Resumen: Este trabajo analiza la función de las lágrimas de Hernán Cortés en la Historia verdadera, un aspecto en la construcción del personaje que se ha interpretado de forma un tanto negativa. En realidad, el llanto del héroe se trata de un fenómeno que vincula la figura del conquistador —y por extensión el texto mismo— con la tradición épica clásica y con una incipiente dimensión trágica.
Palabras clave:Historia verdaderaHistoria verdadera,Hernán CortésHernán Cortés,Bernal DíazBernal Díaz,lágrimaslágrimas,épicaépica,tragediatragedia.
Abstract: This article analyzes the function of Hernán Cortés’ tears in the Historia verdadera by Bernal Díaz del Castillo. Some critics have read Cortés’ weeping as a sign of weakness. Actually, the tears of the hero are a manifestation that links the figure of the conqueror —and by extension the whole text— to the classical epic tradition, as well as to an incipient concept of tragedy.
Keywords: True History, Hernán Cortés, Bernal Díaz, Tears, Epic, Tragedy.
Crónicas y épica de Indias: nuevas lecturas (Coordinador: Javier de Navascués)
Las lágrimas de Hernán Cortés en la Historia verdadera de Bernal Díaz del Castillo
Hernán Cortés’ Tears in the Historia verdadera by Bernal Díaz del Castillo
Recepción: 13 Noviembre 2015
Aprobación: 01 Febrero 2016
En un libro reciente sobre el autoritarismo en la historia del Perú, el autor advierte, como dato curioso, que el conquistador Francisco Pizarro lloraba sin reparo alguno1. En efecto, según algunas crónicas (salvo la Historia general del Perú del Inca Garcilaso), Pizarro lloró por la muerte de Atahualpa, a quien habría querido como un hermano a lo largo de su encierro y luego por el desafortunado Diego de Almagro, quien había sido su socio fundamental y brazo derecho para llevar a cabo la conquista del imperio de los incas2.
En el caso de Hernán Cortés, el conquistador de México, queda el recuerdo en la memoria colectiva, alimentada por crónicas de Indias, de su llanto desconsolado por los compañeros muertos durante la Noche Triste. No obstante, aunque contamos con su propia versión de los hechos vividos, a través de sus Cartas de relación, nada señala en ellas el protagonista sobre su llanto en algún momento de su accidentada empresa. El carácter de documento legal de estas cartas, en las que debe justificar sus acciones frente a la Corona, explica que Cortés asuma un estilo más bien sobrio, de forma que se puede retratar a veces triste, desanimado, pero nunca lloroso3. Tras estas consideraciones, la representación de Cortés en la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz de Castillo, resulta la más elaborada, en la medida en que se le retrata como un sujeto sensible que llora en varias ocasiones, con matices diversos y reverberaciones literarias profundas. Este trabajo analiza la función de las lágrimas de Hernán Cortés en la Historia verdadera, un aspecto en la construcción del personaje que se ha interpretado de forma un tanto negativa, sin reconocer que se trata de un fenómeno que vincula la figura del conquistador —y por extensión el texto mismo— con la tradición épica clásica y con una incipiente dimensión trágica, aunque solo insinuada.
Guillermo Serés, el editor más reciente de la Historia verdadera, observa que la aparición de las lágrimas de Cortés en el relato viene como parte de un movimiento de una primera etapa, en que este es el capitán astuto y valiente, a una segunda en que se produce un desmoronamiento de la imagen del gallardo capitán. Así,mencionando capítulos que vamos a comentar aquí, sostiene que, con el llanto,«se incrementa [en el relato] progresivamente el patetismo»4. Apunta que Cortés va perdiendo sus virtudes militares, los mexicanos se vuelven mucho más astutos,sus decisiones son erradas y son otros los que consiguen los triunfos. De la mano de todo esto, las virtudes de Cortés se van transfiriendo a los otros, se distribuyen ala masa de sus compañeros conquistadores, en aras de elaborar la «épica colectiva» que nos propone Bernal Díaz5. En esa misma senda, la transición de un Cortés astuto y victorioso a uno en declive es también observada por Estrada: «La voz de Bernal que antes loaba sus posturas de gran señor y lo asemejaba a héroes épicos, ahora lo pinta flaco y en desgracia, tan maltratado físicamente que nadie lo reconoceen Veracruz después de haber pasado dos años perdido en las Hibueras»6.
