Reseñas
Recepción: 28 Julio 2016
Aprobación: 27 Noviembre 2016
Resumen: Tanto el desenvolvimentismo como el desarrollismo comparten una característica común que los acompaña desde su fundación como cuerpos de doctrina: permanecen en el acervo cultural de nuestros países. Este artículo realiza una comparación entre el desenvolvimentismo brasilero y el desarrollismo argentino teniendo en cuenta no simplemente los elementos constitutivos de sus programas, sino más bien las resonancias históricas que de estos dos cuerpos doctrinarios se verifican en el plano siempre extensivo y abierto de los imaginarios sociales. Nuestro principal eje de análisis girará en torno de las distintas implicancias que de estas dos formulaciones del pensamiento nacional pueden observarse en términos de organización de la experiencia práctica y de las motivaciones para la acción en determinados actores sociales en cada unos de los países.
Palabras clave: desarrollismo, planificación, Brasil, Argentina, intelectuales, desarrollismo, planificación, Brasil, Argentina, intelectuales.
Abstract: Both Brazilian and Argentinan developmentalism share a common characteristic that accompanies them since their founding as bodies of doctrine: they remain in the cultural heritage of our countries. This article makes a comparison between the Brazilian desenvolvimentismo and Argentinan desarrollismo taking into account not just the constituent elements of their programs, but rather the historical resonances that of these two doctrinaire bodies are verified in the always extensive and open territory of social imaginary. Our main focus of analysis will be the various implications of these two formulations of national thought that can be seen in terms of organization of practical experience and motivations for action in certain social actors in each of the countries.
Keywords: Developmentalism, planning, Brazil, Argentina, intellectuals, Developmentalism, planning, Brazil, Argentina, intellectuals.
Introducción
El año de 1958 representó para Argentina y Brasil un momento crucial en lo que respecta a sus narraciones e intentos de un pensamiento nacional. En Argentina ganaba las elecciones presidenciales Arturo Frondizi, un político radical de probada retórica antiimperialista que venía dispuesto a terminar con “cien años de colonialismo” y a implantar una “Revolución Nacional” en todo el territorio. Su programa, su orientación ideológica, su doctrina política se resumía en una sola palabra: desarrollismo. Ese mismo año en Rio de Janeiro, Hélio Jaguaribe -que por entonces dirigía el Departamento de Ciencia Política del Instituto Superior de Estudios Brasileros (ISEB), organismo dependiente del Ministerio de Educación y Cultura y encargado de la promoción del desenvolvimentismo nacional [1]. publicaba “El nacionalismo en la actualidad brasilera”,generando ciertas fricciones con el resto de los integrantes de la Institución y su salida de la misma unos meses después. El libro reformulaba algunas líneas interpretativas consensuadas dentro del ISEB respecto del papel que podía cumplir el aporte del capital extranjero en ciertos sectores básicos de la economía. Curiosamente, ese punto ya había sido explicitado en la plataforma electoral desarrollista de A. Frondizi que lo había llevado a la victoria, si bien es cierto que hubo grandes diferencias entre el programa de gobierno y lo efectivamente realizado.
Lejos de rastrear cuánto hay de contaminaciones cruzadas entre un proyecto y otro, en estas páginas nos proponemos una comparación entre el desarrollismo argentino y el desenvolvimentismo brasilero respecto de sus capacidades para moldear y afectar los parámetros, las ordenaciones y los contenidos de las ideas de su tiempo y, a través de ellas, las pautas de comportamiento de los agentes político-sociales. Esto es lo que entendemos por proyecto. En otras palabras, ¿Es posible hablar de una “experiencia social” desarrollista o desenvolvimentista? ¿Cuál fue el grado de permeabilidad de las respectivas sociedades argentina y brasilera al concepto de Nación formulado por desarrollistas y desenvolvimentistas? ¿En qué medida los procesos históricos subsiguientes de cada país se vieron reprocesados por su influencia?
Admitimos la dificultad de homologar dos conceptos cuyos “soportes sociales simbólicos” son cualitativamente distintos. Seguramente parte de los éxitos y fracasos de uno u otro hayan estado en los tipos de condicionamientos que cada uno de los proyectos recibió. Pero aquí vamos a privilegiar una mirada más general tomando con relativa unidad conceptual tanto al desarrollismo como al desenvolvimentismo. Como hipótesis (o conjetura) central del trabajo pretendemos enfatizar el hecho de que el desarrollismo argentino se vio afectado por un “encapsulamiento” gradual de la experiencia que se diferencia de cierta continuidad reflexiva que puede caracterizar al desenvolvimentismo brasilero. Para poder expandirnos sobre este argumento hemos organizado nuestros comentarios en dos partes, que si bien se diferencian cuantitativamente dan sentido de unidad a lo que queremos decir. La primera parte consiste en un repaso de las principales características de ambos proyectos; en la segunda parte intentamos realizar un balance aproximativo de sus influencias en los imaginarios sociales. Comenzamos estas notas explicitando el plano en el que intentamos la comparación.
Algunas cuestiones preliminares
El interés por investigar el recorrido, desenlace y posibles consecuencias de una serie de ideas producidas en una determinada época está vinculado con una perspectiva de abordaje que -creemos- debe ser explicitada. Aquí trataremos de realizar una comparación entre el desarrollismo y el desenvolvimentismo teniendo en cuenta no simplemente los elementos constitutivos de sus programas, como si se tratara de un repaso de sus principales contenidos, sino más bien de las resonancias históricas que de estos dos cuerpos doctrinarios se verifican en el plano siempre extensivo y abierto de los imaginarios sociales. Nuestro principal eje de análisis girará en torno de las distintas implicancias que de estas dos formulaciones del pensamiento nacional pueden observarse en términos de organización de la experiencia práctica y de las motivaciones para la acción en determinados actores sociales en cada uno de los países. El plano comparativo resulta entonces de la intersección entre el enunciado de un conjunto de ideas, su internalización en determinados actores y la constitución de determinados proyectos históricos con capacidad de intervenir la vida nacional.
Trabajaremos esta comparación teniendo en cuenta que las representaciones sociales de una época no son realidades segundas o derivadas; tenemos que “admitir su eficacia en la formación de la materia misma de la experiencia, es decir, en la imposición de matrices de la percepción y la memoria que configuran los límites de lo pensable” (Vezzetti, 2002: 12). En otras palabras, se trata de ver cómo ciertas representaciones e ideas de una época se relacionan, por un lado con el arco más extenso del resto de los imaginarios sociales y, por el otro, con la formación de los parámetros de la experiencia cotidiana.
Hoy en día, tanto el desenvolvimentismo como el desarrollismo comparten una característica común que los acompaña desde su fundación como cuerpos de doctrina: sigue existiendo su permanencia en el acervo cultural de ambas sociedades. Equivocadamente o no, mal o bien, aún continúan en el arco de las representaciones colectivas. Claro, no tienen la gravitación de otra época, no quieren decir lo mismo y –lo que nos interesa puntualizar más específicamente en este trabajo- no tienen la misma incidencia en la experiencia práctica que sesenta años atrás. Pero es precisamente a partir de esta inquietud contemporánea sobre las ideas “pasadas” del desarrollismo y el desenvolvimentismo que pretendemos no sólo puntualizar más específicamente cuál fue su resonancia en los años ‘50 sino también aportar algunos elementos para su reconstitución genealógica actual.
