Resumen: Dos momentos en la literatura ecuatoriana: lo nacional-popular desde lo literario Este artículo intenta, desde conceptos gramscianos, realizar un ejercicio de lectura histórica comparada sobre la literatura ecuatoriana y su relación con lo nacional-popular, en el siglo XX. Se intenta pensar lo político desde lo estético, confrontando dos experiencias históricas en la literatura, para mirar desde otra óptica la posibilidad de construcción o no de un proyecto de Estado-nación en el Ecuador. El primer momento fue la irrupción de la literatura realista de los años treinta y el segundo la literatura de la generación del cuarenta y cincuenta. Para esto se retoman dos obras literarias: la primera, la serie de cuentos agrupados en el libro titulado: “Los que se van” (1930), escrito por Joaquín Gallegos Lara (1909-1947), Enrique Gil Gilbert (1912-1973) y Demetrio Aguilera Malta (1909-1981); el segundo texto es una novela titulada: “El pueblo soy yo” (1976), de Pedro Jorge Vera (1914-1999).
Palabras clave:Literatura ecuatorianaLiteratura ecuatoriana,populismopopulismo,nacional-popularnacional-popular,historia literariahistoria literaria.
Abstract: This article tries, from Gramscian concepts, to perform a comparative historical reading exercise of the Ecuadorian literature and its relationship with the national-popular, in the 20th century. We try to think the political from the esthetic, confronting two historical experiences in literature, to look from another perspective the possibility of construction or not of a nation-state project in Ecuador. The first moment was the irruption of the realistic literature of the thirties and the second the literature of the generation of forty and fifty. For this two literary works are retaken: the first, the series of stories grouped in the book entitled: "Los que se van" (1930), written by Joaquín Gallegos Lara (1909-1947), Enrique Gil Gilbert (1912-1973) and Demetrio Aguilera Malta (1909-1981); the second text is a novel titled: "El pueblo soy yo" (1976), by Pedro Jorge Vera (1914-1999).
Keywords: Ecuadorian literature, populism, national-popular, literary history.
Artículos
Dos momentos en la literatura ecuatoriana: lo nacional-popular desde lo literario
Two moments in Ecuadorian literature: the national-popular from the literary
Recepción: 16 Mayo 2016
Aprobación: 17 Julio 2016
Antonio Gramsci (1891-1937), uno de los intelectuales más importantes del siglo XX, educado en el marxismo desde una posición crítica que re-piensa y enriquece esta teoría, es uno de los primeros pensadores que relacionó la literatura, lo nacional-popular, la hegemonía y la construcción de un bloque histórico, cuyo eje de acción político es el príncipe moderno (o partido político de masas) [1]. “El Príncipe moderno debe ser el abanderado y el organizador de una reforma intelectual y moral, lo cual significa crear el terreno para un desarrollo ulterior de la voluntad colectiva nacional-popular” (Gramsci, 1980:13). Es decir, que el partido debe propiciar una voluntad colectiva que se implante en el aparato estatal para construir una voluntad colectiva nacional-popular que englobe a todo el Estado. Gramsci dirá que hay Estados que no han logrado alcanzar esta voluntad colectiva, en estos casos es necesario que el partido, en cuyo centro están los intelectuales orgánicos, sean los portadores de la función hegemónica.
Este articulo intenta, desde conceptos gramscianos, realizar un ejercicio de lectura histórica comparada[2] de la literatura ecuatoriana y su relación con lo nacional-popular, en el siglo XX; se contrasta dos momentos históricos de lo que significó está problemática. Es decir, que se intenta pensar lo político desde lo estético, confrontando dos experiencias históricas en la literatura ecuatoriana. (En los dos momentos existieron las condiciones objetivas y subjetivas (fruto de transformaciones populares) para planear la posibilidad de la construcción de un Estado-nación en el Ecuador.) El primer momento fue la irrupción de la literatura realista de los años treinta y el segundo fue con la literatura de la generación del cuarenta y cincuenta. En ambos momentos existieron eventos extraliterarios como, por ejemplo: la revolución alfarista (1895-1905), la masacre de los trabajadores (1922), el conflicto con el Perú (1941), La Gloriosa (1944) y la creación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana (1944), que influenciaron en la esfera literaria.
