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De testaferros, caciques y electores: cultura política en las elecciones a la gobernación de Guaviare de 20151
Julián Esteban García Romero
Julián Esteban García Romero
De testaferros, caciques y electores: cultura política en las elecciones a la gobernación de Guaviare de 20151
Of figureheads, chieftains and voters: political culture in the 2015 elections to the Guaviare governorate
De delegados, caciques e eleitores; cultura política nas eleições ao governo do Guaviare de 2015.
Des prête-noms, caciques et électeurs : culture politique lors des élections au gouverneur de Guaviare en 2015
Boletín de Antropología, vol. 36, núm. 61, pp. 135-161, 2021
Universidad de Antioquia
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Resumen: Este artículo tiene como fin analizar la cultura política durante los comicios electorales de 2015 para la gobernación del departamento de Guaviare (Colombia). Siguiendo a Spencer (1994), concibo los comicios electorales como ritos de participación y legitimación, sucesos culturales que tienen una fuerte carga moral que paraliza y moviliza a la población. La pregunta que guía esta investigación es: ¿cómo se da el proceso de construcción y producción de significados en la cultura política durante el periodo de elecciones regionales? Dentro de los hallazgos más importantes se encuentra que la cultura política tiene asidero en una serie de prácticas institucionalizadas de forma histórica; una de ellas es el clientelismo, el cual lejos de ser un intercambio extraoficial de favores a cambio de apoyo electoral, debe entenderse como un complejo de prácticas materiales y discursivas que se reproducen continuamente en y a través de la operación cotidiana de la maquinaria política (no solo cuando hay campañas y elecciones). La observación participante y las entrevistas semi-estructuradas fueron las técnicas usadas para recabar información, en un periodo de tiempo de seis meses.

Palabras clave: eleccioneselecciones,clientelismoclientelismo,estadoestado,corrupcióncorrupción,representacionesrepresentaciones,ritorito,GuaviareGuaviare.

Abstract: This article aims to analyze the political culture during the 2015 electoral elections for the government of the department of Guaviare (Colombia). Following Spencer (1994), I conceive electoral elections as rituals of participation and legitimation, cultural events that have a strong moral burden that paralyzes and mobilizes the population. The question that guides this research is: ¿how does the process of construction and production of meanings take place during the period of regional elections? Among the most important findings is that political culture has a foothold in a series of historically institutionalized practices; one of them is clientelism, which, far from being an unofficial exchange of favors in exchange for electoral support, should be understood as a complex of material and discursive practices that are continuously reproduced in and through the daily operation of the political machinery (not only when there are campaigns and elections). Participant observation and semi-structured interviews were the techniques used to collect information, over a period of six months.

Keywords: elections, patronage, state, corruption, representations, ritual, Guaviare.

Resumo: Este artículo visa analisar a cultura política durante os comícios eleitorais de 2015 para o governo do departamento do Guaviare (Colômbia). Seguindo a Spencer (1994), entendo os comícios eleitorais como rituais de participação e legitimação, acontecimentos culturais que têm uma forte carga moral que paralisa e movimenta a população. A pergunta que guia esta pesquisa é: como se dá o processo de construção e produção de significados na cultura política durante o período de eleições regionais? Dentro dos encontros mais importantes se encontra que a cultura política tem apoio em uma série de práticas institucionalizadas de forma histórica, uma delas é o clientelismo, o qual longe de ser um intercâmbio extraoficial de favores em troca de apoio eleitoral, deve se entender como um complexo de práticas materiais e discursivas que se produzem continuamente em e através da operação cotidiana da maquinaria política (não somente quando tiverem campanhas e eleições). A observação participante e as entrevistas semiestruturadas foram as técnicas usadas para arrecadar a informação, em um período de tempo de seis meses.

Palavras- Chave: eleições, clientelismo, estado, corrupção, representações, ritual e Guaviare.

Résumé: Cet article vise à analyser la culture politique lors du processus électoral de 2015 pour le gouvernement du département de Guaviare (Colombie). À la suite de Spencer (1994), je conçois le processus électoral comme des rituels de participation et de légitimation, des événements culturels qui ont une forte charge morale qui paralyse et mobilise la population. La question qui guide cette recherche est : comment se déroule le processus de construction et de production de sens dans la culture politique pendant la période des élections régionales ? Parmi les constatations les plus importantes, la culture politique prend racine dans une série de pratiques historiquement institutionnalisées, l'une d'elles est le clientélisme, qui, loin d'être un échange officieux de faveurs en échange d'un soutien électoral, doit être compris comme un complexe de et des pratiques discursives qui sont continuellement reproduites dans et à travers le fonctionnement quotidien de l'appareil politique (pas seulement lorsqu'il y a des campagnes et des élections). L'observation des participants et les entretiens semi-structurés ont été les techniques utilisées pour collecter des informations sur une période de 6 mois.

Mots clés : Élections, clientélisme, État, corruption, représentations, rituel et Guaviare.

Carátula del artículo

Investigación

De testaferros, caciques y electores: cultura política en las elecciones a la gobernación de Guaviare de 20151

Of figureheads, chieftains and voters: political culture in the 2015 elections to the Guaviare governorate

De delegados, caciques e eleitores; cultura política nas eleições ao governo do Guaviare de 2015.

Des prête-noms, caciques et électeurs : culture politique lors des élections au gouverneur de Guaviare en 2015

Julián Esteban García Romero
Centro de Investigación y Educación Popular, Programa por la Paz (Cinep/PPP)
Boletín de Antropología, vol. 36, núm. 61, pp. 135-161, 2021
Universidad de Antioquia
Introducción

En este artículo analizo la cultura política en los comicios electorales del año 2015 para la gobernación del departamento de Guaviare. Por lo general, este tipo de estudios en Colombia han pertenecido en su mayoría a la ciencia política, como los de Cárdenas (2012 y 2017) y Rodríguez y Seligson (2006). Muchas de estas investigaciones se basan en los trabajos de Almond y Verba (1963 y 2001), quienes acuñaron la noción de cultura política, definiéndola como “el cúmulo de conocimientos, sentimientos y evaluaciones en relación con el sistema político” (Almond y Verba, 2001: 179). Además, estos autores plantean un modelo explicativo basado en tres formas: localista, subordinada y participante.2 No obstante, desde la sociología y la antropología han surgido una serie de críticas a este modelo; por ejemplo, se dice que la cultura no es una capacidad que se adquiere, sino que es un conjunto de valores o principios que se constituyen como una matriz que está en transformación permanente para ser coherente.

Sumado a lo anterior, autores como Bizberg (1997) afirman que se debe ser consciente de la existencia de un proceso de socialización, mediante el cual se transmiten los principios de la vida política. Y que los procesos transmitidos por medio de la socialización “no son normas inscritas en la personalidad y que la determinan a actuar en forma automática, sino que son matrices de significados que permiten interpretar la realidad cotidiana” (Bizberg, 1997: 14). Por su parte, Eufracio (2017) afirma que la interiorización de los ideales democráticos (liberales) por parte de algunos investigadores, derivó en una definición moralista y etnocéntrica, manifiesta de manera concreta en una separación implícita entre “buenas” culturas políticas democráticas, caracterizadas por personas que tienen “buenas” actitudes participativas hacia un “buen” sistema político democrático, y “malas” culturas políticas o no democráticas, que se caracterizan por personas que tienen “malas” actitudes hacia el sistema político.

De esta manera, para lograr una explicación de la cultura política, considero necesario investigar el sistema de valores, las prácticas, las representaciones y los imaginarios colectivos, ya que esto permite entrever el universo simbólico en el que tiene lugar la cultura política. Esta investigación pretende hacer una contribución interdisciplinar a dichos estudios, para lo cual tomo elementos analíticos de la sociología política y la antropología política. El problema de investigación como tal, es la forma en que en escenarios electorales la cultura política se materializa en prácticas particulares como el clientelismo3 y la corrupción, lo cual permite que candidatos con claros vínculos con mafias y grupos armados logren ser elegidos. Este tipo de fenómeno incita a investigar sobre el funcionamiento de complejas redes de relaciones sociales a largo plazo entre caciques políticos, mediadores y votantes, en las que se genera lo que Auyero y Benzecry (2016) denominan como una posesión mutua. Allí radica la importancia de este tipo de investigaciones.

Ahora bien, siguiendo a Krotz (1990), mi postura teórica para la investigación antropológica de los comicios electorales estaría inclinada hacia el enfoque que este autor denomina como política y significado, en donde se entiende la política como algo a lo cual las personas le dan un significado. De esta forma habría estructuras de significación que le dan sentido a las experiencias y la política sería un escenario en el cual se desenvuelven dichas estructuras, lo cual va en línea con los planteamientos de Geertz (1987) sobre la cultura como urdimbre de significados. Muy de la mano con este enfoque se encuentran los postulados de Spencer (1994), quien entiende la política como algo que es socialmente y culturalmente significativo. En este sentido, la política no es meramente instrumental, sino que es socialmente significativa, culturalmente contingente y animada por valores.

