Artículos
Recepción: 14 Agosto 2017
Aprobación: 25 Septiembre 2017
DOI: https://doi.org/10.17533/udea.elc.n42a07
Resumen: En este ensayo se explora la problemática de la violencia en Colombia desde la perspectiva política y literaria de Manuel Zapata Olivella. Se argumenta que un entendimiento más completo de su pensamiento requiere dilucidar el papel que jugaron dos momentos históricos clave en su formación y desarrollo como intelectual, a saber, los eventos del 9 de abril de 1948 en Bogotá y la experiencia transformadora de su viaje por China en 1952.
Palabras clave: Bogotazo, China, comunismo, literatura de viaje, La Violencia.
Abstract: In this essay the problematic of violence in Colombia is explored from the political and literary perspective of Manuel Zapata Olivella. It is argued here that a more complete understanding of his perspective requires revealing the role played by two key; an historical moments that contributed to his intellectual education and development as a thinker, such as, the events occurred on April 9th, 1948 in Bogotá and the transformative experience of his journey on China in 1952.
Keywords: Bogotazo, China, Communism, travel literature, La Violencia.
Introducción
Manuel Zapata Olivella (1920-2004) fue un médico, intelectual, escritor y activista afrocolombiano que construyó un amplio corpus escritural que se enfocó en contar, analizar y proponer soluciones a los problemas de la sociedad colombiana y latinoamericana desde la perspectiva de algunos de sus protagonistas frecuentemente olvidados en las historias oficiales: los variopintos hijos de la diáspora africana en el Nuevo Mundo. Esta tarea la acometió publicando una copiosa cantidad de cuentos, novelas, crónicas periodísticas, narrativas de viaje, ensayos y obras teatrales, entre otros. En este sentido se destacan trabajos como Pasión vagabunda (1949), He visto la noche (1953), China, 6 a.m. (1954 [1955]), En Chimá nace un santo (1963), Detrás del rostro (1963), Chambacú, corral de negros (1963), Changó, el gran putas (1983), El fusilamiento del diablo (1986), Las claves mágicas de América: raza, clase y cultura (1989), ¡Levántate mulato!: por mi raza hablará el espíritu (1990) y La rebelión de los genes: el mestizaje americano en la sociedad futura (1997).1
El estudio más o menos sistemático de la obra de Zapata Olivella se ha venido realizando desde los años setenta, principalmente en universidades de Estados Unidos. Sin embargo, no es hasta las décadas de 1990 y 2000 que aumentan considerablemente las disertaciones doctorales, artículos críticos y libros sobre algún aspecto de la obra de Zapata Olivella. En estos estudios se da especial atención a la que es considerada su obra maestra: Changó, el gran putas. Otras de sus obras que en este período centran la mayor atención crítica son: Chambacú, corral de negros, En Chimá nace un santo, El fusilamiento del diablo y ¡Levántate Mulato! Los temas que resaltan en los distintos análisis son el mestizaje cultural-racial, los mecanismos de la construcción de identidad etnoracial, la representación del sujeto cultural afrodescendiente, la autobiografía, la raza y la nación, entre otros. Es importante anotar que la producción crítica en círculos académicos colombianos empieza a comprender que la producción literaria y el activismo sociocultural de Manuel Zapata Olivella en torno a lo afro resulta un aspecto importante dentro del marco de las llamadas literaturas y culturas nacionales.
A pesar de la larga trayectoria literaria, activista, cultural y política que Zapata Olivella lleva a cuestas a finales del siglo XX en el espacio nacional colombiano (su producción data desde finales de los años cuarenta), son los premios y reconocimientos recibidos en los ámbitos internacionales, así como la atención dada a su obra por la academia norteamericana, lo que aparentemente le valida como escritor e intelectual dentro del contexto de la academia colombiana, la cual no se ha decidido a incluirlo en los planes de estudio -en el canon, si se quiere-, como lo solicitaban desde los años setenta y ochenta investigadores como Richard L. Jackson en sus textos The Black Image in Latin American Literature (1976) y Black Writers in Latin America (1979), y Marvin A. Lewis en su Treading the Ebony Path: Ideology and Violence in Contemporary Afro-Colombian Prose Fiction (1987). En el contexto colombiano, dos textos que se han dedicado completamente a la obra del autor y que deben ser destacados son: Manuel Zapata Olivella, caminante de la literatura y la historia (2002), de José Luis Garcés González, y Manuel Zapata Olivella: pensador humanista (2006), de William Mina Aragón. El primero es un libro que centra el obrar de Manuel Zapata Olivella en la literatura y la historia, no solamente en lo local sino también en lo global, y lleva al lector a presenciar esos primeros años de la forja del sujeto racializado, intelectual y literato. Desde múltiples perspectivas de entrada a su producción intelectual, el libro de Mina Aragón establece cómo desde la creatividad, lo político, lo social, lo religioso y lo identitario, entre otros aspectos, Zapata Olivella es un pensador humanista que “apunta a una ‘filosofía de la libertad’, donde el ciudadano, escritor, el trabajador, el profesor, el sindicalista, no puede ser libre si alguien todavía, independientemente del ‘color de su piel’, vive bajo condiciones de sometimiento y explotación” (2006, p. 14).
Al estudiar el desarrollo intelectual de Zapata Olivella hoy, se observa que sus viajes a pie por Colombia, Centroamérica, México y Estados Unidos en los años cuarenta son los más comentados a fondo por la crítica literaria.2 A pesar de esta actividad crítica, pocas investigaciones, con la excepción de la disertación doctoral de Alzate (2008), se han ocupado en explicar el impacto que tuvo el intercambio de ideas y experiencias vividas por Zapata Olivella en su viaje por China, no solo en su proceso creativo literario, sino también en el desarrollo de su perfil como intelectual y activista cultural y político que le distinguiría a lo largo del siglo XX. En consecuencia, interesa explorar a fondo esta faceta de la producción intelectual de Zapata Olivella, particularmente el significativo empuje dado al comunismo en el imaginario sociopolítico, económico y cultural en ámbitos locales colombianos y regionales latinoamericanos por la Revolución Comunista de China en 1949 y, por otro lado, la fuerza en el contenido de la creatividad estética dada por el compromiso político de artistas como el afroamericano Paul Robeson (1898-1976),3 el chileno Pablo Neruda (1904-1973), el turco Nazim Hikmet (1902-1963)4 y el científico francés Frédéric Joliot-Curie (1900-1958), entre otros; intelectuales que concurrieron en Pekín con Zapata Olivella y quienes, como nuestro autor, transitaban entre las artes, las letras, el activismo social y la política, ejemplificando para el joven médico y escritor en ciernes un posible modelo intelectual y artístico a seguir.