Para analizar estas reconversiones culturales y políticas se recurre a dos obras literarias: la primera, la serie de cuentos agrupados en el libro titulado: “Los que se van”, escrito por Joaquín Gallegos Lara (1909-1947), Enrique Gil Gilbert (1912-1973) y Demetrio Aguilera Malta (1909-1981), en 1930; el segundo texto es una novela titulada: “El pueblo soy yo”, de Pedro Jorge Vera (1914-1999), escrita en 1976. Ambos momentos literarios, ligados directamente a sus contextos de producción, permiten repensar lo nacional-popular desde el campo de las letras y su intelectualidad.
En los “Cuadernos de la Cárcel” ([Primera edición 1975] 2000), Antonio Gramsci, titula un acápite Los humildes. Dice Gramsci que en la escritura y el accionar político de Fiódor Dostoievski “existe poderosamente el sentimiento nacional-popular, o sea la conciencia de una misión de los intelectuales con respecto al pueblo, que tal vez está constituido “objetivamente” por “humildes” (Gramsci, 2000:39). Dostoievski –según Gramsci– debería ser considerado un intelectual orgánico porque logró romper la división entre los “escritores” y el “pueblo”, para asumir una posición política desde el lenguaje. Se podría decir que, de alguna forma, rompe con la vieja concepción del mundo intelectual, que situaba al escritor y al pueblo como entes bifurcados unos de otros, para imponer una nueva concepción donde se juntan los escritores y los humildes, el pueblo, lo popular, para resignificar la relación escritura, escritores y lo popular.
Para Gramsci la construcción de lo nacional-popular, determinante en la construcción de un bloque histórico, debe incluir no sólo la estructura economía, sino la superestructura en cuyo seno están la sociedad política y la sociedad civil. Tal como sostiene Hugues Portelli, se forma una totalidad compleja (Portelli, 1977: 13), donde una correlación dialéctica entre estructura y superestructura hacen posible el surgimiento de la hegemonía, entendida como la dirección al interior del bloque histórico. En este sentido, el papel de la cultura es preponderante para repensar lo nacional popular. Al respecto, el autor de “Notas sobre Maquiavelo”, dice: dependiendo del país, pero sobre todo de la lengua, se ha generado una dualidad en la problemática de lo nacional-popular: por un lado, existen Estados donde se da un mayor relacionamiento entre lo popular y lo nacional; y por otro, hay Estados donde este relacionamiento es reducido o nulo. Coloca dos ejemplos para sostener su argumento. Dice: “en francés ´nacional´ tiene un significado en el cual el término ´popular´ se encuentra ya más elaborado políticamente, porque está ligado al concepto de ´soberanía´, soberanía nacional y soberanía popular, tienen igual valor o lo han tenido” (Gramsci, 2000:42). Por tanto, lo nacional está íntimamente relacionado con lo popular, lo que posibilita hablar de un Estado-nación que tiene un sostenimiento en lo popular, en el pueblo.
En cambio, un ejemplo del segundo caso, donde la relación nación y popular es reducida o nula, sería Italia. Ahí más bien el término “nacional” tiene un significado muy restringido ideológicamente, cuya característica principal es la poca unidad al interior del Estado, lo que provoca una escisión entre los distintos actores sociales.
En resumen, en la visión de Gramsci existiría una dicotomía en los procesos políticos. Por un lado, hay Estados que han logrado relacionar lo nacional con lo popular y lo soberano, dando paso a la unificación estatal; mientras, por otro lado, hay Estados donde está relación es muy débil y se fractura constantemente, lo que deviene en una fragmentación que imposibilita unificar al Estado bajo una misma visión. Este segundo proceso es el que le interesa a Gramsci, pues son los subalternos los in-visibilizados en este juego de rupturas permanentes.
En este sentido, se debe incluir un factor central en el proyecto nacional-popular: el papel de los intelectuales. “Todo grupo social que surge sobre la base original de una función esencial en el mundo de la producción económica, establece junto a él, orgánicamente, uno o más tipos de intelectuales que le dan homogeneidad no sólo en el campo económico, sino también en el social y en el político” (Gramsci, 1967:21). Lo que involucra adherir intelectuales en la esfera cultural, intelectuales que estén vinculados con las distintas artes, para que desde ahí “se convierta[n] en el fundamento de una nueva e integral concepción del mundo” (Gramsci, 1967:27). Es decir, que los intelectuales deben diseminarse en toda la esfera cultural para desde ahí apoyar la construcción del bloque histórico y su sostenimiento. Y para esto es importante el papel que ejerce el lenguaje y la palabra, pues son éstos los que generan todo un discurso cultural
Por tanto, esto implica repensar el papel de la literatura y sus escritores. Por un lado, la literatura debería ser entendida como un documento de época, que en alguna medida representa las condiciones de producción propias del escritor y, segundo, que a través de la literatura los escritores, pueden tener cierto tipo de compromiso político, es decir, la adscripción de los autores a una tendencia política, pues la escritura no es neutral.
