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Recepción: 05 Junio 2019
Aprobación: 20 Septiembre 2019
Reseña: Lorena Soler: Los oficios del sociólogo en Paraguay (FLACSO Paraguay, 2018)
El libro de Lorena Soler Los oficios del sociólogo en Paraguay lleva a cabo un trabajo histórico y sociológico sobre la cultura intelectual paraguaya que socavan el estereotipo de que (casi) no existió producción de conocimiento durante el régimen stronista. La tesis principal de la socióloga argentina consiste en considerar los 35 años de gobierno de Stroessner como un proceso de “modernización conservadora,” en vez de catalogarlo como una dictadura totalitaria que “controló cada uno de los reductos del sistema social” tanto en el ámbito político como en el civil. Según la autora, el resultado de esta última concepción ha llevado a una conclusión paradójica: al destacar el alto grado de represión de la “dictadura” se tiene la impresión de que los procesos de resistencia fueron menores o casi nulos. Por el contrario, Soler encuadra el mismo periodo bajo la idea de “modernización conservadora,” la cual habilita a estudiar las negociaciones entre el régimen y los distintos actores, las idas y vueltas entre procesos de modernización y estrategias autoritarias, y la necesidad de separar distintos momentos en la historia del régimen. Sin negar las múltiples violaciones de derechos humanos llevadas a cabo por el stronismo, esta concepción permite indagar distintos procesos políticos e institucionales que convivieron y resistieron al régimen, para iluminar la formación del campo intelectual durante este periodo.
En términos concretos, Soler se ocupa de registrar la producción de conocimiento del Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos (CPES) expresada fundamentalmente en la Revista de Sociología Paraguaya (RSP) a partir de los años 60 en Paraguay. Al mismo tiempo, la autora indaga los modos en que el CPES contribuyó a la formación de la carrera de sociología (1971) en la recientemente fundada Universidad Católica (UCA, 1960), en el contexto de la intervención de la Universidad Nacional de Asunción durante gran parte del stronismo. Mediante el desarrollo de entrevistas con miembros del CPES y el relevamiento de la literatura sociológica de la época, Soler pone a funcionar su oficio de socióloga para crear una narrativa sobre los oficios del sociólogo en Paraguay.
I. El ser sociológico latinoamericano en su oficio
El punto de encuentro simbólico entre ambos “oficios” es la recepción de Soler del libro del sociólogo paraguayo Domingo Rivarola, Una sociedad conservadora ante los desafíos de la Modernidad (CPES, 1991), compuesto de editoriales periodísticas que reflexionaban sobre el inmediato pos-stronismo. Cabe destacar que Rivarola es considerado el principal sociólogo paraguayo de la segunda mitad del siglo 20 en adelante, fundador y artífice de la inserción de la disciplina de las ciencias sociales en el país.
En este punto de encuentro entre ambos sociólogos, el oficio que Soler convoca se yuxtapone y se desdobla históricamente acicalando dos soportes del libro. Por un lado, los términos de la tensión entre modernidad y conservadurismo que Soler destaca en su tesis principal coinciden con el título del libro de Rivarola. En cierto modo, esta coincidencia temática formula un modo de hacer ciencias sociales y de pensar la historia intelectual como un gesto intergeneracional dador de sentido al quehacer sociológico en contexto políticos poco receptivos. Me refiero a las líneas de continuidad entre el stronismo y el régimen neoconservador actual en el país. Por el otro lado, la necesidad de destacar el carácter paraguayo de la empresa sociológica resulta llamativo, pues en la introducción de su libro, Rivarola reconoce la influencia de Gino Germani y otros pioneros de la historia de la sociología argentina. En ese sentido, la referencia se desdobla en el hecho de que Soler ilumina la labor del CPES, del mismo modo que antes Rivarola reverenciaba las figuras de la sociología argentina. En esta inversión de roles, Soler señala que “a menudo cuando me consultan si soy paraguaya, ya no sé qué responder.” Esta mención en los “agradecimientos” acaso funciona como un anclaje emocional y personal del libro, pero resulta fundamental para entender las condiciones de producción de conocimiento sociológico. Es decir, entre la coincidencia en la temática, los contextos sociohistóricos y los desplazamientos de la sensación de pertenencia “nacional”, Soler construye una narrativa que apuntala históricamente al ser sociológico de la región en torno a la experiencia de formación del campo de las ciencias sociales en Paraguay. Y en ese sentido, la autora se “vuelve paraguaya” para mirar el desarrollo de la sociología en América Latina durante el periodo de los regímenes militares.
