Resumen: Este trabajo pretende ofrecer algunas claves para la enseñanza del español para futuros profesionales de la cooperación internacional. En la primera parte, se presenta una descripción inicial de la lengua de especialidad, ejemplificada en una de las vertientes más representativas de la disciplina, la gestión de proyectos. En segundo lugar, desde la óptica de la lengua para fines específicos, se ofrece la caracterización global de un marco formativo paradigmático, las asignaturas de lengua extranjera integradas en los programas de máster especializado con perfil profesional, con atención a las condiciones objetivas de aprendizaje y a las necesidades percibidas por los estudiantes. Estas dos investigaciones complementarias nos permiten, por último, establecer las bases de un currículum apropiado para el aprendizaje del español de la cooperación internacional.
Abstract: This paper aims to offer some keys for the teaching of Spanish for future professionals of international cooperation. In the first part, an initial description of the specialized language is presented, exemplified by one of the most representative aspects of the discipline, project management. Secondly, from the point of view of language for specific purposes, we offer the global characterization of a paradigmatic formative framework, the foreign language subjects integrated in the programs of specialized professional masters, with attention to the objective conditions of learning and the needs perceived by students. These two complementary investigations allow us, finally, to establish the bases of an appropriate curriculum for learning Spanish for international cooperation.
SUPLEMENTOS
El español para la cooperación internacional. Análisis de necesidades de aprendizaje

Recepción: 10 Mayo 2018
Publicación: 01 Julio 2018
Ana Escartín Arilla. Soy licenciada en Historia y en Traducción e Interpretación, y titular de un máster en traducción alemán-español y de un máster en enseñanza del español como lengua extranjera. Obtuve el diploma en estudios avanzados gracias a una investigación sobre traducción de cómic (español-francés). Soy traductora, especializada en ciencias humanas y sociales, y profesora universitaria de lengua francesa, lengua española y traducción. En la actualidad imparto clases de traducción francés-español y de español como lengua de especialidad en la Université Grenoble Alpes (Francia) y estoy realizando una tesis de doctorado en torno a los géneros textuales de la cooperación internacional en lengua española.
Mi interés por el español para la cooperación nace directamente de la observación de mi entorno profesional. Actualmente soy profesora de español como lengua extranjera en una universidad francesa en la que imparto asignaturas de la licenciatura denominada Langues étrangères appliquées (LEA). Una parte de los estudiantes que realizan estos estudios pasan después a engrosar las filas de las formaciones de posgrado especializadas en cooperación internacional. Muchas de estas formaciones ofertan sus propias asignaturas de lenguas extranjeras, por lo que cabe pensar que dichas materias están destinadas al desarrollo de la competencia comunicativa en este ámbito particular, es decir, que se conciben como enseñanza de lenguas para fines específicos (LFE) o, más precisamente, para fines profesionales (LFP).
Por esta razón, en el marco de mi práctica profesional empecé poco a poco a interesarme por las necesidades comunicativas que podían tener los estudiantes que en el futuro iban a trabajar en el ámbito de la cooperación, y en mi investigación documental en busca de un hipotético “español para la cooperación” o una “lengua de la cooperación” pude comprobar que no existen estudios teóricos desde la perspectiva de la enseñanza del español lengua extranjera (ELE) ni materiales didácticos dedicados en exclusiva a este ámbito.
Así, he comprobado que no existen referencias a esta esfera de especialidad en las investigaciones acerca del español para fines específicos (EFE) ni del español para fines profesionales (EFP); la única denominación que podría guardar alguna relación con nuestro objeto de estudio sería la “lengua de la diplomacia” que menciona Gómez de Enterría (2009a:63) y la lengua de las “relaciones internacionales”, pero no hemos encontrado descripciones precisas de ninguna de las dos. Por otro lado, nociones más amplias o abstractas que podrían vincularse a nuestro campo de estudio, tales como “negociación intercultural” o “liderazgo intercultural”, aparecen asociadas en todos los casos observados al ámbito de las relaciones comerciales.
En consonancia con ello, como decía, también he constatado la ausencia de producción editorial especializada en este dominio. De hecho, como señala Aguirre Beltrán (2009:170), fuera de los ámbitos clásicos de las LFP (negocios, banca y economía, turismo y hostelería, ciencias de la salud y dominio jurídico), la ausencia de materiales publicados es absoluta, debido a que se trata de necesidades “muy específicas” que, por lo demás, muchas veces presentan baja demanda y escasa rentabilidad. La única propuesta didáctica para este campo que hemos podido identificar es la realizada en su memoria de máster por Andrade Godina[1].
Un campo de estudio desde la perspectiva del español que sí se ha desarrollado relativamente en los últimos años es el de la traducción e interpretación en organismos internacionales y ONG. No en vano, es dentro de la perspectiva traductológica donde hemos encontrado la única referencia explícita a una “terminología de la cooperación internacional”, de la mano de Verguer Aguilar[2]. Este puede ser un terreno fértil de investigación en el futuro, si bien excede por completo al marco del presente trabajo.
La ausencia de investigaciones y de materiales específicos ha sido también constatada gracias a una serie de intercambios personales con profesores de esta materia acerca de las necesidades observadas para la práctica docente, intercambios realizados sobre la base de un breve cuestionario (véase anexo 6) que me ha permitido confirmar la observación inicial, a saber, que por lo general los docentes elaboran sus propios programas y sus propios materiales de trabajo y que no disponen de estudios teóricos ni currículos específicos sobre el español para la cooperación que les sirvan de base.
La pregunta que surge ante este vacío es si es posible proporcionar a los profesores programas y materiales didácticos, es decir, instrumentos básicos para la práctica docente, y, en su caso, cómo lograrlo. Los programas y materiales didácticos se construyen sobre la base de muestras reales de lengua, es decir, sobre corpus textuales (orales y escritos) que permiten identificar rasgos lingüísticos, frecuencias de uso, implicaciones extralingüísticas y términos especializados (Gómez de Enterría 2009b:58-59). Para elaborar corpus rigurosos y útiles es necesaria “la realización de un análisis de necesidades centrado en el currículo de la lengua que debe aprender el estudiante y en el estudio de las situaciones concretas en las que este alumno va a comunicar mediante la lengua que trata de aprender” (2009b:59). El esquema del proceso descrito por Gómez de Enterría es el siguiente:
Es en la primera fase del proceso, el análisis de necesidades, donde se sitúa el presente trabajo.
El análisis de necesidades que se propone aquí pretende determinar qué “se debe” aprender en un curso de español para la cooperación internacional. En este sentido, es pertinente recordar aquí la distinción entre uso y aprendizaje de la lengua que establecen Hutchinson y Waters en su acreditada revisión histórica de las etapas que había atravesado el estudio del inglés para fines específicos (1987:14). La gran contribución de estos autores a la investigación sobre las LFE, una vez descritos los parámetros de uso de la lengua en un ámbito especializado, consistió precisamente en llamar la atención sobre la importancia que debía recibir el aprendizaje a la hora de elaborar programas didácticos, y no en vano esta es una de las líneas más fructíferas e interesantes de la investigación reciente. Desde este punto de vista, entendemos que averiguar qué se debe aprender en un curso de español para la cooperación equivale a averiguar qué uso se va a hacer de dicha lengua y qué necesitan los estudiantes para lograr ese uso competente.
En concreto, perseguimos un doble objetivo. Para empezar, pretendemos dar sentido a los datos que arroja nuestro análisis de necesidades, determinando de qué manera tales datos pueden contribuir a la constitución de ese futuro currículo del español para la cooperación. La segunda contribución de este trabajo será, en coherencia con su carácter tentativo, la identificación de algunas vías interesantes de trabajo posterior. Para ello, trataremos de proponer líneas de estudio del “español para la cooperación”, atendiendo a las distintas dimensiones que se vienen analizando desde hace tiempo en relación con los ámbitos “clásicos” y mejor estudiados de las LFE, como son el económico, el comercial, el administrativo, el jurídico, el turístico y el sanitario.
Y todo ello se presenta desde la perspectiva de quien no es especialista en la materia, en coherencia con las circunstancias en las que –necesariamente, por otro lado– se lleva a cabo, con mucha frecuencia, la enseñanza de LFE. Mi perspectiva, por tanto, no es la de un experto en el lenguaje de la cooperación, sino la de una profesora de lenguas extranjeras (LE) que se aproxima a ese lenguaje desde el exterior y trata de extraer datos útiles para su práctica docente. Con este estudio, espero contribuir en alguna medida a allanar el camino a algunos compañeros de profesión.
Uno de los primeros y más exhaustivos modelos de análisis de necesidades propuestos para la enseñanza de lenguas extranjeras nació en el marco de un proyecto del Consejo de Europa y fue llevado a cabo por Richterich y Chancerel (1977). En él se señalaba la necesidad de situar las necesidades lingüísticas dentro del proceso de enseñanza y de conceder al estudiante un lugar central en dicho proceso, dentro de un marco de negociación. El modelo parte de las necesidades de los estudiantes y propone fórmulas para analizar los criterios con los que identifica dichas necesidades cada uno de los tres actores del proceso, a saber, los propios estudiantes, la institución donde se realiza la formación y la institución de utilización de la L2. En este modelo inicial vemos aparecer realidades que más tarde serán conceptualizadas como perfil del alumno, necesidades de la situación meta y condiciones de la situación de aprendizaje. Asimismo, en coherencia con el enfoque centrado en los estudiantes, la atención prestada a la identidad y la personalidad de los aprendientes apunta ya a una distinción entre necesidades objetivas y subjetivas que será teorizada más delante de manera reiterada.
El diseño de cursos basado en las necesidades de los aprendices recibió su espaldarazo definitivo de la mano de Hutchinson y Waters y su obra clásica, English for Specific Purposes (1987), de referencia obligada en todo estudio sobre aprendizaje-enseñanza de LFE. Estos autores definen explícitamente dos componentes esenciales del análisis de necesidades (1987:54): las necesidades de la situación meta (“what the learner needs to do in the target situation”) y las necesidades de la situación de aprendizaje (“what the learner needs to do in order to learn”).
Por lo que respecta a la situación meta (1987:55-58), los autores identifican un primer tipo de necesidades (“needs”) al que dan el nombre de “necessities” y que se corresponde con el uso efectivo de la L2 en un determinado entorno académico o profesional. Las “necessities” (1987: 55) se definen como:
the type of need determined by the demands of the target situation, that is, what the learner needs to know in order to function effectively in the target situation.
A estas necesidades básicas, Hutchinson y Waters añaden dos categorías no teorizadas hasta el momento. Por un lado, en referencia al nivel inicial de los estudiantes en relación con las competencias requeridas por la situación meta, acuñan el concepto de “lacks” o “carencias”, que definen así (1987:55):
what the learner knows already, so that you can then decide which of the necessities the learner lacks. [...] The target proficiency in other words, needs to be matched against the existing proficiency of the learners. The gap between the two can be referred to as the learner’s lacks.
Por otro lado, incluyen dentro de la situación meta las percepciones que los estudiantes tienen de sus propias necesidades en dicha situación, que reciben el nombre de “wants” (“a view as to what their needs are”, 1987:56) y que podemos identificar como “expectativas”.
Pero la gran aportación de estos autores es, como decíamos, su propuesta de análisis de necesidades de la situación de aprendizaje (1987:62-63), que consiste esencialmente en responder a las siguientes preguntas:
- ¿Por qué realizan este curso los estudiantes?
- ¿Cómo aprenden los estudiantes?
- ¿De qué recursos se dispone?
- ¿Quiénes son los estudiantes?
- ¿Dónde y cuándo se desarrolla el curso?
He aquí un cuadro-resumen de los componentes esenciales a los que presta atención el modelo de Hutchinson y Waters:

Aparte del interés intrínseco de este modelo, queremos señalar aquí la atención explícita prestada al perfil del alumnado y, sobre todo, la importancia que adquieren las que se han dado en llamar “necesidades subjetivas” de los estudiantes, tales como el estilo de aprendizaje, la actitud hacia la lengua y la cultura meta y las fuentes de motivación. Algunos de estos aspectos, y sobre todo el de la motivación, recibirán una atención especial en nuestro estudio.
En 1989 apareció publicada la propuesta de análisis de necesidades que otro autor, Geoffrey Brindley, había presentado en 1984, es decir, tres años antes de la publicación de English for Specific Purposes, en la que se planteaba una distinción similar a la subrayada por Hutchinson y Waters (1989:63). Brindley diferencia el análisis orientado hacia el producto, “product-oriented”, que se centra en “the language they will have to use in a particular communication situation”, y el análisis orientado hacia el proceso, “process-oriented”, que se interesa por “the needs of the learner as an individual in the learning situation”. Quedan así establecidos los fundamentos para la diferenciación entre necesidades objetivas y subjetivas (1989:70). Las necesidades objetivas, que podemos equiparar a los conceptos de “necessities” y “lacks” de Hutchinson y Waters, se definen como:
needs which are derivable from different kinds of factual information about learners, their use of language in real-life communication situations as well as their current language proficiency and language difficulties.
Las necesidades subjetivas, por su parte, aúnan en una única categoría el concepto de “wants” y todos los elementos de la situación de aprendizaje directamente relacionados con las preferencias y actitudes de los aprendices, en la medida en que son:
cognitive and affective needs of the learner in the learning situation, derivable from information about affective and cognitive factors such as personality, confidence, attitudes, learner’s wants and expectations with regard to the learning of English and their individual cognitive style and learning strategies.
Unos años más tarde, en su modelo centrado en el aprendiz (“learner-centred”), Ian Tudor (1996) retoma esta distinción entre necesidades objetivas y subjetivas, si bien atribuye componentes diferentes a cada una de las categorías. Así, dentro de las necesidades objetivas distingue el análisis de la situación meta (“target situation analysis”, TSA), de la situación de partida (“present situation analysis”, PSA), de las estrategias (“strategy analysis”) y de los recursos (“means analysis”). Por su parte, las necesidades subjetivas incluyen las diferencias individuales (introversión/extroversión, tolerancia a la ambigüedad y toma de riesgos, ansiedad y autoestima, estilo cognitivo) y los estilos de aprendizaje.
Pese a las diferencias –de matiz, a nuestro entender– existentes entre estos modelos, todos ellos invocan la complementariedad entre el análisis de las habilidades comunicativas de las que tendrá que hacer uso el aprendiz en contextos académicos y/o profesionales y el de los múltiples y multidimensionales factores que intervienen en la adquisición de dichas habilidades, una complementariedad que Hutchinson y Waters ilustran a la perfección con el siguiente símil (1987:62):
The target situation analysis can determine the destination; it can also act as a compass on the journey to give general direction, but we must choose our route according to the vehicles and guides available (i.e. conditions of the learning situations), the existing roads within the learner’s mind (i.e. their knowledge, skills and strategies) and the learner’s motivation for travelling.
Este es también, naturalmente, nuestro punto de partida. Esta elección no solo es coherente con el estado actual de la investigación y con los marcos teóricos más generalmente aceptados y adoptados –entre los que hemos de destacar el Marco Europeo de Referencia para las Lenguas–, sino que responde también a un posicionamiento personal: el íntimo convencimiento de que la clarificación de objetivos y contenidos sobre la base del análisis de necesidades de los estudiantes contribuye a mejorar la práctica docente y a incrementar la motivación de los alumnos –y de los profesores– y su compromiso con respecto a la LE, lo que se traduce a su vez en una experiencia más satisfactoria para los participantes y en mejores resultados objetivos, que es el propósito último de todos cuantos estamos implicados en el proceso de aprendizaje-enseñanza de lenguas extranjeras.
El modelo adaptado a nuestro trabajo, basado en el de García-Romeu (2006), distingue entre necesidades de comunicación y necesidades de aprendizaje. Las necesidades de comunicación son aquellas que se infieren del análisis de la lengua especializada y su uso en las situaciones meta, consustancial a todo planteamiento teórico relacionado con las LFE. Adaptando una de las descripciones que realizan Hutchinson y Waters del análisis de necesidades de la situación meta (1987:60), podemos definir las necesidades de comunicación como el conjunto de conocimientos y destrezas que requiere un comunicador experto para llevar a cabo con eficacia sus tareas profesionales.
Una vez determinados los componentes de la lengua de especialidad, el análisis de las necesidades de aprendizaje consiste en identificar los criterios que nos permitirán determinar cuáles de esos componentes pueden o deben ser objeto de aprendizaje en un determinado contexto formativo de LFE. Tales criterios pueden ser objetivos (marco de instrucción, características del profesorado, perfil formativo de los estudiantes y competencia lingüística inicial) y subjetivos (grado de motivación, expectativas y preferencias de los aprendices), y determinan las necesidades concretas del “estudiante tipo” de español para la cooperación.
Coincidimos con Tudor en afirmar que “language teaching will be more effective if teaching structures are made more responsive to the needs, characteristics and expectations of learners” (1996:1). En este planteamiento adquiere una importancia crucial el componente de la motivación. Dörnyei (1994:280) distingue tres niveles dentro del perfil motivacional: el de la lengua, el del estudiante y el de la situación de aprendizaje, a los que asocia distintos factores motivacionales:

En esta primera etapa del análisis de necesidades nos centraremos en aquellos componentes que, entendemos, constituyen la base del perfil motivacional correspondiente a las clases de español en el marco formativo analizado, es decir, los que son en buena medida extrapolables a todos los grupos pertenecientes a dicha formación. En primer lugar, abordaremos los componentes asociados con el lenguaje. Basándose en la dicotomía inicial de Gardner, Dörnyei caracteriza el subsistema motivacional integrativo como el conjunto de predisposiciones afectivas hacia la LE, que incluyen, por un lado, componentes sociales, culturales y etnolingüísticos y, por otro, el interés por las lenguas y las culturas extranjeras, y el subsistema instrumental como el conjunto de motivaciones extrínsecas internalizadas relacionadas con las futuras tareas profesionales (1994:279). La relevancia de este planteamiento dentro de nuestro análisis resulta indiscutible.
En segundo lugar nos interesaremos por dos factores vinculados a la formación: interés y relevancia (1994:277). El interés se define como la curiosidad inherente de los alumnos y su deseo de conocer más sobre ellos mismos y sobre su entorno. La relevancia corresponde a la percepción que tienen los estudiantes acerca de la relación entre la formación recibida y sus necesidades y objetivos, y en este contexto en particular con la adquisición de competencia comunicativa en español en un determinado campo de especialidad.
Nuestro trabajo se divide, como vemos, en dos partes bien diferenciadas, a cada una de las cuales corresponde una serie de instrumentos básico de estudio.
Para describir con más precisión la concepción de esta parte del trabajo, podemos situar las necesidades de comunicación en la frontera entre la lengua de especialidad y la lengua para fines específicos, tal y como definen estos conceptos Cabré y Gómez de Enterría (cit. en Rodríguez-Piñero y García Antuña 2009:916). Las lenguas de especialidad (LESP), en tanto que “subsistemas de recursos específicos, lingüísticos y no lingüísticos, usados en contextos que se consideran especializados por sus condiciones comunicativas”, se sitúan en la dimensión de la lengua materna (L1), mientras que las lenguas para fines específicos (LFE), que son “el mismo conjunto de recursos, aunque desde el punto de vista del análisis de su uso en ‘ámbitos temáticos-funcionales precisos’ y de su proceso de enseñanza-aprendizaje”, corresponden a la dimensión de la segunda lengua (L2). En otras palabras, la lengua para fines específicos requiere la descripción precisa de la lengua de especialidad.
Ahora bien, raras veces vamos a encontrar una descripción de la lengua de especialidad completa y sistemática que haga posible una simple trasposición con arreglo a las necesidades de los aprendientes no nativos. La lengua de especialidad en L1 va adquiriéndose, generalmente, en paralelo al aprendizaje de los contenidos y las técnicas propias de la materia, no como un componente aislado de la actividad profesional. En cambio, la lengua para fines específicos (LFE) constituye por su propia naturaleza un objeto de enseñanza y aprendizaje consciente (Rodríguez-Piñero Alcalá y García Antuña 2009:914), de ahí que buena parte de la descripción explícita de la lengua de especialidad de la que se nutre llegue precisamente de la mano de los especialistas en lenguas extranjeras, que deben hacer frente a la ausencia de esa clase de reflexión. Desde esta perspectiva, podemos decir que la descripción de la lengua de especialidad y la de la lengua para fines específicos van en gran medida de la mano, y que muchas veces la descripción de la lengua de especialidad se realiza desde la perspectiva de las lenguas extranjeras, o lo que es lo mismo, es sometida al filtro de las necesidades de los aprendices de la lengua para fines específicos.
Para tratar de describir la lengua de especialidad en el ámbito de la cooperación hemos considerado conveniente y viable estudiar en esta fase inicial una serie de documentos básicos de trabajo elaborados por teóricos de la cooperación y por organizaciones e instituciones de dicho ámbito, con especial atención a los manuales de cooperación y de gestión de proyectos, con el fin de establecer una primera descripción, necesariamente aproximativa, de las situaciones de uso de la lengua más habituales en el contexto profesional[3].
Para identificar necesidades básicas de aprendizaje, hemos seleccionado un contexto de formación particular que a nuestro entender resulta suficientemente representativo del proceso de aprendizaje-enseñanza del español para la cooperación. Como sabemos, en un gran número de países la formación académica en cooperación internacional se desarrolla en el marco de estudios de posgrado, y por lo general incluye materias encaminadas a la adquisición y desarrollo de lenguas extranjeras, entre ellas el español. Así pues, es razonable pensar que este es uno de los entornos privilegiados para la enseñanza de la lengua especializada para la cooperación.
Para esta primera muestra hemos escogido, por razones de proximidad y familiaridad, como señalaba en el capítulo 1, aquellas formaciones de posgrado especializadas en cooperación que se imparten en Francia y ofrecen asignaturas de español como lengua extranjera, cuyo análisis arrojará datos relevantes para la identificación de necesidades. En concreto hemos analizado siete programas ofertados durante el curso académico 2015-2016 en toda Francia[4], de un total de doce formaciones identificadas como máster de cooperación, es decir, aquellas que tienen entre sus objetivos principales capacitar a los estudiantes para trabajar en organizaciones del ámbito de la cooperación, la solidaridad o la ayuda humanitaria a nivel internacional. El estudio del diseño y los objetivos de los programas, accesibles en las correspondientes páginas web, así como de las características particulares de las asignaturas de español integradas en ellos permitirá establecer un primer catálogo de necesidades objetivas del proceso de enseñanza-aprendizaje.
Por otro lado, hemos elaborado dos cuestionarios de análisis de necesidades destinados, respectivamente, a estudiantes y profesores[5]. Mediante este último, además de verificar, como ya hemos señalado, la ausencia de materiales útiles para la práctica docente, hemos tratado de tender un puente de diálogo con algunos profesores con el fin de comprender un poco más a fondo el marco formativo en el que se desarrolla su tarea docente, así como sus necesidades profesionales dentro del mismo. Pero sin duda uno de los instrumentos más valiosos con los que contamos en esta investigación es el cuestionario destinado a identificar las necesidades de los alumnos (véase anexo 5). Este cuestionario fue enviado a todas las formaciones de posgrado estudiadas en español y en francés, y respondieron a él veinticuatro estudiantes de tres formaciones diferentes. Gracias a estas respuestas podemos determinar un perfil básico del alumnado de español para la cooperación en el que se incluyen también, a modo de indicación, algunos datos relacionados con las expectativas y la motivación que creemos extrapolables a la mayor parte de los grupos de estudiantes. Pese a todo, este estudio es necesariamente somero, debido a las características de este trabajo inicial, y deberá completarse, cómo no, con nuevas investigaciones.
Como hemos señalado, para empezar necesitamos contar con una descripción lo más completa posible de la lengua de especialidad propia de este campo. Dicha descripción debe basarse, claro está, en la observación del uso de la lengua en contextos profesionales, tanto oral como escrita, y la elaboración de catálogos de situaciones y funciones predominantes, géneros y patrones discursivos propios y formas lingüísticas características (gramaticales y, esencialmente, léxicas).
El concepto “cooperación internacional” nace como tal en la Carta Fundacional de las Naciones Unidas y tiene como fin último “la solución de problemas internacionales de carácter económico, social, cultural y humanitario” y “el desarrollo y estímulo del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales de todos, sin hacer distinción por motivos de raza, sexo, idioma o religión” (capítulo 1, artículo 1).
A nuestro entender, esta denominación es lo suficientemente elocuente y precisa como para dar cuenta de su naturaleza y características en tanto que ámbito de especialidad, y al mismo tiempo lo suficientemente amplia como para incluir todo un abanico de corrientes de pensamiento y líneas de actuación que poco a poco han ido enriqueciendo el proyecto que vio la luz en 1945.
Así, entendemos que el concepto de “cooperación” abarca dos líneas de actuación claramente diferenciadas: la acción humanitaria y de emergencia, por un lado, y la acción integral a largo plazo, por otro, que a su vez recibe distintas denominaciones en función de múltiples parámetros y concepciones, desde la “cooperación al desarrollo” hasta la “acción para el cambio social”[6]. Asimismo, incluye todas las modalidades de cooperación y a todos los agentes implicados en ellas: tanto los Estados y los organismos oficiales nacionales y supranacionales como las autoridades locales, las organizaciones de la sociedad civil y las corporaciones multinacionales (RACI:26). En este trabajo, nuestro interés se centrará en la labor de las organizaciones no gubernamentales (ONG).
Nuestro análisis de la comunicación en el marco de la cooperación se basa en una concepción amplia del concepto de “lengua especialidad” en tanto que “comunicación específica”, que, como señala Blanco Canales (2010:72), “ya no se refiere solo a los discursos lingüísticos que transmiten conocimiento de especialidad, sino que incluye todos aquellos que se generan en el ejercicio de una profesión u oficio”.
En la práctica profesional de la cooperación, y en concreto dentro del marco de actividad de las ONG, se generan, al igual que sucede en todos los demás ámbitos laborales, multitud de situaciones y necesidades de comunicación de índole muy diversa, caracterizadas, como explica Cassany (2003) por factores tales como los destinatarios (comunicación interna / externa), el grado de formalidad requerido, la jerarquía de los interlocutores (comunicación horizontal / vertical, ascendente / descendente), el canal (oral / escrito) de transmisión o el nivel de especialización.
Cassany propone una clasificación en cuatro ámbitos comunicativos, ámbitos que no son estancos ni homogéneos, pero que proporcionan un modelo básico de partida que podemos adaptar, con modificaciones, a nuestro terreno de estudio[7]. Cada ámbito se traduce a su vez en distintos “discursos”. Así, dentro del ámbito interno, se distingue el discurso técnico-científico, que se desarrolla entre interlocutores especializados, y el discurso organizativo, destinado a regular el funcionamiento de la organización, y que incluye el lenguaje administrativo y el lenguaje jurídico. Los discursos externos son el discurso comercial, del que se sirve la organización para gestionar sus relaciones con los usuarios, a través, esencialmente, de la correspondencia comercial y de la publicidad, y por último el discurso protocolario, utilizado para mantener la comunicación con interlocutores externos.
Sobre la base de este modelo, proponemos aquí una clasificación de los ámbitos de comunicación correspondientes a la esfera de especialidad de la cooperación:

De entre los distintos ámbitos que distinguimos aquí, el que menos datos relevantes puede aportar para la descripción de la lengua de especialidad es el de la administración interna (el “ámbito organizativo” de Cassany), dado que, desde el punto de vista formal, se sirve de modelos comunicativos comunes a todos los terrenos profesionales (géneros jurídico-administrativos), sin particularidades significativas asociadas a la cooperación, y, al mismo tiempo, desde el punto de vista del contenido, responde a necesidades particulares de cada organización, es decir, a parámetros difícilmente transferibles a una descripción general. Por esta razón, podemos afirmar, a grandes rasgos, que las situaciones de comunicación propias del dominio profesional de la cooperación se desarrollan en torno a la gestión de proyectos, el intercambio científico, las relaciones interorganizativas, la ejecución de proyectos y las acciones de comunicación externa. Cada uno de estos ámbitos lleva asociado, a su vez, un determinado tipo de lenguaje que, sin embargo, no es ni exclusivo ni excluyente.
Así, a grandes rasgos, podemos decir en primer lugar que la gestión de proyectos y las relaciones interorganizativas cuentan con su propio “lenguaje sectorial”, es decir, con un sistema de comunicación particular, caracterizado por un léxico altamente específico y especializado (técnico) y todo un conjunto de mecanismos de intercomprensión exclusivos del desempeño de unas determinadas funciones dentro del ámbito general de la cooperación. Por otro lado, el intercambio científico se caracteriza, como no podía ser de otra manera, por el uso del lenguaje técnico-científico, que se materializa a su vez en distintos grados de especialización discursiva en virtud de las características de cada situación de comunicación (especializado, semiespecializado, divulgativo). En la ejecución de proyectos conviven el lenguaje sectorial propio de la gestión, el lenguaje de la comunicación externa en las relaciones con algunos interlocutores y el lenguaje técnico asociado a las particularidades de cada intervención, en función del área de actuación (economía, medio ambiente, igualdad de trato, educación, salud, etc.) y de las características específicas de la acción, que en ocasiones puede requerir un altísimo grado de especialización terminológica. Por último, las acciones de comunicación constituyen un entramado complejo de necesidades y propósitos, que van desde la captación de recursos hasta la transformación social efectiva, pasando por la generación de impacto en los medios de comunicación y la creación de una imagen de marca de las organizaciones (Sáez y Nos 2015:10), y que se valen a su vez de distintos lenguajes (comercial y publicitario, periodístico o científico).
Obviamente, resultaría imposible tratar de describir aquí, siquiera someramente, los rasgos esenciales de todos estos ámbitos comunicativos, cada uno de los cuales requiere un estudio exhaustivo y multidimensional. Por esta razón, en este trabajo vamos a centrarnos exclusivamente en uno de ellos: la gestión de proyectos.
Hemos escogido este ámbito comunicativo por diversas razones. Para empezar, en tanto que “unidad básica de gestión del desarrollo” y “principal instrumento de acceso a la cooperación” (Palomar Avilés, 2006:8), el proyecto es la tarea en torno a la cual se realizan muchas de las acciones fundamentales de la organización, la que da sentido, en buena medida, a las demás situaciones profesionales y de comunicación.
La gestión de proyectos es un proceso que responde a unos parámetros ampliamente compartidos por los profesionales y exhaustivamente descritos por los especialistas, lo que hace posible un acercamiento lingüístico riguroso y sistematizado. Además, constituye una de las tareas centrales e idiosincráticas de la actividad en las organizaciones, la base sobre la que se realiza y evalúa posteriormente toda acción de cooperación, y con la que todo profesional de la cooperación ha de estar familiarizado.
Con el objeto de sugerir claves para la caracterización de la comunicación para la gestión de proyectos de cooperación, vamos a tratar de determinar las competencias de comunicación básicas de los responsables del proceso, las situaciones de comunicación a las que dan lugar las distintas fases del proceso y los géneros orales y escritos asociados a dichas situaciones, las áreas temáticas correspondientes y las características fundamentales de la terminología utilizada, para ofrecer más tarde propuestas para traducir los datos obtenidos en componentes concretos del currículo.
En 2010, el ministerio británico de Desarrollo Internacional (Department for International Development, DFID) publicó en su página web un documento que recogía las nueve competencias básicas (“core competencies”) requeridas para ocupar puestos de asesoría en distintos campos de la cooperación y las relaciones internacionales dentro de dicho organismo, es decir, cargos que requieren un elevado nivel de especialización en la materia. En tanto que “características subyacentes” que se suman a las habilidades técnicas y profesionales del trabajador, podemos definir estas competencias como transversales. Son las siguientes:
Competencias relacionadas con el trabajo:
- Análisis y utilización de la información
- Toma de decisiones
- Planificación y realización del trabajo
- Competencias relacionadas con las personas
- Trabajo con otras personas
- Comunicación con otras personas
- Influencia
- Competencias organizativas
- Conciencia de organización
- Gestión del cambio
- Mejora continua
Si bien no hay que perder de vista el carácter interno e institucional del documento, entendemos que se trata de un material de enorme utilidad para nuestro estudio, no solo por su valor intrínseco como marco de referencia inicial, sino porque establece una graduación en niveles para cada una de las competencias, lo que puede resultar muy útil desde la perspectiva de la enseñanza:

De este catálogo de competencias, nos interesa esencialmente, como es natural, la de “Comunicación con otras personas”. La enumeración por niveles de las destrezas asociadas a esta competencia nos puede proporcionar una imagen aproximada de las habilidades comunicativas que pueden esperarse de un experto en cooperación, en un nivel de concreción lo suficientemente elevado como para resultar relevante y significativo a la hora de efectuar un diseño curricular:

Las distintas habilidades descritas nos proporcionan información acerca de los objetivos generales asociados a las competencias de comprensión y producción oral y escrita, y también nos ofrecen algunas pistas sobre las funciones que caracterizan las situaciones de comunicación en este ámbito profesional: negociar, conciliar, sintetizar, explicar, ejemplificar, describir, persuadir, clarificar.
Por otra parte, dentro de las demás categorías podemos encontrar algunas destrezas relacionadas explícitamente con el uso de la lengua, o que se manifiestan mediante funciones específicas, cuyas expresiones lingüísticas deben formar parte del bagaje de los profesionales, y otras nos aportan información sobre aspectos de carácter pragmático y conductual de indudable relevancia en las negociaciones interculturales. Además, varios descriptores hacen referencia a destrezas de reformulación y síntesis de información, aspectos no exclusivamente relacionados con nuestros propósitos pero que deberán subyacer en todo caso al enfoque con el que se plantee el tratamiento de la información a la hora de diseñar tareas de aprendizaje[8].
Disponemos asimismo de un segundo documento de referencia que identifica los conocimientos, habilidades y actitudes que integran el “Perfil del planificador de proyectos” (Londoño Velez 2009:89). Dentro de dicho perfil, nos interesan especialmente las habilidades relacionadas con la comunicación y las actitudes que se manifiestan a través de determinadas estrategias pragmáticas. Las resumimos en la siguiente tabla:
Si sometemos los distintos descriptores enumerados a un proceso de abstracción y los pasamos por el filtro de las necesidades de enseñanza de LFE, podemos elaborar a partir de estos documentos un primer cuadro aproximativo de competencias (objetivos), funciones (contenidos funcionales) y estrategias pragmáticas (contenidos pragmáticos) con una primera propuesta de organización por niveles:


Para ofrecer una panorámica sobre los componentes y los rasgos de la comunicación asociada a la gestión de proyectos, es imprescindible determinar qué situaciones comunicativas le son propias, y cuáles son los componentes de dichas situaciones. Para ello, vamos a analizar una serie de manuales de gestión de proyectos destinados a profesionales de la cooperación, con el fin de obtener la máxima información sobre dichas situaciones, y después vamos a reformular esos datos en términos útiles desde el punto de vista didáctico. Los conceptos fundamentales sobre los que vamos a trabajar son el de “situación de comunicación” y el de “género discursivo”.
Cada operación de las realizadas en el marco de la gestión de proyectos lleva aparejado un conjunto de situaciones de comunicación, entendidas como actos de intercambio comunicativo que muchas veces tiene asociadas determinados eventos de interacción oral, por lo que en general podemos traducir el contenido de dichas situaciones en procesos de negociación y debate. Además estas situaciones implican el manejo de diferentes documentos escritos, en tres sentidos: el uso de materiales de consulta y documentación, la utilización de modelos, formularios y plantillas como herramienta de recogida y presentación de datos y la elaboración de textos en los que se materializan los resultados de las distintas operaciones.
En este sentido, nos parece indispensable detenernos brevemente en el concepto de “géneros discursivos” tal y como los define Cassany (2003:42): “unidad de comunicación que se ha desarrollado socio-históricamente en el [ámbito] de una actividad laboral específica”. Los géneros escritos propios del ámbito de la gestión de proyectos están, como vamos a ver, sumamente estandarizados y son ampliamente reconocidos a nivel internacional. Más difícil resulta la identificación de géneros orales, máxime cuando además no suelen producirse situaciones de comunicación exclusivamente oral, sino que habitualmente integran la lectura y la elaboración de textos escritos. Pese a todo, muchas de las situaciones comunicación oral que vamos a abordar a continuación están sumamente ritualizadas y cumplen una serie de requisitos generalmente aceptados que las hacen reconocibles como tales, de tal modo que podemos caracterizarlas como “géneros orales”.
Para realizar este análisis vamos a seguir la secuencia prototípica de la gestión del ciclo del proyecto. El proceso de gestión consiste en una serie de etapas consecutivas e interconectadas. Estas etapas reciben distintas caracterizaciones y denominaciones según el enfoque utilizado, los organismos responsables y los autores especializados[9], pero todos responden a un esquema similar, en el que destacan las siguientes etapas:
- Preparación
- Formulación
- Negociación
- Seguimiento y evaluación
- Comunicación de resultados
En este trabajo, vamos a estudiar en profundidad las dos primeras fases, preparación y formulación, que nos proporcionan información muy valiosa acerca de la lengua de la gestión de proyectos, y nos limitaremos a ofrecer algunas indicaciones sobre las otras tres etapas, que, por sus rasgos comunicativos, se solapan con el ámbito de las relaciones interorganizativas, de la ejecución de proyectos y de la comunicación de resultados (véase cuadro 3).
Para analizar esta primera etapa vamos a partir del denominado “enfoque del marco lógico” (EML), que es el modelo de trabajo mayoritariamente descrito en la documentación y una de las metodologías estandarizadas más reconocidas a nivel internacional[10]. Este modelo consta de tres etapas, análisis, diseño y programación. Podemos caracterizar dichas etapas y las operaciones que las componen de la siguiente manera:

A partir de aquí, vamos a determinar las situaciones de comunicación que tienen lugar en el marco de las distintas operaciones y los géneros discursivos implicados en ellas. Para elaborar la siguiente tabla hemos incorporado también datos de Londoño Vélez (2009), que proporciona, entre otras claves, una interesante lista de herramientas para el trabajo participativo, tomada a su vez de una propuesta del DFID (2010:58-60):

En estas primeras fases del proceso de gestión de proyectos entran en juego, esencialmente, tres modalidades comunicativas esenciales:
- La consulta documental
- Las entrevistas con informantes
- Los talleres de trabajo
CONSULTA DOCUMENTAL. Los textos de documentación en torno al problema inicial son sumamente variados, y dependen de las características de cada proyecto específico. Los manuales de diseño del proceso, en cambio, constituyen uno de los géneros específicos de la cooperación. Tienen por objetivo explicar los métodos propios de la especialidad y hacer accesibles a los gestores de proyectos los instrumentos y los conceptos específicos de cada etapa del proceso. En este sentido, se dirigen a los profesionales (expertos) pero con finalidad didáctica, y se caracterizan por el lenguaje explicativo y descriptivo, la univocidad terminológica, la proliferación de definiciones, la clarificación de conceptos altamente especializados y el uso frecuente de recursos gráficos destinados a sintetizar, destacar e ilustrar contenidos (tablas, esquemas, recuadros), como podemos observar en el ejemplo siguiente:
ENTREVISTAS CON INTERESADOS. No disponemos de descripciones precisas de este tipo de intercambios, que lógicamente se formulan en función de las necesidades de cada proyecto, pero sí podemos decir que incluyen conversaciones (orales y escritas) con miembros de la comunidad local beneficiaria de la intervención (beneficiarios directos, autoridades políticas, entidades sociales), en coherencia con el enfoque participativo de la gestión de proyectos, consistente en la creciente intervención de los beneficiarios en el proceso de toma de decisiones. Las relaciones cada vez más habituales con la población destinataria durante el ciclo del proyecto tienen consecuencias evidentes en la selección del discurso y de las estrategias de comunicación. Cabe suponer que en este discurso, que no hemos estudiado en profundidad, comparte las características del discurso de la ejecución de proyectos.
TALLERES DE TRABAJO. Los talleres de trabajo son intercambios que suelen adoptar formatos prototípicos (grupo focal, Evaluación Rural Participativa) y que persiguen la identificación de la situación inicial. Como decíamos, esas situaciones de intercambio oral suelen presentar rasgos altamente previsibles dentro de este contexto de especialidad, por lo que podemos identificarlos como géneros orales. Veamos, por ejemplo, la descripción de la metodología del análisis de participación y del análisis de estrategias:
Estas descripciones no solo dan cuenta de la secuencia básica de cada género particular y el contenido temático de cada etapa (por ejemplo, afectados, problemas, intereses, potencial y relaciones en el análisis de problemas), sino que también ofrecen información muy valiosa sobre las competencias discursivas y pragmáticas deben poseer los participantes (categorizar, debatir, priorizar, analizar, evaluar, seleccionar) y que pueden traducirse en expresiones lingüísticas particulares.
Por otro lado, estas situaciones de intercambio oral que utilizan a su vez unas herramientas de recogida y presentación de datos específica, a modo de plantillas, entre las que destacan la “matriz” y el “árbol”. Así, por ejemplo, un taller de análisis de problemas se materializará, en muchos casos, en un árbol de problemas. Esta herramienta se representa de la siguiente manera:
Y se traduce así en un documento concreto:
Observamos en estas situaciones el uso de una terminología habitual en el terreno de la cooperación, pero no altamente especializada, puesto que es el fruto de la reflexión interna entre colegas y el documento final tiene carácter efímero[11]. Podemos decir que estas herramientas constituyen un apoyo para un intercambio esencialmente oral. En este sentido, lo más importante en estos intercambios es el dominio de la metodología de trabajo, por un lado, y la capacidad de transmitir ideas e impresiones, así como de sintetizarlas al máximo en las notas correspondientes.
El traslado de toda la información recogida durante estos talleres a un documento escrito “formal” se lleva a cabo a través de los talleres de marco lógico, que culminan con la redacción de uno de los documentos centrales del ciclo de proyecto: la “matriz de planificación” o “matriz de marco lógico”. Vemos a continuación la plantilla correspondiente:
Este documento utiliza la terminología propia del lenguaje sectorial del ciclo de proyectos, compartida por todos los responsables de su elaboración, tanto en la propia plantilla como en su contenido específico. En general, son pocos los términos que podemos caracterizar como propios de la esfera de la cooperación: “empoderamiento”, “enfoque de género”. Por lo demás, salvo por el uso de términos especializados compartidos con el ámbito de la gestión comercial (“insumos”, “viáticos”), observamos que la mayor parte de los términos proceden de la lengua general y adquieren en este ámbito un significado particular (distinción entre “objetivo” y “resultado esperado”), en ocasiones gracias a combinaciones léxicas (distinción entre “objetivo general” y “objetivo específico”, conceptos como “población sujeto”). Aparte del dominio de estos rasgos terminológicos, las competencias esenciales requeridas para la elaboración de la matriz de marco lógico son, una vez más, el dominio de la metodología y la capacidad de síntesis.
Una vez establecido el marco lógico, se elaboran toda una serie de documentos específicos de programación que constituirán el plan de ejecución, y que son comunes a todos los tipos de proyectos: cronograma, calendario de recursos, cuadro de precios, presupuesto. Estos documentos se construyen sobre la base de modelos o plantillas como el siguiente:
La construcción y el contenido de estos textos no presentan una gran complejidad, más allá del conocimiento de su lógica interna, común a la gestión de proyectos en todos los ámbitos de especialidad.
Una vez completada la fase de preparación llega el momento de la redacción del documento de proyecto, que es uno de los géneros enteramente específicos del ámbito de la cooperación[12]. Hemos de recordar que, hasta esta fase del ciclo de proyecto, los textos que se han elaborado estaban destinados a uso interno, mientras que este documento definitivo no es solo la guía para la ejecución, sino el escaparate mismo del proyecto, la clave del acceso a la financiación, por lo que la corrección y la adecuación formal adquieren una relevancia muy especial. No en vano, como subraya Londoño Vélez (2009:77), “en la práctica, las propuestas pueden ser rechazadas por su baja calidad en la coherencia y redacción, por lo cual es recomendable destinar un tiempo específico de la formulación para la escritura del proyecto”.
En este sentido, las guías de formulación de proyectos constituyen una de las principales fuentes de documentación. Desde el punto de vista lingüístico, estas guías poseen los mismos rasgos lingüísticos que los manuales genéricos de ciclo de gestión, en los que en ocasiones aparecen integradas. Su rasgo distintivo es, lógicamente, la importancia de la función metalingüística, en coherencia con su naturaleza y propósito, en tanto que auténticos “libros de estilo” de la cooperación.
Pasemos ahora a la redacción del documento. En esencia, el documento de proyecto es “un resumen del proyecto elaborado con la información recogida en las fases de identificación y formulación” (Londoño Vélez 2009:78), es decir, que consiste en la reformulación de los datos recabados en las fases previas. A continuación se puede ver una guía de redacción del documento.
Como podemos observar, se trata de un documento de una extensión considerable –que, no obstante, puede variar en función de las exigencias de los distintos proyectos y mecanismos de financiación–, que requiere la puesta en práctica de una serie de estrategias de tratamiento de la información, fundamentalmente la reutilización y síntesis de los datos recabados en las fases anteriores. Si analizamos el contenido de cada apartado del documento, observamos que los responsables de la redacción deben ser capaces de sintetizar (resumen), contextualizar (antecedentes), describir (preparación, metodología), explicar y argumentar (justificación, impacto previsto), lo que exige dominar las destrezas comunicativas y las formas lingüísticas asociadas a dichas funciones. Por otro lado, se deben incluir algunos de los documentos elaborados en la fase de preparación, que deberán estar adecuadamente construidos: cronograma, presupuesto, matriz de marco lógico, etc.
En definitiva, desde el punto de vista de la competencia lingüística, la redacción del documento de proyecto constituye un ejercicio de producción escrita integrador y cargado de significado. Entre otras destrezas, exige, fundamentalmente:
- Capacidad de síntesis del trabajo realizado y adecuación al formulario o modelo
- Dominio de la metodología, los géneros escritos y la terminología sectorial
- Adecuación a las expectativas y consignas de los destinatarios
- Atención explícita a la corrección y la coherencia
- Eficacia comunicativa, capacidad descriptiva, explicativa y argumentativa
En este trabajo no vamos a analizar en profundidad la etapa de búsqueda y negociación de la financiación del proyecto, puesto que entra de lleno en el ámbito comunicativo de las relaciones interorganizativas (véase cuadro 3) y, en consecuencia, excede a nuestros propósitos. Por esta razón, nos limitaremos a identificar algunas de las destrezas comunicativas que deben movilizarse en esta fase del proceso.
Las principales vías de acceso a la financiación de los proyectos son las siguientes (Palomar Avilés 2007:17):
- Formulación de una demanda a una agencia estatal de cooperación
- Participación en convocatorias de proyectos (oficiales o de otros organismos)
- Contacto con otra(s) ONG con intereses o propósitos compartidos
Los responsables de la búsqueda de financiación deben comprender y saber utilizar toda una serie de herramientas documentales destinadas a canalizar los intercambios entre las distintas organizaciones, entre las que cabe mencionar:
- Normativa jurídica (reglamentos, disposiciones...)
- Convocatorias publicadas en boletines oficiales
- Descripciones de procedimientos en páginas web
- Bases de datos digitales e interfaces de búsqueda de proyectos y financiación
- Sistemas digitales de alerta
Con arreglo a los distintos mecanismos de solicitud de financiación, el documento de proyecto es presentado por las vías oportunas a las agencias correspondientes para su estudio y eventual aprobación, después de la cual comienza una fase de negociación que desembocará en la financiación y la legalización de los convenios (APC 2012:20). A partir de este momento, como explica González Gómez (2007:16):
Si el proyecto es aprobado, entonces los propios donantes establecerán los mecanismos para la firma del convenio entre las partes [...] para el traslado de fondos, los protocolos de funcionamiento, así como los mecanismos y formatos de entrega de informes de actividades y legalización del gasto.
Vemos, por tanto, que a partir de este momento se entablan una serie de negociaciones (orales y escritas) que varían según los protocolos establecidos por cada organismo. Resulta imposible realizar aquí un barrido sistemático de los géneros con los que se trabaja a lo largo de esta fase, dada la multiplicidad de procedimientos existentes y de documentos asociados a ellos. Bastará con señalar que los responsables de la búsqueda de financiación deben activar las estrategias comunicativas de comprensión y de expresión. Por un lado, deben conocer los distintos sistemas de acceso a la cooperación y comprender el lenguaje jurídico y administrativo asociado a la normativa general y a las convocatorias concretas, las particularidades de cada sistema de comunicación y todos los detalles de los textos instructivos. Por otro lado, han de utilizar adecuadamente los canales de comunicación habitual con sus interlocutores (entre ellas las páginas web, a través de las cuales se realiza buena parte de los procedimientos), disponer de estrategias para adaptar su actuación (lingüística) a protocolos desconocidos y, en última instancia, ser capaces de negociar y redactar acuerdos y convenios.
El seguimiento y la evaluación son procedimientos altamente complejos en los que se interrelacionan rasgos de los distintos ámbitos de comunicación identificados más arriba (cuadro 3). El seguimiento, en tanto que procedimiento destinado a la adopción de acciones correctivas durante la fase de implementación del proyecto, constituye un contexto híbrido de comunicación, a caballo entre la gestión y la ejecución. Por su parte, la evaluación se realiza con posterioridad a la finalización del proyecto, incluso años después, y muchas veces corre a cargo de un equipo externo, que entabla a su vez intercambios con el equipo responsable del proyecto inicial y con los distintos actores locales de la intervención, lo que se traduce en un complejo entramado de rasgos comunicativos de los que no podemos dar cuenta aquí.
Por esta razón, nos limitaremos a señalar que estos dos procedimientos, pese a no ser sinónimos, comparten naturaleza y siguen una secuencia similar: 1) planificación y documentación; 2) recogida de datos; 3) utilización y comunicación de los resultados (adopción de medidas en el caso del seguimiento y extracción de lecciones de experiencia y rendición de cuentas en el de la evaluación). En cada una de estas operaciones se entablan, como veíamos, múltiples modalidades de contactos comunicativos, muchos de los cuales son comunes a la fase de preparación del proyecto (3.3.2.1.).
Así, por lo que respecta a las situaciones de intercambio oral, encontramos una serie de reuniones de trabajo y estudios de gabinete relativamente estandarizados, y un trabajo de campo centrado en las entrevistas con actores y beneficiarios del proyecto, un tanto menos previsibles. En cuanto a los géneros escritos, de nuevo encontramos materiales de documentación prototípicos (como las guías de evaluación), herramientas de trabajo basadas en plantillas (matrices, fichas de control, listas de indicadores) y productos escritos altamente complejos, como el plan de trabajo inicial (términos de referencia, TdR), la memoria de campo y el informe final.
Abundar en ellos nos permitiría, claro está, aumentar el catálogo de géneros (fundamentalmente escritos) y la lista de términos especializados, pero no nos proporcionaría nuevos datos acerca de las características fundamentales de la lengua de la gestión de proyectos.
Uno de los datos más relevantes que nos proporciona el estudio del tratamiento de esta fase en los manuales de cooperación es la identificación de los principales interlocutores de los responsables de la gestión del proyecto, a los que deben transmitir los resultados del mismo y ante los que han de rendir cuentas. A grandes rasgos, los interlocutores son los siguientes (González Mancebo y Osuna Llaneza 2007:95-96): responsables políticos , planificadores , gestores de la intervención evaluada , entidades financiadoras , contrapartes y socios locales, o tras agencias donantes, b eneficiarios de la intervención y sociedad civil.
Para la comunicación de resultados a cada uno de estos sectores, los responsables privilegian unos soportes u otros de comunicación, en función de los intereses y las expectativas de cada uno de ello, lo que permite atribuir una enorme relevancia a la competencia pragmática y discursiva a esta etapa del proyecto. A título ilustrativo, presentamos aquí un catálogo de canales y soportes utilizados para la comunicación de los resultados de la evaluación:

Con esta última etapa del ciclo de gestión del proyecto nos adentramos de lleno, como se puede comprobar, en otro de los ámbitos definitorios del campo de la cooperación internacional, al que hemos denominado “acciones de comunicación” (véase cuadro 3) y que, obviamente, merecería un exhaustivo análisis específico.
Una vez identificados algunos de los géneros característicos de la gestión de proyectos podemos ofrecer una primera descripción de la lengua de especialidad, siempre dentro del ámbito comunicativo de la gestión de proyectos. Como hemos señalado, podemos caracterizar esta lengua como “lenguaje sectorial” exclusivo de esta esfera de especialidad. Dentro de este lenguaje, distinguimos, por un lado, dos tipos de intercambios: uno especializado, que se produce entre los expertos encargados del proyecto, tiene por objeto el cumplimiento de las funciones propias de su responsabilidad y es esencialmente descriptivo y expositivo, y otro didáctico, fruto de la complejidad y especificidad metodológica de los procedimientos, caracterizado por el discurso autorreferencial y la función metalingüística, y que se traduce en una enorme presencia de materiales instructivos (guías y manuales), erigidos en género propio de la esfera de especialidad.
Si atendemos de manera específica al intercambio puramente especializado, y a falta de un estudio mucho más exhaustivo y sistemático, podemos identificar ya algunos rasgos lingüísticos.
El lenguaje de la gestión de proyectos presenta un alto grado de especialización. El mayor número de términos y construcciones genuinamente especializados se da, como es lógico –dada la naturaleza de este ámbito comunicativo–, en el discurso autorreferencial, es decir, en la denominación de las metodologías y herramientas propias de la especialidad profesional. Por lo general, se trata de neologismos en forma de compuestos sintagmáticos: marco lógico, matriz de planificación, árbol de objetivos, enfoque producto, enfoque de género, diagnóstico participativo, problema focal, fuente de verificación.
Dentro de este discurso “metodológico” es también muy frecuente el uso especializado de palabras de la lengua general, que adquieren un sentido unívoco en el ámbito profesional: identificación, alternativas, proyecto, impacto. Los verbos de carácter instrumental suelen designar acciones relacionadas con el análisis de la información (categorizar, seleccionar, identificar) o con la propia intervención, en cuyo caso expresan transformación (erradicar, reducir, aumentar, mitigar), la introducción deliberada de una novedad (aplicar, instalar, establecer, implantar) o la consecución de un cambio positivo (capacitar, posibilitar). Entre los sustantivos de la lengua general utilizados en este ámbito destacan los sustantivos abstractos relacionados con aspectos técnicos y formales del proyecto: factibilidad, pertinencia, viabilidad.
Por otro lado, el lenguaje de la gestión de proyectos recoge, lógicamente, muchos de los términos propios –esencialmente abstractos– de la cooperación en general, algunos de ellos pertenecientes a la lengua general, pero que adquieren un significado especial en este contexto, por su asociación con los principios morales de la actividad (contraposición entre sustantivos positivos: confianza, convivencia, respeto, inclusión, y negativos: estereotipo, prejuicio, exclusión, marginación). Entre los términos que podemos considerar propios de esta especialidad encontramos calcos, generalmente del inglés (empoderamiento, decisores políticos, contraparte), combinaciones léxicas (enfoque de género, enfoque medioambiental), construcciones fraseológicas recurrentes (impulso a la economía local, reducción de la pobreza), así como denominaciones de entidades participantes, muchas veces identificadas mediante siglas (ONG, ONGD), y nombres propios de organizaciones e instituciones (OCDE, OIT, AECID), cargos, funciones, etc.
Además, encontramos con frecuencia términos especializados de otras áreas de actividad, fundamentalmente la gestión, la estadística y el ámbito jurídico, así como del lenguaje de las ciencias sociales y políticas. Por último, el contenido específico de cada proyecto da lugar a la aparición de la terminología propia de las distintas áreas de actuación de la cooperación internacional, entre las que cabe destacar: ayuda humanitaria y alimentaria, infraestructuras, economía y comercio, educación, ciencia y tecnología, medio ambiente, inclusión social y derechos humanos, justicia y derechos políticos.
La lengua observada en los documentos presenta una clarísima tendencia a la precisión y la economía, coherente con los propósitos de la actividad y fruto, sin duda, del frecuente uso de modelos y plantillas de trabajo y de numerosas categorías conceptuales preestablecidas. La tendencia a la síntesis se materializa, en primer lugar, mediante recursos gráficos de síntesis, clasificación e ilustración (cuadros, listas, gráficos, etc.), y también, cómo no, lingüísticamente, mediante la abundancia de sustantivos y participios y un recurso frecuente a la nominalización.
Por otra parte, la objetividad y neutralidad asociadas por lo general a las lenguas de especialidad adquieren en esta esfera comunicativa, por su propia naturaleza, una dimensión particular. Tanto las situaciones observadas como los objetivos propuestos se formulan con la máxima neutralidad posible (construcciones impersonales, voz pasiva, tercera persona) y, en muchos casos, en forma de datos numéricos, con el fin de obtener los resultados esperados (entre los que destaca, cómo no, la financiación del proyecto). No obstante, entendemos que esta característica es propia del lenguaje escrito, pero no tanto del oral. No en vano, los documentos escritos son, como hemos visto, producto de una serie de intercambios intelectuales basados esencialmente en el análisis y la negociación (o debate), por lo que cabe presuponer un importante peso de la dimensión subjetiva y emocional. Por otro lado, volviendo a la lengua escrita, es posible conjeturar que la neutralidad es en algunos casos meramente formal, o cuando menos no excluye la deliberada y cuidadosa selección de los términos con fines persuasivos. Esta es sin lugar a dudas una línea de investigación sumamente interesante.
Con todo, hemos de insistir en que nos estamos refiriendo en todo momento a un ámbito muy concreto dentro de los distintos tipos de discurso que se dan en la esfera de la cooperación, y que no podemos generalizar estas características al lenguaje global de la cooperación. La lengua de la comunicación externa, la que da a conocer el ámbito especializado al conjunto de la sociedad y permite su interrelación, presenta, sin duda alguna, características muy diferentes de las aquí descritas.
Como hemos podido comprobar, el lenguaje de la gestión de proyectos de cooperación internacional presenta componentes discursivos y funcionales distintivos, compartidos prácticamente en exclusiva por los especialistas en la materia. Ahora bien, como es lógico, el grado efectivo de especialización terminológica y de contenido, el registro utilizado y las estrategias pragmáticas empleadas dependen de las características de la situación, es decir, están en consonancia con la posición absoluta y relativa de los interlocutores en cada contexto determinado de comunicación, y varían en función del canal y el soporte utilizado.
Para ofrecer una panorámica global del nivel de especialización que posee el ámbito comunicativo de la gestión de proyectos, vamos a identificar el emisor con el o los responsables de dicho ámbito, o de cada una de las etapas del ciclo de gestión[13]. Ello nos permite establecer un perfil profesional caracterizado por un alto conocimiento de la materia en cuestión y un alto control conceptual, metodológico y terminológico. Por otro lado, identificamos los destinatarios con los interlocutores habituales del profesional de la cooperación, es decir, los distintos actores que intervienen antes, durante y después de la ejecución del proyecto. Obviamente, en este ámbito interno de comunicación, buena parte de los intercambios comunicativos se producen entre colegas de profesión, y muy especialmente entre compañeros de trabajo pertenecientes al mismo organismo. Junto a ellos, existe un gran número de “actores” del ciclo del proyecto, que mantienen comunicaciones orales y escritas entre sí en distintos momentos del proceso (González Mancebo y Osuna Llaneza 2007:45):
- Entidad financiadora y/o gestora de la intervención
- Otras agencias donantes
- Contrapartes del país socio
- Responsables, técnicos y gestores
- Beneficiarios de la intervención
- Otras partes interesadas
Por otro lado, las comunicaciones se realizan, como es lógico, por vía oral y por vía escrita, en función de las necesidades de la situación, y a través de distintos soportes, variables que determinan el grado de especialización de la lengua empleada. Sin ánimo de exhaustividad, resumimos aquí la correspondencia básica entre estos distintos factores, en relación con cada una de las etapas del ciclo de gestión de proyectos:

Como hemos visto a lo largo de esta descripción, el discurso de la gestión de proyectos comparte con el discurso propio del ámbito técnico-científico el hecho de exponer datos especializados para interlocutores cualificados, con secuencias textuales específicas, una sintaxis controlada y recursos gráficos e icónicos diversos (Cassany 2003:53), pero sus funciones no son la divulgación de conocimientos científicos ni el intercambio académico, sino la realización de las tareas profesionales propias del ámbito profesional, de ahí que lo hayamos caracterizado como “lenguaje sectorial”. Este discurso se distingue asimismo por la utilización de modelos de comunicación fuertemente ritualizados y previsibles, de ahí la enorme importancia que, como hemos visto, revisten los géneros orales y escritos.
En este sentido, podemos afirmar que el comunicador experto en el ámbito de la gestión de proyectos debe manejar adecuada y eficazmente el lenguaje sectorial propio de este procedimiento específico, dominar el uso de sus herramientas de trabajo, utilizar con corrección y precisión la terminología y adaptar su forma de expresión a las diferentes situaciones de comunicación. A grandes rasgos, manejará con muchísima frecuencia un lenguaje altamente especializado, si bien en muchos casos dentro de intercambios profesionales con compañeros de profesión y/o de organización que pueden adoptar a su vez distintos niveles de formalidad, materializada en un registro más o menos elevado. Y también utilizará un lenguaje semiespecializado o incluso absolutamente desprovisto de especialización en sus intercambios con la comunidad local destinataria de las acciones (entrevistas y talleres de análisis y evaluación, comunicación de resultados) y con la sociedad civil, en sus labores de transmisión de los resultados, en estrecha conexión con los propósitos y las estrategias del ámbito de la comunicación externa. Por otro lado, deberá conocer los aspectos más técnicos de cada una de las intervenciones concretas de las que deba ocuparse o, cuando menos, disponer de las competencias necesarias para informarse y documentarse adecuadamente según las exigencias de cada proyecto.
Como vemos, se trata en buena medida de competencias que se pueden “entrenar”, tanto en la lengua materna como en las lenguas extranjeras. En el ámbito de la cooperación, los procedimientos de trabajo responden a un esquema común ampliamente reconocido a nivel internacional[14], de modo que el conocimiento de las técnicas y las herramientas en sí (incluidos los rasgos de los géneros discursivos) es aplicable tanto a la L1 como a la L2. Eso significa que el dominio de determinadas estrategias y herramientas en la lengua materna o en otra lengua extranjera puede trasladarse muy naturalmente al español.
Las divergencias que pueden existir entre las distintas lenguas, y por tanto las que pueden presentar dificultades a la hora de comunicarse en una L2, son, fundamentalmente, de naturaleza terminológica (denominación de los distintos conceptos e instrumentos en cada lengua) y pragmática (utilización de las formas lingüísticas adecuadas en función de las características de la situación para obtener el efecto deseado en el o los interlocutores), lo que incluye también, por la propia naturaleza de las relaciones que se establecen en este ámbito y por su propósito, un componente que no hemos podido tratar aquí: la competencia intercultural. Estos serán, por tanto, los aspectos a los que tendrá que prestar una atención destacada la enseñanza del español para la cooperación desde la perspectiva de las LFP.
Para comprender las condiciones “objetivas” en las que se desarrolla el proceso de aprendizaje-enseñanza de español (LE) para la cooperación, hemos escogido un entorno que nos parece prototípico y que, además, está presente en un número considerable de países: las asignaturas de español como lengua extranjera impartidas dentro de una formación de posgrado especializada en cooperación internacional. Dentro de este marco de enseñanza universitaria, es razonable pensar que la enseñanza del español adopta el enfoque de la enseñanza de lenguas para fines profesionales.
En este sentido, entendemos este marco formativo como un contexto “híbrido” de enseñanza de LFP, que conjuga rasgos de la formación en centros educativos y en organizaciones profesionales, como podemos ver en la siguiente tabla:
Los doce másteres en cooperación internacional que hemos identificado dentro del sistema educativo francés ofertan asignaturas específicas de inglés como primera lengua extranjera (langue vivante 1, LV1) o, en su defecto, asignaturas impartidas en dicha lengua. Siete de ellos exigen además el aprendizaje de una segunda lengua extranjera (LV2), por lo general a elegir entre varias opciones, y en todas ellas existe la posibilidad de estudiar español. Estas son las siete formaciones que nos van a permitir establecer el perfil de la enseñanza de español en nuestra esfera de especialidad (véase anexo 2). Es interesante añadir que dos de las formaciones que no ofertan materias específicas de lengua española proponen seminarios o asignaturas impartidos en español. La importancia que recibe el español dentro de la formación en cooperación es, como vemos, elevada.

Si bien la relevancia de las lenguas extranjeras queda acreditada en todos los casos por el hecho de incluir materias específicas en la oferta formativa, algunas de las formaciones estudiadas les prestan una atención destacada dentro de las descripciones de sus programas. Además, por lo general otorgan una importancia especial a la comunicación internacional y la competencia intercultural, que está directamente relacionada con el aprendizaje de lenguas extranjeras.
A continuación presentamos resumidas las competencias profesionales relacionadas con el aprendizaje de LE para las que preparan estas formaciones[15].

Los datos ponen de manifiesto que cooperación internacional y competencia intercultural y plurilingüística van muchas veces de la mano.
Disponemos solo de datos indirectos para determinar si las asignaturas de español adoptan un enfoque generalista o especializado. Para empezar, son muy pocas las formaciones que hacen públicos los datos internos de las asignaturas que las integran, y en ningún caso hemos tenido acceso a otros documentos que no sean los publicados en internet. Por otra parte, solo en dos formaciones las LV2 reciben un nombre que las caracteriza como asignaturas de lengua especializada: “lenguas aplicadas” y “lengua y cultura de especialidad”. En los casos en los que la asignatura no recibe una denominación particular, la determinación del enfoque parece quedar a criterio, en muchos casos, de los profesores, que pocas veces reciben indicaciones de una “instancia superior” destinadas a integrar y coordinar las materias de lenguas dentro del conjunto del programa, tal y como se deduce de las respuestas ofrecidas por los profesores. Son, por tanto, los docentes los responsables de imprimir o no una orientación especializada a las clases de lenguas. A juzgar por las respuestas obtenidas, podemos conjeturar un alto grado de coherencia entre los objetivos atribuidos por los profesores a las materias y el enfoque especializado que por otra parte les confiere su inserción dentro de un marco formativo destinado a la profesionalización.
Para determinar qué grado de especialización se puede llegar a adquirir en este tipo de asignaturas, tenemos que determinar en primer el nivel de conocimiento de la lengua con el que acceden los estudiantes al máster y la duración de la formación.
Por lo que respecta al conocimiento previo de la lengua (véase anexo 3, cuadros 1 a 3), hemos observado una gran disparidad de criterios de admisión de las diferentes formaciones y de nivel efectivo observado, pero en líneas generales, podemos afirmar que nos encontramos ante dos realidades muy diferentes: un número no desdeñable (en torno al 10-15%) de estudiantes de niveles iniciales (A1-A2) y un número importante de niveles intermedios (B1-B2). Esta constatación coincide con una observación que vienen haciendo desde hace tiempo los especialistas. Como señalan Caridad de Otto y Río Rey (2006:93, nota 5):
Por lo general, los cursos de LFE se consideran cursos de especialización de carácter avanzado que no se centran en el aprendizaje y en la práctica de estructuras gramaticales. Sin embargo, hay que tener en cuenta que cada vez con más frecuencia se plantean cursos de LFE en niveles iniciales, sobre todo en el caso de lenguas que no son el inglés.
Las necesidades –y las expectativas– de unos y otros serán, lógicamente muy diferentes.
En cuanto a la duración (véase anexo 3, cuadros 4 y 5), los datos indican que se trata de formaciones de entre 30 y 60 horas, distribuidas casi siempre en dos (o incluso tres) materias semestrales diferentes, y que el grueso de la formación lingüística (más del 75%) se concentra en el primer curso del máster.
Para determinar el grado de especialización al que se puede aspirar vamos a observar la correspondencia entre el nivel de partida exigido o recomendado de dominio de la lengua, las horas de clase ofertadas y las competencias que se espera hayan adquirido los estudiantes al final de la formación.