Finalmente, para el análisis que se pretende, es necesario retomar un argumento central en el análisis de los Estados en América Latina. “(…) los Estados en América Latina se construyeron de manera débil y fragmentaria. (…). La capacidad de acción del estado sigue siendo reducida, su autonomía de las clases altas restringida, su autonomía con respecto a grupos de interés limitada” (López-Alves, 2003:14). Lo que significó una débil capacidad de acción del Estado y, por tanto, una debilidad al momento de plantear la posibilidad de que lo nacional-popular se interrelacione. Más bien, en concordancia con lo planteado por Gramsci, los Estados en América Latina se asemejan más a la experiencia italiana, donde nacional y popular están divorciados. En este sentido Fernando López-Alves manifiesta que: “En las Américas antes de la Gran Guerra, los Estados existentes se asemejaban más a los modelos de Estado a los que se quiere llegar hoy (más pequeño, menos intervencionista, más eficiente), que al modelo de Estado nación europeo” (López-Alves, 2003: 17).
En el caso ecuatoriano esta problemática fue evidente desde inicios del siglo XX. La construcción de una cultura nacional popular que sea un correlato del Estado fue trunca, por tanto, una imposibilidad de construir un Estado nación, y peor aún un Estado nación con reconocimiento de lo popular. Todo lo contrario, lo popular fue negado y sumado como una parte que se adhiere como algo automático al proyecto hegemónico de las élites. En este juego de fuerzas políticas, el factor central de los sectores populares fue la resistencia al gran proyecto de las élites.
Dos momentos son importantes en la reconfiguración del Estado-nación en el Ecuador del siglo XX. El primero fue con la Revolución Liberal, liderada por Eloy Alfaro (1895-1905), que permite la inclusión de nuevos sujetos políticos en el aparataje estatal. Este proceso, iniciado en 1895 de la mano de la “alfarada”, se complementa con tres eventos importantes a lo largo de las dos décadas siguientes: 1) el pacto oligárquico de 1912 (que frenó lo avances más progresistas de la revolución); 2) la masacre de los trabajadores –principalmente artesanos y obreros– en la ciudad de Guayaquil, en 1922; y 3) la Revolución Juliana de 1925 (quizá este hecho histórico ayude a entender mejor el desarrollo político-cultural, pues permite mirar el ascenso de la naciente clase media y su ingreso al Estado). El segundo momento se dio con “La Gloriosa” en 1944, que tuvo como antesala la Guerra contra el Perú en 1941 y la creación de la Casa de la Cultura en 1944. En ambos momentos se repensó la política estatal, mostrando nuevos sujetos y dinámicas políticas en la esfera pública. Lo que significó una serie de cambios en todo el Estado, especialmente en la esfera cultural, uno de esos cambios se produjo en la literatura, que renueva las formas narrativas, desarrolla nuevas tramas y coloca nuevos personajes en sus historias.
3. 1 Los que se van
- ¿Sabes vos Banchón? - ¿Qué don Guayamabe? - Los blancos son unos desgraciados. - De Verdá… - Hei trabajo como un macho siempre. Mei jodío como nadie en estas islas. Y nunca hei tenío medio - Tenés razón. - Y no me importaría eso ¿sabes vos? Lo que me calienta es que todito se lo llevan los blancos… ¡Los blancos desgraciaos…!
Fuente: El Cholo que odio la plata. Demetrio Aguilera Malta
El realismo social de los años treinta[3] fue un movimiento literario que transformó el campo de las letras en el Ecuador, debería ser considerado una vanguardia que irrumpe la literatura y la realidad. Este movimiento literario jugó un papel preponderante en la vida cultural e intelectual de las primeras décadas del siglo XX, apoyado desde la esfera política. Se dio una dialéctica entre las esferas política y cultural que renuevan la literatura.
