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Recepción: 15 Noviembre 2014
Aprobación: 15 Abril 2015
Resumen: Actualmente se abre un mundo de posibilidades por los senderos de una crisis epistémica-social, que permea los espacios universitarios y cotidianos. Urge por lo señalado, estudiar lo académico en el contexto universitario venezolano y dentro de ello la investigación, la reflexión crítica de la práctica y la formación profesional. Son estos aspectos que han sufrido derivas y deben ser repensados en un nuevo marco de sensibilidades. Algunos autores relevantes que fundamentan la resemantización de la relación entre universidad y comunidad son: Foucault (1970), Martínez (2000), Téllez (2001), Maffesoli (2004), Larrosa (2003) y Dussel (2001). Por tal motivo, en este ensayo, a partir de la reflexión hermenéutica se aspira resignificar la academia, proponiendo las experiencias y vivencias compartidas para la construcción de saberes comuniversitarios que respondan a los imperativos del clima cultural del presente. Se concluye que la experiencia como vivencia y su narrativa confiere a la academia nuevas metáforas éticas y estéticas de autovaloración y valoración del otro. De allí, la invitación a viajar por las sendas de lo vivido, donde la creatividad permita la metamorfosis y proyección hacia una universidad sensible. Corresponde, pues, proyectar a la universidad como ser pensante, reflexiva, facultada para construir y deconstruir su cultura, productora de saberes, en la medida en que convive en sociedad.
Palabras clave: academia, experiencia, lo sensible, encuentro de saberes, comuniversidad.
Abstract: Currently a world of possibilities opens up the paths of an epistemic and social crisis that permeates the university and everyday spaces. Urge as noted, the academic study in the Venezuelan university context and within this research, critical reflection on practice and training. It is these aspects that have suffered drifts and must be rethought in a new framework of sensitivities. Some relevant authors’ resemantization underlying the relationship between university and community: Foucault (1970), Martinez (2000), Tellez (2001), Maffesoli (2004), Larrosa (2003) and Dussel (2001). Therefore, in this paper, from the hermeneutical reflection it is sucked resignificar academia, proposing shared experiences and experiences for building knowledge comuniversitarios responding to the imperatives of the cultural climate of the present. We conclude that experience as an experience and narrative she gives the academy new ethical and aesthetic metaphors of self-worth and appreciation of others. Hence the invitation to travel the paths of lived experience, where creativity and projection allow metamorphosis into a sensitive college. It is therefore for the university project as a thinking, thoughtful, empowered to construct and deconstruct their culture, production of knowledge, to the extent that lives in society.
Keywords: academia, experience, sensitive meeting of knowledge, comuniversity .
INTRODUCCIÓN
Iniciar el camino hacia la comprensión y valoración de la academia, implica emprender una búsqueda acerca de las diferentes vertientes de construcción del proceso de formación, la enseñanza, la investigación y la reflexión crítica de la práctica. En este caso específico, desde la perspectiva de la educación universitaria.
Para este ensayo, ha sido fundamental revisar la concepción de crisis epistémica de la sociedad moderna, que permea los espacios universitarios y cotidianos, como expresión de dispositivos que estructuran las relaciones entre las personas y los saberes.
El saber impuesto por la universidad tradicional es el conocimiento científico, que excluye los saberes cotidianos, los saberes de las voces “otras” del ámbito social. Lo que se evidencia, en términos generales en esa universidad moderna, es el énfasis en los aprendizajes disciplinares y la conformación de subjetividades, en función de reglas establecidas y de posicionamiento del poder en aquellos que, al controlar el saber, también imponen sus puntos de vista sobre cómo demostrarlo y cómo comportarse en el ambiente académico.
El medio universitario y su ecología conforman redes comunicativas, a partir de las cuales se pretende la formación profesional integral de la persona. La nueva socialidad, de acuerdo con Maffesoli (1997), rompe con la dependencia del pensamiento, con la falsa estética, la falta de libertad, el poder de los grupos hegemónicos, el sometimiento del saber, las formas del saber transmisionistas y reproductivistas, que legitiman un pensamiento único. Por ello, se necesita una ética y una estética que integre los dos mundos, el vivencial y el académico, dispositivos para desarrollar la posibilidad de una nueva existencia, en términos de libertad, de pensamiento, a fin de lograr el sentido de identificación, pertinencia y pertenencia con la universidad.
