Dossier-Artículos
Resumen: Este trabajo se propone analizar los alcances de la cooperación científica internacional en los procesos de modernización de la ciencia en América Latina. En esta dirección, se detiene en el accionar de algunas instituciones emblemáticas que actuaron a mediados del siglo XX. Entre ellas, se analiza el caso particular de la Fundación Ford y su rol en el subsidio a la ciencia argentina durante la “Edad de Oro” de las universidades nacionales. La confluencia de recursos financieros y evaluaciones expertas sobre grupos e instituciones científicas en proceso de emergencia, fortalecimiento y desarrollo, ilustra un modo histórico de intervención de agencias de cooperación en la construcción de comunidades científicas modernas. Para el caso de la Fundación Ford se muestra el impacto de sus acciones en el establecimiento de infraestructuras, la facilitación de visitas de expertos al país, la formación de doctores en el exterior entre otros destinos relacionados con el desarrollo de la investigación, y la formación universitaria de grado y posgrado de un conjunto de disciplinas científicas. Las ayudas financieras fueron una modalidad típica de cooperación destinada a países en desarrollo durante la posguerra y a lo largo de la Guerra Fría, pero tuvieron rasgos específicos en Argentina por su finalidad, sus impactos y las controversias que giraron en torno a la intencionalidad de los donantes y sus emplazamientos geopolíticos. La llegada de expertos al país para observar el estado de la ciencia nacional y la situación de los grupos de investigación beneficiados por los subsidios generó un corpus de información evaluativa sin precedentes que colaboró con la construcción simbólica de la ciencia argentina, sus problemas y perspectivas. El caso de los “subsidios Ford” ejemplifica los modos históricos en que se expresa el protagonismo de la cooperación internacional, específicamente la norteamericana, en la constitución de institucionalidades modernas para la ciencia periférica.
Palabras clave: Cooperación científica, Fundación Ford, Argentina.
Resumo: Este trabalho tem como objetivo analisar o escopo da cooperação científica internacional nos processos de modernização da ciência na América Latina. Nesse sentido, foca-se nas ações de algumas instituições emblemáticas que agiram em meados do século XX. Entre elas, é analisado o caso particular da Fundação Ford e o seu papel no subsidio à ciência argentina durante a “Idade de Ouro” das universidades nacionais. A confluência de recursos financeiros e avaliações especializadas sobre grupos e instituições científicas em processo de emergência, fortalecimento e desenvolvimento, ilustra um modo histórico de intervenção de agências de cooperação na construção de comunidades científicas modernas. No caso da Fundação Ford, é mostrado o impacto de suas ações no estabelecimento de infraestruturas, na facilitação de visitas de especialistas ao país, na formação de doutores no exterior, entre outros destinos relacionados ao desenvolvimento de pesquisas, e à formação universitária de graduação e pós-graduação de um conjunto de disciplinas científicas. A ajuda financeira foi uma modalidade típica de cooperação para os países em desenvolvimento no período de pós-guerra e durante a Guerra Fria, mas teve características específicas na Argentina devido à finalidade, impactos e controvérsias que giravam em torno à intencionalidade dos doadores e suas localizações geopolíticas. A chegada de especialistas no país para observar o estado da ciência nacional e a situação dos grupos de pesquisa beneficiados pelos subsídios gerou um corpus de informações avaliativas sem precedentes que colaborou com a construção simbólica da ciência argentina, seus problemas e perspectivas. Nesse sentido, o caso dos “subsídios Ford” exemplifica os modos históricos de expressão do protagonismo da cooperação internacional - especificamente a norte-americana - na constituição de institucionalidades modernas para a ciência periférica.
Palavras-chave: Cooperação científica, Fundação Ford, Argentina.
Abstract: This paper analyzes the scope of international scientific cooperation in the modernization processes of science in Latin America. It highlights the actions of some emblematic institutions that acted during the mid-20th century. Among them, the specific case of the Ford Foundation is analyzed, and its role in the subsidy of Argentine science during the “Golden Age” of national universities. The meeting of financial resources and expert assessments of groups and scientific institutions illustrates an historic way of intervening in agencies that cooperate in the generation of modern scientific communities. In the case of the Ford Foundation, the impact of its actions enabled experts to visit the country, train doctors abroad and advance in other areas related to research development and university education at the graduate and postgraduate levels in a range of scientific fields. Financial aid was a typical form of cooperation targeted at developing countries during the Cold War, but they had specific characteristics in Argentina due to their objective, effects and the controversies that surrounded the intentions of the donors and their geopolitical orientation. The arrival of experts to observe the situation of research groups benefited by the subsidies created a body of assessment information without precedent that collaborated to the symbolic construction of Argentine science, its problems and perspectives. In this regard, the case of the “Ford subsidies” illustrates the historic ways that the prominence of international cooperation, specifically North American, is expressed in the foundation of modern institutions for science in developing countries.
Keywords: Scientific cooperation.
1. Procesos de modernización de la ciencia latinoamericana y cooperación científica en la posguerra
Los procesos colaborativos en la ciencia son tan frecuentes como las prácticas competitivas. Pueden adquirir formas más simples o más complejas, más concretas o intangibles. Entre ellas, el intercambio de conocimiento entre personas o grupos, la participación de personal científico de diversas instituciones en un proyecto, las coautorías de artículos científicos. Cuando los procesos colaborativos se producen entre países, se los identifica bajo el concepto de cooperación científica internacional. Este tipo de colaboración ha adquirido formas históricas variadas a lo largo del último siglo. Algunas de ellas se despliegan a partir del accionar central de ciertos organismos nacionales o multinacionales, que motorizan vínculos entre grupos e instituciones, transfieren recursos para la investigación en países más postergados e inciden en el desarrollo científico global. Este trabajo se focaliza en esta última modalidad de cooperación científica internacional, tal como ha tenido lugar a mediados del siglo XX, una de las etapas más activas de los procesos de modernización de la ciencia latinoamericana. Y se detienen en particular en el accionar de agencias norteamericanas que participaron en la promoción de la ciencia en Argentina.1
La cooperación científica internacional constituyó un factor central en el desarrollo de la ciencia latinoamericana durante la primera mitad del siglo XX. Con mayor intensidad en entreguerras, y luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial, diversas agencias de actuación internacional de Europa y Estados Unidos —algunas de ellas asociadas a asociaciones filantrópicas, otras directamente a gobiernos— canalizaron recursos económicos y fomentaron redes colaborativas en la actividad científica. El apoyo a investigadores reconocidos y grupos científicos emergentes, la creación de instituciones y el apoyo a la educación científica fueron algunas de las formas de cooperación presentes en muchos países de la región que tuvieron un impacto muy relevante en los procesos de modernización de la ciencia regional.
