Resumen: El estudio tuvo como objetivo analizar el papel de la cultura en la construcción de los relatos dominantes opresivos de mujeres con historia de abuso sexual infantil. Mediante el Método de la Teoría Fundada, se aplicó una entrevista en profundidad a 11 mujeres. Se identificaron los relatos dominantes opresivos, los cuales estaban cargados de descripciones negativas de sí mismas; principalmente se encontró devaluación, auto desprecio y percepción de impureza. Partiendo de un enfoque que retoma la importancia del lenguaje como determinante de una realidad, de una problemática y de la solución a la misma, se discute la influencia determinante del lenguaje, la familia y la cultura en la construcción de estos relatos y en la autoimagen de estas mujeres.
Palabras clave:Abuso sexual infantilAbuso sexual infantil,mujeresmujeres,relatos dominantes opresivosrelatos dominantes opresivos.
Abstract: The purpose of the study was to analyze the narratives of 11 women with child sexual abuse stories. The women were applied a interview and a categorical thematic analysis. There were identified oppressive dominant narratives, with great evidence of a negative image of themselves, mainly it was found devaluation, self-contempt and impurity. Starting from an approach that takes the importance of language as a determinant determinant of a reality, a trouble and the solution to itself, it is discussed the determinant influence of the language, family and culture in the construction of these narratives and in the self-image of these women.
Keywords: child sexual abuse, women, oppressive dominant narratives.
Artículos
Relatos dominantes opresivos de mujeres con historias de abuso sexual infantil
Oppressive dominant narratives of women with child sexual abuse stories
Recepción: 15 Enero 2019
Aprobación: 22 Febrero 2019
El estudio de abuso sexual infantil ha recibido atención debido a la gran cantidad de casos que se han reportado; así como, a la evidencia de consecuencias a corto y a largo plazo en las personas que lo viven. Así, el Informe Especial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre Violencia contra Niñas, Niños y Adolescentes, presentado en octubre de 2006 en la Asamblea General de las Naciones Unidas, señala que, de acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud (OPS), en América Latina aproximadamente el 36% de las niñas y el 29% de los niños han vivido abuso sexual, y la tercera parte de las adolescentes han tenido una iniciación sexual violenta (Pinheiro, 2006).
Según un estudio realizado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), 150 millones de niñas y 73 millones de niños menores de 18 años sufrieron en 2002 relaciones sexuales forzosas u otras formas de violencia física y sexual (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia [UNICEF], 2007). La mayoría de los estudios sobre prevalencia del fenómeno revelan que el abuso sexual infantil es un tipo de maltrato que se ejerce más sobre las niñas (Pinheiro, 2006); así, de acuerdo con una encuesta de victimización de la OMS en 2010, se indicó que un 20% de las mujeres y de un 5% a un 10% de los hombres habían vivido abuso sexual infantil (Martínez, 2016)
De los 33 países que conforman la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), México ocupa el primer lugar en delitos de abuso sexual en contra de menores de 14 años (Senado de la República, 2018). Según datos de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de los Hogares (ENDIREH) efectuada en 2011, del total de las mujeres encuestadas mayores de 15 años que había sido violentada en algún espacio comunitario durante los últimos 12 meses, el 18.2% había sufrido abuso sexual (INEGI, 2013). La Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF, 2011) reporta en su informe estadístico delictivo correspondiente al 2011 un promedio de 6.6 delitos diarios correspondientes al abuso sexual infantil.
Por otro lado, las cifras en cuanto a la prevalencia de abuso sexual infantil varían considerablemente de estudio a estudio; estas diferencias se explican por la utilización de distintas unidades muestrales; así como de distintas definiciones de abuso sexual infantil, lo que dificulta comparar e interpretar adecuadamente los resultados de los estudios; además el abuso sexual es una experiencia que suele mantenerse en secreto. En relación con esto, la ONU, estima que, únicamente entre el 15 y el 30% de los casos de abuso sexual infantil se denuncian (Pinheiro, 2006).
