Resumen: “La parte de los crímenes” de la novela 2666 de Roberto Bolaño exhibe tanto el horror de los feminicidios como las complejas relaciones de poder(es) en el entorno donde estos ocurren. El propósito del artículo es incitar a la reflexión sobre el papel que juegan aquellos mecanismos de poder en el fomento de esos crímenes y en el status quo que se mantiene al respecto. Se observan los eslabones en los sistemas de poder (el oficial, los medios de comunicación, el narcotráfico, el chivo expiatorio) para comprender por qué no hay (ni puede haber) una clausura en el encadenamiento de los feminicidios y para sugerir que, contrario a la idea del poder disciplinario de Foucault para elucidar su dinamismo en las sociedades occidentales, el poder en el umbral entre el primer y el tercer mundo no puede ser explicado ni con el modelo del panóptico ni con el modelo vertical encarnado en una personalidad.
Palabras clave:FeminicidiosFeminicidios, Panóptico Panóptico, Monarca Monarca, Poder Poder, Norma Norma.
Abstract: “The Part About the Crimes” of the novel 2666 by Roberto Bolaño exhibits both the horror of the femicides, as the complex relations of the power(s) in the environment in which those occur. The purpose of the article is to incite the reflection about the role of the power mechanisms in fomenting the crimes and about the status quo that has been maintained. We observe the links in the power systems (the official, the communications media, the drug cartels, the scapegoat) in order to comprehend why there is no closure (nor there can be one) to the chain of the femicides, and to suggest that, contrary to the idea of a disciplinary power by Foucault to elucidate the dynamics in the western societies, the power on the threshold between the first and the third world cannot be completely explained with the panoptical model, nor with the vertical, embodied in a personality.
Keywords: Femicides, Panopticon, Monarch, Power, Norm.
Artículos de investigación
La impotencia del poder en “La parte de los crímenes” de 2666
The Impotence of the power in “The part about the crimes” in 2666
Recepción: 07 Junio 2018
Aprobación: 12 Agosto 2018
Publicación: 30 Noviembre 2019
Intuitivamente sabemos –aun los que no somos profesionistas de la disciplina jurídica– que la legalidad y la justicia no siempre van de la mano, así declara la enunciación retórica. Esta discrepancia intuitiva, hipotética, invita a la reflexión que se puede resumir en la siguiente pregunta: ¿por qué los mecanismos de la ley –el poder– carecen de capacidad para detener los actos criminales, en términos generales el mal? A partir de esta pregunta abstracta, reduciré el enfoque a una obra literaria: 2666 de Roberto Bolaño; en específico, el cuarto capítulo “La parte de los crímenes” de esta novela póstuma.1 Otros dos textos que se filtrarán en la presente lectura y comentario son Huesos en el desierto de Sergio González Rodríguez, una investigación periodística, y del ámbito del pensamiento filosófico, Vigilar y castigar de Michel Foucault. Estos, cada uno desde su medio, exploran el complejo y frecuentemente ineficaz, hasta complementario, dinamismo entre los mecanismos y sistemas del poder, y la impotencia o falta de voluntad para frenar los crímenes −los feminicidios− que se representan en el cuarto capítulo de 2666.
“La parte de los crímenes”, capítulo central de la novela publicada en 2004 cuyo ambiente es la ciudad fronteriza Santa Teresa, une, junto con los feminicidios, las cinco partes (capítulos) de la novela.2 Aunque los capítulos se pueden leer de manera independiente, ya que tienen estructura íntegra y completa,3 comparten nexos y motivos que los vinculan y les otorgan cohesión, como el escritor Benno von Archimboldi y, en general, el tema del mal –el mal metafísico–,4 además de los ya mencionados feminicidios y la ciudad de Santa Teresa.5
Aunque 2666 pertenece a la ficción, los hechos descritos en la ciudad de Santa Teresa en “La parte de los crímenes” corresponden con una realidad de Ciudad Juárez, ciudad fronteriza mexicana. El libro periodístico Huesos en el desierto es el trasfondo y la influencia directa de “La parte de los crímenes”. Pretende dar cuenta de los referentes que pertenecen al mundo real, por ejemplo, las circunstancias políticas de Ciudad Juárez; la corrupción en los niveles judicial y ejecutivo; también nombra a las mujeres asesinadas y señala su edad, la fecha del hallazgo de su cadáver, la ropa que vestían en el momento del hallazgo y la causa de muerte. El paralelismo es evidente a partir de estos parámetros temáticos y de la confesión del propio Bolaño al respecto.6
El poder en el sentido abstracto,7 así como los poderes específicos, contienen ambigüedades esenciales; por un lado, engloban atributos positivos: son eficientes puesto que constituyen sujetos,8 conductas, obediencia, normalización, control de la violencia (en una comunidad), pero, por otro lado, debido a la propia naturaleza del poder, son restrictivos, represivos, imponentes, manipulativos, violentos (a pesar del control de la violencia) y subrepticios, con el sentimiento de inferioridad implícito y con toda su destructividad. Todos implican ciertas armas, herramientas, medios para poder implementarse y tener efecto.
El presente artículo revisa diversos mecanismos de poder que se perfilan en “La parte de los crímenes”; entre los que se encuentran las instancias de poder formales –a saber, policías, legisladores, jueces, forenses–, los cuales, en general, mantienen el orden relativo en una sociedad determinada, previniendo actos delictivos al esclarecer y castigar a los responsables; de acuerdo con las funciones (de la imposición) de los mecanismos de poder, las instancias formales deberían aspirar concordemente hacia una finalidad: castigar a los perpetradores de feminicidios, pero sobre todo deben buscar la manera de prevenirlos. Además, se hallan los poderes de manipulación y formación de opiniones (medios de comunicación masiva), el poder del crimen organizado (el narcotráfico), el poder del sistema patriarcal, así como el poder del mercado neoliberal.9
En “La parte de los crímenes”, la presencia de diferentes órdenes de poder se relaciona con distintas ideologías; por ejemplo, un poder autoritario, visible, centralizado, el del espectáculo proveniente de una sede –el poder monarca, según lo denomina Foucault– estaría en un extremo, mientras que en el otro se ubicaría el poder transparente con palancas de control extendidas, invisibles y centradas en la disciplina –el poder panóptico, remitiéndome a la terminología y a los conceptos foucaultianos–, no encarnado por ningún rey. Según el autor de Vigilar y castigar (2008), en el siglo xx dominaba el poder del panóptico. Una de sus tesis al respecto es la autoridad absoluta de los sistemas de poder, no tanto de un personaje al cual había que rendirle culto; su delimitación socio-histórico-cultural es la civilización europea occidental, adoptada, en mayor o menor medida, como modelo organizacional en otras sociedades del mundo.
Lo que Foucault caracteriza como las formas de control de los individuos (las cuales se desarrollan en cuarteles, prisiones, hospitales, escuelas, entre otros) no aplica de manera rigurosa en las sociedades donde una inversión de los valores universales es dominante, tal es el caso de Santa Teresa. En “La parte de los crímenes” hay numerosos intentos de aplicar e imponer las formas de control de las que habla Foucault, es decir, las formales, arraigadas en las normas y las leyes.10 No obstante, los intentos son arbitrarios, frágiles y fútiles, no solo a largo plazo, como lo son en general los sistemas de vigilancia según Foucault, sino también a corto plazo. Lo anterior debido a que la relación causa-efecto, o sea, delito-castigo, no refleja ni se encuentra en ninguna relación de congruencia, correspondencia o consistencia respecto a las normas establecidas. Siendo más específica, los mecanismos de poder formales en el contexto de Santa Teresa no son eficaces; al contrario, fracasan. Las posibles razones de su ineficacia son la incompatibilidad de los sistemas de poder (ya sea monarca o disciplinario) y los principios del orden metafísico –se traducen en el mal metafísico presente en 2666−11 que se hallan en la organización social. Resumiendo la discrepancia norma / ley propuesta por Foucault, las normas son los comportamientos a seguir de acuerdo al principio de comparación, lo que está condicionado por “un optimum que hay que alcanzar” (Castro, 2011: 282); además de manifestarse en los actos de los individuos y con una tendencia a homogenizar, las leyes son códigos que prescriben lo prohibido y lo permitido, buscando condenar. Una diferencia clave para el posterior argumento es que “la norma traza la frontera de lo que le es exterior (la diferencia respecto a todas las diferencias): la anormalidad. La ley, en cambio, no tiene exterior: las conductas son simplemente aceptables o condenables, pero siempre dentro de la ley” (Castro, 2011: 282).
