Resumen: A partir de los fotorreportajes circulantes en los semanarios ilustrados chilenos Sucesos y Zig-Zag durante las primeras décadas del siglo XX, se analiza el proceso donde se establecieron diferencias identitarias entre la vecindad peruana, boliviana y chilena post Guerra del Pacífico, con especial acento en la oposición de relatos y discursos nacionales virtuosos chilenos, con una trama discursiva negativa respecto al Perú y Bolivia; su cultura, pasado y población.
Palabras clave: Prensa moderna, imagen, nación y alteridad.
Abstract: Based on the circulating photo-reports in the illustrated Chilean weekly Sucesos and Zig-Zag during the first decades of the 20th century, the process in which identity differences were established between the Peruvian, Bolivian and Chilean neighborhoods after the Pacific War is analyzed, with special emphasis on the opposition of Chilean virtuous national narratives and discourses, with a negative discursive plot regarding Peru and Bolivia; its culture, past and population.
Keywords: Modern press, image, nation and otherness.
Dossier
Fotorreportajes de los semanarios ilustrados Sucesos y Zig-Zag. Representación de la diferencia peruana, boliviana y chilena en la postguerra del Pacífico
Photo reports of the illustrated weekly papers Sucesos and Zig-Zag. Representation of the peruvian, bolivian and chilean differences during the post-war Pacific
Recepción: 29 Octubre 2022
Aprobación: 30 Diciembre 2022
La anexión de parte del sur peruano y del ex Departamento Litoral boliviano a la soberanía chilena post Guerra del Pacífico (1879-1883), tuvo importantes consecuencias territoriales, diplomáticas, políticas y económicas, observadas hasta el día de hoy.1
Sumándose a los cambios y repercusiones propios del establecimiento de un nuevo orden soberano y sus vericuetos políticos y diplomáticos, el trabajo expuesto tiene el interés de poner en relieve los procesos a través de los cuales se establecieron similitudes y diferencias identitarias, que han demarcado el escenario idiosincrático nacional, afectando a nivel de las ideas, la representación y autorrepresentación de “lo chileno” y de lo “no chileno”. Se sugiere que con el establecimiento de las nuevas fronteras que configuraron el “nuevo norte de Chile”, los discursos relacionados con la ocupación de las nuevas regiones exigieron una actualización que permitiera asimilar estos territorios al ideario del país “receptor” de las anexiones, tensionando viejos y tradicionales relatos nacionales en busca de la señalada asimilación y también persiguiendo el fortalecimiento de identidades fundacionales de las naciones originales, muchas veces en desmedro de los núcleos fundantes de las identidades peruana y boliviana, construyendo alocuciones o relatos nacionales elaborados, principalmente, por las sociedades "mayoritarias" o triunfantes, elaborando un imaginario respecto del ser nacional y su consecuente alteridad.
A nivel de una nueva historiografía,2 el análisis para evaluar este proceso se ha concentrado en torno a la existencia de un fuerte sentido de pertenencia nacional chilena en el norte fronterizo, resultante de la efectividad de las medidas y acciones conducentes a fortalecer vínculos cívicos desplegados por los dispositivos oficiales estatales chilenos, a través de campañas chilenizadoras entre 1880 y 1929. También, pero desde una perspectiva histórico cultural, la historiografía de nuevo cuño ha identificado la emergencia de un nacionalismo de carácter cultural, observado y activo en las comunidades fronterizas chilenas y peruanas a partir de las formas adoptadas por los discursos mediáticos nacionales que habrían generado adherencias y entusiasmos patrióticos, por medio de su papel persuasivo en contextos de conflicto en los espacios de la nueva frontera, así como en el espacio metropolitano (Arellano, 2012; Ibarra, 2015; Galdames et al, 2018; Cid 2021 ).
Este último enfoque es al cual se suma nuestro análisis, que guarda relación con la necesidad de ahondar sobre los mecanismos y forma por los que parte del país comienza a conocer y “descubrir” una nueva vecindad regional, incorporándola a la vez que alterizándola respecto del discurso sobre “lo chileno”, el cual emerge con fuerza después de la Guerra del Pacífico, esto, a través del análisis de distintos reportajes gráficos publicados en los semanarios ilustrados Sucesos y Zig-Zag durante las primeras décadas del siglo XX.
El trabajo que se presenta, escala por sobre hipótesis centrales programáticas que han permitido ir definiendo las valoraciones usualmente negativas respecto de lo “no chileno” en la sociedad nacional y en sus regiones tradicionales, así como en las anexadas. Sobre este punto, se ha centrado el análisis en trabajos preliminares que profundizan en las ideas circulantes en los mismos medios y fotorreportajes referidos en este texto, pero que aluden a la sociedad y culturas indígenas habitantes en la nueva frontera norte chilena (Ruz et al, 2019), la población afrodescendiente (Ruz et al, 2017); y también la representación virtuosa de la administración chilena, sus valores y formas de divulgación en los medios de comunicación de la época (Ruz et al, 2016; 2021).
Como es sabido, los medios de comunicación de masas han sido y son un elemento fundamental en la instalación de ideas que influyen en los modos de ver y de conocer el mundo. Sobre esta premisa, la existencia de medios de comunicación impresos y de circulación masiva, en el Chile de principios del siglo XX, tienen por referente ícono a los semanarios ilustrados Sucesos (1902) y Zig Zag (1905), pioneros del llamado género magazine en nuestro país, iniciadores de una “cultura de masas” medial (Santa Cruz, 2002).