En México se carece de información sistemática que muestre la magnitud del problema, no se cuenta ni con sistemas que faciliten el diagnóstico en niños que han sido víctimas de abuso sexual infantil, ni con procedimientos que faciliten la denuncia eficaz; además es aún un problema cargado de un fuerte estigma, y aunque el número de denuncias va en aumento, no es un tema muy documentado por los sistemas de justicia y salud; muchas de las denuncias, si acaso, sólo son presentadas ante el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (SNDIF) y no siguen un procedimiento jurídico y penal (Red por los Derechos de la Infancia en México [REDIM], 2010).
En este sentido, los datos estadísticos acerca del número de personas que viven abuso sexual infantil pueden quedarse cortos en cuanto a la realidad del fenómeno, principalmente por la dificultad que representa hablar abiertamente del tema, ya que un gran número de casos no son denunciados públicamente o incluso no son exteriorizados fácilmente a los miembros de la familia y en ocasiones sólo llegan a conocerse dentro del espacio terapéutico muchos años después cuando las personas adultas llegan a terapia y relatan su agresión, ya que la experiencia de abuso sexual infantil suele tener repercusiones a corto y a largo plazo. Muchas mujeres llegan a espacios terapéuticos, en numerosas ocasiones, por razones distintas a la agresión que vivieron de niñas.
La literatura identifica muchas de las problemáticas que llevan a las mujeres a terapia como consecuencia del abuso sexual infantil. Quintero (2011) realizó una revisión detallada de estudios que relacionan el abuso sexual infantil con distintos padecimientos, así en general encuentra que la mayoría de las investigaciones revisadas indican una relación significativa entre el abuso sexual infantil y padecimientos tales como la depresión, particularmente la depresión mayor; el trastorno de estrés postraumático y otros trastornos de ansiedad, como el trastorno de pánico; además del abuso de sustancias, los trastornos alimenticios, la ideación e intentos suicidas y las conductas autodestructivas deliberadas, la autora encontró en menor medida investigaciones que asocian al abuso sexual infantil con trastornos mentales y con otros padecimientos psicológicos como la personalidad borderline y antisocial, con los altos niveles de estrés psicológico; con problemas médicos como los trastornos gastrointestinales y los síntomas físicos; con niveles de sufrimiento y con el grado de ajuste en la edad adulta tal como el desarrollo mal adaptativo y la existencia de malestar en situaciones sociales; así como de respuestas psicológicas negativas como baja autoestima, sensación de pérdida de control, dificultades con la intimidad y dificultades sexuales.
La literatura también identifica que estas consecuencias están relacionadas con las construcciones y relatos que las mujeres realizaron sobre su propio abuso sexual.
Partiendo de la comprensión acerca de cómo los relatos determinan una realidad, una problemática y la solución de la misma, en este estudio se plantea el objetivo de analizar los relatos dominantes opresivos de 11 mujeres con experiencias de abuso sexual infantil, así se establece la siguiente pregunta de investigación ¿Cuáles son los relatos dominantes opresivos de 11 mujeres con historias de abuso sexual infantil?, se pretende que el análisis de estos relatos aporte elementos importantes que contribuyan al diseño de futuras intervenciones terapéuticas.
El enfoque teórico que justifica la presente investigación parte del construccionismo social, el cual enfatiza la influencia intersubjetiva del lenguaje, la familia y la cultura en la construcción social de la realidad (Gergen, 2002; Hoffman, 1990). Este enfoque retoma la importancia del lenguaje no sólo para crear realidades, sino también para determinar destinos (White, 1993), en este sentido, sólo existe lo que puede nombrarse y esto significa que nombrar algo de determinada manera ayuda a co-crearlo, o co-construirlo (Andersen, 1996); además, el lenguaje está inmerso en una sociedad; por lo tanto, la construcción de la realidad se determina socialmente.
White y Epston (1993) señalaron que las personas dan significado a su experiencia por medio de relatos, es decir, para comprender su experiencia la persona debe relatarla y es precisamente el hecho de relatar lo que determina el significado que se atribuirá a la experiencia, a su vez, el significado que los miembros atribuyan a los hechos decreta su comportamiento. Epston, White y Murray (1996) afirman que los relatos imponen comienzos y finales, y que estas imposiciones son arbitrarias a la memoria dado que destacan o desestiman aspectos; por otro lado, lo que se enfatiza o se omite de las historias contadas tiene efectos reales sobre las vidas de las personas (Magnabosco, 2014).
