Resumen: Este trabajo es un intento de trazar una breve historia de las bibliografías hechas en Venezuela o acerca de Venezuela (“venezolanistas”). Si bien la primera lista elaborada en lo que hoy es Venezuela es el “Inventario” de Juan de Eulate (1633), el primer bibliógrafo en consignar autores de Caracas -en el territorio de lo que más tarde sería Venezuela- fue Juan José de Eguiara y Eguren en su Bibliotheca mexicana. A partir de entonces se hace un recorrido sucinto por las principales listas y bibliografías venezolanas y venezolanistas hasta nuestros días.
Palabras clave: Bibliografía,Venezuela,venezolanista,Juan José de Eguiara y Eguren,Bibliotheca mexicana.
Abstract: This work is an attempt to outline a brief history of the bibliographies made in Venezuela or about Venezuela (“Venezolanists bibliographies”). Although the first list of books made in what is now Venezuela is the “Inventory” of Juan de Eulate (1633), the first bibliographer to record authors from Caracas -in the territory of what would later become Venezuela- was Juan José de Eguiara y Eguren in his Bibliotheca mexicana. From then on, a succinct tour is traced through the main Venezuelan and “Venezolanist” lists and bibliographies up to the present day.
Keywords: Bibliography, Venezuela, Venezolanist, Juan José de Eguiara y Eguren, Bibliotheca mexicana.
Bibliographia
Bibliografías venezolanas y venezolanistas. Un breve recorrido
Venezuelan and Venezolanist Bibliographies. A Short Tour
Recepción: 06 Enero 2021
Aprobación: 03 Febrero 2021
Si para el historiador mexicano Luis González y González -en sus amenísimas, a más de eruditas, “Nueve aventuras de la Bibliografía Mexicana”- la historia de las listas coloniales de los libros en Nueva España puede remontarse al año 1576 con dos acuerdos comerciales,2 la primera lista de libros consignada en la historia de la región que después se llamaría Venezuela tiene un origen muy diferente. El legajo 180 correspondiente a la Audiencia de Santo Domingo del Archivo General de Indias contiene una lista de “Libros apresados a los ingleses en la Punta de la Galera (Isla de Trinidad) y llevados a la Isla de Margarita / Año 1633”.3
En el expediente instruido en torno a este caso se dice que ese año 1633, llegaron a la isla de Margarita noticias de que colonos ingleses ocupaban territorios en la isla de Trinidad, entonces jurisdicción española. Al parecer, éstos habían levantado fortificaciones y tenían indios a su servicio. El 26 de febrero, el gobernador de Margarita, don Juan de Eulate, despachó una expedición contra los invasores, poniendo al frente de ella nada menos que a su primogénito, Juan Álvarez de Eulate. La expedición no sólo logró capturar a los invasores, sino que confiscó también “un barril de libros en lengua inglesa, los cuales se tienen por heréticos y como tales se mandó se trajesen para entregar al Santo Oficio de la Santa Inquisición”.4
La lista, por demás inexacta en sus informaciones por contener la mayoría de sus títulos en inglés, está precedida por un encabezado que reza: “Inventario y minuta de los cuerpos de libros que se remiten al Rey, Nuestro Señor, en manos de don Fernando Ruiz de Contreras, de los que cogió don Juan de Eulate, en la Punta de la Galera al enemigo”. Registra un total de 35 obras, entre las cuales figuran un “Primero intitulado The Principal Navigations,5 que según parece trata del Descubrimiento y razón de las partes y Reinos del Orbe. Pasta negra”; “Otro cuyo título empieza The Tirland Last Volume, que según parece trata de lo mismo que el antecedente. Pasta negra”; “Otro que comienza el título History of Twelve Caesar [sic], que según parece es Historia de los Césares Romanos, traducido en inglés de Suetonio Tranquilo. Pasta pergamino”; “Otro que empieza el título The Historie, que según parece es traducción de la Historia de Plinio. Pasta negra”; “Otro que empieza el título Olympeou, y son las transformaciones [Metamorfosis] de Ovidio. Pasta pergamino”; “Otro intitulado Les Epistres, que son Epístolas de Cicerón. Pasta negra”, y así por el estilo.6
En adelante, el carácter y origen de las listas de libros en Venezuela se va a, digámoslo así, regularizar, o al menos homogeneizar con las de otras listas en la América española. En un estudio fundamental para conocer las lecturas y los títulos que ocupaban los anaqueles de los primeros venezolanos, Libros y bibliotecas en Venezuela colonial,7 Ildefonso Leal hace un impresionante arqueo de todas las listas conocidas que contienen los repositorios bibliográficos del país, no sólo de Caracas. El estudio de Leal se divide en dos partes: una primera, que va de la citada lista margariteña de 1633 a 1699, y la segunda, desde el año 1700 hasta la expulsión de los jesuitas en 1767.8
Estas listas y catálogos provienen de diversas fuentes: inventarios de bibliotecas propiamente dichos, testamentos y actas mortuorias, acuses de préstamos, listas de importación (hechas en Cádiz o Sevilla), pleitos judiciales en donde los libros constituían una preciada forma de pago y, desde luego, procesos inquisitoriales o de incautación de libros prohibidos.
