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El sentido del plural en medio del encierro individual
The Sense of the Plural Within Individual Lockdown
NIERIKA. Revista de Arte Ibero, núm. 19, pp. 179-186, 2021
Departamento de Arte de la Universidad Iberoamericana

Comunidad


Recepción: 07 Septiembre 2020

Aprobación: 06 Octubre 2020

DOI: https://doi.org/10.48102/nierika.v10i19.42

El mito del arte sigue vigente. Se cambia de piel pero la duda persiste, permea en sus actores, a los que reviste de clichés para adecuarse, como la moda. Origen incierto del arte y del artista en facha de bohemio, de vanguardista, de posmo y de contempo. Incomprendido en ocasiones, antisocial en otras, fuera de contexto o producto de éste: el debate interno sigue siendo el mismo. El duelo de pronombres que van y vienen del singular al plural. El origen del arte, ¿a quién obedece?, ¿es resultado del yo, producto del nosotros? Lo cierto es el evento en que la anunciación se produce, individual, hacia adentro; es casi íntimo.

Por supuesto que existen las colaboraciones, los procesos colectivos, el arte como encuentro con otros, pero eso no niega que la experiencia siga siendo individual. Por grandes que sean las compañías de teatro o danza, por muchas personas que lleguen a asistir a un concierto, por miles que se cuenten hermanados por una experiencia estética, seguimos un llamado interno. Que el artista sea un ermitaño parece fuera de este tiempo, pero que el artista se escuche y dialogue consigo mismo sigue siendo el origen de su producción: crear a solas y en silencio. Mejor aún, crear dentro de sí y hablando para sí, incluso en medio de la multitud. La soledad no debe parecernos ajena y, mucho menos, amenazante.

Los procesos sensibles requieren de un tratamiento delicado para percibirlos, para trasladarlos a la mesa de trabajo, para manipularlos y ejecutarlos en una pieza o en un discurso, para atravesarlos y resignificarlos para otros. Detonaciones, anuncios y avistamientos que sacan al artista de su realidad compartida. Instantes en que se desdobla y se aísla para tomar el mensaje y llevarlo al trabajo. La tarea está dicha. Solos en estos viajes intelectuales, sensibles, estéticos, nos separamos de los otros para hacer lo nuestro.

Pero el artista no es dueño de lo que piensa ni de lo que cree. Tampoco puede defender la originalidad de sus emociones. El artista es producto de su tiempo. Hablar de crisis en la práctica artística no tiene tintes dramáticos. Producir es entrar en un proceso crítico, catártico, en un estado alterado. Lidiar con la idea, la sensación, la emoción. Lidiar con ellas como quien tiene una brasa en las manos, un cuchillo sin mango, un automóvil sin volante. Crisis: estado de gracia en que se plantea un problema y nuestro trabajo es resolverlo. Crisis: momento en que la táctica y la estrategia se hacen presentes. Crisis: reto intelectual, emocional, sensorial. Crisis: situación para poner el cuerpo y dejar que el mundo lo atraviese para enunciado de otros.

Crisis como cambio, como el techo de algo que llegó a su máxima altura, como lo que anuncia la conclusión de una etapa, de una forma, de un discurso, de una técnica. Llegar a la crisis es dejar que llegue el límite, es aceptar la ruptura, es hacer evidente la caducidad de las formas o -en estos tiempos- dejar que el descuido nos sorprenda. Para mentes-tiburón seguramente son áreas de crecimiento; para lo social serán procesos de transformación; para el artista, motivos de creación; para la especie, tendría que ser un replanteamiento de sentidos.

Los sucesos que estamos viviendo marcarán sin duda nuestras vidas y transformarán por completo nuestras formas de relacionarnos. Los costos de la pandemia que estamos experimentando se verán reflejados en la historia que comparará el antes y después de nuestros desplazamientos, nuestras interacciones, nuestras proximidades y contactos. Lo físico ha sido restringido por un virus, no necesariamente por la tecnología o las nuevas formas sociales. La salud es hoy el tema que hay que ponderar entre nosotros. Crisis. A esto le llamamos crisis en la medida en que trastoca la educación, la economía, la seguridad, lo público y lo privado, entre otros.

Para los artistas, el trabajo sigue siendo resignificar el mundo, ser vehículo de experiencias y compartirlas. La situación actual determina al mundo de otra manera; el artista debe atender a esta condición y hacer lo que toca. El mundo es otro, pero ¿debe el artista ser el mismo? Si el mundo cambia, el arte también. A donde vaya esta sociedad irá el artista con su capacidad de adaptación. El mundo ahora es éste, tan amplio como esta habitación y tan profundo como este monitor.