La modernización científica es considerada en este trabajo como una etapa avanzada de los procesos de institucionalización de la ciencia, donde se produce la conversión de la actividad investigativa en un modo de producción de conocimiento y un tipo de organización burocrática internacionalmente legitimados. Si durante la institucionalización se constituyen agentes que producen conocimiento original y sus sus tareas son socialmente valoradas, con la modernización estos adquieren la capacidad de sostener una actividad laboral certificada, remunerada y vitalicia donde la investigación es el contenido central del rol profesional (Ben-David, 1970). De esta manera, modernización y profesionalización científica están estrechamente relacionadas. La aparición de una oferta regular de posiciones ocupacionales de tiempo completo al interior de universidades, si bien es un medio óptimo, no necesariamente se convierte en espacios para el ejercicio profesional de invesigación en sistemas de educación tardía (Brunner y Flosfisch, 1983. Estas plazas laborales están principalmente asociadas a una transformación de los modos organizacionales de la formación y gestión burocrática universitaria y constituyen más específicamente una modernización académica. Los procesos de modernización científica y académica pueden o no ser convergentes y en gran medida dependerán el tipo de universidad, su lugar en los complejos institucionales de ciencia y tecnología, y el nivel de desarrollo cienífico de las sociedades de emplazamiento.
Los procesos de modernización científica en América Latina estuvieron enmarcados en un contexto muy activo de producción y difusión de ideas desarrollistas que identificaban un vínculo virtuoso entre el estado, el desarrollo y el progreso técnico. Nuevas doctrinas impulsaron la formulación explícita y orgánica de políticas científicas que vendrían a facilitar el aporte de la ciencia al desarrollo económico y el bienestar social. Las “ideologías del desarrollo” tuvieron una expresión particular en el pensamiento de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en la teoría de la dependencia, y se vincularon a la génesis de un pensamiento autónomo en ciencia y tecnología en la región y en Argentina (Prego y Estébanez, 2001).
Dentro de este clima global de ideas, el país transitó de manera particular los procesos de modernización que tuvieron lugar en sus instituciones científicas. El acople a las tendencias profesionalizantes de la investigación (por ejemplo la constitución de infraestructuras apropiadas para la experimentación de laboratorio, la conformación de masas críticas de recursos humanos altamente calificados) como rasgos que adquirió localmente la modernización científica en la etapa post peronista, se produjo en el contexto de innovaciones que alinearon a las universidades locales a otros modos de organización académica (por ejemplo, la departamentalización de unidades académicas en universidades emblemáticas) y de democratización política (por ejemplo, la normalización del gobierno académico). Estos procesos ocurrieron bajo impulso de liderazgos académicos y políticos que tomaron la conducción de las principales instituciones universitarias y gubernamentales vinculadas a la ciencia y la tecnología. Entre estos liderazgos se destacan figuras como la de Risieri Frondizi, rector de la Universidad de Buenos Aires (UBA); Bernardo Houssay, Premio Nobel y presidente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas (CONICET); Rolando García, decano, y Manuel Sadosky, vicedecano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA; y Gino Germani, director del del Departamento de Sociología y creador de la Carrera en la misma universidad. Junto a muchos otros, fueron protagonistas centrales de los procesos de modernización científica y académica de la UBA entre 1955 y 1966, en el contexto de lo que fue recordado como “la edad de oro” de la universidad argentina.2
La modernización de la ciencia periférica —en tanto ciencia desplegada por países dependientes de los países centrales— no fue un modo endógeno de desarrollo científico, sino que estuvo vinculada a la constitución de redes colaborativas internacionales que, con variadas connotaciones político-ideológicas, marcaron una tendencia global de la cooperación internacional de la posguerra. En estos emplazamientos de la diplomacia científica, la presencia de agencias que dieron apoyo económico para impulsar los procesos modernizantes de la ciencia regional fue un rasgo de época. La transferencia de fondos constituyó una vía privilegiada de vinculación entre países de diferente grado de desarrollo, a la vez que se convirtió en un modo de ganar preferencias de países periféricos, gestionar rivalidades entre potencias mundiales y tener presencia en las relaciones internacionales. Diversas entidades públicas y privadas de carácter nacional de países centrales y agencias multinacionales cumplieron un destacado rol en la dotación de recursos de financiamiento para la modernización de la educación superior, la formación de elites intelectuales y la creación o el fortalecimiento de comunidades científicas en determinados campos disciplinarios.
La ciencias exactas y naturales latinoamericanas se había desarrollado en la primera mitad del siglo XX en nichos de excelencia localizados en algunas universidades y organismos del Estado, donde la investigación y la actividad tecnológica —en menor medida— eran impulsadas por líderes mayormente aislados del conjunto institucional nacional, vinculados con la ciencia europea a través de relaciones de discipulado y con agencias filantrópicas de países centrales a través de relaciones de financiamiento. Estas instituciones foráneas incidieron en diverso grado en la transformación de estos enclaves en conjuntos más orgánicos de actividad científica y apoyaron el fortalecimiento de los grupos pioneros que con el tiempo constituyeron verdaderas escuelas de investigación regionales, mayormente del campo de las ciencias agronómicas, naturales, físicas y biomédicas.
Las ciencias sociales regionales también fueron un campo de acción para la cooperación científica internacional. La actuación de agencias extranjeras fue parte de la intensa internacionalización de las ciencias sociales en el período de entreguerras. A partir de ellas se crearon lazos institucionales entre grupos regionales, europeos y norteamericanos. Estas agencias apoyaron la modernización de la investigación para alejarla de la tradición ensayística, especulativa y filosófica que había caracterizado al pensamiento social dominante en la actividad académica regional. Asimismo, transfirieron recursos económicos para acompañar la creación de nuevas carreras universitarias (sociología, economía, antropología, ciencias de la educación), apoyar la labor de departamentos e institutos donde se afincaba la formación y la investigación, y colaborar con el lanzamiento de nuevas publicaciones, sentando las bases elementales para la organización de nuevas comunidades disciplinarias.