Ambos semanarios forman parte del momento que inició la modernización de los medios de comunicación impresos chilenos. Esto, a través de la incorporación de una estructura administrativa de carácter empresarial, ajustada a un modelo de mercado, que impactó en su distribución y cobertura, así como la inversión en innovación en tecnología de impresión, que permitió mejoras sustanciales en la calidad de ambos impresos. Por otro lado, estos semanarios ilustrados de tipo magazine, forman parte de los primeros en Chile que utilizaron el sistema de impresión de medio tono, a partir del cual se pudo reproducir imágenes fotográficas en conjunto con los textos (Santa Cruz, 2005), apelando siempre a la “fuerza testimonial” de estas (Tagg, 2005).
La familiarización con la imagen impresa y el consecuente incremento en su circulación, fue definiendo la posibilidad de otorgar sentido compartido en torno a lo visual, dando significancia y consecuente valoración a lo observado, contribuyendo a la configuración de una particular “cultura visual”, concepto que refiere al espectro de imágenes que caracterizan a una cultura en un determinado momento de su historia (Baxandall, 1978; Alpers, 1987).
El potencial vehiculizador de contenidos a través de imágenes y el consecuente otorgamiento de sentidos a su corpus visual a través de los textos, sugiere haber despertado intereses persuasivos por parte de editores y/u otras instancias interesadas en hacer uso político de los semanarios, situación altamente probable, mas no evidenciable en este trabajo que, no obstante, utilizando el recurso de la iteración, frecuencia y relevancia de sus contenidos, permite acercarnos a algunos de los elementos que constituyen el “sentido común visual” (Caggiano, 2012) o los “modos de ver” (Berger, 2019) que hegemonizaron la cultura visual del periodo histórico estudiado. Cabe señalar al respecto, que en la circulación de las imágenes tanto en la prensa como en las de la publicidad, el recurso más utilizado para “contener”, “restringir” o “dirigir” el sentido icónico es, siguiendo a Barthes, el anclaje textual de la imagen, el cual “permite acomodar no solo la vista sino también la intelección” (1986: 36).3
El fotorreportaje y su forma de ser interpretado, conjeturamos que contribuyeron a transformar la forma en que los chilenos se vieron a sí mismos y vieron también a los “otros”, a partir de los nuevos códigos visuales provistos por las revistas, en su particular contexto de producción. En específico, nuestra atención se centra en las formas en cómo parte de la sociedad chilena comienza a conocer los nuevos territorios integrados a la soberanía nacional y mantener distancia con el nuevo vecindario representado por Perú y Bolivia, a través de distintos reportajes gráficos que narraron y mostraron a sujetos, lugares históricos y espacios geográficos que habían sido, hasta ese minuto, desconocidos por la mayor parte de los chilenos, en un formato que está a medio camino entre un texto de divulgación científica y un relato de tipo exotista.
El proceso posterior a la Guerra del Pacífico, evidenció un complejo proceso de choque que puso en tensión la forma en que los chilenos generaron sus narrativas históricas, trayendo a colación viejas asociaciones ligadas a los paradigmas europeos, junto con una representación visual afín, definiendo estereotipos, así como matrices nacionales y culturales. En el presente, aún se palpan resabios del histórico conflicto que superan los reduccionismos hegemónico-oficiales (entiéndase posturas diplomáticas, políticas emanadas del Estado), instalándose en el “sentido común” de la población regional (y nacional) reacciones nacionalistas de solapado sentimiento de superioridad chilena ante la condición de indígena y su vinculación histórica con lo peruano y lo boliviano, relacionándolo a un sinónimo de atraso.
A nivel de país, los estudios en torno a una historia de las ideas y sus representaciones, coinciden en definir la existencia de una trama discursiva “nacional” sustentada en ideas-fuerza presentes de manera explícita o implícita en las distintas manifestaciones culturales de la comunidad nacional. Para el caso chileno, desde fines del siglo XIX y principios del siglo XX, una de las principales ideas operantes presentes en el discurso nacional, se encontraba en la supuesta existencia de una “raza chilena” con características excepcionales, las que harían destacar al país dentro del concierto latinoamericano. Este elemento estructurante del imaginario nacional chileno, presente en la obra de Nicolás Palacios “Raza Chilena” y en otros autores a lo largo del siglo XIX, tendría su momento de máxima difusión a raíz del triunfo de Chile en la guerra del Pacífico.4
La “Raza Chilena” poseería rasgos homogéneos que cimentarían la base étnica de la nación chilena, y racialmente estaría constituida por “la conjunción de dos razas guerreras de filiación patriarcal: los godos (conquistadores españoles) y los araucanos (mapuches)” (Subercaseaux, 2010: 74). A juicio de Palacios, esta uniformidad otorgaría a Chile un carácter virtuoso y unitario en donde “todos sentimos y pensamos de idéntica manera en las cuestiones cardinales, sobre las que se apoyan y giran todas las demás referentes a la familia o a la patria, a los deberes morales o cívicos” (Palacios: 37), haciendo de esta cualidad una constitución identitaria que otorgaría a los chilenos la posibilidad de generar una fuerza atávica capaz de distinguirse ante el resto de los países latinoamericanos. Las cualidades inherentes a esta “raza chilena” serían la valentía, el sentido guerrero, el amor a la patria, la severidad doméstica, carácter parco y el predominio de una sicología patriarcal (Subercaseaux, 2007; 2010).