Tomando tales ideas como punto de partida, nuestra propuesta es un poco distinta. Es indudable que Bernal defiende el mérito de la hueste en su conjunto, en oposición a la imagen exclusiva del héroe que diseñan López de Gómara y el propio Cortés en sus Cartas de relación. Sin embargo, las lágrimas de Cortés no obedecen necesariamente a un propósito de patetismo para dejarlo mal parado, sino para hacer evidente su condición de héroe épico, clásico, bajo la sombra del Cid (que también llora y sufre reveses) y de una tradición literaria prestigiosa, en la que el protagonista lloraba para expresar su virilidad y entereza7. En otras palabras: llorar no es, necesariamente, un defecto o una tacha moral que evidencia flaqueza, como podría percibirse en tiempos actuales. De hecho, según veremos, Bernal matizará esta posible lectura del llanto como debilidad dentro de su narración. Las lágrimas serían, entonces, un ingrediente más del retrato complejo (con luces y sombras) que elabora el veterano de su viejo capitán, al que expresa su devoción a través de «cierta objetividad distanciada que, si bien ubica a Cortés en el centro de la escena, lo anima y lo humaniza»8.
¿Dónde queda, entonces, la máxima de que los hombres no deben llorar? El llorar, ciertamente, también podía ser motivo de burla o sátira. En la primera parte de Don Quijote de la Mancha, se comenta que Galaor «no era caballero tan melindroso ni tan llorón como su hermano [Amadís]»9. El achaque de llorón obedece, seguramente, a que el motivo de su llanto no es digno de un guerrero: Amadís suele llorar por penas de amor, como en el episodio de la Peña Pobre, donde la melancolía por el rechazo de Oriana lo lleva al borde de la muerte. Lo mismo podría señalarse sobre el moro sentimental, cuya figura crece a partir de El Abencerraje. Llorar resultaría asunto ridículo, entonces, cuando el motivo del llanto carece de dimensión épica. Pero cuando el personaje se encuentra investido de nobleza, en el contexto de la epopeya, o sea de empresas dignas de príncipes virtuosos, las lágrimas acrisolan su carácter:
El sufrimiento y las lágrimas, ya en emblemas o en tratados políticos, se asocian con la imagen y las virtudes del príncipe y de la nobleza en general, no solo por el prestigio y valor religioso del llanto, sino también porque en la vuelta al ideal del príncipe activo, empresa a la que se adhirieron los escritores aragoneses, parece repercutir la equivalencia entre trabajos y tribulaciones10.
Así, las dificultades acompañan al dolor, de allí que el príncipe sea un sujeto propenso a las lágrimas (que no llorón), porque siempre está preocupado. Llorar no es deshonroso para el héroe, por el contrario: el rival, el enemigo, el bárbaro, es el que nunca llora porque es insensible, inhumano, centro de antipatía para la audiencia11. En ese sentido, considérese que en la Historia verdadera escasean menciones a indios que lloran y ninguno es un capitán o figura principal de la facción contraria a Cortés. Primeramente, unos indígenas van a ver a Cortés para que los ayude, porque una etnia rival los quiere matar (cap. LI). Cuenta Bernal que «salieron de paz a nosotros ocho indios principales y papas, y dicen a Cortés, llorando de los ojos, que por qué les quiere matar y destruir»12. Este llanto grupal, de acuerdo con Lucien Berszard, bien podía manifestar la adulación al soberano, la espontaneidad del sentimiento de un pueblo primitivo o un mero mecanismo retórico para transmitir mayor vitalidad en la acción narrada13. En el caso particular de este pasaje de la Historia verdadera el llanto frente a Cortés llama la atención sobre su papel de príncipe generoso que va a terminar con la opresión de los indígenas amigos, de forma que redunda en su encomio y le da vivacidad al relato14. Otro ejemplo del llanto indígena aparece en el capítulo CXXVIII, tras el desastre de la Noche Triste, cuando aparecen varios caciques, amigos de los españoles, para consolarlos. Nótese que estos indígenas principales están humanizados porque son aliados, censuran a los mexicanos y han perdido gente suya:
[Los caciques] fueron a abrazar a Cortés y a todos nuestros capitanes y soldados, y llorando algunos dellos, especial el Maseescaci e Xicotenga e Chichime- catecle e Tapaneca, dijeron a Cortés: «¡Oh, Malinche, Malinche, y cómo nos pesa de vuestro mal y de todos vuestros hermanos y de los muchos de los nuestros que con vosotros han muerto! Ya os lo habíamos dicho muchas veces que no os fiásedes de gente mexicana, porque un día u otro os habían de dar guerra; no me quisiste creer…»15
Veamos ahora con atención las lágrimas vertidas por Hernán Cortés a lo largo de la Historia verdadera. Dentro de los motivos del héroe épico para llorar, según el estudio fundamental de Berszard, el primero es el desaliento y la desesperanza. Para este motivo se pueden, a su vez, identificar tres situaciones causantes de las lágrimas. La primera situación analizada por el romanista francés coincide con la de la primera evidencia del llanto de Cortés. Esta aparece en el capítulo CXXVI, cuando Montezuma muere, producto de una pedrada que le dan los suyos: «Y Cortés lloró por él, y todos nuestros capitanes y soldados, y hombres hobo entre nosotros, de los que le conoscíamos y tratábamos, que fue tan llorado como si fuera nuestro padre, y no nos hemos de maravillar dello, viendo que tan bueno era»16. La primera causa para llorar, dentro del desaliento y desesperanza, es, precisamente, llorar por la muerte de un padre o un amigo; con ejemplos eminentes como Aquiles en llanto por Patroclo, o Carlomagno y todos los franceses bañados en lágrimas por Roldán17. En este caso, Cortés y sus hombres lloran por el emperador mexicano, al que se identifica con una figura paternal.
Encontramos otro ejemplo de llanto por desesperanza, que puede desmenuzarse en varias causas, en el capítulo CXLV, en el que se narra la batalla de Suchimilco. El desaliento impera entre los españoles. La guerra es ardua y Cortés arenga a los suyos. En Cuyuacán, se separa del grueso de su gente, con diez jinetes y cuatro mozos de espuelas, para perseguir a un grupo de guerreros mexicanos. La celada no resulta como lo esperaban y sus cuatro mozos son atrapados para ser llevados a Guatémuz para su sacrificio. Los españoles llegan, en su huida, a Tacuba y Cortés no aparece. Al rato, ven llegar a dos mozos de espuelas que lograron escapar de los mexicanos, mientras los otros dos se quedan atrás y no volverán a ser vistos con vida. A continuación llega Cortés, quien «venía bien triste y como lloroso»18, pensando en sus mozos de espuelas, perdidos en la batalla. Ya en retirada, los españoles descansan. Un fraile está consolando a Cortés «por la pérdida de sus mozos de espuelas [los dos que capturaron los mexicanos], que estaba muy triste por ellos»19. Mientras tanto, los españoles ven a lo lejos Tatelulco y la gran ciudad que han perdido tras el ataque mexicano. Cortés está apesadumbrado, mientras contempla la derrota y la muerte que deja tras de sí: «Sospiró Cortés con una muy gran tristeza, muy mayor que la que de antes traía, por los hombres que le mataron antes que en el alto cusubiese»20. Hasta aquí parece que nos hallamos ante la causa primera, la de muerte de un pariente, en este caso los mozos de espuelas que pueden identificarse con hijos. Sin embargo, Bernal Díaz introduce a continuación el romance que plasma esta escena del héroe melancólico: «En Tacuba está Cortés/ con su escuadrón esforzado,/ triste estaba y muy penoso,/ triste y con gran cuidado./ una mano en la mejilla/ y la otra en el costado, etc.»21.
