo Feliú Cruz-, elogiaba al Gobierno por “reparar un acto que exigía el bien entendido concepto democrático de un pueblo que sabe honrar a sus eminentes servidores” (La Nación, 12-IX-1937:13). Por último, concluía que el gobierno de Bulnes aparecía en la Historia de Chile como “un remanso de paz, y acaso ello probaría que no es la violencia la que mejor conduce a los pueblos”, lo que iba en directa oposición al decenio autoritario anterior con Portales y Prieto como protagonistas.
Desde la izquierda, no identificamos reacciones en sus canales oficiales: por ejemplo, Consigna del Partido Socialista omitió el evento en su breve edición y se concentró en los preparativos políticos para la campaña presidencial que tendría lugar dentro de algunos meses (Consigna, IX-1937).
Quien sí se pronunció al respecto fue la revista Topaze, “el barómetro de la política chilena”, fundado en 1931 tras la caída de Ibáñez, caracterizada por el uso del humor político y de abundante material gráfico, fundamentalmente caricaturas. En otras palabras, a través de su sátira política, Topaze representaba el poder a través de imágenes, interpretando su manera de ver la realidad de la política contingente. En ese sentido, tenía una línea editorial bastante ecléctica, independiente, acentuadamente anticomunista y antiimperialista, disparando a todo el espectro político sin distinción alguna (Salinas, 2011). De hecho, Alessandri fue objeto de ácidas críticas a lo largo de todo el período, especialmente por su política autoritaria, siendo a menudo homologado con una dictadura legal debido a su recurrente uso de facultades extraordinarias, una postura que no pocos compartían.
Ahora bien, con respecto a la inauguración de la estatua ecuestre de Bulnes, el pasquín intentó contar la “verdad” de los acontecimientos descritos por la prensa tradicional. Con ese afán, en la previa del discurso, a eso de las 10:00 de la mañana, Topaze imaginó una conversación entre las estatuas de Bernardo O’Higgins (también ubicada en el Barrio Cívico) y Manuel Bulnes; en que el primero le advertía al segundo del uso político de los monumentos de bronce, ironizando con lo agotador que era (Imagen 4).

A continuación, la revista ironizó con la apoteósica entrada en escena de Alessandri, describiendo que a eso de las 11:00 de la mañana “las fuerzas milicianas” rindieron honor al mandatario y el general al mando de la ceremonia ordenó “que se le presentaran las armas quitadas al ejército” (Topaze, nº 269, 17-IX-1937: s/p). Esto iba en abierta referencia a que Alessandri había operado para devolver los militares a los cuarteles y terminar con el militarismo de años anteriores. En ese mismo sentido, según el pasquín, Alessandri habría dicho al iniciar su discurso: “me cargan los generales chilenos que meten ruido de sables”, reclamando más tarde que “existen algunos individuos que prefieren las dictaduras militares a las dictaduras civiles”, siendo unos “getones” (Topaze, nº 269, 17-IX-1937: s/p). Según la revista, “dormía el general Bulnes a pierna suelta a esta altura del discurso cuando fue despertado por unas elocuentes pifias que los obreros del Barrio Cívico lanzaban en favor del orador” (Topaze, nº 269, 17-IX-1937: s/p).

En efecto, si damos crédito al “barómetro de la política chilena”, en la ceremonia hubo pifias importantes, que no consignaron ni El Mercurio, La Nación, ni El Diario Ilustrado. Al respecto, Topaze ironizó con que “ya iba a empezar la masacre de los pifiadorcitos [sic] cuando se oyó una voz estentórea que gritaba: ‘¡Me rindo!’”; efectivamente “era el propio general Bulnes […] que agitaba una bandera blanca” y le rogaba a Alessandri: “por favorcito no siga S.E. con su discurso que ya lleva 3/4 de hora y no puedo más […]” (Topaze, nº 269, 17-IX-1937: s/p). Fue entonces, en esa “derrota del militarismo”, a juicio de la revista, que comenzaron los aplausos “y el discurseador [sic] puso término a su discurso en medio de los bostezos de la concurrencia” (Topaze, nº 269, 17-IX-1937: s/p). Esta fue la manera en que, a los ojos de Topaze, en verdad tuvieron lugar los hechos de la ceremonia y Bulnes, “no obstante estar forrado en bronce, entró de lleno en el camino de la inmortalidad” (Topaze, nº 269, 17-IX-1937: s/p). Por último, el pasquín ironizó con una caricatura a propósito de la cantidad de texto que tenía la base del monumento (Imagen 6).