No es novedad alguna decir que a lo largo del tiempo ciertas nociones o construcciones intelectuales van sufriendo todo tipo de mutaciones simbólicas y estiramientos conceptuales, sobre todo en el caso de una idea como la del desarrolilsmo - o desenvolvimentismo. Aquí la creación y recreación ininterrumpida, que va enlazando diferentes generaciones en torno a un mismo arco de problematizaciones, deja su marca y reformula las orientaciones del trabajo intelectual que le sucede. Este proceso científico asume intensidades y características peculiares en nuestros contextos periféricos, donde las elaboraciones de lo que se constituye como un pensamiento nacional muchas veces reciben una estructuración externa que termina condicionando la formulación de propuestas “autónomas”. Así, las soluciones a las problemáticas de nuestras sociedades se ven transformadas en combinaciones extrañas de necesidades; esto se verifica tanto para el caso argentino como para el brasilero, aunque con ciertas diferencias. Como ya sugerimos, el proceso de lectura y relectura de lo que implica el desenvolvimento brasilero no sufrió el pernicioso “encapsulamiento” al que fue condenado -por distintos motivos que veremos más adelante- su versión argentina. Esto no implica afirmar que el desenvolvimento se transformó de una vez –y para siempre- en una idea hegemónica capaz de permear los diferentes campos de la sociedad brasilera en un sentido determinante, mucho menos si nos sujetamos a ver el recorrido específico del concepto de desenvolvimento elaborado por el ISEB.
A diferencia del desarrollismo, el desenvolvimentismo actuó de una manera más sostenida y fecunda como propulsor de una perspectiva histórica, una visión del mundo y su transformación, que se internalizó en diferentes grupos sociales y en camadas de intelectuales de distintos períodos y cuya incidencia fue fundamental en lo que respecta a la construcción de ciertas instituciones específicas del estado brasilero y al encuadramiento de las voluntades nacionales. Cuestión que reconocen hasta sus críticos más panfletarios:
Debe aceptarse, con todo, que tales imapasses y límites (teóricos) no pueden ser imputados apenas a la Institución aquí examinada. Influenciados por las “ideologías difundidas por el ISEB” no consiguieron organizaciones, movimientos y partidos (algunos de estos auto-intitulados de populares y proletarios) romper –tanto en el nivel de la teoría como de la práctica política- con la espesa camada de significaciones ideológicas impuestas por los grupos dominantes, el interior de la formación social brasilera en la década de los ‘50 y ‘60 (Navarro de Toledo, 1978: 181).
Más allá de la filiación clasista del pensamiento isebiano –cuya constatación merecería una discusión más extensa y rigurosa que la que ofrece Caio Navarro de Toledo- lo que nos interesa resaltar es precisamente esta información de una visión del mundo, este “enraizamiento” en las conciencias logrado por el ISEB, que termina reposicionando a los agentes sociales y organizando las características de la sociedad y el Estado.
Para comprender mejor las implicancias cruzadas del desarrollismo y del desenvolvimentismo debemos remontarnos al momento histórico de su aparición, a aquellas etapas de la vida nacional argentina y brasilera en las que, entre otras cosas, estuvo en juego el carácter y la distinción acerca de lo que se entendía por identidad nacional. Y esto precisamente porque los populismos que les antecedieron habían generado las “condiciones de movilización” - en planos tan diferentes como imprevistos- sin los cuales no podía darse la aparición de una nueva forma de pensamiento nacional. La disponibilidad que nos interesa resaltar aquí es la que tiene que ver con el mundo de las ideas, de las representaciones colectivas, de esos imaginarios sociales que se relacionan con un proyecto de país, con las definiciones más estratégicas del concepto de Nación. Pasados la Revolución Justicialista de los dos gobiernos de Perón y el Estado Novo de Vargas, no había forma de volver hacia atrás en lo que respecta a ciertas cuestiones centrales de perspectiva relativas al papel del Estado, la injerencia de las clases populares en la vida nacional, las formas de crecimiento económico y –aunque en forma más híbrida y condicionada- a lo que se debía entender por democratización. No es que le quitemos mérito a la época que pretendemos comentar, todo lo contrario. Lo que queremos resaltar es el carácter sintético de esa etapa -los años ‘50-, carácter que se expresa en esa misma potencia enunciativa encerrada en los proyectos desarrollista y desenvolvimentista. En Brasil:
los años ‘50 representan un punto de inflexión en ese proceso, puesto que en ellos ocurren –simultáneamente- la rutinización de las innovaciones tecnológicas (intelectuales) del pensamiento social de los años ‘30 –el “redescubrimiento de Brasil”, la absorción de la sociología como método de análisis de la realidad, la reflexión sobre la naturaleza y la estructura del Estado, el reconocimiento de la cuestión social, etc.- y, por otro lado, un cambio profundo de énfasis, problemáticas y tecnologías intelectuales, marcadas, esta vez, por la emergencia de la sociedad y de su transformación como problema” (Brandão, 2005: 240).
Como veremos más adelante con mayor precisión, la etapa histórica en la que se gesta el proyecto del desarrollismo argentino no tuvo un aspecto tan marcadamente en disponibilidad - en la que estuvieran en juego y gestación nuevas tradiciones interpretativas de la historia nacional- como aconteció en el Brasil de los años ‘50. Desde ese punto de vista podemos decir que el peronismo condicionó mucho más el arco de las representaciones de la época y al propio desarrollismo que lo que puede verse para su correspondiente brasilero. Y quizás allí radique también la diferencia expresiva y de envergadura teórico/práctica entre un proyecto y otro. Por ejemplo, incluso una vez depuesto el peronismo consiguió asimilar para sí la referencia popular de ser el primero y único promotor de la inclusión social en la vida nacional, dejando un margen escaso para la formulación de un discurso político que promoviera una base de sustentación producida en torno de la incorporación de las clases populares y que fundara una relación carismática e íntima entre el bienestar del pueblo y el Estado. Eso explica el hecho de que al margen de su encendida y antiimperialista campaña electoral y de plantear una cierta idea de Revolución Nacional[2], el desarrollismo argentino no estructuró nunca sus principales elementos doctrinarios alrededor de la incorporación de las masas populares en las decisiones públicas como ocurrió con algunas formulaciones del ISEB, que llegaron a promover un “desenvolvimentismo social”(Jaguaribe, 1960) y hasta apoyaron las llamadas Reformas de Base de João Goulart. Aquí es donde tiene sentido intentar reubicarnos en los diferentes contextos históricos para ver que las condiciones de emergencia de uno y otro proyecto –en lo que respecta a las simbologías y fuerzas iniciales- están influenciadas por los diferentes movimientos y ritmos anteriores de sus respectivas sociedades. Quisiéramos hacer unas últimas observaciones antes de pasar a los aspectos más sustanciales del trabajo.
Investigar, por un lado, el papel que ocupan los intelectuales en determinadas coyunturas históricas y, por el otro, hacer una evaluación de los alcances y protagonismos de ciertos grupos de configuraciones de ideas, permite introducirnos de forma más aguda en la comprensión de los movimientos globales de una sociedad (Bastos et. al., 2003). Sería otra nuestra comunicación con la “Era Vargas” y sus consecuencias culturales si no estuviera mediada por la bibliografía que se ocupó de estudiar las interrelaciones, por ejemplo, entre los modernistas y “la política de Capanema”.[3] Asimismo, tendríamos otra visión del proyecto estratégico peronista en lo que respecta a su perfil nacionalista si no tuviéramos en cuenta las implicaciones del apoyo del grupo FORJA. Es decir, el trasladar nuestras observaciones hacia el plano de las ideas, los intelectuales y las construcciones de la conciencia social nos permite avanzar en nuestros sentidos de interpretación sobre determinados procesos. Eso es lo que pretendemos para el desarrollismo y el desenvolvimentismo, y los años ‘50. Es una forma más de descubrir que los acontecimientos históricos llevan consigo una multiplicidad de mediaciones y que “el país que debemos construir no siempre es el que puede ser construido y que, de cualquier manera, tal construcción depende estrechamente de cómo interpretemos su trayectoria histórica y sus posibilidades objetivas” (Brandão, 2001: 27).
Primera parte
Brasil de los años ‘50: una nueva forma de ver la Nación
Ya hemos mencionado la importancia de considerar la aparición del desenvolvimentismo como resultado de condiciones anteriores. Nuestro punto de partida es que hacia los años ‘50 –y en paralelo a experiencias muy similares de otros países latinoamericanos, como la Argentina- la gravitación de ciertas problematizaciones surgidas en torno de los años ‘30 recibieron una reinterpretación y un redimensionamiento “técnico” que internalizó preocupaciones semejantes a partir de una forma discursiva diferente.