La segunda causa para el llanto del héroe desesperanzado, siempre según Berszard, es la angustia ante la inferioridad de condiciones; en tanto la tercera es el agotamiento vinculado a presentimientos de derrota22. En el pasaje citado de la Historia verdadera se observa que el llanto parece desplazarse, de la tristeza a causa de los muertos hacia el sentimiento de derrota, por la fuga atolondrada, pero también hacia el ensimismamiento del capitán exhausto, que no atina más que a postrarse, pensativo y cabizbajo, triste.
La imagen de Cortés esbozada por Bernal Díaz del Castillo resulta sumamente estilizada y todo hace indicar que nos hallamos ante una elección artística del narrador. Con fines ilustrativos, nótese que cuando Hernán Cortés evoca este mismo episodio, en su Tercera relación, menciona la «muy cruel muerte» de aquel par de criados, pero con mesura sobre sus propios sentimientos:
Y como corríamos a unas partes y a otras y unos mancebos criados míos me siguían algunas veces, aquella vez dos dé llos no lo hicieron y halláronse en parte donde los enemigos los llevaron, donde creemos que les darían muy cruel muerte como acostumbran, de que sabe Dios el sentimiento que hobe, ansí por ser cristianos como porque eran valientes hombres y le habían servido muy bien en esta guerra a Vuestra Majestad23.
De forma que, con las menciones al llanto y la pesadumbre, Bernal Díaz impregna a Cortés de un perfil épico de lo más tradicional, añejo y distante del que el protagonista trazó de sí mismo en sus Cartas de relación, en buena medida por las características del género textual de estas. La tristeza de Cortés en Tacuba presagia el llanto ante la desesperanza que veremos, en carne viva, muchos capítulos más adelante. Debemos considerar que, como señala Berszard, los héroes de la épica carecen de filosofía estoica, de conocimientos que les permitan asumir ese sufrimiento de forma más digna: «Le calme, l’indifférance stoïque est le propre des lettrés, des philosophes qui ont appris à diriger leur pensée et à contenir leur humeur. Au contraire, le héros des épopées nationales est un grand ignorant»24.
Tras representar la figura del héroe postrado, como rumiando su derrota, el hábil narrador que es Bernal encaja los versos del romance famoso, que trae a cuento un soldado para consolar a Cortés: «Señor capitán, no esté vuesa merced tan triste, que en las guerras estas cosas suelen acaescer, y no se dirá por vuesa merced: “Mira Nero de Tarpeya / a Roma cómo se ardía”»25. La ironía del pasaje se entiende al recordar que el verso siguiente (que todos conocían en el siglo XVI a causa de su gran popularidad) era: «Y él de nada se dolía», actitud totalmente opuesta a la de Cortés, que no puede quedar indiferente al desastre de la derrota, del territorio perdido y la muerte de sus hombres. El enemigo del héroe épico, como se indicó más arriba, es el que suele describirse como indiferente, frío y sin sentimiento26. El héroe se justifica, refiere Bernal, intentando hacer de tripas corazón: «La tristeza no la tenía por sola una cosa, sino en pensar en los grandes trabajos en que nos habíamos de ver hasta tornalla a señorear [la ciudad de México] y que, con el ayuda de Dios, que presto lo porníamos por la obra»27.
No será la única vez que veamos llorar a Hernán Cortés por un sentimiento de derrota. El cerco a la capital azteca es tan fatigoso que el propio Bernal comenta lo ocioso que sería narrar todos los combates que se sostenían a diario, «porque me pareció que era gran prolijidad y era cosa de nunca acabar, y parescería a los libros de Amadís o caballerías»28. Bernal dedica el capítulo CLII a contar las varias batallas, muy sangrientas, que sostuvieron con los indígenas. Así, se relata cómo Cortés acaba «engarrafado» (‘acorralado’) por seis o siete capitanes mexicanos. Cristóbal de Olí alcanza a rescatarlo, pero quedan rezagados otros compañeros, que son conducidos nuevamente a Guatémuz para ser sacrificados. Los españoles aún a salvo tienen que escuchar los insultos y gritos de los mexicanos victoriosos que amenazan con acabar con sus vidas tal como lo harán con sus compañeros capturados.
