Reseña
Casullo M. E.. ¿Por qué funciona el populismo?. El discurso que sabe construir explicaciones convincentes de un mundo en crisis. 2019. Siglo XXI Editores |
---|
Recepción: 20 Mayo 2020
Aprobación: 15 Junio 2020
Vemos hoy en América Latina que el populismo, a pesar de ser sentenciado a muerte, regresa con vitalidad una y otra vez a lo largo de la historia. De hecho, puede vislumbrarse un nuevo período de auge del populismo no sólo ya a nivel regional sino mundial, con determinados sucesos en Estados Unidos y en Europa. María Esperanza Casullo en ¿Por qué funciona el populismo? señala que si el populismo nunca muere es precisamente por su efectividad. Propone que el populismo funciona tanto para ganar elecciones, como también para gobernar valiéndose de una herramienta discursiva a la que denomina “mito populista”.
La autora señala que estudiar el populismo implica enfrentarse al problema de que el término se utiliza cotidianamente tanto por especialistas como por no especialistas, casi siempre cargado de connotaciones negativas. Al mismo tiempo, se han multiplicado los estudios sobre populismo, pero de una manera superficial y sin llegar a un consenso sobre la definición del concepto y sus alcances. Casullo considera que la idea de populismo debe ser lo suficientemente restrictiva como para incluir algunos casos y excluir otros, pero al mismo tiempo, lo suficientemente amplio y flexible como para poder desarrollar la multiplicidad de casos, sus gradaciones o hibridaciones. Por ello, adopta un enfoque donde el populismo es un tipo de género discursivo y como tal, un fenómeno propiamente político (no sociológico, ni económico).
A la herramienta que pone en funcionamiento el populismo, Casullo la denomina mito populista. Este es una narración, como lo son los cuentos populares o las leyendas, pero relatados como una “verdad”, como algo que sucedió efectivamente en el pasado. Los mitos populistas deben, en palabras de la autora, lograr tres objetivos básicos: explicar quién forma parte del pueblo —del “nosotros”—, explicar quién es el villano que le ha hecho un daño a ese pueblo y justificar por qué el pueblo necesita a ese líder para reparar dicho daño. El mito populista tiene entonces un héroe, pero, a diferencia de las leyendas, es un héroe dual. El pueblo es un héroe colectivo, pero que no puede organizarse ni actuar por sí solo, es el líder quien debe acompañarlo y guiarlo. Este es un tipo de discurso performativo, es decir con efectos sobre la realidad, y funciona en tanto logra dar respuesta a dificultades, miedos y ansiedades de los ciudadanos, porque les ofrece la posibilidad de participar en un proyecto con carácter épico. Para rastrear el uso de esta herramienta, la autora generó un análisis de los discursos presidenciales. Fundamentalmente, aquellos de asunción de mando, los pronunciados ante la Asamblea General de la ONU y los que fueron dados en respuesta a situaciones de crisis o momentos excepcionales, entendidos como intervenciones públicas en momentos de relevancia institucional.
En el primer capítulo, Casullo expone que la teoría del “fin de la historia” de Fukuyama y el optimismo democrático-liberal de la década de 1990 actualizó una promesa ya planteada en la teoría de la modernización política de fines de los años cuarenta: que la integración de los países tercermundistas al capitalismo mundial forjaría la democratización generalizada de esas sociedades y su adopción de modelos de democracia liberal de partidos idénticos a los de los países centrales. Sin embargo, la autora señala que ya en la década de 1940, la modernización industrial no terminó en la generación de los sistemas de partidos esperada sino en el ascenso de figuras políticas como Getúlio Vargas, en Brasil, y Juan Domingo Perón, en la Argentina. Del mismo modo, luego de las crisis económicas, sociales y políticas, en las que concluyeron las reformas modernizantes neoliberales, los gobiernos electos al inicio del siglo XXI fueron en su mayoría populistas de izquierda.
