Homenaje
Recepción: 09 Marzo 2016
Aprobación: 08 Abril 2016
No se sabe aún, después de muchos años, si fue la aptitud pedagógica de su madre, doña Petra Penagos Pardo, la que logró que Rafael, cuando era apenas un niño, aprendiera a leer en poco menos de dos meses; o si fue su intensa emoción por entrar a estudiar, la que le abrió las puertas más insospechadas y maravillosas en el aprendizaje de la lectura. En fin, ¿quién sabe? Su propia versión le reconoce ese logro a su madre, pero también a su padre don Eliseo Ávila Olarte, “Juntos –anota–me ofrecieron el ambiente positivo para entrar a la escuela con alegría y seguridad”.
Y fue tanta esa alegría y expectativa, que en su primer día de ingreso a la escuela, se levantó solito, aún sin rayar el alba, se bañó y se puso su uniforme, de tal suerte que, a las cuatro de la mañana, ¡cuál no sería la sorpresa de la madre!: estaba en pie, con una sonrisa en el rostro, acicalado y listo para ir a estudiar. Aquello de estar dispuesto desde las cuatro de la mañana para el estudio y el trabajo es una costumbre que Rafael aún conserva –a juzgar por la hora en que nos responde los correos–, pero también permanecen en él su impecable vestido y su noble sonrisa. Quienes lo conocemos de cerca, sabemos también de su generosidad a la hora de compartir su saber, y reconocemos siempre un gesto sereno, pero no por eso menos firme, cuando se trata de definir posturas académicas o apuestas éticas y políticas.
Rafael Ávila Penagos se licenció en Filosofía y en Teología de la Universidad Javeriana, y cuenta que en sus años de juventud perteneció a grupos de estudio afines al Centro Emmanuel Mounier y a la jec (Juventud Estudiantil Católica), ambientes en donde inició su vinculación con una teología crítica o, por lo menos, con una perspectiva que hacía otras lecturas sobre la influencia de la religión en la sociedad. Influyeron en su trayectoria académica nombres como los de Camilo Torres Restrepo, Carlos Bravo, Jesús Martín Barbero y Gilberto Jiménez. Y de tales lazos, como también de su paso por el Instituto para el Desarrollo Humano (Icodes), procede su primera obra escrita.
Una obra que fue engavetada por dos años en el escritorio del censor y que, gracias a los reclamos del autor, logró ser publicada en 1970, con el imprimatur del mismísimo cardenal de Bogotá, quien conocía a Rafael y decidió hacerle ese gesto de confianza. Fue censurada, sin embargo, cuando comenzó a evidenciarse el espíritu rebelde que se asomaba desde el sugestivo título: La Liberación. Una directriz que surgía de las lecturas de las teorías de la dependencia de la época. Valga anotar que Ana María Bidegaín la reconoce como precursora de la denominada Teología de la liberación, publicada antes del clásico libro de Gustavo Gutiérrez Merino, de acuerdo con mis pesquisas.
Pero, ¿cómo puede alguien formado en un ambiente familiar católico, ex alumno del Colegio Mayor de San Bartolomé, graduado de bachiller en un instituto dirigido por un clero secular visceralmente anticomunista e intoxicado de religión, tomar esa distancia crítica? ¿Cómo es que puede comprometerse un cristiano con una lectura crítica de la realidad elaborada en los talleres propios de otras disciplinas diferentes a la teología tradicional? Los desafíos de Camilo estaban interrogando seriamente a este joven. Y nadie querría estar en sus zapatos, pues levantaba sospechas tanto en los curas que lo creían comunista y ateo, como en los marxistas revolucionarios, ateos o no, que lo creían alienado por el opio del pueblo y, para colmo, ¡ingenuo!
Mientras esto le sucedía, en Chile, subía Allende al poder… Fue así como un grupo numeroso de cristianos chilenos se alinearon públicamente con el socialismo y se organizó un encuentro en Montreal para cohesionar a todos los cristianos latinoamericanos que simpatizaran con esa opción. Rafael fue designado para representar al grupo incipientemente organizado por Icodes. Y fue allí donde se cruzó en el camino con Francois Houtart, profesor del Instituto de Ciencias Políticas de Lovaina, quien, al terminar el encuentro, le preguntó si no le gustaría estudiar en su Universidad… En ese instante y, sin comprender la dimensión de la oportunidad que se le estaba presentando, Rafael la rechazó arguyendo compromisos sociales con su país.