Son momentos de extrema peligrosidad, en los que parece que solo la providencia es la que puede inclinar la balanza a favor de los españoles: «él [Dios] nos salvó, que no podíamos llegar de otra manera a nuestros ranchos. Y le doy muchas gracias a Dios y loores por ello, que me escapó aquella vez y otras muchas de poder de los mexicanos»29. Los mexicanos exhiben las cabezas de los prisioneros para provocar terror en los españoles que buscan refugio, gritando los nombres de los presuntos muertos, como si fueran efectivamente Cortés, Pedro de Alvarado o el propio Bernal Díaz. Frente a esta propaganda amenazante, comenta Bernal sobre nuestro héroe: «Entonces dizque desmayó mucho más Cortés de lo que antes estaba y se le saltaron las lágrimas de los ojos, y todos los que consigo tenía, mas no de manera que sintiesen en él demasiada flaqueza»30. Esta situación conjuga, propiamente, las causas segunda y tercera que hemos apuntado más arriba: inferioridad frente al enemigo y presentimientos siniestros provocados por un panorama aciago para el héroe y sus hombres.
Igual que con la muerte de Montezuma, en este episodio también el llanto es colectivo, los hombres lloran al unísono con el héroe. No obstante, como observacon agudeza Bernal, el llanto se producía de tal modo que no dejaba entrever, «demasiada flaqueza», o sea debilidad de carácter. En su Tercera carta de relación, Hernán Cortés relata la situación con similar vivacidad, contando el detalle de laexhibición de las cabezas y los sacrificios de prisioneros, aunque reduce el número de víctimas españolas (donde Bernal dice más de sesenta, él dice entre treinta y cinco o cuarenta) y concluye con estas palabras: «Nosotros fuemos a nuestro realcon grand tristeza algo más temprano que los otros días nos solíamos retraer»31,sin mencionar las lágrimas de nadie.
En la Historia verdadera, en cambio, Cortés vuelve a mostrarse mucho más afligido, hasta el llanto, por la muerte de sus hombres. El héroe sigue llorando hasta cuando se enfrasca en una disputa con el tesorero, Julián de Alderete, a quien acusa, «saltándosele las lágrimas de los ojos»32 de no haber seguido sus instrucciones para contener el ataque de los mexicanos y, por ende, evitar muertes innecesarias. Las lágrimas de Cortés, que manifiestan el dolor y el estrés de la situación, expresan adecuadamente el ambiente asfixiante de crueldad y martirio al que están sometidos los españoles: auténtica «guerra psicológica» (como señala Serés en nota a pie de página de su edición) de los indígenas para minar su moral, ya que tienen que ver, a la distancia, refugiados en su real, a los prisioneros que van a ser sacrificados con escenas de descuartizamiento y canibalismo33. He aquí los presentimientos más siniestros que se ciernen sobre la hueste: a la larga, vamos a morir como nuestros compañeros lo hacen ahora.
Hasta aquí hemos observado a Cortés llorar, de la mano con sus hombres, por todas las causas tipificadas del llanto desesperanzado propio del héroe épico clásico. Existe otro tipo de llanto posible: el llanto por impaciencia o cólera, con ejemplos notables en la tradición griega y francesa34. Sin embargo, el mismo Lucien Berszard encontraba en su análisis comparativo una particularidad en la epopeya española, a partir del Poema de Mío Cid, que puede reconocerse también en el diseño del personaje de Cortés en manos de Bernal Díaz: el héroe épico español no llora nunca por impaciencia o cólera, quizás por la templanza que exige la devoción cristiana en la que se ha educado.