Las principales bibliotecas estudiadas son la del obispo de Caracas, don Antonio González de Acuña (1620-1682),9 fundador del Seminario de Santa Rosa de Lima, antecedente directo de la Real y Pontificia Universidad de Caracas, a cuya biblioteca, la del Seminario, donó dos mil títulos de su librería personal; la del historiador José de Oviedo y Baños (1671-1738), autor de una Historia de la conquista y población de la Provincia de Venezuela, quien heredó de su tío, el también obispo de Caracas, Diego de Baños y Sotomayor, la fabulosa biblioteca que le sirvió para componer su obra; y la de los catedráticos caraqueños Francisco de Hoces (1720), Ángel Barreda (1747) y Blas Arráez de Mendoza (1763). Leal también estudió las librerías de otros obispos caraqueños, así como la del Colegio San Francisco Javier de Mérida, fundado en 1628, de la que nos ocuparemos posteriormente.
Insistimos en que un estudio tan enjundioso -que abarcó todas las poblaciones de importancia del país durante la Colonia- hace de la bibliografía de Leal un instrumento imprescindible. Sin embargo, nuestro historiador paga tributo a los estudios bibliográficos que le antecedieron. Uno de ellos es el de Manuel Pérez Vila, Los libros en la Colonia y en la Independencia (1970),10 donde dedica la primera de sus tres partes a las “Lecturas en la Colonia”,11 y el otro, anterior, es el de Tulio Febres Cordero, Tres siglos de imprenta y cultura venezolanas (1959).12
Febres Cordero especifica otras fuentes que sin duda aprovechó Leal, pero que no menciona en su Prólogo. Son ellas la lista de la biblioteca del Convento Franciscano de Trujillo, la del obispo de Caracas fray Gonzalo de Angulo († 1633), así como la del obispo de Mérida monseñor Torrijos, que veremos más adelante.13 En su libro, Febres Cordero arriesga dos tesis audaces que no dejaron de causar polémica entre bibliógrafos e historiadores: 1) que el primer libro impreso en Venezuela fue la Descripción exacta de la Provincia de Benezuela [sic] de José Luis de Cisneros, editada en “Valencia” en 1764,14 y 2) que en Caracas ya existía la imprenta antes de esa fecha.15
Debe reseñarse aquí la breve información que poseemos acerca de la singular obra de fray Juan Antonio Navarrete (1749-1814), quien fue bibliotecario del Convento de Franciscanos de Caracas. Navarrete escribió una de las obras más interesantes a finales del periodo colonial venezolano. Su Arca de letras y teatro universal,16 compuesta pacientemente casi hasta el final de su vida,17 es un compendio enciclopédico de toda la cultura caraqueña de la época.18 Sabemos, por una referencia en esta obra,19 que el padre Navarrete, como curador y regente de la bien dotada biblioteca de los franciscanos, escribió un catálogo comentado y explicado de la misma, que tituló Llave magistral, lamentablemente hoy perdido.20 Se trataría del primer compendio venezolano con una intención propiamente bibliográfica.