Desde la sociología política y cultural tomo los aportes teóricos de Swidler (1986) y Morán (2003). Swidler (1986) considera que la cultura política debe ser analizada en las prácticas políticas construidas desde diferentes elementos culturales, sociales y políticos. Para esta autora, la cultura es una caja de herramientas que influye en la acción a partir de múltiples configuraciones, lo que implica cuestionar la visión estructuralista de la cultura política como un conjunto de valores estandarizados. Por el contrario, la cultura no provee valores y fines últimos hacia los que se dirige la acción de los individuos, sino que opera como un conjunto de habilidades, hábitos, estilos y recursos desde los cuales los individuos agencian.

Por su parte, Morán en su análisis cultural de las prácticas sociopolíticas entiende la socialización política como “un conjunto de aprendizajes y olvidos que tienen lugar en aquellos espacios que contienen las prácticas sociales y que se suceden a lo largo de toda la existencia” (2003: 34). Como se puede notar, el énfasis de Morán recae sobre la espacialidad de la socialización política, es decir, el papel que tienen los espacios en los que se dan las prácticas sociales. Los billares, los barrios, los colegios, las mingas de trabajo, los campos de tejo, las sedes de partidos políticos, las casas de algunos líderes, serían los espacios en los cuales tienen lugar esas prácticas sociales para el caso estudiado.4

La pregunta que guía esta investigación es: ¿cómo se da el proceso de construcción y producción de significados en la cultura política durante las elecciones a la gobernación de Guaviare en el año 2015? Parto de la hipótesis según la cual la construcción y producción de significados en la cultura política tiene asidero en una serie de prácticas cotidianas institucionalizadas de forma histórica, las cuales guardan estrecha relación con el proceso de formación estatal en márgenes como el departamento de Guaviare; de esta forma, el estado5 es producto de los procesos culturales históricos. En este proceso, como mencionan Auyero y Benzecry (2016), la estructura de las redes clientelares y las estructuras cognitivas y afectivas de clientes están vinculadas. La correspondencia entre los esquemas simbólicos aprendidos y desplegados es más efectiva que el cálculo racional de costo beneficio.

Con respecto a la estrategia metodológica utilizada en la investigación, escogí el estudio de caso cualitativo ya que se ajustaba al problema de investigación, es decir, permite describir de manera contextualizada las acciones de los actores sociales y sus significados. Este tipo de estudio tiene como característica básica que aborda de forma intensiva una unidad, la cual puede referirse a una persona, una familia, un grupo, una organización o una institución. Es una investigación ideográfica que implica la descripción amplia y profunda del caso en sí mismo, sin el propósito de partir de una hipótesis o teoría rígida. Dentro de las múltiples tipologías de los estudios de caso que los metodólogos han creado, considero que este se enmarca en aquel que estudia la variación de una unidad singular a lo largo de un corto periodo de tiempo. Mediante la observación participante y las charlas informales en espacios clave, acumulé una serie de datos cualitativos que me permitieron plantear categorías de análisis para explicar y objetivar los fenómenos electorales. También usé fuentes de segunda mano para describir y comprender los procesos de poblamiento, colonización y resultados electorales anteriores. El trabajo de campo lo llevé a cabo entre los meses de junio y diciembre de 2015, tiempo durante el cual me desempeñaba como investigador de una ONG, sistematizando una experiencia de paz. Fue gracias a esto que logré viajar por todo el departamento y conocer personas clave.6

En cuanto a la estructura del texto, en la primera sección hago un breve recuento del proceso de poblamiento y colonización del departamento de Guaviare, lo cual permite vislumbrar la forma en que se configuró social y políticamente el territorio, ya que no se debe limitar el estudio de las elecciones únicamente a las votaciones, candidatos e instituciones, puesto que los procesos políticos van mucho más allá, siendo los periodos electorales coyunturas que hacen parte de procesos de largo aliento. En la segunda sección del texto analizo de forma histórica el resultado de las elecciones en el departamento entre 1990 y 2000, lo cual fue clave para entrever el funcionamiento del sistema político, actores y dinámicas. Cabe aclarar que, si bien estos datos son un aporte importante, no tuvieron como objetivo generalizar y prever el comportamiento electoral de la población ya que, como se verá más adelante, el comportamiento electoral dista mucho de ser racional y calculable.

Luego hay una tercera sección en la cual hago una descripción etnográfica de las campañas electorales y del día de las elecciones, lo cual hizo evidente algunos imaginarios, representaciones y prácticas que tienen lugar en la cotidianidad de los votantes. Finalmente, en las conclusiones expongo los aspectos más importantes encontrados a lo largo de la investigación, los cuales permiten responder a la pregunta de investigación y, a su vez, plantear nuevos interrogantes para futuras agendas de investigación que nutran el debate sobre clientelismo, elecciones y cultura política.

Poblamiento, colonización y violencia

Las constantes en el poblamiento del departamento del Guaviare han sido el extractivismo, la inestabilidad de los asentamientos, el vaivén de las bonanzas y sus posteriores crisis económicas (SINCHI [Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas], 1999: 45).

El departamento de Guaviare es un territorio que ha tenido diversas etapas de colonización y poblamiento, Molano (1987) plantea que hubo tres tipos de colonizaciones. La primera fue “la colonización rapaz” (1900-1940), la cual se caracterizó por la llegada de los primeros colonos buscando establecer fundos e insertarse laboralmente en las bonanzas económicas de la cauchería y el tigrilleo (comercialización de pieles de animales). La explotación y comercialización del caucho y las pieles llevó a que los ríos fueran claves para el transporte, fue así como se fundaron los primeros puertos: Unilla, Calamar e Itilla. Cabe resaltar que en “esa época no existía como tal el departamento del Guaviare, ya que ese territorio hacía parte de la comisaría del Vaupés siendo su capital Calamar” (SINCHI, 1999: 34).

Los primeros colonos y misioneros encontraron en este vasto territorio la presencia de comunidades indígenas con las cuales se relacionaron de diferentes maneras, pasando por la caza de indígenas llamada “guahibiar” o “cuiviar”, la evangelización, la esclavitud (en las caucherías) o simplemente practicando el comercio de artículos como sal o pescado. Según Salgado (1996), los misioneros jesuitas tuvieron los primeros acercamientos con dichas comunidades, no obstante, al implementar la ganadería extensiva generaron cambios culturales debido a la sedentarización que implicó la cría de ganado. Etnias como los Sikuani, Guayabero y Nukak vieron limitada su movilidad por el territorio debido a la presencia de colonos y la parcelación del territorio. Tal como lo menciona Salgado, “Por su parte los Tukano Oriental huyeron de la cauchería y la evangelización dirigiéndose hacia el norte de la comisaría del Vaupés (sur del departamento del Guaviare)” (1996: 12).

Seguida a esta primera etapa de colonización, vino la “colonización armada” (1948-1955). Esta etapa tuvo dos momentos: el primero va de 1948 a 1953 y el segundo de 1953 a 1955. Cada uno de estos momentos se caracterizó por la expulsión y desplazamiento de familias fragmentadas y columnas en marcha.7 A medida que estas poblaciones se asentaron, poco a poco fundaron caseríos en la sabana llanera, como Vista Hermosa, Mesetas, La Uribe y Granada, hasta llegar a Guaviare. De esta forma, los departamentos de Casanare, Meta y Guaviare se convirtieron en refugio y tierra de esperanza para la reconstrucción de los proyectos de vida de estas familias, al igual que en un espacio estratégico para la configuración de las guerrillas liberales de los llanos.

Finalmente, la última etapa de colonización que plantea Molano (1987) es la “colonización campesina” o “colonización dirigida” (SINCHI, 1999), la cual va de 1968 en adelante. Esta etapa tuvo como motor la promoción estatal del poblamiento de municipios de Guaviare como El Retorno, al sur de San José; precisamente el nombre de este municipio surge de la idea de retornar al campo. De esta forma, miles de campesinos llegaron al territorio. Sin embargo, se encontraron con la falta de planificación para el desarrollo de la región y su población por parte del estado (no hubo inversión en infraestructura o asistencia en la producción agrícola), lo cual llevó a que muchos abandonaran la idea de colonizar y volvieran a sus lugares de origen.

El proceso de colonización y poblamiento del departamento de Guaviare tuvo una participación estatal que en apariencia brillaría por su ausencia, convirtiéndose así en una de las márgenes del estado.8 No obstante, al analizar con detenimiento la configuración de órdenes sociales y políticos en el departamento, se hace evidente que hubo y hay ciertos sectores sociales que acumularon poder político y económico, lo cual les ha permitido actuar en representación del estado. Esto va en sintonía con los planteamientos de Serje (2013), para quien el mito de la usencia del estado cumple la función social de legitimar una serie de prácticas violentas con el fin de establecer un orden en medio del “caos” que reina en estas zonas liminales o de frontera. Sumado a esto, esta idea encubre la relación que los poderes locales y regionales han tenido con el estado al encarnarlo, es decir, la forma en que estos poderes han gobernado estas zonas:

Estos grupos -que incluyen comerciantes, misioneros y empresarios, administradores y funcionarios- controlan las instituciones, las decisiones y los recursos del Estado en diferentes niveles, poniendo de presente, como lo ha señalado Mitchell [2006] que la oposición Estado-sociedad civil, no es más que una falsa dicotomía. Son ellos quienes tienen acceso a “ser” el Estado, a intervenir y hablar en su nombre y a definir su proyecto. Y, sobre todo, a centralizar sus decisiones y disponer de sus recursos (Serje, 2013: 101).