En definitiva, la sátira de Topaze tuvo varios niveles de análisis. Por una parte, fue crítico con el modo de instrumentalización política que desde el gobierno fue promovida. En otras palabras, era Manuel Bulnes quien le estaba haciendo un favor a Arturo Alessandri (en su afán de legitimación) antes que el León al Mariscal de Ancash, al situarlo en bronce en medio del Barrio Cívico. Asimismo, criticó la política autoritaria del gobierno a la que calificó de una dictadura civil, de ahí que se explicaran las pifias de parte de obreros de la construcción, que precisamente estaban trabajando en las obras del Barrio Cívico. Por otro lado, ironizó con que Alessandri, campeón del antimilitarismo (por cuanto una de las tareas fundamentales que tuvo que acometer fue la de sacar definitivamente a los militares de la escena pública y destinarlos a sus exclusivas labores profesionales), se estuviera valiendo del General Bulnes para hacer tal ejercicio. En ese sentido, no deja de ser particular el modo en que Bulnes era capaz de representar esa dimensión.
Alessandri pretendía llamar al respeto de la Constitución, a la conducción de las aspiraciones políticas por vías institucionales y a un período de amnistía como lo había propuesto Bulnes durante su gobierno. En suma, al apaciguamiento de las pasiones políticas, como habría propuesto el propio general al perdonar a opositores políticos que habían sido vejados durante el decenio anterior con Diego Portales y Joaquín Prieto como protagonistas. Esto explica, a priori, por qué Alessandri privilegió tomar parte en la ceremonia de Bulnes y no en el centenario del asesinato de Portales. Por supuesto esto se explica, además, en un contexto previo a un importante período eleccionario, en que se definiría al próximo presidente de Chile. No obstante, Alessandri se acercaría más al autoritarismo en septiembre del año siguiente, cuando tras un intento de golpe de Estado ibañista, fuese el responsable del asesinato de alrededor de 59 jóvenes nacistas en el edificio del Seguro Obrero, ubicado frente a la Plaza de la Constitución, donde se erigía el monumento a Portales, en el mismo Barrio Cívico, lo que terminaría por llevar al Frente Popular a La Moneda.
El segundo gobierno de Arturo Alessandri Palma impulsó la concreción de la estatua ecuestre de Manuel Bulnes con una evidente intención de legitimación política; tanto de su gobierno, como del orden liberal consagrado por la Constitución de 1925. Efectivamente, el autoritarismo desplegado a lo largo de toda su administración, desde fines de 1932 -que incluyó represión a huelgas de sectores populares e intentos de movimientos militares-, hacía necesario justificarlo, y qué mejor que hacerlo mediante un militar y presidente de la República, célebre por entregar amnistía tras un convulsionado período sociopolítico. De ahí se deriva la intención de legitimar el orden liberal consagrado por la Constitución, es decir, que los proyectos políticos debían ser conducidos conforme a las leyes y conductos institucionales, no mediante revoluciones sociales o militares. En esa dirección se estaba moviendo precisamente el Frente Popular, liderado por el Partido Radical, que incorporaba al Partido Socialista y Comunista a disputar la elección presidencial de 1938.
Los argumentos para situar el monumento en el Barrio Cívico dicen relación con un proyecto mayor de llevar la nación al espacio público, precisamente en atención al divorcio existente entre la élite tradicional a inicios del siglo XX y el ciudadano de a pie durante la crisis oligárquica. De ahí la intención de identificar al pueblo con los ideales “nacionales” que respondían a una hegemonía sociopolítica elitaria, en definitiva, como un modo de alejarlos de la influencia que socialistas o comunistas podrían ejercer sobre ellos. No obstante, a su vez, este ejercicio de elaborar un relato nacionalista también sugiere cierta predisposición y receptividad desde la población hacia discursos de ese tipo, de lo contrario, no habría sido posible impulsar esta clase de puestas en escena (sin perjuicio de los abucheos que recibió Alessandri). En ese sentido, el Barrio Cívico y sus héroes -Portales, O’Higgins y Bulnes, por mencionar los que hemos tratado en este artículo- estaban orientados a una identificación concreta, a saber; bajar a la nación desde el imaginario y acercarla al ciudadano común. En ese contexto, la estatua del Bulnes ocupó el costado sur del diseño del barrio.
Con respecto a la construcción del relato oficialista de la ceremonia en cuestión, argumentamos que el responsable principal fue el historiador Guillermo Feliú Cruz, académico de la Universidad de Chile y entonces conservador de la Biblioteca Americana José Toribio Medina en la Biblioteca Nacional. La coherencia entre el contenido del texto en la base de la estatua, el discurso de Alessandri pronunciado en la ceremonia y el libro entregado a los asistentes más distinguidos durante la misma, sugieren que Feliú fue el autor intelectual de la puesta en escena, al menos en términos de contenido historiográfico.
Esto último no es un tema menor, sobre todo tomando en cuenta que Alessandri fue quien restituyó a Feliú en la Biblioteca Nacional, tras haber sido depuesto durante el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo. Todavía más considerando que tras la muerte del León, en 1950, Feliú Cruz escribiría una de las interpretaciones historiográficas más influyentes sobre el legado del mandatario, incidiendo de manera determinante en su posterior construcción heroica, que lo inmortalizaría en bronce en 1958, precisamente en el frontis del Palacio de La Moneda (Elgueda Labra, 2022). En este sentido, surge la necesidad fundamental de explorar la relación entre historiografía y poder, sobre todo considerando la importancia que tiene la disciplina histórica en la construcción de representaciones y en el desarrollo de herramientas simbólicas de legitimación política.
Este artículo es una derivación de mi tesis de Magíster en Historia desarrollada en la Pontificia Universidad Católica de Chile, entre 2016 y 2019. Agradezco a Pablo Ortemberg, quien en 2017 dictó la Lectura Avanzada de Postgrado “Los rituales del poder en el análisis histórico: historiografías, conceptos y estrategias metodológicas”, de la cual esta investigación se nutrió copiosamente.




