Resumen: El presente artículo profundiza en la forma como los medios de comunicación tienen agencia en la construcción de creencias sociales, narrativas del pasado y orientaciones emocionales colectivas sobre el enemigo que agudizan la polarización política y legitiman las salidas armadas al conflicto social y político que existe en Colombia desde hace más de cinco décadas. En los resultados se evidencia un discurso lineal, hegemónico y homogéneo que está claramente inducido desde los medios de comunicación, según la voz de los participantes, que constituye un enemigo absoluto en las guerrillas, particularmente en las FARC, estigma que se extiende a manifestaciones políticas de izquierda o favorables a una solución política negociada del conflicto armado. De otro lado, un actor referido como poco conocido, confundido con las guerrillas o considerado un mal menor o legitimado, son los paramilitares y una narrativa del héroe que se sacrifica, nos cuida y nos protege, en las Fuerzas Militares, de quienes se minimizan sus acciones violatorias de los derechos humanos. Se concluye sobre la necesidad de poner en discusión el papel de los medios de comunicación masiva y las redes sociales, contrastando críticamente la información que ofrecen.
Palabras Clave: Creencias socialesCreencias sociales,Narrativas del pasadoNarrativas del pasado,Orientaciones emocionales colectivasOrientaciones emocionales colectivas,Barreras psicosociales para la pazBarreras psicosociales para la paz,Polarización políticaPolarización política,Psicología social crítica.Psicología social crítica..
Abstract: This article delves into how mass media have agency in building social beliefs, narratives of the past, and collective emotional orientations about the enemy, which sharpen political polarization and legitimize the armed exits to the social and political conflict, which has existed in Colombia for more than five decades. The results show a linear, hegemonic, and homogeneous discourse, which is induced clearly from the media, according to participants’ voice, which constitutes an absolute enemy in guerrillas, particularly in the FARC, a stigma that extends to left-wing political demonstrations or to a pro-political settlement of the armed conflict. On the other hand, an actor referred to as little known, confused with guerrillas or considered a minor or legitimized evil, are the paramilitaries and a narrative of the hero who sacrifices, cares for us, and protects us, in the Military Forces, from those who minimize their violated human rights actions. It concludes on the need to discuss the role of mass media and social media, critically by contrasting the information they offer.
Keyword: Social Beliefs, Narratives from the Past, Collective Emotional Orientations, Psychosocial Barriers for Peace, Political Polarization, and Critical Social Psychology..
Artículos derivados de investigación
El papel de los medios de comunicación en la fabricación de recuerdos, emociones y creencias sobre el enemigo que facilitan la polarización política y legitiman la violencia1
The role of mass media in the fabrication of memories, emotions, and beliefs about the enemy, which make political polarization easy and legitimize violence
Recepción: 15 Septiembre 2019
Recibido del documento revisado: 15 Noviembre 2019
Aprobación: 15 Diciembre 2019
Existe una estrecha relación entre ideología, conducta social y percepción de realidad que, en medio de conflictos prolongados (Tajfel, 1984), suelen estar configuradas por dos fenómenos que coadyuvan a generar un clima de violencia simbólica/cultural, e incluso, directa: la polarización social y la construcción del enemigo (Blanco & De la Corte, 2003). En estas dinámicas debemos considerar el papel que juega la ideología como repertorio psicosocial, posibilitador de poderes fácticos que ejercen élites sociales para determinar la vida cotidiana, las relaciones y elecciones de las personas, no por coacción, sino por medio de creencias y valores sobre los que se cimientan sus acciones (Martín-Baró, 2003; Blanco & De La Corte, 2003) construidas y difundidas por diversos canales, como los medios de comunicación, las redes sociales y la educación.
La polarización se manifiesta como fragmentación social entre extremos antagónicos, que son rígidos en sus posturas y exigen adscripción a uno solo de ellos (Blanco & De la Corte, 2003). Este proceso es resultado de modificar intereses colectivos a partir de prácticas comunicativas que dirigen la mirada hacia una perspectiva homogénea y hegemónica que suele coincidir con la versión de élites en el poder (Silva, 2004). Para Martín-Baró (1989), se desarrolla un proceso psicosocial donde las posturas se reducen a dos esquemas opuestos y excluyentes entre sí; referenciando como negativa la postura contraria a la del grupo de pertenencia. Por tanto, el acercamiento e identificación con un polo supone alejamiento y total rechazo de la postura contraria y de las personas que la defienden en términos conceptuales, afectivos y comportamentales. Para Amossy (2014) se produce una constante contrastación y exclusión del otro según divergencias políticas e ideológicas, estableciendo distancia social, discriminación y descalificación del adversario.
En este sentido, se configura una ruptura cuya característica principal radica en que el grupo reconocido como "nosotros" (de pertenencia o endogrupo) se autoasigna propiedades positivas y bondadosas frente a las negativas que se aribuyen al "ellos" (exogrupo), quienes adquieren carácter maligno. Es una diferenciación que excluye la alteridad y obstruye la posibilidad del intercambio dialógico, condición necesaria para dar lugar a otras formas de tramitar los conflictos (Fernández, 2006). Esto suele suceder cuando ese “otro” pasa a ser amenaza, se le niega como contradictor político y se le posiciona como enemigo absoluto, que concentra el malestar (Angarita Cañas, et.al, 2015), instalándose así un imaginario de miedo (Salazar, 2006, p.91).
La construcción del enemigo absoluto, quien encarna la causa de todos los males, propicia la representación de la imagen del Otro como un “objeto” desligado de su humanidad. De allí que su eliminación o maltrato sea justificado en función de proteger el ‘nosotros’ (MartínBaró, 2003), sin experimentar culpa y sin establecer límites morales frente a este tratamiento (Angarita Cañas, et.al, 2015; Fernández, 2006). Derivando en un proceso de polarización que no se restringe a una simple división en la opinión pública, sino que también se estrecha el campo perceptivo para descalificar a quienes representan el “ellos”, acompañado de una carga emocional que conlleva rechazo. En contextos de conflictos violentos se construye también una interpretación paranoide de la realidad, en la que ese “otro” es leído con prevención y miedo. Se quiebra el sentido común, se inflexibilizan posiciones y se imposibilita establecer diálogos, creando un clima emocional donde instituciones y espacios sociales son cooptados por alguno de los polos en tensión. Estos se hacen inflexibles y excluyentes y generan prácticas de suma cero, es decir, aquellas en las que se borra la empatía hacia quien deviene enemigo (Lozada 2004; Martín-Baró, 1989, 2003). Ahora bien, la polarización y el subyacente proceso de construcción del enemigo han jugado un papel fundamental en la historia política de nuestro país. Esto puede evidenciarse en las distintas guerras civiles que se desarrollaron en el siglo XIX (Montoya et al, 2017), en las pugnas entre liberales y conservadores en la primera mitad del siglo XX, que tuvieron su expresión culmen cuando el caudillo conservador, Laureano Gómez, afirmó que “haría invivible la república” generando una tensión permanente en torno al “basilisco”, monstruo de dos cabezas que solaparía al comunismo en las reformas liberales entre 1930 y 1946 (López de la Roche, 2019). En este contexto, el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán (9 de abril de 1948) fue un momento clave para la consolidación de esta polarización que se venía instalando (Montoya et al, 2017, p.19) y trajo como resultado el período de la ‘Violencia’ la cual dejó un total de 250.000 muertos entre 1946 y 1957 y más de dos millones de desplazados (Molano, 1985).
La coalición bipartidista entre liberales y conservadores, denominada Frente Nacional (1958-1974), no fue el punto final a la Violencia. Más bien, fue un pacto excluyente que construyó un nuevo enemigo en un contexto asociado a la Guerra Fría y a una disputa insurgencia vs. contrainsurgencia. Siendo las guerrillas revolucionarias las que encarnaron la nueva imagen del enemigo (Montoya et al, 2017). Este escenario se complejiza con la posterior emergencia del paramilitarismo a partir de los 80, momento en el que se establece una disputa que se ha extendido a la vida cotidiana de la población civil (Centro Nacional de Memoria Histórica, 2013) que a la fecha deja un saldo de 8.895.978 víctimas (Red Nacional de Información, Octubre 1 de 2019).
El fracaso de los intentos de salida negociada al conflicto armado, como los llevados a cabo en los gobiernos de Belisario Betancur (1982-1986) y Andrés Pastrana (1998-2002), ambos con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-FARC (Tobar, 2015), contribuyeron a la polarización social y a la reafirmación de la vía militar como única forma para tramitar los conflictos sociales y políticos del país. Por esta razón, Roncallo-Dow, Cárdenas Ruiz y Gómez Giraldo (2019) afirman que desde finales de los 90 el país ha pasado del escepticismo, a una fuerte polarización con respecto a este tema. Este escenario se hizo evidente a partir de las elecciones presidenciales del 2014, donde el partido Centro Democrático movilizó deliberadamente emociones en el electorado, polarizando la opinión publica mediante una estrategia que dividió el país desde entonces (Nasi y Hurtado, 2018) Así, durante el proceso de negociación y firma de acuerdos de paz en el gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2018), los partidos políticos, organizaciones sociales y la población en general, asumieron posturas de apoyo o rechazo al mismo; llegando a su máxima expresión en el plebiscito para refrendar los acuerdos, en el 2016, alrededor del cual se utilizaron noticias falsas, posverdades y otras estrategias de manipulación reconocidas por el director de la campaña del ‘No’. Estas fueron difundidas por algunos medios de comunicación como RCN y redes sociales (López de la Roche, 2019), lo que ratifico la polarización en la cuantificación de los votos: 49,78% por el ‘Sí’, y 50,21% por el ‘No’ (Registraduría Nacional del Estado Civil, 2016).