En tal sentido, el trabajo aspira resignificar el saber académico universitario venezolano, a partir de las experiencias y vivencias compartidas, para la construcción de una comuniversidad, como escenario para el encuentro de saberes, donde se promueva una actitud estética que atienda las cualidades sensibles para conseguir entender las dialécticas imbricadas en el mundo de lo humano.
Verso y reverso en torno a la academia
“Es hora de que cada uno asuma su papel, si no de tejedores, entonces de artesanos del tejido y encuentren en cada hilo su lugar, hallen los nudos…, descubran la riqueza de colores, de texturas, de individualidades y después enarbole la bandera educativa para un norte: el desarrollo humano y la transformación social”.
En la actualidad, la mayoría de los países latinoamericanos advierten una etapa difícil de transformaciones profundas, que requieren la reconstrucción de muchos de los elementos que los constituyen: sus instituciones, valores, principios, organización socio-económica y cultural, entre otros. Por eso, existe la urgente necesidad de crear espacios de reflexión que permita el encuentro intersubjetivo y de experiencias para poder generar alternativas facilitadoras de cambios y transformaciones para la sociedad.
El eje guía de estos procesos debería ser la dignificación del ser humano, a través de la consolidación de un pensamiento social, académico y humanista, adaptado a las realidades de los mismos buscando con esto una aproximación a un sistema político y social que facilite la satisfacción de necesidades básicas, para que la ciudadanía logre una vida éticamente digna, alejada de la pobreza y la marginalidad.
En función de lo señalado, es importante mencionar que se asiste a la configuración de un mundo distinto y a realidades diferentes, ante los imperativos de un nuevo modelo de organización económica, tecnológica y administrativa, prácticamente generalizado en todas partes, el cual ha sido bautizado como globalización.
Por ello, no se puede dejar de considerar esto, pues es imposible que algún país o pueblo se quede al margen de este fenómeno en los actuales momentos. Se pudiese señalar que el nuevo escenario está configurado por un capitalismo que tiene unas características de dominación que, según Mejías (1999), muestra un escenario que enfrenta un proceso social diferente de reorganización capitalista de la sociedad, generado por un novedoso patrón tecnológico societario. Han emergido además, en los pueblos latinoamericanos, nuevos imaginarios (saberes, deseos y miedos) y subjetividades.
Otro aspecto a destacar está referido a que tanto la episteme moderna como el tipo de democracia instaurada, en la mayoría de los pueblos latinoamericanos han sido determinantes en los procesos educativos que se han asumido y desarrollado en los mismos. La condición de subordinación económica y política que caracterizan a estos países determinan los programas educativos y sociales que allí se ejecutan. En su mayoría, estos no son producto de elaboraciones, ni experiencias propias, sino de asimilaciones de otras culturas, o importados por convenios de asesoría técnica. Por lo tanto, se adecuan más al fortalecimiento de planes de expansión y consolidación económica de los países desarrollados, que a sus propios intereses.
Venezuela, que no es ajena a la situación esbozada, actualmente padece una crisis política que significa en el fondo una crisis de identidad cultural. Todo ello, tiene un impacto importante en la Universidad, la cual resiste desde hace ya varias décadas una crisis severa, que tiende a agravarse cada vez más, reflejándose en las distintas actividades y funciones; vale decir, tanto en el aspecto académico como en lo administrativo, así como en la extensión, investigación y docencia. Esta crisis es global porque abarca todas las áreas de su competencia y de su vida interna.
Foucault (1970) plantea que ese modo de vida producido por un sistema de relaciones económicas, sociales y humanas, que abarca un periodo preciso en el tiempo, pauta el orden del saber general, constituye el pensamiento y condiciona la posibilidad del conocimiento. La episteme que domina la realidad venezolana está directamente impregnada de un sistema globalizador, que tiene bajo su dominio los poderes: militar, energético, económico y mediático; coincidiendo con los postulados de Martínez (2000).