El peso desempeñado por la sociología de esos años, como campo científico de argumentación, abrió nuevas visiones acerca de los problemas básicos y estructurales que impedían el despliegue de una idea de Nación. Aparecieron otras causas, nuevas barreras, que se amoldaron a las anteriores y, combinadas, colocaron como una de las discusiones más urgentes la necesidad de “superar” el contexto de escaso desarrollo del país. De esta forma, e inducida por elaboraciones de diverso origen, la temática del “atraso” se impuso como diagnóstico preponderante. Un “atraso” que se medía a través de la imagen del desarrollo (desenvolvimento). Así, el principal síntoma de ese “atraso” se manifestaba en una imagen casi referencial del país en aquellos tiempos: la desigualdad; precisamente, las investigaciones de los sociólogos los llevaron a delinear el cuadro de una sociedad profundamente desigual de la década del ’50. Desigualdad y “atraso” eran un mismo núcleo dramático que distorsionaba la comprensión y formulación de la Nación. Su contrapartida, el desenvolvimentismo, encontraba espacio analítico en la medida que correspondía con una necesidad práctica y, en palabras de los isebianos, posible.
Pensando en situación estamos convocados a elaborar la ideología que nos permita descifrar Brasil, trasponiendo el obstáculo histórico que su actual crisis representa. No pensaremos más por el placer de pensar, sino para resolver un problema urgente de sobrevivencia, para dar forma y estructura a un país que despertó... (Corbisier, 1960: 87).
Sobre este marco orientativo de problemas y espíritu de época es que va a surgir el ISEB como instituto especializado en
aplicar las categorías y los datos de esas ciencias [sociología, historia, economía y política] al análisis y a la comprensión crítica de la realidad brasilera promoviendo la elaboración de instrumentos técnicos que permitan el incentivo y la promoción del desenvolvimento nacional (ISEB, 1955).
Si bien puede decirse que el ISEB “alcanzará su plena vigencia y hábitat en el período juscelinista” (Navarro de Toledo, 1978: 31), la temática del desenvolvimento estaba presente en el mundo de las ideas –y en las inquietudes gubernamentales- desde hacía algunos años.[4]
La creación del ISEB fue el resultado de dos momentos anteriores: primero, la constitución informal del Grupo de Itatiaia, en 1953, cuyos integrantes eran predominantemente de Rio de Janeiro, y que ya tenían como proyecto político organizar e institucionalizar la asesoría gubernamental respecto del rol del Estado; tiempo después, el IBESP, cuya principal labor consistió en hacer circular una revista que marcó fuertemente los imaginarios intelectuales de los años subsiguientes: “Cadernos de Nosso Tempo”. De la precariedad jurídica del IBESP -y la escasa posibilidad de incidencia de la Institución- surgió, a mediados de 1955, la necesidad de encontrarle a este grupo de intelectuales reunidos para pensar Brasil un espacio orgánico dentro de las dependencias estatales. Se creó, entonces, a través de un decreto presidencial de João Café Filho, el Instituto Superior de Estudios Brasileros (ISEB).
Como señala Bresser-Pereira:
el hecho era sorprendente, ya que sus miembros habían apoyado a Getúlio Vargas, se habían opuesto al golpe que lo derrocó, y en aquel momento defendían la elección de Juscelino Kubitschek, del cual se esperaba la continuidad de la política industrializadora de Vargas(2004: 2).
Con la elección de Juscelino, el ISEB se transforma en el principal foco de pensamiento nacionalista y desenvolvimentista brasilero. Estructurado fundamentalmente en tres órganos permanentes (Concejo Consultivo, Concejo Curador y Dirección Ejecutiva), el ISEB se dividió en cuatro Departamentos de actuación (Filosofía, Economía, Historia y Ciencia Política) cuyas producciones tuvieron momentos de mayor y menor homogeneidad ideológica. Más adelante volveremos sobre las tensiones producidas al interior mismo de la Institución; digamos por el momento que en sus inicios predominó un espíritu ecléctico[5] sintetizado, por ejemplo, por la composición del Concejo Curador y del Concejo Consultivo; figuraban allí, entre otros: Gilberto Freyre, Sergio Buarque de Hollanda, Roberto Campos, Horacio Lafer, Paulo Duarte, Hermes Lima, Miguel Reale, Santiago Dantas.
Una vez institucionalizado, en el ISEB comenzaron a funcionar cursos regulares anuales, conferencias, seminarios de estudios, investigaciones, etc., actividades en las que participaban representantes de las Fuerzas Armadas, del Concejo de Seguridad Nacional, del Congreso Nacional, funcionarios de los diferentes Ministerios, líderes sindicales, parlamentarios estaduales, profesores y estudiantes universitarios, etc. Se convirtió en muy poco tiempo en un espacio de irradiación de ideas, lo que más arriba llamamos de “soporte social simbólico”, en el que se condensaban las formulaciones más conscientes de lo que tenía que ver con la industrialización, el papel del Estado y lo que los isebianos calificaban de Revolución Nacional Brasilera. Cuando decimos que se trata de un soporte social simbólico, le adjudicamos una doble cualidad funcional: por un lado, como centralizador de una gran cantidad de información, experiencia y producción intelectual; por otro, como fuente de influencia discursiva, representacional, tanto para lo que tiene que ver con las decisiones gubernamentales[6] como para lo que tiene que ver con el campo abarcativo de las ideas de la época.
La Revolución Nacional Brasilera como base analítica
En alguna medida, la referencia a una Revolución Nacional Brasilera, con su momento de inicio en los años ‘30 bajo el liderazgo de Getúlio Vargas y sobre la estrategia de la industrialización sustitutiva de importaciones, funcionó en las elaboraciones isebianas como una guía de lectura y comprensión de los procesos estructurales de metamorfosis social por los que atravesaba Brasil. Se planteaba allí ese puente complementario entre dos de los períodos más intensos de la vida nacional brasilera al que hacíamos referencia más arriba: los años ‘30 vistos desde los ‘50. Esta orientación interpretativa de la historia política se complementaba, en el plano económico, con el pensamiento estructuralista de la CEPAL; particularmente, con las formulaciones de Celso Furtado que, si bien no era parte orgánica del Instituto, participaba activamente en los cursos de formación y divulgación de sus ideas.
De esa forma, la perspectiva política del ISEB, centrada en la idea de la Revolución Nacional, y la perspectiva económica de la CEPAL, fundada en la crítica a la teoría económica neoclásica, sumaban fuerzas, aportaban una base sólida, en los inicios de los años ‘50, para que un poderoso e innovador grupo de intelectuales pensara Brasil y América Latina (Bresser-Pereira, 2004: 5).
Tanto para el ISEB como para la CEPAL, el desenvolvimento era un proceso de acumulación de capital y de incorporación de tecnología a través del cual los perfiles de la distribución de los recursos disponibles aumentarían la calidad de vida de la sociedad como un todo. En este sentido, se trataba de una perspectiva holista que se componía a partir de la conjunción y el aporte interdisciplinario, constituyendo un pensamiento social como pocas veces se ha reconocido en el contexto latinoamericano. Esta combinación intelectual de economía, historia, sociología y ciencia política terminó produciendo una perspectiva del desenvolvimento que, como lo hemos advertido más arriba, superaba en varios casos la referencia estrictamente relacionada con el crecimiento económico.