Esta lógica de apoyo-rechazo a la salida negociada (Rodríguez-Raga, 2017; Basset, 2018) evidenció claras divisiones en la sociedad colombiana, explotadas posteriormente en la campaña presidencial del 2018, lo que imposibilitó una apropiación local del acuerdo por parte de las comunidades (Rettberg y Quiroga Ángel, 2018). Se configuraron narrativas del pasado que pusieron énfasis en ciertos acontecimientos históricos, mientras se excluyeron otros, logrando reforzar ciertas orientaciones emocionales colectivas y creencias que rechazaban la negociación (Villa Gómez y Arroyave Pizarro, 2018). Además del papel de algunos medios de comunicación, la retórica de sectores políticos de derecha que exacerbaban el odio, identificaron al presidente Santos con las FARC, deslegitimando su gobierno en una lógica antidemocrática y extremista (López de la Roche, 2019). Este escenario estuvo marcado por discursos centrados en la seguridad y la idea de patria, tejidos en torno a la configuración de ese enemigo absoluto, cuya eliminación era considerada legítima y necesaria, exacerbando posiciones en la sociedad civil que resultaron refractarios a la negociación política (Cabrera, 2013, González, 2015; Villa Gómez, 2019).
En tanto fenómeno sociopolítico, la polarización social ha despertado el interés de una serie de investigadores en Ciencias Sociales. En este marco, algunas investigaciones han indagado escenarios de coyuntura electoral: las elecciones presidenciales en Argentina y Colombia o el Brexit en Gran Bretaña (De Luca & Malamud, 2010; Del Vicario, Zollo, Caldarelli, Scala & Quattrociocchi, 2017; Plata, 2016). También se han enfocado en el análisis de las divisiones políticas y partidarias, como las que se dan entre izquierda y derecha, liberales y conservadores (Alcántara y Rivas, 2007; Luguri & Napier, 2013). Así como en momentos de tensión nacional generados por procesos de movilización social, como la Protesta de los Paraguas en Hong Kong (Lee, 2016). Estos estudios ponen sobre la mesa cómo las coyunturas políticas, económicas y sociales se erigen como espacio fecundo para la emergencia y estudio de la polarización.
Existen otros estudios que advierten sobre la necesidad de establecer la diferencia sutil que existe entre polarización social y el simple uso de etiquetas ideológicas por parte de la sociedad (como las de izquierda o derecha) para dar sentido a la realidad desde referentes establecidos. Es decir, no todas las personas que emplean etiquetas ideológicas para designar hechos políticos están polarizadas, algunas de ellas sólo encuentran en estas una manera de significar las experiencias desde marcos sociales (Plata, 2016). Ahora bien, cuando efectivamente se trata de polarización, esta se encuentra asociada a rupturas del tejido social, violencia naturalizada en las relaciones cotidianas, así como el despliegue de mecanismos contra iniciativas de paz y reconciliación (García-Guadilla & Mallén, 2010; Lozada, 2008). Por ello, algunas investigaciones refieren que la polarización es un mecanismo de poder y control sociopolítico, pues mantiene a la población dividida y obstaculiza la negociación de conflictos armados (Lozada, 2008; Martín-Baró, 1989).
En este sentido, en medio de un conflicto prolongado, las personas configuran repertorios psicosociales que facilitan la adaptación a las dinámicas impuesta y obstaculizan la construcción de paz, manteniendo la división entre las partes (Bar-Tal, 1998, 2010; Bar-Tal & Halperin, 2014; Mínguez, Alzate, & Sánchez, 2015; Halperin & Bar-Tal, 2011; Vallacher, Coleman, Nowak, & Bui-Wrzosinka, 2010). Por ejemplo, Bar-Tal & Halperin (2014) han concluido que estas sociedades están expuestas a padecer graves daños en su lazo social, afectando su acción cotidiana, naturalizando la violencia y cimentando una cultura belicista, refractaria a la transformación de lógicas de guerra, con dinámicas rígidas, posiciones sesgadas y reduccionistas, que legitiman la vía armada como único camino para su resolución, llevando a que se convierta en ‘conflicto intratable’ (Bar-Tal, 2013), como pareciera está sucediendo con el conflicto armado colombiano.
Rettberg y Quiroga Ángel (2018) afirman que la tasa de implementación de acuerdos de paz en el mundo suele ser baja debido a la poca apropiación local que existe, a las dificultades de financiación, pero también a la presencia de saboteadores del proceso, lo que hace que “la negociación después de la negociación” sea más compleja. La propuesta de Daniel Bar-Tal y su equipo de trabajo sobre estas barreras sociopsicológicas constituye para nosotros un referente significativo, en tanto pone acento en la forma en que las sociedades construyen estos repertorios psicosociales de orden afectivo, cognitivo y narrativo que bloquean salidas negociadas y obstaculizan la reconciliación (Bar-Tal, 1998, 2010, 2017; Oren & Bar-Tal, 2006; Bar-Tal, Halperin & Oren, 2010; Vallacher, Coleman, Nowak, & Bui-Wrzosinka, 2010).
Para estos autores (Bar-Tal & Halperin, 2014; Elbaz & Bar-Tal, 2019; Correa, 2008) los medios de comunicación toman relevancia puesto que son la vía por la cual las partes inmersas en conflicto presentan una imagen positiva de sí mismos y devaluada de los otros. Despliegan acciones de desinformación, propaganda, hasta mecanismos explícitos de control social de la información que no facilitan el acercamiento a la multiplicidad de perspectivas frente al fenómeno. Además, pueden promover movilizaciones a favor o en contra de una de las partes, exacerbar emociones, moldear actitudes patrióticas, identificaciones con un grupo de víctimas y ser configuradores de la construcción de la realidad subjetiva (Elbaz & Bar-Tal, 2019).
Otros autores afirman que los medios de comunicación direccionan la atención de la opinión pública hacia ciertos temas particulares y hacia determinados objetos de la escena política y social, estableciendo agendas públicas (McCombs y Shaw, 1972) y logrando manipular la escena política mediante su incidencia sobre los comportamientos públicos para crear un determinado clima de acción (D’Adamo, García Beadoux & Freindenberg, 2000). En este sentido la influencia de los medios desplaza la atención, las conversaciones y decisiones políticas de un plano sociopolítico a uno sociopsicológico, donde lo central es la actitud de los ciudadanos. Se movilizan emociones y se aspira que, a partir de ellas, las personas apoyen o no un proyecto político.
Por ejemplo, en el contexto argentino, Balán (2013) encuentra que hay dos consecuencias de la polarización mediática: 1) Consumir canales que refuerzan las creencias ideológicas, evitando exponerse a información disonante a sus opiniones, 2) Crítica dura y deslegitimación de la posición contraria; lo que posibilita que la polarización migre hacia la sociedad. Otros autores, como Aceves González (2000) y Cañizalez (2003) no llegan a conclusiones definitivas, en relación con la forma como éstos pueden incidir en la configuración de actitudes, creencias o narrativas respecto a actores políticos. Sin embargo, otras investigaciones concluyen que, si bien los medios de comunicación no hacen que haya más gente polarizada, sí aumentan la rigidez en quienes sí lo están.
Así, las personas se acercan más a información que refuerce sus creencias y afiliación a un grupo político en una exposición selectiva que solidifica la polarización del público general; no solo de su audiencia televisiva, sino también en quienes reciben esos mensajes en el voz a voz cotidiano, tanto de manera personal, en discusiones y conversaciones, como por sus redes sociales (Baum & Groeling, 2008; Fiorina, 2016; Garret, 2009; Martin & Yorukoglu, 2014; Prior, 2013). Además de ello, las noticias de medios que han tomado partido en situaciones políticas no tienen como objetivo principal comunicar hechos, sino ayudar a las personas a darle un sentido al mundo, dadas unas predisposiciones particulares que están más allá de la posibilidad de diálogo con argumentos divergentes. Según Levandusky (2013), la polarización se construye en el proceso de reafirmación de estas posturas y creencias adquiridas por medio de los mensajes que se emiten y se fortalecen al carecer de contraargumentos. Esto es denominado “cámara del eco”, que empuja hacia extremos ideológicos y polariza actitudes (Garrett, 2009).