De esta situación no está ajena la Universidad, la cual repite a lo interno lo que en la sociedad se manifiesta. En otras palabras, la universidad está en crisis porque la sociedad está en crisis. Se pudiera en función a lo señalado pensar en la desesperanza; sin embargo, Maffesoli (2004:475), permite desde sus planteamiento asumirla como posibilidad de develar y reconstruir nuevas formas de reinterpretar la realidad.
“Hay que pensar en la profunda significación del no sentido de la vida. Una significancia que no se proyecta, un poder societal que no se reconoce en el mito progresista o en las teorías de la emancipación que lo expresa, sino que toma la sustancia medular de sus raíces, de una naturaleza que le sirve a la vez de matriz y de estuche”.
En una mirada en reverso a lo que ha sido la universidad hasta ahora se asume la complejidad de la misma, aspirar develarla implica hacer rupturas, debido a que desde ella misma se han construido formas de identidad, subjetividad y prácticas (legitimadas) que han enajenado a los actores universitarios, lo que dificulta una respuesta crítica, pues se han asumido verdades y se han formalizado como estilos de sobrevivir en este medio, incluso se defienden como irrefutables y así cada generación las asume y las transfiere a los que ingresan al sistema. Se capta así la ausencia de debates internos, una adaptabilidad sin cuestionamientos, poco apoyo a la investigación y burocratización de los procesos administrativos y académicos. Coincidiendo estos señalamientos con lo planteado por Maffesolli (2004:477):
“Una cultura que se ha vuelto rígida, esclerosada, apartada de la vida de cada día. Tal sensibilidad “paleolítica” contamina muchos aspectos de la existencia colectiva y puede ser considerada como pulsión o rejuvenecimiento, una preocupación por el reencuentro, por la reconciliación con el instinto natural”.
Estudiar lo académico en el contexto universitario es adentrarse en el fondo, ir a los fines mismos de esta institución. Lo académico está vinculado con la enseñanza, la investigación, la reflexión crítica de la práctica y la formación profesional. Esta última, en toda auténtica universidad, debería ser académica.
Lo político no escapa de esta discusión y además esta institución se considera frente a lo político, pues a veces se confunden estos dos órdenes y sucede cuando las instituciones se conciben como fortalezas de ideologías y de apoyo a proyectos de transformación social.
La academia pudiera sufrir derivas si al querer relacionarla con la excelencia se empieza a justificar medidas para la: selección, evaluación, búsqueda de metodologías para resolver el problema de la masificación, el ingreso y la aprehensión de la realidad. Lo planteado está relacionado con las instituciones de educación universitaria elitistas y excluyentes que condicionan el ingreso y la permanencia a ciertas restricciones en contra del derecho a la educación. La academia deja de existir, se debilita o distorsiona cuando existe intromisión de intereses extraños.
Ante esta realidad es importante repensar, desde otras miradas, donde la universidad conciba a la academia desde lo sensible, considere la libertad, la autonomía, la solidaridad, el diálogo, la subjetividad, la estética del acto educativo y, sobre todo, el compromiso social y ético del docente. Tal como enfatiza Martínez (2000:1), “el discurso pedagógico ha ido arrinconando en la cuneta de la historia social principios motrices del trabajo docente como el compromiso político de los educadores”.
Para ello, se requiere un giro axiológico, nuevas sensibilidades y formas de asumir y asumirse con el otro, un nuevo protagonismo de estudiantes–comunidad–docente–actores educativos, una participación con inclinaciones hacia la emancipación crítica, con conciencia; donde prevalezcan las relaciones horizontales, la otredad, la alteridad y el respeto a la diferencia, donde el docente se asuma como líder, generador de espacios de intercambios de saberes que le permita repensarse desde su interioridad.
En definitiva, es impostergable replantear al sujeto educativo en su contexto de vida, revalorizar lo afectivo, reconocer al otro generando redes comunicativas como espacios horizontales de formación. Asimismo, rescatar la experiencia y los encuentros de saberes que permitan el quiebre de la asimetría instaurada desde la modernidad. Lo planteado pudiera permitir el encuentro entre las subjetividades, la intersubjetividad a través del diálogo con el otro, la interacción y la relación de complemento y la socio-construcción de saberes.