Como arguyo, las investigaciones realizadas por los policías y los agentes de Santa Teresa, los criminólogos extranjeros y los detectives privados fracasan debido a la incompatibilidad de los modelos de organización social (supuestamente disciplinaria), y las normas, lo arraigado, lo inasible presente en Santa Teresa. Las dos fuerzas coexisten: la primera está más presente en los sistemas y en lo prescrito, y la segunda, en el medio, el ambiente, pero se entrelazan vertical y horizontalmente; lo segundo, resistiendo a lo primero, creando confusión y bloqueo en cuanto al desempeño de los actores en las posiciones de poder.
Aparte de los elementos del monopolio sobre la violencia que tiene el Estado (evocando a Weber) desde la perspectiva de las herramientas y las palancas de poder, se revisarán en su calidad de la manifestación –representación– de la impotencia de los mecanismos de poder el papel de los medios de comunicación, la figura del chivo expiatorio y los sujetos que se rebelan contra las normas, buscando, paradójicamente, el establecimiento del poder disciplinario. Un comentario en relación con los sujetos rebeldes, aunque esto no altera ni detiene el ímpetu de los crímenes, los tres personajes Juan de Dios Martínez, Lalo Cura, Harry Magaña, además de vivir con la conciencia de que en sus respectivos entornos profesionales no se actúa de acuerdo a las leyes (aunque sí de acuerdo a las normas) y los procedimientos, experimentan constantemente un enfrentamiento con su propio sentido de justicia y ética, con los valores. No obstante, ellos, como cientos de mujeres (casi) anónimas asesinadas, quedan abatidos por la fuerza desproporcional de las leyes –de la selva– no escritas.
Aunque el contexto mexicano –y, aún más, el fronterizo que, como todos los umbrales, acentúa sus propias características– sugiere, a priori, el fracaso de cualquier método punitivo sistemático y organizado debido a la corrupción, y su consecuente impunidad que alcanza los niveles de la segunda naturaleza, la metodología presente en este estudio no se centrará en la hipótesis sobre la relación entre la idiosincrasia mexicana y la corrupción, puesto que los paradigmas de los dos tipos de poderes que propone Foucault ofrecen herramientas de análisis más abstractas y no tan controvertidas como los asuntos de la mentalidad.12
Michael Foucault determina y examina dos sistemas de poder: el centralizado, referido por el autor como el de antes, y el difundido, de después. El poder de antes estaba basado en el espectáculo, en la exhibición de la autoridad que concentraba y centralizaba el poder en un soberano; ese poder admitía la existencia de masas y de multitudes. El poder de después (actual),13 según el autor, está sostenido por la disciplina y su enfoque es el individuo, no las multitudes; es un poder distribuido horizontalmente que no tiene rostro, impregnado en diferentes aspectos de la sociedad. Foucault relaciona el verdadero ímpetu del capitalismo con el segundo tipo de poder:
Si el despegue económico de Occidente ha comenzado con los procedimientos que permitieron la acumulación del capital, puede decirse, quizá, que los métodos para dirigir la acumulación de los hombres han permitido un despegue político respecto de las formas de poder tradicionales, rituales, costosas, violentas, y que, caídas pronto en desuso, han sido sustituidas por toda una tecnología fina y calculada del sometimiento. De hecho los dos procesos, acumulación de los hombres y acumulación del capital, no pueden ser separados (2008: 223).
Lo peculiar de la sociedad perfilada en Santa Teresa es que se unen y fusionan ambas modalidades de poder descritas por Foucault; en cuanto a las relaciones jurídico-policiales, el poder es monárquico, ritual, centrado en uno o varios soberanos; pero en las relaciones laborales, es una sociedad de disciplina en extremo, del poder invisible que emplea los mecanismos sutiles que garantizan productividad eficiente e impiden levantamientos dada la abolición de las multitudes:
El movimiento que va de un proyecto al otro, de un esquema de la disciplina de excepción al de una vigilancia generalizada, reposa sobre una transformación histórica: la extensión progresiva de los dispositivos de disciplina a lo largo de los siglos xvii y xviii, su multiplicación a través de todo el cuerpo social, la formación de lo que podría llamarse en líneas generales la sociedad disciplinaria (Foucault, 2008: 212).
El ambiente laboral de Santa Teresa se observa en estos dos fragmentos: “[La víctima] antes había sido despedida por querer organizar un sindicato” (Bolaño, 2004: 516);14 “compartía casa con dos compañeras de trabajo en la maquila, una de ellas desempleada en el momento de los hechos pues, según le contó a Juan de Dios, había intentado organizar un sindicato. ¿Qué le parece a usted?, le dijo. Me botaron por exigir mis derechos” (721-722); otro intento de imponer disciplina en el entorno laboral es la restricción de llamadas telefónicas privadas:
La mujer que las acogió, una trabajadora de la maquiladora Horizon W&E, fue a llamar a otra vecina y luego telefoneó a la maquiladora MachenCorp intentando localizar a los padres de las niñas. En la MachenCorp le informaron de que estaban prohibidas las llamadas privadas y le colgaron. La mujer volvió a telefonear y dijo el nombre y el puesto del padre, pues pensó que la madre, al ser operaria como ella, era sin duda considerada de un rango inferior, es decir prescindible en cualquier momento o por cualquier razón o capricho de la razón, y esta vez la telefonista la tuvo esperando tanto rato que las monedas se le agotaron y la llamada se cortó (659).
El punto de partida ha sido que los modelos esencialmente diferentes de imponer el control en la sociedad contribuyen a la continuidad de los feminicidios, puesto que ambos, simultáneamente, ostentan la presencia y forcejean. También, el tercer parámetro, la norma, desempeña un papel decisivo; se inclina al modelo de la autoridad visible: del rey, del monarca, del jefe o del capo de mafia. En adelante se propone una interpretación del porqué los representantes del poder oficial no imponen lo que Foucault denomina disciplina:
La “disciplina” no puede identificarse ni con una institución ni con un aparato. Es un tipo de poder, una modalidad para ejercerlo, implicando todo un conjunto de instrumentos, de técnicas, de procedimientos, de niveles de aplicación, de metas; es una “física” o una “anatomía” del poder, una tecnología. Puede ser asumida […] por aparatos estatales que tienen por función no exclusiva sino principal hacer reinar la disciplina a la escala de una sociedad (la policía) (2008: 218-219).
En la novela, a pesar de las redes de las relaciones de poder, no se logran frenar o disminuir los feminicidios. Las posibles razones de ese fracaso tienen que ver con la discrepancia –conflicto– de las actitudes frente al fenómeno que genera implicaciones éticas inconmensurables. Foucault describe la evolución de un sistema disciplinario cerrado del panoptismo:15 “Se puede, pues, hablar en total de la formación de una sociedad disciplinaria en este movimiento que va de las disciplinas cerradas, especie de ‘cuarentena’ social, hasta el mecanismo indefinidamente generalizable del ‘panoptismo’ […] Garantiza una distribución infinitesimal de las relaciones de poder” (2008: 219).