El avance de la “nueva ciencia social” en la segunda posguerra estuvo asociado a cambios en los paradigmas teórico-metodológicos impulsados por las ciencias sociales norteamericanas y al traslado de los centros de producción y circulación de conocimiento social desde Europa hacia los Estados Unidos. Estos fenómenos tuvieron efectos en el desarrollo de las ciencias sociales latinoamericanas no necesariamente homogéneos ni paralelos en todos los países-de hecho, en Brasil, la institucionalización de las ciencias sociales fue más temprana-, pero existía un elemento común; la fuerte presencia de agencias norteamericanas y el apoyo a un tipo de ciencia social considerado legítimo en el mundo occidental (plotkin, 201; Pereyra, 2018).
Uno de los mecanismos más extendidas de la cooperación científica en todos estos campos fue la transferencia de recursos financieros bajo la forma de subsidios para la ciencia y la investigación. Diversas agencias que fueron también calificadas como “filantrópicas” apoyaron con recursos muy significativos —en comparación con los escasos recursos locales— el desarrollo de estructuras de gestión de la investigación modernas y la expansión de capacidades estatales para imprimir una nueva racionalidad en el trabajo científico profesional. Entre las agencias norteamericanas que formaron parte de los procesos modernizantes de la ciencia regional se destacan la Fundación Rockefeller, el Social Science Research Council y la Fundación Ford.
2. Las agencias de cooperación a la ciencia de los Estados Unidos
Una de las agencias filantrópicas de presencia más antigua en los procesos de apoyo económico a la ciencia regional fue la Fundación Rockefeller (FR), creada en 1913 sobre la base del patrimonio de una familia norteamericana que había establecido uno de los emporios empresariales e industriales más poderosos de los Estados Unidos. Entre sus variados objetivos de acción, la filantropía orientada al mejoramiento de la ciencia y a la construcción de relaciones internacionales colaborativas ocupó un lugar central. Sus ámbitos de intervención fueron desplegándose históricamente desde los Estados Unidos hacia Latinoamérica y África. En Europa tuvo también una participación destacada apoyando a las ciencias sociales en Francia e Inglaterra entre las décadas de 1920 y 1930, y a Alemania en la posguerra (Fundación Rockefeller, 2019).
En Latinoamérica, la FR participó activamente en el desarrollo de investigaciones en el campo de la salud pública, la agronomía y las ciencias a lo largo del siglo XX. Sus modalidades de apoyo fueron variando con el tiempo: colaboró con el control de epidemias, la educación científica y el apoyo a las investigaciones de instituciones y científicos individuales a través de subsidios y becas. Entre ellas, el apoyo a la investigación fisiológica en la primera mitad del siglo XX fue uno de las más reconocidos en la región: destacados investigadores latinoamericanos de fisiología se formaron con becas de la FR en el laboratorio en Harvard de Walter B. Cannon, el investigador en fisiología más importante de Estados Unidos, y luego crearon grupos de investigación en sus respectivos países: Argentina, México, Brasil, Chile y Perú (Vessuri, 1994: 57-58).
La FR se proponía difundir un modelo académico de educación e investigación médica inspirado en las universidades norteamericanas y en objetivos de “modernización”. Según algunos historiadores, no tuvo el éxito esperado porque las políticas de la FR no tuvieron en cuenta que las condiciones sociales políticas y culturales locales para el trabajo científico en América Latina no admitían una réplica fiel de las instituciones académicas norteamericanas (Cueto, 1988). Por otro lado, los
programas de la FR tendieron a dar apoyo a científicos e instituciones ya establecidas y a quienes compartían los ideales científico-académicos de las instituciones de los Estados Unidos. En Argentina, los desembolsos de la FR al desarrollo de la ciencia alcanzaron aproximadamente los 450.000 dólares entre 1930 y 1965. Al comienzo lo hicieron particularmente en las ciencias médicas, físicas y naturales. A partir de los años 60 incursionaron en el apoyo a las ciencias sociales (Pereyra, 2018: 51-52).
El apoyo a la investigación médica en el país fue centralmente dirigido a las investigaciones de Houssay cuando investigaba en la UBA, y luego, cuando se recluyó al ámbito privado, en el Instituto de Biología y Medicina Experimental (IBYME), hecho utilizado por el gobierno de Juan Domingo Perón para criticarlo por recibir financiamiento de instituciones filantrópicas norteamericanas (Cueto, 1988). Las diferencias políticas ocurridas en las relaciones bilaterales entre Argentina y Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial se expresaron también en el campo científico. Así, la actuación de la FR en el país se vio envuelta en conflictos políticos locales y constituyó un ejemplo del tipo de tensiones que se plantean en la intersección de acciones filantrópicas extranjeras e intereses y posicionamientos ideológicos. La reclusión de Houssay al ámbito académico durante el gobierno de Perón, planteó diversos problemas a los gestores de la FR abocados al apoyo de la ciencia argentina, dado que la política de la entidad había sido trabajar con agencias oficiales y no privadas. Esto produjo una merma significativa de fondos de la FR a Argentina que recién se superó durante la etapa pos-peronista, y con la creación del CONICET a fines de la década del 50, cuando la FR volvió a tener un cierto rol de apoyo.
El organismo, presidido luego por el propio Houssay, recibió un fondo de 150.000 dólares en 1960 dirigido a investigadores del área de ciencias médicas, y que se renovó en 1963. Un parte importante de estos fondos se destinó al apoyo a la radicación de jóvenes investigadores en medicina que regresaban de realizar estudios en el exterior, en algunos casos con becas de la propia fundación. También se otorgaron subsidios de 5000 dólares para que 30 investigadores pudieran adquirir equipos e insumos necesarios en el proceso de radicación en institutos de Investigación que conformaron el complejo de excelencia de la investigación médica argentina de la época, dirigidos por figuras tales como Houssay, Lanari, Foglia, De Robertis, Pirosky, Taquini y Orías. En Buenos Aires se beneficiaron con estas acciones el Instituto de Biología y Medicina Experimental, el Instituto de Microbiología, los institutos de la Facultad de Ciencias Médicas de la UBA: Investigaciones Médicas, Anatomía General y Embriología, Fisiología e Investigaciones Cardiológicas. De esta forma, la FR colaboró en la conformación de una masa crítica en la investigación médica nacional (Feld, 2015: 155-156).