Otras investigaciones que se han desarrollado en Colombia intentan mostrar la forma como los medios de comunicación construyen una imagen del criminal como enemigo de la sociedad, centradas más en lógicas del derecho penal, y sus implicaciones en la forma de construcción del delincuente como peligro para la sociedad. Los trabajos de Bernal Bermúdez y Torres Hernández (2012) y de Monroy Rodríguez (2015) plantean cómo desde los medios de comunicación le dan manejo a la sensación de inseguridad ciudadana logrando la creación de un “otro”, generalmente excluido y diferente, como enemigo. En el caso del conflicto armado colombiano, la investigación de Bonilla y Tamayo (2007) evidencia que el énfasis en mostrar ciertos hechos de guerra, el dramatismo de los mismos, la tragedia y el heroísmo, en detrimento de fortalecer una mirada sobre acciones, hechos de paz y resistencias de las comunidades, es un factor que facilita la construcción de narrativas e imaginarios que fortalecen lógicas de confrontación y guerra, generando la necesidad de destruir al enemigo, en lugar de posibilitar reconciliación y construcción de paz. Por ejemplo, las investigaciones de Barreto y López (2012), Sabucedo, Rodríguez & Fernández (2002) han identificado la generación de creencias estereotipadas con una función eminentemente negativa, pues están orientadas a deslegitimar al adversario negando su humanidad (Borja-Orozco, Barreto, Sabucedo & López-López, 2008; Sabucedo, Barreto, Borja, De la Corte & Durán, 2006). En el caso de la guerrilla, las acciones armadas se asocian a una pérdida de ideales o ideología del grupo armado, pues sus acciones atentan más contra el pueblo que contra el Estado, de tal manera que se les asignan varios significantes: terroristas, asesinos, narcotraficantes, secuestradores, inhumanos (Barreto, Borja y López, 2012; Borja, Barreto, Sabucedo y López, 2009; Villa Gómez, 2019). En otro contexto, la investigación de Petrodvic, Mededovic, Radovic y Lovric (2019) da cuenta de la forma cómo estas creencias se enlazan incluso con mentalidades de tipo conspirativo que definen la realidad de forma binaria, persecutoria y radical, de tal manera que se lee al otro con desconfianza y sus acciones son miradas con resquemor. Para estos autores, la religión y la identidad nacional construida son factores que fortalecen la mentalidad conspirativa y se convierten en formas de resistencia a la construcción de reconciliación.
Por su parte, Valencia Nieto (2014) enuncia que los principales medios, controlados por grandes grupos económicos, replican alineaciones ideológicas de la sociedad civil con las élites. Esto permite control, homogeneización del relato y construcción del acontecer público en general, en detrimento del pluralismo informativo. Al analizar lenguajes y prácticas periodísticas en el cubrimiento del conflicto, se evidencia que han fortalecido una legitimación de la guerra, contribuyendo al prolongamiento del conflicto armado, encubriendo sus causas estructurales y mostrando a la guerrilla como ‘el problema’. En este mismo sentido, Huerta, Torres y Díaz (2011) los definen como aparatos ideológicos que tienen la capacidad para determinar pensamiento, comportamiento y acción de la audiencia, creando una semántica que pone el foco en un enemigo único, logrando que la sociedad civil tome partido. Este manejo de la información influye en la construcción de actitudes ciudadanas para movilizar posibles respaldos y legitimación, o, por el contrario, rechazo y deslegitimación. Así pues, los medios serían, no solo simples informantes del conflicto y la paz, sino actores activos que construyen realidades y en algunos casos han fungido como deslegitimadores del proceso de paz (Cárdenas, 2015); contribuyendo, con sus discursos, en la construcción del imaginario de enemigo (González y Trujillo, 2002).
En esta misma línea, García Marrugo (2012), con su investigación sobre los discursos de la prensa escrita en ciudades como Medellín, Cali, Barranquilla y Bogotá, evidencia que entre 1998 y 2006 los titulares y la construcción narrativa de las noticias sobre acciones de las FARC y los paramilitares enfatizaba mucho más la alevosía, maldad, sevicia, capacidad de daño e insensibilidad del primer grupo en relación con el segundo, el cual solía ser invisibilizado en su responsabilidad, matizado en la forma de describir sus acciones y soslayado con un manto que fue llevando a considerarlo un mal menor. Nuestro propio trabajo ahondó en este punto, evidenciando cómo pueden fabricarse recuerdos de hechos emblemáticos cometidos por actores del conflicto armado, de tal manera que, en el caso de los cometidos por las FARC, el nivel de recordación y producción de narrativas del pasado son mucho más altos, que los cometidos por los grupos paramilitares (Villa Gómez et al., 2019).
A esto se suma la investigación de Yeny Serrano (2019) quien afirma que “durante años la información de medios nacionales legitimó la violencia del Estado, puesto que combatía grupos al margen de la ley, los cuales se presentaban como criminales que merecían ser combatidos” (p.29); o que, amparados bajo el ‘principio de neutralidad’, dieron amplia voz a los detractores del proceso de paz, “ignorando los avances en la resolución pacífica del conflicto” (p.31) en un cubrimiento “episódico, superficial y poco contextualizado” (p.32). Para Fabio López de la Roche (2019):
El periodismo y grandes medios de comunicación tienen una parte de responsabilidad por permitir la expansión de [una] modalidad uribista de posverdad, en la medida en que no ejercen ningún control narrativo sobre los procedimientos retóricos y la palabra pública irresponsable, excluyente y estigmatizante […] en parte por razones comerciales y de rating […] y en buena parte también por afinidad ideológica. En medio, una sociedad polarizada, varios informadores y reconocidos conductores de medios toman partido (p.57).
Esta dinámica implica, por tanto, escenarios de desinformación y propaganda, que persuaden, inculcan e implantan versiones hegemónicas (Correa, 2006, 2008), movilizando emociones y creencias que van configurando un entramado de normas sociales y criterios morales que permiten reconocer como violentos, ilegítimos y repudiables los actos de violencia cometidos por el grupo configurado como enemigo (Blanco & De la Corte, 2003; Bar-Tal, 2010; Villa Gómez, 2019). Estas versiones hegemónicas conllevan también formas del olvido (de lo no nombrado), que se omiten dentro del imaginario colectivo para que otros actores de violencia queden invisibilizados o, cuando menos, sean matizadas las emociones que se dirigen hacia ellos, por lo que pueden ser considerados como un mal menor. Esta estrategia es considerada por Martín-Baró (2003) como la mediación psíquica del poder que permite el ejercicio de este no solo a través de la violencia directa, sino también por medio de la manipulación de la conciencia, del repertorio emocional, narrativo y simbólico de los sujetos, utilizando herramientas de corte mediático, social y educativo (Nasi & Rettberg, 2005; Barrera Machado y Villa Gómez, 2018; Villa Gómez, Rodríguez Díaz et al, 2019).
Nuestra investigación, de corte cualitativo, tuvo un enfoque fenomenológico-hermenéutico con un interés crítico social (Vasco, 1990). El problema de investigación nos implicó el acercamiento al fenómeno con una entrevista fenomenológica y un análisis de contenido y discurso, hermenéutico; indagando formas de comprensión e interpretación de los sujetos participantes. Tuvimos, además, una mirada transdisciplinar, desde la psicología social crítica latinoamericana, que nos posibilitó una relectura de las categorías trabajadas por Bar-Tal (1998, 2010, 2017) quien tiene un marco sociocognitivo y empírico-analítico, para realizar un proceso cualitativo desde el realismo crítico (Blanco y Gaborit, 2016).
Para la recolección de la información se llevaron a cabo entre 2017 y 2018, 44 entrevistas fenomenológicas, semiestructuradas y en profundidad a personas de la ciudad de Medellín, ciudadanos del común, de clase media, no miembros de partidos políticos, ni de movimientos sociales, ni ONG, ni colectivos de acción política que quisieran compartir su posición en relación con los acuerdos de Paz entre la guerrilla de las FARC-EP y el Gobierno Santos en el año 2016. Fue un muestreo no probabilístico, intencional y de bola de nieve. Luego de analizar los discursos de los participantes, estos se categorizaron en tres grupos, según sus propios relatos: personas que se mostraron ‘de acuerdo’ (codificado A) con el proceso de negociación, personas ‘en desacuerdo’ (codificado D) y quienes no tenían posición clara y se mostraban ‘ambivalentes’ (Codificado Amb) frente al mismo. Desarrollamos un procedimiento categorial por matrices, avanzando en un proceso intratextual, intertextual y de codificación teórica de primero y segundo nivel (Flick, 2004; Gibbs, 2012). Realizamos una interpretación interactiva entre procesos inductivos y deductivos, hasta llegar a la construcción de los textos que constituyen los resultados. En el presente artículo presentamos tres matrices adicionales, una que recoge el número y los diversos medios de comunicación que han configurado puntos de vista en los y las participantes, otra que recoge el número de veces que se utilizan algunos significantes para referirse a los actores armados.