Lo anterior es relevante porque Zapata Olivella viaja a la naciente República Popular China para participar en la Conferencia de Paz de las Regiones del Asia y del Pacífico, celebrada del 1 al 12 de octubre de 1952 en Pekín. Hizo parte de este encuentro como integrante de una delegación colombiana que incluía a los intelectuales Jorge Zalamea Borda (1905- 1969), Diego Montaña Cuéllar (1910-1991) y Jorge Gaitán Durán (1925- 1962) (Díaz-Granados, 2003, pp. 265-266). En esta conferencia participaron 367 delegados y 37 observadores, representando a 37 países de Asia, Australasia y las Américas con costa en el Pacífico, además de 25 invitados especiales. Las memorias del evento fueron publicadas en un texto titulado Documentos centrales de la conferencia de paz de las regiones del Asia y del Pacífico,5 en cuyas “Palabras preliminares” se señala que los delegados “provenían de todas las capas sociales de la población” y entre ellos se encontraban toda suerte de participantes, quienes “A pesar de la diferencia de ideologías políticas y de creencias religiosas, estuvieron unánimemente de acuerdo con la Conferencia en lo relativo a aunar esfuerzos para perseverar la paz” (1952, p. i). El hecho de que esta conferencia tuviera como eje central la consecución de la paz y se realizara en China tendría un significado decisivo para los asistentes colombianos en particular, puesto que su país había entrado en uno de los períodos más álgidos en lo que concernía a la lucha por el poder y la representación, tanto en los ámbitos políticos y económicos como en los contextos sociales y culturales.
El pueblo desobedece
Como lo plantea Arias Trujillo (2011), desde el año 1946 los conservadores habían vuelto al poder político finiquitando el período de gobierno conocido como la República Liberal (1930-1946), y el ascenso de los conservadores al poder significaba el fin del fuerte impulso dado a la apertura social, cultural, económica y política del país bajo los gobiernos liberales, buscando con ello rehabilitar el poder eclesiástico y su tradicional influencia en la vida social colombiana. Aunque los enfrentamientos armados no empezaron con el gobierno conservador, la pugna por espacios burocráticos en un Estado que había crecido y se había hecho más rico venía desde los años treinta. El acorralamiento a la población rural, marcadamente contra los campesinos liberales, había afectado a los conservadores en los años precedentes. La división por diferencias ideológicas ya estaba presente desde antes de que los conservadores llegaran al poder, dándose algunas veces episodios violentos durante la República Liberal. Es de notar que a partir de 1946 los ánimos se exacerbaron y las confrontaciones “alcanzaron unas dimensiones espeluznantes”, dando paso a un conflicto que envolvería al país por varios años y al cual “No se le dio nombre de ‘guerra civil’ ni de ‘revolución’ [...] [imponiéndose] la denominación de La Violencia” (Arias Trujillo, 2011, pp. 88-89).
En opinión de Arias Trujillo, al ser La Violencia una designación “vaga” y “abstracta” de los incidentes que sufrieron los colombianos (campesinos, terratenientes, estudiantes, intelectuales, jóvenes, viejos, mujeres, niños, políticos), con expresiones como “‘la Violencia’ me mató la familia”, “‘la Violencia’ me quitó la tierra”, “‘la Violencia’ me hizo huir del campo”, no se mencionaba a nadie en concreto ni había personas que se pudieran identificar como responsables. Por consiguiente, se remitía a una especie de “fatalidad histórica” de iguales proporciones a un “terremoto u otra calamidad ocasionada por la naturaleza, no por los hombres, no por el entorno social”, porque quienes protagonizaban la lucha “se esfumaban, quedaban hábilmente ocultos, al igual que sus intereses, que sus motivaciones” (2011, p. 89). En suma, el autor subraya que
[...] la misma denominación tenía la ventaja adicional de presentar esos episodios como algo esporádico, como una interrupción, circunscrita a un corto período. Lograr que la población hablara no de la “guerra civil”, sino de “la Violencia” obedecía, por consiguiente, a los intereses ideológicos de aquellos que, una vez finalizado el conflicto, querían, por una parte, borrar toda huella de su responsabilidad y, en segunda medida, presentar ese triste paréntesis como una disrupción pasajera de una historia no violenta (p. 89).
Es en el contexto arriba descrito que el líder político popular Jorge Eliecer Gaitán (1903-1948) muere asesinado el 9 de abril de 1948, desencadenando los hechos de violencia conocidos como el Bogotazo. Torres del Río propone que aquellos hechos, más que un “Bogotazo”, fueron un “Colombianazo”, dado su alcance nacional y “el carácter de insurrección armada que asumió la respuesta popular frente al asesinato” (2010, p. 192). El término “Colombianazo” cobra más sentido al observarse, como lo afirma Green, que “By the mid-1960’s, Colombia had witnessed in excess of two hundred thousand politically motivated violent deaths” (2003, p. 262), constituyéndose estas en el elemento clave del desarrollo de la llamada Violencia. Es pertinente destacar en este marco sociopolítico lo que el historiador Marco Palacios señala acerca de la importancia de semanarios como La Calle, y de la revista literaria Mito. Jorge Gaitán Durán, quien estaba a cargo de la dirección de Mito, demostró con su voz una perspectiva renovadora y rebelde frente a “La Violencia [que] acechó la poesía colombiana con sus temas predominantes de malestar, desesperación y muerte. En 1959 y 1960 los escritores debatieron si ‘una novela de la Violencia’ era pertinente para dar cuenta del fenómeno” (Palacios, 2003, p. 193).