Cuando hablamos de “nueva normalidad” nos referimos al nuevo orden social que se requiere para salir de la crisis. Posiblemente algunas cosas no volverán a ser como antes, quizá su retorno no sea visible para nosotros en este momento. Las condiciones sujetarán en su totalidad los ejes que dan sentido a este nuevo mundo, el cuerpo que adquiere el cautiverio como un nuevo estado, recluido, confinado, sometido. El cuerpo vuelve a un estatus semántico más que tangible. El cuerpo vuelve a idealizarse, suponerse, especularse. Como fue en otros tiempos. El tiempo ahora es experiencia diferida a la de hace algunos meses. Los tiempos de confinamientos se extienden y alejan como nuestra idea de regresar a lo que teníamos ayer. Vemos el tiempo ocurrir afuera y esta sensación de pérdida se hace cada día más evidente. Vemos la vida pasar por pantallas luminosas, escuchamos noticias de lugares cada vez más lejanos. Es otro el tiempo porque somos otros quienes lo habitamos. El espacio, trastocado en sus dimensiones y multiplicidades, queda reducido a los pasos incesantes del escritorio a la cocina y a las marchas diarias alrededor de la mesa de centro. El mundo ahora se limita a lo que la ventana de la recámara alcanza a darnos. Cuerpos restringidos a tiempos y espacios que son propios de un cautiverio que no alcanzamos a justificar como normal. El artista, este individuo propio del desplazamiento, del vaivén de las masas, de voluntad propia, de gobierno autónomo, es parte del mito del ayer. Ahora se reencuentra, no por voluntad, con su propia imagen, su propia voz, con las limitaciones de esta nueva realidad. Crear desde aquí y desde ahora. Ser sin perder el sentido ni la identidad, hacer ahora con los mismos fines, pero a distancia. Dialogar con esos otros que son cada vez menos legibles. La crisis parece ser la misma, aunque se revista de presente: ¿quién soy?, ¿qué hago?, ¿para qué?, ¿para quién?

El reto del arte es sobrevivir a su tiempo y a las crisis que éste traiga. El reto del artista es permanecer y hacerse valer. Y aunque muchas sean las obras que tuvieron origen en el exilio, en muchas de éstas el exilio fue la opción, no la condición. Cuando estos días ponen en entredicho todos los pronombres -yo, tú, él, nosotros, ustedes, ellos-, nuevas definiciones de cada uno se hacen pertinentes para continuar el viaje.

El arte y la cultura son manifestaciones meramente humanas, resultado de procesos sociales y, por ende, colectivos. El arte y la cultura son el punto de encuentro de identidades y experiencias que determinan la pertinencia y permanencia de grupos y colectividades. Si revisamos rápidamente las manifestaciones artísticas, nos daremos cuenta de que son eventos que convocan. La música requiere no sólo de músicos, sino también de un espacio para su interpretación y un público que la escuche. La danza, el teatro, el cine, serían otros ejemplos obvios. El resto de las artes, si bien no demandan del espectador presencial, sí requieren de un contexto y una convocatoria para llegar a ellas. Así surgen las instituciones dedicadas a administrar, proveer y difundir expresiones artísticas como las artes visuales, la literatura y muchas más. La crisis que nos azota en estos momentos ha hecho mella en el arte de una forma preocupante. ¿Qué es del artista sin el otro, sin un espacio, sin los medios necesarios para producir?, ¿qué continuidad debe proponer la cultura desde individuos separados? Aquí es donde valoramos la función de la presencia en las prácticas artísticas. Somos siempre en medida del otro. Cuando este otro no está, llegamos a dudar de lo que somos.

Subestimar una pandemia tiene costos altísimos. Dejar que otro resuelva todo lleva consecuencias incalculables. Dejar pasar los momentos de confrontación o procrastinar los deberes que atañen a todo individuo social sólo dejará como resultado una deriva que hará más complicado el retorno. Pero, ¿quiénes son los agentes involucrados en el tema?, ¿qué sistema de organización despejaría las dudas y generaría soluciones?, ¿quién atiende este negocio?

El problema se complica cuando nos percatamos de que se deben atender varias pistas. Una pandemia, como su nombre lo dice, es mundial, con fuerzas que se generan desde afuera de una nación y atañen a lo más particular de cualquier otra. ¿Tenemos entonces la fuerza para resolver el mundo? Quizá si comenzamos a reconocernos en las manifestaciones artísticas, técnicas, temáticas, etcétera, podamos reconocernos entre comunidades. Plantear nuestras condiciones y necesidades. Resolver desde cada una de nuestras trincheras. Organización y participación donde los artistas y todo aquel relacionado con el arte y la cultura, el Estado, pero sobre todo la sociedad, pongan atención y voluntad ante la aportación que el arte les entrega.

Pido disculpas si en un abuso de confianza les hablo ahora desde mi lugar, si en un gesto de buena voluntad el trabajo que venimos desarrollando desde el Aula del Centro fuera de provecho para alguno. Pero debo confesar con humildad que nuestro proyecto descansa sobre muchos privilegios, y que lejos está del esfuerzo que otros espacios y proyectos tienen que librar. Seguramente desde este confort se escuchará la experiencia de una comunidad que goza de valores y ventajas.