En la tercera realizamos una síntesis intertextual de tercer nivel; que a su vez recogió cuatro matrices intertextuales previas sobre cuatro categorías: creencias sociales en torno a FARC, paramilitares y Fuerza Pública, y aquella que recoge las barreras psicosociales en relación con los medios de comunicación. En este proceso, hemos condensado en los resultados, de forma textual, una síntesis de esta matriz2 porque la consideramos un elemento fundamental que permite evidenciar la construcción de un discurso hegemónico inducido en los participantes que nos permitió develar su homogeneidad y la construcción de un enemigo absoluto. Finalmente se muestra el papel que los medios de comunicación han tenido en la legitimación y perpetuación de la violencia en Colombia. Desde el paradigma crítico social es fundamental develar realidades, como forma de generar procesos de concientización y transformación social (Blanco y Gaborit, 2016; Martín-Baró, 1998). Esta matriz cumple con este objetivo.
La categoría medios de configuración para la construcción de barreras psicosociales para la paz y la reconciliación fue un emergente de nuestra investigación. De allí la necesidad de evidenciarla en una matriz intertextual de tercer nivel, conjugando cuatro matrices intertextuales previas, como se ha dicho en la metodología y como se verá más adelante. Si bien Daniel Bar-Tal (2010, 2013) reconoce la fuerza que tienen los discursos políticos y la retórica, los medios de comunicación y los procesos educativos como configuradores de creencias sociales, narrativas del pasado y orientaciones emocionales colectivas que obstruyen la construcción de paz y la negociación política del conflicto armado, no teníamos la intención de indagar la relación entre esta infraestructura sociopsicológica y la influencia que ejercen los medios de comunicación en su configuración.
Sin embargo, se nos impuso, en el mismo proceso, realizar este análisis puesto que cada vez que se preguntó en las entrevistas por el origen de estas barreras psicosociales y por las creencias, emociones y recuerdos en torno al conflicto armado y sus actores, emergió inmediatamente la respuesta. En 226 ocasiones los participantes refieren de manera directa o indirecta que han construido estos mecanismos sociopsicológicos por el uso de medios de comunicación. Aún siendo 44 los participantes, este número de referencias a medios informativos, se produce porque en relación con el conflicto y cada uno de sus actores, se preguntó por la fuente u origen de la creencia, emoción o narrativa del pasado, tal como se desglosa en la siguiente tabla:
Este hallazgo se fortalece cuando la inmensa mayoría de los participantes (especialmente en quienes son ‘ambivalentes’ y están ‘en desacuerdo’) refieren que no tienen otras fuentes de contrastación, estudio o análisis de la información a la que les llega por esta vía:
[…] Desde que yo tengo memoria y uso de razón, lo que yo me entero de lo que pasa en el país, es porque lo muestran en televisión. Hay un montón de pueblitos que les han hecho de todo, que están acabados, que están en la miseria y que cada dos meses, cada año ponen un especial de… esto es lo que ha hecho las Farc, que desalojaron a toda esta gente, que mataron a esta otra gente (E6-A).
En este sentido, una buena parte de los y las participantes, ‘en desacuerdo’ y ‘ambivalentes’, suelen entregarle a los medios su confianza y credibilidad; es decir, aceptan acríticamente su información, puesto que les suponen confiabilidad y verdad en la transmisión de información. Pocas veces se preguntan por el origen y la intencionalidad de la forma como se transmite, ni quienes son los propietarios de los medios, ni sus relaciones con gobierno y Estado. Si bien reconocen que pueden tener aspiración a mejorar el rating, y en algunos casos los pueden mirar con resquemor y desconfianza, su información suele ser aceptada sin mayores resistencias:
Las noticias siguen mostrando eso, pero también me imagino que no van a sacar mentiras, me imagino que lo que sacan es verdad, pero obviamente si ellos sacan todo eso, es porque les da rating al programa, entonces uno también, como que ¡ay!, las FARC quieren la paz, como que no sé, la fama, la gente ver eso, porque hay mucha gente que les interesa la paz y le dan mucha importancia a eso, entonces empiezan a ver más sobre eso, me imagino que es como por eso (E33-D).
De otro lado, la mayoría de los participantes de acuerdo, algunos ambivalentes y unos pocos en desacuerdo, se preguntan por las “verdades” que producen los medios de comunicación. Se acercan a ellos con desconfianza, suponen que tienen intereses claros, reconocen que pertenecen a emporios económicos que tienen intencionalidades para guiar la forma como se concibe y comprende la realidad por parte de la sociedad y los suelen ubicar del lado del Estado o el gobierno, o por lo menos en la defensa de los intereses económicos de sus propietarios:
P: Porque aquí los medios de comunicación han tratado de tapar muchas cosas, y es una información muy centralizada, muy parcial, lo que no beneficie a la imagen de las presidencias, de las alcaldías, prefieren taparlo. Aquí dicen que han mermado los índices de violencia, pero en realidad no es así, si uno se pone a ver y a tratar con gente que le ha tocado más, no es tan real, como lo muestran los medios de comunicación, entonces, al ser un tema que no favorezca la imagen del gobierno, ni de los entes políticos y económicos del país, tratan de taparlo.
E: Entonces… ¿cómo definirías el papel de los medios de comunicación en este conflicto? P: Son parciales, estar de lado de uno y no mostrar la realidad del otro (E17-A).
De allí que, quienes están ‘de acuerdo’ consideren que no informan toda la realidad, que esconden y manipulan información, que son parciales porque pertenecen a grandes grupos económicos y suelen favorecer al gobierno de turno. En relación con el conflicto armado, consideran que cuando conviene se muestran u ocultan ciertas acciones de los grupos armados. También que se pueden demonizar ciertos actores (guerrillas), ocultar otros o abordarlos como mal menor (paramilitares) y enaltecer otros (fuerzas militares):
P[…] Yo pensaba que la guerrilla era una sola organización no varias ¿cierto? y claramente súper demonizada por los medios de comunicación; en cambio los paramilitares pensaba, cuando estaba pequeño y era un joven inocente y bello, que eran como paramédicos que apoyaban al ejército, que los paramilitares eran menos. Y los medios no mostraban a los paramilitares como algo malo, o sea, uno estando pequeño se da cuenta de este tipo de cosas. Es increíble cómo los medios de comunicación llegan a hacer eso, que a fin de cuenta están dominados por las familias ricas de mi país, entonces obvio: la guerrilla va a ser el enemigo y los paramilitares van a ser una respuesta justificada a las acciones de la guerrilla […] entonces no se puede satanizar ni a uno ni al otro.
E¿Y tú cómo te sientes al recordar que antes veías a los paramilitares como algo súper bueno?
PPues es que yo tenía como 6 años, la verdad me parece que los medios de comunicación juegan un papel súper importante ahí, que no son imparciales en el momento de reportar la noticia, están muy parcializados y la mayoría del pueblo colombiano no tiene tanto tiempo como para ponerse a hacer un análisis crítico de lo que muestran las noticias, simplemente consumen y entran: lo que le dicen es verdad y ya (E16-A).
En esta lógica pueden tomar ciertos hechos cometidos por uno de los actores, en este caso las guerrillas, para generar una mayor exposición mediática a los mismos, con el objetivo de deslegitimarle como adversario (Bar-Tal, 2010, 2013), con lo que se pretende identificar a este grupo como el enemigo que encarna todos los males, tal como se describió en la introducción. Además de intentar producir repudio, rabia y odio contra el mismo, generando una orientación emocional colectiva que bloquea la capacidad de empatía o, por lo menos, la posibilidad de compresión sobre sus objetivos o por lo menos, su humanización:
[sobre los paramilitares y las Bacrim] porque su realidad no la muestran, su realidad la tapan, pero ellos si saben que eso está pasando, pero el resto del país cree que no. Mientras que, con las FARC, por ejemplo, es una realidad, que digamos, todo el mundo lo conoce, que todo el mundo sabe que está pasando, mientras que las bandas criminales, se les tapa, entonces la gente puede incrementar su rabia y su odio, no solo hacia a las FARC, sino hacia el mismo gobierno [refiriéndose al gobierno Santos y el proceso de negociación política], por las elites de la comunicación en el país. (E17-A). Entonces el énfasis que hacen en exaltar el ejército colombiano y en denigrar el otro bando. No mostrar cómo los dos tuvieron confrontación, sino que muestran como que solamente el lado de las FARC fue el malo, el que utilizó armas, el que secuestra, pero cosas positivas no (E20-A).
De aquí se infiere que sobre la recordación y las narrativas del pasado se instala en el colectivo una imagen muy clara de algunos hechos emblemáticos o acciones que han desarrollado los grupos guerrilleros, de tal manera que son fáciles de evocar y traer a la memoria, que pueden ser nombrados con cierto tipo de detalles o pueden producir calificativos que definen y esencializan a este actor (Cfr. Villa Gómez, 2019; Villa Gómez, et al. 2019):
Creo que el efecto que ha tenido las FARC, al ser uno de los grupos narcotraficantes más grandes, según lo que puede uno saber, no solamente se enfrasca a nivel colombiano, sino que trasciende: hay cocaína en Europa, en Norteamérica, en Asia, y naturalmente han pasado a la historia como personas que han hecho actos atroces, pues yo sé que no fueron ellos los responsables del collar bomba que le pusieron a esta señora, pero en el imaginario colectivo se les relaciona inmediatamente con estos actos terroristas […] esos cilindros bombas, las pipetas bombas, las minas antipersonas, los impuesto de guerra. (E3-D)
En esta lógica establecida, y de acuerdo con Bar-Tal (2003, 2013) se va construyendo en la memoria colectiva la imagen y el relato de algunos hechos significativos que van teniendo mayor recordación por la ciudadanía, que suelen endilgarse al adversario, lo cual se va configurando como una prueba fehaciente de su maldad. Este tipo de hechos, se van constituyendo como ‘traumas elegidos’ que la gente en la cotidianidad recuerda fácilmente, pueden ser tema de conversación cotidiana, por lo que son evocados de forma inmediata, como lo demostramos en un ejercicio investigativo previo sobre fabricación del recuerdo (ver. Villa Gómez, et. al, 2019).