En un conocido pasaje del “Anteloquium XX“, Juan José de Eguiara y Eguren se esforzó por justificar la inclusión de autores caraqueños -no venezolanos-, en su Bibliotheca mexicana.21 Recordemos el fragmento:
La razón de haber llamado mexicana a esta Biblioteca está declarada en su mismo título y refrendada por la costumbre geográfica, en virtud de la cual se designa toda esta región con el calificativo de mexicana, tomada del nombre de su más famosa y principal ciudad, sujetándonos nosotros a dicha costumbre, y habiendo de tratar de los escritores que florecieron en la América boreal, intentaremos abarcarlos bajo el indicado título. En esta biblioteca incluimos igualmente a los venezolanos (in qua caraquenses itidem designabimus), que si bien en lo demás pertenecen a la América meridional o peruana, están adscritos política y eclesiásticamente a la mexicana, por ser su diócesis una de las sufragáneas de la Iglesia de la Española o Catedral de Santo Domingo.22
A partir del 12 de febrero de 1546, cuando mediante la bula Super universae orbis ecclesiae el papa Pablo III eleva las diócesis de Santo Domingo, México y Lima a arquidiócesis metropolitanas, la de Sevilla deja de tener sufragáneas en América. A la arquidiócesis de Santo Domingo se asignan entonces como sufragáneas las diócesis de Cuba, Puerto Rico, Coro (Venezuela) y Trujillo (Honduras), así como la abadía territorial de Jamaica. En esa etapa, Caracas depende en lo judicial de la Real Audiencia de Santo Domingo,23 y en lo político del virreinato de la Nueva Granada. Ésta es la situación de la Provincia de Venezuela en 1755, cuando Eguiara y Eguren publicó el primer tomo de su Bibliotheca mexicana, antes de la creación de la Capitanía General en 1777.
Eguiara, en efecto, había acudido a corresponsales de todas las regiones que consideraba parte de la “América mexicana” y les pidió información acerca de “escritores y demás que se publiquen de ese reino, ora sean impresos, ora manuscritos”.24 De Caracas le respondió Antonio Pacheco y Tovar, conde de San Javier,25 reportándole sólo tres nombres: el de Juan de Arechederra (Ms., folios 827-830), Juan José de Brizuela (Ms., folio 1047) y Domingo López de Landaeta (Ms., folio 155).26
De Juan de Arechederra es de quien más sabemos, “ilustrísimo doctor y maestro”.27 Hijo de Juan de Arechederra y Peñaloza y Luisa Catalina de Tovar y Mijares, que después será marquesa del Valle de Santiago, nació en Caracas y vivió entre 1686 y 1751. A los 10 años fue de los alumnos que ingresaron al Colegio de Santa Rosa de Caracas, recientemente reorganizado por el obispo Diego Baños y Sotomayor. Más tarde ingresó en el Convento de San Jacinto y vistió el hábito dominico en 1701. Marchó a estudiar a México en 1703, en cuya Universidad se licenció y doctoró en teología en 1707.
Fue lector en filosofía en el Colegio de Porta Coeli, “donde explicó la doctrina de Tomás”, y de teología en el Pontificio de Puebla de los Ángeles. Partió hacia Filipinas el 5 de abril de 1713, donde fue nombrado provincial del Santísimo Rosario de Filipinas en 1718; desempeñó la vicaría de Cavite entre 1721 y 1744 y la presidencia de San Gabriel, ocupando también los cargos de regente de estudios, cancelario y rector (en tres ocasiones) de la Real Universidad de Manila, además de ser Comisario General del Santo Oficio en las islas.
Arechederra fue el segundo venezolano en alcanzar la dignidad de obispo, pues el 23 de julio de 1744 Felipe V lo nombró obispo de Nueva Segovia en Filipinas, así como, un año más tarde, gobernador y capitán general interino del archipiélago, por lo que se dedicó “a las causas cristianas y políticas por igual”. Orador insigne, publicó panegíricos y elogios fúnebres “en su lengua materna”,28 y se le atribuye, asimismo, una Relación de la entrada del sultán rey de Solo, Mohamed, Alimendín II en Manila.29 Al final de su artículo, Eguiara y Eguren invita a los que conozcan su obra para que añadan otros sermones, estudios en teología y el curso filosófico escritos por Arechederra.
A Juan José de Brizuela30 (o Brisuela) lo encontramos en 1667 como capitán y sargento mayor, alcalde ordinario de Caracas.31 De él dice Eguiara y Eguren: “nacido en Caracas, se trasladó a playas mexicanas para cultivar las letras”. Estudió filosofía y medicina, en cuya práctica tuvo mucho éxito: “fue muy estimado por los príncipes y muchos otros, que buscaban sus servicios para cuidar su salud, debido a que no sólo era muy versado en la teoría médica, sino también en la práctica”. Alcanzado el doctorado en medicina y filosofía, obtuvo la cátedra de Vísperas a tiempo completo y a título perpetuo, la cual impartió “con alabanza hasta su muerte”. De él se conservan tres tratados: Sobre las crisis y los días decretorios, Sobre el uso benigno y dañino de las bebidas y Sobre la emisión y expurgación de la sangre, aunque Eguiara se duele de que ya entonces se encontraban perdidos otros que escribió.