Desde un punto de vista conceptual, la noción de desenvolvimento intentaba dar cuenta de una tendencia en el tiempo, de un proceso prolongado cuyas condiciones de realización ya estaban instaladas. La Revolución Nacional tiene que comprenderse dentro de esa “fase de transformación, caracterizada por la enérgica y acentuada propensión al desenvolvimento” (Jaguaribe, 1958: 41). A partir de estas nociones referidas a las características temporales de los procesos de trasformación estructural (“fases”, “épocas”, “evolución”) es que se re-conceptualiza la noción misma del carácter capitalista de la revolución en curso. La idea de una revolución capitalista a tono con la Revolución Nacional, visible en algunos de los pensadores isebianos más cercanos al marxismo (como Ignacio Rangel, Nelson Werneck Sodré y, en alguna medida, Celso Furtado), no sólo se refería a los dinamismos económicos sino también a los subproductos que una sociedad modernizada podía lograr. La Revolución Nacional era una conceptualización íntegra sobre los efectos positivos de la modernización del Brasil. En la línea de Hélio Jaguaribe y Celso Furtado, se trataba de superar las formas enraizadas de capitalismo mercantil y pasar hacia un capitalismo industrial; sólo a partir de una revolución industrial es que la revolución capitalista se completa, y donde los lucros alcanzados en mercados competitivos pasan a depender de una constante incorporación de tecnología a la producción (Furtado, 1962). Ahora, este proceso de conversión –que se correspondía con el diagnóstico del “atraso” mencionado antes- requería de una fuerza propulsora externa que definiera estratégicamente las fórmulas y los plazos de su efectivización, ya que por las propias dinámicas históricas del Brasil no se habían constituido los agentes sociales adecuados para ello[7]. De esta manera, se daba lugar a la aparición del Estado como agente principal de la planificación.
Para el ISEB, el Estado debía prioritariamente proteger las estructuras que cimentaban la capacidad industrial; su liderazgo estratégico en el proceso de desenvolvimento nacional lo obligaba a revisar las formas de apoyo y sostenimiento de lo que debía transformarse en el punto de partida para la Revolución Nacional. Si en el caso argentino, como veremos, el concepto de desarrollo iba combinado con una noción de “integración”, en el caso del desenvolvimentismo elaborado por el ISEB había un fuerte énfasis en la necesidad de una “planificación” y de una función abarcativa para las actividades estatales. Desde este punto de vista, el Estado -al igual que en los planteos de la CEPAL- no sólo funciona como un cuadro normativo que regula organizacionalmente la interacción entre los diferentes actores sino también, puesto que es la instancia normativa fundamental, tiene la capacidad de ir remodelando sus estrategias de acuerdo con el éxito o el fracaso de las mismas.
El Estado se convierte en una parte fundamental del desenvolvimento puesto que es quien acompaña el dinamismo del proceso histórico a través de la planificación y re-planificación permanente. Como en el Estado se condensa la memoria histórica posible de un país, éste se convierte en un depositario de todas las decisiones escogidas a lo largo del tiempo, lo que amplía enormemente su visión de conjunto. Ahora, que el Estado asuma este papel no quiere decir que a los actores sociales no les competa ningún tipo de rol, todo lo contrario. Como dice C. Furtado, el dinamismo de la economía capitalista resulta del papel que cumple la clase empresarial (1962). Para varios pensadores del ISEB –y en este punto quizás reconozcamos en las formulaciones isebianas alguna influencia mediada de los pensadores autoritarios de los años ‘30, cuya mala prensa durante el período intelectual que nos ocupa no contribuyó a que se hicieran referencias más explícitas- es fundamental el papel que desempeñan las elites en el proceso de acumulación capitalista, pues son la marca del carácter dinámico (o no) de las condiciones económicas (Jaguaribe, 1958).
Al respecto, en torno a la posibilidad de hablar de una burguesía nacional se despertaron una serie de contradicciones al interior del ISEB, algunas de las cuales retomaremos sobre el final del trabajo. Reafirmemos por el momento el concepto de desenvolvimentismo:
el proceso de acumulación de capital, incorporación de progreso técnico y elevación de los patrones de vida de la población de un país, que se inicia con una revolución capitalista y nacional; es un proceso de crecimiento sustentado del ingreso de los habitantes de un país a partir del liderazgo estratégico del Estado Nacional y teniendo como principales actores a los empresarios nacionales. El desenvolvimento es nacional porque se realiza en los cuadros de cada estado nacional, sobre la égida de instituciones definidas y garantizadas por el Estado (Bresser-Pereira, 2004: 10).
El hecho de insistir en la necesidad de que la revolución capitalista se realice como Revolución Nacional, al mismo tiempo que se reconocía un contexto internacional de intercambios desiguales o de deterioro de los términos del mismo –tesis extraídas de la CEPAL- no hace más que otorgar a la esfera estatal una serie de prerrogativas respecto del uso de su fuerza coactiva para imponer determinados criterios al interior de un territorio determinado. Si la revolución capitalista debía ser nacional y dentro de los límites de un Estado, entonces correspondía a éste coordinar los lucros de las empresas monopólicas, tener control sobre las remesas de dinero al exterior, entre otras medidas, reafirmándose por sobre las propias lógicas del sistema económico. Esto era, en otras palabras, recrear una idea compartida de interés nacional, en el sentido identitario que mencionamos anteriormente.
Para poder enfrentar este “desequilibrio visible” de fuerzas materiales entre los países desarrollados y los subdesarrollados era indispensable salirse de la sumisión cultural y pensar Brasil desde códigos propios de comprensión, diagnóstico y gerenciamiento. En torno a esta dimensión es que, por un lado, se verifican las mejores originalidades y potencialidades del pensamiento isebiano y, por otro, apreciamos mejor las comunicaciones epocales con su formulación argentina. La necesidad de constituir un pensamiento brasilero aparece como condición de soberanía y es desde esa perspectiva que deberíamos evaluar cuán importante ha sido, en sus múltiples ramificaciones, la gestación del concepto de desenvolvimento. En un país subdesarrollado la conciencia no puede ser sino “inerte, pasiva y conformada” (Pinto, 1960: 90). Por eso resulta imprescindible generar las condiciones para la producción de una ideología que se oriente hacia el desenvolvimento. Según Corbisier:
si es verdad, como se dice, que no hay movimiento revolucionario sin teoría del movimiento revolucionario, no habrá desenvolvimento sin la formulación previa de una ideología del desenvolvimentismo nacional (Corbisier, 1960: 87).
Quizás la principal batalla propuesta por parte del ISEB –y que acabó condimentando los imaginarios sociales brasileros por varios períodos- fue su pelea contra el pensamiento simplemente transplantado. Helio Jaguaribe, en la editorial del primer número de “Cadernos de Nosso Tempo”, lo resume de la siguiente manera:
El problema de nuestro tiempo, inclusive aquellos que afectan directamente a Brasil, son considerados a partir de las perspectivas de los intereses alienígenas. Recibimos del extranjero, juntamente con los problemas, su interpretación pre-fabricada (Jaguaribe en Bresser-Pereira, 2004: 60).
Puesto que la Revolución Nacional tenía como meta hacer poseedor al país de sus propios recursos, para poder lograr su propia soberanía política y encaminar las transformaciones sociales que superaran el “atraso” y las desigualdades, era indispensable contar con una elaboración sólida, convincente, interdisciplinaria de lo que debía configurar el interés nacional y las múltiples formas en que se resumiría la propia identidad brasilera. No había otra forma de encontrar ese camino que reinventando aquellas señalizaciones anteriores -quizás las de los años ‘30 jugaron un papel más fuerte, pero desde luego que hay otras influencias-, siempre en función de estructurar un propio pensamiento nacional brasilero que pudiera cumplir las propias metas propuestas. En eso consistía, en algún sentido, el esfuerzo del ISEB.