II. La formación del campo intelectual en Paraguay durante el stronismo
La estructuración de los capítulos en el libro logra un recorte muy bien pensado sobre la formación del campo intelectual desde el punto de vista de la sociología en Paraguay durante el stronismo. Soler construye una narrativa muy sólida entre el contexto histórico político, el pensamiento de larga duración que excede el periodo, y la especificidad de la sociología paraguaya en el contexto latinoamericano. Estos recortes permiten visualizar no sólo la tesis central de la autora, sino también las contradicciones inherentes a estos procesos aun cuando pongan en riesgo su idea. El resultado es una exposición elocuente y sólidamente informada que logra hacer inteligible las luchas y tensiones propias del campo intelectual en Paraguay.
El primer capítulo reconstruye históricamente desde la época de la independencia hasta 1970, el problema de la construcción de un campo intelectual y cultural de producción de conocimiento y la formación de instituciones en torno a la figura del aislamiento con que se ha identificado al Paraguay. Entre los distintos intentos nacionales por llevar a cabo esta tarea, Soler destaca dos momentos de convergencia que funcionan en cierto modo como la pre-historia de la disciplina sociológica. Por un lado, la autora sostiene (refraseando a Domingo Rivarola) que en el periodo posterior a la Gran Guerra (1864-1870) “el ingreso de Paraguay al concierto de las naciones sería posible mediante el orden político surgido de la constitución liberal, por lo cual el aislamiento geográfico y la lengua nativa conspiraban contra el progreso” (27). A pesar de ello, figuras liberales como Cecilio Báez, Eligio Ayala, e Ignacio A. Pane, reconocidos intelectuales paraguayos, escribieron ensayos específicos sobre sociología influenciados por el evolucionismo y el positivismo de las primeras décadas del siglo 20. Por el otro, Soler reconoce un momento de “pensamiento nacional y latinoamericano” en torno a los años 20 y 30, el cual se expresó en Paraguay en la disputa entre un nacionalismo liberal cívico y un nacionalismo más romántico y guerrero (43). Aunque es recién después de la Guerra del Chaco que los trabajos específicamente sociológicos comienzan a ser sustentos de la disciplina en el país, con figuras tan disimiles como Pastor Benítez, Natalicio González, y sobre todo para la sociología, Justo Prieto.
Si bien ambos momentos contienen una especificidad nacional, coinciden a grandes rasgos con la tendencia propia de la época de otros países latinoamericanos. El caso específico de Argentina, que Soler utiliza comparativamente en más de una ocasión, sirve para recalcar que estas convergencias sucedían al mismo tiempo en el país vecino, pero en el marco de una cultura intelectual e institucional ligada a la formación del estado nacional mucho más sólida y coordinada institucionalmente. Leído desde el aislamiento, el resultado de estos intentos ensayísticos de los intelectuales “paraguayos” en el periodo entreguerras produjeron una serie de publicaciones e instituciones culturales que no lograron articularse de un campo cultural similar al caso argentino. Y, por lo tanto, se reforzaba la idea de que no existía una producción de conocimiento sociológico en el Paraguay.
Ya a comienzos de la Guerra Fría, los cambios en el patrón de acumulación y la hegemonía de Estados Unidos en la región reconfiguraron la conformación de un campo cultural y la especificidad de las ciencias sociales al respecto. En efecto, con la llegada del stronismo y la predominancia de las relaciones entre Paraguay y Estados Unidos en los años 50 mediante la Alianza para el Progreso, el proceso de “modernización económica” en clave conservadora se constituyó en el nuevo patrón de acumulación nacional. Mediante el acceso a prestamos internacionales Paraguay pudo acceder a la construcción de obras de infraestructura, las cuales le permitieron su reinserción en el mercado mundial desde una economía manejada desde el Estado.
