Pliego de poesía


He engullido un
estupendo trago de poesía
pronto estaré flotando con el resto de la ceniza
deshecho como un cadáver de cigarro
dentro de una lata de cerveza
mientras tanto me siento frente a una escultura
quieto, la observo con atención
espero
busco su vibrar secreto
de pronto los tragos surten efecto
Una vez el hombre le
preguntó al poeta:
¿Por qué baja la
cabeza?
¿Es por respeto? ¿Por
vergüenza?
¿Por culpa?
“Éste es el arte de los
cabizbajos”
Veo en el fondo del
espejo una bolsa de tierra caliente
soy un desierto habitado por voces
incomprensibles
el fruto del beso maldito de cientos de
mujeres
soy las manos de mi tatarabuelo recolectando el
algodón
las tripas revueltas del hombre que violó a mi
bisabuela
la fotografía en sepia de un muerto recién
nacido
tengo los nervios de mi abuelo en la guerra
la risa de su mejor amigo
tengo los labios de mi padre
tengo el cuello de mi madre
mi cabello es largo como la palabra melancolía
y mi boca inmensa
como el silencio
tengo los ojos de los perros andando por las
noches azules
tengo los huesos fríos como las calles empedradas
y la piel tibia como el vapor de mi cocina
soy el rocío de la hierba del cerro de las
cruces
el cultivo que se incendia y arde con el
viento
soy el aire caliente que brota del fondo de un
orgasmo
y soy el temblor que agita el fondo de la
calma
veo en el fondo del espejo una bolsa de tierra
caliente
una bolsa de tierra tragada por la luz de las
estrellas
De cierta borrachera
agria y dorada
vino el verdadero peso de mis huesos
picaban y tintineaban como estalactitas
pequeños puntos brillantes bajo mis párpados
sentí la columna tensa
como cuerda de Judas
y el vaivén invertido en mi cráneo
era mi cabeza un globo de helio,
el cuello como hilo,
y el viento la bailaba con ternura
otra suave trenza de whisky me cantó
acariciando el rostro del hielo
siempre lo abraza y lo besa y lo levanta
el desierto lo llevo en el fondo del cristal
el deserto lolevo menel tondo defristal
fraila tinda lemis toscados
intierno faligo deferno
ucleman ufarmen misiemas
intierno faligo deferno
lumoscapa fermicara
luzforma intrahondo
tuergo
fermi boca
en el intierno
cuando me perdí de los hombres
vi dos serpientes
mis pies caminando en el desierto
turbando las sábanas a medio día
el oro virgen bajo el cielo
casi siento la seda
pero el aire estaba maldito
sólo podía respirar agua negra
entraban los ríos turbios por mi garganta
las dunas estaban hasta en mis venas
al mirar el rojo hilachado
en el amarillo de mis dedos
el desierto lo llevo bajo la piel


A menudo pienso en mi catedral de tres pisos
donde empecé a escribir en serio entre
ellos
los hijos del barro
los danzantes de la plaza tlanchana
los vecinos cuerpos cosmovitrales
y las figuras desconocidas del distrito
siempre todos con las cabezas
inclinadas
o desentrañando las vibraciones con
palabras
en el último piso de un museo vivo
(arriba los que escriben
abajo los rendidos)
el vibrar secreto está debajo de la
punta del gis
que desgarra el lenguaje del pizarrón
(no quiero destripaderos
en mi taller)
(este trabajo es una chinga)
nos sofocábamos revolcados en el calor
de las letras
pero luego teníamos diez o veinte
minutos delicados
había una estrella de clorofila
incrustada a una pared blanca
los bolígrafos sonaban hasta el pasillo
siempre arrancan y se mueven y huele a
gasolina
qué lejos está, de pronto, el barro
dulce
de nuestras frías camas hundidas en
medio de una recámara a oscuras


Una vez el hombre le preguntó al poeta:
¿Por qué baja la
cabeza?
¿Es por respeto? ¿Por
vergüenza?
¿Por culpa?
“Unos echan los ojos
arriba
buscando el reino de los cielos
nosotros levantamos la nuca a las estrellas
buscando el reino de los suelos”
quizá es porque ya están arriba, dice uno
más bien buscarán a Rimbaud
en los infiernos, dice otro
quizá están siguiendo pistas, se comenta
(no
detectives
pero salvajes al fin)
yo creo que están pensando, alguien disputa
no, más bien están decepcionados, se oye desde
el fondo
No lo entenderían,
dice Dios aburrido, mirando y agitando el vino
en su copa
Una vez el hombre le
preguntó al poeta:
¿Por qué baja la
cabeza?
¿Es por respeto? ¿Por
vergüenza?
¿Por culpa?
El poeta respondió
“Porque estoy leyendo, porque estoy
escribiendo”.
Sentado frente a la escultura
antes de caer y desparramarme como un montón de
piedras
resiento su quieta tensión
la escultura es un nudo a punto de estallar
veo su rostro de esfinge
me mira con seriedad
y entiendo que el vibrar secreto de la
escultura está en su cuello
y sube por su nuca
y atraviesa su cabeza y llega a las estrellas
el vibrar secreto de la poesía
he engullido un estupendo trago de poesía
para entender
para alcanzar con el espíritu
lo que no se alcanza con el lenguaje mundano
y de pronto vibra mi cuello también
y sube por mi nuca
y atraviesa mi cabeza
y gruñe
y lucha
y casi

Notas
Notas de autor