Revisiones y Recensiones
Rousseau y el Emilio: entre el deber ser y el poder ser
![]() | . 2016 |
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Ediciones de la Junji, Chile, ha publicado una nueva edición del Emilio, que Jean Jacques Rousseau escribió en 1762. Se trata de un texto clásico y de lectura obligatoria para muchos educadores. Ahora que he vuelto sobre sus páginas, su lectura me ha provocado gratas sorpresas. La primera no tiene que ver con el contenido, sino con el hecho de que exista una editorial dedicada prioritariamente a la infancia y educación, como es Ediciones de la Junji.
La segunda guarda relación con el hecho de que se publique a un pensador clásico en el campo educacional, libro escrito hace varios siglos atrás, que podría pensarse está desactualizado con los tiempos actuales, época de tiempo escaso, de lectura rápida de artículos breves escritos con el mismo estilo impuestos por normas estandarizadas.
Nuestra época no estimula la lectura pausada y reflexionada del pensamiento madurado lentamente a lo largo de soliloquios interminables y de insomnios incómodos; de paseos donde la distracción estimula la emergencia de relaciones inéditas, tan aleatorias como sorpresivas; de confusiones y enredos frecuentes porque los conceptos mutan sorpresivamente; de causalidades sincrónicas que sugieren otras rutas que pueden ser tan inspiradoras como las precedentes, pero que surgen como un relámpago fugaz, aunque sugerente de sinergias prodigiosas.
Estas lecturas están siendo sistemáticamente empujadas a un lugar menos que secundario en la formación académica y profesional, entre otras razones por la presión de estar informado sobre lo que se publica en revistas ad hoc que dan cuenta de las últimas investigaciones en el campo.
Este problema no es por carencia sino por abundancia, ya que es tanto lo que se publica que es imposible leerlo todo, menos estudiarlo y qué decir de comprenderlo y saborearlo, que es lo que haría si se buscara la formación de una persona sabia, que por sabia saborea lo que va aprendiendo. Desdichadamente, la tendencia es hacia la formación de técnicos y profesionales informados, que ejecutarían bien su trabajo, pero muchos de ellos que no lo disfrutan.
Sin duda que esta situación teje una encrucijada de la que es difícil escapar. Por una parte, no tiene sentido cuestionar la necesidad de estar al día en el estado del arte de una disciplina específica o de varias, y, por otra, la mayoría de esos artículos no logran satisfacer sinérgicamente la necesidad de formación, en gran medida porque sus aportes son focalizados, parciales y desarticulados, lo que dificulta generalizar e integrar holísticamente sus contribuciones.
En la mayoría de los casos, quedan como datos esperando ser transformados en información significativa. Como consecuencia, casi inevitable, vivimos bajo el imperio de la hiper-especialización y de la falta de diálogo entre especialistas de áreas disciplinarias diferentes, aunque cercanas, dificultando la colaboración interdisciplinaria y qué decir de las posibilidades de un trabajo transdisciplinario.
La presión por publicar en revistas ISI, WOS, Scopus o Scielo, y que el artículo logre un alto índice de impacto, es cada vez más fuerte, tanto así que hace décadas, mucho antes de que aparecieran estas indexaciones, se acuñó en el mundo académico anglosajón la expresión “publish or perish”: si no publica desaparece del mundo académico. No cuestiono el aporte al acervo científico y cultural de muchas de aquellas investigaciones y publicaciones, sino que deseo llamar la atención al riesgo que conlleva abandonar el estudio de los grandes autores que pulsaron las vibraciones con las cuales resuena el proceso educativo. Podremos discrepar o concordar con sus planteamientos, pero no podemos ignorar su aporte clarificador de tópicos medulares, que permanecen en el tiempo y que no desaparecerán en el futuro.
En ese contexto interpretativo me gusta imaginar a Rousseau cuando intuía e intentaba dar forma a sus ideas; empero, advierto que en esta nota no me interesa explicitar los contextos que lo determinaron como ser político, social e histórico, no porque los ignore ni menoscabe su importancia, sino porque ahora me seduce conjeturar cómo puede haber sido el deambular del hombre, Jean Jacques, mientras peregrinaba urdiendo la trama de su propuesta educacional.