En perspectiva actual, la obra de Palacios debe ser mirada como una “invención” intelectual carente de sustento objetivo. No obstante, desde una perspectiva histórica, esta considera los elementos inspiradores y de época que fue influenciada fuertemente por la teoría del darwinismo social, la cual planteaba la existencia de razas nacionales y la supremacía, en términos intelectuales y físicos, de la raza blanca por sobre las demás. Esta teoría proponía, además, que las “razas puras” u homogéneas eran las razas fuertes, mientras que las mezclas raciales provocaban la degeneración de estas, transformándolas en razas débiles y, por lo tanto, en inferiores (Dümmer, 2012, 2014). La asimilación de este discurso, habría estado asociada a su fuerte grado de “emocionalidad” nacional al hacer frente a escenarios complejos, como por ejemplo, el ambiente que rodeó a la “Guerra del Pacífico”, así como también la conmemoración del centenario de la independencia chilena en 1910, en donde la idea de la excepcionalidad de la raza chilena marcó fuertemente el discurso nacionalista, manifestándose en diversos ámbitos de la cultura nacional.
El abordaje de la corriente latinoamericana en torno a la hegemonía de una raza homogénea como elemento estructurante de la nación (paradigma europeo), se centró en la configuración pluriétnica de las nuevas naciones; aspecto que era visto por la intelectualidad como un componente que dificultaría la configuración de una identidad nacional, bajo el supuesto teórico que solo los pueblos con características homogéneas serían capaces de crear una nación. Como indicáramos anteriormente, dicha homogeneidad estaría compuesta, paradójicamente, por un mestizaje hispano-araucano (mapuche), mixtura idealizada y a espaldas de otros grupos humanos componentes de la realidad chilena. Bajo este alero, es comprobable que la intelectualidad de la época asumió dicho precepto en el ámbito cultural, siendo prolífica la producción de ensayos (Subercaseaux 2010), obras escultóricas (Salgado, 2010) y pictóricas (Ahumada, 2014; Valdés, 2014), en donde la homogeneización del arquetipo nacional en su discursividad y obra fue prolífica, destacándose por un lado el componente mestizo nacional, predominando, sin embargo, el componente blanco y occidental.
La idea de una homogeneidad étnica imperante en la intelectualidad metropolitana, vista en perspectiva, carecía de manera evidente de un correlato objetivo con la realidad nacional; y fue asumida de manera acrítica por gran parte de la población, en la medida en que se transformó en un verdadero “sistema de significación”, el cual tuvo una presencia manifiesta en los discursos periodísticos, intelectuales, políticos, sanitarios, patrióticos, militares y educacionales de comienzos de siglo XX, haciéndose visibles en las conmemoraciones de los primeros centenarios de las Independencias, cuando las identidades nacionales fueron reevaluadas y resignificadas (Arellano, 2011).
La conmemoración del centenario de la independencia, fue para el país el momento propicio para la generación de adherencias a la causa nacional por parte de los chilenos, es decir, afianzar un “nosotros”, así como también de establecer una diferencia con respecto de los “otros” ubicados en la vereda opuesta al paradigma, respondiendo a un patrón desajustado del discurso dominante, en donde se encontrarían las características opuestas del ideal hegemónico. La conmemoración incluyó la inauguración de edificios públicos, que tenían como principal objetivo embellecer y modernizar las principales ciudades del país, dándole un tono europeo, como el Museo de Bellas Artes y la Estación Mapocho en Santiago, entre otros, así como también la instalación de monumentos conmemorativos, la construcción de sistemas de alcantarillado, de alumbrado público, el empedrado de calles, etc. En el ámbito de la cultura, se publicaron una serie de documentos relacionados con los acontecimientos del 18 de septiembre de 1810, la independencia y con los principales aspectos de los cien años de historia nacional (Palma, 2010).
La conmemoración tuvo diversas exhibiciones, organizándose exposiciones de arte, industria y agricultura, que tenían la finalidad de poner a la vista los más destacados productos del país (Hernández, 2006; Norambuena, 2002; Dümmer, 2012). Esta idealización inserta dentro de la discursividad nacional, habría generado una autoimagen arquetípica respecto al ideario nacional chileno, construido en sintonía con la situación de otros países y élites latinoamericanas, los que habrían también cimentado sus identidades nacionales y de clase a partir del discurso homogeneizador, orientado a desintegrar lo diferente y lo heterogéneo en atención a la implementación de sus modelos políticos-económicos de corte liberalizador a espaldas de las particularidades culturales, étnicas y regionales que significarían un “lastre” para el desarrollo, elementos presentes en la mayoría de los países latinoamericanos, particularmente los que indefectiblemente poseían un importante componente indígena.
La exhibición y sintonía de las líneas editoriales con las ideas de homogeneidad racial y modernización del país, se hacen visibles tempranamente en los magazines estudiados, demostrando a través de sus portadas la existencia de estos preceptos en sus contenidos, todas ellas de muy buena factura artística, usada como elemento de atracción y de acceso al contenido y al mensaje editorial, utilizando la tradición alegórica como recurso visual, aspecto que, no obstante, irá variando con el paso de los años. En el número especial de Sucesos dedicado al centenario de la independencia nacional, publicado el 3 de septiembre de 1910 (Imagen 1), ubica en portada el dibujo de la traza del litógrafo alemán Carlos Wiedner, que exhibe la imagen de hombre de tez blanca que honra con un beso a una mano ajada, propia de una persona anciana, en un gesto mayestático de gratitud y respeto. El laureado marco en el cual se inscribe la imagen, nos permite reconocer los colores rojo y amarillo de la bandera española. La alegoría apunta claramente a la representación de un Chile que, habiendo cumplido cien años de vida independiente, reconoce y valora su ascendencia española.
