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Una primera cita
La Colmena, núm. 91, pp. 103-105, 2016
Universidad Autónoma del Estado de México

La abeja en La Colmena



Recepción: 03 Abril 2016

Aprobación: 05 Agosto 2016

Palabras clave: escritura creativa, prosa, cuento

Keywords: creative writing, prose, short stories

Una primera cita

No es común concertar una cita con alguien que conocí en internet; esta es una excepción. Me siento emocionada porque al chico lo encontré en una de esas apps sociales para ligar. Cuando el servidor de la aplicación hubo hecho el matchmaking pasé a la siguiente fase: intercambiarnos el Facebook. Sin pretensión de agobiar con detalles banales paso al meollo del asunto, pues se conocen los rudimentos del arte.

Quedamos en vernos en su departamento. Sus roomies habían salido de viaje, por lo que aprovechó, sin temor a las befas masculinas, la coincidencia, arreglando la sala con velas aromáticas, una mesa con mantel carmesí, cubiertos bien dispuestos y servilletas origami. La pasta acompañada de rúcula y prosciutto lucía inmejorable. El hombre se había formado culinariamente con las videorrecetas estilo Tasty. Todo marchaba bien: ambiente agradable, sujeto guapo y simpático. Si no fuera por una inquietud.

Aunque mi trabajo exige mucho tiempo, siempre procuro preparar mi comida en casa, que llevo en grandes tuppers . Esa mañana corría con normalidad; sin embargo, una oficinista apurada me empujó en el andén de la estación del subterráneo y mi bolsa de tuppers cayó a las vías. Pobres papas al horno, fueron devoradas por las ratas antes de que llegara el siguiente convoy. Sin viandas caseras me sentí obligada a salir para buscar comida. Sin pensarlo, pedí unos tacos de guisado en un puesto con esos letreros en cartulina fluorescente: dos de jamón con queso, uno de salchicha con huevo, tres de chicharrón en salsa verde. Sí, con frijoles y tortilla doble, por favor.

Si la comida es mala descubres sus efectos cinco horas después, dicen. Eran las ocho de la noche, mi estómago no se hacía esperar. Después de los primeros bocados de la pasta mi cerebro relegó su función de coquetería por la función visceral: defecar. Ya no soportaba apretar las nalgas ni la sensación de las rodillas. Necesito usar el baño, dije, ¿dónde está? Pareció un poco sorprendido, pero actuó natural, sonriendo, pues tal vez pensaba que necesitaba un retoque o perfumarme, aunque no me imaginó sentada en el retrete, pujando para salvar la noche. En el pasillo, hasta la última puerta, contestó.

Ya en el baño puse en labor mi determinación. No podía proceder a la deposición sin tomar cautela, pues al haber dos personas los ruidos de la casa se manifestaban. Apenadísima, liberaba las flatulencias e imaginé con horror las expresiones de mi cita: ¿Seguro que es una chica y no un transexual?; exonera el vientre como un trailero diarreico en un baño acuoso de la carretera. No cabía duda de que pensaba eso.

La mala suerte no se había acabado. Terminé. Papel higiénico. El botón no funcionaba. Con los nervios quebrados apretaba y jalaba desesperadamente el botón del retrete. La popó no se iba. Llevaba más de quince minutos dentro del baño y no debía quedarme más tiempo, era imperativo que saliera de ahí, pero también los desechos.

Sé que en momentos de gran tensión tomamos decisiones muy estúpidas; ésta no es una excepción. Encontré una bolsa de plástico y envolví mi mano con ella para extraer el desperdicio; le hice un nudo y la metí en mi bolso.

Salí triunfante del problema, sonriendo al hombre. El resto de la cena me producía inquietud el pensar que dentro de mi bolso, bajo mis piernas, una masa amenazante y pestilente acechaba en la noche. Era imposible estar tranquila ante semejante situación, mucho más cuando comenzaron los toqueteos y los consecuentes besuqueos. Mientras estábamos en el sofá el tufo alcanzó nuestras narices. El chico paró en seco, abrió sus fosas nasales y dijo: «Disculpa, vuelvo en un momento». Se levantó para ir al baño. De inmediato pedí ayuda mandando un mensaje de Whatsapp a mi mejor amiga: «Necesito tu ayuda. Estoy en una cita y tengo popó en mi bolso» «¿Qué dices? ¿Por qué traes caca en el bolso? ¡Sácala, haz algo!» «No puedo, no hay dónde. ¡Carajo!» «Tranquila, busca el bote de basura y échala ahí” «¿Eres tonta o qué? Cuando tire la basura se dará cuenta, y será peor. Espera, ya sale del baño».

Tenía que hacer algo. Tomé el bolso, subí a la azotea del edificio. Busqué el lado que diese a la avenida y con todas mis fuerzas lancé el bolso hacia los coches. Me sentí liberada. Regresé al departamento con total disposición a disfrutar la noche. Lo siento, necesitaba tomar un poco de aire. No te preocupes, te noté un poco agitada, dijo comprensivamente. Ya no resistía y lo tomé del cuello, besándolo con la pasión reprimida hasta ese momento. Volvió a parar en seco: oye, tienes algo en el cabello. Mierda

Notas de autor

* Nació en la Ciudad de México y actualmente reside en Ecatepec de Morelos. Es estudiante de la Licenciatura en Letras Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), México. Ha colaborado en revistas como Opción , y en la publicación electrónica Primera Página . Fue redactor en la ya extinta revista cultural Cloroformo.


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