El panoptismo no aplica en la persecución de los asesinos de Santa Teresa, ya que las relaciones de poder entre los representantes institucionales y los que se encuentran fuera de la ley siguen el patrón inverso que señala Foucault; no es posible lograr esa “distribución infinitesimal de las relaciones de poder”, puesto que los grupos de poder persiguen diferentes metas, aunque solo en la superficie. Las investigaciones policiales que se desarrollan en Santa Teresa son conducidas (además de Harry Magaña quien tiene un motivo personal para emprender las actividades indagatorias) por las autoridades de Santa Teresa, Sonora,16 y las autoridades federales. Aquellas investigaciones son más una muestra de indiferencia, servilismo, corrupción, debilidad y la evidencia de que las estructuras policiales están involucradas en los crímenes, que en las investigaciones. Se cita un ejemplo de lo anterior: “Así que los grupos operativos quedaron estructurados tal como dispuso Ortiz Rebolledo y los policías, con gesto cansado, como soldados atrapados en un continuum temporal que acuden una y otra vez a la misma derrota, se pusieron a trabajar” (661).
Por un lado, la estructura del cuerpo de policía, la apariencia, lo externo, corresponde a un mecanismo de la sociedad de disciplina, con funciones, responsabilidades y áreas bien definidas, con sistema jerárquico implícito, con un discurso neutral; es lo que se refleja, entre otros motivos, en el lenguaje. En “La parte de los crímenes”, las circunstancias del hallazgo y el estado de los cadáveres son referidos con un lenguaje de peritaje médico.17 Foucault lo explica de esta manera, empleando su cargada noción del discurso:
entonces el poder estará constituido por una espesa red diferenciada, continua, en la que se entrelacen las diversas instituciones de la justicia, de la policía, de la medicina, de la psiquiatría. El discurso que se formará entonces ya no poseerá la vieja teatralidad artificial y torpe, sino que se desplegará mediante un lenguaje que pretenderá ser el de la observación y el de la neutralidad (1990: 197).
El poder eficiente, verdadero o real, pertenece a los narcotraficantes, políticos y los demás peces gordos; lo que se asemeja a la descripción del sistema anterior de gobierno, característico de las sociedades pre-industriales: “el de un monarca a la vez próximo y lejano, omnipotente y caprichoso, fuente de toda justicia y objeto de cualquier seducción, a la vez principio político y poderío mágico” (Foucault, 1990: 197).
En Vigilar y castigar se explican tres procesos profundos de las instituciones disciplinarias (2008: 213): 1. inversión funcional de las disciplinas, 2. pululación de los mecanismos de disciplina y 3. Control estatal de los mecanismos de disciplina. La investigación policial de los feminicidios es lo que cabría dentro de esta última modalidad del poder disciplinario. En cuanto a la policía como institución, el autor afirma:
si bien la policía como institución ha sido realmente organizada bajo la forma de un aparato del Estado, y si ha sido realmente incorporada de manera directa al centro de la soberanía política, el tipo de poder que ejerce, los mecanismos que pone en juego y los elementos a que los aplica son específicos. Es un aparato que debe ser coextensivo al cuerpo social entero y no sólo por los límites extremos que alcanza, sino por la minucia de los detalles de que se ocupa (Foucault, 2008: 216).
En otras palabras, en el modelo panóptico de poder, la sociedad es disciplinada y modificada a través de los mecanismos definidos, y existe una comunicación, interacción y acoplamiento entre el poder y la sociedad. No obstante, en la sociedad de Santa Teresa no existe esta interacción ni cooperación entre el poder y el pueblo, como lo demuestra el siguiente ejemplo:
[Penélope Méndez Becerra un] día salió de la escuela y ya no la volvieron a ver. Esa misma tarde su madre pidió permiso en Interzone para dirigirse a la comisaría no. 2 a poner una denuncia por desaparición […] En la comisaría anotaron el nombre y le dijeron que había que dejar pasar algunos días […] Al día siguiente Penélope Méndez Becerra seguía desaparecida. La madre y sus dos hijos se presentaron otra vez y quisieron saber qué progresos se habían hecho. El policía que la atendió detrás de una mesa le dijo que no se pusiera insolente (505).
En el sentido de un poder neutral y sin rostro, la policía debería contener estas características: “Y para ejercerse, este poder debe apropiarse de instrumentos de una vigilancia permanente, exhaustivo, omnipresente, capaz de hacerlo todo visible, pero a condición de volverse ella misma invisible. Debe ser como una mirada sin rostro que transforma todo el rostro social en un campo de percepción” (Foucault, 2008: 217).
En “La parte de los crímenes” de 2666, los ejes de poder (los narcotraficantes y los políticos) tienen rostros que siembran miedo, es decir, es un poder con cara (¿máscara?) que realiza un espectáculo, un acontecimiento: características del poder monarca, por lo cual es un poder que socava el cumplimiento desinteresado de la ley. Entre otros personajes que no son referidos explícitamente, el jefe de la policía de Santa Teresa, Pedro Negrete, y el jefe del cartel de narcotráfico, Pedro Rengifo, encarnan estos rostros de miedo que ejercen el poder vertical. Por cierto, un comentario al margen, pero para nada marginal: estos dos son, emblemáticamente, buenos amigos, compadres.
En la investigación, los agentes que deben ejercer el poder, usando el esquema panóptico (deben, en el sentido de añadir inseguridad o probabilidad por el paradigma histórico-político-social occidental adoptado), no son capaces de hacerlo:
En marzo no apareció ninguna muerta en la ciudad, pero en abril aparecieron dos, con escasos días de diferencia, y también las primeras críticas a la actuación policial, incapaz no sólo de detener la ola (o el goteo incesante) de crímenes sexuales sino también de apresar a los asesinos y devolver la paz y la tranquilidad a una ciudad de natural laborioso […] El caso de Paula García Zapatero lo llevó el policía de la judicial del estado Efraín Bustelo y el caso de Rosaura López Santana le fue encomendado al judicial Ernesto Ortiz Rebolledo y ambos casos entraron rápidamente en un callejón sin salida, pues no había testigos ni nada que ayudara a la policía (565-569).
Los policías de Santa Teresa están simultáneamente sometidos a dos poderes: del mismo cuerpo de policías (su jerarquía y sus convenciones) y de un poder más fuerte que no tiene convenciones ni reglas bien definidas (depende de categorías subjetivas como capricho, honor o intereses económicos particulares). Lo anterior se observa en el siguiente fragmento: “Preguntados los vecinos sobre quiénes habitaban en aquella casa, las respuestas fueron contradictorias, por lo que los patrulleros pensaron que podía tratarse de narcotraficantes y que tal vez lo mejor sería irse y no remover más el asunto” (663).
Aun cuando la organización del sistema en el texto de Bolaño sugiere que el modelo de vigilancia extensa está en vigor, el que lo domina, aunque parezca contradictorio, es el monarca quien acentúa la ineficiencia de dos modelos de control que coexisten. Es decir, los mecanismos disciplinarios se pueden aplicar, siempre y cuando no estén en oposición con el interés subjetivo del monarca abstracto o concreto, lo que, de facto, paraliza el modelo disciplinario de poder.
Siguiendo con los términos de control, de vigilancia y, por ende, de poder, el periodismo es otro de los mecanismos para fortalecerlo (o desestabilizarlo, lo cual no sucede en esta novela). Este campo se entrelaza también con la “Parte de los crímenes” pero, así como sucede con los poderes judicial y policial, resulta ineficiente y corrupto. Con respecto a los crímenes en Santa Teresa, la prensa está contagiada por el servilismo y la complicidad de las estructuras de poder (de ambos lados de la ley); al no denunciarlos, contribuyen a la impunidad. Un ejemplo de lo anterior es la reacción ante el hallazgo de una mujer mutilada y asesinada: “Su foto [de la muerta] no salió en los periódicos, pese a que la policía facilitó tres copias de su rostro mutilado a El Heraldo del Norte, La Voz de Sonora y La Tribuna de Santa Teresa” (635). Los periódicos que trascienden en “La parte de los crímenes”, además de los tres mencionados, son El Independiente de Phoenix, El Sonorense de Hermosillo, La Raza de Green Valley, y La Razón. Este último es del Distrito Federal, capital del país, y desentona en comparación con los otros porque es el único que conserva una integridad periodística: tiende a la objetividad, con consecuencias fatales para los periodistas que cubren el tema.