Hay dos factores dominantes en la entrada de nuestra literatura a la modernidad. Por un lado –y esto ha sido subrayado en múltiples ocasiones–, el peso de la Revolución Rusa y las propuestas estéticas de sus protagonistas y, por el otro, el surgimiento de las vanguardias de la primera postguerra, el surrealismo en particular, y los descubrimientos de Freud en lo que respecta al inconsciente (Donoso Pareja, 1985:09).
Esas transformaciones mundiales inciden también en la literatura de los años treinta que se desarrolló en el país.
La Revolución Liberal[4] (1895-1912), encabezada por Eloy Alfaro, marcó un hito en la historia ecuatoriana, en términos sociológicos[5] generó dos movimientos en la sociedad. Por un lado, la ruptura de la hacienda colocó nuevas problemáticas al interior del Estado, problemáticas que se mantenían in-visibilizadas o que aparecieron como “nuevas”, fruto de la ruptura del sistema hacendatario. Esto involucró una desestabilización de las viejas estructuras político-sociales, dando como resultado una movilidad de la sociedad en su conjunto, lo que dio paso, además, al surgimiento de las primeras urbes, sobre todo en la región de la Costa, por ejemplo, Guayaquil, que empiezan a tener una gran población. Por otro lado, el surgimiento de la clase media (que empezaba a ocupar las universidades), que, desde la década de 1920, participa en la vida política como núcleo básico de la ciudadanía urbana y la opinión pública (Ibarra, 2008). Tanto la universidad como el ejército, fueron los vehículos de movilidad social preponderantes en esta época.
La Generación del Treinta – hay quien prefiere adscribirlos al Terrigenismo[6](Quintero & Silva, 2001) –, que vive las consecuencias de este proceso político-social, interrelacionó la ciudad donde vivía y el campo al cual narraba, estuvieron abocados a describir en sus cuentos y novelas este proceso de transformación social. “Los que se van[7] [Escrito por Gallegos Lara, Gil Gilbert y Aguilera Malta, es el que describe esos cambios sociales] (…), que aparece en 1930, inaugura el nuevo relato ecuatoriano, orienta su estética, determina su actitud y contiene, aun cuando fuera en germen, algunas de sus características esenciales: ambiente, lenguaje, situaciones, personajes” (Adoum, 2004:32). Este libro que reúne a los principales exponentes de ese movimiento literario-político (posteriormente más político que literario), hizo suyo el compromiso con aquello que no se había narrado. Asumió este compromiso político desde el lenguaje de los humillados, como dice Gramsci, para desde ahí postular un reconocimiento de todas las partes en una totalidad nacional. Especialmente Gallegos Lara (que posteriormente se convierte en militante del Partido Comunista del Ecuador), colocó, por sobre lo estético, la condición política para llevar a cabo un proyecto revolucionario. Su novela “Las cruces sobre el agua”, es la muestra de su compromiso político con la naciente clase obrera del Ecuador. Se podría trazar, con las distancias del caso, una analogía entre lo que Gramsci describe sobre Dostoievski y trasladarlo a Gallegos Lara, en tanto este cumplía ese rol de intelectual que trataba de imponer una nueva concepción de mundo, desde el comunismo.
En “Los que se van” aparecen sujetos subalternos: el cholo, el montubio y el indio (Si bien en esta serie de cuentos no se narra sobre el indio, posteriormente Jorge Icaza, parte de esta corriente, lo hará en sus novelas, una de ellas “Huasipungo”. Además, se debería sumar las narraciones que se hace de los obreros, que, si bien no son relatados en esta serie de cuentos, muchos de sus autores posteriormente los narraran en sus novelas.), que hasta ese momento no habían aparecido en las narraciones literarias; mencionar a estos sujetos es una muestra de ese compromiso de los escritores realistas con los subalternos[8], declarando su condición de ir-reconocidos por el Estado. En este sentido se empiezan a contar los mitos, leyendas y parte de la realidad que vivían estos pueblos condicionados a la subalternidad. Esto permite colocar en el campo de la escritura literaria nuevos personajes, y a su vez permite visibilizaros en el terreno político, así como reconocerlos como parte de la nación ecuatoriana que los negaba.