En 1947, Zapata Olivella regresa de su travesía (gran parte a pie) por Centroamérica, México y Estados Unidos a una Colombia distinta de la que conocía cuando empezó dicho periplo en 1943. Por ello es revelador que él ya comprendiera y contribuyera a dicho debate desde su escritura periodística y literaria que abarcaba múltiples géneros. Aunque varias de las obras tempranas de Zapata Olivella no serán materia de análisis en este estudio, porque desbordarían el alcance de este artículo, cabe destacar que Tierra mojada (1947) ya anunciaba los temas de la violencia simbólica y concreta que afectaba el territorio de la cuenca del Sinú en lo que hoy día es el departamento de Córdoba; el drama Hotel de vagabundos (1955) situaba en perspectiva transnacional de clase, género y raza la misma problemática; La calle 10 (1960) y Cuentos de muerte y libertad (1961), entre otros, continuarían esa línea literaria que buscaba dar cuenta del fenómeno de la violencia en el complejo contexto sociocultural rural y citadino en Colombia y su estrecha relación con el ámbito latinoamericano y estadounidense. Por consiguiente, en este ensayo se analiza la problemática de la violencia desde dos vertientes generalmente soslayadas por la crítica literaria. Se muestra aquí que la perspectiva de nuestro autor como incansable activista, viajero, escritor e intelectual también se forjó, por un lado, en la reflexión del significado del 9 de abril de 1948 y, por el otro, en el contraste de dicha experiencia con la de sus lecturas de las propuestas marxista y leninista, y su viaje por la China comunista de la década de los años cincuenta, como se puede observar en su texto de relatos China, 6 a.m. (1954).
Una perspectiva desde abajo
En el primer aniversario del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, Zapata Olivella (1949) publica su interpretación del evento en el semanario Sábado, titulando su artículo “El nueve de abril. Interpretación comunista”. Este semanario, de acuerdo con Torres Duque, emergió al principio del final de la República Liberal en 1943 como un órgano inscrito “más en un liberalismo cultural que un liberalismo político” (1991, p. 41). Dado el contexto social y político de agitación y violencia que envolvía a Colombia, el semanario padecería y reflejaría “la represión que dio al traste con ese proyecto liberal inicial” (p. 41), apareciendo por última vez en abril de 1957. De manera que en el artículo de Zapata Olivella se pueden observar los alcances del liberalismo inicial de la publicación que da cabida a su opinión política y el avance de su perspectiva política alineada con el Partido Comunista Colombiano y, en general, su postura combativa frente a los asuntos que en su entender agudizaban el conflicto sociopolítico, económico y cultural que se vivía en Colombia. Sería así como Zapata Olivella se insertaría en la polémica social y cultural que trataba de explicar La Violencia, no desde la fatalidad histórica ya antes aludida en la perspectiva de Arias Trujillo (2011), sino más bien a través de una producción intelectual que pasaba por la escritura periodística y los relatos, y desde las perspectivas de unos sujetos y entornos sociales concretos como los campesinos, los obreros, los migrantes, los estudiantes; en suma, los llamados despectivamente “chusma” e “indiada” por las élites locales en esa época.
Los efectos del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y, más tarde, las experiencias del viaje por la China, puestas en perspectiva, interesan como precursores que moldearon el proyecto intelectual y activista de nuestro autor en las décadas siguientes. En este contexto se destacan su artículo “El nueve de abril” y su relato China, 6 a.m. (1954). El artículo “El nueve de abril” está dividido en cinco partes: a) “La prueba de fuego”, b) “La nube lleva la tormenta”, c) “La represión anticomunista”, d) “El pueblo superior a los dirigentes”, y e) “Lección del nueve de abril”. Zapata Olivella empieza su reflexión invocando a Karl Marx con un epígrafe que reza: “La evolución económica conduce a las revoluciones políticas” (1949, p. 5). Partiendo de esta sentencia, en la primera parte nuestro autor encuadra el origen del conflicto colombiano. Destaca el evento de abril como comprobatorio de las tesis del V Congreso del Partido Comunista Colombiano llevado a cabo en julio de 1947, en el que se destacaba que se estaba en una “época de saltos revolucionarios, conmociones violentas y choques armados”, contradiciendo directamente a los “revolucionarios a sueldo de la burguesía” que hablaban de un supuesto “período de lucha pacífica” enmarcado en la “democracia burguesa” (p. 5). Para Zapata Olivella, la reacción de la gente el nueve de abril fue una “lucha revolucionaria” en donde la situación política que se vivía en Colombia y el mundo en efecto correspondía a “una época de saltos revolucionarios, conmociones violentas y choques armados, debidos a la evolución económica que se gesta en el seno del sistema capitalista agónico y a la nueva economía socialista” (1949, p. 5). Desde su perspectiva, esto ocurría dada la contradicción o choque entre “los imperialistas que pretenden implantar su economía rapaz y los pueblos que luchan por mantener su autonomía o conquistar su independencia económica y política con la Unión Soviética, faro y guía del proletariado universal a la cabeza” (p. 5).
Zapata Olivella entiende que la insurrección del nueve de abril fue “contra el estado oligárquico” por cuanto confirmó que la “miseria, el hambre, el desempleo, el alto costo de vida, la política de ‘sangre y fuego’ para defender a los explotadores” le dieron vida al ambiente revolucionario que se había ido adaptando al grado de evolución económica colombiana y su relación con el contexto internacional (1949, p. 5). En el parecer de nuestro autor, esto demostraba las incapacidades del régimen oligárquico para asegurar las libertades y seguridades económico-políticas y sociales del pueblo en los ámbitos más amplios. Por ello concluía este primer aparte afirmando que el nueve de abril era “la prueba de fuego” de “la política de grandes ganancias para los oligarcas y bayonetas para el pueblo” (p. 5). En su perspectiva, esta fecha fue un “acto revolucionario” porque se rebasaba la lucha anclada en los partidos tradicionales y se llegaba a una fase nueva en donde “una abierta y franca lucha de clases” obligó al pueblo a descubrir “la necesidad imprescindible de recurrir a nuevas tácticas para derrocar al estado oligárquico” (p. 5). La línea de pensamiento que desarrolla nuestro autor en “La nube lleva la tormenta” enfatizaba que “la insurrección popular” de ese nueve de abril no había sido un hecho súbito o atado exclusivamente a la muerte del líder popular; por el contrario, dicha insurrección respondía a procesos más amplios y de larga duración que “Demuestra[n] cómo la democracia burguesa es incapaz ya no de asegurar las libertades populares, sino tampoco la estabilidad de su régimen oligárquico sobre el desamparo y el hambreamiento de las clases trabajadoras” (Zapata Olivella, 1949, p.5).