La experiencia: una forma de vivir la academia desde lo sensible
La consideración de la experiencia como fuente para la construcción de saberes pudiera parecer una idea poco científica o seria desde la perspectiva de la vida universitaria. No obstante, si se piensa en los procesos de transformación que se están gestando en la sociedad y en las comunidades, entonces la mejor alternativa tendría que ser vivir la academia desde lo sensible.
En efecto, se hace necesario redimensionar las experiencias académicas en relación con la formación de la juventud y la potenciación de las comunidades, para dar respuesta al proceso de metamorfosis en los espacios societales. La carga semiótica de los diferentes ámbitos, con sus luces, colores, sonidos, moda y publicidad, trasborda las estructuras cognitivas y socio-afectivas, impulsando nuevos modos de pensar, sentir, expresar y agruparse, los cuales deben ser comprendidos si se pretende asumir la simbología de la comunidad en la universidad.
La visión de comunidad se ha expandido, se ha diversificado con la emergencia de distintos enfoques epistémicos, de nuevas formas de socialidad. Es así como Téllez (2001:89) entiende por comunidad:
“(…) no la coexistencia física de ciudadanos en un lugar territorial determinado, ni la existencia sancionada por los mismos, los mismos valores, la misma sangre, el mismo sexo, la misma raza, la misma patria, sino el aparecer de la pluralidad y la diferencia que irrumpe lo uno y lo mismo”.
Esta concepción plantea la necesidad de acercamiento a las comunidades, donde la academia se transforme, se extienda a las localidades en un proceso de reconocimiento y valoración que genere construcción social de conocimiento. Al respecto, Maffesoli (2004) plantea que las generaciones actuales tienden a comportamientos tribales, donde la socialidad se visualiza como forma lúdica de comunicación, como la pulsión de estar-juntos. Esa proximidad física que se genera, esa proxemia entre las personas que desempeñan diferentes posiciones dentro de la trama de micro-poderes de las universidades, debe mantener una dimensión ética, fundamentada en el respeto y valoración de las condiciones existentes en la diversidad humana, apoyando a los más desfavorecidos en sus procesos de emancipación, desarrollo socio-cultural y fortalecimiento de los valores de solidaridad y respeto a la diversidad. En ese sentido, Rama (2004:8) plantea que:
“(…) la construcción global de la sociedad de la información parece estar generando una nueva estructura social donde las iniquidades están basadas crecientemente en el acceso a la información y el conocimiento: se estaría pasando a una nueva sociedad basada en incluidos y excluidos, definidas sus fronteras por brechas educativas de acceso a la información”.
La universidad debe ser el centro donde realmente dialoguen el arte, la cultura del pueblo, las expresiones de los jóvenes, los saberes cotidianos que reclaman su justo lugar, donde se reconozcan las metáforas de los voceros culturales vivientes en las experiencias académicas. Experiencias que, como plantea Larrosa (2003), han sido minusvaloradas, entendidas como “conocimientos inferiores” que la ciencia moderna trató de objetivar, homogeneizar y controlar, convirtiéndola en experimento.
Este autor destaca la necesidad de rescatar el significado personal y pasional de la experiencia, su carácter de vivencia emocional propia, única e irrepetible. Ello implica la posibilidad de reflexión sobre la forma y condiciones en las cuales se desarrolló esa vivencia, con el propósito de emprender un proceso dialógico entre la experiencia vivida, como entidad subjetiva particular y su alcance desde la perspectiva social y educativa para mostrar las representaciones socio-simbólicas que permitan interpretar y redimensionar la construcción de saberes y sentires.
Por su parte, Mafessoli (1997:240) concibe la vivencia como una de las formas de la experiencia en un mundo sensible, desde el acercamiento a la vida de las comunidades, cuando afirma que:
“En efecto, lo propio de la vivencia es poner el acento en la dimensión comunitaria de la vida social, es subrayar la mística, en este caso lo que une a los iniciados entre sí, lo que conforta de una manera misteriosa el vínculo, tenue y sólido a la vez, que hace que esa comunidad sea causa y efecto de un sentimiento de pertenencia, el cual tiene poco que ver con las diversas racionalizaciones con las que se explica, la mayoría de las veces, la existencia de las diversas agregaciones sociales”.
Es, precisamente, la dimensión comunitaria un nuevo nivel de ontología subjetiva, que propicia el redescubrimiento del “universo simbólico” implícito en la comunidad universitaria y en la realidad de la vida cotidiana.
