Ensayo Visual
La gasolina del amor
Asociamos a los automóviles con nuestro propio cuerpo; de hecho, es como si le enseñáramos al auto a comportarse como un ser vivo. Las máquinas son extensiones corporales pero también son propiamente cuerpos, máquinas deseantes que buscan su propia proliferación. No porque una máquina de vapor no haya construido a otra significa que las máquinas de vapor no tienen un aparato reproductor, aseguran Deleuze y Guattari (Deleuze, 2004). Podemos ir más lejos y considerar al humano como un intermediario que coopera para que las máquinas puedan evolucionar. El término deleuziano filum maquínico, se refiere a un conjunto de procesos de auto-organización en el universo en los que elementos que estaban previamente desconectados comienzan a “cooperar” para formar una entidad más elevada. Los humanos fungiríamos entonces como los órganos reproductores hasta que las máquinas —especialmente los robots— adquieran sus propias capacidades reproductivas (De Landa, 1991). Visto así, cada vez que manejamos un auto estamos, más bien, siendo conducidos por él; lo estamos preparando para el momento en el que ya no necesite un conductor.
Una obra maestra inconclusa, el Gran Vidrio de Duchamp, es sintomática de la evolución de los máquinas; da por hecho que éstas tienen sexualidad y deseo mecánicos. Aunque la forma y el funcionamiento de La Novia no son humanos, sus engranes son movidos por el deseo y sus éxtasis son eléctricos. Duchamp escribió algunas claves para entender el funcionamiento del Gran Vidrio en la Caja Verde y la Caja Blanca. En las notas que conforman la Caja Verde, observa que La Novia tiene un tanque de gasolina de amor o potencia tímida, pero antes de ser un motor que transmite su potencia tímida es esa potencia tímida misma. A partir de esta críptica afirmación sospechamos que el elemento energético que da vida a La Novia, la gasolina de amor, tiene dos componentes a su vez que se oponen entre sí, pues es “potencia” y es “tímida” al mismo tiempo. De esta forma se activan los pares dialécticos positivo/negativo, masculino/femenino que, como una batería, descargan energía. La Novia secreta su propia gasolina, pues se desea a sí misma, tanto como lo hacen Los Solteros. La máquina duchampiana es una metáfora del funcionamiento de nuestro propio cuerpo, del deseo sexual como fuente inagotable de energía creativa. Pero no sólo hay metáfora, pues apunta a la posibilidad de que las máquinas efectivamente sean sensibles y tengan el germen del deseo sexual, lo que las llevaría eventualmente a auto-replicarse. Por lo pronto, el mecanismo de la Novia opera en un plano simbólico e imaginario.
vida y muerte del auto(r)
El automóvil tiene vida y muerte; posee una victoria y una derrota. Su victoria es cuando los espacios humanos se transforman para darle paso; la derrota del automóvil es cuando éste “muere”, cuando se desecha o se vende “por partes” y cada que aparece un tope en las calles. Un referencia directa a la corporización del automóvil es que sus desechos descansan en un cementerio de autos, el deshuesadero, un lugar en el que se lleva a cabo el desmembramiento de los autos, como si éstos fueran organismos a los que se les retiran los huesos. La palabra “deshuesadero” proviene posiblemente del verbo “deshuesar” —quitar los huesos a un animal o a la fruta— o de “desguazar” —desbaratar o deshacer un buque total o parcialmente—. Autos y humanos compartimos huesos. Resulta relevante observar que el auto dentro de una masa de objetos prácticamente idénticos en el tráfico callejero se vuelve cada vez más distinto a los de su especie mientras más envejece y se maltrata; recupera su singularidad frente a la masa justamente cuando deja de ser útil y deja de circular por las calles. En esta guerra tácita entre el automóvil y el peatón, suceden continuamente bajas en ambos bandos. La muerte del autor anunciada por Roland Barthes (1987) es antecedida por la muerte del auto.