En lo hasta aquí descrito se advierten los temas del hambre, la miseria, las libertades individuales y sociales que, encapsulados en la lucha de clases avanzada por la perspectiva marxista, marcan el derrotero del pensamiento de Zapata Olivella a partir de la época. Para nuestro autor, entonces, el nueve de abril no fue un “cataclismo súbito” sino todo lo contrario, la expresión de un devenir histórico marcado por “la tormenta” que nacía desde los “campos incendiados de los Santanderes” hasta los hechos de “la vida cara, el hambre, el desempleo, la miseria y la desvalorización de la vida humana” que Jorge Eliécer Gaitán esperaba contener (Zapata Olivella, 1949, p. 5).
Por todo esto, en su tercer aparte, “La represión anticomunista”, Zapata Olivella (1949) contextualiza anticipadamente la problemática sociopolítica y económica que marcaría la historia del país a través del siglo XX. Subraya cómo a la confrontación burocrática e ideológica se le sumaba la lucha de clases, lo cual, siguiendo a Arias Trujillo, significaba que para los campesinos y obreros resurgían las esperanzas de cambio social y político con Gaitán, quien era considerado “el caudillo del pueblo” al ser efectivamente una persona más cercana a los sectores populares, por sus orígenes sociales, por su manera de hacer política y por sus preocupaciones (2011, p. 92). En un contexto de postguerra mundial en el cual la Guerra Fría “empezaba a delinear claramente las fronteras entre la democracia y el comunismo, o entre el ‘bien’ y el ‘mal’, el discurso de Gaitán disparó las alarmas del bipartidismo” (92). La represión estatal en todos los ámbitos sociales y políticos (educación, religión, empleo, seguridad, etc.), combinada con el clericalismo del gobierno conservador, no se hizo esperar, pues los conservadores defendieron fuertemente la idea de que los problemas sociales solo se podrían abordar adecuadamente con la doctrina social de la Iglesia y no con el “desorden” de las huelgas obreras y campesinas, promovidas por los “demagogos izquierdistas” (p. 92). En este ambiente, Zapata Olivella denuncia dicha tendencia al señalar que el presidente de turno, Mariano Ospina Pérez (1891-1976), seguía la caracterización negativa dada al comunismo por la política de Washington, en cabeza de su secretario de Estado George Marshall (1880-1959), y emplazada desde la celebración de la IX Conferencia Panamericana en Bogotá (30 de marzo al 2 de mayo, 1948), en cuyo transcurso sucede el Bogotazo. Torres del Río corrobora el juicio de nuestro autor cuando escribe en torno a los sucesos de la época:
Mientras lo mencionado ocurría internamente, en el exterior liberales y conservadores implementaban una política internacional “en defensa de la nación y de las instituciones” [...] Colombia no escapaba a la característica anticomunista de los países de Occidente. Su misión en el seno de la comunidad internacional era contribuir al mantenimiento de la paz, la estabilidad y seguridad mundiales (2010, p. 187).
Zapata Olivella (1949), conocedor de primera mano de esta problemática por sus experiencias de viaje en el contexto local y hemisférico, se destaca por señalar no solo los elementos de la lucha de clases, sino también por condenar los tintes racistas y excluyentes de la terminología con que se referían al pueblo rebelado, afirmando que era justamente debido a esa “chusma gaitanista” y a las supuestas “barbarie comunista” e “indiada suicida”, como llamaban desde sectores conservadores a dichas comunidades, que se escribía otra bella página de la “liberación de Colombia” como no acontecía desde el levantamiento de los Comuneros (p. 5). Para nuestro autor, el “pueblo” o el “proletariado” que se manifestó durante el nueve de abril, inicialmente en Bogotá y luego en otras regiones de Colombia, era “digno heredero de todas las gestas populares que en Bogotá, Cartagena, Socorro, etc., solos o detrás de Bolívar, Nariño, Santander o Córdoba, compactaron su valor y su sangre en defensa de la patria [...]” (Zapata Olivella, 1949, p. 5). Ante la aserción del presidente Ospina Pérez de que “el fraude desencadenaba irredimiblemente la violencia”, Zapata Olivella (1949) señalaba que el presidente mismo “no gobernaba en contra del ‘fraude’” ni en contra de todos los abusos sociales y económicos que causaban el hambre y la miseria sufrida por el pueblo, a quien le asistía “un raro olfato [...] para esclarecer los crímenes que no logra[ban] aclarar los sabuesos de Scotland Yard” (p. 5). Al respecto, Zapata Olivella nos relata la siguiente anécdota:
[A] [v]arios mártires del pueblo se les vestía de curas para hacerlos pasar por comunistas camuflados, a los dirigentes [...] se les encalabozó sin fórmulas de juicio, de donde salieron con tan graves dolencias que algunos de ellos, como el camarada Álvaro Sanclemente, no pudo sobrevivir a sus efectos y otras veces, a falta de encontrar a quienes buscaban, como sucedió con la hermana de quien escribe, amenazando con pistola y encarcelamiento a las mujeres, tras de saquear las bibliotecas y ‘desaparecer’ los objetos personales tal vez por ser obsequio de Moscú (1949, p. 5).
Al afirmar que “El pueblo [es] superior a los dirigentes”, subtítulo de la cuarta parte del artículo, Zapata Olivella subraya cómo para el presidente Ospina Pérez el levantamiento popular era simplemente “comunista” y para los “reaccionarios” era un simple “‘saqueo de la chusma gaitanista’ y del fanatismo suicida de la ‘indiada’, que nutrió con su sangre las arterias y plazas de Bogotá”; sin embargo, en su perspectiva, lo acaecido el nueve de abril reveló cómo el pueblo era el “digno heredero de todas las gestas populares” en amplias zonas del país (1949, p. 5). Como comunista reconocía que la lucha se desvió por el saqueo, pero no condenaba este “en nombre de una moral inmoral” porque su origen se fundamentó en el hambre, la miseria y la política disociadora con la que el Estado buscaba desalinear “el sentimiento político que se encaminaba hacia el derrocamiento del gobierno” (p. 5). El pueblo es superior a los dirigentes porque, por un lado, la reivindicación de la insurrección traspasó últimamente algunas de las fronteras institucionales como las de los partidos políticos tradicionales, las fuerzas de seguridad como la policía, y poblaciones más allá de las ciudades. A este respecto señalaba que
Conservadores del pueblo hubo que alzaron en alto el fusil y que también se rindieron sonrientes a las balas que descendían de las torres [...]; y la sangre del policial conservador, y la que vertieron los comunistas y liberales, resplandeció con un solo color al sol de la liberación social que alumbró la aurora roja del 9 de abril (p. 5).