De La Razón se conocen dos periodistas: Sergio González,18 a quien se le asigna la tarea de cubrir los feminicidios de Santa Teresa (termina asesinado por querer denunciar las estructuras de poder), y Guadalupe Roncal, quien sustituye a González tras su asesinato. Sergio González es un personaje de “La parte de los crímenes”, y Guadalupe Roncal, de “La parte de Fate”.19 González es el periodista cultural quien, por causa de apuros económicos, acepta hacer el reportaje sobre el Penitente Endemoniado (el hombre que se orinaba en las iglesias en Santa Teresa); sin embargo, estando en dicha ciudad, se entera de los feminicidios, y entiende que es un evento mucho más conspicuo y grave que el profanador de iglesias. El periodista advierte lo absurdo de dar mayor atención mediática al Penitente Endemoniado que a los asesinatos de mujeres: el sensacionalismo por encima de las vidas humanas y las cuestiones éticas. El narrador omnisciente lo refuerza: “El ataque a las iglesias de San Rafael y San Tadeo tuvo mayor eco en la prensa local que las mujeres asesinadas en los meses precedentes” (458).20 La intencionalidad implícita es que los medios de comunicación, indiferentes ante los feminicidios, juegan un papel decisivo en la creación y el fomento del desinterés general de los pobladores de la ciudad fronteriza y más allá; nuevamente regreso a las palancas del poder; los medios de comunicación –el cuarto poder– los ejercen sobre sus receptores, pero también están sometidos a los poderes ocultos y menos ocultos, tanto del sector ilegal como del que pertenece a la legalidad, puesto que a ninguno conviene tener la opinión pública en su contra.
Nunca se revela el destino de Josué Hernández Mercado, el periodista desaparecido de La Raza de Green Valley; una pista de su desaparición es que ocurre después de la rueda de prensa en la que “había sido el único periódico que cubrió la conferencia de Haas [y] que no confrontó sus declaraciones con la opinión oficial de la policía, arriesgándose de esta manera a una demanda por parte de la familia Uribe y por parte de los organismos oficiales del estado de Sonora que llevaban el caso” (763). Mary-Sue Bravo, la periodista de El Independiente de Phoenix, conoce a Hernández Mercado después de la rueda de prensa convocada por Klaus Haas, e inicia una investigación de su desaparición, sin éxito.
Otro motivo mediático importante en el mundo configurado de la novela es el programa Una hora con Reinaldo, en el cual aparece la vidente Florita Almada, quien en varios episodios denuncia los feminicidios de Santa Teresa y la impunidad de autoridades responsables. En una ocasión Florita invita a las activistas de Mujeres de Sonora por la Democracia y la Paz (msdp) quienes “hablaron de la impunidad que se vivía en Santa Teresa, de la desidia policial, de la corrupción y del número de mujeres muertas que crecía sin parar desde el año 1993” (632). Como es de esperar en el ambiente del miedo, “el director de la cadena llamó a Reinaldo y a punto estuvo de suspenderlo” (632). Lo que se sabe del programa es que “fue visto por mucha gente” (633):
Elvira Campos, la directora del hospital psiquiátrico de Santa Teresa, lo vio y se lo comentó a Juan de Dios Martínez, que no lo había visto. Don Pedro Rengifo, el antiguo patrón de Lalo Cura, que vivía casi sin salir de su rancho en las afueras de Santa Teresa, también lo vio, pero no lo comentó con nadie aunque su hombre de confianza, Pat O’Bannion, estaba sentado junto a él. El Tequila, uno de los amigos de Klaus Haas, lo vio en el penal de Santa Teresa y se lo comentó a Haas, aunque este no le dio importancia. No tiene ninguna importancia lo que digan o piensen esas viejas sangronas, dijo (633).
Deduzco que aunque el fenómeno de los feminicidios se conoce ampliamente y se divulga, como se ha visto, en un medio de comunicación de mucha audiencia, cada uno de los personajes mencionados (pertenecientes a los diferentes grupos sociales, desde una profesionista hasta el narcotraficante, incluyendo los reos), individualmente lo ignoran. Lo anterior manifiesta no la falta de conocimiento sobre el asunto, sino un bloqueo (indiferencia) emocional y mental que se convierte en un fenómeno masivo y viral. Lo último no deja a salvo a ningún estrato social. A manera de elucubración, una razón sobre lo mencionado puede ser la absoluta impotencia en cuanto a la posibilidad de frenar como individuos un fenómeno que rebasa tanto a comunidades como a sistemas de orden; otra podría ser la ausencia de la empatía. De todos modos, la norma expulsa, escinde, las noticias sobre feminicidios puestas en una relativización y borrosidad, lo que las coloca en lo anormal.
Presionada por las instancias gubernamentales y las organizaciones internacionales para detener la ola de violencia, la policía de Santa Teresa encarcela a Klaus Haas, el chivo expiatorio ideal.21 Sin embargo, es poco verosímil como autor de los asesinatos en serie, ya que mientras está encarcelado los hallazgos de los cadáveres continúan. El propio Klaus lo formula: “El asesino sigue matando y yo estoy encerrado. Eso es un hecho incontrovertible” (633). Una de las ideas expuestas por Foucault en Vida de los hombres infames es que los culpables, los infames, son escogidos en mayor o menor medida al azar con la finalidad de consolidar las instancias de poder, escindiendo al anormal: “Se necesita del criminal, no del crimen, para fijar la sentencia. Para ser indulgentes, comprender o perdonar. Pero también para ser severo. Y para matar” (1990: 209). El efecto cierto de esta elección es que los seleccionados pasen del anonimato a la fama, se vuelven una especie de celebridades: “son ellos los hombres de leyenda gloriosa pese a que las razones de su fama se contrapongan a las que hicieron o deberían hacer la grandeza de los hombres. Su infamia no es sino una modalidad de la universal fama”22 (Foucault 1990: 185). Asevera que en realidad no es una selección basada en criterios la que procede a la hora de promover a alguien como el famoso infame:
ha sido el azar quien ha hecho que la vigilancia de los responsables o de las instituciones, destinadas sin duda a borrar todo desorden, prefiriesen a un sujeto en vez de a otro, a ese monje escandaloso, a esa mujer golpeada, a ese borracho inveterado y furioso, a ese comerciante que no cesa de querellarse, en lugar de a tantos otros que a su lado no han producido menos alborotos (1990: 184).
Aunque existe un grado de azar en la elección de Klaus Haas como chivo expiatorio, algunas características hacen que su elección no sea completamente ilógica, ya que es presa fácil: extranjero, no conoce a ningún pez gordo de Santa Teresa o del estado; tiene un expediente de delitos sexuales en Estados Unidos, y una de las víctimas, Estrella Ruiz Sandoval, supuestamente tenía trato con él.
Puesto que la mayoría de las víctimas comparten ciertos rasgos, los policías llegan a una conclusión miope: se trata de un asesino en serie “como en las películas de los gringos” (589);23 también se trata de mujeres jóvenes, obreras (en algunos casos son prostitutas o mujeres de clase media alta), con pelo largo.24 Para la mayoría de los policías, la noticia del asesino en serie encarcelado es una conclusión consoladora: se soluciona el caso y se borra la sospecha en contra de los jefes.