Las economías de enclave llevaron a que colonos y campesinos tuvieran que padecer necesidades y se vieran atraídos por actividades ilícitas para obtener su sustento y el anhelado ascenso social. En este orden de ideas, hacia mediados de la década de 1970 se dio la bonanza de la marihuana y posteriormente, en 1980, la bonanza de la coca. Estas bonanzas generaron varios procesos dentro del territorio, por ejemplo, la ampliación de la frontera agrícola, la deforestación de la selva y las zonas de reserva natural y el acaparamiento y despojo de la tierra. Esto último debido a que el precio de la tierra productiva y fértil aumentaba cuando la bonanza estaba en su punto máximo, pero al entrar en crisis los cultivadores quedaban endeudados y debían vender sus tierras a precios muy bajos, lo cual era aprovechado por terratenientes y narcotraficantes, siendo este grupo social el que va a estar en la cumbre de la estructura social, consolidando de a poco el poder social y político. Sumado a esto, con las bonanzas de la coca y la marihuana aumentó la llegada de mano de obra, narcotraficantes, prostitutas, pistoleros y comerciantes:

Históricamente la ocupación de la región presenta constantes como la existencia de tierras disponibles para ser incorporadas a la producción, la riqueza de los recursos naturales, la búsqueda de la recomposición campesina de una población marginada o expulsadas de otras zonas del país, las bonanzas económicas -lícitas e ilícitas-, y la débil presencia del estado a través de sus instituciones (SINCHI, 1999: 30).

Algunos campesinos de la región señalan que esa época fue de contrastes, ya que si bien el precio del kilo de coca estaba por las nubes, lo cual les benefició enormemente, la violencia y el despilfarro de dinero eran muy comunes. Por lo general, el campesino que tenía tierra volcó su cultivo de pancoger hacia la coca, dependiendo enteramente de los dividendos que esta actividad le dejaba. El campesino compraba la semilla de coca, los fertilizantes y plaguicidas, esperaba a que las plantaciones estuvieran en su punto y contrataba algunos raspachines (personas que cumplían con la labor de deshojar las plantaciones de coca). Estos le ayudaban a recoger la cosecha para venderla a los narcotraficantes, que se encargaban de hacer todo el proceso químico para transformarla en pasta base y posteriormente en clorhidrato de cocaína. Los narcotraficantes pagaban cuando lograban vender la cocaína como tal, replicando el sistema de endeude de la cauchería. “La coca abrió la posibilidad de una prosperidad ilimitada pero también introdujo las prácticas económicas de la época del caucho y del tigrilleo y sobre todo su espíritu de pillaje y su condición de violencia. Los colonos comprobaron rápidamente que se trataba de un nuevo sistema de explotación y contra él reaccionaron” (Molano, 1987: 144).

Los campesinos mencionan que durante las dos bonanzas cocaleras9 su calidad de vida mejoró ya que tenían mayor poder adquisitivo, logrando tener la vida que siempre anhelaron. Es frecuente escuchar hablar sobre raspachines que llegaron a ser “patrones”, es decir, grandes señores de la coca, con tierras, autos, caballos, cultivos, mujeres y hombres que los cuidaban. De esta manera, la coca fue un vehículo de movilidad social ascendente por medio del cual algunas personas que nacieron en precarias condiciones materiales lograron acaparar diferentes tipos de capitales, lo cual les generó estatus y prestigio. Siguiendo a Guillén (1979), esta suerte de hacendados o terratenientes van a configurar el poder político en el departamento. Tener en cuenta esto permite fundamentar y reconocer la historicidad del estado, “el cual ha integrado los sistemas previos de poder y desigualdad, así como las relaciones de sociabilidades políticas preexistentes” (Ocampo, 2014: 34).

De la mano de las bonanzas llegó el pillaje y la violencia. Grupos de ladrones y ejércitos privados de narcos imprimieron tensión en el ambiente, lo que fue conocido como “la ley del revólver”: una suerte de orden moral y por ende social10 en el cual las armas mediaban la justicia; aquel que no estuviera armado no era nadie. Fue en ese momento cuando empezaron a hacer presencia los primeros frentes de las FARC-EP (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Ejército del Pueblo), un actor que fue mediador entre campesinos y narcos, para posteriormente hacerse al monopolio de la fuerza, imponiendo sus reglas.

Un aspecto que vale la pena resaltar es la complicidad de las autoridades locales. Tanto el ejército, la policía, como los funcionarios públicos, se vieron beneficiados por los sobornos que los narcos les daban para que no interfirieran en el comercio de cocaína (Molano, 1987). Desde esa época se puede empezar a rastrear la corrupción y el soborno como prácticas con las cuales interactuaban los poderes locales y regionales en representación del estado, prácticas que van a continuar hasta el presente. Así, las prácticas y órdenes que se van gestando en las márgenes del estado no pueden verse ni analizarse como simples órdenes ilegales ajenos al ordenamiento general del estado, sino como el resultado del tipo de interacciones y prácticas que el mismo estado ha desarrollado en sus márgenes, y por el propio carácter complejo del proceso de configuración regional. Ocampo (2014) brinda claridades sobre esto: “Planteo el Estado como formado por lo que Geertz denomina lugares (diríamos, Estados) complicados (Geertz, 2004), o sea, que las formas que allí asumen las relaciones políticas no son ‘anómalas’, sino el resultado de los procesos históricos y del modo de la región en el Estado nación” (Ocampo, 2014: 36).

A finales de la década de 1980 el gobierno empezó a implementar la política punitiva de lucha contra el narcotráfico, la cual buscó reducir la producción de cocaína mediante fumigaciones con glifosato en las zonas identificadas con mayor presencia de cultivos ilícitos. Esta situación llevó a innumerables marchas cocaleras, ya que muchos chagreros perdieron sus cultivos y se endeudaron aún más con los narcotraficantes o los proveedores de semillas y fertilizantes, generando bastante tensión y malestar en el territorio. Fue entonces cuando se empezaron a implementar programas como Alianza para el Progreso, Plante y Palante y Familias Guardabosques, los cuales estaban dirigidos a la sustitución de cultivos ilícitos mediante la plantación de cultivos de cacao, plátano, árboles frutales, yuca, maderables, etc.

-¿Cómo empezó la llegada de los programas de sustitución del gobierno?

-Yo recuerdo que cuando en los noventa llegó eso del plante y palante, a los años estaban lo de familias guardabosques. En ese programa yo participé, ahí fue cuando arranqué las matas de coca que tenía y dejé de joder con eso. Hubo muchos que no lo hicieron, pero eso es cosa de ellos; como dicen por ahí, el que se queme que sople [risas] (fragmento de entrevista, 20 de octubre de 2015).

Al final de la de década de 1990 los grupos paramilitares provenientes del departamento de Meta empezaron a hacer presencia en Guaviare. Una evidencia del avance de estos grupos fue la masacre ocurrida en Mapiripán y Puerto Alvira (Meta) en el año de 1997, en la cual asesinaron a más de cincuenta personas y desplazaron a cuatrocientas más (“Diagnóstico departamental...”, s. f.). Este nuevo actor generó una escalada de la violencia al enfrentarse con la guerrilla de las FARC-EP por el control territorial y el negocio del narcotráfico. Grupos paramilitares como Héroes del Llano y el bloque Centauros lograron controlar las cabeceras de los municipios de San José, Calamar y Miraflores. A continuación, algunos datos esclarecedores sobre la situación humanitaria en dicha época: “entre 2003 y 2006, el municipio más afectado fue San José del Guaviare, donde fueron cometidos 137 de los 332 homicidios del período, seguido por Calamar donde se presentaron 90 víctimas, Miraflores que registró 61 y, por último, El Retorno, donde fueron perpetrados 44 homicidios” (“Diagnóstico departamental...”, s. f.).

Los paramilitares apoyaron la puesta en marcha de la ganadería intensiva y extensiva, así como los cultivos de palma de aceite, en connivencia con la fuerza pública, los terratenientes y funcionarios estatales. Esto permitió consolidar a personas como Nebio Echeverry, como caciques políticos, los cuales tenían como padrinos a reconocidos narcotraficantes y terratenientes. Los lazos de lealtad, parentesco y compadrazgo que estos personajes tenían con sectores populares les generaron poder social y político (Osorio, 2015). De esta manera, entender el departamento de Guaviare y la historicidad de los poderes políticos locales que han encarnado al estado, permite entrever la forma como esas constelaciones de poderes tienen aún incidencia en la política, las dinámicas electorales, las prácticas que la rodean y sus significados.