Con todo, tal como el Cid, Hernán Cortés puede llorar de alegría. Esa es la primera muestra de su llanto que encontramos en el episodio de las Hibueras (en el actual territorio de Honduras), en el cual críticos como Guillermo Serés y Oswaldo Estrada han observado la transición de paladín indiscutible a héroe caído en desgracia. Por nuestra parte, vamos a estudiar el papel de las lágrimas en este episodio como refuerzo del perfil épico del personaje, ya claramente definido en capítulos previos, pero ahora en contacto con otra interpretación de ese declive de la figura de Cortés: su carácter trágico, que añade gravedad literaria a la Historia verdadera y la vuelve una narración indudablemente épica, pero con el añadido de una resonancia trágica en lo que se refiere a su protagonista principal35. Recuérdese que la épica medieval, paradigma del cual bebe la Historia verdadera, «se dirige a un público que tiene necesidad de un auxilio moral, de un estímulo, comunicándole entusiasmo o al menos reconfortándolo, como por una suerte de catharsis trágica»36.
En efecto, sostenemos que Bernal Díaz del Castillo forja, con el episodio de las Hibueras y el desenlace de la vida de Cortés, una tragedia en ciernes; quizás sin ser consciente de ello, aunque bajo el influencia de un contexto literario propicio, según veremos. El héroe trágico se caracteriza por ser un sujeto virtuoso, en este caso un militar excelente, como ya lo había demostrado ser el capitán español. Ahora, victorioso, señor de la tierra, se embarca en un viaje para buscar, llevado por la codicia, un segundo México. Se pueden observar dos vicios a los que apunta Bernal en torno al héroe en el capítulo CLXXIV. En primer lugar, la vanidad de Cortés, que se pone de manifiesto en todo el fasto con el que organiza el viaje37. El segundo, quizás más grave, es su excesiva confianza, que le impide hacer caso a las advertencias de sus viejos compañeros. Hasta el factor Gonzalo de Salazar, quien luego lo traicionará, le advierte, cantándole unos versos, sobre el mal presagio del viaje. Nos hallamos ante la hybris, es decir la desmesura, la sobreestima de las propias fuerzas que ha vuelto a Cortés un insensato capitán38.
A partir de ahora Cortés ya no será el militar exitoso que todos conocían: sus decisiones son desacertadas, mata de hambre a sus hombres, no encuentra riqueza alguna, la fortuna le da la espalda. Para saber ponderar el carácter trágico que se insinúa en la figura de Cortés, sería conveniente manejar la definición de tragedia que elabora Carmela Zanelli, proveniente de la Consolación de la filosofía y vigente durante el siglo XVI, época de la escritura de Bernal Díaz del Castillo: «La tragedia se ocupa de eventos históricos y no imaginarios, del destronamiento de reyes y del fin de los imperios, en suma, del cambio inesperado de Fortuna en la vida de los hombres»39. Eso es, precisamente, lo que se observa en el episodio del viaje a las Hibueras y el resto de la vida de Cortés: el caso histórico, real, de cómo alguien que fue, en la práctica, un «rey» acaba por ser despojado de todo su poder por el revés de la fortuna, que ya no quiere favorecerlo. En este episodio las lágrimas entonces no son tanto señal de debilidad de espíritu o simple impotencia, sino expresión patente de la gravedad trágica que rodea su caída.
¿De dónde pudo extraer Bernal Díaz del Castillo la intuición de un destino trágico y signado por las lágrimas en su narración de las aventuras de Cortés? Francisco Rico ha detectado la lectura de las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique de parte de Bernal Díaz en su recuento de héroes de la antigüedad40. Teniendo esto en cuenta, podemos encontrar referencias al llanto en el poema de Manrique que pueden haber reforzado igualmente el perfil lloroso y trágico de Cortés en el texto de la Historia verdadera: «Esos reyes poderosos / que vemos por escrituras / ya pasadas, / con casos tristes, llorosos, / fueron sus buenas venturas / trastornadas»41, donde se refleja la imagen del príncipe que sufre y llora, marcado por la fatalidad, tal y como el propio Cortés acabará sus días.
La relevancia del llanto en el viaje a las Hibueras se despliega de manera progresiva. La primera evidencia de llanto que se observa en el episodio es producto de la alegría. Sus hombres le dan el encuentro en el remoto pueblo de Trujillo, tras larga marcha desde México y la alegría del reencuentro hace que Hernán Cortés, en el capítulo CLXXXIV, actúe así cuando los ve llegar:
Y desque nos conosció Cortés, se apeó del caballo y con las lágrimas en los ojos nos vino a abrazar, y nosotros a él, y nos dijo: «¡Oh, hermanos y compañeros míos, qué deseo tenía de veros y saber qué tales estábades!». Y estaba tan flaco, que hobimos mancilla de le ver, porque segund supimos había estado a punto de muerte de calenturas y tristezas que en sí tenía42.