Dentro de la relación compleja entre los mecanismos de control y vigilancia (policías, peritos judiciales, médicos forenses, criminólogos, detectives, periodistas de nota roja), y la futilidad de sus esfuerzos por imponer su autoridad y frenar los feminicidios en Santa Teresa, algunos personajes destacan por su involucramiento personal en las investigaciones, sin embargo aquel involucramiento resalta la ausencia de compromiso, ética y vocación de los mecanismos formales del poder. Revisando las investigaciones de tres personajes rebeldes,25 cuya rebeldía es transparentar los valores propios y lo corrompido del sistema, se proponen razones por las cuales sus actividades (¿esfuerzos?) están viciadas a priori a pesar de que se alinearían, en la propuesta de Foucault, con los mecanismos de disciplina; se trata del judicial Juan de Dios Martínez, al policía-patrullero Lalo Cura y al sheriff estadounidense Harry Magaña.26 También se presenta al policía judicial Epifanio Galindo, en calidad de servidores de la ideología monarca, como ejemplo de lo que –entre la maraña de complejidades económicas, sociales, históricas y metafísicas– perpetúa los feminicidios: sus actos y actitudes en el desempeño profesional ilustran la creación de un ambiente idóneo para las matanzas. Lo curioso en el nivel abstracto que revela las normas (no tanto las leyes), es que los tres individuos comprometidos éticamente son percibidos como anormales en su entorno, precisamente por el compromiso; en cambio, los policías que perpetúan el status quo, pertenecen a la normalidad.
El judicial Juan de Dios Martínez “tenía fama de eficiente y discreto, algo que algunos policías asociaban con la religiosidad” (454). Como los otros dos personajes que se revisarán en cuanto a su pertenencia a la ideología de los mecanismos de disciplina, su individualismo está acentuado a través de la conciencia ética y las convicciones personales, a diferencia de los demás representantes de la imposición de la ley que son configurados como parte de la masa corrupta y responsable, en medida más o menos directa o indirecta, de la continuación de los feminicidios. Los modos de investigación que emplea son comunes, en este sentido no destaca; difiere de muchos agentes policiales porque es consciente de las causas de la irresolución y el encadenamiento de los crímenes. La actitud positiva del narrador hacia él se desprende de algunas interferencias narrativas sobre su personaje, así como de la animosidad que los policías corruptos le conceden. Este judicial compartiría, en la división de Foucault, los valores que están en concordancia con el control del cuerpo social de después: “con el panoptismo, tenemos la disciplina-mecanismo: un dispositivo funcional que debe mejorar el ejercicio del poder volviéndolo más rápido, más ligero, más eficaz, un diseño de las coerciones sutiles para una sociedad futura” (2008: 212).
En un mundo conformado por los valores occidentales, Juan de Dios Martínez representaría los mecanismos de disciplina sin rostro. No obstante, en el mundo de la arbitrariedad y de la disciplina basada en caprichos personales, tiene que coexistir con los compañeros y los superiores quienes no comparten su manera de operar el poder sino que vigilan y castigan de forma parcial, teniendo cuidado de no molestar a los peces gordos. Estos agentes, en la división de Foucault, corresponderían a la disciplina-bloqueo: “la institución cerrada, establecida en los márgenes, y vuelta toda ella hacia funciones negativas: detener el mal, romper las comunicaciones, suspender el tiempo” (2008: 212). Los enfoques encontrados provocan en el judicial cuestionamientos, frustraciones y conflictos internos.
Uno de los casos asignado a Juan de Dios Martínez (y a sus dos compañeros, Epifanio Galindo y Ernesto Ortiz Rebolledo) es el de la Vaca.27 Tras la investigación que incluye la interrogación de los testigos (las vecinas de la Vaca), el rastreo de las personas con las que se juntaba la víctima y la revisión de su barrio, Juan de Dios Martínez llega a las siguientes conclusiones:
1: la Vaca era una buena persona, según la opinión mayoritaria de las mujeres. 2: la Vaca no trabajaba, pero nunca le faltó dinero. 3: la Vaca podía ser extremadamente violenta y tenía una idea formada, rudimentaria pero idea al fin y al cabo, de lo que estaba bien hecho y de lo que no. 4: alguien le pasaba dinero a la Vaca a cambio de algo” (524).
Se encarcela a dos músicos, el Mariachi y el Cuervo, quienes supuestamente estaban con ella en el momento de la muerte, y el caso se cierra. Sin embargo, Juan de Dios tiene sus reservas en relación con esta solución, ya que sospecha que detrás de los feminicidios como fenómeno hay algo más. A pesar de que se ve inconforme con el resultado de la investigación, por eso indaga más, no insiste cuando los músicos involucrados se niegan a cooperar.
La primera vez que Juan de Dios muestra abiertamente su inconformidad ocurre en el caso de las hermanas desaparecidas: Estefanía Rivas, de quince años, y Herminia Noriega, de trece. La estrategia de la búsqueda propuesta por el judicial Ortiz Rebolledo comprendía la localización de un coche Peregrino o un Arquero de color negro (las hermanas menores de las desaparecidas identificaron un coche parecido a estos modelos como el que abordaron sus hermanas) y la “[investigación] a los allegados de la muchachas” (660). El primer desacuerdo abierto de Juan de Dios es el siguiente:
Juan de Dios Martínez se mostró públicamente en desacuerdo con esa línea de investigación, ya que a su parecer ambos grupos operativos debían conjurar sus esfuerzos en la localización del coche del secuestro. Arguyó como su principal razón el hecho de que poca gente, por no decir ninguna, del círculo de amigos, conocidos o compañeros de trabajo de la familia Noriega, poseía ya no digamos un Peregrino negro o un Chevy Astra negro, sino que virtualmente todos pertenecían a la clase peatonal, siendo algunos tan pobres que para dirigirse al trabajo ni siquiera tomaban el autobús, prefiriendo hacer a pie el camino y así ahorrarse unas pocas monedas (661).
Puesto que pertenece al grupo de los policías que investigan los contactos de las mujeres, Juan de Dios descubre que Estefanía tenía un novio con historial delictivo. No lo pudo encontrar porque inmigró a Estados Unidos, así que resultó irrelevante para el desarrollo del caso.
El judicial se entera que su jefe, Ortiz Rebolledo, suspende la investigación: “Cuando le fue a pedir explicaciones a Ortiz Rebolledo éste le contestó que la orden vino de arriba” (663). Se topa por enésima vez con la futilidad del intento de hallar a alguien mediante la investigación porque “las ordenes que vienen de arriba” son la primera y la última instancia de cualquier actividad policial. Juan de Dios siente una desesperanza tajante porque quiere hacer justicia y prevenir futuros feminicidios. De repente comienzan a perseguirlo los fantasmas del último caso, entre muchos, que él sabe, pudieron haberse evitado. Se trata de las dos hermanas secuestradas y halladas muertas después de varios días de tortura y violación:
Durante muchos días Juan de Dios Martínez pensó en los cuatro infartos que sufrió Herminia Noriega antes de morir. A veces se ponía a pensar en ello […] antes de dormirse, justo en el momento de apagar la luz, o tal vez segundos antes de apagar la luz, y cuando eso sucedía simplemente no podía apagar la luz y […] y a veces […] ponía la tele y se dedicaba a ver los programas nocturnos que llegaban por los cuatro puntos cardinales del desierto, a esa hora captaba canales mexicanos y norteamericanos, canales de locos inválidos que cabalgaban bajo las estrellas y que se saludaban con palabras ininteligibles […] y entonces Juan de Dios Martínez dejaba la taza de café sobre la mesa y se cubría la cabeza con las manos y de sus labios escapaba un ulular débil y preciso, como si llorara o pugnara por llorar, pero cuando finalmente retiraba las manos sólo aparecía, iluminada por la pantalla de la tele, su vieja jeta, su vieja piel infecunda y seca, sin el más mínimo rastro de una lágrima (667-668).
