Recepción: 22 Septiembre 2015
Aprobación: 28 Marzo 2016
DOI: https://doi.org/dx.doi.org/10.7440/histcrit61.2016.07
Financiamiento
Fuente: Beca Magíster Nacional Conicyt
Resumen: A través del estudio de la selección chilena de fútbol, este artículo analiza el impacto de la instalación de la cultura del libre mercado en el ámbito de la identidad chilena, durante la Dictadura Militar encabezada por Augusto Pinochet ¿Cómo se transformó la identidad chilena durante este proceso? Para responder esta pregunta, se compara la concepción social del fútbol durante la Dictadura con la idea predictatorial. Así y por medio del análisis del discurso de la prensa deportiva, se concluye que entre 1973 y 1989 la concepción social del fútbol transitó de una visión en la que los triunfos morales eran apreciados a una concepción en la que se vuelven hegemónicos los valores competitivos, centrada prioritariamente en la victoria futbolística. Este tránsito expresa a su vez una profunda mutación en las expectativas, valores y la visión ética e identitaria de los chilenos.
Palabras clave: identidad nacional, Chile, fútbol (Thesaurus), cultura, dictadura militar, siglo XX (palabras clave de autor).
Abstract: Through the study of the Chilean National Football Team, this article analyzes the impact of the installation of the culture of the free market within the sphere of Chilean identity, during the Military Dictatorship headed by Augusto Pinochet. How was Chilean identity transformed during this process? To answer this question, the social conception of football during the dictatorship will be compared with the concept of the sport that predominated prior to the dictatorship. Thus, and by means of analyzing the discourse of the sports press, it concludes that between 1973 and 1989 the social conception of football changed from a vision in which moral triumphs were appreciated to a conception in which competitive values became hegemonic, centered first and foremost on victory in football. This transition likewise expresses a profound mutation in the expectations, values and the ethical vision and sense of identity of the Chilean people.
Keywords: national identity, Chile, football, culture (Thesaurus), military dictatorship, 21st century (author’s keywords).
Resumo: A partir de um estudo realizado sobre a seleção chilena de futebol, este artigo analisa o impacto da instalação da cultura do livre mercado no âmbito da identidade chilena durante a Ditadura Militar, liderada por Augusto Pinochet. Como a identidade chilena se transformou durante esse processo? Para responder a essa pergunta, compara-se a concepção social do futebol durante a ditadura com a ideia préditatorial. Assim e por meio da análise do discurso da imprensa esportiva, conclui-se que, entre 1973 e 1989, a concepção social do futebol transitou de uma visão na qual os triunfos morais eram apreciados a uma concepção em que os valores competitivos se tornam hegemônicos e a qual está centralizada na vitória futebolística. Essa transição expressa, por sua vez, uma profunda mutação nas expectativas, nos valores e na visão ética e identitária dos chilenos.
Palavras-chave: identidade nacional, Chile, futebol, cultura (Thesaurus), Ditadura Militar, século XX (autor de palavras-chave).
Introducción
Durante la Dictadura Militar encabezada por Augusto Pinochet (1973-1990)[1] la sociedad chilena experimentó dramáticas transformaciones económicas, políticas, culturales e identitarias[2]. Desde la historia cultural, este artículo busca comprender lo que significó para los chilenos el paso de la representación de Chile como un país subdesarrollado, periférico e inserto en América Latina, a la representación de un Chile moderno, desarrollado, ganador y excepcional en el contexto latinoamericano[3]. A través del estudio de la selección chilena de fútbol, enfocada en el análisis y la reconstrucción del discurso de la prensa deportiva, se propone que la concepción social del fútbol —los criterios con que se lo juzgaba y las ideas del mundo en que se lo encuadraba—[4] cambió radicalmente entre 1973 y 1990. Esta mutación revela cómo la instalación de la cultura del libre mercado[5] y el discurso triunfalista con que el Régimen Militar la acompañó, impactaron en las expectativas, valores y en la visión ética que existía en el país, transformado profundamente la identidad chilena.