En el siguiente acápite se desglosan los resultados electorales durante las décadas de 1990, 2000 y parte de 2010, con lo cual se hacen evidentes tales constelaciones y la forma en que el mito de la ausencia del estado legitima y sostiene la necesidad política del gamonal o cacique electoral, como aquel intermediario necesario entre la sociedad tradicional y el estado moderno.

Partidos, candidatos y elecciones en el departamento de Guaviare

El departamento de Guaviare no ha sido ajeno a la transformación política que tuvo lugar a principios del año 2000 en gran parte de los departamentos del país, como tampoco a la violencia asociada al conflicto y a la filtración de los grupos armados ilegales en la esfera política (MOE [Misión de Observación Electoral], 2010: 32).

El departamento de Guaviare fue tradicionalmente un fortín del Partido Liberal. Este tuvo el poder en varias gobernaciones y administraciones municipales, con Tomas Devia Lozano11 como líder del partido. Esta situación empezó a cambiar en 1997, cuando el candidato conservador Hernando González Villamizar12 fue electo como gobernador del departamento. Sin embargo, González no hubiera logrado este triunfo sin el apadrinamiento político y económico de Oscar López y Nebio Echeverry, quienes eran los jefes del Partido Conservador y, además, son primos (MOE, 2010). En esa ocasión el Partido Conservador también se quedó con la alcaldía de San José del Guaviare, gracias a la elección de Roberto Cancino13 como alcalde. Sumado a esto, el Partido Conservador resultó con la mayoría del Concejo del municipio de El Retorno (MOE, 2010). De esta forma, el Partido Liberal perdió la hegemonía política que tenía en gran parte del departamento.

Los jefes del Partido Conservador, Oscar López y Nebio Echeverry, también obtuvieron cargos representativos. López ocupó una curul en la Cámara de Representantes y en 2001 Echeverry fue elegido gobernador del departamento, recalcando el poderío electoral del Partido Conservador; sin embargo, Echeverry fue suspendido del cargo.14 Cabe resaltar que ambos personajes compartían posiciones políticas con Álvaro Uribe (en ese entonces candidato a la presidencia), posiciones que también representaban a su partido. Fue el 2002 el año en que el mapa político empezó a transformarse debido a la presencia de nuevos movimientos, partidos y candidatos. Es el caso del partido ALAS Equipo Colombia15 y el Movimiento Político Comunal y Comunitario (“Nuevas caras...”, 2002).

Pedro Arenas, líder del Movimiento Político Comunal y Comunitario,16 ocupó una curul en la Cámara de Representantes, lo cual le sirvió para establecer contactos y darse a conocer como candidato independiente, alejado de los partidos tradicionales de la región. Algunos lo tildaron de progresista (MOE, 2010). La otra curul que le pertenecía al departamento quedó en manos de José Mejía, del Partido Conservador. Mejía contó con el apoyo de Oscar López y Nebio Echeverry, quienes lo apoyaron a cambio de favores políticos. Estos favores son claves para el sostenimiento de los llamados caciques o patrones; a continuación, una cita que brinda claridad sobre este fenómeno: “El poco control de los organismos estatales y las debilidades de las veedurías ciudadanas han llevado a la consolidación de un modelo político basado en el clientelismo y en la figura de ‘patrones’ electorales en el que priman los favores políticos” (Tobón y Cubeo, 2015: 29).

En el año 2003 el panorama electoral siguió mutando, ya que se realizaron elecciones para alcaldes y ninguno de los partidos tradicionales obtuvo la alcaldía de San José del Guaviare. Esta situación se generó debido a las tensiones presentadas al interior de los partidos, lo cual se tradujo en “voto castigo” o “personalismo”, es decir, que algunas facciones o líderes del Partido Liberal decidieron dirigir sus votos hacia candidatos de partidos nuevos, “castigando al candidato del oficialismo liberal con el cual no compartían afinidades” (MOE, 2010: 40). Tal parece que aquella disciplina de partido no aplicó a la realidad (véase “Existe ley...” [2010], sobre la famosa “Ley de Bancadas”), es decir, que los “caciques electorales” que siempre han pertenecido a la élite política y económica del departamento lograron hacer elegir al candidato de su interés para algún cargo público. A continuación, Leal Buitrago (2010) da luces sobre las características del cacique y sus nexos con el clientelismo: “El moderno cacique es parte sustancial del sistema político del clientelismo, ya que fue uno de sus creadores e innovadores. En la medida en que tiene éxito dentro del sistema, que construye una red de relaciones articuladas horizontal y verticalmente apoyado en el intercambio de favores con recursos oficiales para reproducir un capital electoral” (p. 12).

En 2004 el candidato por el Partido Conservador, José Pérez, fue elegido como el nuevo gobernador del departamento, reemplazando a Nebio Echeverry. Pérez contó con el apoyo de Oscar López y la bancada del Partido Conservador, no obstante, sufrió un atentado por parte del frente 7 de las FARC-EP en el corregimiento de El Capricho (municipio de San José). En esas elecciones Pérez compitió contra José Restrepo del Partido Liberal y el ex gobernador Hernando González del Movimiento Equipo Colombia (MOE, 2010). Este último candidato no contó con el tradicional apoyo de Oscar López, lo cual se tradujo en su derrota en los comicios electorales. Nuevamente se evidenciaba el peso que tienen caciques electorales como Oscar López.

Posteriormente, López fue candidato por el Partido Conservador para las elecciones a la gobernación en 2007, recibiendo el apoyo de su primo Nebio Echeverry, del partido ALAS Equipo Colombia, y del resto de la bancada del partido.17 De esta forma, el Partido Conservador se quedó nuevamente con la gobernación, cumpliendo una década de hegemonía política, que había empezado en 1997 con Hernando González. Cabe recordar que desde finales de la década de 1990 los grupos paramilitares habían empezado a tener presencia en el departamento, buscando el control del territorio y del negocio del narcotráfico. Precisamente, el gobierno de Oscar López fue interrumpido en 2009 cuando la Fiscalía ordenó su detención por figurar como socio de la empresa Exploración y Explotación Minera del Llano, perteneciente al paramilitar y narcotraficante Pedro Oliverio, alias Cuchillo.

Todos estos procesos electorales han tenido de fondo un contexto violento que influyó en el resultado de los comicios, especialmente en las elecciones para gobernador ocurridas entre 2001 y 2009. Por ejemplo, la llegada de los grupos paramilitares coincidió con el triunfo de algunos candidatos a la gobernación, como son los casos de Nebio Echeverry, José Pérez y Oscar López. Echeverry fue elegido en 2001 y suspendido por 90 días, después de los cuales asumió de nuevo el cargo; en 2004 José Alberto Pérez reemplazó a Echeverry en la gobernación hasta 2007, año en el cual fue también destituido por enriquecimiento ilícito durante los años en los que ejerció como gobernador (“Procuraduría destituye...”, 2012). Por último, López fue suspendido en 2009 por nexos con grupos paramilitares y lavado de activos. Además, en 2010 Echeverry entró en la “lista Clinton” y es buscado por tener nexos y ser testaferro de narcotraficantes y jefes paramilitares, como Daniel Barrera, alias El Loco Barrera, y Pedro Oliverio, alias Cuchillo (“Preso e investigados...”, 2015).

Sin embargo, el asunto no termina allí. El triunfo de Nebio Echeverry en las elecciones de 2001 se debió en gran parte a la presión que ejercieron los grupos paramilitares para que la población votara a su favor; sumado a esto, su campaña se habría visto beneficiada económicamente por el testaferrato que él llevaba a cabo (“‘Don Mario’...”, 2010). Una vez en el poder, Echeverry colaboró con el bloque Centauros de las autodefensas, al entregar contratos de carreteras, alcantarillados, puentes y obras públicas a una empresa que era propiedad del narcotraficante y paramilitar Miguel Arroyave (“‘Don Mario’...”, 2010). Además, el sucesor de Echeverry en la gobernación, José Pérez, también informaba, colaboraba y entregaba dineros del erario público a los grupos paramilitares a través de contratos (“‘Don Mario’...”, 2010). De esta manera, hay claros vínculos entre los poderes locales, mafias y grupos armados. Con respecto a esto, la Misión de Observación Electoral (MOE) apunta:

[...] se podría concluir que en el Guaviare primó la lógica mafiosa en las presuntas alianzas realizadas entre grupos ilegales y líderes políticos: para los narcotraficantes era la forma de disminuir su deuda con la justicia y poder, así, continuar en el negocio del narcotráfico; para los paramilitares estas alianzas fueron un medio para alcanzar fines económicos, entre otras cosas, porque el bloque Centauros liderado por “Cuchillo”, más que un grupo paramilitar, era un grupo narcotraficante que le compró la franquicia a las AUC para entrar en los diálogos de paz (MOE, 2010: 49).