Zapata Olivella afirmaba que se podía condenar el evento del nueve de abril principalmente porque “desvirtuó el carácter político de la lucha” (1949, p. 5) y no se aprovechó la vigilancia del pueblo ya despierto al recibir el legado de lucha de Gaitán. Pese a la problemática política del momento, nuestro autor vio un cambio tangible en cuanto a “la claridad que ha hecho el pueblo sobre quiénes son sus opresores”, tanto para los trabajadores de la ciudad como para los de las regiones y los campesinos. El hecho de que en un pueblo de provincia como el de Barrancabermeja se hubiera organizado en juntas revolucionarias para reemplazar el “poder de las marionetas oligárquicas” (p. 5), en opinión de nuestro autor, recalcaba ese despertar político colombiano. Por esto, en el último aparte de su artículo titulado “La lección del nueve de abril” se señala que el evento fue significativo para los comunistas colombianos porque tenía la misma importancia de las revoluciones europeas de 1848 y de la revolución de 1905 para los bolcheviques en Rusia, en cuanto esa fecha funcionó como una “gran y necesaria lección para los jóvenes adormecidos por la modorra de medio siglo de vaivenes de chinchorro, entre la oligarquía rosada y la azul” (p. 12). Este despertar fue la invitación para muchos de estos jóvenes “a la lucha de clases” y les dio herramientas para comprender “los embates de la política internacional” (p. 12).
La lección más importante para “el proletariado y el pueblo”, asegura Zapata Olivella, se cifró en que no importaba cuán grandes fueran sus “energías revolucionarias”; al carecer de organización y de un partido comunista “fuerte”, “experto y disciplinado” no triunfarían sus demandas (Zapata Olivella, 1949, p. 12). Zapata Olivella resalta el lema leninista de que “las revoluciones no se hacen, se organizan” para señalar cómo el Partido Comunista de Colombia debería, en su defensa del proletariado, “cimentar la conciencia de clase” a la vez que inspira al campesinado a jugar el papel revolucionario que le deparaba la historia en ese momento. Todo esto para poder así defenderse de “los monopolios de la ANDI y la FENALCO”, preparándose y organizándose para enfrentar las distintas “batallas” que a través del tiempo libraría contra “el imperialismo yanqui, que frena el libre desarrollo de nuestra economía y nuestra soberanía”. En suma, siguiendo este camino se podría emular exitosamente lo hecho por el Partido de Mao: “la revolución agrario-imperialista en Colombia” (Zapata Olivella, 1949, p. 12).
Aunque la invitación a la organización hecha desde 1949 por Zapata Olivella eventualmente tendría frutos parciales, no se daría a través del Partido Comunista como nuestro autor lo pensaba. Como ya lo señaló Torres del Río (2010), la imagen del Bogotazo -es decir, los sucesos violentos de Bogotá, como los ataques a las instituciones representativas del poder, la muchedumbre desorganizada y anárquica, el consumo de alcohol, los asesinatos y saqueos- fue rebasada por el Colombianazo, a saber, la reacción de la provincia que asume su destino de manera organizada conformando órganos alternos de poder, como las Juntas Revolucionarias que en ciertos casos crearon milicias armadas en las que se incorporaron campesinos. Estas juntas remplazaron “transitoriamente a la autoridad central estatal y municipal” destituyendo toda suerte de servidores públicos (rectores, policías, alcaldes, etc.) para con “sus decretos y con las armas” contener la “anarquía, los asesinatos de conservadores, los desmanes, los robos y saqueos, el consumo de licor y las violaciones” y controlar “las carreteras y el acceso a las localidades y veredas” (Torres del Río, 2010, pp. 194- 195). Se debe subrayar aquí que los integrantes de las juntas eran “matarifes, carpinteros, abogados, médicos, telegrafistas, gentes con educación y sin ella, farmaceutas, policías, secretarios de inspección municipal, comerciantes, agricultores”, y lograron lo que la Junta Revolucionaria en Bogotá con sus intelectuales no pudo lograr, puesto que “naufragaron en el tempestuoso mar popular” dado que los comunistas “no eran más que una gota de agua en medio del mar embravecido” (pp. 195-196).
Teniendo el contexto que se acaba de describir, el triunfo de la revolución campesina liderada por Mao implica, para Zapata Olivella, considerar las posibilidades que esta brindaría al agudo conflicto sociopolítico local. Estar presente en la Conferencia de Paz de las Regiones del Asia y del Pacífico, convocada por el Partido Comunista de China, le asiste con más elementos para tratar de comprender e imaginar posibles salidas al problema en cuestión del Partido Comunista de Colombia y su relación con sus naturales miembros: campesinos, obreros, estudiantes, mujeres; en suma, los llamados “condenados de la tierra”, al decir de Fanon (2011).
Una mirada desde Oriente
Publicados en la “misteriosa editorial S.L.B. (propiedad de un judío aventurero llamado Samuel Lisman Baum, de quien luego se perdió el rastro para siempre), la misma que editó La hojarasca, la primera novela de García Márquez” (p. 261), los relatos de viaje consignados en China, 6a.m. (1954), preparados “con ameno estilo de cronista”, según Díaz-Granados (2003), se constituyen en un intento bastante temprano y original que le permite a Zapata Olivella reflexionar sobre lo acontecido en Colombia en ese nueve de abril y situarlo no como un acontecimiento aislado o meramente local, sino también como una manifestación de ruptura y cambio en un marco geopolítico y cultural de repercusiones regionales y mundiales. Es necesario recalcar que China, 6 a.m. es un texto de Zapata Olivella poco comentado sistemáticamente por la crítica literaria y cultural, a excepción del trabajo de Sandra Alzate (2008) en su tesis doctoral titulada La evolución literaria de Manuel Zapata Olivella: testimonio, autobiografía y novela. Esta investigadora describe conjuntamente a He visto la noche y China, 6 a.m. como textos que “se apropian de medios de expresión, eventos y actos de enunciación procedentes del periodismo” y, puesto que en su perspectiva poseen una “hibridez literaria y documental”, coinciden con “el nuevo periodismo americano y la crónica modernista latinoamericana [...]” (p. 109) de maneras novedosas y particulares. Esto se observa en el hecho de que los primeros escritos de Zapata Olivella son de corte periodístico puesto que fue un colaborador permanente en publicaciones como Sábado, Cromos y el Diario de la Costa en Colombia, y durante su paso por México trabajó en la revista Tiempo, dirigida por Martín Luis Guzmán.6
La filiación con las ideas socialistas y el espíritu de lucha del Partido Comunista facilitan a Zapata Olivella una gramática y vocabularios apropiados en su contexto y momento histórico para acometer la crítica mordaz desde su producción intelectual general y sus obras literarias en particular. China, 6 a.m. (1954), como Pasión vagabunda (1949) y He visto la noche (1953), es una obra que emerge de las experiencias de viaje del narrador. Las solapas del texto así lo declaran:
Manuel Zapata Olivella, el nómade, médico y escritor, ha recogido en sus andanzas por China, datos que hablan del proceso humano de un pueblo. Su vigorosa pluma ha captado aquellos detalles que ofrecen a la sensibilidad una fuente de sobresaltos al contemplar una caravana milenaria aferrada a un deseo de vivir. Y es este deseo, por su aspecto trágico, el que entra en el corazón de todos los pueblos, se parecen en sus anhelos y aspiraciones (1954).