La identidad nacional es una construcción social e histórica en permanentemente transformación. Se conforma por series de narraciones[6] que unen pasado y presente para que una sociedad construya un proyecto de futuro[7]. En otras palabras, es la forma en que los individuos se apropian culturalmente de la nación y la transforman[8]. Por ser un artefacto cultural[9], la identidad nacional opera por medio de dispositivos culturales —como la selección de fútbol— que vuelven inteligible para los sujetos la idea de conformar una nación[10]. Aunque comúnmente se asume que es la identidad del país la que se expresa en una determinada forma de practicar el fútbol, lo cierto es que la identidad chilena sólo se expresa a través de este deporte en la medida en que existe un discurso que le da un significado nacional e identitario[11].
Al analizar la selección de fútbol se pueden estudiar las transformaciones identitarias causadas por la Dictadura, porque los episodios protagonizados por el representativo chileno no ocurrieron de forma aislada al resto de las experiencias sociales y culturales que se produjeron en el país durante este período. Este artículo, operando como una descripción densa[12] y por medio de una contextualización histórica, identifica los significados que la prensa nacional le asignó a los encuentros futbolísticos protagonizados por la selección nacional. Si es posible estudiar las transformaciones de la identidad chilena por medio de eventos futbolísticos, es porque la representación sociocultural elaborada por la prensa deportiva se encontraba mediada por discursos de carácter ideológico, histórico y social[13].
Así, para establecer las vinculaciones entre la discursividad deportiva y “otros relatos mayores que circulan en la sociedad”, es necesario entender a los medios de comunicación de masas como “productores de discursos y sentidos sobre y desde su contexto histórico”[14]; ya que la masividad del fútbol lo convierte en un lenguaje articulador de cuestiones más generales, esto es, “forjadas en otros ámbitos” sociales. La representación[15] sociocultural de un acontecimiento deportivo es una “dramatización de la sociedad”[16] que habla sobre el país y la identidad nacional. Al ser una manifestación típica de la cultura contemporánea, el fútbol es considerado como una expresión propia de las sociedades más desarrolladas. De ahí que simbólicamente en los torneos internacionales se dirima qué nación es la más moderna en el ámbito futbolístico[17]. Tanto por su rol “en la construcción de identidades colectivas” como por ser un “vehículo de expresión emocional y de sentido”, el fútbol permite “comprender ciertos hábitos, sentimientos y valores de los grupos mayoritarios” que componen las sociedades latinoamericanas[18]. Como destacan Eduardo Santa Cruz y Julio Frydenberg, el éxito de un medio de comunicación deportivo depende de que su sentido común represente al de sus lectores, generándose así una relación de mutua interdependencia, ya que “en la construcción identitaria, los estilos y gustos son representaciones edificadas en un ida y vuelta”[19]. En definitiva, la enorme riqueza representacional y simbólica del fútbol, lo convierten en un objeto de estudio privilegiado para entender el impacto que tuvo en la identidad chilena la instalación de la cultura y la economía de libre mercado.
El discurso de la prensa deportiva chilena, entre 1973 y 1989, es la principal fuente documental de esta investigación. Estadio y Triunfo son las revistas deportivas más importantes del período, mientras que El Mercurio —además de ser el más influyente del país— fue un diario cercano a la Dictadura y principal portavoz del neoliberalismo[20]. Con los medios de oposición (diarios Fortín Mapocho y La Época y las revistas de análisis político e intelectual como Apsi, Análisis y Mensaje) se accedió a la visión de los sectores contrarios al proyecto neoliberal[21]. Desde el plano metodológico este artículo devela el significado social y cultural que subyace en el discurso de la prensa deportiva a partir de su interacción con el contexto histórico, político, cultural e identitario del Chile dictatorial por medio del análisis de fuentes bibliográficas. En otras palabras, el artículo identifica y evidencia las vinculaciones existentes entre el discurso deportivo y los discursos identitarios, culturales y económicos hegemónicos en Chile en estos años[22]. Es con este cruce que se puede acceder, de forma contextual, a las mutaciones experimentadas por el discurso social del fútbol y entender las consecuencias que tuvieron para la vida cotidiana, las transformaciones de la identidad chilena producidas por la implantación del neoliberalismo y del discurso dictatorial triunfalista que la acompañó. Más que establecer una relación causal entre el plano económico, ideológico-político y cultural, interesa iluminar, en su complejidad, la forma en que estos tres ámbitos interactuaron.