Esta lógica mafiosa en la cual los grupos paramilitares monopolizaron en gran parte el negocio del narcotráfico, a la par que pactaron alianzas con políticos de la región, es denominada como “cooptación del estado”.18 Esta cooptación permitió que emergieran estructuras de poder en las cuales las maquinarias políticas eran aceitadas con dineros provenientes del narcotráfico, beneficiando los intereses de los caciques electorales, narcotraficantes y paramilitares. Los narcotraficantes no necesitaban el dinero del erario, ya que el negocio de la coca les deja grandes sumas de dinero, pero sí necesitaban testaferros para lavar sus dineros; por su parte, los grupos paramilitares sí se vieron favorecidos económicamente de estos erarios a través de contratos. Finalmente, los caciques electorales aumentaron su capital electoral al engrasar cada uno de los engranajes de sus maquinarias y redes clientelistas, un juego de gana-gana. Para Leal Buitrago (2010), esto hace parte de la lógica del clientelismo político moderno: “El clientelismo político moderno -mercantil y dependiente del Estado- se apoya en el antiguo valor de lealtades sociales y se caracteriza por la apropiación privada de recursos oficiales con fines políticos. Esta apropiación se ejerce mediante una vasta red de relaciones sociales con contraprestaciones” (Leal Buitrago, 2010: 15).

Después de los escándalos que rondaron a los gobernadores antes mencionados, en el año de 2010 los habitantes del departamento de Guaviare tuvieron que vivir unas elecciones atípicas, debido a que Oscar López renunció al cargo a finales del 2009 por la investigación por parapolítica que tenía en su contra. También fueron atípicas por la alta abstención, ya que de las 50.101 personas aptas para votar, solo ejercieron su derecho 20.954. Al parecer, en algunas inspecciones del municipio de Miraflores las comunidades no pudieron salir a votar porque las FARC-EP les impidieron la movilidad por el río Vaupés. De esta forma, Dagoberto Suárez, candidato del Partido de Integración Nacional, ganó la gobernación con un total de 11.700 votos (Moreno, 2010). Como se puede evidenciar, la participación de actores armados influye en los comicios. Al respecto, Tobón y Cubeo (2015) plantean lo siguiente:

En todas las sociedades existen ingredientes comunes a sus realidades políticas. Participación de actores económicos (legales e ilegales) que aportan dinero a las campañas, actores políticos que promueven alianzas, redes de intermediación clientelista que intervienen en los movimientos electorales y una audiencia de electores que se juega sus expectativas sociales y políticas en medio de este entramado de relaciones (Tobón y Cubeo, 2015: 35).

Suárez no duró mucho en el cargo de gobernador ya que sufrió un accidente y falleció antes de terminar el año 2010. Para los comicios electorales de 2011 se presentaron los candidatos José Rivera por el partido Alianza Social Independiente (ASI), nuevamente José Pérez por el Partido Conservador, y el cuestionado Alexander García por el Partido de la U. En el informe de agosto de 2011, la Corporación Nuevo Arco Iris señaló los peligros que podía acarrear la elección de candidatos cuestionados como Pérez y García, ya que ambos caciques electorales estaban señalados por parapolítica (Corporación Nuevo Arco Iris, 2011). Sin embargo, contaban con redes y maquinarias políticas que les aportaban importantes cantidades de votos. Ocampo (2014) describe las sinergias entre partidos políticos, poderes regionales y clientelismo a continuación:

Las sinergias entre poderes regionales, partidos políticos y clientelismo conforman el vector del vínculo de la región con el centro político, dando lugar a un esquema de relación basado en los intercambios entre el poder electoral regional (los votos) y el poder distributivo central (los recursos estatales). Esto quiere decir que ese nexo adopta la fórmula del clientelismo, el cual de esta manera se institucionaliza y estataliza (Ocampo, 2014: 32).

En este orden de ideas, la concentración del poder político y la naturalización de prácticas clientelistas y corruptas no obedecen solamente a la hegemonía por parte de un partido político. Pareciera que hay una serie de factores de otra índole que permiten que dichas prácticas perduren a pesar de que haya un cambio en la administración del poder. En el siguiente apartado se profundiza en la forma en que se configuran y operan dichos factores, a través de la descripción etnográfica de los comicios electorales para la gobernación del año 2015.

Cultura y prácticas políticas en las elecciones a la gobernación

En el año 2015 se llevaron a cabo las elecciones para alcaldías, concejos y gobernación en el departamento de Guaviare. La Misión de Observación Electoral (en adelante MOE), a través de diversos estudios, llamó la atención sobre la concentración de factores de riesgo por violencia y fraude electoral en 204 municipios del país. El estudio de la MOE reveló que en el caso del departamento de Guaviare, en los municipios de Miraflores y San José confluían ambos factores, categorizándolos como municipios en riesgo extremo (MOE, 2015). Las recomendaciones de la MOE fueron dirigidas a las autoridades respectivas con el fin de evitar tales riesgos. Sin embargo, este llamado de atención no surtió efecto alguno, dando como resultado que un candidato investigado y cuestionado, como Nebio Echeverry, obtuviera el aval del partido político Movimiento de Autoridades Indígenas de Colombia (AICO) (“Los candidatos...”, 2015) y posteriormente saliera electo como gobernador (“Gobernadores electos...”, 2015).

El hecho de que un partido como AICO brinde su aval a un candidato tan polémico (Osorio, 2015), es una muestra de la forma en que los partidos políticos se han convertido en una suerte de mercado de avales, repartiendo estos al mejor postor, sin que necesariamente haya una filiación partidista. Laurent (2016) advertía sobre los riesgos que tenían las élites políticas indígenas al entrar en las lógicas electorales: “se debate la capacidad de representación no sólo formal sino también substantiva de quienes acceden a cargos electorales en nombre del movimiento indígena” (Laurent, 2016: 162). En los siguientes párrafos se describen de forma etnográfica las elecciones, entendiendo este fenómeno como un rito. Los apuntes correspondientes a la observación participante son intercalados con apartados en los que se teoriza y analiza lo hallado en campo, identificando algunos factores de orden cultural y social que inciden en los comicios electorales.

La época de elecciones en el departamento de Guaviare se asemejó a un rito,19 pasando por diversos momentos o etapas a medida que las semanas iban avanzando, hasta llegar al paroxismo del día de votaciones. En los meses anteriores, tanto en la capital del departamento (San José) como en los cascos urbanos de los municipios de El Retorno, Calamar y Miraflores, la cotidianidad de sus habitantes se vio alterada por el proselitismo electoral. Esta situación permitió interpretar el desarrollo de las elecciones como un rito cargado de simbolismos.20 Era algo aturdidor: colores, comida, música, reuniones, gente exaltada; definitivamente un evento cultural que paraliza y al mismo tiempo moviliza a las personas. Era posible ver el fervor y las pasiones que estudia Krotz (1990), las energías vitales impregnadas en la acción de los sujetos y la creencia de los electores en un candidato que les traería porvenir y progreso. A continuación, un fragmento de mi diario de campo:

En un viaje que hice por los municipios de El Retorno y Calamar pude observar bastantes vallas en la carretera. Estas vallas tenían la foto del candidato o la candidata, su número en el tarjetón, el logo del partido y su respectivo color. En el transcurso del viaje en el carro de línea (carro de servicio público) podía inferir cuál era la campaña con mayor poder económico, observando el tamaño de las vallas y la cantidad. Para la gobernación siempre estuvo Nebio Echeverry en el primer lugar (después de contar con el aval de AICO), seguido de Constantino Rodríguez y por último Santos Suárez. En las imágenes de las vallas se podía entrever el discurso de cada candidato, su puesta en escena. Por ejemplo, en el caso de Nebio, él vestía una camisa de manga larga blanca con cuadros negros (un poco desabotonada), un sombrero de ala ancha y un poncho que colgaba de su cuello, todo esto acompañado de un gesto de alegría en su rostro y la mano derecha con su dedo pulgar en alto, en signo de “todo bien”21 (fragmento de Diario de campo, 12 de agosto de 2015).

La camisa, el sombrero y el poncho son claros símbolos que hacen alusión a ese imaginario del colono que establece fundos, que funda, al trabajo de llano y, claro está, al sector ganadero de la sociedad guaviarense, sector que es en buena medida el motor de la economía de la región y del cual hacen parte algunos terratenientes. Siguiendo a Hall (1997), la imagen de Nebio es una representación cargada de símbolos que son compartidos por un amplio público, es por esto que tiene fuerza:

Representación significa usar el lenguaje para decir algo con sentido sobre, o para representar de manera significativa el mundo a otras personas. Representación es una parte esencial del proceso mediante el cual se produce sentido y se intercambia entre miembros de una cultura. Pero implica el uso del lenguaje, de los signos y las imágenes que están o representan cosas (Hall, 1997: 2).