Sin duda, en las pleamares de la construcción de saberes, permea una nueva episteme, asumiendo como dice Foucault (1968:50): “un campo abierto y sin duda indefiniblemente descriptible de relaciones”. Se alude pues, a la emergencia de una nueva sensibilidad, donde se configura una racionalidad empática, que se construye mediante un permanente ejercicio de alteridad y donde se descartan los modelos apriorísticos para la explicación de lo real, dando apertura a la pluralidad, a lo complejo, a lo transdisciplinario.
Este apartado destaca la emergencia de una nueva sensibilidad, donde se configura una racionalidad empática a través de las experiencias vividas como integrantes de la Red de Servicio Comunitario del estudiante de educación del Estado Sucre. Allí, junto con los estudiantes se han logrado vivencias enriquecedoras, de construcción de nuevos saberes, para despertar otras maneras de ver la cultura local, sus costumbres, sus formas de recreación, sus hábitos y rituales gastronómicos, sus representaciones culturales y religiosas, convertidas en festividades centenarias, que se repiten y se renuevan cada año. Todas estas son expresiones de la vida misma, de una comuniversidad, que integra y compromete como sujetos comunitarios, como representantes de la academia: docentes, estudiantes, entorno social de las universidades, personal administrativo y obrero; responsables de impulsar la trasformación anhelada.
Encuentro de saberes: una construcción comuniversitaria. Escenario proposicional
El cultivo de una sensibilidad otorga libertad para imaginar la comuniversidad posible invita a viajar por las sendas de lo vivido para transitar por las metáforas instituidas hacia una nueva potencia por instituirse. Se trata del poder que otorga la creatividad, desde donde emana la fuerza que le permite a la universidad–comunidad reinventarse, metamorfosearse y proyectarse como encuentro para conformar mundos plurales. Una universidad sensible exige voluntad férrea de los actores socio-comunitarios, para trascender la trama universitaria, estrechamente ligada a convenciones que desunen, aíslan, excluyen experiencias y trayectorias vitales de los grupos humanos.
Se recurre, entonces, al lenguaje simbólico para proyectar una nueva episteme de relaciones que rija el discurso, y, como dice Moreno (1993), que defina las condiciones de posibilidad de lo que se puede pensar, conocer, decir en este momento histórico; una semiosis que invite a leer la realidad social, desde distintos campos de interacción y donde los procesos formativos potencien sensibilidad social. Es este aderezo lo que coadyuva a gestar mundos conviviales, pero es condición necesaria que los actores se asuman comuniversitarios, como cuerpo consciente de sus potencialidades, para poder imprimirle un movimiento de reactivación y transfiguración al ser de la universidad.
Al tranversalizar imaginarios se avanza hacia la simbolización de una comuniversidad, intersubjetiva, permeada de propósitos sociopolíticos, tal como lo ha llamado Dussel (2001): de transformación no reformista. Es una política de liberación en la intersubjetividad de un movimiento que ha entrado en la acción, bajo la pretensión de establecer un orden más justo, el reconocimiento de la diferencia, la participación pública, efectiva, libre y simétrica de los ciudadanos, como sujetos en ejercicio de su plena autonomía. Sin dudas, forjar conciencia pasa por valorar profundos encuentros que articulen los saberes con la realidad, en la búsqueda de procesos de liberación.
Esos modos de encuentro con los saberes se orientan hacia una concepción emancipatoria en los paradigmas críticos que impugnan lo instituido. Se trata entonces, de un proceso pedagógico que responda al reto de conocer y transformar la cotidianidad. Se requiere para esto desarrollar sensibilidades hacia el análisis hermenéutico de la información contextual, los mensajes implícitos, los hechos, actitudes; aspectos que requieren un acercamiento distinto al tratamiento convencional que se les ha dado.
Las premisas anteriormente señaladas llevan implícitos algunos procesos que contraponen el dogmatismo absoluto, trascienden la visión epistemológica que disoció los saberes e ignoró categorías subjetivas y reivindican la vida cotidiana para dar sentido al saber colectivo, promoviendo la indagación sobre las dinámicas sociales y culturales, que, en palabras de Giroux (1992:216): “incluyen formas creativas, arquetípicas, mitológicas, costumbres tribales, diferentes estilos de vida social”; formas que resignifican nuestra preocupación gnoseológica y ontológica a partir de lo estético.