La metáfora narrativa, contraria a la idea de que las historias reflejan la vida, plantea que las historias contadas modelan la vida de las personas (White, 1994), así, dentro de este enfoque se ve a la vida como la representación teatral de los textos (Epston et al., 1996); autores como White (1993) señalan que la fuerza más poderosa para modificar nuestras vidas son los relatos que constantemente nos contamos a nosotros y a los demás; además, a pesar de que la experiencia de vida es tan rica, las personas sólo se centran en algo que puede convertirse en problemático, es a estos relatos a los que llamamos relatos dominantes opresivos (White, 1993; White y Epston, 1993); estos relatos son constitutivos, ya que modelan nuestra vida y relaciones (White y Epston, 1993). White y Epston (1993) señalan que cuando se estructura una narración, se utiliza un proceso de selección que deja de lado los hechos que no encajan en los relatos dominantes.
Por otro lado, estos relatos se construyen dentro de comunidades de personas e instituciones sociales (White, 1994); de tal manera que el contexto de interacción de las personas, su familia y su cultura crean significados que pueden ser más o menos negativos o positivos, inútiles o funcionales para la persona, es decir, las narrativas individuales derivan de las narrativas culturales, y aún más, dicho en palabras propias: “las narrativas individuales reflejan y a su vez proyectan y reproducen las narrativas culturales inmersas en una época y contexto determinados”.
Los relatos de algunas mujeres con experiencias de abuso sexual infantil reflejan creencias construidas socialmente y están cargados de imágenes negativas de sí mismas; de acuerdo con Kamsler (2002) muchas de estas mujeres tienen un auto concepto negativo y autodestructivo el cual comenzó a formarse de niñas cuando derivado de la experiencia de abuso sexual infantil se consideraron malas o sucias. Estas creencias se transmiten a los niños a través de la familia y de acuerdo con Ginzburg et al. (2006) estas creencias sobre el abuso sexual son un factor importante en el ajuste posterior del adulto que vivió abuso sexual infantil; en este sentido, Esler y Waldegrave (2002) mencionan que toda familia sostiene ciertos supuestos y creencias sobre cómo son las cosas; tanto Esler y Waldegrave (2001) como Durrant y Kowlaski (2002) retoman el concepto de White de “restricciones” para argumentar cómo las creencias e ideas dificultan que las personas que vivieron abuso sexual adviertan hechos y aspectos de su experiencia que no se ajustan a la versión saturada de problemas que han elaborado de sí mismas y de su vida.
Por otro lado, alrededor del abuso sexual infantil se han construido una gran cantidad de mitos, los mitos forman parte del sistema de creencias y algunos de estos pueden llegar a ser poco funcionales. Por lo tanto, es importante identificar y reflexionar sobre estos mitos, cuestionar su validez y promover realidades alternativas más funcionales sobre su propio abuso sexual. Se plantea la deconstrucción, la cual tiene que ver con subvertir realidades y prácticas familiares que se dan por sentadas (White, 1994), esto implica hacer consciente la manera en que ciertas formas de pensamiento modelan nuestras vidas o existencias.
En cuanto a las creencias y las prácticas sociales, culturales y familiares; de acuerdo con Baird (1996) en los relatos dominantes de sobrevivientes de abuso sexual infantil se pueden identificar algunas creencias provenientes de la cultura familiar, tales como que los niños deben respetar a sus mayores y amar a sus familiares, así como que los niños deben ser vistos y no escuchados; otras provenientes de la cultura romántica como que si amas a alguien tienes que hacer cualquier cosa por él y que si verdaderamente lo amas no sólo debes satisfacerlo sino sentirte bien por ello; otras más provenientes de la cultura de género, como que las niñas tienen que ser dulces y bonitas, cuidar de otros y no tener actividad sexual, mientras que los hombres son biológicamente sexuales y es responsabilidad de las mujeres decirles que no a sus intentos. Todas estas creencias y experiencias tempranas se transmiten a través de la familia y sientan las bases para la construcción de los relatos y la identidad de las mujeres.