Objetos como el sombrero, la camisa desabotonada y el poncho, tienen eficacia simbólica, es decir, significan para algunas personas en ciertos espacios y momentos, lo cual genera cercanía entre los posibles electores y el candidato, pues ellos se ven representados en él.22 El concepto de eficacia simbólica fue acuñado por Lévi Strauss y divulgado en la compilación conocida como Antropología estructural, específicamente en el texto “El hechicero y su magia” (Lévi Strauss, 1977). El autor relaciona este término con la forma en que el chamán kuna logra curar a su paciente a través del mito, mostrando cómo se ordena la experiencia, cómo se le estructura. En este caso, la imagen de Nebio es eficaz en la medida en que logra crear empatía, mediante símbolos, con relación a los imaginarios que comparten la mayoría de personas, ya que se representa a sí mismo como un colono más. Esto se ve reflejado en lo que comentaban algunas personas sobre Nebio, hablando de él como de una suerte de padre bondadoso, humilde, trabajador; un colono que empezó de cero, que logró aprovechar las bonanzas (cocaleras), convertirse en ganadero, en patrón y después en “doctor”, gracias a la movilidad social.23 En el siguiente fragmento de mi diario de campo se describe la forma de hacer política de Nebio, tal como la percibí a través de mi trabajo de campo:

Las personas con las que compartí el viaje charlaban sobre el estado de la vía, el clima, sus trabajos, etc. Conversando con un campesino que se dirigía hacia El Retorno, me comentó que las épocas de elecciones eran un momento en el cual “la gente se arrebata”, se alborotan, convulsionan, algunos por su afiliación a un partido, la mayoría por las oportunidades laborales que hay durante esa época, los dineros de los candidatos y las promesas que hacen. Este campesino mencionaba lo siguiente: “la época de elecciones es movida porque hay reuniones, comida, trago, trabajo, regalan mercados, uno pesca algo en ese río revuelto, lástima que después ni se acuerdan de lo que prometen [risas]”. Luego de escuchar ese testimonio, me pregunté cómo sería la forma de hacer campaña en las veredas de los municipios, la forma de ganarse a los presidentes de las juntas de acción comunal, ya que estas son las instituciones más cercanas al campesino y pueden garantizar algunos votos. Después de escucharles y observar la acalorada discusión que sostenían sobre el estado de la vía y la corrupción, le pregunté a uno de ellos cómo fue la visita de Nebio a El Retorno, buscando conocer la forma de hacer campaña en estos contextos, a lo cual el interrogado contestó: “muy sencillo, don Nebio le dice a la junta de la vereda que reúna a la gente, la junta reúne a la gente, compra cerveza y comida para vender, después el viejo llega con su gente, habla y escucha a la gente, le compra cerveza y comida a la junta, le hace el gasto y cuadran la tajada. Pero esta vez no gastó tanto, conversó sobre las vías y prometió ayudar a la vereda, ojalá cumpla. Es que él es ganadero y agricultor como uno, él sabe” (fragmento de Diario de campo, 23 de septiembre de 2015).

Es clara la percepción de parte de los votantes sobre la época de elecciones como un momento para recibir dádivas, favores, obtener algo, la cual a su vez es reforzada y naturalizada por la forma clientelista de hacer campaña electoral. Es una suerte de don y contra don, algo que parece estar inscrito en el sentido común. Hay ocasiones en las cuales si el candidato no da comida o promete puestos, simplemente la gente no asiste a la reunión. Sumado a esto, se legitima esa aparente relación distante que tendrán en adelante candidato y electores, estado y sociedad civil, cada uno ocupando “su sitio”, algo ilusorio, pero con implicaciones reales. El siguiente fragmento de mi diario de campo profundiza en este fenómeno:

Después de dejar atrás el municipio de El Retorno, el carro de línea siguió su recorrido, pasando por el corregimiento de La Libertad. Nuevamente pasacalles, carteles y vallas. Según comentaba una mujer en el carro, la mayoría de las personas de La Libertad “en teoría” votarían por el candidato del actual alcalde de El Retorno. Algunos expertos llaman a este fenómeno “gobierno en cuerpo ajeno”, es decir, caras nuevas con viejas maquinarias políticas que las respaldan. Al ahondar en esa afirmación, la señora explicó: “es que él [refiriéndose a Heydeer Palacio, el entonces alcalde de El Retorno por el Partido de la U] es compadre de Oscar [Oscar Ospina, el entonces candidato por el Partido de la U], que es el que se está mandando para la alcaldía de El Retorno, entonces él [Heydeer] le hace fuerza a su amigo. Para qué, pero él [Heydder] sí ha hecho obras, coliseos, parques, se ve lo que él hace”. Tal parece que para los ciudadanos es normal que un alcalde tenga su candidato y perpetué el poder de un partido o un grupo de personas. También llama la atención que miden la efectividad de la administración de un alcalde o gobernador en las obras públicas e infraestructuras que realizan, lo que es sinónimo de “desarrollo y progreso”. Al preguntarle a esta mujer por quién votaría para las elecciones a la gobernación, ella contestó lo siguiente: “yo dizque tengo el voto comprometido con Santos, porque mi hermana está en el equipo de él aquí en La Libertad, pero eso qué hijuemadres, yo pienso votar por don Nebio porque él sí cumple. Uno sabe que todos van a robar, aunque él por qué si tiene mucha plata, entonces yo creo que no tendría necesidad de robar. Él ayudó a mi marido cuando estábamos necesitados, al menos hace cosas por la gente. Por ejemplo, esta carretera dizque la han construido como dos veces, pero vea sigue igual, no hacen sino robar. Él [Nebio] ha sido el único que tiene la experiencia porque fue gobernador y es un colono como todos nosotros, él sí sabe cómo manejar las cosas” (fragmento de Diario de campo, 22 de octubre de 2015).

Hay dos aspectos de este testimonio que vale la pena resaltar. El primero es que el comportamiento electoral de las personas no es predecible como lo han querido representar algunas teorías conductistas, como la del actor racional. En este caso específico, el comportamiento electoral está mediado por redes de parentesco, compadrazgo y lealtad, en las cuales las personas comprometen sus votos por tener un vínculo con personas que hacen parte del grupo de campaña de algún candidato. Sin embargo, también hay relaciones afectivas con los candidatos, sobre todo cuando estos les han ayudado económicamente, convirtiéndolos en una figura cercana, una suerte de paternalismo. Sobre este asunto Ocampo (2014) plantea lo siguiente:

La imbricación entre el Estado y la sociedad se expresa también en la influencia que sobre aquel tienen los “apegos primordiales”, que proceden de hechos “dados” (Geertz, 1989: 222) como la contigüidad inmediata, conexiones de parentesco, hablar una lengua, nacer en una religión, pertenecer a una región (…) Planteo, asimismo, la localidad (lazos sociales que se derivan de la proximidad espacial) como productora de nexos y lealtades que son absorbidos por la política: localidad circunscribe relaciones, cimienta lealtades y adhesiones, y genera identidades políticas (Ocampo, 2014: 38).

El otro aspecto a resaltar en este testimonio es la forma en la cual la corrupción es una práctica que está cargada de significado. Se trata de una forma de actuar que está en estrecha relación con los políticos y en general con el oficio del funcionario público, no solo en la época electoral. Retomando los planteamientos de Mitchell (2015), “el fenómeno que llamamos ‘el estado’ surge de técnicas que permiten que prácticas materiales terrenales adquieran la apariencia de una forma abstracta, inmaterial” (p. 146). En este caso, la corrupción es una práctica mediante la cual se objetiva y materializa el estado, la corrupción hace parte de ese sistema de prácticas institucionalizado del que habla Abrams (2015). En varios casos, los funcionarios públicos de las burocracias locales encarnan al estado al cumplir funciones, exigir trámites y ocupar cargos en oficinas, puestos a los que han llegado gracias a prácticas clientelistas o corruptas. Estos cargos no son de elección popular sino designados por el candidato ganador, en la mayoría de los casos como forma de pagar favores políticos o cuotas políticas en ciertas entidades, lo que les permite tener cierto control sobre esa entidad y apropiarse de recursos. Esto se puede evidenciar en la siguiente charla con una funcionaria:

J: ¿Usted cómo llegó al cargo?

D: Pues yo lo distingo a él [el alcalde de Calamar], nosotros somos amigos. Entonces un día yo le comenté que si me ayudaba a conseguir algún empleo, él me dijo que había una vacante pero que tenía que ayudarle a quedar bien y fue así que me metí a trabajar con la alcaldía, por pura amistad. Yo no tenía nada de experiencia, me acababa de graduar, pero él me hizo la palanca [risas], igual yo le he respondido sacando la cara por él y pues, sacando la tajada también [risas] (fragmento de Diario de campo, 23 de octubre de 2015).