En las ciencias sociales, la FR decidió apoyar la modernización de la investigación social en la UBA que llevaba adelante Germani, creador en dicha institución de la primera carrera de Sociología de la región. Junto con José Luis Romero, Germani se propuso fortalecer las investigaciones de base empírica y solicitó apoyo a la FR para investigar el impacto de la inmigración masiva en el Río de la Plata. La fundación le otorgó inicialmente un subsidio de 35.000 dólares. Posteriormente, Germani pasó a dirigir el nuevo Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) emplazado en el Instituto
Di Tella, una entidad privada dedicada a las artes y ciencias sociales. La FR lo siguió apoyando con un fondo de 87.000 dólares que le permitieron cubrir más de la mitad de los gastos de administración e investigación durante tres años del CIS (Pereyra, 2018: 51-53).
Otra de las organizaciones que cumplieron un rol relevante en la cooperación técnica a las ciencias sociales locales fue el Social Science Research Council (SSRC) de Nueva York, una organización sin fines de lucro fundada en 1923 y abocada al apoyo y la promoción de diversas ciencias sociales mediante ayudas económicas a proyectos, becas, difusión e incidencia en políticas públicas de resultados de investigación. Fue la primera entidad de orden nacional en el mundo abocada a la coordinación de diversas especialidades del campo de las ciencias sociales y humanidades y al desarrollo de infraestructuras para la investigación social. Tuvo un rol muy temprano en la vinculación entre científicos sociales de los Estados Unidos y de América Latina que derivó en la creación de un Comité de Estudios Latinoamericanos entre 1942 y 1996 (SSRC, s/f). Este comité estimuló la investigación moderna sobre la realidad regional y la argentina en los Estados Unidos y convergió con las acciones de la FR.
Estos apoyos a académicos norteamericanos para los estudios sobre Latinoamérica cambiaron el modo de investigar a la región y sus problemas, produciendo un giro desde los clásicos estudios de historia precolombina y colonial, a las investigaciones contemporáneas basadas en métodos comparativos y redes colaborativas (Pereyra, 2018: 59). La investigación empírica sobre Latinoamérica fue el área de trabajo más relevante del accionar de la SSRC. El programa de becas dispuso casi 600 becas doctorales para llevar delante investigación de campo en Latinoamérica entre 1960 y 1970 (SSRC, s/f). También facilitó que académicos muy reconocidos —entre ellos Peter Smith, David Apter, Aaron Ciccourel y Robert Potash— vinieran a Argentina a realizar estudios y dar conferencias. El SSRC operó, de esta manera, fortaleciendo las redes colaborativas de investigación y formación en ciencias sociales.
Estas acciones fueron parte de un proceso intenso de construcción de una institucionalidad regional de la ciencia social americana durante esos años. Parte del mismo proceso fue la formación del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) en 1967, que, si bien fue creado a instancias de la UNESCO, fue posible por la trama colaborativa construida previamente entre centros de investigación regionales, por el establecimiento de la Asociación de Estudios latinoamericanos (Latin American Studies Association - LASA) y por la creación de la principal revista académica de este campo: The Latin American Research Review (SSRC, s/f).
Finalmente, la otra entidad destacada en los procesos de cooperación científica norteamericana fue la Fundación Ford (FF), que tuvo un rol relevante en las acciones de apoyo al desarrollo y el fortalecimiento de las ciencias sociales en diversas regiones del mundo. La FF fue creada en 1936 y recién en la década de 1950 comenzó a extender sus acciones en el plano internacional. Apoyó tanto a instituciones científico-académicas como a agencias del Estado y del tercer sector. La FF fue caracterizada como una agencia privada alineada a la política exterior norteamericana y a la vez orientada por objetivos de política cultural, como la expansión de las capacidades institucionales de los sistemas de producción intelectual, científica y académica de
los países atendidos. Si bien se considera que las preocupaciones generales de la política exterior norteamericana estaban presentes en los lineamientos generales de la fundación, esta presencia no es considerada un factor explicativo de su accionar concreto en Latinoamérica (Miceli, 1990: 39).
América Latina fue la última región del mundo en recibir su apoyo. En 1959, la FF encomendó a un grupo de intelectuales norteamericanos la realización de un informe que reflejara la situación general de varios países —entre ellos Argentina—, el nivel de las instituciones de enseñanza superior e investigación y las perspectivas inmediatas de apoyo a su desarrollo. Los integrantes de esta misión fueron Alfred Wolf (figura clave de la fundación), Reynold Carlson (economista de la Universidad de Vanderbilt), Lincoln Gordon (profesor de la Universidad de Harvard) y el sociólogo Kalman Silvert (consultor de la fundación y profesor de ciencia política en la Universidad de Tulane orientada a los estudios latinoamericanos). Silvert se vinculó tempranamente con el medio académico argentino y de América Latina, y varios de sus ensayos fueron publicados en Buenos Aires a principios de los años 60. En 1971 fue el primer presidente de LASA.
El informe marcó las diferencias entre la situación de Latinoamérica y lo observado en otras regiones que formaban parte del radio de acción de la FF: África, Asia y Oriente Medio. A diferencia de lo ocurrido con la cooperación en estas regiones, las estrategias desplegadas en Latinoamérica fueron distintas, tanto en lo referente a los alineamientos entre intereses políticos y diplomáticos como en lo referente al accionar filantrópico. Los resultados del informe pueden haber influido en la decisión de la FF de no intervenir en América Latina bajo la estrategia usual de trabajar con órganos gubernamentales para el perfeccionamiento de sus capacidades de planeamiento y desarrollo. Si bien los gobiernos no fueron eliminados del todo como interlocutores, tampoco se convirtieron en clientes preferenciales. Este lugar fue ocupado por las organizaciones productoras de conocimiento especializado, particularmente las abocadas a las ciencias sociales, donde es reconocida la centralidad del apoyo de la FF. Este enfoque doctrinario de la fundación tenía inspiración en el ideario de la Alianza para el Progreso de los años 60, que sostenía una fuerte asociación entre crecimiento económico, avance tecnológico y competencia gerencial, donde las ciencias sociales eran la “ingeniería social” que conducía a la formulación de políticas gubernamentales para el desarrollo de la región (Miceli, 1990). Los indicadores utilizados para evaluar a los interlocutores regionales eran cuantitativos y estandarizados, no especificando cuestiones tales como orientaciones ideológicas o posiciones teóricas.