Este fragmento –de intensa carga emocional– concentra el estado de ánimo y la condición existencial del personaje: frustrado, en la realidad del desierto entre México y Estados Unidos que implica el choque de culturas e idiomas, un desierto encarnado por canales de televisión que se fusionan y confunden y, encima de todo, la impotencia de frenar la matanza, siendo parte de la institución que debería lograrlo. Todo ello lo perturba.28
El siguiente episodio es significativo por dos razones: la indiferencia (la separación entre la policía y la sociedad de la cual se hablaba antes) y las disposiciones opuestas de dos representantes de la policía:
En la sala dos tipos achaparrados y con cara de estar agotados buscaban huellas dactilares. Todos fuera, gritó Juan de Dios. Sentado en un sillón Lino Rivera leía una revista de boxeo. Aquí están las cuerdas, jefe, dijo uno de los policías. Gracias, dijo Juan de Dios, y ahora lárgate, buey, sólo pueden permanecer aquí los científicos. Un tipo que hacía fotos bajó la cámara y le guiñó un ojo. Esto no acaba, ¿eh, Juan de Dios? No acaba, no acaba, le respondió mientras se dejaba caer en el sofá donde estaba Lino Rivera y encendía un cigarrillo. Tómatelo con calma, buey, le dijo el judicial (665).
Este fragmento, además de señalar la cadena interminable de crímenes,29 muestra, por un lado, las actitudes de Juan de Dios hacia los policías –alterado, gritando– y, por otro, la indiferencia de Lino Rivera, quien en el lugar los hechos de la tortura y la matanza de dos hermanas hojea una revista de boxeo.
Lalo Cura es otro personaje que goza de estimación narrativa positiva, igual que Juan de Dios. Olegario Cura Expósito,30 proviene del pueblo de Villaviciosa31 y es escogido por el jefe de policía Pedro Negrete para servir de guardaespaldas a Pedro Rengifo, el narcotraficante y su “compadre” (481). Es uno de los ejemplos de la cooperación y amistad ya aludidas entre las estructuras delictivas y la policía. Unos meses más tarde, Negrete reclama a Rengifo que Lalo Cura, por su valentía, regrese con él: “Yo te lo di, tocayo, y yo te lo quito, dijo” (498). Tras haber salvado a la mujer de su jefe en un intento de homicidio, Lalo es ascendido a formar parte del cuerpo de la policía de Santa Teresa. Varios motivos manifiestan el personaje positivo de Lalo;32 el que atañe los intereses de este artículo –su integridad personal en el contacto con los crímenes– se observa cuando escucha a dos policías que comentan el caso del asesinato de Silvana Pérez:
¿Cómo es posible, dijo uno de ellos, que Llanos la violara si era su marido? Los demás se rieron, pero Lalo Cura se tomó la pregunta en serio. La violó porque la forzó, porque la obligó a hacer algo que ella no quería, dijo. De lo contrario, no sería violación. Uno de los policías jóvenes le preguntó si pensaba estudiar Derecho. ¿Quieres convertirte en licenciado, buey? (548-549).
Lalo, aunque no autorizado para este tipo de actividades pues es solo un patrullero, quiere estar actualizado en materia de nuevos hallazgos, y patrulla en la zona del barranco de Podestá, donde todavía no se habían hallado cadáveres. Con sus valores éticos desafía el orden. Cuando le preguntan a Santiago Ordóñez (su compañero de patrulla) qué hacían en esa zona, él admite que “curioseaban” (656) y que “estaban allí porque Cura había insistido en ir” (656). En este episodio Lalo Cura se inicia como investigador que aplica los métodos de disciplina a través de la lógica inductiva. Su compañero lo narra:
Durante un rato […] Lalo Cura estuvo haciendo cosas raras, como si midiera el terreno y la altura de las paredes, mirando hacia la parte alta del barranco y calculando el arco que tuvo que hacer el cuerpo de Laura Cardona mientras caía. Al cabo de un rato, cuando Ordóñez ya se aburría, Lalo Cura le dijo que el asesino o los asesinos tiraron el cadáver allí precisamente para que fuera encontrado lo antes posible […] Al cabo de un rato, cuando Lalo ya había desaparecido de su vista, oyó un silbido de su compañero y se dirigió en la misma dirección […] Cuando llegó junto a él Lalo Cura le dijo que no se moviera. En sus manos tenía una libretita y había sacado un lápiz y anotaba todo lo que veía. Tiene un tatuaje, oyó que decía Lalo Cura. Un tatuaje bien hecho. Por la postura yo diría que le rompieron el cuello. Pero antes, probablemente, la violaron (657).
Después de este ensayo detectivesco del patrullero Lalo Cura, Epifanio Galindo, su superior, lo regaña: le dice que es “un escuincle de mierda” (658) y que “no se meta donde no le llaman” (658). El razonamiento inductivo se advierte en su explicación para ir a esa zona: “Me pareció raro […] en todo este tiempo nunca había aparecido una muerta en el barranco de Podestá” (658). Tras la pregunta del judicial Epifanio en relación a cómo lo sabía, el joven patrullero le respondió que “[porque leía] los periódicos” (658). Esta respuesta molesta a Epifanio: “Pinche escuincle mamón, ¿así que lee los periódicos? […] ¿Y también lee libros, supongo?” (658). Cuando Lalo Cura le confiesa que lee los Métodos modernos de investigación policiaca, Epifanio le contesta: “¿No sabe usted, pendejete, que en la investigación policiaca no existen los métodos modernos?” (658). Su superior le enseña “la primera y la única norma” (658) que es “ándese con cuidado” (658). En esta respuesta se concentra la imposibilidad de las palancas del poder disciplinario; en la norma de Epifanio se halla la esencia del poder monarca: adaptarse a los criterios de un poder centralizado y vertical.
El joven patrullero tiene constantes enfrentamientos éticos (en la mayoría de las veces no externados) con sus compañeros debido a (como sucede con Juan de Dios Martínez) su integridad y su ética congénitas o adquiridas en su educación personal, estas no tienen que ver con ninguna formación oficial, la cual parece inculcar valores contrarios a los éticos. Sigue el episodio de la fiesta de los policías en el que Lalo es el personaje focalizador. Con esta técnica se resalta su excepcionalidad en aquel entorno:
En la oficina antirrobos [Lalo Cura] encontró a un compañero durmiendo. Lo despertó y le preguntó si sabía qué pasaba. El policía le dijo que había una fiesta en los calabozos y que si quería podía participar. Cuando Lalo Cura salió el policía se había vuelto a quedar dormido. Desde las escaleras olió el alcohol. En uno de los calabozos habían apiñado a unos veinte detenidos. Los miró sin pestañear. Algunos de los detenidos dormían de pie. Uno que estaba pegado a los barrotes tenía bragueta desabrochada. Los del fondo eran una masa informe de oscuridad y pelos. Olía a vómito. El habitáculo no debía de medir más de cinco metros por cinco. En el pasillo vio a Epifanio que miraba lo que ocurría en las otras celdas con un cigarrillo en los labios. Se le acercó para decirle que esos hombres iban a morir asfixiados o aplastados, pero al dar el primer paso ya no pudo decir nada. En las otras celdas los policías estaban violando a las putas de La Riviera (501-502).
Pareciera que la ausencia de la estrategia en la resolución de los crímenes (estrechamente vinculada con la falta de voluntad) y un poder gobernado arbitrariamente condicionan los actos de los asesinos que se calificarían como ilógicos, teniendo como parámetro la expectativa de que los asesinos intentan ocultar sus crímenes o, por lo menos, tratan de no exhibirlos a propósito. Algunos feminicidas no actúan concordemente con esta expectativa, pues exponen la incompetencia de los que deben interpretar las pruebas en los lugares de los hechos. La última aparición de Lalo Cura en la figura del razonador moderno es cuando plantea cuestiones relativas al comportamiento irracional del asesino de Leticia Borrego García:
¿Por qué el asesino se tomó la molestia de cavar un pequeño agujero y hacer como que la enterraba? […] ¿Por qué no arrojarla directamente a un costado de la carretera a Cananea o entre los escombros de los antiguos almacenes del ferrocarril? ¿Es que el asesino no se dio cuenta de que dejaba el cuerpo de su víctima al lado de unos campos de fútbol? […] ¿Se trataba de un asesino con prisa por deshacerse de su víctima? ¿Era de noche y no conocía el lugar? (728-729).