En el segundo capítulo se presenta una genealogía del populismo. Casullo entiende que el populismo no es un fenómeno exclusivo del mundo moderno y capitalista y encuentra los primeros ejemplos en la Atenas clásica. Indica que tanto Platón como Aristóteles hacían referencia a la idea de los pobres como vulnerables frente a la manipulación por parte de la figura del demagogo. Del mismo modo, para Maquiavelo la relación entre el príncipe y la nobleza es de suma cero: si crece el poder de una, decrece el del otro. En tal sentido, un príncipe ambicioso debe apoyarse en el pueblo —entendido como un mero conjunto de personas que sólo desea no ser dominado— contra la nobleza para obtener y conservar el poder.
Dentro del mismo capítulo, la autora señala la presencia de un líder personalista y carismático como uno de los rasgos centrales de la movilización populista. La autoridad y el poder del líder existe en tanto sus seguidores lo reconocen como una persona excepcional. De esta forma, el líder populista debe crear y recrear la legitimidad de su autoridad mediante la construcción discursiva continuamente. Dentro de esta construcción, los líderes reiteradamente hacen referencia a sus historias personales y privadas, presentándose como outsiders, como personas que no están contaminadas por los vicios del establishment.
Enumera tres arquetipos de liderazgos. En primer lugar, el militar patriota: el principal modelo de los populismos del siglo XX en la región. Profundamente relacionado con el surgimiento de las figuras de Getúlio Vargas, Juan Domingo Perón, José Velasco Alvarado, Omar Torrijos y, más tarde, Hugo Chávez. En segundo lugar, ubica al dirigente social, vinculado a aquellas organizaciones que se fortalecieron durante la lucha antineoliberal y proporcionaron a la política de diversos líderes en la ola más reciente del populismo. Como representantes de estos liderazgos se exponen principalmente Lula da Silva y Evo Morales. Sin embargo, la autora señala que Fernando Lugo y Rafael Correa también entraron a la disputa político-partidaria “desde afuera”. Por último, desarrolla la idea del empresario exitoso, relacionado al imaginario político de Europa occidental y los Estados Unidos y teniendo como los casos más relevantes a Silvio Berlusconi y Donald Trump. Sin embargo, en América Latina existen algunos ejemplos de empresarios exitosos volcados a la política (Sebastián Piñera en Chile, Michel Temer en Brasil, Horacio Cartes en Paraguay, Mauricio Macri en la Argentina y Pedro Pablo Kuczynski en Perú). Aquí ya no se presenta la idea del sacrificio por la patria, como podía observarse en los militares patriotas, sino la concepción de la racionalidad instrumental vinculada al éxito individual dentro de sus empresas.
El líder es entonces el único narrador oficial y quien desarrolla el mito populista, definiendo discursivamente en cada momento quién es el héroe y quien es el villano. Ahora bien, el líder no se presenta como héroe del relato, sino que el verdadero héroe es el pueblo. Como se ha mencionado, se genera de esta forma una estructura dual a partir de la dupla pueblo-líder. Lo mismo ocurre con el villano, constituido por la dupla enemigo externo-traidor interno.
En el capítulo tercero, Casullo, desarrolla un recorrido por la experiencia llamada el “giro a la izquierda” de Sudamérica desarrollado desde 1998 hasta 2015, donde el populismo fue el protagonista. En esta experiencia incluye a los gobiernos de Hugo Chávez, Néstor Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa y Fernando Lugo a quienes les atribuye algunas características comunes. Todos llegaron al poder por la vía electoral, en el contexto de crisis económicas, sociales y políticas privilegiaron una mayor intervención del Estado, favorecieron la movilización de la sociedad civil limitando el poder de los partidos tradicionales y debieron atravesar amenazas claras a la estabilidad política en sus primeros años de gestión. La hipótesis que guía este capítulo es que fue la radicalización discursiva, y no la moderación, la estrategia más efectiva para superar dichos conflictos.
Dentro de estos gobiernos, Hugo Chávez fue el mayor exponente del arquetipo del “soldado patriótico” teniendo más puntos en común con los populistas de los años de posguerra que con sus contemporáneos. El discurso de Chávez, dirá Casullo, fue el más antagonista, personalizado y nostálgico. El principal adversario discursivo era el imperialismo, pero incluyendo una personalización extrema como ocurrió con el entonces presidente estadounidense Bush. Los traidores internos estaban representados por “la oligarquía venezolana” y los partidos tradicionales a los que llamaba “los escuálidos”.