El capítulo 2 se centra en indagar la formación del CPES en el contexto de la Alianza para el Progreso y el impulso de Estados Unidos por modernizar la región en términos del desarrollo económico y la formalización de estudios de ciencias sociales en América Latina. Fundado en 1964, el CPES fue un centro de producción de conocimiento sociológico que se circunscribió dentro de una serie de instituciones latinoamericanas de las ciencias sociales tales como CEPAL, FLACSO, y CLACSO. Su líder eminente, Domingo Rivarola, también tuvo estrechas relaciones con la Fundación Ford y formó parte de CLACSO casi desde su comienzo. En ese sentido, la publicación del libro de Soler por la editorial de FLACSO Paraguay ofrece una línea de continuidad entre ambos sociólogos.
Este diálogo internacional y regional fue fundamental por muchas razones: en primer lugar, para la sobrevivencia del centro y la disciplina dada la inestabilidad política de los países latinoamericanos durante las décadas del 60 y del 70. Significativamente, Soler sostiene que “en Chile, Uruguay y Brasil, el desarrollo de esta ciencia se produjo bajo órdenes democráticos […] mientras que en Argentina se dio a partir de la llamada Revolución Libertadora, que expulsó del gobierno al presidente Juan Domingo Perón, y en el Paraguay, bajo el stronismo” (60). De hecho, el CPES nunca fue cerrado por Stroessner, pues a pesar de que no coincidía ideológicamente, en parte, formaba parte de la modernización nacional, vinculado con la producción de conocimiento en el exterior y con escasa influencia en la política interior.
En segundo lugar, el CPES se inscribió en un proceso de modernización de la sociología misma a nivel regional que buscaba una “sociología científica” para distinguirse de la sociología tradicional tal como la disciplina se había desarrollado hasta ese entonces. En ese sentido, Rivarola fue el “Gino Germani” del Paraguay en tanto el CPES monopolizó “el reconocimiento científico e intelectual” manteniendo “el control de las redes con las instituciones de financiamiento y prestigio exterior” (63). Soler destaca específicamente la importancia de figuras como Enrique Oteiza y Aldo Ferrer así como del proceso de formación de CLACSO (1967) que fueron claves para el desarrollo del CPES. Sobre todo, porque estas relaciones entre científicos sociales e instituciones internacionales generaban una ruptura “con el frecuente aislamiento del Paraguay” mientras alimentaban “su escasa vida académica” con visitas frecuentes a Asunción de las figuras intelectuales latinoamericanas más prominentes (71). Pero también, porque la “metodología de trabajo propuesta por el CLACSO fomentaba la realización de investigaciones grupales” donde se incluía la colaboración entre centros independientes (como el CPES) y el desarrollo de la sociología rural en los países donde las ciencias sociales aun no habían dado el salto modernizador de la época (81). En todo caso, Soler demuestra como el CPES “fue protagonista de los programas de [desarrollo de las ciencias sociales] de importancia y prestigio en la región,” los cuales se canalizaron a través del ingreso de la sociología científica en Paraguay (84).
En el capítulo 3 se destaca la convergencia del CPES en la formación de una cultura elitista intelectual funcional al momento histórico de las ciencias sociales a nivel regional. En ese sentido, el CPES formó parte de una renovación del campo cultural en torno a las ansias de modernización de los cuales también participaron otros grupos. Entre ellos Soler menciona Los Novisimos en arte (Colombino, Blinder, Escobar), la aparición de revistas culturales como Alcor (donde escribieron Roa Bastos, Plá, Bareiro Saguier), y más adelante, Criterio, una revista confrontacional en términos políticos. En este contexto, los diarios de la época expandieron su enfoque cultural (La Tribuna, ABC color), se expandió el mercado editorial en la mayoría de estos campos culturales, y creció la matriculación de estudiantes en las universidades. En resumen, este desarrollo del campo cultural, con sus contradicciones y limitaciones, se dio bajo la tutela de la “dictadura” en nombre de una modernización a la que el régimen adscribía siempre y cuando no rompiese el cerco conservador en el cual se encuadraba.