Hay unas interpretaciones y representaciones cotidianas del imaginario del estado que tienen materialidad en normas, trámites y procedimientos. Este imaginario es el de una fuerza supra humana, un ente todo poderoso, fuerza que provee ayudas a quienes siguen al pie de la letra los trámites y procesos o las prácticas legitimadas como la corrupción y el clientelismo. Mediante el análisis de la corrupción se puede comprender la forma como se configuran los comicios electorales y a su vez el estado en este departamento. Cabe recordar que la interacción entre ciudadanos y autoridades o funcionarios públicos ha estado mediada por prácticas corruptas desde la época de la bonanza cocalera, por lo cual se han institucionalizado en la interacción cotidiana. Gupta (2015) plantea que “el discurso de la corrupción resulta ser un lugar clave a través del cual el estado, ciudadanos, organizaciones y otras agregaciones vienen a imaginarse un mecanismo a través del cual ‘el estado’ en sí se constituye discursivamente” (Gupta, 2015: 381). A continuación, algunos recortes de mi diario de campo de los días previos a las votaciones y el día de estas:

Las semanas continuaban avanzado y la fecha de las votaciones se acercaba cada vez más. En San José el ambiente era movido, la propaganda política atestaba las calles, era un bombardeo visual y auditivo constante. En las mañanas pasaban carros con bafles a todo volumen en los cuales reproducían pegajosos jingles: “Efraín Rivera, qué verraquera”, “Nebio, mi gobernador”, en versión ranchera, norteña, vallenato, reguetón y bachata, siempre haciendo alusión a “lo popular”. A veces se encontraban con grupos de campaña de otro candidato, escena que era aprovechada para chiflar o gritar más duro el nombre del candidato o partido. Algunos hacían caravanas en motos con banderas y camisetas, llamando la atención de la gente. Otros grupos simplemente se paraban en una esquina y repartían propaganda.

Un día antes de las votaciones, mientras asistía a un campo de tejo (lugar de socialización), pude observar que había una señora haciendo bastantes tamales. Al preguntarle para qué los estaba haciendo, me afirmó que eran para el día de elecciones, que un candidato se los había encargado. “Estos tamales son para un candidato. Como mañana son las votaciones, seguro los va a repartir en la mañana, pa’ que la gente vote por él. Con la panza llena la gente vota mejor [risas]”. Como ya se mencionó, el asunto de regalar alimentos o bebidas es algo que es clave para las personas; en este caso, el tamal tiene un contenido simbólico, pues el tamal es por excelencia el símbolo ritual24 de las elecciones, con este alimento se compran votos, se pagan favores, etc.

El día de las elecciones la gente se levantó temprano, se podía sentir el movimiento del pueblo. Debido a que el puesto de votación estaba ubicado cerca del lugar de mi residencia, pude observar todo el rito electoral. El casco urbano se llenó de personas que venían de las veredas, había mucho más tráfico de carros y motos que de costumbre. La gente se bajaba de los carros de línea y buscaba el puesto de votación. También había carros particulares que estaban prestando el servicio de transporte. Muchos taxis urbanos llegaban a las veredas a recoger gente, pues algunos candidatos pagaban el transporte de sus votantes. En teoría ese día no podía haber propaganda política, no obstante, se podía ver a las personas vestidas del color del candidato conversando en las esquinas, comiendo tamal con gaseosa. Otras personas aprovechaban la visita al casco urbano para hacer otras diligencias, la mayoría se tomó sus tragos, los billares y cantinas estaban a reventar.

En el puesto de votaciones se veía una romería de personas. Al caminar directo hacia al puesto se podía observar a grupos de personas que jalaban a los votantes y disimuladamente les entregaban pequeños papeles, en los cuales estaba el número del candidato por el que debían votar a la gobernación, alcaldía y cámara. Pude observar que muchas personas tenían dos camisas de diferente color, una encima de la otra, y repartían publicidad de candidatos diferentes, la famosa doble militancia. Estos grupos se peleaban las personas, jalándolas de un lado a otro. Me preguntaron: ¿usted ya votó?, ¿ya sabe por quién votar?, vote por este, ¿ya desayunó? En un momento la presencia de estas personas fue algo molesto, caminaban junto a uno hablándole, tocándole; caminar por el puesto de votación era como un momento de transición del rito: confuso, colorido, con muchas caras y gestos, todos invitando a consumar el rito, a votar.

Las horas después de que cerraron los puestos de votación fueron en extremo calmadas, silenciosas; todos estaban a la espera de conocer el ganador, ese que encarnaría al estado. Al saber el resultado, hubo una gran caravana blanca: motos, carros, taxis, ciclas. Nebio era el nuevo gobernador, la bulla no se hizo esperar. La caravana dio vueltas por todo el casco urbano. A veces se detenían para comprar harina, agua y alcohol. Al día siguiente se escuchaba a las personas preguntarse: “y entonces, ¿se quemó o no?”, “¿cómo le fue?”, para averiguar si el candidato por el que habían votado había quedado elegido o no. Ese día el equipo de campaña de Nebio hizo una fiesta en un balneario a la salida de San José, dicen que sacrificó siete novillas y brindó muchas canastas de cerveza. Así, el rito electoral concluía en una verbena popular (fragmento de Diario de campo, 25 de octubre de 2015).

Como se evidencia en la descripción, en el periodo de elecciones es aún más evidente todo ese universo simbólico que representa para las personas la política, las elecciones crean un lenguaje ritual mediante el cual la gente expresa sus visiones de comunidad y orden moral. “Es imposible separar la comunidad moral de su proceso de representación de sus candidatos, las elecciones vistas como un ritual serían el momento en el cual un grupo establece y renueva su relación con su representante” (Spencer, 1994: 13). De esta manera, las elecciones son dramas de identidad y diferencia, basados, por un lado, en la afirmación de identificaciones morales dentro de un “nosotros”, y, por otro, en el trazado de diferenciaciones, igualmente de naturaleza moral, respecto a un “ellos” (Spencer, 1994).

Conclusiones

La democracia no es algo autoevidente ni mucho menos moralmente neutral (Spencer, 1994: 14).

Sería muy sencillo concluir que en las elecciones para la gobernación del departamento de Guaviare se presentaron prácticas clientelistas y corruptas, lo cual implica que la población votante tiene una “mala cultura política”, haciendo un claro juicio moral. Este tipo de explicaciones son muy comunes hoy en día cuando algunos analistas intentan formular las claves para futuros escenarios de posacuerdo, en donde se logren superar aspectos como el irrespeto por las normas, la violencia, la intolerancia hacia el pensamiento disidente, entre otros. Considero este tipo de análisis muy reduccionistas ya que tienden a usar la noción de cultura política de forma autoexplicativa para comprender complejos procesos sociopolíticos.

Sin embargo, la pregunta inicial va dirigida a comprender el proceso de construcción y producción de significados en la cultura política durante las elecciones a la gobernación de Guaviare en 2015, lo cual me lleva a concluir tres asuntos al respecto. El primero de ellos es que al entrever el universo de símbolos y signos que constituyen la cultura política, es claro el sentido que tienen prácticas políticas institucionalizadas como el clientelismo y la corrupción, las cuales son heredadas mediante esquemas que transmiten significaciones de una generación a otra, y no son puestas en escena solamente en el periodo de elecciones sino en la cotidianidad, como un hábito. En ese proceso de transmisión hay dos aspectos clave. Por un lado están los espacios de socialización, ya que allí los actores reciben los discursos de la política, los “consumen”, los digieren, los transforman, los emplean, en definitiva, los resignifican (Morán, 2003). Espacios como los billares, colegios, el mismo transporte público o las JAC (juntas de acción comunal), son lugares en los cuales fue evidente la forma en que las personas socializaban y dialogaban acerca de las elecciones, de la política. Como plantea Castro (2011), allí “los actores sociales se comunican, perpetúan y adquieren sus conocimientos y actitudes frente a la política gracias a esquemas que trasmiten significaciones” (p. 242).

Por otro lado, el proceso histórico de formación estatal es clave para comprender el tipo de prácticas políticas que actúan en esa cultura política. En este caso, la configuración de las relaciones sociales estatales en los márgenes fue mediada por grupos armados, narcotraficantes o terratenientes. Debido a esto, hubo una acumulación de capitales económicos, sociales y políticos por parte de una casta política regional, lo que les permitió tener “un control excluyente de las instituciones que configuran la democracia formal” (Borón, 2007: 55). Esto generó otras formas de ciudadanía en las cuales los valores y la moral que promulga la democracia del liberalismo político fueron otros. La formación de ese poder político está sustentada por complejas redes de compadrazgo, paisanazgo y parentesco, las cuales aseguran cierto grado de lealtad entre caciques políticos, mediadores y votantes.

Este último fenómeno va de la mano con la segunda conclusión: la agencia que tiene el votante frente a los gamonales o caciques políticos, ya que en el mundo cotidiano del clientelismo “importa menos quién es el mediador, el patrón o qué es exactamente lo que se está intercambiando, que la forma en la que los clientes están dispuestos a la acción vía el establecimiento de relaciones de largo plazo” (Auyero y Benzecry, 2016: 230). Es un vínculo de “posesión” mutua, en el que no hay que desconocer la agencia que tiene el cliente frente al mediador, es una relación de ida y vuelta, ya que la cultura política, lejos de ser un conjunto de valores estandarizados y homogéneos, opera como un conjunto de habilidades, hábitos, estilos y recursos, desde los cuales los individuos agencian (Swidler, 1986).