En el contexto de su expansión internacional, la FF también articuló sus acciones como lo hiciera la FR con el SSRC. Lo hizo a partir del programa de becas que permitió a investigadores norteamericanos hacer trabajo de campo en Latinoamérica y mejorar los intercambios cara a cara de científicos sociales de ambas regiones.
La participación fe la FF en Argentina se encuadro en ese contexto histórico, pero marcó otra excepcionalidad. Si bien también aquí las ciencias socials y la educación fueron claramente un objetivo importante de los subsidios -que de hecho resultaron un apoyo crucial para la modernización de la formación e investigación en sociología de la UBA, acompañando a la RR -, a diferencia de otros países regionales una parte considerable de los recursos económicos transferidos fue dirigida a ciencias básicas e ingenierías. Estos apoyos facilitaron el equipamiento y mejoramiento de infraestructura de educación e investigación de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), los Departamentos de Física y Química, y otras áreas de la Facultad de Ciencias Exactas (FCEN) y de la Facultad de Ingeniería de la UBA, y las actividades de formación técnica y servicios tecnológicos especializados de otras instituciones.
Una de las ideas orientadoras de este artículo refiere a la centralidad de estos apoyos en los procesos de modernización de la actividad científica nacional. En la época, la CNEA y la UBA eran las instituciones de mayor prestigio científico del país y sedes de los proyectos de investigación más conectados con la ciencia internacional. De hecho, en la UBA trabajaba Houssay, el primer Premio Nobel argentino y latinoamericano. Es posible conjeturar que, entre las razones de este direccionamiento excepcional hacia las ciencias básicas y tecnológicas, pudiera haber jugado un papel relevante el peso de los liderazgos científico-académicos presentes en las comunidades científicas locales, la visibilidad de los procesos de renovación académica que tenían lugar en la UBA y el desarrollo de determinados campos de potencial interés industrial en instituciones como la FCEN o la CNEA. Quizás las perspectivas que planteaba el desarrollo industrial del país por esos años frente a lo que observado en otros países hayan inclinado las preferencias de la FF hacia las ciencias básicas y las ingenierías.
3. Los subsidios extranjeros a la ciencia argentina: un análisis del impacto de los fondos de la Fundación Ford
Entre 1960 y 1967, la FF otorgó a la Argentina un monto total de 4.468.527 dólares. La tabla siguiente incluye el detalle de los subsidios otorgados a diferentes instituciones del sistema científico y tecnológico nacional, excluyendo los 150.000 dólares asignados a la Fundación Bariloche, que no estaban vinculados a actividades científicas.

Los fondos al CONICET incluían becas para mejoramiento de la enseñanza de las ciencias en la educación secundaria, becas para estudios en el exterior (20% del total de subsidios al CONICET) y apoyos a investigadores. Entre las otras instituciones
científicas beneficiadas se encontraban la CNEA (20% del total de subsidios a otras instituciones), El Instituto Argentino de Estandarización (IRAM), la Asociación Química Argentina, el Consejo Nacional de Educación Técnica (25%) y la Cámara Argentina de Industrias Manufactureras. La Universidad de Buenos Aires fue la institución más beneficiada relativamente con los FF, y junto con el CONICET y la CNEA fueron los destinos de subsidios Ford más directamente relacionados con el apoyo a los procesos de modernización de la investigación.

¿Qué tan relevantes fueron estos recursos para el proceso modernizador de la ciencia en Argentina y particularmente en la UBA? Responder a este interrogante puede ser el camino para producir un cuerpo informativo con datos bien concretos que permitan complementar la lectura sobre el rol de las agencias filantrópicas atravesada por las intensas polémicas político-ideológicas que se generaron en la época. El ejercicio que se propone a continuación se aplica particularmente a la FCEN, caso paradigmático de proyecto de modernización científica y académica. Se analizan los subsidios otorgados frente a los fondos presupuestarios de la facultad para identificar el impacto del financiamiento externo.
En la segunda mitad de la década de 1950, en la UBA se inició un proceso de normalización institucional, luego de años de intervención del Estado. El proceso, de inspiración “reformista”, fue liderado por las gestiones de los rectores Romero y Frondizi. En el nivel de las unidades académicas —las Facultades— donde residían los grupos de investigación, varios proyectos elaborados por científicos y estudiantes impulsaban la modernización de la investigación científica y la renovación de los modos de gestionar y gobernar la universidad. Uno de estos grupos era liderado por el decano de la FCEN, Rolando García. La concreción del proyecto innovador en la FCEN requería una cantidad importante de recursos económicos, para poder constituir una masa crítica de recursos humanos con dedicaciones amplias a la investigación —los docentes con dedicación exclusiva eran casi inexistentes por entonces en la UBA— y con posibilidades de formarse en los centros de excelencia científica y dominar las técnicas avanzadas de la ciencia experimental. Pero lo que además estaba en juego era la posibilidad de mejorar la calidad de la enseñañza, modernizando y haciendo mucho más énfasis en las costosas prácticas de laboratorio.