A diferencia del joven estudiante y vagabundo que viajaba por las Américas en la década de 1940, la visita a China tiene como trasfondo el hecho de que Zapata Olivella ya ha terminado sus estudios de medicina, y tanto su militancia política como su vinculación con círculos de la izquierda colombiana empezaron a cobrar gran relevancia en su escritura. De hecho, en una entrevista concedida a William Mina Aragón (2006) en Bogotá, en julio de 2001, Zapata Olivella responde a una pregunta sobre el encarcelamiento que sufre cuando regresa de su viaje a China diciendo:
[...] concurrí con Jorge [Z]alamea Borda, Diego Montaña Cuéllar, Jorge Gaitán Durán. Dicho congreso [Conferencia de Paz de las Regiones del Asia y del Pacífico] fue convocado en 1952, relacionado con la lucha que en ese momento en Europa se libraba contra el socialismo y donde China estaba aliada con Rusia contra Occidente. También, relacionado con la presencia del Batallón Colombia en la guerra de Corea y nosotros los intelectuales colombianos allí presentes firmamos una declaración en ese evento de los atropellos que había sido víctima el pueblo coreano. Nosotros representábamos una postura que no era defendida por Laureano Gómez, presidente de la República, y a nuestro regreso a Colombia fuimos considerados traidores a la patria. Como consecuencia de dicho hecho fui tratado como un comunista, subversivo y en esa circunstancia me capturaron, me detuvieron tres días y posteriormente fui puesto en libertad (p. 212).
Como se ha visto con el esbozo de sus ideas sobre el nueve de abril y, en combinación con esta experiencia de encarcelamiento y represión sufrida, Zapata Olivella decide relatar lo que era China tres años después de que el “ejército rojo” de Mao se tomara el poder e iniciara “el despertar cultural” de esa nación, despertar que volvería a vivir como toda una “revolución cultural” hacia 1958 cuando regresa a dicho país con las danzas folclóricas dirigidas por su hermana Delia (Mina Aragón, 2006, p. 213). Por ello se avanza aquí el argumento de que si bien Zapata Olivella es reconocido como un intelectual, se ha graduado como médico y se proyecta como un literato promesa en el medio, no forma parte de la “hegemonía dominante” como lo afirma Alzate (2008, p. 125), ni liberal ni conservadora letrada; realmente forma parte de un grupo de pensadores y activistas radicales de izquierda que busca comprender y explicar con su producción intelectual e intervención política lo que sucede en su tiempo: la violencia política generalizada, la histórica discriminación institucional, sociorracial y económica del pueblo, en donde los sujetos racializados como él buscaban forjar un lugar dentro de la imaginación de un Estado-nación colombiano que fuera más allá del bipartidismo político de sus élites y su ideal sociorracial mestizo.
Cuando Alzate (2008) declara que Zapata Olivella “no es ya un marginado de la sociedad como lo había sido en los otros dos viajes”, puesto que “hace parte de la hegemonía dominante” al ser miembro de “los delegados de paz, intelectuales del mundo, invitados por el gobierno chino” (p. 125), excluye el contexto sociopolítico hasta aquí discutido. Esto es, pasa por alto el concepto marxista de pueblo -habitantes rurales y/o urbanos de clase baja, media y trabajadora- descrito e impulsado por Zapata Olivella en su artículo sobre Gaitán, en el cual se minimizan las diferencias entre los distintos grupos por cuanto estas, de acuerdo con Green (2003), eran más bien “vague in practice and the barriers between them porous” (p. 112).7 Por ello, podría decirse que el gaitanismo usaba un lenguaje propio de las clases medias y que les arropaba conjuntamente dado que, en su perspectiva, los grupos que no tenían derechos políticos bien establecidos (sectores populares, mujeres) establecían alianzas con los trabajadores al estilo de los movimientos populistas de la época (p. 112). Dichas alianzas, siguiendo a Green (2003), “were enhanced by the question of race since most Colombians, whether indio, mestizo, or negro, understood the connection between their skin color and their membership in the pueblo” (p. 112).
Si bien Zapata Olivella no es un marginado en el sentido de los campesinos, los obreros y los analfabetos rebelados en el nueve de abril, por sus orígenes provincianos y humildes, así como su posicionamiento crítico frente al estado de las cosas, emerge en el contexto descrito como un intelectual que viene desde abajo y aporta otra mirada a los problemas vigentes en la sociedad colombiana.
Finalmente, concuerdo con Alzate (2008) en que China, 6 a.m. es un testimonio que se documenta al estilo de un reportaje periodístico. Sin embargo, al estar atravesado por la memoria del narrador, sus lecturas, sus experiencias de viaje y su interés en la polémica sociopolítica de la época, este texto también se transforma ante el lector en un relato de viajes que pretende ilustrar horizontes posibles para un Estado-nación colombiano que se encuentra sumido en la violencia debido a la exclusión en la representación y el ejercicio del poder de sus múltiples grupos sociales, culturales, económicos y políticos.