La “aparición” del desarrollismo en la vida nacional argentina
Hay dos motivos que permiten recomponer con mayor facilidad los lineamientos generales del desarrollismo argentino. Por un lado, al tratarse de un proyecto político que accedió al Gobierno, contamos con los discursos, documentos, libros y la plataforma electoral para poder revisar su aspecto programático, sus posiciones doctrinarias y sus particularidades. Por otro lado, el grupo desarrollista conservó siempre una homogeneidad y organicidad -bajo el liderazgo de Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio-, que impidió fenómenos transversales de reapropiación, rediscusión y reelaboración de sus principales contenidos. Una de nuestras hipótesis de lectura respecto del desarrollismo argentino tiene que ver precisamente con el “encapsulamiento” antes mencionado. Si se quiere, un encapsulamiento por partida doble, ya que las referencias posteriores al complejo intelectual y de ideas relacionadas con el desarrollismo siempre terminaron confluyendo hacia la imagen, desgraciada por cierto, de lo que fue su experiencia de gobierno, de lo que fue el proyecto político concreto. Y, asimismo, esta imposibilidad de reactualizar el imaginario desarrollista fue también promovido por quienes formaron parte de su formulación. La constitución de un partido desarrollista, la rígida defensa posterior de las acciones tomadas durante su gobierno, y el confinamiento intelectual intrascendente de sus principales figuras, confluyeron para un encapsulamiento de la experiencia, tanto desde un aspecto ideativo –que es el objeto de este trabajo-, como de una incidencia más estrictamente política. Por el momento, veamos algunas de sus principales características.
Aquel “hecho maldito de un país burgués” del que hablaba John William Cooke para referirse al peronismo, había transformado no sólo la estructura social, la Constitución Nacional, las organizaciones sindicales sino que, además, había removido los antiguos imaginarios sociales reemplazándolos por otros, vertebrados a partir de los tres principios del ideario justicialista: independencia económica, soberanía política y justicia social. Frente a esta elaboración -cuyas nociones se irrigaron de distintas formas en la sociedad argentina de los años ‘50- toda formulación doctrinaria, toda opinión intelectual, todo posicionamiento político tenía que pasar directa o indirectamente por el tamiz representado por el peronismo. Es en este contexto de peronismo/anti-peronismo que va a surgir la “opción desarrollista”[8], un contexto sumamente polarizado que se agrava aún más luego del golpe militar de 1955 que derroca a Juan Domingo Perón. Componer una “ideología” o una nueva configuración de ideas implicaba un esfuerzo por transitar sobre una línea sensible donde las opciones intelectuales estaban permeadas de las posiciones políticas. Justamente para poder introducirse en el mapa motivacional de los actores, ganarse las bases de sustentación electoral y mantener cierta originalidad en las propias convicciones, el desarrollismo tuvo que presentarse en la siempre difícil posición de continuidad y quiebre. En palabras de Frigerio:
El signo común de la lucha por superar el subdesarrollo es su metodología, la cual consiste en la alianza de clases, porque en ella todos los intereses parciales coinciden, para su realización, en la realización de la Nación como tal (Frigerio, 1963: 9).
O como expresa más adelante en relación a las cualidades “nacionalistas” del desarrollismo:
Nuestra concepción (...) es nacionalista popular (...) debemos distinguirnos del nacionalismo reaccionario y del brazo izquierdo, que está formado por los partidos extremistas, históricamente ajenos a nuestra realidad nacional (Frigerio, 1963: 13).
Sólo bajo estas circunstancias puede entenderse, por ejemplo, el diálogo ambivalente que los desarrollistas tuvieron –una vez constituidos como un grupo de definida identidad- con el pensamiento de la CEPAL[9]. La premisa de que había una “crisis estructural del subdesarrollo” era aceptada no sólo por los desarrollistas sino por la mayoría de los observadores latinoamericanos de los años ‘50. Fue, como hemos visto en el caso del desenvolvimentismo, una perspectiva de análisis decisiva en la reordenación de lo que implicaba el nacionalismo de la época. Las discrepancias puntuales surgían según las coyunturas de cada país y según la plataforma discursiva sobre la cual cada formulación nacional encontraba un espacio dentro de las tradiciones ideológicas anteriores. Insistimos en la importancia que el contexto peronista tuvo para el proyecto desarrollista incluso, sintomáticamente, con el diálogo que estableció con la CEPAL. Enfatizando el hecho de que la CEPAL no consideraba suficientemente el rol que jugaban los monopolios en el deterioro de los términos de intercambio y en el mantenimiento de las viejas estructuras, y desconsiderando las tesis de la “complementación regional”, Frigerio estructura la base analítica principal del desarrollismo: “es la producción que crea mercado, cualquiera sea el carácter de la producción” (1983: 73). Es así que la tesis de la industrialización se convierte en el centro propositivo, re-articulador de los argumentos -frente a las propuestas más “genéricas” de la CEPAL- y permite rediscutir una cuestión clave en el medio de una caldeada coyuntura nacional.
La industrialización vía sustitución de importaciones que Perón había propiciado -argumentaban los desarrollistas. estaba atada a un permanente estímulo de la demanda interna y al subsidio estatal; había promovido un desarrollo básicamente insolvente de la industria liviana que descansaba en la capacidad -por cierto, creciente incapacidad- de importar que generara el sector exportador. Esta estructura productiva había mantenido al país en un estado de subdesarrollo que lo relegaba no sólo vis-à-vis respecto de los países avanzados, sino también frente a otras economías latinoamericanas de mayor crecimiento relativo. Desde este punto de vista
la política peronista, si bien tuvo el mérito de estimular el desarrollo industrial, al no priorizar las industrias básicas, su consecuencia fue agudizar la dependencia, debido a la creciente demanda de insumos industriales y energía, que el país no producía en las calidades y cantidades requeridas (Vercesi, 1999: 2).
La estrategia de sustitución de importaciones, lejos de ser abandonada, tenía que ser re-direccionada, orientándola hacia la producción de materias primas elaboradas, maquinarias, bienes de capital, etc.
Sobre ese diagnóstico, el Estado tenía un rol clave que cumplir ya que debía programar el desarrollo estableciendo primero el orden de prioridades y después los plazos en que debían alcanzarse esos objetivos. Se trataba de una intervención estatal limitada y específica –los desarrollistas siempre explicitaron su postura contraria a un Estado “elefantiásico”[10]- pero que de ningún modo dejaba la asignación de recursos librada meramente a las fuerzas del mercado. El Estado debía concentrarse en orientar el curso de la inversión e indicar la política crediticia y fiscal que debían seguir las agencias gubernamentales para facilitar el proceso de desarrollo, de marcado énfasis industrialista. De forma parecida a como proyectaban la función estatal los desenvolvimentistas brasileros, se trataba de generar un crecimiento que ampliara aquellos rubros que eran multiplicadores de la actividad económica, intentando generar una mejor y más confiable integración no sólo del sistema económico sino del territorio nacional. Según palabras del mismo Frondizi: "Siderurgia, energía, química pesada, industria de maquinarias y un sistema de transportes y comunicaciones que unifique el mercado interno, tal es el orden de prioridades que forzosamente deben establecer nuestros países para superar el atraso y el aislamiento” (Frondizi, 1960: 12).
En esta formulación del rol estatal se entremezclan dos necesidades: por un lado, la de ofrecer a la sociedad un proyecto económico, social y político que pudiera retomar la virtuosa combinación de legitimidad popular y crecimiento relativo que había caracterizado al peronismo y, al mismo tiempo, no reprodujera el ciclo de crisis económicas e institucionales que lo habían derrocado. Se trataba –como dijimos más arriba- de una línea delgada en la que el papel del Estado cumpliría una función que no había sido exactamente explicitada ni aprovechada por la doctrina peronista: la de integrar un territorio que los monopolios extranjeros y sus aliados locales, atados a la vieja estructura económica, habían desarmado. Ese fue el espacio programático a través del cual el desarollismo logró instalar su propia referencia, en un contexto ganado por la dicotomía peronismo/ anti-peronismo: el que hacía un llamamiento a combatir a las viejas estructuras económicas.
Definimos en este manual al enemigo como el conjunto de intereses que se benefician en la medida que prevalecen entre nosotros las condiciones de país puramente agropecuario y de incipiente desarrollo industrial, proveedor de productos primarios e importador de combustibles, maquinarias y materias primas industriales (Frigerio, 1963: 25).