Vuelvo a lo mismo, es más notable su actuar: a través de los medios, escuchas más extorsiones y secuestros, vacunas y grandes atentados de la guerrilla (E11-Amb). A mí sí me da pesar, pues me pongo a ver en noticieros esas pobres mamás que dicen “se me llevaron mi hijito de 12 años y no lo he vuelto a ver” […] y me pongo a pensar, pobres mamás, que hubiera sido de la mamá de estos pobres muchachos […] a dónde se lo llevaron, que hicieron con él, que ellos aparezcan (E31-D).
Todo esto se asocia con la construcción de orientaciones emocionales de ira e indignación, que suelen emerger relacionadas con la ejecución de una acción injusta que produce daño a otro, generalmente más débil. De acuerdo con Bar-Tal (2010, 2013), estas emociones colectivas entroncan con la creencia en la propia victimización, que ubica al propio grupo social, o a la sociedad entera como víctima de aquél que ha sido construido como enemigo. Como reacción, se facilita la legitimación de los deseos y acciones que conlleven a su aniquilación, de otro lado, se dificultan las posibilidades de establecer un diálogo que permita una negociación política con este:
E¿Y esa indignación de dónde te surge?
PPues a veces es muy emocional que los medios de comunicación lleguen a exaltar fácilmente, acá es fácil hacer eso: mostrar a alguien herido, poner a las madres llorando, o algo así; generar indignación o mostrar algo como una estructura o infraestructura estatal destruida en un atentado. E¿Qué se necesitaría para que esa indignación cambie?
PPrimero que todo los medios de comunicación deberían tomar una posición más imparcial y enfocarse solo en informar, no en mostrar la parte del que está dando la plata, la cosa es que, obvio, eso no va a pasar, en ninguna parte pasa; incluso es algo demasiado ideal. Yo creo que debe haber educación para que la gente entienda que no todo lo que le muestran es la verdad absoluta y que es un conflicto muy complejo como para ponerse uno a satanizar la estructura de las Farc (E16-A).
Incluso se puede avanzar en la construcción de emociones ligadas al odio y al repudio del actor que se ha definido como enemigo absoluto, de tal manera que la ejecución de acciones que le impliquen daño, dolor o sufrimiento, y que incluso irían en contravía de lo que moralmente se rechaza o de lo que se acusa a ese adversario, terminan por ser aceptadas y legitimadas (Bar-Tal, 2013). Así se normaliza la violencia y la militarización de la vida cotidiana, en la que, luego de ganar la mente y el corazón de la población (Martín-Baró, 1989), las fuerzas que representarían al bando de “los buenos” tienen la autorización para eliminar o exterminar a este adversario:
Ellos vienen es buscando cómo deshacerse de los guerrilleros, es decir gusanos, van sacando gusanos, tenemos que ir sacando, esa parte ahí sí es porque los militares están autorizados (E26-D). Como te digo, cómo no va a sentir uno odio hacia ellos, cuando en las noticias dicen es que las FARC atacó un pueblo, dejó tantas personas heridas, entre ellos tantos eran niños, tantos eran ancianos, y tantos eran militares, y uno dice ¿cómo van a hacer algo así? Pero no le dicen a uno, es que el Ejército Colombiano mató a tantos niños que estaban en las FARC, si me entiendes, es mirar que uno solo ve un lado de la moneda, esa es la razón, por la que uno sin saber, piensa eso de ellos. A: ¿De dónde crees que te vino ese repudio?
E: No, noticias que uno ve, puros medios de comunicación que quizá los pintan mal, y de una manera más exagerada de lo normal, pero yo creo que es más que todo eso, como noticias (E19-Amb).
Ha sido tan fuerte la construcción de estereotipos y prejuicios (Blanco, 2007) como creencias sociales de deslegitimación del adversario, que se ha construido una imagen que fue repetida por algunos participantes en desacuerdo. La asociación repetida entre FARC, Venezuela y ‘castrochavismo’, condujo a que algunos participantes afirmaran que los guerrilleros se parecían a “Chávez”, enmarcándolo en un estereotipo de “indio” o “moreno”, denotando incluso una construcción racista, clasista y excluyente:
E: Si te pregunto por los líderes de las FARC podrías decirme uno o dos nombres. P: No
E: ¿Puedes reconocer alguno y decir cuál es su fisionomía? Algo así que los hayas visto en televisión P: Pues realmente son como muy “care” Chávez.
E: ¿Muy “care” Chávez?
P: Moreno, todos cachetones, medio oji-rasgados.
E: Muy bien y es decir estos son como rasgos muy indígenas, lo que me estás diciendo. P: Pues no tanto indígenas.
E: ¿O cómo?
P: Son más rasgos generales que uno ve en ellos, pues casi siempre los que yo veo en televisión o en noticias, en el celular, son como así: cachetones, morenitos, la característica pañoleta que ellos tienen casi siempre que salen, o los uniformes que son muy parecidos a los de los militares, pero no como un rasgo específico, es un indígena o es un afroamericano, no. (E37-D).
Esta imagen es sintomática. Mucho más cuándo nos fue referida por otros tres participantes. Una imagen que, según la participante, deviene de los medios de comunicación televisivos o por las redes sociales y el internet. La pregunta que podría plantearse es: ¿Por qué no se ha construido una imagen semejante de los paramilitares? ¿Será porque algunos tienen un fenotipo diferente? ¿Quizás son más blancos? Quedan estas pregunta en el aire y sin una posibilidad de respuesta en el marco de esta investigación. Es muy probable que este tipo de imaginarios y representaciones construidas en torno a un enemigo absoluto esté también relacionado con la dificultad de un sector de la población para apoyar el proceso de negociación política del conflicto y los acuerdos entre el gobierno y las FARC, firmados en La Habana. Los participantes ‘de acuerdo’ manifiestan que los medios de comunicación tuvieron un papel importante en la victoria del ‘No’ durante el plebiscito, tema en el que hemos profundizado en otro artículo (Villa Gómez y Arroyave Pizarro, 2018):
E: ¿Y tú por qué crees que ganó el no?
P: Desinformación, desinformación más que todo. Los medios de comunicación nos brindan una cosa, y el pensamiento conservador también implica como no querer cambiar de pensamiento, y el temor al cambio es lo que genera ese tipo de resultados. (E20-A).
[…] decían que si uno votaba ‘sí’ pasaba tal cosa, que si votaban ‘no’ pasaba tal otra, entonces mucha gente acá como que tergiversa la información y todo como para que se ajuste a lo que ellos piensan y mucha otra cae por ignorancia o por inocencia. (E15-A).
Además de lo anterior, también podría afirmarse que para quienes están ‘de acuerdo’, los medios de comunicación no han tenido el mismo tratamiento hacia el paramilitarismo. Para estos, algunos medios, incluso abierta o subrepticiamente, lo han apoyado. Además, han sido partícipes de campañas para enaltecer las FFAA con el argumento de que son las fuerzas oficiales del orden, mientras el adversario es, o “delincuente” o “terrorista” y no requeriría ninguna consideración:
Lo que yo sé es una de esas versiones que te ha vendido RCN, o Caracol, pero igual es lo que sé, entonces te lo voy a expresar: los paramilitares ¿cómo se conforman? también es como una reunión de personas pero esta vez es distinta, ¿por qué? porque esta vez está permeada por ámbitos políticos, es decir hay gente con dinero en la sombra que los maneja, ellos son los títeres de cierta gente con dinero, nacen como con ese propósito de luchar contra las FARC, y no dejar que atemoricen al pueblo. [Por otro lado] El gobierno se ha empeñado en hacer campañas de que los héroes en Colombia sí existen y esas cosas, porque es que la gente le había perdido confianza al ejército y al resto de instituciones que están adjuntas a él, creo que es por eso. (E32-A).
En este proceso también hemos evidenciado que se ha dado una dinámica donde la gente termina confundiendo los grupos ilegales, casi siempre en detrimento de las FARC. Una muestra de esto es la frecuencia con la que personas que han sido víctimas o en sus familias han existido daños por parte de los paramilitares, hacen atribución de esa responsabilidad a la guerrilla, construyendo emociones de indignación y odio hacia este grupo armado y por tanto, manifiestan una clara oposición al proceso de negociación política. La razón de esto está en la superposición de la versión dominante y circulante sobre la propia experiencia, desarrollando un proceso que se ubica en el terreno de la construcción del olvido, los pactos denegativos y de desmentida, enajenando a la persona o a su familia, tema que estamos desarrollando en otro artículo aún inédito.