Estructurado en veintinueve capítulos, China, 6 a.m. discurre en cuadros semejantes a los de costumbres: describe formas de vida, relata anécdotas, detalla datos, pormenoriza experiencias y da cuenta de cómo el pueblo chino ha sobrevivido a una historia reciente de luchas de clases y movilizaciones campesinas, y cómo enfrentó las invasiones del Japón imperial. Por ejemplo, en el primer cuadro del texto titulado “Besos y flores de bienvenida”, el narrador reflexiona sobre lo que significa para él llegar a China: “Ahora estaba allí, bajo mis pies, su presencia milenaria que comenzó a maravillarme con las aventuras de Marco Polo” (Zapata Olivella, 1954, pp. 8-9). Con esta proposición Zapata Olivella recalca la importancia de las lecturas de viaje y los viajes mismos que ha hecho. Remontándose hasta Marco Polo, se convierte en esa especie de reportero, escritor, embajador político y cultural, y descubre para sus coterráneos otras realidades posibles. También es evidente aquí que la presencia de intérpretes inserta las paráfrasis que dan lugar a la maleabilidad y transformación creativa de la realidad relatada y, por ello, lo comunicado y observado por nuestro autor tendrá que comprenderse como un empeño escritural que no busca objetividad periodística aunque utilice elementos retóricos que la persigan (Alzate, 2008, p. 128). Es desde este marco que se puede leer la respuesta que Zapata Olivella da a una niña al inicio de su texto cuando esta le pregunta:
- ¿Dígame cómo son y cómo viven los niños de su país? Tuve vergüenza frente a aquella pequeña que sonreía feliz. ¿Debía yo amargar su sonrisa contándole la miseria de los niños campesinos de mi patria? ¿Cómo explicarle sin lastimar su alegría de que esos niños no tenían canciones ni flores, ni juegos? [...] -Los niños de mi patria sufren tanto, tienen tal amargura su risa, que al mirar tu carita alegre y sin pena, me parece que nunca antes había visto sonreír a un niño. La pequeña dejó de mirarme para fijar sus ojos en los labios del intérprete. Esperaba ver en su cara el cambio doloroso que mis palaras le producirían, pero su rostro no se enturbió y mirándome, respondió aún más sonriente: -Nosotros también hemos sufrido mucho con la guerra, pero ahora somos felices. Cuando usted regrese a su país, dígale (sic) a los niños que estamos luchando por la paz para que ellos también lo sean. Sus palabras eran las mismas de los jóvenes y de los venerables ancianos que nos daban la bienvenida, era el nuevo espíritu de China (Zapata Olivella, 1954, pp. 10-11).
Este es el nuevo espíritu que dominará la narración: niños, jóvenes, adultos y ancianos, otrora dominados y explotados, que “había[n] logrado fundir[se] en la inquebrantable voluntad de convertir a su pueblo en una patria socialista de paz” gracias a la revolución liderada por Mao (p. 20). Nuestro autor destaca acerca de la gente que participaba en la inauguración de la Conferencia que
Llevaban sobre los hombros los retratos de Marx y Engels, de Lenin y Stalin, de Mao-[T]se Tung y Chu-Teh [Zhu De], como de todos aquellos destacados luchadores del internacionalismo proletario: Dolores Ibárruri, y Pablo Neruda, Ho-Chi-[M]ing y J[o]liot Curie, el heroísmo, la poesía, el trabajo y la ciencia (pp. 20-21).
De hecho, el heroísmo, la poesía y el trabajo demostrados por las intervenciones de Pablo Neruda y Paul Robeson en la Conferencia son claves para comprender el proceso de elaboración de los cuadros esbozados en China, 6 a.m. El poeta chileno, por ejemplo, en su saludo recogido en los Documentos centrales invoca la historia colonial y contemporánea de dominación sufridas por las naciones en las “siete orillas del Océano”, en donde los colonizadores pudieron encontrar bienes materiales y separar a los pueblos, pero no conquistar “la amistad y el amor” de estos, los cuales en ese momento se están esparciendo: primero como un rumor, luego transformado en palabras, estas convertidas en canto y, finalmente, “Este canto se convirtió en armas, luchas y victorias” (Documentos, 1952, p. 21).
Para Neruda, los pueblos americanos reconocen la voz de la Revolución de China como voz propia a pesar del intervencionismo norteamericano que buscaba bloquear su influencia y los gobiernos latinoamericanos que por “faltos de orgullo e independencia” aceptaban tal bloqueo (Documentos, 1952, p. 22). En el juicio de Neruda, esta conferencia, que ayuda a Latinoamérica y China en “comprenderse y cambiar ideas y frutos, sueños y resultados, experiencias y proyectos [para] cambiar sacos llenos de trigo y arroz y no armas mortales”, contribuye a borrar las distancias y acercar las culturas “en el camino de la paz y de la creación” (Documentos, 1952, p. 22).
Paul Robeson, por su parte, subraya por su saludo la idea de que la voz auténtica de los Estados Unidos es la de su pueblo que, como el chino, también clama por la paz y condena los crímenes de guerra que ocurren en Corea, Malaya e Indochina. Por ello es que no deja de sentir “vergüenza e indignación profundas” que le impelen a “exigir” tanto del gobierno de su país como del francés y del británico que detengan sus agresiones en estas regiones. Para Robeson, es el gobierno de los Estados Unidos el que viola las tradiciones democráticas del pueblo estadounidense por “la codicia” de los monopolios y “su sueño de dominación mundial”, puesto que este pueblo “está harto de guerras devastadoras” y tanto “Oriente y Occidente [pueden] construir juntos una paz duradera con manos y corazones unidos, trabajando, edificando y cantando juntos, como si [modelaran] el porvenir ilimitado del Hombre” (Documentos, 1952, pp. 23-25).
En consonancia con lo arriba descrito, Zapata Olivella destaca a lo largo del texto elementos que afirman la hermandad/identidad de los pueblos, estén estos en el norte, sur u oriente, desmitificando las ideas preconcebidas que se tenían al respecto en su contexto sociocultural y nacional. En el cuadro titulado “El pueblo ante el espejo”, nuestro autor informa cómo se veían “rodeados permanentemente por la presencia sencilla del pueblo” y resultaba inútil el hecho de que algunos delegados buscaran “los tipos chinos que habían visto en las películas y literatura occidental” y no encontraran en “ninguna parte [...] las mujeres con sus trajes de seda bajo sombrillas de papel [ya que] [e]stábamos frente a una nación nueva. Veíamos la juventud del pueblo más viejo del mundo” (Zapata Olivella, 1954, p. 23). Esta juventud se notaba en su deseo de construir nuevas industrias, nuevas universidades, mejorar la infraestructura del país, dar más oportunidades a la gente. En el cuadro titulado “Los estudiantes edifican su universidad”, Zapata Olivella resalta los logros educativos de la Revolución mostrando cómo el trabajo en equipo que realizan los estudiantes y los profesores en favor de la institución permite el avance del proyecto:
-¿Qué clase de universidad es ésta en donde los estudiantes y los profesores parecen ser simples obreros? -Esta es la nueva Universidad Técnica de Tien Tsin. No se equivoca usted al considerarnos simples obreros, en realidad lo somos: profesores y alumnos estamos construyendo nuestra propia universidad (Zapata Olivella, 1954, p. 40).