En tanto, Casullo entiende que Evo Morales representa la figura más compatible con la narrativa del outsider. Primer integrante de los pueblos originarios en ocupar la presidencia boliviana, construyó una narrativa sobre su niñez de pobreza enfatizando aspectos morales de la experiencia indígena. El villano externo se conformó por una combinación de “el imperio” y “el neoliberalismo” representada en Estados Unidos, al tiempo que el adversario interno se mantuvo vagamente definido. En relación al héroe del mito populista, se constituye una idea de héroe plural encarnado por “los pueblos” originarios, pero incluyendo un llamado a las clases medias, profesionales e incluso a las elites para unirse al proyecto de liberación nacional.
En Argentina, Casullo divide a los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández en dos momentos bien diferenciados, a partir del conflicto con los sectores agroganaderos en el año 2008. De 2003 a 2008 los adversarios eran impersonales y globales (el FMI, los llamados “fondos buitre”, etcétera), pero luego del año 2008 se profundizó el antagonismo y el kirchnerismo se vio obligado a “pegar hacia arriba y hacia adentro”. La autora señala que el matrimonio Kirchner, a diferencia de lo ocurrido en Venezuela, Bolivia o Ecuador, tuvo un posicionamiento moderado dentro del populismo latinoamericano a principios de siglo. El héroe del mito populista fue un “héroe estatal”. De esta forma, los discursos de sus líderes fueron los más institucionalistas, citando constantemente números y estadísticas.
Fernando Lugo es presentado en este capítulo como un ejemplo de que la moderación parece haber sido una estrategia fallida. Su figura generada a partir del trabajo sacerdotal lo llevó al poder como un popular outsider carismático. Sus adversarios no fueron individualizados, como tampoco fue definido un “nosotros” en un lenguaje moralista ni caracterizó su proyecto en términos épicos. La autora encuentra en la ausencia de llamados a la movilización social la diferencia más clara con respecto al resto de los líderes latinoamericanos presentes en la época. La falta de una puesta en escena que enfatice la unidad del líder con el pueblo y la amenaza personal contra el propio cuerpo del líder puede observarse muy claramente en el juicio político realizado en su contra en el año 2012.
Casullo encuentra tres factores que contribuyeron a que la apuesta a la radicalización discursiva fuera efectiva: a) la alta heterogeneidad de identidades en las sociedades latinoamericanas (étnicas, regionales, de clase, de género, etcétera) vuelve imposible la conformación de partidos basados en un único principio identitario; b) la crisis del sistema de partidos presente al momento de su llegada al poder; c) la existencia de crisis que amenazaron su gobernabilidad en sus primeros años de gobierno llevó a la generación de un sentido de lealtad hacia los lideres por fuera de canales partidarios.
A lo largo del capítulo cuatro, Casullo, desarrolla las características del ascenso global del populismo xenófobo. Si bien durante décadas el populismo fue visto como una patología de las sociedades periféricas o de una modernización imperfecta, una década después de la crisis financiera global del 2008 y 2009, el mundo se ve sacudido por una ola de ascenso de populismos marcadamente xenófobos, antiliberales y anticosmopolitas. Aunque los partidos populistas de derecha radical no son una novedad en Europa o en los Estados Unidos, la autora observa que en los últimos años se han transformado en protagonistas de los sistemas de partidos.
A diferencia de los populismos de izquierda, los de derecha no tienen objeciones frente al sistema capitalista per se, aunque sí sobre los efectos de la globalización. Asimismo, estos buscan dividir a la sociedad alrededor de tres temas claves: la inmigración, la tecnocracia multinacional encarnada en la Unión Europea y los cambios en el modelo de familia patriarcal. En palabras de Casullo, se caracterizan por “pegar para abajo” en tanto antagonizan con sectores no pertenecientes a las elites económicas y sociales. Asimismo, mientras que los populismos de izquierda se ubican como representantes de un sector en una posición ofensiva y modernizante, los de derecha representan a un sector de la sociedad en posición defensiva y nostálgica. El caso más resonante es el de Donald Trump, quien asumió como presidente de los Estados Unidos en 2016 y ejemplifica la idea del líder populista de derecha que se presenta como un empresario exitoso. Como bien menciona la autora, puede observarse un punto de contacto con los líderes populistas desarrollados anteriormente. El discurso de Trump, lejos de moderarse parece radicalizarse cada vez más y reposarse sobre esa radicalización. Casullo también caracteriza a la figura de Marine Le Pen, quien accedió al liderazgo del partido político fundado por su padre en 1972 y pretendió convencer a los electores de que su partido se había modernizado y transformado en una nueva derecha democrática. La autora observa que su condición de mujer le permitió construir un discurso que combinó los elementos xenófobos y agresivos con la humanización de su rol de madre y cuidadora.