Ahora bien, no es la intención realizar un análisis iconológico profundo de las portadas de Sucesos, sino simplemente identificar en ellas algunos elementos visuales representativos de un imaginario nacional que caracterizó a las primeras décadas del siglo XX de nuestro país, a partir del cual se concibió un Chile blanco, el cual contrastó con las imágenes caricaturescas de Perú y Bolivia, en las cuales -con un negro sentido del humor- se puso en circulación una serie de estereotipos raciales asociados al atraso e incivilización, representados por el componente afrodescendiente, en el caso peruano y al componente indígena en el caso boliviano (Ruz et al, 2017; Ruz et al, 2019).

En este mismo contexto se ubica el reportaje gráfico “Perfiles de la Raza”, publicado en Zig-Zag en diciembre de 1925 (Imagen 2). En este artículo el reportero Florencio Hernández, adentrado en el campo profundo del Chile central, se embarca en la búsqueda de una preconcebida “raza pura chilena”. Para ello, su reportaje da cuenta de un supuesto deterioro de “lo chileno” (tradicional y fundacional) reflejado en una decadente realidad de la vida campesina hacia 1925, señalando introductoriamente la existencia de vicios observados en el campo, como el alcoholismo y la pérdida de valores tradicionales.
Las fotografías utilizadas son cuatro: la central, muestra a una mujer que carga una banquita y una cubeta. La viñeta que otorga sentido a la imagen señala que se trata de “Anna, la lechera, como la leche dulce y sabrosa y… chilena”,5 resaltando aspectos positivos que, posteriormente, se refuerzan en el texto. En segundo plano, se muestra a un robusto y fornido hombre de rasgos caucásicos, cargando un saco sin mayor esfuerzo. El epígrafe indica “100 kilos: una guinda! Aún queda fuerza a la raza”, aludiendo a la facilidad de carga, aspecto que se fortalece al observar la imagen. La alusión a la raza (chilena, supuestamente), pone de relieve aspectos tratados en el reporte.
Dos fotografías, sin reseña alguna, se sitúan en los márgenes del artículo y sugieren se trata de la persona entrevistada y, posiblemente, el entrevistador, de acuerdo a la estructura del reportaje.

El reportero Hernández describe una escena campesina en donde él se adentra en una:
“senda caldeada, (donde) encuentro muchos hombres casi todos los que andan con precisión automática. Observo los “despachos” que asoman por entre las verduras de los bordes de la senda, que son apuntes de fertilidad y de belleza. También se ven los ranchos campesinos, unos ranchos miserables de paja y barro, unos ranchos que en realidad no pertenecen a esta época. En algunas partes se alzan casitas blancas y se ve alegría en las personas. Lindas muchachas aprisionan la visión de la vía; ancianas firmes nos acechan y ancianos envueltos en sus mantas de lana nos dan los buenos días” (Zig-Zag, 1925, N°1086).
En ese marco es que ocurre una situación clave, al encontrarse con un viejo campesino que se identifica como veterano de la Guerra del Pacífico. En diálogo con el veterano no individualizado, Hernández hace mención al calor del día, a lo que el ex soldado señala que “Así viene el verano, muy caloroso; pero estos calores son una guinda; el 79 sí que tuvimos calor, cuando atravesamos el desierto […] y no teníamos agua”, poniendo el realce en la resistencia ante el agobiador clima del -ahora- norte chileno, dando a conocer también su experiencia en Guerra. La entrevista continúa haciendo referencia al entonces enemigo peruano, en donde el veterano destaca que “esos cholos empecataos se lo pasan con la patilla de buscar el odeo […] ellos son remalviviores [...] quieren guerra agora, como la quisieron el 79 […] esos cuando no guerrean con otros se muerden solos”. El interesante relato continúa con la descripción del entorno que rodea al diálogo. Hernández describe al anciano como “un hombre pequeño casi, de unos 70 años, firme, robusto como el pellín de roble. Lleva un hacha al hombro, una hacha reluciente que me hace pensar en las de las canciones de gestas”.
El diálogo continúa y el relato del soldado recuerda la guerra y los sentimientos existentes contra el ex enemigo:
“Pa la guerra padecimos mucho; la mar de niños que jueron de aquí se quearon en los arenales, o volaron con las minas de enemigo. Son muy traicioneros […] yo le dije la verdá; no quiero guerra con nadie; pero creo que el Perú se merece una chanca padre [...] si son como las mujercillas; se la pasan hablando y quejándose, ofenden y acusan, igual que los chiquillos regalones que hacen maldades y se hacen los ofendidos […] llorones [...]mujercillas […] El anciano mostraba su indignación. La guerra con nadie; sólo con el Perú; son demasiado odiosos […] son odiosos” (Zig-Zag, 1925, N°1086)
El relato continúa con la descripción idílica de Hernández al entorno que rodea al ex guerrero, graficándolo de esta forma:
“Llego a la puerta de una “chacra” y entró para ver las tareas campestres que para mí tienen el valor de un poema virgiliano. Ordeña una bella mujer, campesina de pura cepa, sin mezclas de ninguna clase, chilena neta. La contemplo sin hablar y pienso que la vida de peón campesino no es tan de despreciar. Por entre sus dedos finos y blancos escapados chorros de las ubres plenas una lluvia dulce y blanca. Seguí. Por entre los mirajes del sol surgían unos trabajadores sembrando. Eran una mancha movible; me acerqué y los cuerpos fuertes, atezados, acribillados de sol, echando la simiente del surco, la simiente que es civilización, que es vida”. Finaliza la nota refiriéndose al campesino como “viejo el peón filósofo, que sus palabras estaban engarzadas la añoranza, el recuerdo lejano que es leyenda” (Zig-Zag, 1925, N°1086).