Como se va descubriendo en el progreso de la narración, subsiste una especie de “tarea etnográfica” (Alzate, 2008, p. 128) por medio de la cual nuestro autor se impregna de la nueva República Popular China a través del estudio de las costumbres y las formas de vida de los habitantes, y desde allí hace interpretaciones respecto de los eventos históricos que le sirven de fondo a la evolución del socialismo. Este primer esbozo etnográfico, que desembocará más tarde de manera más estructurada y profesional en Tradición oral y conducta en Córdoba (1972), profundizará la historia del socialismo en China, presentando los distintos puntos de vista de sus interlocutores, así como las condiciones sociohistóricas que dan origen y dinámica al socialismo en este país (Alzate, 2008, p. 128).
De este modo, en el cuadro titulado “El cantor de Fus-Hung” descubrimos al narrador describiendo que “Gigantescas chimeneas como no las había visto nunca expulsaban en lo alto su abundante y nutrida evaporación. Los trabajadores chinos parecían tener vivo interés en que la producción no se detuviera un solo instante”, puesto que sabían que “eran ellos los responsables de que el petróleo chino abasteciera día y noche la industria del país que estaba resistiendo el boycot (sic) de los despechados imperialistas que se habían visto privados de explotar aquellos yacimientos riquísimos”. Aquellos trabajadores luchaban, pues, por la liberación de su pueblo, que recién salido de las manos opresoras extranjeras (como las japonesas) a costa de mucha sangre, ve en el trabajo de la tierra y el manejo de sus recursos, por difícil que sea, como lo demuestran las deprimentes condiciones sufridas por los trabajadores de las minas, posibilidades para sacar adelante su proyecto de Estado-nación (Zapata Olivella, 1954, pp. 55-58).
La parte final de China, 6 a.m. se enfoca en mostrar cómo el arte y las letras emergen como herramientas indispensables para los procesos de lucha y liberación que se vivían en su momento. En el cuadro titulado “El escritor de Ham-Chow”, Zapata Olivella rememora, más que los jardines y lagos que le hacían el “lugar más bello del mundo” a este paraje, como lo exclamaban muchos delegados, el nombre del gran escritor de la literatura moderna china Chou Shue-Jen (1881-1936), mejor conocido por su pseudónimo Lu Xun o Lu-Hsün, diciendo:
Sin que yo pretendiera compararme con aquel gran hombre, no dejé de alegrarme de oír aquella parte de la narración porque venía a confirmar mi vieja decisión de dedicarme más a la literatura que a la medicina. Yo había también decidido proscribir el ejercicio médico, y en la realidad lo he hecho, para encauzar todas mis fuerzas en la lucha del escritor contra las condiciones sociales que agobian a los hombres, seguro que con ello les sirvo más que con el análisis minucioso de sus úlceras (Zapata Olivella, 1954, p. 140).
Este momento es revelador en cuanto le permite al lector comprender las experiencias y motivaciones que hicieron que el médico loriquero permutara la promesa de la curación vía la ciencia por otro camino no menos complejo y necesario. Destacando el Movimiento del Cuatro de Mayo, desde el cual emerge el gran escritor chino y la labor titánica y casi milagrosa de los traductores para hacerle comprensible este hecho, Zapata Olivella concluye que el empeño literario es más que necesario en cuanto implica “La necesidad de mirar en sus obras a su patria en vez de la copia servil de la literatura extranjera” (p. 140).
Finalmente, por lo propuesto a lo largo de este ensayo, el lector puede observar cómo irrumpe en el horizonte escritural de Zapata Olivella la reflexión aguda y crítica, desde abajo y desde Oriente, entre la escritura periodística y la narrativa de viaje, para repensar eventos políticos y culturales colombianos importantes, y en clave global, del siglo XX. La novela, el cuento, el ensayo y el escrito periodístico, entre otras maneras de pensar la realidad colombiana, toman el fuerte impulso del cual tenemos noticias hasta el día de hoy, porque en Zapata Olivella ello siempre significó que la pluma del escritor tenía sentido siendo compromiso social y político para que el pueblo, en particular el racializado y denostado por las élites, tuviera un espacio de representación positivo, creativo y crítico dentro de la puja por el poder en Colombia.
En este ensayo se ha mostrado la perspectiva crítica que Manuel Zapata Olivella articuló en uno de sus escritos periodísticos tempranos y en su narrativa de viaje en China para señalar cómo las violencias simbólicas y concretas que definieron el devenir histórico, político y social del pueblo colombiano a mediados del siglo XX también se encuadraban en un contexto más amplio e insospechado como el del Extremo Oriente. La interpretación comunista del Bogotazo y la descripción comparativa entre China y Colombia nos muestran a los lectores de hoy cómo Zapata Olivella logró vincular las experiencias de diversos grupos sociales por sus inquebrantables búsquedas de la paz y la satisfacción de sus necesidades físicas (derrotar el hambre), sociales (trabajar por metas comunes y abandonar la miseria) y estéticas (narrar y contar la vida propia y comunitaria).
A partir de dos muestras concretas de la escritura de Zapata Olivella, este ensayo contribuye a comprender la labor intelectual desarrollada por nuestro autor entre los años 1948 y 1954. Un estudio que analice detallada y cuidadosamente todas las narrativas de viaje y las contraste con la copiosa producción periodística que Zapata Olivella desarrolla en el período mencionado desborda los límites y alcances de esta reflexión. Sin embargo, en lo hasta aquí expuesto es posible vislumbrar la empresa intelectual acometida por el loriquero en tan tempranos años: reflexionar de manera profunda sobre la multiplicidad de actores e ideas que se debatían en la vida pública de la sociedad colombiana, y contextualizarlas no solamente en el ámbito regional latinoamericano, sino también más allá de este, desde abajo y desde Oriente.
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Notas