Sin embargo, también sucede que se da un proceso de igualación, en la cual los y las participantes afirman que uno y otro grupo son lo mismo, y la imagen de los paramilitares termina siendo asimilada a la de las guerrillas, de tal forma que la recordación y las narrativas del pasado de este grupo, terminan siendo ignoradas, desconocidas o negadas, mientras se pueden recordar muy claramente los hechos ejecutados por la insurgencia armada. Participantes ‘en desacuerdo’ y ‘ambivalentes’ expresan desconocimiento, ignorancia, falta de información, desinterés para enterarse de noticias negativas o dolorosas, tal como se verá más adelante en las tablas 2 y 3. Afirman que el dolor de esta guerra les ha hecho no querer informarse sobre el conflicto armado, pero con frecuencia estas respuestas se daban cuando preguntábamos por los paramilitares y sus acciones. Sin embargo, al preguntarse por las acciones de las guerrillas, en particular por las de las FARC, la respuesta siempre era clara y se podían identificar los hechos, la naturaleza del actor, sus fines y objetivos, su modo de operación, su calificación desde la maldad absoluta y su incapacidad para dar un giro que permitiera la buena voluntad hacia la construcción de paz.
En las dos tablas, a continuación, presentamos la relación entre la construcción de diversos discursos sobre los actores del conflicto y el papel de los medios de comunicación en la construcción de los mismos. Así como se ha dicho, ante cada afirmación que hacían en las entrevistas, se les preguntó por la procedencia de la información, sus creencias, narrativas y emociones recogidas en la tabla No. 3.3
Hemos resaltado algunos de los discursos homogéneos y uniformados que se refieren a cada uno de los actores del conflicto y los medios de comunicación. Si el lector sigue los relatos podrá reconocer un discurso lineal, repetitivo, monolítico, sin grandes matices, lo que podría configurarse como evidencia de la forma como se construye un marco de significado ideologizado y polarizado que implica la construcción de un enemigo, cuyas representaciones se transforman en barreras psicosociales para la paz.
Ambas matrices deben orientarse por las siguientes claves de interpretación, a través de una clasificación de los significantes/significados más comunes, repetidos en los discursos de los participantes. Es decir, calificativos, formas de nombrar y referirse tanto a los actores armados del conflicto (FARC-EP, Paramilitares y Fuerzas Armadas), como de su objetivo, razón de origen y acciones bélicas. En relación con las FARC se resaltan tres grandes órdenes de significado. Especialmente y, en primer lugar, aquéllos que denotan su maldad absoluta, su incapacidad para transformarse, sus malas intenciones, sus acciones criminales, el dolor que han causado al país, lo que les constituye en el enemigo absoluto, dentro del marco polarizador construido. En la matriz completa se les tilda de malos o se les atribuye maldad, en detrimento de los otros actores. En segundo lugar, aquéllos que les atribuyen el calificativo de ‘terroristas’ o causantes de terror, ‘delincuentes’, ‘asesinos’ que ‘matan’ la gente, ‘narcotraficantes’, ‘violadores’ y otras denominaciones que constituyen un lugar identitario que no posibilita ninguna lectura alternativa ni la posibilidad de transformación, puesto que solo serían merecedores de justicia o venganza.
En tercer lugar, y en la misma línea, los relatos que respondían a la pregunta por el aporte que se consideraba habían hecho o podían hacer al país los miembros de las FARC, respondían: o bien ningún aporte, o bien, habían hecho mucho daño a la sociedad en general; atribuyéndoles con mayor frecuencia el mayor daño ocasionado en el conflicto armado. Mientras que a los paramilitares se les asigna la palabra daño muchas menos veces, acompañada de dos atenuantes: menos daño que las FARC o no tanto daño como este grupo. Y a las fuerzas militares, con el fin de o bien, exculparles en relación con los falsos positivos, o bien minimizando este daño en función de su misión, con el significante: daños colaterales.
De los paramilitares hemos resaltado las respuestas que han construido un significado de desconocimiento o ignorancia: suelen orientarse a que no se sabe de ellos, o se sabe poco, lo que también puede en términos de la memoria rayar en el olvido o la denegación de su accionar en el marco del conflicto armado, para lo cual suelen afirmar que de los paramilitares se habla poco o hay poca información disponible También aquellos significantes que igualan o asimilan su configuración, sus acciones y sus dinámicas a las de las guerrillas, pero sin hacer diferenciaciones de ningún tipo, lo que, a la larga, termina generando confusiones en la identificación de sus orígenes, acciones, intereses y demás, que en muchos casos produce afirmaciones como: “Para mí todo eso es lo mismo, pues no sé nada […] diría que son lo mismo…” (E19-Amb). Incluso cuando se les atribuye maldad, esta al final, termina relativizándose en función del enemigo, lo que lleva al tercer grupo de significantes subrayados en torno a este grupo: los de legitimación y acuerdo con su proceder. En muchos participantes hay justificaciones y posiciones a favor del paramilitarismo, que encuentran relación con sus posiciones hacia las FARC, hacia las Fuerzas Militares y con el papel de los medios de comunicación en este proceso. Finalmente, expresan, de forma generalizada que han hecho menos daño que las FARC, cuando se les pidió comparar a uno y a otro grupo.
En relación con las Fuerza Militares hemos subrayado tres tipos de significantes: los que utilizan el discurso del héroe, que nos protege, nos cuida y nos da seguridad. El de sacrificio, esfuerzo, lucha y entrega por amor a la patria y por ‘cuidarnos’, lo que implica una profunda empatía, compasión, además de admiración, gratitud, respeto y orgullo. Finalmente, en relación con las violaciones de derechos humanos y los falsos positivos, estos participantes, siempre disculparon a las Fuerzas Militares con la metáfora de la ‘manzana podrida’, es decir, que en un grupo de personas buenas, en una institución buena, siempre pueden infiltrarse, colarse personas indeseables, o en su lenguaje, ‘malas’; pero son muy pocas, por lo que deben depurarse, expulsarse, y en algunos casos aplicarles castigos similares a los que han designado para guerrilleros y algunos paramilitares. Sin embargo, también se resaltan algunas declaraciones en las que se justifican, legitiman o se minimiza el hecho de los denominados ‘falsos positivos’. Así pues, la Tabla No. 2 recoge el número de veces que algunos significantes fueron enunciados:4
La Tabla No.3 se centrará, finalmente, en las respuestas de los participantes frente a preguntas sobre las emociones y representaciones cognitivas que suscitan en ellos la mención de dichos grupos y la calificación de estos en clave comparativa (específicamente ante las preguntas ¿Cuál de ellos le parece peor? ¿Son diferentes?). Lo que se refleja es la sedimentación de unas creencias sociales, unas narrativas sobre estos grupos y unas orientaciones emocionales colectivas que implica la justificación de unos actos sobre otros, la existencia y operatividad de unos grupos armados y de otros no, que construyen unos discursos encarnados que impiden ver como una posibilidad la salida negociada al conflicto armado. Finalmente, en relación con los medios de comunicación, se resaltan también tres significantes: en primer lugar, ser la fuente de información única en torno al conflicto y sus actores; en segundo lugar, la atribución de mayor daño, mayor responsabilidad y maldad a las FARC y menor o casi ninguno a las Fuerzas Militares. Y, finalmente, algunas emociones que movilizan y despiertan, aunque este punto se abordó con mayor claridad en la primera parte de estos resultados.
Un elemento más para finalizar este acápite y que resulta preocupante en cuanto representa el tipo de matriz de significado que se está construyendo en Colombia y en América Latina se trata de la extensión de la construcción de ese enemigo. Esta parece trasladarse hacia quienes han apoyado el proceso de negociación o hacia quienes, desde la legalidad y en el orden democrático, profesan ideas de izquierda y han intentado construir maneras diferentes de gobernar o de hacer la política. No es algo nuevo, porque en las lógicas de polarización y construcción del enemigo de los años 60 y 70, se ha estigmatizado el pensamiento político de izquierda, siguiendo las doctrinas de seguridad nacional (Martín-Baró, 1989). Pero en nuestra investigación hemos encontrado este tipo de relatos en algunos participantes en desacuerdo, quienes yendo más allá del marco del conflicto armado y el proceso de negociación con las FARC, en sus relatos consideraron que políticos de izquierda, exguerrilleros del M-19 (desmovilizados desde 1990), y personas con ideas progresistas también pueden ser un ‘peligro’ para el orden social establecido. Esto termina por indicar la necesidad de la exclusión o eliminación de este tipo de ideas con asimilaciones al régimen cubano o venezolano, miedos infundidos, ligados a la ira y el odio, y en algunos casos, promovidos por medios de comunicación y redes sociales:
P: La verdad, yo creo que esa es otra alimaña más, allá uno ya convive con eso.
E: ¿Otra alimaña más?
P: Sí (ríe)
E: Bien, y si alguno de estos alimañas dijera como “Bueno, me voy a lanzar a la alcaldía”
P: No, para nada…
E: ¿Qué sientes?
P: No, nada, cero apoyo
E: ¿y qué sientes?