El reportaje, si bien mira con la tranquilidad que le otorgan los años a un momento crítico de la experiencia chilena en torno a la Guerra del Pacífico, más aún mantiene en 1925 los resabios del enfrentamiento; aspecto que el protagonista anónimo de la nota grafica muy bien, siendo reflejo de la valentía y poderío chileno; la superioridad ante el peruano y el “cholo”. Cualidades que el reportero engarza otorgándole una esencia legendaria a su condición de “chileno neto”. El enaltecimiento del mestizo chileno y su condición de “raza”, sitúa de fondo la búsqueda de la identidad nacional chilena y que, de no existir, esta debía ser creada, y consecuentemente, divulgada y promovida.
A partir del siglo XX, se fundarían personajes que representaron el tipo nacional chileno, representativos de lo nacional, tipos-síntesis de la nación; en el caso de Chile, el roto y el huaso, uno de origen urbano, el otro rural. O sea, en la época de la exaltación del mestizo, la idea de la necesidad de homogeneidad racial habría permanecido en vigor (Cid, 2009).
La modernización e idea de progreso asociada a la política y economía en crecimiento iniciada el siglo XX, resultante de la bonanza económica que generó la incorporación de los ricos territorios del sur peruano y suroeste boliviano, involucró una importante innovación y modernización tecnológica que afectó, principalmente, a todos los aspectos de la industria y su tecnificación. La modernización como concepto debe concebirse como un proceso de larga duración que presenta, fundamentalmente, una matriz económica manifiesta en la acumulación de logros materiales, industriales, urbanísticos y tecnológicos, que afectan positivamente a la sociedad (Mumford, 1998).
Sin embargo, este proceso de cambios significativos producto de la llamada “experiencia del Capitalismo”, y que se expresa en la vida material y espiritual de los hombres en base al elemento económico, no debe ser considerado como un proceso centrado en la teoría económica (Palma 2010), sino que para ser entendido y con cierta funcionalidad a la problemática propuesta, este debe anclarse al campo de la sociedad y cultura, teniendo en cuenta que todo proceso de cambios económicos permite evidenciar una materialización efectiva en la sociedad. Para ello, se presenta una doble opción: recibir pasivamente los efectos de los cambios económicos y sobrellevarlos prácticamente de manera inconsciente, respondiendo intermitentemente a ciertas coyunturas que la contingencia va presentando (Palma, 2010), o bien, la aceptación pasiva de dichos efectos, e incluso la validación de estos, aspecto común y asociado a las particularidades del modelo de desarrollo capitalista.
Este último aspecto es relevante, en cuanto obliga a comprender la dinámica de la modernización latinoamericana como una adecuación a los modelos y parámetros culturales europeos y norteamericanos, los que suponen una difusión de sus logros y adelantos, en concordancia con las élites y grupos de población que compartieran su universo simbólico y de prácticas.
Tempranamente, en los albores de la nación y del naciente siglo XX, los gobiernos de turno destinaron, como se ha señalado, ingentes recursos para el financiamiento de una imagen de país promovida tanto al exterior como también dentro del país, a partir de exposiciones, publicaciones, exploraciones y acciones de todo tipo, con el fin de acercar a diversos públicos una imagen de una nación “culturizada” y “civilizada” (Correa et al, 2016). La característica de la exhibición habría adquirido una especial relevancia, considerando que la posibilidad de persuadir, convencer y seducir a una comunidad determinada, permitió establecer una insuperable posibilidad de educar sobre la base de los preceptos interesados.
Así como se divulgó en portadas la noción e idea del Chile racialmente homogéneo, el progreso material y los logros técnicos también tuvieron una figuración importante en los diversos números de Zig Zag y Sucesos. La tradicional representación alegórica en sintonía con la imaginería anteriormente expuesta respecto de la homogeneidad racial, es posible de reconocer en la lámina publicada en la revista Zig-Zag, en su número 159, en el significativo mes de septiembre del año 1908 (Imagen 3). En la lámina, atribuida a José Foradori y titulada “Libertad y Progreso”, se aprecia el binomio anterior hombre-mujer, en donde un ángel, representado a partir de una figura femenina asociada -como dijimos anteriormente- a la “patria libre”, inviste con una corona de laureles a un personaje masculino de tez blanca, acompañado de elementos asociados a la industria, la ciencia y las artes, en donde la palabra “progreso” da sentido a la composición y la intencionalidad a transmitir. El texto escrito en verso que acompaña esta imagen alegórica, culmina con la frase: “Y vigoroso al frente/bajo aquel sol gigante/de libertad/emprende la marcha adelante/¡las glorias del progreso va altivo a conquistar!”.

El recurso de oposición utilizado para hacer visible el retraso de la vecindad peruana y boliviana en comparación a la virtud chilena-occidental, estuvo asociado a un trasfondo mayor e interesado, dado por la vinculación de la población indígena del norte de Chile con su pasado peruano y boliviano, carácter marcado por su condición de ex enemigos militares y la evidente hostilidad legada. Respecto al Perú y Bolivia, existen tempranamente expresiones en los medios. Esto, bajo una primera regularidad que puede centralizarse en la exposición de la situación “rural” o “interior” del país, poniendo acento en las descripciones de la población indígena, no solamente andina (aymara y quechua), sino que también amazónica.
Recurrentes son los reportajes gráficos realizados por viajeros y aventureros que describen a sus ojos la situación de las provincias, tanto peruanas como bolivianas, en la que predomina el tenor “rural” y el exotismo comprensible otorgado por la mirada del reportero al viaje.