El capítulo 4 traza las trayectorias personales de algunos miembros del CPES y las intersecciones entre militancia y trabajo académico. Tal el caso de Domingo Rivarola, que como estudiante de filosofía en la UNA había participado de las movilizaciones estudiantiles de fines de los 50 contra Stroessner y luego formado parte del Partido Liberal. En sus propias palabras: “éramos muy modernos para la época” (119). En esta mención se resalta cómo la tensión expresada en la tesis fundamental del libro sobre la “modernización conservadora” estaba anclada en el argumento a nivel subjetivo de los integrantes del CPES. Por eso el centro de investigación significó una herramienta de innovación que no se encontraba en la militancia (perseguida por el régimen) ni en la “vetusta” política partidaria. Soler destaca que también resultaron cruciales otras figuras como Graziela Corvalan (única mujer), que se inició como traductora de inglés y terminó manejando la Revista Paraguaya de Sociología. Y otros como Ramón Fogel y Armando Galeano, provenientes de instituciones católicas y militantes junto a movimientos campesinos, quienes luego se formaron en FLACSO y consolidaron desde esa perspectiva su aporte al CPES. Estos últimos, junto a Tomas Palau y José Nicolás Morínigo participaron de la formación la carrera de sociología de la UCA en 1971.
La función de ciertos sectores de la Iglesia resultó crucial para la formación intelectual de la época. No es casualidad que el ex obispo Lugo haya sido la figura aglutinadora que logró derrotar a los colorados en las urnas en 2008. En todo caso, en el contexto de la creación de las Ligas Agrarias Cristianas y más adelante las guerrillas paraguayas en los 70, el CPES se ubicó “entre la politización de la Iglesia y el movimiento estudiantil, con epicentro en la carrera de Sociología” en la UCA, formando parte de un campo cultural en gestación donde los estudiantes utilizaban lo aprendido en clase para intervenir políticamente, mientras los profesores se dedicaban a investigar y enseñar. La militancia de la que habían provenido los miembros del CPES, ahora se volvía el deseo de los estudiantes por cambiar el mundo. Como resume Soler, “la Iglesia primero mostraba el “mundo social y de la política” y la sociología permitía, en el espacio urbano, avanzar en la militancia por un mundo más justo” (140). Estos militantes fueron perseguidos por la dictadura de Stroessner y finalmente el movimiento estudiantil, eclesiástico y armado fue derrotado en 1976. A partir de entonces, CPES se mantuvo replegado de la vida intelectual y política, y actuaba sólo en materia de investigación (y no de difusión) y así sobrevivió la envestida represiva.
Los capítulos 5 y 6 muestran las controversias académicas, reflejo del convulsionado mundo político. El debate entre la antropología y la sociología por la legitimidad de su trabajo reproducía en parte la disputa epistemológica entre el marxismo y el estructuralismo funcionalista. La disputa entre el antropólogo Bartomeu Meliá, exiliado en 1976, y Domingo Rivarola, enfrentaba distintas concepciones de cambio social y de la función de la ciencia social en el país. Pues en términos teóricos, la RPS se mantuvo fiel al estructural funcionalismo de los años 70 en detrimento de otras discusiones más expresamente políticas y militantes ligadas a debatir la revolución o al marxismo. Esta postura y su inserción internacional en los organismos de investigación continental (FLACSO, CLACSO, CEPAL) le permitió mantenerse abierta durante el stronismo, incluso en los momentos más álgidos de la represión a mediados de esa década.
Ya en los años 80, con la crisis económica del régimen y el viraje continental hacia transiciones democráticas, “el nuevo principio orientador del cambio social” en términos de las investigaciones académicas “fue la democratización.” Específicamente, se produjo un desplazamiento de la agenda de producción del conocimiento de temas desarrollistas a temas más netamente políticos como la emergencia de movimientos campesinos en Paraguay o las discusiones sobre la “apertura democrática” inminente. De ese modo, señala Soler, la legitimidad del CPES se afianzó de tal manera que para los sociólogos que retornaban del exilio, la RSP se convirtió “en el espacio académico para ser sociólogos” en Paraguay.
Soler destaca que uno de los núcleos de discusión permanente en el ámbito intelectual era la “cultura fundamentalmente autoritaria” del Paraguay, supuestamente demostrada con el régimen stronista, que servía de obstáculo a la democratización. Este cambio de enfoque en los estudios hacia conceptos mas propios del campo de las ciencias políticas se mantuvo y creció durante el periodo pos-dictatorial democrático reforzando al argumento esencialista de que la cultura autoritaria de la sociedad ligada al coloradismo en el poder por mas de 50 años impedía (e impide) un cambio democrático real. Justamente el objetivo de Soler consiste en socavar esta “argumento circular” que carece de valor a la hora de explicar la realidad por un elemento permanente.