Al respecto, Muro (2002, citado por Caldera, 2009), afirma:
“Crear nuevas sensibilidades con la comunidad o esferas públicas es una tarea titánica y ardua cuando la resistencia, la negación y la opresión se encuentran instaladas en las formas de pensar, de sentir y convivir en los espacios universitarios. Sin embargo, existen espacios que buscan de forma sostenida la liberación y emancipación de los sujetos por diversas vías, aunque con frecuencia son burbujas que flotan en los espacios sin ningún tipo de articulación o conexión, por lo que su impacto en la construcción de nuevas sensibilidades es relativamente discreto”.
Visto así, configurar una ética-estética de sentir juntos en los procesos de recreación del saber social, desde lo público-lo vivencial, constituye un desafío. Es necesario creer en las posibilidades de construir una universidad que aprehenda las especificidades de lo socio-simbólico: actitudes, valores, procesos cognitivos onto-creativos, para el ejercicio pleno de libertad.
Así, se pretende fundamentar un pensamiento basado en una ética-estética-afectiva-cognitiva para vivirla en la universidad venezolana, simbólica de una nueva socialidad. Ello se lograría, colocando la mirada sobre aquellas significaciones que incorporen sentidos, que inviten a leer la realidad social en complicidad con las valiosas claves epistemológicas, los constructos teóricos y otros referentes culturales que cristalicen paradigmas anti-instrumentalistas.
Una universidad novedosa, en devenir, hay que asumirla inacabada, como fuente viva que deja sentir y decir, convertida en la palabra del porvenir, en la ruptura con lo prefijado; siempre marcando experiencias de reorganización en el tiempo y el espacio, donde los grandes cambios sociales brindan la libertad de tomar los códigos y símbolos del periodo histórico contemporáneos.
La universidad del vivir, como relación proxémica entre los distintos campos de interacción que coadyuvan a crear condiciones favorables para una sensibilidad solidaria, donde los procesos formativos tienen una función determinante para la potenciación de la sensibilidad social, tan necesaria para reorientar los encuentros con los habitus sociales, como pulsión creativa para fundar lazos entrañables con la esfera de lo sensible; de manera que se reivindique el convivir con el imaginario revelador.
Esto implica permanente participación e intercambio entre los ciudadanos de las distintas comunidades, con las cuales la universidad se enriquece en un recíproco intercambio de saberes, a través de la creación de proyectos de interés de la colectividad: de los estudiantes, docentes y esferas públicas en general; construidos desde la inter y trans-disciplina. Una construcción social que tiene lugar en los espacios que brinda la práctica pedagógica, desde los contextos de interacción cotidiana.
Sin duda, proyectar nuevos imaginarios socio-simbólicos y colectivos, desde procesos de construcción y reconstrucción de saberes, requiere una sensibilidad especial, donde se revitalice el papel de los actores sociopolíticos, motores fundamentales para entender cómo las transformaciones sociales pernean al ámbito universitario y, a su vez, cómo lo académico transforma al mundo social.
No obstante, la fuerza de esta interacción recursiva demanda la configuración de lo que Maffesoli (1997), ha llamado una nueva socialidad, arte de la cultura cotidiana que expresa, de algún modo, la sinergia de la razón y de lo sensible, donde el afecto, lo emocional, lo creativo ya no están subvalorados, por el contrario, en este momento se convierten en palancas metodológicas útiles para la reflexión epistemológica.
La relación entre universidad y comunidad expande un pensamiento coherente con la necesidad de un cambio teórico-práctico, de fundamentos paradigmáticos, que refunden las nociones de autonomía-sujeto-libertad. Esto involucra una ética que debe ser problematizada y reflexionada.
Indudablemente, que este proceso amerita emprender la reconfiguración del ser otro de la alteridad, reemprender procesos investigativos de la realidad, dándoles a las interpretaciones connotaciones inacabadas, ubicándolas en un continuo dialéctico de producción de conocimiento.