Por otro lado, las situaciones o tramas son otro elemento que se incorpora en esta serie de cuentos. La mayoría de ellos acontece en el campo (ahí donde se producía el cacao, principal fruto de exportación del Ecuador desde el siglo XIX, que nos situaba como parte del sistema capitalista de forma dependiente), con las costumbres y hábitos propios de los seres que están en relación íntima con el campo. Se describe la vida cotidiana del montubio y el cholo, esos personajes que, machete en mano, labran y se enfrentan, por un lado, con sus propias contradicciones (una de esas el problema del traslado a la ciudad y el sucesivo abandono del campo, para ir a buscar una vida “mejor” en las urbes) y, por otro, con sus opresores (en su condición de explotados), porque la tierra no era suya.
Finalmente, el lenguaje que incorpora esta serie de cuentos es una novedad. Se trata de escribir como hablan estos sujetos convertidos en personajes literarios, se rompe con las normas de la Real Academia de la Lengua, para dejar hablar a los subalternos, desde el habla popular.
- ¡Juan!
- ¡Chombo!
- ¡Baja der caballo! Quiero peliar con vos. ¡Jalarme ar puñete, ar machete, quiero bebeste la sangre!
El habla de los personajes subvierte la lengua que se imponía desde los cánones clásicos de la Real Academia de la Lengua. Es jugar con el lenguaje para subvertirlo, lo que en términos políticos se traducía en la voz del subalterno introduciéndose en el ámbito cultural. Se trata de ir más allá de las imposiciones lingüísticas de las elites.
Como se puede ver, estas innovaciones, que se muestran a lo largo de los cuentos, reconfiguran el campo literario de la década del treinta, introduciendo nuevas voces y dando paso al aparecimiento de sujetos olvidados por el Estado. En este sentido, la literatura trata de contar esa “otra” historia olvidada por la Academia Nacional de Historia.
Si bien, en la década del treinta, se abrió la posibilidad desde la estética literaria para pensar un proyecto nacional-popular en el Ecuador, esto debía complementarse con un proyecto político que consolide el bloque histórico. Es decir, una correlación de fuerzas que agrupe, la política, la economía y la cultura. Lamentablemente esto no sucedió. Más bien, en 1934, en la primera presidencia de Velasco Ibarra, inició un momento de consolidación del proyecto oligárquico. El partido conservador y los conservadores en general lograron construir un nuevo bloque hegemónico que dio cabida a estas narraciones en el campo literario pero que en la política más bien mantuvo intacto su poder y aisló cualquier intento político de la izquierda.
Este era el territorio donde iba a gobernar Manuel María González Tejada [José María Velasco Ibarra]. En las dos primeras regiones [Costa y sierra] había acontecido la borrascosa historia nacional, desde antes de que llegaron los españoles con su Cruz, sus arcabuces y su semen; la tercera [el oriente o amazonia], tierra de nadie, materia de disputa con los Estados vecinos y, según presunciones, reserva fabulosa para el futuro. “El Pueblo soy yo”. Pedro Jorge Vera
En la década del cuarenta del siglo XX, nuevamente, igual que en la Revolución Alfarista, se vuelve a colocar sobre la mesa el dilema irresoluto en el Ecuador: ser o no ser nación. Hay algunos antecedentes que son importantes para entender ese momento histórico. En primer lugar, la guerra limítrofe contra el Perú en 1941[9] (Pedro Jorge Vera menciona que fue la guerra con los vecinos, la “bestialidad antiperauana”, que potenció un sentimiento patriótico en el Ecuador). El impacto de la derrota generó algunas reacciones en la sociedad, una de esas la realización, por parte de algunas organizaciones sociales, de los “desfiles del silencio” (Vega, 1987:51), que mostraban la indignación por la pérdida del territorio. A eso hay que sumarle la firma del Tratado de Río de Janeiro, firmado en 1942, donde se legitima y legalizaba la pérdida del territorio ecuatoriano, en el año 41. Ambos hechos, en alguna medida, exacerban el espíritu nacionalista entre los ecuatorianos. Se pretendió construir una identidad nacional desde la reacción bélica, construir una conciencia nacional desde la derrota frente al Perú.