El Aula del Centro es una comunidad de estudio que vio la luz hace cinco años en la ciudad de Querétaro con la idea de dialogar con la imagen de nuestros días desde las bases de la pedagogía, la fotografía y el pensamiento del siglo XX. En un principio fue como una tienda de tablas de surf en un lugar sin mar. El trabajo de divulgación sobre temas como la fotografía autoral, la curaduría y la pedagogía para las artes eran materias pendientes en la localidad. Con un fuerte trabajo de divulgación y el apoyo de muchos amigos artistas y docentes, el Aula se configuró como un espacio para aquellos que apostaban por una producción sustentada en la teoría y la reflexión.

Con esto no quiero decir que seamos una escuela. Somos una comunidad de práctica, somos una comunidad de aprendizaje. Mi labor es diseñar programas de estudio para esta comunidad. Todo mi tiempo y recursos están destinados al Aula. El esfuerzo es compartido por un consejo cuyos integrantes se han sumado uno a uno en la permanencia y continuidad del proyecto. La comunidad crece lenta, pero constantemente. Es un espacio que trabaja para tres intereses: la formación de público, la actualización de fotógrafos y artistas visuales y el desarrollo de un perfil docente. El proyecto se sostiene por colaboraciones y aportaciones que nos permiten producir e invitar artistas y docentes de otros espacios similares. Hasta principios de 2020 el Aula se caracterizaba por ser un lugar de clases presenciales, pero desde 2019 la demanda del público de otros estados de la república nos sugirió crear la Plataforma del Aula del Centro Virtual para trabajar desde una modalidad de educación a distancia. El año pasado ya se compaginaban programas transmitidos en línea y presenciales. El calendario de 2020 fue desarrollado en noviembre de 2019 sin contemplar que una pandemia nos sometería poco después. Como la plataforma virtual -a la que llamamos Educación Continua- ya estaba en funcionamiento, la migración del grupo presencial fue prácticamente natural, integrando de esta manera un solo grupo que participa de toda la programación anual del Aula del Centro. Diplomados, seminarios, cursos, talleres, acompañamientos y tutorías se ofrecen a una población que nos alienta con su compromiso y lealtad. Las clases en la plataforma virtual se imparten todos los días de lunes a sábado por las tardes. Diferentes programas, temas y autores son revisados y trabajados por una comunidad que se acompaña, se comparte y se cuida, aun a distancia.

Sobre el proceso pedagógico que atravesó de forma definitiva el Aula del Centro, debo decir que fue un trabajo lento y pesado. Siendo yo un docente cuya fortaleza es la clase presencial, el trabajo con grupos y, sobre todo, las implicaciones que tiene en la pedagogía trabajar la teoría, pues sólo diré que me tomó todo 2019 recorrer páginas, hacer pruebas, adaptar y crear programas específicos para la modalidad virtual, definir que no son clases en línea, que trabajamos en streaming, que sigue siendo una necesidad la interacción con el otro con el propósito de dialogar.

La duración de las clases se vio reducida a la mitad (de cuatro a dos horas), porque mucho trabajo se podía resolver fuera de cada sesión (videos, notas, lecturas). Pero al referirnos a la teoría, el debate no podía sacrificarse.

La comunidad del Aula ahora ha crecido; tenemos alumnos que se conectan desde otras entidades como Nuevo León, Coahuila, San Luis Potosí, Veracruz y la Ciudad de México, por mencionar algunas. Es una comunidad en la que la relación entre generaciones, niveles de lectura y producción ha sido de beneficio para el proyecto. Para nosotros la pregunta no es “¿qué hacer en medio de la crisis?” La pregunta real es “¿será posible regresar al modelo anterior a la crisis?”

Sobre los procesos de producción que son como tal los objetivos del grupo de estudio, en el Aula hemos creado desde hace algunos años proyectos apéndice que nos han permitido resolvernos en la autonomía. Hace un par de años se creó Taller Riel, un espacio de impresión fina, enmarcado, registro de obra y encuadernación artesanal, bajo la batuta de Rodrigo Chacón, quien forma parte del Aula del Centro. Analí Núñez ha sido responsable de proyectos y tutora en el área de libros de artista, desde donde se presentarán las producciones de 2019, claro, manufacturadas en Taller Riel. También fue creada la Revista Parsimonia: la imagen de nuestros días, publicación digital que divulga la obra de fotógrafos locales y crea diálogos con artistas nacionales de renombre. Los proyectos que el Aula del Centro dirige y produce pasan por Taller Riel para materializar el proceso académico del Aula y Parsimonia los expone desde la revista.

Para cerrar, se puede dar cuenta del sentido colaborativo, de autogestión; el Aula es un espacio completamente independiente. No dependemos en absoluto de las instituciones del Estado. El Aula del Centro no es un logro individual, es acaso un esfuerzo por estar atentos a la marea de nuestro tiempo, donde las tablas de surf funcionan.



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