Por último, en este ejercicio de desnaturalizar la democracia y el sistemaestado a través del análisis etnográfico de los comicios electorales, resultó evidente que hay modos diferenciados, culturalmente específicos, de entender la democracia (Spencer, 1994). Lo que estuvo en juego en los comicios electorales no fue solamente el próximo alcalde o gobernador, estuvo en juego la definición y manipulación de los bienes públicos, el campo político, los dramas morales de la sociedad guaviarense y la imposición de una visión del mundo social, puesto que la política no es algo netamente instrumental, como lo formula Spencer: “La política es un medio en el que los pueblos materializan sus diferencias o tensiones, no es algo meramente instrumental, sino que es socialmente significativa y culturalmente contingente y animada por valores” (1994: 25).

Material suplementario
Apéndices
Anexo 1




Anexo 2




Referencias bibliográficas
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Notas
Notas
1 Este artículo es de tipo investigativo, producto de una estancia en el municipio de San José del Guaviare, en el año 2015. Agradezco al profesor Carlos del Cairo por las orientaciones, así como a los pares evaluadores y al equipo editorial por sus acertados comentarios y observaciones.
2 “En la primera, los individuos no participan ni esperan nada del sistema, saben muy poco del papel del gobierno y de sus funcionarios, y expresan una fuerte suspicacia y ausencia de confianza con respecto a sus autoridades. En la segunda, los sujetos se relacionan directamente con el sistema, le exigen una donación o beneficio a cambio de aceptar las dinámicas del poder. En la tercera, los individuos están insertos en el sistema, y participan con tal de influir en la formulación de la política. Quienes se identifican con este tipo de relación social apoyan o rechazan al gobierno, con base en la legitimidad” (Almond y Verba, 2001: 218).
3 Una definición sobre el clientelismo que deja a un lado juicios morales y se acerca a un análisis riguroso de esta práctica, es la que plantean Vommaro y Combes: “el clientelismo se definirá́ como una relación política personalizada entre actores provistos de recursos desiguales, en la que hay intercambios de bienes, por lo general públicos: una relación regulada por principios morales puestos en juego de manera contradictoria a la vez por los actores involucrados en ella y por observadores exteriores [...] que la denuncian a la sazón como desviada y patológica” (2016: 31).
4 Los billares son sitios en donde las personas practican un deporte, consumen alcohol y charlan. El tejo es un deporte que consiste en lanzar un disco metálico de aproximadamente 680 g a unas canchas ubicadas en cada extremo; en medio de esta práctica también se consume alcohol y las personas departen.
5 Siguiendo a Abrams (2015), en la presente investigación se escribe la noción “estado” con minúscula, ya que se busca desmitificar al estado para dejarlo de ver y analizar como una entidad homogénea, monolítica, unitaria y superior a la sociedad.
6 Las personas entrevistadas aceptaron hacer parte de la investigación y firmaron un consentimiento informado, sus nombres no son los reales por motivos de seguridad.
7 Grupos de familias militantes del partido liberal que fueron desplazadas por la violencia ejercida por las huestes chulavitas (ejércitos y militantes conservadores). Estos grupos tuvieron un largo y arduo trasegar desde departamentos como Tolima, Huila, Cundinamarca y Boyacá, hasta los departamentos de Meta, Casanare y Guaviare.
8 Das y Poole (2008) plantean que las márgenes del estado son lugares en donde el estado intenta gobernar a la población, poblaciones que experimentan el abandono y marginalización por parte de un estado que perciben como ausente. “Estos sitios no son meramente territoriales: son también (y quizás sea éste su aspecto más importante) sitios de práctica en los que la ley y otras prácticas estatales son colonizadas mediante otras formas de regulación que emanan de las necesidades apremiantes de las poblaciones, con el fin de asegurar la supervivencia política y económica” (Das y Poole, 2008: 24).
9 “En estas economías de bonanza, como en la llamada nueva esclavitud, el trabajador está sujeto nominalmente por un sistema, donde debe pagar con su trabajo por tener un empleo, por las herramientas e incluso por su vida. Las formas de intervención que han sido privilegiadas y fomentadas directamente por los grupos de poder local como representantes del Estado, reproduce de esta forma un esquema de explotación que puede conceptualizarse como una política del enclave, cuyas formas de organización social y espacial caracterizan las ‘avanzadas del progreso’” (Serje, 2013: 97).
10 Con respecto a estos órdenes, Serje (2013) afirma lo siguiente: “es importante enfatizar que los márgenes del Estado, entendidos como espacios y como procesos que se conciben por fuera de su ámbito, aunque aparecen como espacios —geográficos y sociales— de exclusión, se constituyen a partir de formas particulares de inclusión y de penetración mediante las cuales se crean formas particulares de orden social” (p. 103).
11 “[...] nacido en Girardot, es un oficial retirado de la Armada Nacional; fue comisario especial de Guaviare, en 1990, y representante a la Cámara por el Partido Liberal en dos periodos (1991-1998)” (MOE, 2010: 32-33).
12 “González, es un conocido empresario metense; fue comisario del departamento en tres oportunidades y realizó varias obras, las cuales le dieron amplio reconocimiento y prestigio en Guaviare” (MOE, 2010: 33).
13 Actual presidente del Partido Conservador en el departamento de Guaviare.
14 “Nebio Echeverry fue suspendido de su cargo por noventa días porque administraba una comercializadora de licores cuando se posesionó. Luego de asumir el cargo promovió y sancionó una ordenanza que modificó el estatuto de rentas e, indirectamente, favoreció a una empresa de su propiedad” (MOE, 2010: 34).
15 “En 2006 ALAS y Equipo Colombia, este último movimiento liderado por Luis Alfredo Ramos ahora envuelto en el escándalo del cartel de la Toga, se fusionaron y crearon el Movimiento Alas Equipo Colombia con el objetivo de acompañar la coalición de partidos que apoyaron al gobierno de Álvaro Uribe Vélez. La lista logró cinco senadores y ocho representantes a la Cámara. De los trece congresistas cuatro fueron condenados por parapolítica y a uno más le fue declarado un auto inhibitorio. Así, Alas Equipo Colombia fue uno de los partidos de bolsillo de las AUC” (Ávila y Montoya, 2018: 3).
16 “Hasta mediados de los ochenta, no existía una entidad que agrupara estas organizaciones comunales. Para ese entonces se creó la Confederación Nacional de Juntas de Acción Comunal, que se convirtió en un organismo meramente gremial. Solo después de la Constitución del 91 algunos dirigentes del movimiento pensaron en la posibilidad de crear un movimiento político. En 1995 se inició la recolección de 70.000 firmas para conseguir la personería jurídica, la cual fue otorgada en agosto de 1997. Así nació formalmente el Movimiento Político Comunal y Comunitario de Colombia” (Congreso Visible Uniandes, 2018).
17 “López obtuvo 9.418 votos (37,65%) y derrotó a Dagoberto Suárez Melo, de Convergencia Ciudadana, quien obtuvo el segundo puesto con 8.717 votos (34,85%)” (MOE, 2010: 41).
18 “Se puede decir entonces que la cooptación debe ser asumida como una forma y factor determinante de corrupción, en donde el Estado cumple una doble función de medio y fin de la práctica, y la administración pública —como práctica estatal— se configura como un escenario en riesgo de ser cooptado” (Correa, Preciado y Silva, 2014: 98).
19 En su investigación sobre rito y proceso social, Turner (1967) plantea la siguiente definición: “entiendo por rito una conducta formal prescrita en ocasiones no dominadas por la rutina tecnológica, y relacionada con la creencia en seres o fuerzas místicas. El símbolo es la más pequeña unidad del rito que todavía conserva las propiedades específicas de la conducta ritual” (Turner, 1967: 45).
20 En línea con los postulados de Kertzer (1988), podemos decir que no existe un sistema de símbolos que da sentido a la política, sino una mezcla de símbolos que dan significado al universo político.
21 Véase anexo 1.
22 “Las cosas —objetos, personas, eventos del mundo— no tienen por ellos mismos ningún sentido fijo, final o verdadero. Somos nosotros mediante las culturas que hacemos que las cosas signifiquen, los que significamos” (Hall, 1997: 42).
23 “La política es ahora factor relativamente frecuente de movilidad social para líderes de base. La movilidad social mediante el clientelismo fue uno de los fundamentos de formación contemporánea de una suerte de casta regional: la ‘clase política’” (Leal Buitrago, 2010: 23).
24 “Llegué a ver las celebraciones rituales como fases específicas de los procesos sociales por los que los grupos llegaban a ajustarse a sus cambios internos, y a adaptarse a su medio ambiente. En esta perspectiva, el símbolo ritual se convierte en un factor de la acción social, una fuerza positiva en un campo de actividad” (Turner, 1967: 56).






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