El presidente Carlos Arroyo del Río (1940-1944), de tendencia liberal, tuvo muchos problemas políticos fruto del conflicto perdido. La aceptación de su mandato, por parte de la ciudadanía, cada vez era menos creíble. En 1944, año en el que terminaba el mandato, fruto de esas incompetencias, las organizaciones deciden dar un golpe político para destituirlo. Esa maniobra política, que rompió con la hegemonía del pacto oligárquico conservador-liberal, que aglutinó a liberales y conservadores, es conocida como La Gloriosa. La novela “El pueblo soy yo”, de Pedro Jorge Vera, retrata ese momento histórico donde nace la figura caudillista de Velasco Ibarra y, nuevamente, se pierde la posibilidad de construir un Estado nación en base a organizaciones populares. Ocurre todo lo contrario, los ganadores fueron los conservadores, quienes aprovecharon esa maniobra política, nacida en las organizaciones de izquierda, para rehacer la hegemonía conservadora. Se consolida la figura del conservador José María Velasco Ibarra, un hombre legitimado desde la izquierda (socialistas y comunistas) y la derecha (liberales y terratenientes) para ordenar el país posterior a La Gloriosa.
La generación de escritores e intelectuales del cuarenta y cincuenta, donde se encontraba Pedro Jorge Vera, asume la esfera cultural como aquella desde donde se puede transformar la historia. Desde su militancia en la estética escrituraria y partidista, muchos de los escritores, plasman la posibilidad de transformar la sociedad. Cabe señalar que, a diferencia de la Generación del Treinta, donde la política subordinaba a la escritura, la Generación del Cuarenta y Cincuenta, coloca al mismo andarivel lo literario y lo político. Es decir que desde el campo de la cultura se trataba de respaldar un programa político, pero no hacer de la literatura el programa político. Como consecuencia de esta nueva dinámica se construye la Casa de la Cultura Ecuatoriana en 1944.
Pedro Jorge Vera, escritor comprometido, política y literariamente fue uno de los autores que de alguna forma continua con el legado abierto por la Generación del Treinta, permite reflexionar en otra época y desde otra óptica problemas políticos, uno de ellos el Estado-nación.
- Doctor, ¿usted va a gobernar con los partidos?[10]
- Respeto a los partidos, pero prefiero hombres nuevos para realizar mi plan de gobierno.
José María Velasco Ibarra[11] inicia su carrera política en el año 1930, en 1934 asume por primera vez la presidencia del país, un año después, en el año 35 fue depuesto como presidente. Esa primera derrota le permite repensar las formas de hacer política, de reflexionar sobre el quehacer político. Para esto se apoyó en la inclusión de la masa poblacional trasladada a las nacientes ciudades después de la ruptura del sistema hacendatario. No escatimó esfuerzos en sacrificar la ideología política siempre que se obtenga el poder. “Tuve que coger de todo, corrompidos e inocentes veteranos y noveles y tuve que ofrecer el oro y el morro porque a las masas les encantan las promesas. Pero los partidos (…) círculos de trinqueros plataformas de medianías”. Y es que el Velasquismo quería capturar esas fuerzas sociales que fueron desatadas a inicios del siglo XX por el Liberalismo:
¡Que bella cosa el gonzalismo [Velasquismo]! Aquí no le preguntaban a uno de quien era hijo ni sus antecedentes personales. El gran hombre había abierto no sólo los cauces de la democracia, sino, y sobre todo, los del individuo. Allí no había prejuicios ni sectarismo. El gonzalismo es la fuerza aglutinadora de las fuerzas dormidas de la patria, había dicho su líder, y efectivamente, de los suburbios, de los conventillos, de las aldeas, surgían seres anónimos que tan pronto se le acercaban, se convertían en personajes públicos. (Velasco Ibarra, siempre que se logre establecer tratos políticos, económicos o sentimentales, convenientes al caudillo, se encargaba se sacarlos del anonimato y colocarlos en la red de la burocracia, sobre todo las familias “empobrecidas” que veían en él un salvador eran las que mayormente tranzaban. Es decir, que él insertaba a sus amigos o amigos de los amigos en el aparataje estatal, apadrinándolos, y luego cada uno debía sobrevivir en las redes burocráticas).
Y es que a través del poder de la palabra Velasco Ibarra provocaba una adhesión de toda la población, incluso los analfabetos[12] (entre los que estaban principalmente indígenas, negros y campesinos) que no podían ni siquiera votar. “Legiones innumerables lo aclamaban en todos los rincones, hasta los analfabetos que no podrían votarlo, pero lo respaldaban con su vocinglería esperanzada”. La “chusma” era su base, se hubiera dejado matar por el pueblo.