Por otro lado, Miller, Parra y Hardin (2006) señalan que existe una tendencia de los perpetradores de culpar a sus víctimas de abuso sexual infantil por sus comportamientos provocativos, lo cual refleja y promueve creencias sociales que justifican al perpetrador, creencias tales como, que las víctimas lo querían o disfrutaban y que el hombre no tiene control sexual, por lo que la mujer es responsable del control sexual del hombre, estas creencias contribuyen a formar la identidad de las mujeres; además la falta de confianza en los niños o el descreimiento de los familiares tendrá efectos importantes en la formación de su identidad, en relación con esto White (2002) menciona que los discursos dominantes se construyen con base en la creencia de que los argumentos de los niños son poco validos o fiables y que los niños mienten, mientras los adultos dicen la verdad; además el abuso sexual infantil puede sentar las bases para la construcción de una identidad permeada de incapacidad de control y autonomía; así, de acuerdo con esto Magnabosco (2014) explica que en la situación de abuso sexual la víctima es tratada como objeto y no es respetada en su decisión y autonomía, lo que puede contribuir a la formación de una identidad donde se vean a sí mismas como carentes de control.
Resulta importante señalar que los autores antes mencionados han identificado los relatos e identidad de las mujeres con experiencias de abuso sexual infantil en contextos culturales y familiares diferentes, es decir, en otros países fuera del país donde pertenecen las participantes del presente estudio, lo que aporta elementos interesantes para entender las diferencias y similitudes culturales.
Se realizó un abordaje cualitativo desde el enfoque de la Teoría Fundamentada (TF), se eligió este enfoque al ser sustentado en el interaccionismo simbólico (Hernández, Fernández y Baptista, 2014). El interaccionismo simbólico considera que no sólo la sociedad actúa sobre el individuo, sino que el individuo también da forma a su entorno en un proceso recíproco y parte del supuesto de que las personas construyen y comparten significados y que actúan con base en los significados que las cosas tienen para ellos, es decir, estos significados derivan o emergen de la interacción social que se tiene con los otros; estos significados se usan y transforman por medio de los procesos interpretativos que la persona emplea, por lo tanto, el objeto de estudio en el interaccionismo son los procesos de interacción, los cuales están mediados por el lenguaje y los símbolos (De la Cuesta, 2006).
La metodología propuesta por la TF se basa en dos estrategias: el método de la comparación constante, y el muestreo teórico o por saturación (Katayama, 2014); así, se recolectaron, codificaron y analizaron los datos de forma simultánea e iterativa y se recolectaron los datos hasta que se tuvo evidencia que ya no surgían nuevas categorías de análisis, es decir, hasta conseguir la saturación teórica y cuando se tuvo certeza que agregar nuevos casos no representaría encontrar información adicional, así la muestra final quedó conformada por 11 participantes a quienes se les entrevistó con el objetivo de conocer sobre su experiencia de abuso sexual infantil.
Las participantes fueron 11 mujeres mexicanas mayores de 18 años que manifestaron haber vivido abuso sexual infantil y que al momento de la entrevista vivían en una zona urbana de la Ciudad de México. Las características sociodemográficas de las participantes se resumen en la Tabla 1. Las participantes fueron contactadas por medio de un centro de salud pública al que acudían por razones distintas al abuso sexual infantil. Se identificó por medio de un cuestionario con datos sociodemográficos a las participantes con experiencias de abuso sexual infantil, una vez identificadas se les ofreció ingresar a un programa de intervención para tratar algunos efectos derivados de la situación de abuso sexual que vivieron y se solicitó su autorización para formar parte de un estudio con la finalidad de conocer las características en torno a su experiencia de abuso sexual infantil, se les informó que se les realizaría una entrevista, la cual se audio grabaría, así mismo se les aseguró su participación de manera, anónima, confidencial y voluntaria. Las participantes que aceptaron participar en el estudio firmaron un consentimiento informado y se les citó individualmente para realizarles la entrevista en un consultorio dentro de las instalaciones donde acudieron a solicitar los servicios. Las entrevistadoras no tenían relación previa con las participantes del estudio.
La entrevista inició con la siguiente instrucción: “A pesar de lo difícil que puede ser hablar de la experiencia de abuso sexual infantil, es necesario conocer algunos aspectos relacionados con esta experiencia, lo que tú puedas relatar en este momento servirá para apoyar a otras mujeres que vivieron una situación similar.”