P: No, nada, pues se lanzó Petro y quedó de alcalde de Bogotá… Imagínese…
E: Y ¿qué piensas de Petro?
P: Pues, otra alimaña que con su elocuencia logró cautivar a muchas personas, pero, para mí, es un delincuente como otros […] Porque él fue parte de todo ese proceso de la guerrilla… (E44, D)
Este mismo tipo de discurso lo hemos encontrado en personas de Bogotá, Barranquilla y Cali, en el proceso que se viene desarrollando en la segunda fase de esta investigación, de los que podríamos anotar un relato centrado también en Gustavo Petro, como figura simbólica, que en el 2018 enarboló una representación de las ideas de la izquierda democrática en el país, el cual termina asimilando nuevamente a la figura de Chávez, el comunismo y el castrochavismo:
P: Yo no sé si será que soy muy pesimista…Pero uno conociendo la historia de lo que pasó en Cuba y de lo que pasa en Venezuela y todo esto y ver como… cómo se han destruido esas economías, como se han acabado… porque uno oye aquí a candidatos de esas economías que lo que pretenden aquí es montar la idea de, de Chávez… Bolivarianismo
E: ¿Hay candidatos aquí que dicen eso? P: Petro lo dice claramente
E: ¿Usted lo ha escuchado que dice eso?
P: Sí… él está obsesionado por montar eso […] Hay una particularidad, pienso yo… que es que yo me pongo a mirar esos personajes y como que, a la hora de la verdad, es que ni siquiera alcanzo a analizar lo que ellos hablan y exponen, sino que como que la misma cara, el mismo rostro […] Es que la forma… en que habla, lo que plantea y todo eso no… Eso sí es para pensar en el señor Petro manejando este país… y para allá vamos!
E: Es que me da la impresión que usted le tiene más miedo al socialismo que a la guerrilla.
P: Pues es que volvemos a… para mi están muy ligadas: el socialismo, vuelvo y le digo, dentro de lo que he leído, de lo que conozco de Cuba, Nicaragua, Venezuela, el socialismo acaba con los países y tan no fue un éxito el socialismo que siempre lo manejan como la parte social, pero la parte económica no sirve para nada, en cuestión de dinero el socialismo. ¿Por qué la China se tuvo que abrir al capitalismo y todo eso? No, yo sí le temo a un gobierno de esos porque… No sé si es que soy demasiado pesimista pero… no siendo tampoco el que diga que lo que ha gobernado aquí antes es la panacea y que todo, no… Todos tienen sus pecados, sus pecados grandes y sí! Una casta política que manejó esto mucho tiempo, quedó este inconformismo entre la clase menos favorecida y se da toda esta vaina de Venezuela… se mamó y eligieron a un policía para que manejara este país y mire donde van… (E15, Bogotá, D.)
En la discusión ahondaremos en este punto.
La matriz que se presenta arroja unos resultados que son contundentes. Es claro: nuestro método no permite arrojar explicaciones deterministas, no está desarrollado desde los grandes postulados del cientismo, no presenta ecuaciones estructurales ni regresiones lineales que permitan la contrastación de una hipótesis. Pero en términos descriptivos y en el marco de los participantes de esta investigación permite evidenciar y develar una realidad social como la que vive nuestro país. En primer lugar, cuando leemos los relatos encontramos un discurso monolítico que remite, según estos participantes, a lo que se ha posicionado mediáticamente en el país. Que las FARC y las guerrillas sean un enemigo absoluto, causa de todos los males, perverso por naturaleza, incapaces de un cambio, sin estatuto de humanidad, es una construcción social que ha circulado por años, tal como se muestra en nuestra investigación y como ha sido referido en otras investigaciones (García Marrugo, 2012, Gallo, et. al, 2018; López de la Roche, 2019, entre otros).
Esto enlaza con el discurso que niega la existencia del conflicto armado y ubica el problema en una ‘amenaza terrorista’. No en vano es uno de los significantes/significados más utilizados por los participantes, junto al del ‘daño que han hecho al país’. Desde este lugar, se trata no solamente de la construcción de un adversario deslegitimado, sino de generar la brecha para negar cualquier posibilidad que permita reconocer, no solamente su humanidad, sino también su condición de actor político. Desde este discurso, con las creencias y orientaciones emocionales que lo acompañan, se hace imposible plantear escenarios de negociación. En primer lugar porque desde estas creencias, no existe tal cosa como conflicto armado; y en segundo lugar, porque quienes son sus actores han sido satanizados y convertidos en la figura misma del mal, en un plano que toca incluso lo religioso. Reforzando lo anterior, emerge la representación del paramilitarismo como mal menor, como legítima defensa, que, a pesar de sus ‘desmanes’ y ‘crímenes’, ‘proporcionó seguridad’. Su referencia desde el no conocimiento, el no saber, el ser ‘como lo mismo’, pero sin relatos ni narrativas claras que permitan identificar su papel en el marco del conflicto armado, remiten a un posible encubrimiento, a una construcción social influenciada mediáticamente, tal como puede inferirse de lo que estos participantes enuncian, al igual que algunas de las investigaciones referenciadas (Borja, Barreto, Sabucedo y López, 2008; Gallo, et. al, 2018, García Marrugo, 2012; Huerta, Torres y Díaz, 2011; Valencia Nieto, 2014, Villa Gómez et al., 2019; entre otros).
De igual manera sucede con la construcción de la narrativa del héroe que se sacrifica, ‘nos cuida, nos protege y nos da seguridad’, donde se legitima la violencia del Estado y se minimiza cuando esta es dirigida contra la población civil. Creencia en la que los medios de comunicación tuvieron un papel relevante para su construcción social, obviando los imperativos del respeto a la vida, la garantía de los derechos humanos, en una lógica que ha compelido a la población civil a tomar partido y ha definido bandos, con la consecuente demonización de uno y reificación del otro, obturando las posibilidades que tiene la sociedad civil de oponerse a un conflicto armado y reclamar una paz negociada (Bernal Bermúdez y Torres Hernández, 2012; Huerta, Torres y Díaz, 2011; Monroy Rodríguez, 2015; Serrano, 2019; Villa Gómez, 2019). De esta forma, y siguiendo estas reflexiones, puede afirmarse con Bar-Tal (2013) que los medios de comunicación han jugado un papel en la elaboración y mantenimiento de barreras psicosociales para la paz en nuestro país.
De acuerdo con Cárdenas (2015) este papel de los medios se ha construido a través de cuatro puntos: 1) Definición de atmósferas políticas, generando entornos optimistas hacia un lado y movilizando sentimientos como incertidumbre, desconfianza y miedo hacia el otro. 2) Moldeando la naturaleza del debate según la forma de enfocar el núcleo del proceso: a quiénes se les da voz, escenarios y formatos desarrollados. 3) Estrategias discursivas sobre los antagonistas y 4) predominio del sensacionalismo, que puede llevar a la radicalización de posturas.
Por su parte, tal como se abordó en la primera parte, otros trabajos investigativos también han encontrado que los medios de comunicación han sido de gran influencia en la construcción de identidades en relación con ideologías políticas, partidos y otras filiaciones. La información que circula ha sido acomodada de tal forma que se ubica en favor o en contra de diferentes grupos, e incluso actores armados. Así, a partir de la tergiversación o parcialización de la información, se construyen creencias particulares y polarización afectiva que no solo se queda en el ámbito político, sino que logra permear otras instancias, como las relaciones interpersonales, generando la construcción del otro como enemigo en una lógica ‘exogrupal’ (Bakskhy, Messing y Adamic, 2015; Hameleers & Van der Meer; 2019; Iyengar, Lelkes, Levendusky, Malhotra & Westwood, 2019; McCombs & Shaw, 1972; y Tucker, Guess, Barberá, Vaccari, Siegel, Sanovich, Stukal & Nyhan, 2018), tal como emerge también en esta investigación y que podemos relacionar con la oposición a una salida negociada al conflicto armado.
En ese sentido, y siguiendo a Butler (2017), los medios de comunicación construyen marcos de significado dominantes, “campos de inteligibilidad que ayudan a enmarcar nuestra capacidad de respuesta al mundo…” (p.59), puesto que responden a poderes que determinan los términos de aparición o desaparición de ciertos hechos, creando, incluso, pruebas falsas que hacen que la conclusión sea verdadera, como en las ‘Fake news’, donde resulta imposible evadirse del marco/engaño. En este sentido parece que ejercieran una especie de ‘psicagogia’ puesto que pueden moldear modos de ser, formas de vida, el trato con otros y la producción de subjetividad; produciendo imaginarios del enemigo y polarización (Roncallo-Dow, Cárdenas Ruiz y Gómez Giraldo, 2019).