Uno de los primeros reportajes gráficos aparecidos en Zig-Zag, lleva por título “Un viaje al interior del Perú”, publicado en el N°86 de octubre 1906 (Imagen 4) y relata el viaje realizado por quien rubrica como Dr. Simon, por el ferrocarril Lima-La Oroya. En él se destacan los avances ingenieriles en cuanto la posibilidad de vencer las “inmensas dificultades que la naturaleza presenta”, destacándose también la labor de progreso llevada a cabo por colonos, sin dejar de observar con extrañeza la condición indígena:
“Si de las colonias nombradas se sigue viaje al oriente de la del factor se llega a las comarcas habitadas por indios que se encuentran aún en un estado completo de salvajismo; éstos son los indios “chunchos” y los “campos”. Aunque generalmente son indios pacíficos que no causan daño a los transeúntes, no puede uno evitar de inquietarse cuando se presenta inesperadamente saliendo de entre los matorrales, la figura belicosa de un indio con arcos y flechas” (Zig-Zag, 1906, N°86).
El set de imágenes grafica las formas de vida de la población habitante de cejas de selva del centro del Perú. El viajero también reseña la experiencia de conocer a los “menos pacíficos indios “campos" que residen más al interior” e indicar los conflictos con los industriales caucheros de la región, señalando que “se muestran hostiles a menudo contra los blancos”.
La representación de Bolivia en los medios se hace patente en marzo de 1909 en el reportaje de Zig-Zag “Bolivia”, en donde el firmante, Dr. Hermann Roeschmann, reporta su travesía de tres años realizada por Bolivia, con especial énfasis en el departamento del Beni.
Su relato plasma las dificultades del traslado al altiplano y el carácter boliviano:
“los viajes de esas regiones son bastantes penosos y no recomendables para los que no saben gozar de las majestuosas y hermosísimas montañas de Quimsa Cruz y sus alrededores. Los indígenas de esos distritos los Aymáras al lado de La Paz y los Quichuas al lado de Cochabamba son tan reservados contra los mismos bolivianos que un viajero casi nunca alcanza a conquistar su confianza” (Zig-Zag, 1909, N°213).
Las referencias al Beni, que componen las imágenes de “indígenas bailando frente a la iglesia Trinidad” (Imagen 5), hacen alusión al peligro que corren los viajeros de adquirir enfermedades exóticas observadas en África:
“Aunque al interior de Bolivia no ha sido todavía el origen de epidemias que se han estudiado sobre las vecinas repúblicas, siempre existe el gran peligro que así sucederá con el aumento del tráfico como lo hemos visto en África, con la horrible plaga de la enfermedad del sueño. Esta enfermedad no la hemos observado hasta ahora en Bolivia, pero el mal de cadenas que aniquila todos los años a los caballos y por un parásito que es casi igual al de la enfermedad del sueño. Es muy posible que este parásito se acostumbra al hombre y produzca luego las fatales consecuencias que vemos ahora en África. Se ve entonces que el estudio de estas enfermedades no tiene solamente interés para la ciencia y para regiones limitadas sino en todo el universo y merece las privaciones que causan los viajeros en esas aisladas y apartadas regiones” (Zig-Zag, 1909, N°213).


Al tenor del exotismo y ruralidad de los espacios andinos, se suma el componente humano habitante de estos espacios y las dificultades en cuanto su carácter y cualidades humanas. A lo ya expresado respecto del pueblo aymara y quechua, cualificados como “reservados” y poco confiables por la revista, se suma la supuesta mala disposición al trabajo. Sucesos, de junio de 1916, publica el reportaje gráfico “De Bolivia. Los habitantes” (Imagen 6), aludiendo a las características y disposición hacia el trabajo minero y ferroviario de la población indígena altiplánica. El set de 4 fotografías refleja el trabajo realizado en exteriores, en “trabajos de ingeniería” y “construcción de ferrocarriles”. En tres imágenes de la serie se observan cuadrillas de trabajadores indígenas en conjunto con un aparente capataz. Los juicios valorativos del redactor, a partir de la descripción de los trabajadores y pobladores “que pueblan los campos y pampas de Bolivia” en especial el indígena, son negativos, poniendo en relieve su condición de semi salvajismo y propensión a vicios: “el indio verdadero es un tipo casi salvaje, dotado de toda clase de vicios, es muy poco afecto al trabajo, le gusta embriagarse y apropiarse de lo ajeno como algunos indios chilenos”. Esto, además de su poca voluntad al trabajo; “El trabajo les espanta horriblemente”, “indio que trabaje voluntariamente no ha nacido todavía”.
Siguiendo este tenor, en Julio de 1911, Sucesos publica “De Bolivia” (Imagen 7), nota que hace referencia al envío oficioso del corresponsal de la revista que busca presentar fotografías de “algún aspecto de la nacionalidad boliviana”. La nota expone en su componente gráfico, 6 imágenes que resumen la realidad boliviana: por un lado, el fuerte componente indígena reflejado en las imágenes “Un grupo de indias bolivianas” y “la entrada al mercado de Oruro”, así como la compleja realidad étnica en donde se identifica un componente criollo no indígena en “Tipos de mujeres criollas”; la composición visual colabora en la síntesis de la realidad boliviana, exponiendo imágenes de avances industriales “Puente recién construido en línea del ferrocarril a Cochabamba”, aspectos de desarrollo urbano “La plaza Diez de Febrero” y “La nueva calle Bolivar”.