Posteriormente fueron exploradas cinco áreas: 1. Consecuencias que las participantes atribuyen a esta experiencia, 2. Imagen del agresor, 3. Explicaciones en torno a la agresión 4. Imagen de sí misma y 5. Expectativas a futuro. Para el presente estudio se presentan y analizan las respuestas al área correspondiente a la imagen que las participantes tenían de sí mismas.
Para analizar los resultados se realizó un análisis temático por categorías, para ello, se transcribieron textualmente las entrevistas audio grabadas, posteriormente se realizó una primera lectura para efectuar un análisis inicial y establecer las categorías, las cuales tras posteriores lecturas generaron otras subcategorías de análisis, que a su vez permitieron un análisis más preciso de la información. El sistema de categorías fue revisado por un investigador externo a la investigación original. Para proteger el anonimato y la privacidad de las participantes se asignaron folios a las entrevistas y se reportan los fragmentos de la entrevista por medio de códigos usados para identificar a las participantes.
El análisis de las entrevistas reveló que los relatos dominantes compartidos por las 11 mujeres del estudio incluían descripciones negativas de sí mismas que abarcaban imágenes de minusvalía, devaluación, auto desprecio, indignidad e impureza. Se extraen algunos fragmentos de la entrevista de las participantes que ejemplifican cada una de las categorías encontradas.
“… yo me sentía, así como ¿por qué me busca? (refiriéndose a su esposo actual), o sea si yo estoy gordita y él estaba más chico que yo, entonces así como que yo no me merecía eso, que él me buscará, que él me, porque él era soltero y él podía tener chicas de su edad…como que, no sé, aja, como que no merecía yo muchas cosas, como que no este, como le diré, como que no, no era digna de tener a una persona así conmigo, no sé...yo tenía la autoestima baja…”.
Otra participante se identificó con “basura”, lo cual remite a algo, no sólo sin valor, sino que estorba; y por supuesto a la sensación de suciedad, la cual se describió en las narrativas de otras tres participantes
“Yo me sentía como basura, es que yo decía y hasta la fecha que yo no soy digna de gustarle a un hombre”
“Como que me sentía yo sucia, sucia el, el, o sea como que era pecado el que yo sintiera todas, el que me gustara que me acariciara…”
“Yo tendría 28 años cuando empecé a tener este, relaciones y tampoco me gustó; me dolió mucho, me sentí sucia nuevamente (sollozo)… al principio sí, yo me sentía sucia, luego también entonces siempre he tenido la autoestima muy baja”
“Yo ya no me sentía limpia, o sea como que yo sentía que no me, este ¿cómo le diré? ...”.
Las participantes al vivir este tipo de experiencia de niñas pudieron aprender que tenían que complacer a algún otro y dejar sus necesidades de lado, práctica que siguieron realizando de adultas.
“…les compré muchas cosas que yo dejé de comprarme, que no me sentía con, con el derecho a, a gastarme ese dinero en mi misma porque me sentía yo este, no merecedora de todas esas cosas sentía que ellos merecían más o necesitaban más o que siempre estaba anteponiendo otros antes que yo, toda mi vida fue así eh, todo el tiempo trabajé para otros este, les compré a otros y, y, yo no me podía ni comprar ni disfrutar algo para mí porque simple y sencillamente no, no sé, no lo podía hacer”.
Magnabosco (2014) señala que la identidad de las mujeres afectadas por el abuso sexual infantil se forma por la significación que realizan del evento. En las participantes del estudio se reflejó una identidad negativa donde manifestaron sentirse como “basuras”, “sucias” y “no merecedoras” resaltando la sensación de suciedad por ser la mayormente reportada. De manera similar Jackson, Newall y Backett-Milburn (2015) analizaron las narrativas de 2986 niños y adolescentes con experiencias de abuso sexual infantil, encontrando un bajo auto concepto y una sensación de suciedad.
Por otro lado, se encontraron dos participantes con auto imágenes positivas; sin embargo, éstas no estuvieron presentes en la infancia cuando el abuso sexual ocurrió.