Por otra parte, la melancolía del personaje, que se había anunciado en capítulos previos, se enfatiza en el episodio a través de las condiciones en las que está viviendo: «Tenía tanta pobreza, que aun de cazabe [‘pan’] no nos hartamos»43. La identificación del melancólico con un contexto desfavorecido, de aprietos económicos, se encuentra en los Diálogos de amor de León Hebreo: la influencia de Saturno en el melancólico produce la destrucción de toda prosperidad o destino afortunado44.
A continuación, llegan novedades de México a través de una carta, que lo sumerge en el mayor abatimiento. Sus enemigos lo dan por muerto y el factor Gonzalo de Salazar se ha proclamado gobernador y capitán de la Nueva España en su lugar: «Desque Cortés la hubo leído [la carta], tomó tanta tristeza, que luego se metió en su aposento y comenzó a sollozar, y no salió de donde estaba hasta otro día por la mañana»45. Nos hallamos, de vuelta, ante el llanto desesperanzado a causa del presentimiento siniestro frente a un revés rotundo en otro campo de batalla, el de las argucias legales. Sus hombres lo alientan a luchar y volver a México a reinstaurar el orden. Cortés les contesta «muy amorosa y mansamente»46 para trazar un plan de acción. Aquí el adverbio «amorosamente» expresaría el afecto por sus compañeros y su papel casi paternal frente a ellos, que armoniza con su dolor por el desamparo en que ha dejado a su gente. Encontraremos una referencia al adjetivo «amoroso» en su descripción física, más adelante, que confirma este sentimiento que resulta esencial en su figura.
Todo hace indicar, según lo revelarán los siguientes capítulos de la Historia verdadera, que Cortés está signado por la desgracia después de la conquista del imperio azteca. Tras el episodio de las Hibueras y su vuelta a México, será llamado a España y no podrá regresar a América, ya que el juicio de residencia al que es sometido no tiene cuándo acabar47. él no es el único pleiteando en el Consejo de Indias: por la época en que Cortés vuelve a España también llegan Hernando Pizarro, de Perú, y Nuño de Guzmán. Como todavía se recordaba la muerte, el año anterior, de la emperatriz Isabel de Portugal, los conquistadores van de luto, por lo que los llaman, según Bernal Díaz en su capítulo CCI, «los indianos peruleros enlutados»48. El mote tiene objetivo cómico, como lo apunta el mismo narrador, pero resalta el carácter desafortunado de sus pretensiones.
El rasgo melancólico, lloroso, de Cortés se confirma y consagra por completo en el capítulo CCIV, cuando se narran sus últimos años en España: cómo intenta participar en una campaña en el Mediterráneo y recuperar algo del prestigio de sus viejos años americanos. La campaña fracasa (porque la Fortuna ya no le quiere, elemento trágico en él) y la armada tiene un regreso penoso a España. Cortés cae enfermo, el matrimonio ventajoso que estaba gestionando para su hija se cae, y muere de disentería en Castilleja de la Cuesta. En la semblanza de Cortés, Bernal Díaz recrea su figura: «La color de la cara tiraba algo a cenicienta, e no muy alegre, e si tuviera el rostro más largo, mejor le paresciera, y era en los ojos en el mirar algo amorosos, e por otra parte graves»49. El color ceniciento de la cara, oscuro, se aproxima al «color de tierra» que se atribuía a los melancólicos a causa de la influencia de Saturno en ellos50. Los ojos «amorosos», o sea ‘afectuosos’, también son «graves», o sea ‘serios’.