Estas preguntas de Lalo Cura subrayan el comportamiento absurdo, el esfuerzo por comprenderlo, y así dar un paso adelante en la investigación estancada. Lalo se extraña ante una falta de lógica en la actuación del asesino quien, con el cadáver cerca de la cancha de fútbol y un hoyo en el cual no cabe el cadáver, parece burlarse del patrón disciplinario y panóptico de hallar al culpable aplicando ciertos procedimientos lógicos.
La ausencia de lógica en el comportamiento del asesino es percibido por Epifanio Galindo, el personaje que se destaca por su insensibilidad, falta de empatía o compromiso profesional:
Sólo una cosa quedó clara o al menos le quedó clara a Epifanio: la muerta no era del barrio, la muerta no había sido estrangulada y violada en el barrio, ¿por qué entonces deshacerse de su cadáver en la zona alta de la ciudad, en las calles que la policía o los agentes de seguridad privados patrullaban con esmero durante las noches?, ¿por qué ir a arrojar el cadáver allí, al segundo piso de un edificio en construcción, con el riesgo que ello implicaba, incluido el de caerse por las escaleras aún sin pasamanos, cuando lo más lógico era tirarla en el desierto o por los alrededores de un basurero? Durante dos días lo pensó. Mientras comía, mientras oía a sus compañeros hablar de deportes o de mujeres, mientras conducía el coche de Pedro Negrete, mientras dormía. Hasta que decidió que por más que lo pensara no iba a hallar una solución satisfactoria, y entonces dejó de pensar en ello (531-532).
Otro policía comenta con el periodista Sergio González: “el judicial le dijo que no intentara buscarles una explicación lógica a los crímenes. Esto es una mierda, ésa es la única explicación, dijo Márquez” (701); asimismo, Juan de Dios Martínez es cautivado por el sinsentido del comportamiento concebido del asesino:
En el sitio donde fueron hallados el judicial Juan de Dios Martínez descubrió un pantalón carcomido por la intemperie. Como si le hubieran sacado el pantalón antes de arrojarla contra los matorrales. O como si la hubieran subido desnuda y en una bolsa hubieron metido el pantalón, que luego arrojarían a varios metros de la muerta. la verdad es que nada tenía sentido (743).
La ausencia de los pilares de la tradición metafísica, la lógica y el sentido, contribuye al espesor del mal metafísico en 2666.
Harry Magaña es un personaje excepcional por involucrarse en la investigación de los asesinatos únicamente por motivos y convicciones personales, no en función de un mecanismo del control de Estado. Aparece por primera vez en el caso de Lucy Anne Sander, la estadounidense desaparecida y ejecutada en Santa Teresa.33 La amiga de Lucy Anne, Erica Delmore, avisa al sheriff Harry Magaña de Huntville, Arizona (el lugar de origen de Lucy Anne), sobre la desaparición de su amiga. Él se desplaza a Santa Teresa, se entrevista con unos policías y con los empleados del consulado estadounidense, y regresa con Erica a Estados Unidos. Cuando comen en una gasolinera, Erica le pregunta si cree que le habían contado la verdad. Harry dice: “En absoluto, […] pero yo me ocuparé personalmente en averiguarla” (514). Lleva a cabo este propósito de modo incógnito, lo toma personal, aunque a veces empleando los principios que se desprenden de la ideología monarca, como amenazas y violencia.
La investigación encubierta de Harry inicia: “En julio de 1994 no murió ninguna mujer pero apareció un hombre haciendo preguntas” (518). El narrador retrata el modus operandi y a su personaje:
Empezó dando vueltas, como si tomara medidas, por la plaza principal, pero luego se hizo asiduo de algunas discotecas, en especial de El Pelícan y también del Domino’s. Nunca preguntaba nada directamente. Parecía mexicano, pero hablaba un español con acento gringo, sin demasiado vocabulario, y no entendía los albures aunque al verle los ojos la gente se cuidaba mucho de alburearle. Decía llamarse Harry Magaña, al menos así escribía su nombre, pero él lo pronunciaba Magana, de tal forma que al oírlo uno entendía Macgana, como si el pinche culero mamón de su propia verga fuera hijo de escoceses (518).34
Magaña empieza a hurgar por los lugares donde Erica y Lucy Anne estaban la noche de la desaparición de esta última, y busca a la única persona con la que estaban en contacto y, puesto que no la encuentra, acude a la violencia: espera a uno de los bármanes de la discoteca cuando sale de su turno:
Al día siguiente el barman no pudo ir a trabajar, dizque porque había tenido un accidente. Cuando al cabo de cuatro días volvió al Domino’s con la cara llena de morados y cicatrices fue el asombro de todos, le faltaban tres dientes, y si se levantaba la camisa para que lo vieran, uno podía apreciar un sinfín de cardenales de los colores más vivos tanto en la espalda como en el pecho. Los testículos no los enseñó, pero en el izquierdo aún le quedaba la marca de un cigarrillo (519).
Otra vez emplea la violencia para obtener información sobre Miguel Montes, quien levanta sospechas. Elsa Fuentes, probablemente el nombre obtenido del barman, asustada de que Harry podría volver a pegarle con el cinturón, le revela la dirección de Miguel.
El episodio del comienzo de las averiguaciones por parte de Magaña demuestra tanto sus rasgos personales como sus métodos de investigación. Se entiende que es obstinado y comprometido, más que los policías, los judiciales, los órganos de poder que se comentaron anteriormente. Los métodos que emplea para descubrir la verdad son, primero, preguntas, posteriormente, amenazas y violencia, los cuales resultan más productivos en su investigación.
Cuando Harry entra en la casa del sospechoso, encuentra pistas que lo conducen a dos lugares: “Chucarit, cerca de Navojoa, en el sur de Sonora” (529), lugar de origen de Miguel Montes, y Tijuana, donde Montes tiene un antiguo amigo. En Chucarit no descubre nada sobre su posible paradero, mientras que en Tijuana tiene más éxito y la investigación lo regresa a Santa Teresa y a Elsa Fuentes. El próximo episodio de la investigación de Harry Magaña tiene lugar en la casa de Elsa, donde encuentra una libreta con la dirección de Miguel, y se dirige a ese rumbo. Allí, en la casa del objeto de su búsqueda, entiende dos cosas: no está solo y no tiene su arma:
Se asomó a la primera habitación. Un tipo achaparrado pero de espalda ancha estaba sacando un bulto de debajo de una cama. La cama era baja y costaba sacar el bulto. Cuando por fin lo consiguió y empezó a arrastrarlo hacia el pasillo, el tipo se dio vuelta y lo miró sin sorpresa. El bulto estaba envuelto en plástico y Harry Magaña sintió que la náusea y la rabia lo estaban ahogando. Por un instante ambos permanecieron inmóviles. El tipo achaparrado llevaba un buzo negro, probablemente el buzo oficial de una maquiladora, y su expresión era de enfado e incluso de vergüenza. La chamba dura la hago yo, parecía decir (561).