El carisma propio de este caudillo que jugaba con los partidos y las ideologías, hizo de la política un bamboleo constante, donde el único discurso válido fue el que restituía al pueblo, pues era éste el que lo apoyaba en todo. “De las iglesias y las oficinas, de las fábricas y los talleres, de las barracas y los camiones, comenzaron a salir las parábolas, los mensajes, las coplas, las consignas”.
En todo este proceso fue importante el papel de los estudiantes universitarios. Por un lado, en la década del treinta el caudillo veía en ellos un grupo de subversivos que eran una amenaza para su gobierno. Eran esos intelectuales críticos que cuestionan el poder, y por eso deben ser frenados y encaminados.
- ¿Y quién ha comenzado la violencia? ¿No es violencia apoderarse de una universidad? ¿No es violencia colocar carteles irrespetuosos? ¡Y usted quiere que vayamos de rodillas ante esos majaderos!
- Usted dijo que la juventud es la esperanza…
- ¡Esos no son jóvenes: son anarquistas! ¡Mañana desalojaremos a ese hato de vagos y les aplicaremos todo el rigor de la ley!
En cambio, en la década del cuarenta, de los mismos jóvenes menciona y reconsidera: “(…) Hay que gobernar con las fuerzas jóvenes, con los estudiantes, con el pueblo, que es la esencia de la nación”. Se pensaba que Velasco Ibarra era el puente de la revolución. Pero además mencionaba que era un político altruista y sin ambiciones. “Y yo no tengo ambiciones, señores, no soy un mandón. Sólo quiero servir y devolver el honor a la patria”. Incluso su visión política había cambiado, se presentaba como un ser generoso dejando de lado su estigma de dictador.
Pedro Jorge Vera a través de esta obra muestra lo que significó la revolución de La Gloriosa y su relación con el Velasquismo; de alguna forma este autor logró consolidarse como ese intelectual que, desde el campo literario, pensaba un Estado nación, y que retrata a otro intelectual que jugaba con las masas. A diferencia de lo que sucedió con la Generación del Treinta, donde los postulados socialistas todavía no eran muy claros, en las décadas del cuarenta y cincuenta, los intelectuales como Pedro apostaban por el comunismo como factor que permita reconstituir el bloque histórico. Para su generación, entre los que estaba Benjamin Carrión (quien crea la Casa de la Cultura Ecuatoriana, mostrando su compromiso con la cultura), la Gloriosa fue ese espacio político que permitía esa posibilidad, sobre todo porque por primera vez en la historia la izquierda tenía esa oportunidad.
La pérdida de la guerra, en el territorio y en los papeles, junto a la revuelta de la Gloriosa (organizaciones populares incentivando una reacción en contra del presidente), son los factores que permiten repensar el Estado nación desde las organizaciones populares lideradas por la izquierda pues son éstas las que catapultan esa posibilidad, sin embargo, este ánimo popular encendido en las calles es apagado en las negociaciones diplomáticas, donde la derecha saca mejor partido, Velasco Ibarra logró capitalizar este proceso y se convirtió nuevamente en presidente.
La pérdida política de esa oportunidad irrepetible Pedro Jorge la retrata en un diálogo de dos personajes de la novela. “Los dos hemos cambiado. Yo soy una agitadora, tú eres un parlamentario”. Se bifurcaron los caminos y con eso las posibilidades de pensar el Estado-nación desde las organizaciones de izquierda, esos partidos que albergaban a un gran porcentaje de población subalterna. La estocada final de este proceso se muestra en siguiente diálogo. “Es inútil Jorge. Cuando te reencontré, amé al muchacho del pasado y al luchador del presente, no al diputado que eres ahora”. Se cierran filas a esa posibilidad que había creado la Gloriosa.
El ingreso del Ecuador al corto siglo XX, de la mano del liberalismo, creaba las condiciones y la expectativa para reconfigurar el Estado con el reconocimiento de las clases subalternas, es decir, la posibilidad de construir un Estado-nación que reconozca todas sus partes. El proceso iniciado en 1895, donde la sociedad mutó de forma paulatina, especialmente por la ruptura de las estructuras hacendatarias y la dinamización de la economía, fue desplazado. La transformación iniciada por la alfarada encontró en el primer pacto oligárquico (1912) un gran obstáculo para consumar el liberalismo en el Ecuador. Si bien las amarras hacendatarias estaban rompiéndose para generar un nuevo tipo de lógica social (el Ecuador es uno antes de Eloy Alfaro y otro después de su muerte), el bloque histórico nacional popular no logró consolidarse, interrumpiendo la construcción de un Estado-nación.