Las estrategias desarrolladas en esta dirección implicaron gestiones directas de académicos, y particularmente del decano García, ante el Consejo Superior de la Universidad y ante el Ministerio de Economía, para solicitar un aumento sustancial del financiamiento. Asimismo, incluyeron la solicitud de apoyo financiero a organismos extranjeros por la vía de la cooperación científica internacional. El país había recibido ya fondos extranjeros para el apoyo de actividades científicas, particularmente fondos de la FR. Antes del proceso modernizador, los fondos extranjeros en la UBA habían tenido una acotada presencia en la labor de algunos grupos, a instancias de los lazos establecidos por sus líderes científicos durante sus estadías en el extranjero. A partir de los años 60, estos recursos se intensifican. En la FCEN, entre 1959 y 1960, la Fuerza Aérea norteamericana apoyó investigaciones en radiación cósmica e investigaciones en meteorología dinámica con un destino específico en el pago de expertos que viajarían a la Argentina. En 1963, el National Institute of Health de los Estados Unidos transfirió fondos para microbiología y la FR para química biológica. Dos años después, desde Francia, a través del Instituto Montpellier. se apoyó un estudio del Chaco argentino y la cooperación técnica del Reino Unido para el Departamento de Industrias.
La llegada de fondos de la FF a la FCEN se inició en 1960 con el “Informe Harrison” solicitado por la propia FF que fundamentaba el subsidio inicial, y con el pedido formal a la fundación realizado un mes después por el rector Risieri Frondizi. La aprobación del pedido se concretó en 1961 con la ejecución inicial de una serie de siete subsidios y finalizó en 1967.

Para conocer el impacto real de los subsidios extranjeros en las acciones modernizadoras se han realizado algunos cálculos estimativos de la distribución anual de los fondos, para contrastarlos con el presupuesto de la FCEN durante el período bajo estudio.
El Gráfico 1muestra la tendencia de ejecución de subsidios. Se han agrupado según destino de los fondos. Los subsidios directamente gestionados por la FCEN incluyeron el equipamiento de los departamentos de física y química inorgánica (55% del total); el equipamiento de un servicio de televisión educativa central en la FCEN y los fondos para la biblioteca de la Facultad (algo más del 17% para los dos destinos), y ayudas para traer a profesores visitantes extranjeros a distintos departamentos de la FCEN (17%). Otros subsidios provinieron de los fondos gestionados por el CONICET que se aplicaron a apoyar grupos y personas de la FCEN según la siguiente distribución: apoyo a la investigación de grupos científicos (4% en pequeños subsidios) y becas para la formación de posgrado en el exterior (7%). Para simplificar el cálculo, se supuso una distribución igual durante todos los años de ejecución de cada subsidio en particular (total de siete subsidios directos a la FCEN y dos a través del CONICET).3 Sin embargo, las transferencias para comprar equipamiento para física y química fueron realizadas fundamentalmente en 1961 y 1962, que constituyen los años de mayor concentración de aplicación de fondos. Por otro lado, las becas CONICET tuvieron una presencia minoritaria pero más pareja a lo largo del período (entre 1961 y 1966). Los fondos para la TV educativa y biblioteca se concentraron entre 1964 y 1967.


Hacia 1960 el presupuesto total de la FCEN representaba 850.000 dólares, lo que ya había implicado una multiplicación respecto a años anteriores Si bien el presupuesto de la UBA se incrementó (a valores constantes) entre 1961 y 1965, no se dispone de cifras precisas sobre el impacto de ese aumento en la FCEN, de modo que lo que sigue es un cálculo aproximado del peso de los fondos de la FF.4
El total de subsidios de la FF entre 1960 y 1967 fue de 1.411.662 dólares, lo que incluye tanto los subsidios directos a la FCEN (1.261.662 dólares) como los derivados a la FCEN desde las ayudas de la FF al CONICET (150.000 dólares).5 Considerando la hipótesis antes señalada de la ejecución en partes iguales durante el período de ejecución específico en cada caso (Tabla 2), y considerando asimismo de manera hipotética que el presupuesto de la FCEN se mantuvo constante, se puede estimar el impacto de las fondos de la FF sobre el financiamiento de la FCEN en torno a un 21% en promedio (alrededor de 176.000 dólares por año) para todo el período, con algunas marcadas diferencias en los años 63, 64 y 65, cuando asciende a participaciones que superan el 30% (Gráfico 2). Esto mostraría lo esencial de estos subsidios para el desarrollo de la función investigativa en la FCEN, aun considerando que el presupuesto de la FCEN haya observado una tendencia ascendente en esos años.
Si bien este artículo se concentra en la primera mitad de la década de 1960 es interesante recordar lo sucedido en 1966, a partir del golpe de Estado al gobierno del presidente Arturo Illia, en el suceso conocido como la noche de los bastones largos. A partir de este episodio se produjo una renuncia masiva de académicos de la FCEN (entre muchos otros científicos y universitarios) y entre ellos, muchos de los beneficiados por los subsidios Ford. En un trabajo reciente se ha analizado el rol de la FF en lo que se denominó “Operativo Retorno”, por el cual la fundación asignó fondos específicos y se ocupó de colaborar en la reubicación de estos investigadores en grupos de otros países. Esta estrategia de “migración ordenada” procuró mantener juntos a los grupos de trabajo formados durante el proceso de modernización y generar compromisos de volver al país una vez normalizada la situación política. Provino de conversaciones y acuerdos entre la FF y los científicos de la FCEN renunciantes. A partir de la década del 70 fueron volviendo al país para reubicarse en la UBA, en universidades en el interior del país y en otras instituciones científicas nacionales. Otros incluso participaron en la consolidación de empresas públicas y privadas nacionales de alta tecnología (ALUAR, BIOSIDUS, FATE electrónica, INVAP y SEGBA, entre otras) (Carnota y Braslavsky, 2019).