La escritura y el deshuesadero se relacionan. Un texto está hecho de fragmentos de otros textos. De palabras que antes ya han sido pronunciadas. Para explicar las palabras del texto se requiere de otras palabras. Los textos son como el tejido, están entrelazados de escrituras de otros textos que les preceden, de escritos de otras culturas y de otras épocas. Desarmar un auto para completar otro es como escribir, como hablar, como dibujar. Combinamos palabras y piezas que ya existen. El autor es al texto lo que el conductor es al auto. Ambos pierden protagonismo ante la presencia del lenguaje y de la máquina, los cuales se reinventan y se reconstruyen permanentemente.
walking the car / caminando el vocho
Por las calles centrales de Tulancingo, Hidalgo, el 2 de agosto del 2007 circuló un carro de papel del mismo tamaño que un Volkswagen. El motor del “vocho” eran las cuerpos de quienes lo condujeron: Ricardo Rubio y Eric Reyes. En aquel entonces había un rumor en la ciudad de que la “Floresta” sería —como lo había sido hace más de 40 años— abierta al tránsito de automóviles. Nos reunimos con la socióloga Eunice Limón y le dimos forma al proyecto, que se llevaría a cabo el día de “La Virgen de los Angelitos”, la fiesta popular más importante de Tulancingo. La pieza consistiría en hacer caminar un automóvil de papel, tanto en los espacios destinados para los autos, como en los de los peatones. De esta forma pretendíamos mostrar cómo se vería la plaza con autos circulando de nuevo por ahí. Solicitamos a un grupo de artistas que nos apoyaran con la documentación en fotografía y video de la acción; el resultado fue un video de cerca de siete minutos. Otra intención de la pieza era demostrar que las experiencias y los medios para trasladarse no se reducen al automóvil. Queríamos denunciar que la caminata es una costumbre a la que sistemáticamente se le devalúa. Usamos la forma del “vocho” como una figura melancólica, pues desde el 2003 este tipo de autos había dejado de ser fabricados en todo el mundo; fue precisamente en nuestro país donde se produjeron los últimos modelos. Pocos automóviles han estado transitando en las calles de todo el mundo sin cambiar su aspecto. En toda familia mexicana hay alguna historia vinculada a este auto. Hay que mencionar que el Volkswagen Beetle representa simbólicamente diferentes aspectos en otras culturas. A los mexicanos quizás les recuerde a los taxis verdes que durante muchos años, y en multitudes, dieron servicio en la Ciudad de México. Para los norteamericanos representa posiblemente una época, los años 70’s, cuando los hippies los conducían.
Al hacer caminar el “vocho” se buscó que el peatón se apropiara de un espacio reservado para los automóviles. No está permitido andar a pie por las avenidas asfaltadas, ¿o sí? En realidad no hay una ley que lo prohíba; sin embargo existía el riesgo de que un agente de tránsito nos detuviera por obstruir el paso de los autos. De hecho, al momento de toparnos con un policía, éste se limitó a exclamar “¡No traen placas!”
Necesitábamos humanizar al automóvil, darle un cuerpo, pero también buscábamos confrontar a nuestro propio cuerpo con la fuerza y la velocidad de una máquina. El desgaste físico era desmesurado y resultaba una competencia imposible contra los autos. Imposible, pero necesaria, como la lucha contra la idolatría de la máquina que define Paul Virilio (2005).
El vocho de papel estaba construido con papel periódico y páginas de la sección amarilla a partir de un Volkswagen Beetle de tamaño real que usamos como molde. Los papeles impresos antes mencionados son una referencia a la reproductibilidad técnica, a las masas, al ámbito de la gráfica y hacen también un guiño a la tradición artesanal de “Los Judas” de papel maché.
Por dentro, el “vocho” no tenía ventanas, así que la única forma de ver por donde se dirigía era levantando ligeramente la parte frontal. Al estar dentro, la totalidad del espacio se percibía como demasiado estrecho, no parecía ser el adecuado para mantenerse ahí durante un tiempo largo; la ausencia de ventanas creaba esta sensación claustrofóbica. No lo habíamos percibido antes —y quizás resulte obvio— pero en realidad el espacio habitable de los autos es extremadamente reducido.
Al final, la Floresta de Tulancingo, aunque se remodeló, quedó por el momento como de tránsito solamente peatonal. La acción seguramente pasó desapercibida para la mayor parte de la población; sin embargo, al poner la atención en un tema, éste toma relevancia, por lo pronto —una vez más— en un plano simbólico e imaginario.