Por alguna razón, mientras intento comprender el proceso creativo de Rousseau, me viene a la mente Sísifo, aquel héroe que roba la llama de la inteligencia a los dioses y nos la regala a los humanos, por lo que es castigado a remontar eternamente una roca a una montaña de la que se desmoronará siempre para tener que volver a realizar esa faena sin esperanza. Albert Camus, que se sintió atraído por la penuria del héroe, lo imagina rebelándose contra el castigo físico al convertirlo en el sentido de su existir. Obviamente que su decisión no modifica las condiciones materiales de su prisión, pero desde ese momento ya nunca más será igual porque lo ha trasformado todo al preguntarse con inocencia sobre el sentido de su sanción. La pregunta no lo libera del castigo absurdo, pero le permite sentirse dichoso.
Considero que Sísifo, Jean Jacques o cualquiera de nosotros, vivimos el mismo proceso cuando, después de mucho buscar cómo relacionar ideas que no calzan, inesperadamente la intuimos. Se trata de un momento serendípico, sublime y enormemente sencillo. Después de ese instante, no comprendemos cómo no nos habíamos dado cuenta antes si estaba ante nuestra mirada y era tan obvio.
¿En qué momento Jean Jacques se sintió dichoso al descubrir cómo educar a Emilio? No puedo saberlo, aunque no creo errar si pienso que muchas de esas ideas germinaban caóticamente en su interior. A algunas no les daba importancia; a otras, las valoraba porque le habían cautivado por su atrevimiento, sea por extrañas o por el fuerte sentido común que contenían; mientras que con otras batalló duramente porque le encandilaba su sugerente claridad. También lo imagino ponderando el valor relativo de cada idea y como este se transforma cuando varias ideas interactúan entre sí creando complejidades emergentes para las cuales no tiene respuesta.
No creo que Jean Jacques haya desarrollado su pensamiento educativo pensando ordenadamente sus ideas: premisa mayor, premisa menor y conclusión; por el contrario, este proceso ha sido dinámico y fluctuante entre el razonamiento ordenado y el fluir caótico de sus ideas.
Me cautiva conjeturar que su abandono es lúdico porque necesita, tal vez sin reparar en ello, complementar su actividad meramente racional con una donde su cuerpo participe plenamente. Se deja cautivar por la fascinación de lo imprevisto, donde el resultado es secundario respecto al goce que le depara la aventura de peregrinar, que le impide anticipar las relaciones que creará ni los patrones que formarán aquellos chispazos fugaces, pero tiene confianza en que la claridad llegará en algún momento, aunque por ahora todo sea incertidumbre. Su comportamiento es genuinamente meditativo porque espera sin esperar.
Este proceso es de alta complejidad, pues las variables son múltiples y mucho más sus interrelaciones. Por más que quiera, Jean Jacques es incapaz de seguir todos los derroteros posibles por donde sus ideas podrían entrelazarse, ya que todavía no logra encontrar el criterio organizador de esa complejidad. Avanza aceptando algunas relaciones, dudando sobre otras y rechazando aquellas que le parecen extrañas. El riesgo de equivocarse es permanente por lo que cuida la selección de los criterios que emergen sorpresivamente a su consciencia, muchos de ellos difíciles de comprender en todas sus implicaciones. Con delicadeza observa sus peculiaridades, especialmente las sutiles, aquellas que pueden pasar desapercibidas si no está atento, les atribuye significado, las vuelve coherentes y las expresa con claridad. Ya sabe que si es descuidado pasará por alto algún aspecto fundamental. Rousseau todavía no sabe que faltan siglos para que aquellas sutilezas tan insignificantes las bauticen como efecto mariposa porque una pequeña variación en un sistema dinámico altera el devenir del proceso.
Porque todo esto me fascina, he leído esta versión del Emilio para encontrarme con el educador cavilando sobre sus ideas, confundiéndose por la complejidad que no logra simplificar, alegrándose por sus hallazgos, meditando con la mente en blanco para dar orden y sentido a sus pensamientos.