A este proceso hay que sumarle, la penosa masacre de 1922, que inaugura la tragedia del movimiento obrero ecuatoriano, y la Revolución Juliana de 1925, pues son pautas para entender el surgimiento del realismo social, ya que permitieron que corrientes políticas como el socialismo se plasmen en la formación de partidos políticos, por ejemplo, la creación del Partido Socialista Ecuatoriano, en 1926. En este escenario es posible pensar la literatura realista y el campo cultural en general en el Ecuador, pues este tipo de literatura pretendió transformar la superestructura. Era la posibilidad político-cultural de trastocar el ámbito cultural, resignificándolo desde las letras y la política. Lo que sin duda permitiría pensar un Estado-nación, cuyo cambio económico se inició desde 1895 y que en 1920-30 trataba de complementarse en un cambio superestructural. El bloque histórico abierto por Alfaro a inicios del siglo XX, trató de trasladarse en la esfera cultural, en las décadas siguientes, y para esto fue central el compromiso de los escritores e intelectuales. El proceso histórico en la cultura iba a un ritmo distinto que en el proceso político.
Este proceso encuentra su limitante en el año 1933, donde se restituyen las fuerzas conservadoras impidiendo que este proyecto se fragüe, más bien es desplazado, los conservadores retoman el poder y se pierde, como una ilusión, la posibilidad de construir un Estado-nación con bases populares.
En las décadas del cuarenta y cincuenta, otra vez se retoma el viejo problema: ser o no nación. En esa ocasión nuevamente se pierde la oportunidad de construir un proyecto nacional. Las organizaciones populares, sobre todo las dirigidas por los partidos políticos, socialista y comunista, tuvieron en sus manos la posibilidad de romper con la hegemonía de la aristocracia liberal-conservadora, en la Gloriosa. Lamentablemente, eso no sucede, pues los líderes de las organizaciones populares se plantean el problema desde otra óptica, miran más bien la oportunidad de ingresar al aparato estatal y ocupar espacios de poder. Esto los lleva a “coincidir” con las fuerzas políticas de la derecha, al mirar en el viejo caudillo Velasco Ibarra, una figura que solucione el dilema político nacional. Posteriormente, el viejo caudillo no reconoció ese apoyo de la izquierda, los desplazó a la primera oportunidad.
Como complemento al proceso antes descrito, hay que mencionar una dicotomía histórica que ha obstaculizado la posibilidad de construir un Estado-nación en el país. Por un lado, el papel histórico de la burguesía que no se constituyó en una clase nacional que represente a todas las partes de la sociedad, el fraccionamiento en sí misma imposibilitó construir un proyecto hegemónico con carácter nacional-popular[13]. Por otro lado, la vieja clase terrateniente no se separaba del poder político, más bien su influencia siempre fue decisiva, iba mutando de acuerdo a las condiciones que lo requerían. La vieja aristocracia terrateniente mantuvo su injerencia política en centros de poder, como municipios y gobernaciones, pero sobre mantuvo intacto el poder ideológico sustentado en las superestructuras políticas precapitalistas, como la iglesia. En resumen, si bien la burguesía como clase social, inaugura el Estado burgués, son los terratenientes los que consolidaron el poder político-ideológico después de 1912, ya que la estructura hacendataria, sostén ideológico y político de los terratenientes, no fue disuelta. Este proceso marcará incluso el campo cultural, cada vez más marginado por las élites.
Finalmente, el caudillo conservador Velasco Ibarra fue para la generación del cuarenta y cincuenta en la literatura, lo que Eloy Alfaro fue para generación del treinta. Si Eloy Alfaro fue quien abrió la senda del cambio social desde la implementación del liberalismo (que tuvo muchas limitantes), Velasco Ibarra cerró el círculo con el conservadurismo. Lo nacional popular, que con Alfaro tuvo cierta incidencia, con Velasco Ibarra es un bamboleo utilitario de las organizaciones populares y de las masas, para dejarlas de lado apenas la oportunidad lo amerite. Esto, de alguna forma, muestra esa debilidad de construir un Estado-nación en el Ecuador.