Sin embargo, a su regreso, el ambiente estaba tan caldeado y se habían agudizado tanto las pugnas políticas en Colombia, que algunos de los jóvenes cristianos pertenecientes a estos grupos se enteraron, de buena fuente, que eran espiados tanto por el Gobierno –de ahí vienen las chuzadas– como por las fuerzas armadas revolucionarias. En efecto, era una época en que muchos jóvenes católicos se inclinaban hacia movimientos revolucionarios, entre estos el Ejército de Liberación Nacional, influenciados por la gesta libertaria del profesor, teólogo y sociólogo Camilo Torres. No era extraño, entonces, que les hicieran seguimiento. Fue en este ambiente de tensión y mutuos recelos que Rafael se motivó a escribirle a François para explicarle su situación y, ahora sí, mostrar el interés por aquella oferta que ingenuamente había despreciado en Montreal.
Por fortuna para él, la respuesta de François Houtart no se hizo esperar: la beca estaba lista para irse a estudiar Sociología en la Universidad de Lovaina (Bélgica). Una vez allí y, gracias a su dedicación, terminó la licenciatura un semestre antes de lo previsto. De nuevo Houtart, con la certeza de quien está sembrando en tierra fértil y, acaso, con la misma mirada del primer encuentro en medio de la nieve en Montreal, le propuso que iniciara sus estudios de doctorado, con la única condición de que elaborara un proyecto de tesis en dos meses. Y ¿con qué financiación? preguntó sorprendido Rafael. A lo que Houtart, sin mayor explicación, le respondió: ese no es tu problema. Su problema era, en verdad, precisar un objeto de estudio y convertirlo en proyecto en dos meses.
Fue entonces cuando inclinó su mirada hacia América Latina. Un evento significativo acababa de ocurrir: la entrada a Managua del Frente Sandinista por la Liberación, en julio de 1979. Valía la pena investigar ese proceso sobre el terreno. El proyecto fue aprobado con todos los gastos pagos. Fue así como Rafael llegó a Nicaragua desde Bélgica, con propósito ya definido: estudiar la influencia del factor religioso en la constitución del Frente Sandinista y en la construcción de su posterior hegemonía.
Fueron tres meses recorriendo de sur a norte, y de costa a costa, el territorio nicaragüense para recoger las memorias de esa revolución, conversar con los militantes del Frente y con sus comandantes, tomar nota de las corrientes que habitaban el interior del movimiento, entrevistar a laicos y curas que habían participado, colectar documentos, construir un gran archivo, llevar diario de campo, etc. De allí derivó su convicción sobre la ineludible necesidad del trabajo de campo, orientada por una lógica procedimental, y una perspectiva teórica. Una valiosa experiencia de investigación que, luego, en su ingreso al territorio de la pedagogía, transmutó en investigación-acción en la escuela, su nuevo territorio de combate, como dice una profunda frase de Estanislao Zuleta.
Una vez terminado su trabajo de tesis y sustentado ante el jurado, regresó a Colombia, y se puso en la tarea de cumplir con el último requisito para obtener su título doctoral: escribir tres artículos para su publicación en revistas de reconocimiento internacional por el mundo académico. Muchos años después, su trabajo se publicó en forma de libro bajo el título Religión y sociedad política en Nicaragua, que vio la luz en 1998 gracias a la alianza entre la Universidad Politécnica de Nicaragua (Upoli), el Centro Tricontinental de Lovaina (Cetri) y la Universidad Centroamericana (uca), cuyo epígrafe para cerrar esta travesía les comparto aquí: “Al pueblo de Nicaragua para devolverle lo que me ha enseñado, y a los pueblos todos de la América Latina para reactivar su memoria”.