La universidad debe, por tanto, abandonar el miedo institucionalizado ante lo inseguro, deslindarse de los falsos supuestos para centrar la pedagogía en el desarrollo del pensamiento que genere una acción social para la transformación liberadora del ser humano. Se trata, entonces, de visualizar a la institución universitaria como verdadera matriz de acción liberadora donde se rescatan los procesos subjetivos de los sujetos sociales que allí hacen vida, lo cognitivo, lo afectivo; a través del intercambio de la actividad dinámica que emerge de la polifonía de voces de los territorios o municipios, que en definitiva son células para emancipar.
Se hacen evidentes profundos pensamientos que fortalecen nuevas utopías que, en el contexto de la actual realidad, adquieren especial vitalidad. El análisis del renacer de las universidades está latente en el clima cultural del presente, en el contexto de la crisis de paradigmas o del episteme de la modernidad. El espacio para la confrontación crítica no debe hacerse esperar para responder a los desafíos de la época.
El itinerario se complejiza frente a nuevos universos simbólicos y sus múltiples aristas, frente a la impactante producción teórica, a los nuevos procesos o dinámicas de organización y participación. Se hace necesario metamorfosear el letargo de un modelo reproductor para generar movimientos poéticos y voluntad política. Resta, pues, encontrar el papel que corresponde para alcanzar lo que aquí se ha llamado comuniversidad.
Consideraciones finales
Las premisas precedentes plantean dispositivos o campos que visualizan una universidad entrelazada a la sociedad como espacios transformativos, donde pueden florecer nuevas formas para entender las relaciones humanas y los más íntimos pensamientos, sueños e ideales. He aquí una tendencia transformadora del sentido ontológico de la existencia del ser universitario, del rostro de la institución y de los seres humanos que allí habitan, conviven, producen saberes; seres que despliegan su poder creativo para construir así un universo simbólico que le permita dialogar y comprender al mundo.
La experiencia como vivencia, y su narrativa como metódica confiere a la academia un nuevo matiz metafórico, ético y estético, de autovaloración y valoración del otro, a la par que da apertura a la comprensión de la emergencia de las nuevas socialidades en gestación. No se trata solo de abordar y comprender la realidad, sino de construir juntos procesos de transformación y de comprensión de la vida misma, de la cotidianidad cercana, de la persona en proceso de formación permanente.
Una mayor sensibilidad de la conciencia de los sujetos sociales, implica rescatarlo de la lógica del positivismo, prepararlo para los contextos de creciente participación y apertura, de una cierta estética de la existencia que apoye la libertad de pensamiento, un modo otro de subjetividad y una amplia movilización de todas las capacidades humanas y una ética fundada en la racionalidad emancipatoria que apoye la libertad, desarrolle el pensamiento, a fin de que el sujeto reconstruya su propia génesis histórica.
Indudablemente, toma impulso la riqueza del saber, inseparable del ejercicio crítico, del desarrollo del pensamiento divergente nutrido de la visión del otro, dando apertura a la multi y transdisciplinariedad, lo que implica un movimiento dinámico entre el hacer y el pensar, desde una práctica pedagógica que propicie las condiciones para que los sujetos en su proceso de formación puedan asumirse como seres pensantes, conscientes de su propio inacabamiento.
Se aspira, entonces, construir una nueva matriz epistémica que haga posible la inclusión de la diferencia, donde convivan los más variados modos de pensar, donde circunde lo cotidiano, lo socio-simbólico, como elemento comprensivo de lo vivido.
Se asienta como sustrato de esta relación una actitud de apertura frente a las experiencias intersubjetivas, que privilegian lo simbólico, lo imaginario, todo un entramado inclusivo de lo vivido, un vasto proceso de correspondencia. Es esto lo que permite comprender la nueva ética social en gestación.
Es evidente la necesidad de centrar la noción de sujeto social comuniversitario, entender cada fibra de su ser bajo una concepción compleja, creadora de símbolos y significados, rica en caracteres y potencialidades, productora de saberes, en la medida en que convive en sociedad. Corresponde, pues, proyectar a la universidad, como ser pensante, reflexiva, facultada para construir y deconstruir su cultura.
Referencias
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Mejías, Marco (1999). La educación popular: hacia una pedagogía política del poder. CINDE. Colombia.
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