El problema es mayor cuando los medios de comunicación son claramente parcializados y rompen todas las formas de ética periodística. Tal como lo presenta Levendusky (2017) al referirse a los medios de comunicación partidistas, es decir, aquellos que rechazan normas estándares de objetividad y se inclinan hacia una presentación parcializada de los hechos. Este tipo de medios tienen una obvia relación con la polarización, ya que si la gente los ve y oye en exclusiva, entonces se polarizarán. Un ejemplo de ello es el de Fox News (Levendusky, 2017) en el escenario estadounidense, y el de Noticias RCN en nuestro caso (López de la Roche, 2019), o los hallazgos de Gallo, et al. (2018) con grupos focales con periodistas quienes dieron cuenta de una parcialización de los medios en torno a tomar partido en el conflicto armado y la construcción de un enemigo único en la guerrilla de las FARC en el período entre 1999 y 2010.
En otro contexto, Reguillo (1997) afirma que asumir el contenido de medios de comunicación como hechos no problematizables y como “verdades”, más que como información periodística que está permeada por intereses, sesgos políticos e ideológicos, representa un riesgo; puesto que efectivamente configuran creencias, debido a que esta información se arraiga fácilmente en los ciudadanos, lo que puede dar pie a estigmatizaciones y calificaciones hacia ciertos grupos, justificando violencia contra estos. La autora propone que, dado lo anterior, se crea una dicotomía entre “muertos buenos” y “muertos malos” o “muertos olvidables”, además de la etiqueta y el contenido estigmatizante. Este punto enlaza con lo recogido por Gallo, et al. (2018), cuando los periodistas entrevistados afirmaban que “el periodismo decide cuando un asesinato es importante y válido y cuando un asesinato es condenable y repudiable”. Lo que se encuentra con la reflexión de Butler (2017) sobre las vidas no tenidas en cuenta, las vidas no lloradas en las interminables guerras que los Estados Unidos han emprendido, en un discurso amparado en la denominada ‘lucha contra el terrorismo’ luego del ataque a las Torres Gemelas, en New York, el 11 de septiembre de 2001. Y que nuestra propia investigación recoge (Ver, Villa Gómez et al., 2019).
En términos del sesgo informativo de los medios, también se suele definir que cuando estos asumen posiciones ‘patrióticas’ (Elbaz & Bar-Tal, 2019; Levendusky, 2017) o nacionalistas (Butler, 2017), pueden crear en la opinión pública versiones polares de la realidad y de los adversarios, de tal manera que éstos se deslegitiman y se puede justificar su eliminación, o cuando menos, que sus vidas, las del ‘otro’, no sean tenidas en cuenta. En el contexto colombiano, y según Gallo et al. (2018), se trata de la normalización del patriotismo y de la lucha contrainsurgente como una forma de construcción social para alinear a la población civil en un bando del conflicto armado que, a su vez, ha generado profunda desconfianza, resquemor, e incluso rechazo hacia quienes asumen una posición crítica en relación con el Estado, el paramilitarismo, los vínculos entre fuerzas militares y paramilitares, y que apuestan por la construcción de una paz negociada en Colombia. Estos terminan señalados como ‘antipatriotas’, ‘cómplices del adversario’, ‘enemigos de la democracia’, ‘terroristas vestidos de civil’ o ‘idiotas útiles’, profundizando la polarización, lo que se reedita en el actual gobierno.
Desde la óptica de Butler (2017), estas formas de patriotismo o nacionalismo, generan una versión de subjetividad, sostenida y alimentada por “una panoplia de medios de comunicación” (p.76) en la que el horror moral ante la muerte violenta de un ser humano, sólo emerge cuando se produce en “aquellos por quienes sentimos una urgente y no razonada preocupación”, mientras deja de aparecer cuando sucede en “aquellos cuyas vidas y muertes simplemente no nos afectan no aparecen como vidas en primer lugar”, es esta la forma configurada de la emoción y el afecto para legitimar la denominada ‘violencia justa’, que en nuestro medio permite afirmar que habría “buenos muertos”, y en lenguaje de la autora “vidas desperdiciadas”.
Lo que nos confronta con el vacío ético, con el problema moral que afronta la sociedad colombiana, cuyo nivel de degradación lleva a la legitimación, exaltación y celebración de la muerte de los adversarios; y cuando estos ‘adversarios’ son niños reclutados forzadamente que son bombardeados por fuerzas del Estado, como sucedió en el año 2019: sectores políticos y sociales, lanzan voces para legitimar, justificar y minimizar el hecho, en la mayoría de los casos, acusando a quienes lo han denunciado o han evidenciado una acción criminal del Estado, como ‘cómplices del terrorismo’, ‘auxiliadores civiles’, ‘comunistas’, ‘mamertos’ y otros apelativos que solo denotan la profunda crisis ética y moral de nuestro país.
En este punto y siguiendo a Bar-Tal (2010, 2013, 2017), las creencias y sentimientos relacionados con el patriotismo, tal como las que se han construido, por ejemplo, en torno a las Fuerzas Militares en Colombia, como se evidencia en esta investigación, no permiten, en muchos casos, percibir la humanidad del adversario y por esto se asocian con creencias acerca de su deslegitimación y maldad. Este discurso fue el que se construyó de forma decidida durante el gobierno de Colombia durante los años 2002 - 2010, en los que, según Gallo, et. al (2018), primó un discurso en el cual el patriotismo era sinónimo de homogeneidad y tomar partido:
El gobierno de Álvaro Uribe tuvo un gran énfasis en crear la figura de que ser neutral era un delito y que en Colombia había que ser patriota [lo que obligó a los periodistas] a ejercer eso que internacionalmente se conoce como ‘periodismo patriótico’ […] para ganar la favorabilidad de los medios instalando entre los periodistas una nueva cultura informativa” que se fue constituyendo en un “instrumento de normalización que pretende instalar nuevos criterios sobre los que es correcto o incorrecto a la hora de informar sobre el conflicto armado” (p.96).
Así, se direccionó la atención de la población hacia la absolutización del denominado ‘terrorismo’ como único problema del país, asociándolo a un solo actor del conflicto. En el mismo sentido, Cabrera (2013) y Castellanos (2014) afirman que desde el 2002 los discursos de la seguridad democrática tuvieron esta configuración, generando incluso procesos identitarios que han ido conduciendo a una fuerte polarización en diversos sectores sociales en una lógica amigo/enemigo, tal como se evidencia en nuestra matriz de resultados, y a lo largo de nuestra investigación, que imposibilita formas alternativas de comprender el conflicto armado, el proceso de negociación política con las FARC y el ELN y los acuerdos de La Habana, puesto que han devenido en la construcción de un enemigo absoluto, al cual es legítimo eliminar y destruir (González, 2015; Angarita Cañas, et. al, 2015; Roncallo-Dow, Cárdenas Ruiz, Gómez Giraldo, 2019). Lo que se ha reeditado en el actual gobierno del presidente Iván Duque, que ha reencauchado este tipo de significantes y significados, con apoyo de algunos sectores de la sociedad civil y algunos medios de comunicación masiva, pero con mayor énfasis, y desde el plebiscito en el 2016, por el uso de las redes sociales, las falsas noticias y la inoculación de miedo y odio.
Miedo, ira y odio que se ha extendido a muchas de las expresiones críticas frente al actual gobierno, frente a quienes apoyaron el proceso de paz y frente a ideas progresistas y de izquierda que han sido estigmatizadas dentro de un discurso polarizador que se hace útil a las élites en el poder y que termina prefiriendo la opción de la guerra y del conflicto armado, como una forma de mantener vivo un enemigo ‘real’ (en armas) para bloquear el acceso al poder y a la representación política de otro enemigo ‘imaginario’ (sin armas), pero que termina siendo para estas estructuras de poder, más peligroso que la misma guerrilla armada tal como se ha venido viendo también en los participantes de otras ciudades. Se le ha escuchado en varias intervenciones a Francisco de Roux, presidente de la Comisión de la Verdad en Colombia (CEV), que el imperativo ético y moral en nuestro país es detener la guerra, el conflicto armado y dejar de asociar violencia y política; pero para poder hacerlo se hace necesario despolarizar el discurso, romper la estigmatización con las expresiones políticas alternativas, progresistas y de izquierda para que puedan participar del juego de la democracia con las mismas posibilidades y reglas de juego que los poderes tradicionales. Para poder lograrlo, Butler (2017) propone la necesidad de desafiar a los medios de comunicación dominantes para que su visión hegemónica y homogenizante sea confrontada. Para que circulen otros relatos, otras versiones, otras experiencias, otras narrativas que permitan comprender que todos los tipos de vida sean visibles y cognoscibles, de tal manera que todos y todas, los que han caído en esta guerra, puedan ser objeto de duelo. Para que las posiciones políticas alternativas, críticas, de izquierda y no afines al poder de turno puedan tener espacios proporcionales de difusión, con un tratamiento equitativo libre de prejuicios, estereotipos, sin miedo y sin odio. Quizás esta sea la única forma de desafiar las lógicas de la guerra (Butler, 2017). Y confrontar discursos monolíticos, cerrados, centrados en ideas de patriotismo, unidad, preservación del orden (Gallo, et. al, 2018) y con ello, lograr por fin un país incluyente, en paz, democrático y equitativo que haga dignos de vivir a sus hijos. Quizás es la única forma de lograr enterrar a ‘Desquite’ e impedir que siga resucitando, 60 años después de su muerte (Cfr. Gonzalo Arango, 1959, Elegía a Desquite).