En el capítulo cinco, Casullo desarrolla las características que tuvieron la victoria y los primeros años de gestión de Cambiemos en Argentina, que ubicó a Mauricio Macri en la presidencia. La autora observa la existencia de un mito fundacional identificando al populismo peronista como causante del daño y al héroe encarnado en la idea del individuo proveniente del mundo de las empresas. Entenderá entonces, que su triunfo electoral sólo fue posible debido a que durante su campaña utilizó estrategias discursivas populistas.
El ingreso de Mauricio Macri a la política, para la autora, estuvo dado por la crisis del 2001 y se intentó generar de un proceso de “humanización” para volverlo popular. En palabras de Casullo, a partir del 2011 la estrategia discursiva y política del partido de Macri, Propuesta Republicana (PRO), sufrió una transformación profunda mediante la cual, la autora entiende, se avanza del Macri popular al Macri populista. Al mismo tiempo que el kirchnerismo desplazaba el conflicto hacia “adentro” del país, luego del conflicto con los sectores agroganaderos, y se generaba un sector social y político que se mostraba explícitamente antikirchnerista, el discurso de Macri se tornó abiertamente antagonista en busca de encarnar esa oposición frontal. Si bien luego del 2015, y en los primeros dos años a cargo del gobierno nacional, se reforzó la antagonización en términos morales con quien es acusado de ser responsable del daño al pueblo, progresivamente fue desplazándose hacia aquellos sectores de la sociedad que no comprendían las transformaciones y los sacrificios necesarios.
Por lo expuesto, Casullo considera que el macrismo logró su éxito electoral gracias a la estrategia de proponer futuro y antagonizar con el kirchnerismo. Sin embargo, esta polarización fue efectiva en tanto representaba “pegar para arriba”, es decir, frente a un gobierno que tenía poder real. Una vez derrotado en las urnas, el kirchnerismo ya era una amenaza menos creíble y la alternativa (menos efectiva) parece haber sido “para abajo”, directamente con la sociedad.
En las conclusiones, la autora establece una íntima relación entre el ascenso del populismo y los contextos de crisis política y económica. Casullo entenderá que en Chile, Brasil y Uruguay, donde no se produjo una crisis económica abierta y los sistemas de partidos cambiaron de forma gradual, no puede observarse la llegada de un presidente populista. Asimismo, indica a los cambios en la estructura social de las comunidades como otro factor que facilita la aparición de gobiernos populistas. Como se ha mencionado, el mito populista adquiere mayor eficacia en presencia de una pluralidad social.
Finalmente ofrece algunas conclusiones tentativas sobre lo que está ocurriendo en América Latina luego de la “ola rosa” populista. En primer lugar, señala la imposibilidad de todos los lideres de transmitir el carisma del líder original hacia el sucesor. En segundo lugar, Casullo subraya que si bien el modo de representación populista es poderoso, no es invencible. Considera que amplias capas de la sociedad comenzaron a rechazar el espíritu antagonista y comenzaron a valorar partidos o liderazgos que prometieron un retorno a la “normalidad”.
¿Por qué funciona el populismo? contribuye a una discusión siempre abierta. Si bien el momento hegemónico del populismo latinoamericano parece haber terminado, no sólo no se ha producido como resultado el tan esperado ascenso de democracias liberales en América Latina, sino que se han comenzado a observar surgimientos populares de derecha en otras partes del mundo. Habrá que aceptar, como marca Casullo, que el populismo funciona y, por ende, está condenado a volver una y otra vez.