Memoria. Una palabra tan necesaria pero tan esquiva para nosotros los colombianos… Rafael regresaba al país en los convulsionados años ochenta y no solo llegaba con una nueva disciplina en su haber —la sociología—, sino también con un conocimiento más profundo, prolijo y diverso de estos países del sur y del centro de América. “Allí en Lovaina –me dice– quedé adicto al sueño de América Latina”, porque fue allí donde vivió la experiencia de compartir con colonias de estudiantes provenientes de todos los países latinoamericanos. Y cosa curiosa, digo yo, que descubrimos lo que somos y nos encontramos con nuestra identidad en territorio extranjero.
Pero aun con este equipaje de experiencias y saberes, Rafael era un desempleado más que se enfrentaba, por si fuera poco, a una ruptura sentimental que terminó con la separación de su primera esposa, Rosa Mercedes Reyes, con quien ya tenía dos hijos: Felipe y Andrés.
Sin trabajo y con el corazón desmigajado, se le ocurrió, un día, presentarse a la Universidad Nacional con una propuesta escrita para una cátedra titulada Sociología de la Religión. A través de un amigo suyo pudo obtener la cita con el decano de Humanidades, quien no pasó de la primera página y con un gesto entre el asombro y el espanto exclamó: “¡Sociología ¿de la religión? en la Universidad Nacional!”. Fue entonces cuando pensó volver de nuevo a su casa de estudios, la Universidad Javeriana. Con la misma propuesta debajo del brazo y con la esperanza de que allí no le sucediera lo mismo con el decano de la Facultad de Teología. Pues bien, el decano sí pasó de la primera página, pero al llegar a la segunda, con un gesto parecido, entre el asombro y el espanto, exclamó “¡¿Sociología? de la religión!”. Fin de la escena y de las posibilidades de ese proyecto. Corría el año 83, a finales del siglo xx, y los hábitos fundamentalistas seguían incrustados en el mundo académico. Quizá por ello Rafael se distingue, en su trabajo, por su perspectiva interdisciplinaria en la que tienen cabida tanto la sociología como la antropología, la semiótica y la psicología, la literatura y la hermenéutica, y, por supuesto, la filosofía y la pedagogía.
Pero volvamos a la historia. Decía que eran estos días aciagos, en los que una tarde Rafael, hojeando un periódico nacional, se encontró con el anuncio de un evento que le llamó poderosamente la atención: “Epistemología de la Medicina” y para allá se fue. De esa discusión poco puede dar cuenta, pero fue ahí donde se encontró casualmente con una antigua discípula de la Universidad Javeriana —de su época de docente en el Centro de Cultura Religiosa—, quien lo invitó a una celebración de final del año académico con un grupo de profesores del Colegio Anglo Colombiano, donde ella trabajaba. Y fue en ese escenario festivo donde se le comenzó a enderezar esa nueva etapa de su vida. No solo consiguió trabajo en esa misma institución educativa sino que, además, le atravesaron la flecha de cupido, pues su ex estudiante le presentó a su prima, Rosa Maryem Sguerra Feres, actual esposa de Rafael, con quien ya celebró sus bodas de plata, y con quien además tuvo a su hija Sylvia. Amor y trabajo, ¿qué más se podía pedir?
Fue en el Anglo Colombiano donde Rafael comenzó a cobrar conciencia de la importancia de los “cómos” para la enseñanza de las ciencias sociales. Diseñó, por primera vez, un método de trabajo que le atribuía mucha importancia a las lecturas previas, seleccionadas por él mismo, y les exigía a sus estudiantes dar cuenta de su comprensión por medio de “mapas conceptuales” que debían sustentar ante sus compañeros. Solo entonces el profesor intervenía para precisar las ideas fuerza de la lectura. Un método de inspiración hermenéutica que siguió perfeccionando a lo largo de su vida profesional.
Su trabajo allí no duró mucho pues de nuevo sus métodos y, sobre todo, sus temas despertaron sospechas, en especial, con ocasión de una jornada en la que propuso a sus estudiantes hacer una comparación entre la Rusia comunista y el mundo capitalista.