Esta “integración” aparecía formulada como complementaria a la noción de desarrollo: “El poder económico, la población, etc., se habían concentrado en un ámbito de sólo 300 km. alrededor del puerto de Buenos Aires. Por ello se propone la integración además del desarrollo” (Vercesi, 1999: 8). No se perdía de vista el núcleo económico del proyecto puesto que se relacionaba directamente con el carácter y el sentido de la inversión pública, dándole a la noción de desarrollo un carácter más sistémico[11], federal. Básicamente, el Estado debía proteger a la industria local de la competencia extranjera, redistribuyendo geográficamente las fuerzas productivas. Para ello eran necesarios diferentes planes regionales de fomento a la producción, que se conectaran entre sí a través de un “dinámico y ágil sistema de transportes y comunicaciones (caminos, carreteras, aeródromos, puertos, flotas, etc.)” (Vercesi, 1999: 4). La “integración” también debía promover la provisión de petróleo, hierro, acero, química pesada, petroquímica, celulosa, etc.
El desarrollismo en el poder
El 27 de marzo de 1962, horas antes de su caída y reclusión, el presidente Arturo Frondizi envió una carta a un amigo personal que se convirtió, con el paso tiempo, en una suerte de testamento político del desarrollismo. En esa interpretación de los acontecimientos, que se tornaría canónica para el círculo desarrollista, Frondizi esbozaba un balance general:
El 23 de febrero de 1958 no triunfó ni un partido ni un hombre: triunfó el pueblo, triunfó la idea de lanzar a la Nación a su destino irrenunciable de desarrollo. Este programa necesitaba para realizarse que se procediera rápida y eficazmente. Entrañaba una revolución tan pacífica como profunda. Debíamos terminar con el colonialismo y, en consecuencia, afectar a los intereses locales ligados a esa estructura económica. Sin embargo, el programa de desarrollo habría de beneficiar a todos los argentinos, a todos los sectores sociales y a todas las regiones geográficas. Era por lo demás un programa inevitable si no queríamos sucumbir en la desocupación y en la miseria, ya que la vieja estructura no podía sostener ni alimentar a veinte millones de argentinos. Si los sectores ligados al colonialismo hubiesen comprendido este aspecto y hubiesen tenido fe en el país habrían facilitado el camino incluso para no trabar su propio futuro. Pero no fue así(Frondizi en Nosiglia, 1983: 154).
Esta última parte del párrafo puede dar cuenta de que entre los mismos actores que habían protagonizado “el desarrollismo en el poder” se instalaba un acta de defunción de sus propias energías y un panorama poco auspicioso para el proyecto en vistas al futuro. Quizás en estas palabras de Frondizi se sintetizan varias de las cuestiones que explican el por qué de la crisis del desarrollismo en la Argentina: evidentemente se trataba de una apuesta política más que de una perspectiva ideológica, que resolvió su suerte en la batalla estrictamente política de la legitimidad gubernamental. Antes de pasar a una evaluación más genérica respecto de sus implicancias en relación al campo intelectual y al de las representaciones colectivas –y desde allí en lo que respecta a su influencia como perspectiva de orientación de las decisiones estatales, tal como hemos hecho para el caso del desenvolvimentismo- repasemos algunas de las cuestiones centrales auspiciadas por el desarrollismo durante su gobierno, que permiten comprender mejor los motivos de su trágico destino.
Arnaldo T. Musich –en el prólogo de “Las Cuatro Etapas”, libro de Rogelio Frigerio- opina que pueden diferenciarse sub-períodos dentro del gobierno desarrollista. Cada una de esas etapas, desde el punto de vista de la formulación del proyecto inicial, fue una incremental desviación de los postulados originales. Como proyecto, el desvanecimiento fue directamente proporcional a la sucesión de cada nueva dirección económica asumida. Ya desde el inicio, con la denominada etapa del “establecimiento de las condiciones fundamentales para el desarrollismo económico y el saneamiento financiero” se podía prever que las grandes chances del gobierno frondizista serían escasas si la principal directriz en materia de planificación económica estaba completamente regimentada por las situaciones coyunturales de los sectores económicos. “Así fue como el diagnóstico de la asfixia fiscal resultante de las importaciones de combustibles comenzó por derribar uno de los principales núcleos programáticos del desarrollismo, la cuestión petrolera” (Nosiglia, 1983: 32). La política de extracción y privatización de las fuentes petroleras pasó a ser la clave económica del gobierno y, para ello, el desarrollismo reformuló sus principios respecto de la entrada de los capitales extranjeros.
Contra lo que después aseguraron algunos representantes del desarrollismo –“... la originalidad de nuestro gobierno fue que cuando asumimos, ya desde la campaña electoral, teníamos absolutamente todo estudiado y planteado... Todo se había hecho en la Revsita ‘Qué’ y con el equipo de la Revista ‘Qué’”[12](Frigerio en Verciese, 1999: anexo) - las primeras medidas del gobierno desorientaron hasta a sus propios seguidores. Este cambio programático generó rápidamente una firme y sostenida oposición porque, si bien concretizaba uno de los elementos doctrinarios más innovadores (y polémicos) -esto es, la introducción “productiva” del capital extranjero-, su incorporación fue realizada de tal forma que se chocó de frente contra dos trazos gruesos de la opinión pública de entonces: las tradiciones nacionalistas re-cultivadas por el peronismo y las versiones endógenas del liberalismo conservador. El desarrollismo argentino comenzaba así, ya en los primeros meses de su gestión, a distanciarse de las tradiciones argentinas en materia de política económica y de sus propias posiciones ideológicas, expresadas por Frondizi -en lo que respecta al petróleo-, en su libro “Petróleo y Política”, de 1954.
El golpe subsiguiente a la legitimidad del proyecto desarrollista -que no hizo más que consolidar aquella desviación inicial- está representado con la llegada de Alvaro Alsogaray al Ministerio de Economía. El núcleo problemático de fondo era el mismo, el aporte del capital extranjero. Dado que el aporte del capital extranjero, tanto oficial como privado, sería el motor de todas las realizaciones posteriores, lo que había que hacer en ese momento era “restaurar la confianza exterior del país”. Así, drásticamente ya en 1959 se impuso un plan de estabilización monetaria y saneamiento financiero y presupuestario que implicó, entre otros perjuicios, el despido de cientos de miles de funcionarios de la administración estatal. La justificativa era que había que generar las condiciones para que llegara el capital extranjero, “principio de todas las realizaciones posteriores” como argumentaba el Ministro. Sobre estas líneas de política económica, las etapas subsiguientes no hicieron más que prolongar los rumbos asumidos desde el principio, y acentuar el desprestigio del gobierno.
Insistimos con el argumento de que el gobierno desarrollista se lanzó a contramano de todos sus presupuestos anteriores condicionando su suerte política, con la antipatía abierta e incremental de la opinión pública, que sólo la diplomacia de Frondizi y el anti-peronismo de los militares atenuaron levemente. En poco menos de un año y medio, el clima de movilizaciones, huelgas y protestas había vuelto a ganar la calle.
Una de las críticas más importantes que se hace al gobierno del desarrollismo se centra en la figura de Rogelio Frigerio y de la influencia fundamental que sus decisiones tuvieron en ese momento. Para esos comentaristas, Frigerio cometía un error fundamental: consideraba el desarrollo argentino despojándolo de la compleja trama social e histórica que lo condiciona...y además no tuvo en cuenta que la inversión privada de capitales hacia la Argentina de ese período estaba en franca declinación (Nosiglia, 1983: 172).
De allí que no deba resultar extraña la profunda antipatía que los militares -que precisamente habían derrocado a Perón unos años antes alegando la necesidad de la “pacificación nacional” (que la dinámica peronismo/anti-peronismo no permitía)- tenían por Frigerio[13]. Incluso una vez derrocado Frondizi, los militares cavilaron varias veces si además de mantener la proscripción del peronismo no tenían que hacerla extensiva a la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), el partido que consagró a Frondizi presidente. En palabras del general Enrique Rauch:
El proceso electoral que implique un verdadero comienzo de la solución de la crisis sólo podrá hacerse si queda sustraída la acción corrosiva de Perón, Frigerio, sus personeros y los inmensos intereses de todo tipo que han sabido asociar (Casas, 1973: 203).