Sin embargo, algo en Rousseau no me calza y enturbia mi reflexión. El gran educador, contradictorio como todo ser humano, decide no educar a sus propios hijos. Borra con una mano lo que ha escrito con la otra. Aunque su decisión nos deja pasmados, pronto reparamos que una cosa es decir y otra hacer.
Nos preguntamos si esta decisión invalida su propuesta pedagógica. Podemos debatir sus diversas implicancias al infinito, ya que están imbricadas con consideraciones éticas, políticas, pedagógicas, psicológicas, etc.; sin embargo y no obstante su importancia, prefiero centrarme en lo que encontramos diariamente en todos nosotros cuando educamos a nuestros hijos en casa y a nuestros estudiantes en la escuela. Mi experiencia de padre, educador e investigador me muestra que esto no es infrecuente en el mundo de la educación y, con mayor razón, en el de la escolarización. La brecha entre lo que debe ser y lo que puede ser, entre lo que debería hacerse y lo que puede hacerse es abismal.
¿Es esto achacable a cada persona y grupo o, sin exculparles de su responsabilidad ética, podríamos pensar que la falta de coherencia es constitutiva de todo proceso educativo, centrado en la creación de relaciones inéditas, y de todo proceso escolarizado, centrado en la repetición de contenidos preestablecidos?
¿Juzgamos a Rousseau como autor o a Jean Jacques como padre sobrepasado por las razones que fuera? No se trata de liberarlo de sus responsabilidades, sino de entender al hombre brillante que se vio sobrepasado por las condiciones iniciales que afectaron la complejidad de su vida y de sus propuestas. Como autor alcanzó las alturas que como hombre no pudo siquiera escalar. Desde la cima observó el paisaje y descubrió regularidades y patrones, empero desde la sima se confundió al deambular entre las irregularidades de los recovecos que lo hacían trastabillar y caer. ¿Acaso cuando Paulo Freire asume la Secretaría de Educación de San Pablo no se comentó que lo más probable era que fracasara porque otra cosa es con guitarra?
En el Emilio, Rousseau se mueve en el campo de lo que debería ser, mientras que en la vida cotidiana Rousseau se moviliza en el campo de lo que puede ser. En este sentido, el Emilio es como un faro que nos advierte de las rutas peligrosas para que escapemos de ellas; sin embargo, en el vivir cotidiano, Jean Jacques navega sorteando los peligros de naufragar. Puede evitar ahogarse, pero tal vez no de tragar agua y sentir el peligro de hundirse. ¿Necesariamente debemos esperar perfección o deberíamos estar atentos a las emergencias que alteran el proceso y lo lanzan hacia decursos inciertos tanto en su proceso como en su resultado?
¿Qué pasaría si encontráramos a Jean Jacques leyendo esta versión de su Emilio que Ediciones de la Junji ha publicado?, ¿qué le provocaría?, ¿qué le preguntaría a Marcelo Mendoza, responsable de esta versión y editor, y cómo éste le explicaría lo que ha interpretado? A ninguno de ellos lo imagino enfrascado defendiendo su argumentación, por el contrario, supongo que estarían atentos no solo a la palabra, sino también a los silencios y gestos para comprender lo que el otro dice o pretende comentar.
¿Qué aprendería Rousseau de esta versión del Emilio? Imposible saberlo, pero me entusiasma pensar que no se buscaría a sí mismo, sino que trataría de entender desde su lectura a este mundo tan distinto al suyo, pero que todavía conserva algo que pervive desde su época y que ya en ese tiempo era antiguo y que sospecha seguirá presente cualquiera sea el futuro que crearemos.
¿Qué buscaremos en esta versión del Emilio? ¿Seremos capaces de explorar nuestro territorio contemporáneo con el mapa que nos dibujó siglos atrás, cuando no pudo imaginar algunos aspectos de nuestra vida, como el automóvil, el teléfono, el avión, internet, etc.? Si hoy escribiera el Emilio, ¿con qué nos provocaría?
Espero que el lector dialogue con Jean Jacques contemporáneo.