La editorial señala que en las fotografías “pueden verse algunas de indígenas, que el corresponsal llama “cholos”, nombre común que se da á los diversos tipos de razas aymará o quichúa. Hay en Bolivia 725.000 indígenas según últimas estadísticas. De ellos solo un diez por ciento se halla en plena barbarie” (Sucesos, 1911, N°164). El texto continúa refiriendo a ciertas características físicas y de carácter del indígena, aspecto que, como veremos más adelante, se replicarán en torno al indígena del norte chileno:
“la talla aymará es de 1.60 m., por término medio; cuerpo grueso, anchas espaldas, pecho voluminoso, cabeza oblonga adelante hacia atrás y un poco comprimida lateralmente; frente estrecha, cara larga sin barba, mirada fría, triste y maliciosa; boca grande, cabellos ásperos, negros y lisos. Su fisonomía es seria, reflexiva y siempre triste” (Sucesos, 1911, N°164).
La nota termina haciendo alusión a “fenómeno de la lenta y gradual desaparición del indígena”, aludiendo al supuesto éxito del paradigma modernizador boliviano y que el proceso “civilizatorio” ha logrado sacar al indio de su condición ancestral; en esta nota, el indígena o directamente la “raza indígena de esta parte de América no ha sufrido desde su origen alteraciones sensibles, que hayan modificado de manera completa su aspecto físico”, manteniéndola en un estado de suspensión temporal, resaltando su anclaje en el tiempo pasado.


En la representación del Perú como de Bolivia, se resaltó su condición de ruralidad, aislamiento, de exóticos ambientes, de una condición humana indígena racializada y alterizada, al final de cuentas “negativa” observada por quienes trasmiten y mediatizan dicha mirada desde el presente (las primeras décadas del siglo XX). La mirada del “presente” en tanto, contrasta con el interés e idealización del pasado prehispánico, vinculando “lo indio” de ambos países al pasado imperial incaico y tiwanacota, es decir, refiriendo a la ancestralidad y pasado glorioso de un horizonte “clásico” de desarrollo cultural y material, desanclado de la contemporaneidad del indígena de comienzos del siglo XX. Se destaca la monumentalidad de sitios arqueológicos que por lo demás llamaban la atención a nivel mundial en la época; Tiwanaku, Cuzco y Machu Pichu, como objeto de aprecio seguramente orientado al lector letrado y consumidor de noticias referentes a descubrimientos, que para la época marcaban el quehacer científico.
La cobertura respecto del pasado peruano y boliviano tiene temprana presencia en los magazines. Así, Zig-Zag N°184 del 13 de septiembre 1908 publica “Ruinas Incaycas del Cusco”, en un relato que se acompaña con una imagen de las “Ruinas del Templo de San Agustín, Cuzco” (Imagen 8). La publicación firmada por Octavio Adriasola, señala la fascinación que despierta el pasado ante turistas y estudiosos preferentemente europeos, que con frecuencia llegan al Cuzco, destaca la posibilidad de su estudio y la natural atracción del lugar y el legado cultural, sin dejar de observar con nostalgia el pasado y gloria de una historia ya perdida. Al respecto, en su descripción, destaca al sitio de Ollantaytambo, lugar donde indica la existencia de una:
“jigantesca piedra labrada, de superficie plana, trabajo grandioso y en la cual el inca decía la misa según su religión. Sobre esta célebre piedra sagrada van los desgraciados descendientes de Manco a llorar su eterno cautiverio y a ocultar su vergüenza al verse sin patria, sin libertad y sin honra. Vistiendo el negro ropaje del dolor, buscan con religioso recogimiento los históricos sitios de los incas, para recordar a sus queridos monarcas y derramar copiosas y abundantes lágrimas que alivien el peso de sus sufrimientos; ellos, los primeros dueños de esta tierra y que sufren, siglos ha, el mismo tratamiento que las bestias de carga, siendo además robados por los que no son de su sangre y para mayor desdicha, por sus mismos congéneres cuando ejercen algún mando” (Zig-Zag (1908, N°184).

Sucesos N°584 del 13 de Noviembre de 1913 publica “Perú Antiguo”, que en gran forma resume la cobertura y enfoque de los reportajes gráficos respecto del pasado de Perú (Imagen 9), destacando la riqueza arqueológica, aludiendo a un: “Pueblo con civilización avanzada, en su desaparición dejaron los primitivos peruano señales positivas de su adelanto, como lo demuestran sus palacios, caminos fortalezas y templos que han maravillado a los viajeros”, destacando la monumentalidad de sitios arqueológicos que, por lo demás, llamaban la atención a nivel mundial en la época como objeto de aprecio, seguramente, orientado al lector letrado y consumidor de noticias referentes a descubrimientos, que para la época marcaban el quehacer científico. También se expresa la idea de la persistencia de un pasado que pervive de alguna manera en las poblaciones contemporáneas de entonces “actualmente, aunque sea escasa relativamente la población indígena, son aún abundantes las reliquias de la época pre-colonial: de ello tratan dos de las fotografías adjuntas; la otra se refiere a una faena campestre, también tradicional”.