El estudio objetivo de los programas deja entrever grados de coherencia entre objetivos y condiciones de enseñanza bastante dispares entre las distintas formaciones. Si bien encontramos concepciones plenamente coherentes, en otros casos, a la vista de las condiciones formativas observadas, juzgamos inviables los objetivos establecidos. Entendemos que esta realidad debe ser tenida en cuenta a la hora de dotar de contenido a las asignaturas de LFP y de determinar las tareas exigibles al profesorado.
A estos datos podemos añadir dos cifras más: el número de alumnos por grupo, que parece oscilar por lo general entre los 10 y los 20, y las horas que dedican los estudiantes a estudiar la lengua de manera autónoma (véase anexo 3, cuadro 6), una pregunta que ofrece datos muy dispares pero que nos permite llegar a la conclusión de que más de la mitad de los estudiantes (el 52%) dedican menos de cuatro horas semanales al estudio personal del español. Estas cifras apuntan en general a una motivación al estudio bastante deficitaria, teniendo en cuenta las exigencias del aprendizaje de una lengua extranjera especializada.
Los profesores responsables de estas asignaturas, que por lo general parecen poseer amplios conocimientos relacionados con la cultura y la actualidad de los países hispanohablantes, no cuentan sin embargo con formación específica en el ámbito de la cooperación. Esta es una realidad que se da con mucha frecuencia en el ámbito de las LFP, y a la que los docentes de otras esferas de especialidad suelen hacer frente recurriendo a materiales y guías elaboradas por los investigadores y los especialistas; es precisamente de esas guías de las que carecen los profesores de español para la cooperación en el establecimiento de los objetivos y contenidos de sus programas, y así lo señalan los profesores entrevistados (véase anexo 6), dificultad a la que se une la ausencia de contactos sistemáticos con empresas u organizaciones de cooperación que contribuyan a la selección de los objetivos y los contenidos de las materias.
En cuanto a los recursos didácticos utilizados, los docentes suelen elaborar sus propios materiales, generalmente adaptando a las clases documentos auténticos del ámbito de la cooperación e incluso manuales para profesionales de la cooperación redactados en lengua española, dado que en ningún caso han encontrado material específicamente dirigido a estudiantes de español dentro de este ámbito. En este sentido, y pese a que por lo general se sienten satisfechos con sus materiales –lo que sugiere un alto grado de profesionalidad y de implicación en el proceso–, algunos lamentan el tiempo y el esfuerzo que ello exige.
Otras dificultades mencionadas por los profesores son la ausencia de coordinación con otros profesores y otras materias, la falta de formación específica y la necesidad de una actualización constante de los materiales. Las carencias que dan origen al presente trabajo quedan así plenamente confirmadas.
Gracias a las respuestas ofrecidas por los estudiantes podemos establecer un perfil personal de los alumnos que suelen integrar los grupos de español. Se trata en su mayoría de recién licenciados (más del 75% de los estudiantes tienen entre 22 y 23 años al inicio de la formación de máster) y, en todo caso, de alumnos bastante jóvenes (el resto tienen todos entre 26 y 30 años). El 91% son mujeres. Cerca del 67% de los estudiantes son de nacionalidad francesa, y casi el 80% tienen el francés como lengua materna. Entre los encuestados solo hemos encontrado un caso de estudiante nativo hispanohablante. Esta homogeneidad con respecto a la LM es un dato de enorme relevancia a la hora de prever las dificultades con las que los alumnos pueden encontrarse en este nivel de exigencia lingüística y trabajar al mismo tiempo prestando atención a su interlengua para conseguir un aprendizaje más eficaz.
Una vez descritas las condiciones en las que se desarrollan las clases de español dentro de la enseñanza universitaria especializada en cooperación, podemos determinar cuáles son las necesidades de los estudiantes y los profesores implicados en dicho proceso. Para empezar, el objetivo principal de estas asignaturas es capacitar a los estudiantes para desarrollar las tareas asociadas a la esfera profesional de la cooperación en una segunda lengua extranjera, junto con el inglés y, en ocasiones, una tercera lengua. Sin embargo, podemos imaginar que la materialización de estos objetivos encuentra serias trabas, máxime teniendo en cuenta la limitada duración de la formación, en los casos en los que se dan niveles iniciales de competencia lingüística muy bajos y, sobre todo, en los grupos con niveles muy dispares. En este segundo caso, la solución pasa por una política rigurosa de gestión de los niveles (creación de varios grupos, exigencia de certificación lingüística, etc.).
Una vez resuelto el problema de la disparidad de niveles, el reto consiste en adaptar los objetivos y contenidos a los diferentes niveles. De hecho, en formaciones de duración reducida como las que estamos analizando, el nivel inicial de competencia de los estudiantes resulta un factor clave para la determinación de los objetivos. En cualquier caso, los conocimientos teórico-prácticos sobre cooperación que están recibiendo los alumnos, así como los conocimientos discursivos y pragmáticos de los que ya disponen en su lengua materna y en otras lenguas extranjeras, fundamentalmente en inglés –más del 87% de los estudiantes encuestados afirma poseer un nivel B2-C2 en esta lengua y casi el 80% tiene conocimientos de otras lenguas–, constituyen el punto de apoyo para el aprendizaje eficaz del español especializado. La coordinación con las demás asignaturas del máster puede incrementar considerablemente la eficacia del proceso.
En este sentido, también es importante tener en cuenta que la formación suele espaciarse en el tiempo. Muchas veces se trata de asignaturas divididas en dos (o tres) semestres, y en algunos casos la enseñanza se interrumpe en el segundo semestre para retomarse de nuevo al principio del segundo curso. En la práctica, esto se traduce en varios meses sin contacto directo con la lengua española para los estudiantes y, en ocasiones, en la presencia de distintos profesores. Por ello es necesario, por un lado, incentivar el trabajo autónomo de los alumnos y el contacto con la lengua por vías alternativas a la de las clases presenciales ofertadas en el máster y, por otro, fomentar la coordinación entre el profesorado para construir asignaturas coherentes. Al mismo tiempo, el grado de exigencia y las posibilidades de explotación de los conocimientos teórico-prácticos deberán adaptarse de manera adecuada al momento preciso en el que tienen lugar las clases de español dentro del proceso formativo global.
Otra de las necesidades objetivas del proceso es, como venimos señalando, la de disponer de estudios, guías y materiales específicos para trabajar la lengua desde un enfoque especializado en cooperación, de modo que los profesores puedan hacer frente a su tarea con el mayor rigor posible.
Los datos para realizar este estudio proceden del análisis objetivo del marco formativo, tal y como lo hemos presentado en la primera parte de este capítulo, y de las respuestas ofrecidas por los estudiantes a nuestro cuestionario (véase anexo 5).
En primer lugar vamos a ofrecer los datos sobre las motivaciones que llevaron a los estudiantes a optar inicialmente por estudiar español, instrumental o integrativa, a las que añadimos una tercera categoría, la motivación extrínseca en sentido puro, en la que incluimos los casos en los que se aduce como única razón el que la asignatura de español formaba parte de la oferta educativa. Según los datos obtenidos (véase anexo 4, cuadro 1), la motivación exclusivamente extrínseca se da en un número elevado de casos. Debemos señalar que buena parte de los encuestados empezaron a estudiar español en el instituto, donde probablemente los estudiantes, por diversos motivos, no tenían mucha capacidad de elección. Lo importante, por tanto, es destacar que casi el 60% de los estudiantes tenían desde el inicio un interés personal en el aprendizaje de lenguas y, en particular, en el español o en la cultura de los países hispanohablantes, hecho que probablemente pueda asociarse con su decisión posterior de seguir estudiando esta lengua en niveles educativos superiores.
En cuanto a las razones para estudiar español concretamente en el máster (véase anexo 4, cuadro 2), nos interesa destacar dos conclusiones. Para empezar, la obligatoriedad de la materia es la única razón aducida para su elección para cerca del 40% de los estudiantes. Por otra parte, como cabía esperar, la motivación instrumental entra en juego en más de la mitad de los casos (54%), lo que resulta coherente con el perfil profesionalizante de la formación en la que se enmarca. Al mismo tiempo, hemos de destacar el nada despreciable peso de la motivación integrativa, presente en el 54% de los casos.
Otro dato que nos puede acercar de manera aproximada al tipo y grado de motivación son las vías alternativas de contacto con el español (véase anexo 4, cuadro 3), dato que, por cierto, choca un poco con los datos que acabamos de ofrecer. Efectivamente, el 75% de los encuestados afirma utilizar el español fuera de las clases, lo que podría compensar en parte –y también explicar de alguna manera– las pocas horas destinadas al estudio efectivo de la lengua. Las vías de contacto son esencialmente el intercambio con nativos y el consumo de productos culturales en español, lo que apunta a un importante peso de la motivación integrativa. Además, el 82% de los encuestados ha viajado en alguna ocasión a países hispanohablantes, muchas veces por turismo (61%), lo que podría sugerir cierto grado de motivación integrativa, pero también por razones académicas y profesionales (55,6%), lo que da cuenta de un interés instrumental que no excluye necesariamente el componente vocacional.
Aunque no hemos realizado un estudio exhaustivo de este componente, consideramos que los datos obtenidos acerca de las vías de contacto con el español y los viajes realizados a países hispanohablantes, sumados al hecho mismo de realizar una formación especializada en una disciplina tan orientada al conocimiento de los demás y a la comprensión intercultural como es la cooperación internacional, permiten presuponer un nivel medio o elevado de interés.
Vamos a analizar dos dimensiones de este componente: la importancia que tendrá el estudio del español para la inserción profesional de los estudiantes y las expectativas particulares con respecto a los contenidos del curso.
Con respecto a la primera dimensión, la gran mayoría de los encuestados tiene intención de trabajar efectivamente en el ámbito de la cooperación (cerca del 92%), y que un poco más de la mitad de ellos (55%) cree que el español tendrá una importancia elevada o muy elevada en su futura actividad profesional. Un 23% de los estudiantes consideran que esta lengua solo tendrá una importancia media, y otro 23% le concede una importancia reducida. Estos datos nos llevan a pensar que las clases de español presentan un nivel de relevancia (instrumental) medio-alto para cerca del 80% de los estudiantes.
Las expectativas de los estudiantes nos remiten directamente a los propósitos de nuestro trabajo. Los contenidos del curso serán tanto más relevantes si están diseñados sobre la base de una reflexión rigurosa centrada en el análisis de las necesidades objetivas y subjetivas de los estudiantes, y los estudiantes percibirán dichos contenidos como relevantes en la medida en que respondan a sus propias expectativas, entendidas como la representación particular que se forjan acerca de los contenidos concretos que se van a abordar –o que se deberían abordar– en la clase de lengua.
Para llevar a cabo este estudio, hemos elaborado un catálogo de situaciones de comunicación válidas para múltiples esferas de especialidad, con el fin de identificar qué preparación específica esperan recibir los estudiantes. Los alumnos determinan con sus respuestas con qué frecuencia creen que van a realizar cada una de las actividades enumeradas. Presentamos aquí ordenadas las distintas actividades, indicando qué porcentaje de estudiantes ha señalado que las realizará a menudo o muy a menudo:

El primer dato que arroja este estudio es la elevada coincidencia entre los distintos alumnos acerca de las exigencias concretas de su futuro ámbito profesional. Hemos de tener en cuenta que casi el 60% de los encuestados tienen alguna experiencia en el ámbito de la cooperación, ya sea como voluntarios o como trabajadores en prácticas, por lo que podemos pensar que están familiarizados con las tareas básicas de comunicación dentro de su especialidad, lo que nos hace pensar que sus expectativas son considerablemente realistas, razón de más para tratar de responder a ellas en la medida de lo posible.
La segunda observación que podemos realizar es la enorme importancia que conceden los alumnos a la comprensión (escrita y oral), y en particular a los documentos relacionados con los procedimientos administrativos y técnicos de su día a día profesional (el 70-75% de los alumnos conceden una gran importancia a este tipo de documentos). Por otro lado, las expectativas también apuntan a la necesidad de una competencia expresiva elevada, tanto escrita como oral, en el marco de dichos procedimientos (60-65%). Si observamos en detalle los géneros escritos que los alumnos creen que necesitarán dominar, en torno al 60% de los encuestados otorga una importancia máxima a la comprensión de textos académicos, mientras que la redacción de los mismos solo recibe la atención de un 20%, es decir, que los estudiantes perciben que necesitan alcanzar un dominio receptivo de los géneros calificados por Parodi (2009:70) como “géneros de acceso al saber” y un dominio productivo de los textos del discurso sectorial (técnico, administrativo), en coherencia con su propósito de incorporarse al mercado laboral tras su formación y con las conclusiones obtenidas en este estudio acerca de los rasgos comunicativos de la gestión de proyectos.
Vamos a detenernos ahora en las actividades que los estudiantes consideran poco frecuentes en su futuro ámbito profesional. A nuestro modo de ver, la negociación es precisamente una de las macrofunciones esenciales y diferenciadoras del ámbito de la cooperación con respecto a otras esferas profesionales, y de alguna manera sorprende observar que menos de la mitad de los encuestados prevé participar en ella con frecuencia. Esta circunstancia puede estar relacionada precisamente con la experiencia profesional de los alumnos, que en su calidad de voluntarios y trabajadores en prácticas probablemente no habrán tenido que asumir funciones de alta responsabilidad que sí deberán cumplir en el futuro. Esta es una realidad que quizá convenga trasladar a los alumnos, con el fin de modificar de manera razonada sus expectativas.
Por otro lado, también cabe preguntarse hasta qué punto los futuros trabajadores no nativos tendrán que hacerse cargo de las responsabilidades comunicativas más exigentes (negociaciones, redacción de documentos clave, etc.) en caso de que haya hablantes nativos en los equipos de gestión del proyecto. A nuestro entender, una de las finalidades de las clases de lengua extranjera es –o debería ser– capacitar a los estudiantes para realizar las tareas más complejas y específicas de su esfera de especialidad. En cualquier caso, esta es una pregunta que solo se puede responder mediante estudios específicos acerca de la realidad profesional, para determinar si existen diferencias sustanciales entre las tareas que suelen ser atribuidas a nativos y no nativos en las distintas organizaciones.
Por lo demás, resulta evidente que en general los estudiantes no prevén realizar a menudo tareas relacionadas con el marketing, la publicidad o la comunicación social, ni tampoco funciones de traducción y/o interpretación. A la luz de estos datos –que, no obstante, deben contrastarse con la realidad profesional–, el estudio del lenguaje de la gestión de proyectos que hemos realizado aquí adquiere pleno sentido.
Desde el punto de vista didáctico, si trasladamos las actividades que son consideradas habituales por, al menos, la mitad de los estudiantes, más la de negociación, por los motivos aducidos, y las asociamos con las distintas destrezas comunicativas, podemos establecer un primer cuadro de géneros discursivos para un curso de español para la cooperación:

A continuación presentamos una primera propuesta de objetivos y contenidos sistematizando la información que hemos ido recabando a lo largo de este trabajo. Nuestro objetivo es ofrecer un primer repertorio que pueda resultar de utilidad para los responsables del diseño de asignaturas de español para la cooperación, y también tratar de mostrar cómo se puede intentar aplicar un enfoque “pseudo-especializado” a formaciones de niveles inferiores. Queremos insistir, en cualquier caso, en que esta propuesta no incluye el componente intercultural, que se erige en variable fundamental de las interacciones en este ámbito de especialidad, pero que requiere un estudio específico que no puede abordarse aquí.
NIVEL A1-A2

NIVEL B1


NIVEL B2-C1


La enseñanza del español para la cooperación es un terreno inexplorado. Y sin embargo es también una realidad que muchos profesores tienen que llenar de sentido y contenido diariamente sin disponer de las herramientas necesarias para ello. La observación de realidades cercanas nos lleva a afirmar que, en líneas generales, los docentes se sienten satisfechos con la tarea que realizan, pero también son conscientes de que ello entraña un gran esfuerzo y muchas dudas. Nuestro propósito con este trabajo era, como decíamos al principio, ofrecerles los primeros instrumentos de apoyo para su tarea docente y, al mismo tiempo, abrir líneas de reflexión e investigación.
Para emprender el camino hacia el establecimiento de programas válidos y la elaboración de materiales didácticos específicos, a lo largo de este trabajo hemos tratado de recorrer el trayecto que conduce de la descripción de la lengua de especialidad a la lengua para fines específicos. Para ello necesitábamos, por un lado, someter los rasgos esenciales de la comunicación en el ámbito de la cooperación al filtro de la enseñanza de LE, es decir, traducir esos rasgos en destrezas comunicativas y contenidos funcionales, discursivos, léxicos y pragmáticos, y en segundo lugar, observar de cerca un entorno real de aprendizaje de español para la cooperación, con el fin de comprobar en qué medida esos componentes del sílabo responden a las necesidades de los estudiantes.
Tan amplio objetivo no podía alcanzarse plenamente en el marco restringido de este trabajo, razón por la cual hemos seleccionado, para cada una de estas dos líneas de análisis, una muestra que consideramos altamente representativa. Con ello creemos haber obtenido datos relevantes para la constitución de programas sólidos.
Una vez recabados los datos relativos a las necesidades de comunicación y de aprendizaje en la esfera del español para la cooperación, hemos realizado una primera propuesta de objetivos y contenidos para cursos especializados. En su puesta en práctica, sería indispensable, como decíamos, prestar especial atención a tres aspectos básicos de la comunicación: la competencia léxica (en la que terminología y metodología van de la mano), la competencia pragmática y, con ella, la competencia intercultural.
En líneas generales, podemos concluir que las formaciones de nivel B1-C1, que responden, como veíamos, al perfil tradicionalmente asociado con las LFP, pueden permitir la adquisición de un nivel aceptable de especialización en formaciones como las que hemos descrito. Para estos niveles podemos concebir una enseñanza especializada, adaptada a los distintos niveles de competencia (B1, B2, C1), centrada de manera específica en simulaciones de comunicación dentro del ámbito profesional e incluso en la realización de tareas reales asociadas a proyectos académicos o profesionales, con especial atención al dominio de las estrategias discursivas utilizadas y de los rasgos esenciales de los géneros propios del ámbito. Esta enseñanza permitiría a los estudiantes desenvolverse con eficacia en situaciones profesionales y respondería a las necesidades reales de los futuros especialistas en cooperación. El ámbito de gestión de proyectos que hemos analizado en el capítulo 3 puede constituir un contexto sólido para la realización del proceso de aprendizaje[16]. Por otro lado, este marco de formación se presta claramente a abordar con rigor aspectos de actualidad en forma de lecturas especializadas e intercambios orales, así como a familiarizarse con los debates propios de la esfera de especialidad.
Ahora bien, los datos indican que en las formaciones de máster se dan con cierta frecuencia niveles bajos de competencia en LE. En estos casos, creemos que es posible cierto grado de adaptación a la esfera profesional, si bien esta deberá realizarse, lógicamente, por vías distintas a las utilizadas en los niveles intermedios y avanzados, y por supuesto con objetivos muy diferentes. Obviamente, el grado de especialización será limitado, pero creemos que, ante la constatación de esta realidad, es imprescindible adquirir un compromiso por llenar de contenido significativo los cursos de LFP para principiantes o falsos principiantes. En términos prácticos, consideramos que una enseñanza de iniciación puede familiarizar a los estudiantes, como mínimo de manera receptiva, con situaciones reales de comunicación y géneros textuales propios del campo de la cooperación, y prestar una atención especial a la terminología propia de dicho campo, y puede integrar desde el principio contenidos pragmáticos asociados a las relaciones interculturales, así como contenidos temáticos vinculados a la actualidad social, económica y política de los países hispanohablantes, en coherencia, por otro lado, con los intereses expresados por los estudiantes.
En todos los niveles, el propio marco formativo en el que se insertan las asignaturas de lenguas extranjeras contribuye a otorgar sentido y consistencia a sus contenidos. Las clases de español no se desarrollen de manera aislada, sino que se enmarcan dentro de un programa de formación en el que los estudiantes están adquiriendo al mismo tiempo los conocimientos teóricos y las técnicas profesionales de esta esfera de trabajo. Así pues, el aprendizaje de la lengua especializada se inserta dentro de la lógica del conjunto de la formación y se vuelve esencialmente significativo, y puede aprovechar las sinergias de la oferta formativa en su conjunto en relación con el control conceptual y metodológico de la materia de especialización, así como las competencias comunicativas que los estudiantes poseen o están adquiriendo en su propia lengua y en otras lenguas extranjeras.
A medida que tratamos de avanzar en el conocimiento de la lengua de la cooperación vamos comprobando también, como no podía ser de otra manera, las posibilidades de reflexión y estudio que esta ofrece.
Este trabajo se ha situado, como veíamos en el capítulo 2, en la fase preliminar de la secuencia del diseño de programaciones, el análisis de necesidades. Como todo estudio inicial, dicho análisis puede verse completado por distintas vías. En primer lugar, con el estudio del mismo marco formativo en otros países y de otros contextos de formación para comparar realidades y matizar impresiones. Por otro lado, al análisis objetivo se puede sumar una perspectiva crítica y una reflexión acerca de la adecuación de las condiciones objetivas de formación y de los enfoques metodológicos adoptados, sobre la base de experiencias reales. Asimismo, el estudio de las formaciones se puede complementar con el análisis de las cifras de inserción profesional y con las descripciones de las experiencias profesionales que ofrecen los antiguos alumnos, que permiten determinar el grado de correspondencia existente entre la formación recibida y la actividad profesional (inicial) efectiva.
En esta misma línea, es conveniente establecer perfiles profesionales claros, que permitirían identificar en qué contextos y con qué propósitos van a necesitar los futuros profesionales utilizar una lengua extranjera, y en particular el español, de modo que la formación pueda adaptarse plenamente a las necesidades reales de los estudiantes. Aguirre Beltrán (1994:237) enumera algunas de las vías posibles de acceso a dicha información, entre ellas el estudio de la bibliografía profesional –que es el método que hemos utilizado aquí–, la observación directa de las situaciones profesionales y la consulta a profesionales y profesores –indispensables para entender la realidad de este ámbito de especialidad y para comprobar si los procedimientos descritos en los manuales se llevan efectivamente a la práctica– y el análisis de los perfiles demandados para la cobertura de puestos especializados.
En relación con la observación directa de la práctica profesional, la elaboración de corpus rigurosos, escritos y orales, es, como señala Sabater (2009:150), imprescindible tanto para la práctica docente como para el diseño de materiales. En este sentido, podemos señalar asimismo la necesidad de estudiar en profundidad los géneros discursivos. En este trabajo nos hemos limitado a identificar los rasgos de algunos de los géneros orales y escritos que aparecen descritos en los manuales, y a presentar algunos de los modelos, pero se hace necesario un estudio más pormenorizado de las características formales, temáticas, léxico-gramaticales, discursivas y pragmáticas de los mismos (Cassany 2003:42-43). En esta misma línea, cabe trabajar desde la óptica de las distintas organizaciones, que en ocasiones crean o adaptan sus propios tipos de discurso o desarrollan prácticas discursivas particulares (Cassany 2003:45).
El estudio de la lengua de la cooperación como lengua de especialidad es un terreno inagotable y fascinante. Cada uno de los ámbitos de comunicación que identificábamos en el capítulo 3 puede ser objeto de un análisis exhaustivo tanto desde el punto de vista de la lengua de especialidad como el de la lengua para fines específicos. No en vano, el ámbito que hemos analizado incluye muchas más situaciones y géneros de los que hemos podido presentar aquí, y también puede ser objeto de un análisis mucho más profundo desde el punto de vista de la LFP. En todos los casos, creemos importante prestar una atención muy específica a los aspectos interculturales.
En una segunda fase, estas reflexiones podrían, en el mejor escenario posible, materializarse en el diseño de programas marco y la elaboración de materiales didácticos de los que pudieran servirse los profesores en su tarea docente. En este sentido, hemos ofrecido también algunas ideas sobre los aspectos que convendría observar en los eventuales análisis de necesidades que puedan realizarse a grupos específicos de estudiantes de español para la cooperación.
Por otro lado, hemos de tener en cuenta que la comunicación en esta esfera de especialidad no está exenta de debate. En este trabajo hemos adoptado, deliberadamente, un enfoque neutro al estudiar un ámbito de comunicación, el de la gestión de proyectos[17]. Sin embargo, todas las dimensiones de la disciplina son objeto de debates internos que muchas veces ponen de manifiesto discrepancias subyacentes en torno a la concepción misma de la esencia y el propósito de la cooperación internacional. En este sentido, cabría preguntarse hasta qué punto los profesores de LFP pueden o deben conocer la realidad de los debates internos a sus esferas de especialización, en qué medida dichos debates afectan a los contenidos que enseñan y de qué manera deberían (o no) implicarse e incorporar esas cuestiones a sus clases. Esta es una reflexión que puede hacerse extensiva a todas las esferas de especialidad, pero que en un ámbito como el de la cooperación cobra una especial relevancia.
Como vemos, las futuras investigaciones pueden tomar caminos muy dispares y, cómo no, complementarios. Hasta aquí nuestra propuesta inicial. Queremos expresar nuestra confianza en que este estudio haya ofrecido algunas claves sólidas para un sistemático y riguroso trabajo posterior orientado a la indispensable descripción del “español para la cooperación”, y haya proporcionado orientaciones útiles para una práctica docente reflexiva, eficaz y, ante todo, motivadora.
ANEXOS (pdf)
MÁSTER DE ENSEÑANZA DEL ESPAÑOL COMO LENGUA EXTRANJERA: UNIVERSIDAD PABLO OLAVIDE (SEVILLA)




