“Siento como que soy una persona ahorita que ha cambiado mucho, mucho, mucho, a la persona que era antes, con una seguridad que antes no tenía, con una autoestima que tampoco tenía…”.
Además, en una de estas dos participantes, su autoimagen fue ambivalente y no permaneció todo el tiempo; así, la participante fluctuaba entre imágenes positivas y negativas de sí misma.
“A veces sí me siento una mujer fuerte, a veces siento que soy débil, que no puedo, frágil, no puedo ¿sí? Eh… pero más que nada es eso, él que no pueda, él que esté consciente de algunas cosas que las pueda hacer pero que no pueda, no pueda decirlas”.
Muchas de las participantes pudieron aprender a identificarse como débiles, sobre todo si existieron intentos ineficaces por detener su agresión, pudieron aprender que no tenían la fuerza para hacerlo y que sus relatos no eran válidos o creíbles.
De acuerdo con Gergen al ser los relatos construidos dentro de la vida social no son posesiones del individuo sino de las relaciones (Estrada y Díazgranados, 2007). Acorde con esto Karl Tomm señala que la identidad está constituida por lo que cada persona sabe de sí misma y lo que cada persona sabe de sí misma está en función de prácticas culturales de descripción, etiquetado, clasificación, evaluación, segregación, exclusión, etc. (White y Epston, 1993) prácticas que se transmiten a través de la familia.
Los relatos de las mujeres de este estudio incluyeron una falta de apoyo familiar y en la mayoría de sus narraciones se identificaron descreimientos por parte de familiares.
“Yo lo sentí como que ellos me percibían como mentirosa…sí porque me decían -si no me dices la verdad te voy a pegar-”
“Le platiqué a mi papá y mi papá no me creyó… dice ¡No! ¿Cómo puede ser? si el… B…. era el, el señor ingeniero, el… el… el señor respetable y pus, pus eso pasó”
“Mi mamá en su momento supo, pero no me creyó; de hecho me pegó, me pegó mi mamá porque ella pensaba que yo estaba inventando… que yo, pus que no era cierto, que no, que no porque además pus son sus hermanos ¿no?... Como yo vi que mi mamá no hizo nada pues, me quedé callada”
“Y le decía yo a mi mamá, estaba muy chiquita y le decía yo a mi mamá, pues que qué pasaba y nunca me ponía atención y no me hacía caso y me decía -eres una niña mentirosa, eres una niña muy fea-... y a mi mamá le decía yo que pues que mi papá me hacía cosas en la noche y me decía -no, que eres mentirosa- o sea me ignoraba nunca me creía”.
El descreimiento y falta de apoyo por parte de familiares se ha reportado en otros estudios con participantes de contextos socioculturales distintos al de las participantes de este estudio; así, por ejemplo, en el trabajo de Jackson, Newall y Backett-Milburn (2015) antes mencionado, se identificó en una tercera parte de los 2986 niños, el decrecimiento de los familiares a los relatos de los menores.
De acuerdo con Kamsler (2002) la falta de apoyo y el descreimiento de la experiencia pueden afectar aún más que la experiencia misma; conforme a la autora este tipo de creencias y prácticas familiares contribuyen a la significación que dan al evento y a la formación de su identidad.
La falta de apoyo de los familiares también se identificó en forma de minimización de la agresión, lo que puede contribuir a la formación de una identidad donde las participantes no se reconocían como seres valiosos y dignos de respeto, cuidado y atención.
“…y nada más le reclama al agresor…pero tampoco hizo nada en ese momento… nada más le dijo eso”
“Mi mamá dijo que yo estaba mal que no me había hecho nada; primero dijo que era mentira, que yo lo había inventado porque no me dejaban tener novio, pero ya después como yo empecé a llorar y le dije que no era mentira, que yo tenía una testigo que era mi amiga … ya mi mamá dijo -bueno sí es cierto pero nunca le ha hecho nada- dice, -o sea no la ha violado-, nada más eso le dijo que no me había violado que, siempre, siempre, siempre, toda su vida dijo que no me había hecho nada, o sea que lo intentó y me manoseaba”
“Yo le decía a mi mamá y mi mamá decía: pues ya no vayan”.