La primera referencia a Tiwanaco, se observa en Sucesos del 9 de agosto de 1908, en el reportaje gráfico “Bolivia” (Imagen 10), publicado a días de conmemorado el día patrio del país altiplánico. En dicha publicación, conjuntamente con abordar aspectos virtuosos de Bolivia y su capital, refiriendo al desarrollo observado en las urbes, destacando “el grado de progreso y de cultura a que han arribado sus principales ciudades, así como las sorprendentes riquezas naturales con que la naturaleza ha dotado”, pone en relieve la coexistencia entre el desarrollo urbano y moderno de sus principales ciudades con miras al progreso del país centrado en sus riquezas minerales. En este acento, se hace referencia al pasado arqueológico y subterráneo aludiendo que los bolivianos:
“Con mano certera han horadado las entrañas de su suelo en busca de metales y para la explotación de ellos han formado establecimientos montados con todos los adelantos que la ingeniería ha introducido. Su acción ha ido más lejos, dando al mundo uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes, en las excavaciones de las ruinas de Tiahuanaco. Día a día deparan ellas nuevas e interesantes revelaciones sobre esos vestigios que corresponden sin duda a una de las más antiguas civilizaciones de que el mundo tenga memoria” (Zig-Zag, 1908, N°181).
El artículo enfatiza y pone en contrapunto la idea de lo moderno y lo tradicional en sana coexistencia: “Muy cerca de esas ruinas, como formando contraste con la vetustez de ellas se alza una de las ciudades más adelantadas de Bolivia y que desde algún tiempo constituye la capital administrativa de ese país”. El texto se acompaña de las imágenes de partes del sitio arqueológico “Estado de las excavaciones en Tihuanaco” y “Cabezas de piedra de las ruinas de Tihuanaco”.

La exposición de Tiwanaco en las revistas tiene una presencia importante, mayor al abordaje de sitios o pasado arqueológico peruano (Imágenes 11 a 13). Entre las referencias, encontramos la descripción gráfica realizada por el “senador por Arauco, señor Miguel A. Urrutia”, publicada en Zig-Zag N°404 del 16 de noviembre de 1912, titulada “De Bolivia. Una Antigua Ciudad” (Imagen 11). Las imágenes expuestas fueron tomadas en “el viaje de placer y estudio llevado a efecto últimamente en Bolivia”. En ella hace referencia a “las ruinas de la antigua ciudad llamada Tiahuanaco y cuya existencia se hace remontar a algunos miles de años. Cuando los españoles llegaron a América, ya existían las indicadas ruinas”. Las imágenes grafican la monumentalidad del sitio en 5 reproducciones fotográficas: “1. El señor Miguel A. Urrutia y el señor Jorge Prieto Echaurren junto al ídolo llamado “El Fraile”, 2. Restos de las antiguas construcciones, 3. La llamada Gran Escalinata, 4. Iglesia construida con piedras de las ruinas y 5. Parte de las ruinas llamada Puerta del Sol”.



El comienzo del siglo XX chileno, trajo consigo el posicionamiento de la idea de que Chile se encontraba en un proceso de modernización dialogante con el contexto del cambio de siglo mundial, los balances políticos y económicos con miras a la conmemoración del centenario de la vida republicana independiente, y la creciente industrialización nacional fortalecida por la bonanza económica que había significado la incorporación de los ricos territorios del Norte Grande post Guerra del Pacífico. De esto, los medios de comunicación de masas hicieron eco y otorgaron resonancia, manifestando parcialidad y consecuente permeabilidad ideológica, siendo las revistas ilustradas del sello editorial Zig-Zag, muestra de esto. Las revistas que componían el sello fueron el escaparate de exhibición del proceso de avance, progreso y modernización chileno.
La exposición de este ciclo, coincidió con la sofisticación de los medios de comunicación que venían incorporando nuevas formas de divulgar contenidos, otorgando a la imagen un papel preponderante en la instalación de una idea de país en apogeo. La exhibición de la modernidad en un contexto de crecimiento como país, no solamente afectó a las formas o la retórica con que se construyó la autoimagen del Chile próspero, sino que también erigió una imagen de la posición del país respecto de la vecindad peruana y boliviana, que sobre la base del recurso de la comparación y oposición fue desplegando -solapada y, en ocasiones, explícitamente- una postura de superioridad chilena, por sobre ambas. La construcción de esta aparente virtuosidad recogió valoraciones de época que otorgaban a las expresiones de modernidad (especialmente en Latinoamérica) una dimensión positiva, mientras que los rasgos tradicionales, vernaculares y, en especial, el pasado y presente indígena andino peruano y boliviano, eran observados como negativos por parte del interlocutor chileno.
Zig-Zag se caracterizó por dar cobertura y exposición al tenor rural de la vida de la población indígena peruana y boliviana, exhibiendo despersonalizada y exotizadamente a las personas indígenas y su cultura, otorgando también a connotación positiva al pasado peruano y boliviano en su horizonte “clásico” (Inca y Tiwanaco), presentándolo de manera distanciada y asincrónica respecto de su presente, dejando entrever la existencia de un pasado milenario y ancestral mejor de lo que se es en su presente y del que resta solo observar reliquias. La representación documental de la vecindad peruana y boliviana en Zig-Zag, estuvo marcada por la simpatía e intereses de propietarios, editores y reporteros, posiblemente, pero también da cuenta de la permeabilidad y uso de los medios en ciertos contextos regidos por una intencionalidad mayor ideológica de mostrar una diferencia fundacional respecto de los orígenes de la nación, el sentimiento de pertenencia nacional y las valoraciones que estos sentimientos adquieren en ciertos contextos. Los fotorreportajes de Zig-Zag denotan la diferencia, distancia y abierta oposición en las narraciones y valoraciones adquiridas por los relatos nacionales, en el marco de la postguerra del Pacífico y los procesos que le continuaron.
Al cuerpo editorial y pares evaluadores que con sus observaciones contribuyeron a mejorar la calidad del manuscrito original. Artículo resultado del proyecto de investigación FONDECYT Regular Nº 1171499.