4. La mirada externa sobre la ciencia argentina
El análisis de fuentes documentales vinculadas a la gestión de los subsidios extranjeros recibidos por grupos e instituciones brinda la posibilidad de añadir una lectura de los procesos de modernización de la ciencia local complementaria a la de los protagonistas directos de dichos procesos. Esta “mirada externa” sobre la ciencia argentina se construyó en base a evaluaciones de expertos extranjeros solicitadas por agencias internacionales para decidir sobre la concesión de subsidios y su monitoreo posterior. El valor de estas evaluaciones no reside el constituirse en elementos de objetividad científica sobre la calidad de la ciencia argentina y sus practicantes, pues es razonable que estos juicios hayan estado atravesados los puntos de vista y otros aspectos político-ideológicos que impregnaron las relaciones internacionales, particularmente en las relaciones centro-periferia (Vessuri, 1993). Pero también en este aspecto radica su interés: como elemento interpretativo en tensión dialéctica con las valoraciones de científicos del país, las que reflejaban los posicionamientos políticos propios de esa época. Unas y otras miradas convergieron en la construcción simbólica del proceso modernizador de la investigación nacional
Los expertos que llegaron través de la cooperación internacional produjeron una visión novedosa sobre las transformaciones en la universidad argentina, el desempeño de los líderes innovadores de la época, y sobre los problemas que afectaban el desarrollo de la ciencia local. Por otro lado, la selección de determinadas cuestiones problemáticas como tema de referencia en los informes ilustra el proceso de construcción del “campo” evaluativo de la ciencia y la universidad de la época bajo la mirada foránea. La FF hacía un uso sistemático de informes de evaluación solicitados específicamente para tomar decisiones sobre sus apoyos. Estos informes se realizaban como elemento de juicio temprano para la aprobación de una solicitud, como instrumento de monitoreo de la ejecución de una ayuda, en sus aspectos técnicos y financieros, y como informes finales para el cierre de un subsidio. Para el caso de la evaluación de los apoyos en ciencia a la UBA (entendiéndolos como las actividades financiadas en la FCEN y la FI) se produjeron varias evaluaciones, que fueron realizadas por expertos del campo disciplinario especialmente contratados, por investigadores que visitaron la UBA con apoyo de los subsidios o por profesionales de la propia fundación. Todos eran norteamericanos y excepcionalmente fue contratado en 1967 el argentino Carlos Varsavsky.
Entre las evaluaciones realizadas por extranjeros entre 1960 y 1967 se encuentran las de George Harrison y Albert Cotton del Massachussets Institute of Technology; Jack Schubert, de Michigan State University; Dale Corson, de Cornell University; y Nita Manitzas y John Nagel, de la propia fundación. La evaluación de Harrison es representativa de la mirada foránea, destacando los aspectos “inusuales” del funcionamiento universitario en el país e identificando puntos de contacto entre la naciente comunidad científica de la FCEN y el origen de grupos de investigación en el seno de las más asentadas tradiciones científicas del primer mundo. En otro sentido, es diferente a otros informes encomendados por la fundación, concebidos para evaluar resultados de los programas de desarrollo académico y científico. El informe contiene algo más que una descripción de la situación de la Facultad en los inicios del apoyo de la FF, revelando una toma de posición en relación al futuro del proyecto reformista, y un fuerte compromiso con los propósitos del grupo de académicos innovadores de la FCEN.6
“Esta Universidad es un caso típico de universidad nacional de Argentina, en tanto consiste en una cantidad de facultades e institutos solo muy débilmente relacionados, adolece de una estructura integradora que pueda minimizar la competencia entre facultades, ha sido desbordada en el pasado por una gran cantidad de estudiantes, la mayoría de los cuales no estudian, no tiene dormitorios localizados en un campus central o un ambiente universitario en el sentido al que estamos acostumbrados, y su personal ha estado compuesto mayormente por profesores cuyas actividades docentes estaban confinadas a dar dos o tres cursos nocturnos a la semana. Esta Universidad es inusual, por otro lado, en el sentido de que las fuerzas modernizadoras son más vigorosas que las observadas en el resto de las universidades de Argentina (dejando de lado el trabajo apoyado por la Comisión Nacional de Energía Atómica y por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas). Aquí, bajo el fuerte liderazgo del rector Risieri Frondizi y el Decano Rolando García de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, se están haciendo valientes intentos de superar los obstáculos dejados atrás por la necesaria Reforma de 1918, la influencia política del régimen de Perón quién prácticamente destruyó la educación universitaria en Argentina y las presentes inestabilidades políticas y económicas de la nación” (Harrison, 1960, en Estébanez, 2010c: 277-282).
Por otro lado, para otro evaluador, Corson, el aporte de la FF a la FCEN fue de alta importancia para el desarrollo de la investigación, más notable en la adquisición de equipamiento en los casos de física y química, y en la llegada de visitantes extranjeros en el resto de las disciplinas. Consideraba que, de mantenerse el mismo ritmo de mejoramiento por diez años más, los resultados ubicarían a los programas de investigación y formación en un primer nivel, particularmente en los campos mencionados. De todos modos, destacaba que los altos logros obtenidos en tan poco tiempo eran atribuibles también a la existencia de algunos liderazgos destacados, entre ellos los del jefe de Departamento de Química Rodolfo Busch y del decano Rolando García. Es llamativa la opinión de Corson respecto a lo que consideraba “una excesivamente alta opinión (prevaleciente en la Facultad) acerca de algos de los trabajos en bioquímica que se llevan adelante” (y del “profesor Leloir como alguien fuera de serie y casi seguro ganador del Premio Nobel”). Respecto a las posibilidades de fortalecer el desarrollo de otras universidades argentinas, Corson advertía un panorama complicado para futuras ayudas de la FF por la existencia de fuertes sentimientos antinorteamericanos. Asimismo, identificó una tendencia a la migración interna de científicos de las provincias hacia Buenos Aires, que creía poder enfrentar si la fundación encaraba el apoyo a grupos de tres o cuatro personas en cada universidad que pudieran constituir núcleos contenedores y semilleros de nuevas generaciones de científicos en diferentes regiones del país (Estébanez, 2010b: 283-289).
5. Controversias
El avance del accionar de la cooperación científica norteamericana en la región fue interpretado de manera diversa y en muchos sentidos antagónica.
Por un lado, Estados Unidos había adquirido un fuerte liderazgo político y económico tras la Segunda Guerra Mundial que se extendió a través de la Alianza para el Progreso durante la Guerra Fría. Esto favorecía la aceptabilidad de los recursos que agencias norteamericanas ofrecían a países latinoamericanos, muchos de los cuales tenían gobiernos con ideas desarrollistas. Desde cierta perspectiva, su accionar era valorado de manera optimista como una diplomacia de buenas intenciones en pos de la modernización cultural de Occidente y la difusión de valores democráticos que podrían ser aprovechados para la modernización de las estructuras universitarias y la profesionalización de la actividad científica.