Por último, Soler indica que, durante los años 90, los intelectuales que habían vivido bajo el régimen dictatorial o en el exilio, entre ellos los sociólogos del CPES, “saltaron al estado” para asesorar las políticas públicas en distintos niveles. De ese modo, y a partir de la llegada de las ONGs con sus propios cuadros intelectuales, el predominio sociológico del CPES fue disminuyendo, aunque se mantuvo su prestigio internacional. La máxima expresión de este proceso se dio con la llegada de Lugo al poder, donde los sociólogos fueron parte integral del gobierno.
III Contra las figuras del aislamiento y de la cultura autoritaria esencialista
En las conclusiones del trabajo, Soler retoma su tesis fundamental sobre la “modernización conservadora” para sostener que el stronismo “fundó un nuevo orden social, en el que pudieron coexistir lógicas liberales con prácticas autoritarias y corporativas.” Desde esa perspectiva, el relevamiento histórico y sociológico de la trayectoria del CPES y la RSP realizado en el libro permite visualizar las dos patas del argumento. Por un lado, sostiene que, en contraste con la idea predominante del aislamiento paraguayo, “muchas reflexiones que se producían en América Latina tuvieron también su contrapartida en Paraguay”. Y de ese modo se puede pensar la historia de la sociología en el país como la puesta en juego de una “metodología de abordajes” en consonancia con los movimientos políticos e intelectuales del continente. El CPES, en ese sentido, es un producto de la organización de la producción de conocimiento continental a través de los organismos mencionados de CEPAL, FLACSO y CLACSO.
Por el otro lado, hacia adentro de Paraguay, el CPES es el resultado de un esfuerzo modernizador que logró refundar un nuevo orden sociológico mientras convivía (a pesar de su diferencia ideológica) con el proceso de “modernización conservadora” propio del stronismo. Soler destaca que “la clausura de las libertades civiles [predominante en el stronismo] a condición del cambio modernizador y la estabilidad política, brindó las posibilidades sociohistóricas para el surgimiento del CPES.” A diferencia de la idea de una cultura autoritaria que impide el desarrollo del conocimiento, Soler argumenta que “la protección de las organizaciones regionales y la ausencia tanto de un pensamiento de izquierda como de la pregunta por la existencia de ‘la dictadura stronista’ permitieron que el CPES se preservara frente al régimen.” Esta preservación le ganó la legitimidad nacional y continental tanto como parte del campo intelectual en el país como su prestigio académico en términos continentales. Y su efecto duradero se puede percibir en la inclusión de estos sociólogos en el estado pos-stronista, y en particular, en el gobierno de Lugo. Como dice Rivarola: “Nos habíamos preparado toda una vida para eso” (201). En ese sentido, lo que esta en juego en los “oficios del sociólogo” son las apuestas de una vida intelectual por una intervención política que valga la pena en el propio razonamiento de los intelectuales que lo llevan a cabo. En el contexto de las reflexiones sobre las elecciones vitales de los militantes que optaron por la guerrilla o por dar la vida por la revolución durante la misma época, la mención de Rivarola permite visualizar otras trayectorias intelectuales. No en plan comparativo o justificativo, sino más bien, para entender la profundidad de las decisiones políticas personales en el contexto de la producción de conocimiento.
En resumidas cuentas, el excelente trabajo de sociología histórica llevado a cabo por Soler consiste en socavar los estereotipos en los cuales Paraguay ha sido enfrascado, desde dentro y desde fuera: las figuras del aislamiento y la cultura autoritaria inamovible de la sociedad. Estas figuras, si bien señalan problemas históricos y políticos en Paraguay, se han consolidado de tal modo que funcionan como obstáculos para pensar los procesos históricos paraguayos, en este caso, la trayectoria de la sociología en el país.
Referencias
Soler, L. (2018). Los oficios del sociólogo en Paraguay. Asunción: FLACSO.