Bernal añade a las cualidades personales de Cortés que «era algo poeta: hacía coplas en metros e en glosas»51, atestiguando la sensibilidad del melancólico creador, que se había puesto de moda entre los intelectuales del Renacimiento, a partir de Marsilio Ficino, quien «influye en toda Europa con su interpretación de un posible influjo alto y noble de Saturno»52. Entre otras virtudes de Cortés, se resalta su cristianismo («rezaba por las mañanas en unas horas e oía misa con devoción»53), su veneración por la Virgen y los santos. Llamar la atención sobre su religiosidad conduce a otra cualidad del héroe épico europeo: su fe propicia el llanto, como observa Berszard sobre Carlomagno, pues el cristianismo es «une source de sentiments mélancoliques inconnus au monde ancien»54.
Con toda esa tradición a las espaldas, el personaje de Hernán Cortés se reviste de reverberaciones literarias notables, aunque escuetas. Al final, Bernal nos deja la imagen de un Cortés que lo gana todo, llega a la cima y luego se precipita hacia la ruina, vencido por las dificultades, desdichado:
Si bien se quiere considerar e miramos en ello, después que ganamos la Nueva España siempre tuvo trabajos [‘dificultades’] e gastó muchos pesos de oro en las armadas que hizo en la California; ni en la ida de las Hibueras [Honduras] no tuvo ventura, ni tampoco me parece agora que la tiene su hijo don Martín Cortés: ¡siendo señor de tanta renta, haberle venido el gran desmán que dicen de su persona e de sus hermanos!55
A Cortés se le acumulan las dificultades en empresas fracasadas, donde pierde dinero hasta llegar a aprietos e impedirle dejar a su hijo el mayorazgo en una buena situación. Bernal emplea el sustantivo «desmán», vocablo con el que antes se refería a las batallas aciagas con los indígenas, para denominar a la debacle de la familia de Cortés. Se aproxima a la idea básica de tragedia, a la caída del héroe que es víctima de su arrogancia, de su ceguera, de su exceso de confianza: «Sin decirlo explícitamente, Bernal revela que la ambición y arrogancia de Cortés son el comienzo de su destrucción. […] El cronista contrapone ante los lectores lo mejor y peor de su capitán»56. A lo cual cabría matizar que «lo peor», como la ambición y la arrogancia, no desluce al protagonista, sino que enfatiza su carácter trágico. Hernán Cortés es un héroe lloroso, melancólico y desdichado, arruinado, pero no por ello menos honorable. Por el contrario: sus lágrimas no tienen el objetivo de expresar debilidad, como la crítica ha apuntado, sino su altura épica57. En la Historia verdadera el personaje de Hernán Cortés no queda deslucido ni por llorar ni por acabar arruinado, ya que estas son manifestaciones tanto de una tradición épica que debió beber Bernal de los diversos ciclos de romances, como de un concepto de tragedia que pudo encontrar en ciernes en las Coplas de Jorge Manrique. La presencia del llanto podría incluso explicarse, con objetivo estrictamente pragmático, como una más de las «técnicas dramatizadoras, en las que predomina el mostrar (showing) frente al relatar (telling)», propias del estilo narrativo de Bernal Díaz58.
Por último, llama la atención que un parecido tratamiento de la figura de Cortés, el de héroe honorable pese a estar caído en desgracia, se encuentre en los romances que se escribieron en torno a su figura en la segunda mitad del siglo XVI: se le presenta sumergido en pleitos con la Corona, marginado, enemistado con el rey, aunque siempre leal59, siguiendo en esto, nuevamente, la estela del Cid. En ese aspecto, Bernal está reflejando una representación de Cortés que caló en la literatura más popular, pero la sitúa dentro de un texto de gran envergadura, como la Historia verdadera, con resonancias épicas al mismo tiempo que trágicas. El original carácter épico del texto de Bernal queda reforzado por la existencia clara de un protagonista, Hernán Cortés, en contraste con la falta de un héroe definido en una muestra tan lograda de la épica colonial como La Araucana de Alonso de Ercilla. En conclusión, con su retrato de Cortés, Bernal Díaz del Castillo demuestra que la épica, aunque tenga alcance de empresa colectiva, sigue requiriendo, como lo exige la tradición antigua, un héroe lloroso y desdichado.