Por otro lado, este avance diplomático fue evaluado como una forma de imperialismo cultural y político-económico (Gil, 2011), que facilitaba el control de información y de la difusión de ideas políticas antinorteamericanas. La revisión de documentación histórica sobre la política exterior norteamericana en los años 50 —y en particular el contenido del informe Science and Foreing Relations, coordinado por Lloyd Berkner para el Departamento de Estado de Estados Unidos— muestra una concepción de la cooperación científica basada en la promoción de la democracia occidental, pero también contiene anexos secretos con indicaciones sobre el aprovechamiento de la diplomacia científica para fines de inteligencia dirigidos a la propia seguridad nacional, que incluían la creación de dispositivos de inteligencia científica en el marco de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) para el control de capacidades científicas y el seguimiento de la difusión de ideas políticas comunistas de países bajo la Órbita estratégica de los Estados Unidos (Feld, 2015:20).
En Argentina, la llegada de las ayudas económicas extranjeras generó polémicas en los ámbitos universitarios y científicos, particularmente en la UBA y en CONICET. Esto se produjo ya tempranamente, en 1959, cuando tiene lugar la firma del presidente Arturo Frondizi de un acuerdo para la creación de la Comisión Nacional de Administración del fondo de Apoyo al Desarrollo Económico (CAFADE), ente abocado a canalizar la ayuda norteamericana a la investigación y docencia universitaria. El argumento más común de las críticas era que esos fondos, que algunos calificaban como “empréstito extranjero”, acarrearían, a mediano o largo plazo la sumisión de la ciencia, la tecnología y las universidades argentinas a los Estados Unidos o grupos de poder norteamericanos (Sigal, 1986: 93).
Frente a los escasos presupuestos universitarios para modernizar y fortalecer las actividades de investigación, el acceso a financiamiento externo era visto por algunos académicos como una oportunidad. Pero el interrogante era sobre la capacidad de control de estos recursos. Los críticos a la aceptación de los subsidios advertían sobre futuros condicionamientos y pérdidas de la autonomía nacional, desconfiando de la capacidad o interés de los receptores en ejercer un control efectivo sobre estos fondos.
La polémica fue inicialmente emprendida en la unidad académica más beneficiada por los subsidios externos, la FCEN, y luego extendida a otras facultades de la UBA. Entre las críticas a los subsidios extranjeros, las realizadas por los estudiantes eran particularmente ruidosas. En la FCEN, las polémicas se desarrollaron sobre todo entre 1960 y 1964. En 1961 se dirigieron específicamente a los subsidios otorgados por la FF y tuvieron una resonancia específica en las discusiones del Consejo Directivo de la facultad, que decidió crear una comisión de seguimiento de subsidios. Había consenso en las decisiones institucionales de la Facultad de valorar al subsidio como instrumento de compensación ante la falta de fondos públicos o empresarios locales, sosteniendo que era posible controlar posibles condicionamientos, por ejemplo: en la elección de temas de investigación en los proyectos o becas financiados por las agencias extranjeras.
Otros casos de polémicas en torno a los fondos de agencias norteamericanas se produjeron en las ciencias sociales, si bien un poco desplazados del momento en que ocurrieron las polémicas en la FCEN. El caso del Proyecto Marginalidad, orientado a estudiar “la marginalidad latinoamericana”, fi nanciado por la FF y desarrollado por investigadores argentinos en la segunda mitad de la década de 1960, generó importantes críticas, ya no sólo entre científicos sociales, sino también en círculos intelectuales más amplios. El centro de la polémica no era el contenido de las investigaciones o su calidad científica, sino la legitimidad de la intervención del fi nanciamiento externo en la producción de conocimiento sobre la realidad social latinoamericana, y en la capacidad de esos fondos para limitar la libertad de los investigadores y condicionar sus agendas de investigación (Pereyra, 2018: 42 y 4; Plotkin, 2015).
6. Cooperación científica, fondos externos y modernización. Reflexiones finales
En los procesos de modernización científica en Latinoamérica, y en particular en Argentina, las acciones de cooperación científica internacional jugaron un papel destacado en la dotación de recursos económicos para el desarrollo de las instituciones de investigación. La etapa analizada aquí es ilustrativa de la asociación entre modernización científica, internacionalización de la investigación, y creación de espacios colaborativos institucionalizados en la región.
El liderazgo económico y político de Estados Unidos favoreció el accionar de las agencias filantrópicas norteamericanas en la región latinoamericana en un proceso que se vio atravesado por controversias y tensiones político-ideológicas entre los propios beneficiados por las acciones de financiamiento.
Sin lugar a dudas, la intervención externa en el desarrollo científico de Argentina contribuyó no sólo a movilizar recursos, sino a constituir posicionamientos políticos respecto a la relación entre ciencia y nación, y a ampliar conciencias en los actores que protagonizaron el despliegue de las capacidades de investigación. En alguna medida esto también se produjo en otros países beneficiados por la filantropía norteamericana. De todos modos, los resultados de la influencia material e ideológica foránea en los procesos modernizantes estuvieron asociados a las condiciones sociales, políticas y culturales del país receptor y la presencia —aun marginal y muy heterogénea en la región— de grupos e instituciones con alguna afinidad al ideal de universidad de investigación al estilo norteamericano.
Los liderazgos científico-académicos locales fueron un factor central en el acceso a estos subsidios. Su capacidad de posicionarse en el campo científico local, sortear las controversias político-ideológicas y convertir estas ayudas en estrategias institucionales están en la base del éxito de los procesos de modernización en los años cubiertos en este trabajo. Otro rol significativo fue ejercido por los expertos externos, cuyas evaluaciones fueron algo más que insumos para la gestión de los financiamientos externos y se convirtieron en narrativas del estado de la ciencia nacional y sus desafíos futuros. Llamativamente, muchos de las apreciaciones realizadas parecen tener aún hoy gran vigencia en la evaluación de la ciencia nacional y sus instituciones.
¿Más y mejor conocimiento? ¿Modernización, logro de objetivos de desarrollo, nación y autonomía? ¿Dominio geopolítico o defensa estratégica de los intereses nacionales? En conjunto, estos procesos colaborativos han estado atravesados por significados muy diversos según los roles de cada país, su posicionamiento en el escenario de las relaciones internacionales y sus capacidades científicas y económicas relativas.
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Notas