Harry oye que alguien entra por la puerta principal: “Y también oyó que éste [el tipo achaparrado] respondía: estoy aquí, con nuestro cuate. La rabia se acrecentó. Deseó enterrarle la navaja en el corazón. Se abalanzó sobre él mirando de reojo, desesperado, las dos sombras que ya había visto a bordo de la Rand Charger, que avanzaban por el pasillo” (562). Este episodio marca el final de la investigación y de la vida de Harry Magaña, el sheriff autoimplicado en la oscura cadena de los asesinatos y el crimen de Santa Teresa.35
De modo que el judicial Juan de Dios Martínez, el patrullero Lalo Cura y el sheriff Harry Magaña, quienes emplean los métodos de investigación que se relacionan con los principios de la disciplina, son los favorecidos por la intencionalidad textual; es así no tanto por el compromiso para encontrar a los asesinos, sino porque destacan en relación con el entorno dominante inmerso en la indiferencia y porque se aproximan a los feminicidios desde una ética personal. Claramente, no existe relación causal directa ni premeditada entre la ideología de la imposición del poder y la investigación, y su personaje; casualmente los únicos oficiales buenos resultan ser los vigilantes del panóptico (dependiendo de la necesidad, siempre con la mira de avanzar con su compromiso personal, Magaña es, se ha dicho también, el vigilante del monarca).
He contrastado las actitudes de estos tres personajes con los factores que impiden el esclarecimiento y, muchas veces conscientemente, fomentan la continuidad de los feminicidios, ya que sus actos profesionales dependen de decisiones arbitrarias, subjetivas y personales, no de la aplicación del control estatal de los mecanismos de disciplina. Epifanio Galindo es uno de los representantes más conspicuos de estos últimos. Sigue el fragmento que demuestra el estado de ánimo de Galindo frente a un hecho delictivo, y la posibilidad de juntar las evidencias y emprender la investigación. El policía narra:
Por esas fechas mataron a una locutora de radio y periodista. Se llamaba Isabel Urrea. La mataron a balazos. Nadie supo nunca quién había sido el asesino. Lo buscaron, pero no lo encontraron. Por supuesto, a nadie se le ocurrió mirar la agenda de Isabel Urrea. Los bueyes pensaron que había sido un intento frustrado de robo […] Yo estuve entre los que registraron su casa a ver si encontraban alguna pista. Por supuesto, no encontraron nada. La agenda de Isabel Urrea estaba en su bolso. Recuerdo que me senté en un sillón, con un vaso de tequila al lado, tequila de Isabel Urrea, y que me puse a echarle un vistazo a la agenda. Un judicial me preguntó de donde había sacado el tequila. Pero nadie me preguntó de dónde había sacado la agenda ni si había allí algo importante. Yo la leí, me sonaron algunos nombres y luego dejé la agenda entre las pruebas. Un mes después me di una vuelta por el archivo de la comisaría y allí estaba la agenda, junto con algunas otras pertenencias de la locutora. Me la metí en un bolsillo de la chaqueta y me la llevé. Así pude estudiarla con más calma. Encontré los teléfonos de tres narcos. Uno de ellos es Pedro Rengifo. También encontré los números de varios judiciales, entre ellos un jefazo de Hermosillo […] Hubiera podido hacer algo. Llamar a alguno de los que aparecían allí y pedirle dinero. Pero a mí el dinero no me calienta. Así que conservé la chingada libreta y no hice nada (580).
La inercia en cuanto a efectuar cualquier avance en la elucidación de los hechos delictivos es unidireccional tratándose de este personaje (así como de otros, por ejemplo el judicial Lino Rivera). Aunque a veces, él reflexiona en torno a la posibilidad del desarrollo de investigación, como en el caso de sus reflexiones sobre las situaciones hipotéticas de si hubiera, sobre la investigación de la muerte de Rosa López Larios, para al final llegar a la conclusión de que “el caso, efectivamente, se había ido a la chingada” (623).
Yolanda Palacio, la encargada del Departamento de Delitos Sexuales de Santa Teresa, describe este panorama al periodista Sergio Rodríguez quien cubre la ola de feminicidios para el periódico La Razón: “Eso, sí, sopas, mucho sopas por aquí y sopas por allá, mucho híjole, mucho chale, mucho sácatelas, pero a la hora de la verdad aquí nadie tiene memoria de nada, ni palabra de nada, ni huevos para hacer nada” (704). El patrón de inercia se aplica, también, en el asesinato de los cuatro miembros de la banda los Caciques, en la cárcel: “Miembros de la propia institución penitenciaria y de la policía investigaron el crimen, sin aclarar los motivos ni la identidad de los autores” (655).
Asimismo, la negligencia se presenta en otros niveles de la investigación, por ejemplo, en los estudios de laboratorio de las pruebas: “Los familiares de Estrella Ruiz Sandoval se prestaron a la prueba del adn, pero las muestras de sangre se perdieron antes de llegar a Hermosillo, desde donde tenían que salir a un laboratorio de San Diego” (600); “Dichos estudios fueron realizados por tres alumnos de medicina forense de la Universidad de Santa Teresa y sus conclusiones se perdieron tras ser archivadas. La víctima tenía entre quince y dieciséis años. Nunca fue identificada” (641); “Las muestras de semen enviadas a Hermosillo se perdieron, no se sabía muy bien si en el camino de ida o en el de vuelta” (713). En la esquizofrenia del sistema, esta negligencia es precisamente lo que se requiere para su funcionamiento perverso.
En “La parte de los crímenes” se insiste en la presencia de dos fuerzas en tensión en cuanto a los intentos de resolver los feminicidios. Por un lado, la que fracasa, encarnada por Juan de Dios, Lalo Cura y Harry Magaña; la que desea detener el “virus de los asesinatos” (182). Por otro lado, la que prevalece asociada con el poder monarca que siembra miedo con su autoridad, arbitrariedad e inflexibilidad, la cual implica la negligencia en la investigación, la ausencia de iniciativa y el desinterés general.
Los crímenes de “La parte de los crímenes” no se detienen. A pesar de que algunos son aclarados (se encuentra al asesino), estos casos no cobran importancia en el nivel valorativo de la novela, y queda claro que los feminicidios continúan más allá del límite textual.36 Se ha dicho que los mecanismos formales del poder no logran frenarlos a pesar de que algunos miembros de la policía, en la medida de lo que se les permite, hacen el esfuerzo de avanzar en las investigaciones; ellos son abatidos por los policías que se encuentran por encima, en la jerarquía, o por los asesinos, como en el caso del sheriff Magaña. Sean unas u otras las razones por las que fueron derrumbados estos tres rebeldes, acompañados por algunos personajes que tienen motivos fuertes para esclarecer los crímenes,37 no pueden inclinar la balanza a su favor porque el otro platillo alberga una abstracción: la sociedad que tiende hacia el modelo del monarca en todas sus facetas y enfatiza la discrepancia norma / ley, valores condicionados por la circunstancia geográfica y cultural de la frontera;38 esta sociedad distorsiona las categorías éticas que, en mayor o menor medida, deberían ser la base para los criterios de una sociedad.
Aparte de los agentes policiales y judiciales, el poder necesita de más herramientas, como de los medios de comunicación que le sirven de portavoz. Esta manifestación de poder está sometida, salvo algunos casos rebeldes pero finalmente callados, al poder autoritativo, sea de índole política o económica; por eso, no se ocupa de la patología social de los feminicidios. Klaus Haas, el chivo expiatorio que tenía que demostrar la eficacia del poder, así como los asesinos que se esfuerzan en exhibir su crimen, burlan el poder de manera conspicua: no lo hacen denunciando, como lo podrían hacer los medios de comunicación, sino demostrando su incompetencia. Haas es escogido por ser forastero, mientras los feminicidios continúan a pesar de su encarcelamiento. Los asesinos aprendieron, viviendo en esa sociedad, que las investigaciones policiales no dan frutos y exponen esta obviedad cínicamente.
Los valores de la sociedad de Santa Teresa son regidos, en el ámbito de lo legal (códigos y textos), por el sistema de disciplina panóptica; sin embargo, lo que gobierna de facto son las normas, un poder vertical subrayado por la ideología monarca. Las aparentes normas éticas transmitidas por las acciones operativas de los órganos policiales y judiciales, así como por el periodismo, están subordinadas a un poder omnipresente, el poder del fuerte que puede aniquilar si así lo decide; que intimida; que somete sus actos a los instintos, los caprichos, el criterio de honra, la venganza, las amistades y las enemistades.