Cuando mencionamos algunos de los trazos programáticos propuestos por el desarrollismo, resaltamos el hecho de que su proyecto siempre se encontró con la dificultad de tener que constituirse sobre la base de márgenes ya prefigurados tanto en lo que hace a las orientaciones ideológicas de los partidos políticos como a los imaginarios sociales de esos años. Sobre este trasfondo “de batalla entre ideas” los cambios de rumbo anunciados por el “el desarrollismo en el poder” no hicieron más que desinstalar el proyecto, quitarle receptividad social, envergadura doctrinaria y -desde un punto de vista eficientista-, apoyo político. El desarrollismo naufragó en el medio de circunstancias que eran, desde el inicio, muy difíciles. Difíciles y desfavorables para la confección de una nueva perspectiva del pensamiento nacional. Claro que tampoco contribuyeron mucho las permanentes ambigüedades, las oscilaciones en las decisiones gubernamentales, las idas y venidas con el peronismo, los permanentes cambios ministeriales, etc. En un sentido, el “desarrollismo en el poder” no devolvió la imagen de lo que en un principio se había propuesto: “ser una doctrina para realizar la Nación” (Frigerio en Verciese 1999: anexo). Como lo admite la evaluación de un desarrollista sobre los acontecimientos:
Gobernamos en las condiciones más adversas: en el país subsistía la antinomia peronismo/anti-peronismo, había un encono personal contra el diálogo que habíamos abierto, había una cúpula militar sedienta de desquite y había un clima ideológico tremendamente refractario a la nueva problemática que introdujimos nosotros –el desarrollismo era ya una exigencia de la realidad, del interés de la nación y de todos sus sectores sociales, pero no estaba digerido en el plano político-. La dificultad mayor estaba en los intereses de la vieja estructura que nosotros habíamos querido remover y que mediante la acción psicológica y el manipuleo de los medios de comunicación masiva alimentaba todo ese clima político de resistencia e incomprensión. La prueba concreta de nuestras dificultades es que en menos de cuatro años el gobierno de Frondizi soportó cuarenta crisis militares. Es decir, una gran parte de la energía política y de la capacidad de decisión del gobierno estuvo inhibida por la necesidad de dar respuesta a estos permanentes atentados a la estabilidad institucional (Díaz, 1977: 62).
Segunda Parte
Brasil: hacia un balance posible del desenvolvimentismo
Uno de los presupuestos con los cuales hemos encarado esta somera aproximación a la idea del desenvolvimentismo es que ésta, con el paso del tiempo, se fue constituyendo –a diferencia de lo que aconteció en su versión argentina- en una forma de conciencia social. Esto no quiere decir que el desenvolvimentismo, como constelación histórico-intelectual, siga teniendo hoy en día la misma presencia inmediata en el campo de las opciones políticas y en los imaginarios sociales que tenía en los años ’50 [14]. A decir verdad, sería ingenuo pensar que sólo podríamos evaluar como exitoso aquél prestigio y primacía del desenvolvimentismo isebiano de hace 50 años si se hubiese mantenido de la misma forma, con la misma estructuración de exposición sobre los problemas brasileros, durante cinco décadas, tal como lo sugiere, por ejemplo, la crítica de Bresser-Pereira:
¿En qué punto el ISEB se equivocó? El error consistió, esencialmente, en la subestimación que se hizo de la posibilidad de que, en función principalmente del endeudamiento internacional, el Estado pudiese entrar en una profunda crisis –una crisis de solvencia internacional, una crisis fiscal, una crisis en la forma de intervención del Estado, y una crisis en la forma de administrar el Estado- que lo impediría de realizar no apenas su papel de promotor estratégico del desenvolvimento, sino también su función esencial de proporcionar condiciones generales para la acumulación capitalista (Bresser-Pereira, 2004: 21).
Pero su virtud no radica allí, en la previsión sobre los devenires actuales. Su principal fuerza está – estuvo- en la posibilidad de componer un pensamiento nacional y en ese espíritu intelectual que intentó combinar las formas del pensar Brasil con las formas de la acción política. Hablando de la influencia del ISEB en la intelligentzia de aquellos años, comenta Werneck Vianna:
Era posible, pues, en el período comprendido entre los años ‘45 y ‘64, concebir el interés, particularmente de las grandes mayorías, como base de estructuración para la composición de la idea de Nación y para una reforma democrático-popular del Estado. Un pensar que no toma distancia del actuar con el fin de evitar su mandato civilizatorio, y sólo lo acepta apenas como materia prima administrada para los propósitos de la modernización económica, sino que es concebido a partir de los intereses de las grandes mayorías y de su elevación en propósitos ético-morales (2001: 42).
Esta aproximación fecunda que el ISEB representaba en su época fue la que seguramente determinó que una de las primeras medidas de la dictadura militar fuese precisamente el cierre de la Institución. Parafraseando a uno de sus representantes más comprometidos, se trataba de “destruir el ISEB, para quebrar uno de los pilares democráticos de la época”.
Pero no sólo en este sentido el ISEB era objeto de desconfianza por parte de los militares. Pasado el período juscelinista la mayoría de los integrantes del ISEB acompañó el movimiento político por las Reformas de Base. “Esta revolución, entre nosotros, se denomina Reformas de Base. Toda revolución pacífica o violenta, tiene que concentrarse en una reforma de base, o no será revolución” (Duarte, 1963: 40). Si a esto le sumamos el Plan Trienal de Furtado, un intelectual “periférico” al ISEB, se comprende por qué ese espíritu desenvolvimentista de la época levantaba tantos temores en los sectores conservadores. Ahora bien, una vez acontecido el golpe, esta perspectiva ideológica iba a sufrir metabolizaciones que dispararían en diversas direcciones. Si bien el proyecto de cambio social y transformación que el desenvolvimentismo llevaba consigo quedó trunco, esto no implicó “una gigantesca vuelta a lo que la modernización había relegado” (Schwartz en Arantes, 1992: 31). Todo lo contrario, su nueva influencia va a ir madurando con el tiempo y
esas ideas reformistas se confundieron con el movimiento de resitencia democrática y se sumaron más tarde a las movilizaciones sindicales en la lucha final contra el régimen militar... de una forma o de otra, ese proyecto de democratización social y política del desenvolvimento estuvo presente en las intenciones y acciones reformistas de algunas áreas y políticas gubernamentales, luego de la redemocratización...y acabó por ocupar un lugar importante en el texto de la Constitución de 1988 (Fiori, 2002: 40).
Si fuera verdad, como afirma José A. Moisés, que “entre el final de la década pasada y el inicio de los años ‘90, el público de masas, en Brasil, mostró que su orientación política camina en el sentido de adhesión a la democracia” y que “la tendencia converge para las orientaciones encontradas, también, entre las elites políticas brasileras” (1995: 152), nos podríamos hacer la legítima pregunta acerca del origen de ese “avance” democrático y relacionarlo con cierta maduración e internalización de la comprensión respecto de lo que implica la Nación. En este sentido, ¿no era ese, acaso, el objetivo del pensar Brasil isebiano?
Argentina: el desarrollismo excluido
Retomemos brevemente el argumento de la “ambigüedad” desarrollista. En palabras de Jorge Abelardo Ramos:
El frondizismo había sido un peronismo para uso de la pequeña burguesía democrática. Frondizi era la imagen de un nacionalismo sin policía, de una industrialización sin clericales, de un antiimperialismo sin oficiales prusianos, amigo de la homeopatía y de la URSS. Frigerio no rehuía de declarar que las dos cosas, el peronismo y la Revolución Libertadora[15], formaban parte de un presente y había que aceparlas. Aspiraba a una síntesis imposible. Pero la diplomacia y la pulcritud de Frondizi hacia la oligarquía no la engañaron. La prensa comenzó una campaña sistemática contra su gobierno cada vez que se proponía algo... Sus adversarios, ligados tradicionalmente al sistema exportador de la factoría inglesa, aprovecharon esas debilidades para disipar la popularidad de Frondizi. Es así como la “generación frondizista” se desvaneció en breve tiempo (1981: 203).