Terminada su experiencia en el Anglo Colombiano, ocurrió su ingreso a la Universidad Pedagógica Nacional en la que se quedó durante 26 años[1]. Ingresó como profesor temporal, con las ventajas y desventajas que eso suponía en cuanto a salario, y solo en 1988, una convocatoria de docentes le permitió acceder a la condición de profesor de planta, en la Facultad de Educación, en su Departamento de Posgrado. Una expresión suya resume este trayecto por la upn: Rafael dice que entró siendo sociólogo y salió como pedagogo.
Inició como profesor de la cátedra Educación y Sociedad en la Facultad, fue coordinador del área de formación pedagógica en la misma, director del Departamento de Psicopedagogía, miembro activo del Concejo de Facultad, profesor en la maestría en Educación e investigador del ciup, y en los últimos años se desempeñó como coordinador de la línea de investigación en Educación y Cultura, dentro del marco del Doctorado Interinstitucional en Educación. Se pensionó en el 2012.
En su itinerario académico, pedagógico e investigativo registró en la memoria de lo impreso libros como E. Durkheim, ¿Qué es educación? y ¿Qué es Pedagogía? editados en Nueva América, a finales de los años ochenta; Pedagogía y autorregulación cultural (1991); La educación y el proyecto de la modernidad (1994); La utopía de los pei, en el laberinto escolar (1999); La cultura, modos de comprensión e investigación (2001); La investigación-acción pedagógica, experiencias y lecciones (2003); Sujeto, cultura y dinámica social, como autor y compilador (2005); y, La formación de subjetividades, un escenario de luchas culturales (2005), todos editados por la editorial Anthropos.
Pero quizá la mayor impronta se encuentra en sus textos experimentales escritos para sus clases y sus estudiantes-maestros en formación, cuyos títulos no dejan de sorprenderme: Descartes, epistemólogo de la relación pedagógica (1986) y La Revolución francesa, matriz contextual de la escuela normal (1987). Están también sus ponencias, que reflejan sus preocupaciones vitales en esa época, entre las que se encuentran: “Perspectiva de la formación pedagógica docente en la upn”; “Propuesta para el desarrollo de la Facultad de Educación”; “Anotaciones para un plan de transición hacia un nuevo modelo de universidad”; “El saber pedagógico y la configuración del núcleo básico”, todas escritas entre 1987 y 1989. O sus artículos, que dan cuenta de su mirada interdisciplinaria a la educación pero siempre atravesados por el crisol sociológico y cultural. En la década de los noventa, y con ocasión de su participación en la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, aparecieron: “Educación y democracia”; “Educación y Constituyente”; “Educación y ley: marco, aportaciones y criterios para su fundamentación”; “Sobre las relaciones educación, pedagogía y cultura”; “Las disciplinas semiológicas y la educación básica”; y de nuevo: “Una apuesta por lo inédito desde la Facultad de Educación”.
En fin, es tan prolija como importante esta producción, que bien valdría la pena recobrarla del pasado para reconocerla y actualizarla, a propósito de nuestras discusiones de lo que ha de ser hoy y en el futuro nuestra Facultad de Educación. He tenido la fortuna de leer varios de estos escritos y en mí resuenan aún muchos de sus conceptos y relaciones, perspectivas y apuestas, análisis y reflexiones, críticas y propuestas contenidas allí. Pero quizá en mi memoria resuenan en especial unas preguntas que se trazan al final de su libro, compilación de varias conferencias, clases y escritos, titulado Fundamentos de pedagogía. Allí se pregunta: “¿Educar a los jóvenes para cuál sociedad? ¿Formar maestros para cuál sociedad? ¿Gestionar escuelas para cuál sociedad?”. Aún no lo sabemos, pero abrigamos la esperanza de que nuestro país, nuestra universidad y nuestra facultad renazcan de sus propias cenizas, como el ave Fénix, porque es justamente en medio de las ruinas que es posible edificar y levantar algo nuevo y bueno, un inédito viable… algún día… Porque, sí Rafael, yo también –y sé que muchos de los que estamos aquí– quisiéramos cantar contigo tu canción preferida:
“We shall overcome we shall overcome we shall overcome some day Oh, deep in my heart, I do believe we shall overcome someday”. Venceremos, algún día… En lo más profundo de mi corazón, ¡yo lo creo!
Fuente: Nylza Offir García Vera Martes 3 de junio de 2014
Notas