Además, los intentos ineficaces por detener la situación, al pedir apoyo de sus familiares sin obtenerlo, pueden contribuir a generar una sensación de falta de control que tendrá efectos que deriven en sensación de auto-ineficacia, incompetencia y falta de fortaleza.
Los relatos de las mujeres de este estudio evidenciaron que nunca lograron ser escuchadas. En algunas se manifestó descreimientos, desacreditaciones y descalificaciones a sus llamadas de auxilio y se identificó en varios de los relatos una sensación de impotencia. Las narrativas permitieron identificar algunos hechos provenientes de la cultura familiar como que los niños no deben ser escuchados (Baird, 1996). Lo anterior remite a la importancia de identificar algunos aspectos que impiden que el abuso sea revelado y por lo tanto detenido, lo cual desde una mirada social y contextual están en función de la dinámica familiar, las dinámicas de poder, las etiquetas y el tabú de la sexualidad (Collin-Vézinaa, Sablonnière-Griffinb, Palmerb & Milne, 2015). De acuerdo con Kamsler el descreimiento de sus narraciones de niñas les negó el derecho de ser narradoras de historias (Epston, White y Murray, 1996).
Los relatos de las participantes acerca de la respuesta de sus familiares al conocer la situación de agresión que vivían reflejan también algunas creencias sociales provenientes de la cultura de género (Baird, 1996), ideas tales como que la mujer provoca al agresor, el hombre no tiene control sexual, por lo tanto, es la mujer la responsable del control sexual de hombre (Aronson, 2007).
“Mi mamá me pega muy feo y me dice que esteee… que si yo había vivido esto antes por qué lo vuelvo a hacer. A raíz de esto siempre me ha dicho que fui precoz, que fui precoz, muy, muy precoz y que este… que a mí me gustaba y que desgraciadamente me parecía a alguien de su familia porque era igual”.
“Pues es que yo, yo de lo que me acuerdo es que, yo no sé si la que se dio cuenta fue una de mis tías y le dijo a mi mamá, entonces yo cuando le dije a mi mamá -es que, es que yo no soy-, yo le dije, yo me acuerdo que le dije -es que yo no soy- y ella me empezó a pegar o sea ella y me pegó enfrente de todos”.
En el relato de una participante se identificó que fue culpada por su madre de la agresión posterior que vivió su hermano menor por el mismo agresor.
“… hasta la fecha, me dice que por qué no lo dijimos, que ella no, que ella que, que lo que nos… que lo que me pasó a mí y le pasó a mi hermana y aparte somos culpables por lo que le pasara a mi hermano (fuerte intento de contener el sollozo) fue por nos…por nosotros; porque dice que ella no tiene la culpa (llanto)”.
La asignación de responsabilidad por el abuso sexual infantil recae en las niñas y también puede ser transmitida por el agresor como mecanismo de control hacia la niña y para mantener la agresión en silencio. De acuerdo con Kamsler, generalmente el perpetrador transmite abierta o encubiertamente al niño el mensaje de que él tiene la culpa del abuso (Epston et al., 1996); a su vez Baird (1996) señala que el perpetrador puede convencer a la niña de que es responsable de lo que está pasando, esto conlleva en la niña una auto evaluación negativa, lo que impide que tenga la confianza de acercarse a otras personas y pedir ayuda y origina en ella un sentimiento de impotencia y desesperanza.
Se identificaron en algunas participantes estrategias utilizadas por el agresor para mantener el abuso sexual infantil en secreto.
”...y empezaban este… pues las amenazas, si decía yo algo, pues que no me iba a querer mi mamá, entonces pues siempre este… pues así fue creciendo y con el silencio ¿no? miedo de lo que él me decía y este… pasó el tiempo”.
En este relato se evidencia que el agresor a fin de mantener el silencio de la niña la hacía ver como responsable de la agresión y la amenazaba con la desestimación que tendría de su madre.
Los relatos de las participantes identificaron el uso de amenazas y mecanismos de control por el agresor que contribuían al etiquetado y formación de la imagen de las participantes.