De López de Landaeta sabemos que era mexicano de nacimiento, aunque de padres caraqueños. Eguiara y Eguren menciona que fue “ilustre por su dedicación e ingenio”, y “uno de los sacerdotes más distinguidos y sobresalientes del Seminario”. Alcanzó la borla doctoral en Sagrada Teología por la Universidad de Santo Domingo, fue maestro de Teología de Prima en el Colegio Seminario de Santa Rosa en Caracas, fue también rector del mismo, así como examinador sinodal de la diócesis. Citando a Caracciolo Parra León, dice Tulio Febres Cordero que “sacó muchos estudiantes de grande habilidad y aprovechamiento”.32 También se desempeñó en las cátedras de Retórica, Artes, Moral y Teología de Prima y fue “maestro de filosofía en la Universidad de Caracas”,33 siendo, como se dijo, rector del Seminario de Caracas.34 Editó un sermón en castellano, que había pronunciado, titulado “Panegírico eucarístico en el cumpleaños del día natal de Carlos II, Rey católico de las Españas”.35
Habiendo publicado el primer tomo de su Biblioteca mexicana cerca de media centuria antes de que el padre Navarrete compusiera su Llave magistral, Juan José de Eguiara y Eguren fue el primero en incluir a algún autor venezolano en un catálogo con intencionalidad bibliográfica.
Entre las listas de bibliotecas coloniales, privadas y conventuales que nos proporciona Ildefonso Leal no pocas proceden de la ciudad de Mérida, en los Andes venezolanos. Ello es señal de que la ciudad andina tuvo, desde muy temprano, una relación especial con los libros y el estudio.36
Uno de los establecimientos educativos más importantes y de mayor trascendencia en la Venezuela colonial funcionó ininterrumpidamente en Mérida durante casi 140 años, desde 1628 -a solamente 70 años de fundada la ciudad- hasta 1767, año de la expulsión de los jesuitas: el Colegio de San Francisco Javier, que concitaba estudiantes de todo el occidente del país, bajo la dirección de importantes maestros y latinistas criollos, y de España e Italia. Su biblioteca ha sido objeto de enjundiosos estudios por parte del mismo Ildefonso Leal,37 pero también de otros como José del Rey Fajardo, Edda Samudio y Manuel Briceño Jáuregui.38
En 1767, después de la expulsión de la orden jesuita, la biblioteca del Colegio, así como el resto de sus bienes, pasaron a otros conventos hasta la fundación, el 29 de marzo de 1785, del Seminario de San Buenaventura de Mérida por el primer obispo de la ciudad, fray Juan Ramos de Lora.
Según el inventario que corresponde al avalúo de la biblioteca del Seminario, el 29 de abril de 1791, y que Agustín Millares Carlo insinúa que se trata de la biblioteca personal del obispo, ésta llegó a poseer 488 libros empastados, más 3 146 en pergamino, lo que hace un total de 3 634 obras.39 Esta biblioteca sería enriquecida por el sucesor de Ramos de Lora en el obispado de Mérida, fray Manuel Cándido Torrijos, cuya biblioteca también es mencionada por Ildefonso Leal.40
Monseñor Torrijos llegó a Mérida el 16 de agosto de 1794, con una carga de tres mil libros para la biblioteca del Seminario.41 Estos libros constituyen hoy el Fondo de Libros Raros de la Biblioteca Central de la Universidad de Los Andes, los cuales han sido catalogados parcialmente por Terzo Tariffi (“Lista alfabética de los libros antiguos de la Universidad de Los Andes”),42 Agustín Millares Carlo (Libros del siglo XVI)43 y más recientemente por Argenis Arellano-Rojas (“Historia cultural del Fondo Antiguo de la Biblioteca Central de la Universidad de Los Andes. Libros de los siglos XVI y XVII”).44
No obstante las tesis defendidas por Tulio Febres Cordero, es casi unánimemente aceptado el hecho de que la imprenta llegó tarde a Caracas, en comparación con otras capitales hispanoamericanas, en 1808.45 Asimismo, se sabe que el primer libro impreso en el país fue el Calendario manual y guía universal de forasteros en Venezuela para el año de 1810,46 escrito por Andrés Bello.47
Sin embargo, tenemos que coincidir con Febres Cordero cuando afirma que “la historia del periodismo venezolano se confunde, en cierto modo, con la historia misma del desarrollo de la imprenta en el país”.48 En efecto, periódicos como La Gazeta de Caracas y El Patriota de Venezuela, y más tarde el Correo del Orinoco, están íntimamente ligados a los inicios de la impresión en el país, pero también los sangrientos hechos de la guerra de independencia. Un somero vistazo a las bibliografías de la época muestran la presencia de una verdadera “impresión de guerra”, consistente en gran cantidad de bandos, proclamas y manifiestos, tanto por parte de patriotas como de realistas. Mención aparte merece la impresión de la Ley fundamental de la República de Colombia, que es el primer impreso hecho en la ciudad de Angostura, fechado el 17 de diciembre de 1819.49