Para poder comprender un poco mejor este “desvanecimiento” fugaz del desarrollismo argentino conviene volver brevemente sobre la metáfora del “encapsulamiento” y hacer algunas observaciones relativas a la íntima relación existente entre las formulaciones programáticas, las ideologías, las configuraciones representacionales y la vida político-partidaria del país. En las páginas anteriores hemos querido dejar en claro que el problema del desarrollismo argentino fue precisamente el hecho de que quedó circunscripto a una etapa histórica de la vida nacional y no pudo transitar los años subsiguientes, ni de formas directas ni de formas indirectas, el campo reorganizador de las ideas intelectuales. Esto se debió básicamente a dos motivos: por un lado, la identificación casi absoluta del proyecto desarrollista con las figuras de Frondizi y Frigerio –y sus colaboradores más inmediatos[16]- y, por otro, la manera concreta en que se dio el derrocamiento de Frondizi y la marginalización absoluta en la que cayeron, no sólo sus ideas sino también sus principales figuras políticas.
Según la confirmación de Julio E. Nosiglia: “inmediatamente después de la caída de Frondizi se desató una gran represión contra sus colaboradores y especialmente contra sectores del frigerismo” (1983: 182). Como ya lo hemos notado más arriba, esta focalización en los sectores frigeristas no era casual. Frigerio era el representante natural –el “ideólogo”, como lo llamaban- de aquello que había querido instalarse como proyecto desde el Poder Ejecutivo; pero, además, era quien había sellado el pacto con Perón en Caracas para las elecciones del ‘58 mediante el cual el peronismo -que estaba proscripto y no se podía presentar con sus propias listas- se comprometía a apoyar la fórmula de la UCRI – que llevaba a Frondizi como Presidente y a Gómez como Vice-, y a cambio del cual el nuevo gobierno otorgaría un aumento salarial del 60%, una amnistía general para los presos peronistas, la rectificación de la Confederación General del Trabajo (CGT) como instancia máxima y única de representación sindical, entre otros pedidos expresos. En este sentido, Frigerio era el articulador emblemático y la referencia más directa “con lo que tenía que ver con el peronismo”. El motivo que precipitó el golpe de Estado tuvo que ver justamente con un intento de abrir nuevamente la posibilidad de que el peronismo se presentara a elecciones, cosa que ocurrió y frente a la cual los militares colocaron como Presidente Provisorio a José M. Guido.
Corridos del Gobierno por los militares, los desarrollistas entraron en disputa al interior de su propio partido, la UCRI, con sectores que desconfiaban en un nuevo pacto con el peronismo. La UCRI era uno de los partidos en los que se había dividido el Partido Radical luego de la caída del peronismo[17]; el otro era la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP).
Cuando la Justicia Electoral resolvió que la UCRI era del sector que lideraba Alende, y no Frondizi, y que además del nombre le correspondían a aquél los bienes y los registros partidarios, el frondizismo, prácticamente, debía empezar de cero (Nosiglia, 1983: 188).
Completamente marginalizados en un período brevísimo de tiempo, aquél proyecto desarrollista que en algún momento contaba con un grupo prestigioso de técnicos reconocidos mundialmente, que había accedido a las estructuras del Estado, que contaba con las expectativas reencauzadas de amplios sectores peronistas y que presentaba un proyecto coherente de “integración y desarrollo” para todo el territorio nacional, se veía reducido a una expresión mínima, “excluida”- como la hemos caracterizado en este apartado- constituida por un Centro de Estudios Nacionales (CEN)[18] y un nuevo partido, el Movimiento de Intransigencia y Renovación (MIR) que precisamente por ser el nombre de una corriente interna de su ex-partido nunca obtuvo permiso para disputar elecciones. En este sentido, podemos decir que la marginalización del desarrollismo de la vida político–partidaria es paralela al “encapsulamiento” del proyecto como inspiración de época, condensación de imaginarios colectivos y fuente de recreación conceptual.
Esta exclusión se transformó incluso en desprestigio cuando el nuevo gobierno de Arturo Illia, elegido por la UCRP[19] en 1963, decidió derogar “por vicios de legitimidad y por ser dañosos a los derechos e intereses de la Nación” los contratos suscriptos por YPF –la empresa petrolera estatal- y las compañías privadas, y convocó a una Comisión Investigadora por la que desfilaron Frigerio, Arturo Sábato y la mayoría de los intelectuales desarrollistas que habían participado del gobierno. Precisamente sobre aquel emblemático asunto de la “batalla del petróleo” y el “capital extranjero” el desarrollismo rendía cuentas públicamente a la manera de un juicio histórico. Así es como el desarrollismo caía esta vez –si es que ya había caído como opción política- como opción intelectual puesto que las argumentaciones doctrinarias no sólo se habían mostrado raquíticas en la práctica sino que además habían sido “anuladas”, bajo la simpatía de todos los sectores, por un gobierno electo. Ni siquiera dio lugar para una reinserción en los centros académicos universitarios.
Palabras finales
La figura de la Nación es una invocación de carácter filosófico, político e ideológico que se alza insistentemente una y otra vez. Nuestras historias latinoamericanas están repasadas de ejercicios relacionados con recomponer esa figura. Recorrer la relación del desarrollismo/desenvolvimentismo de los años ´50 con la idea de Nación puede brindar algunas aproximaciones respecto de sus invocaciones presentes, respecto de cómo hoy aparece – y con qué profundidad lo hace- en la constelación de los imaginarios sociales y su vínculo con las opciones políticas que se establecen. Y en ese punto, las comparaciones históricas sirven para comprender que la densidad de ciertas ideas dependen de los contextos en que se han desplegado y de los actores a las que estuvieron asociadas. A lo largo de este trabajo hemos querido dejar en claro que el “encapsulamiento” político ha sido definitorio para el caso argentino: su refugio – a partir de 1965- en un partido político o bien su referencia en ciertas personalidades con cargos institucionales específicos en determinados momentos históricos del país -como Eugenio Blanco o Aldo Ferrer, al frente del Ministerio de Economía en 1971-, fueron reduciendo la “perspectiva desarrollista” a una expresión que cada vez menos conectaba con otras ideas, actores y recursos políticos. Como tal, hay que advertir que vuelve a ser mencionada por el Presidente Mauricio Macri, de forma alusiva y envuelta en todo un conjunto de ideas neoliberales, lo que de alguna forma sería ilustrativo de la inocuidad en la que concluyó su recorrido.
Diferente es el caso brasileño. Si bien no formaba parte de la identidad original del Partido dos Trabalhadores (PT) el desenvolvimentismo tuvo una actualización como orientación gubernamental ya desde el primer gobierno de Lula, en el 2003 – por ejemplo, con la incoporación de Carlos Lessa al frente el Banco Nacional do Desenvolvimento (BNDES)- y se hizo más presente con la llegada de Guido Mantega al Ministerio de Economía, y su propuesta de una “nueva matriz económica” -de indudabe inspiración desenvolvimentista. Incluso podría especularse, por la orientación económica asumida por el gobierno de Michel Temer, que uno de los intereses de quienes promovieron el golpe parlamentario de 2016 fue precisamente desorganizar el tipo de gestión de Dilma Rousseff – quien, a diferencia de Lula, nunca dejó de hacer referencia a la “visión desenvolvimentista”.
La revisión propuesta permite esa puntualización: la comparación de una fórmula ideológica de los años ´50 permite vislumbrar algunas caracterísiticas de cómo se estructuran las dialécticas concretas en cada uno de los países.
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Notas