“Me empezó amenazar que este… pues que estaba yo loca, que no era cierto lo que yo decía, que dijera la verdad y que este…que yo, que yo me figuraba ¿no? las cosas…”
Simone de Beauvoir (1997) ha descrito cómo el uso de la etiqueta de “loca” ha sido empleado como mecanismo de control histórico y social hacia la mujer.En este sentido Kamsler (2002) menciona que las primeras interacciones entre la niña y el agresor ocurren antes de que ella se forme una opinión propia de sí misma, lo que establece las condiciones para el desarrollo de una imagen dominante de sí misma permeada de vergüenza y auto desprecio; señala que desde niñas las víctimas pueden comenzar a considerarse malas o sucias, pensamientos que en ocasiones son alentados por el agresor con el fin de apartarla de los otros miembros de la familia y asegurar su silencio; o por la familia, al negar, dudar o no creerles.
Baird (1996) señala la necesidad de que las sobrevivientes de abuso sexual infantil recuperen el sentido de control; de acuerdo con esta idea Sahin y McVicker (2009) señalan la importancia de que las sobrevivientes deconstruyan sus relatos donde se ven a sí mismas como víctimas de cualquier situación de su vida; eliminar la identidad de víctimas será el primer paso para que adquieran control sobre sus vidas.
Se propone a la terapia narrativa como medio para deconstruir estos relatos dominantes opresivos y para co-construir relatos alternativos más funcionales, ya que las mujeres que vivieron abuso sexual infantil necesitan estructurar un relato más positivo de su vida y de su identidad personal y social (Magnabosco, 2014), para lo cual es necesario que desafíen el modo en que obran ciertas ideologías y conocimientos dominantes, se desprendan de los rótulos y etiquetas, lo que les dará la oportunidad de apartarse de la imagen patológica que tienen de sí mismas, identificando las contribuciones realizadas por los demás a través de su interacción con ella en la construcción de esta imagen de sí misma (White, 1994); además, es necesario que las mujeres describan aspectos de sí mismas dejados de lado por la imagen dominante, retomando a través de sus narraciones los eventos extraordinarios los cuales ayudarán a la elaboración de una imagen alternativa: De acuerdo con Magnabosco (2014) es necesario buscar la posibilidad de modelar determinadas descripciones de sí mismas, buscando principalmente deconstruir los motivos que justifican las conductas abusivas.
Tanto la propia atribución de responsabilidad que la niña realizó del abuso sexual infantil, como, la sensación de impotencia y falta de control, se encontraron enmarcadas dentro de prácticas sociales, culturales y familiares que dieron significado a la experiencia de las mujeres y crearon la narrativa que realizaron de su historia, plagada de relatos opresivos dominantes.
Los relatos de las 11 mujeres de este estudio evidencian una imagen donde las participantes se identifican a sí mismas como sucias, devaluadas o indignas; además, los 11 relatos describen una falta de apoyo familiar y evidencian la influencia de la familia en la formación de su identidad.
Los resultados del estudio son similares a los reportados por autores de contextos socio culturales distintos, lo cual nos puede estar remitiendo a prácticas opresivas culturales, sociales y familiares relativamente universales.
La importancia de identificar los relatos dominantes de las mujeres que viven abuso sexual infantil posibilita el reconocimiento de las creencias y prácticas culturales, sociales y familiares opresivas, las cuales están relacionadas con la imagen e identidad negativa de sí mismas; el reconocimiento de estas prácticas posibilita a su vez la construcción de un relato alternativo, razón por la cual la terapia narrativa se plantea como excelente opción para este fin.
Se hace necesario deconstruir los motivos que justifican las conductas abusivas, principalmente la idea socialmente construida de que la mujer de alguna manera es responsable del abuso, sea por haberlo permitido, no haberlo evitado o de alguna manera creer que pudieron haberlo provocado.
Es importante cuestionar prácticas sociales, culturales y familiares; principalmente las prácticas de poder patriarcales que justifican al perpetrador al verlo como incapaz de controlar sus instintos sexuales, lo que coloca la responsabilidad en la mujer.
Finalmente, se apuesta por relatos alternativos que promuevan una imagen de sí mismas donde se identifiquen como personas valiosas, dignas de aprecio incondicional, con lo que se pretende recuperar la confianza en los otros y la autoconfianza en sí mismas, lo anterior permitirá devolverles el control sobre sus vidas.