Las primeras compilaciones de esta bibliografía propiamente venezolana se deben al polígrafo chileno José Toribio Medina, cuyas obras La imprenta en Caracas. 1808-1821 (Santiago de Chile, 1904) y Contribución a la historia de la imprenta en Venezuela (Caracas, 1952) se complementan con un panorama al interior del país, en Puerto España (1786),50 Valencia (1812),51 Angostura (1819), Maracaibo (1822) y Puerto Cabello (1822), entre otras ciudades, tal y como se recoge en La imprenta en algunas ciudades de la América española. 1754-1823 (Santiago de Chile, 1904). Como puede apreciarse, estas compilaciones se limitan a las dos primeras décadas del siglo XIX, y contienen información inapreciable acerca del carácter de las primeras impresiones en Venezuela, a la vez que reflejan el turbulento clima que reinaba allí durante los años de la guerra.52
Superados los dolorosos traumas de la confrontación emancipadora y de la separación definitiva de Venezuela y Colombia, sería necesario contabilizar el patrimonio bibliográfico venezolano, seriamente menguado por los desmanes de la guerra. En este sentido, hay que mencionar el trabajo del sabio positivista Adolfo Ernst, Catálogo de la biblioteca de la Universidad de Caracas.53 Blas Bruni Celli, en el prólogo de su impresionante Venezuela en 5 siglos de imprenta,54 nos habla de importantes bibliotecas especializadas en libros acerca de Venezuela, lo que los historiadores del país llaman “bibliografía venezolanista”, que sobrevivieron a nuestro convulso tiempo decimonónico.
Se dice que bibliófilos, intelectuales u hombres de ciencia como Arístides Rojas, Rudolf Dolge, Pedro Manuel Arcaya y Tulio Febres Cordero llegaron a atesorar importantes bibliotecas especializadas en el tema venezolano o americano.55 Destacados compendios bibliográficos surgieron en torno a éste, como la Bibliografía venezolanista de Manuel Segundo Sánchez (Caracas, 1914), La independencia de Venezuela y los periódicos de París, de Jesús Rosas Marcano (Caracas, 1964), y los Impresos relativos a Venezuela desde el descubrimiento hasta 1821 (Caracas, 1978).56
Sin embargo, el más importante de estos trabajos es el libro mismo de Bruni Celli, monumental compendio bibliográfico de 1 635 páginas que reúne todo lo publicado acerca de Venezuela durante los cinco siglos que lleva el invento de Gutenberg. Otras bibliografías parciales hechas en el siglo XX que merecen ser mencionadas aquí son los Libros de los siglos XV-XVII, de Agustín Millares Carlo, sobre la colección del bibliófilo José Rafael Fortique,57 así como Las bibliotecas jesuíticas en la Venezuela colonial, de José del Rey Fajardo.58
Como puede verse en esta apretada sinopsis, la historia de las listas de libros en Venezuela es tan antigua como la de cualquier otra región de Hispanoamérica, aunque debido a razones históricas está marcada por la tardía llegada de la imprenta, a causa de la también tardía bonanza económica que experimentó el país durante la segunda mitad del siglo XVIII, así como por su aventurado y muchas veces tormentoso devenir histórico, bajo el signo de la inestabilidad política y las guerras intestinas.
Si bien la primera lista de libros elaborada en el territorio de lo que hoy es Venezuela es el “Inventario” de Juan de Eulate en 1633, el primer referente bibliográfico de alguna obra escrita en Caracas que hasta ahora conocemos corresponde a los trabajos de Juan de Arechederra, Juan José Brizuela y Domingo López de Landaeta, consignados en la Bibliotheca mexicana de Juan José de Eguiara y Eguren en 1755.
A partir de entonces, poseemos recuentos bibliográficos y listas de bibliotecas de los principales centros de cultura en el país, de bibliografías venezolanas y de lo que los historiadores denominan “bibliografías venezolanistas”, es decir, libros acerca de Venezuela escritos en el extranjero. Hoy, el recuento y profundización en el estudio de estos catálogos luce fundamental a la hora de reivindicar el papel de los libros y la cultura en el lento y accidentado proceso de la construcción de Venezuela.