1. La selección de la restauración dictatorial: 1973-1974
Chile fue uno de los fundadores del fútbol sudamericano en 1916, además participó en el primer mundial de fútbol de 1930. Sin embargo, para 1974 los chilenos sólo habían sumado participación en los mundiales de Brasil, Inglaterra y Chile, y sus principales logros se reducían a dos subcampeonatos continentales (en la década del cincuenta) y al tercer lugar del mundo conseguido en casa (1962). Por ello, la prensa nacional difundía en sus páginas la imagen de un seleccionado débil. Con todo, la imagen de la selección como una fuerza humilde a nivel internacional se nutría tanto de elementos deportivos como identitarios, pues —al ser el deporte más popular del país— el fútbol ha sido históricamente un vehículo de expresión cultural de la sociedad chilena. Por ello, cuando el seleccionado cayó eliminado en la primera ronda del Mundial de Alemania 1974, existió una correlación entre la positiva valoración que hizo la prensa de la actuación futbolística y las versiones de la identidad chilena imperantes en la época, que representaban al país como pobre, aislado y subdesarrollado[23].
La prensa mostró el choque deportivo ante rivales europeos como la lucha bíblica entre David y Goliat. Dicha percepción estuvo influenciada porque en el plano deportivo —pero también en el económico—, aún en la primera mitad de la década de 1970, existía en Chile una concepción en la que el progreso era considerado el resultado de un proceso planificado y a largo plazo[24]. Bajo esta visión, el desarrollo estaba ligado, en el plano ético-moral, con la meta de formar ciudadanos sobrios, honrados y austeros[25]. El éxito no significaba necesariamente “ser un campeón, sino tener algún valor merecedor de ser imitado”[26]. Aunque fueron derrotados, los chilenos demostraron la corrección y la dignidad propia de los buenos deportistas. Así las cosas, los triunfos morales efectivamente eran significativos para un país que se representaba a sí mismo como pobre pero honrado[27].
Para septiembre de 1973, Chile se encontraba inmerso en la mayor crisis económica, política y humanitaria de su historia[28]. Sin embargo, tan sólo 15 días después del derrocamiento del gobierno de Salvador Allende, la selección chilena se enfrentó en Moscú a la Unión Soviética por un cupo en el Mundial de Alemania 1974. Para los simpatizantes del Golpe de Estado, el Chile de la Unidad Popular era “el niño mimado de los rusos”[29]. Según la prensa oficialista[30], cuando la Unión Soviética cortó relaciones diplomáticas con el Gobierno Militar salió a relucir toda la madurez de los dirigentes deportivos chilenos, quienes desoyendo los consejos de no dirigirse a “un país hostil”, determinaron “IR DE TODOS MODOS A MOSCÚ. Jugar para demostrar que los chilenos cumplimos con la palabra empeñada”[31]. Para el diario El Mercurio, los soviéticos “no podían creer que los chilenos hubiésemos sido tan valientes de haber viajado […]. Pero Chile andaba cumpliendo sus compromisos deportivos”[32].
En el país existían expectativas bastante cautas con respecto al encuentro. Una de las “verdades duras pero indesmentible”, según la revista deportiva Estadio, era que el fútbol chileno “no tiene trayectoria ni prestigio en Europa. Estamos en desventaja futbolística y económica. No se puede comparar”[33]. En Temuco, el diario El Austral agregó que entre el periodismo especializado existía “pesimismo y algunos abiertamente creen que Chile será vencido por Unión Soviética”[34]. Más allá de las excepcionales condiciones en que se encontraba el país, las cuales pedían algún tipo de triunfo que apuntalara la unidad nacional, no había espacio ni para un excesivo triunfalismo ni para un derrotismo extremo.
A pesar de esto, la selección sorprendió a todos al conseguir un “empate triunfal” a cero, “un punto de oro”. La “hazaña de los héroes de Moscú”, conseguida gracias a una estrategia ultradefensiva, calificada como “responsable”, reflejó la “fortaleza moral y permanente abnegación” del plantel nacional[35].
Tras el empate se debía disputar la revancha en Santiago, pero la Unión Soviética se negó a jugar en un Estadio Nacional que estaba siendo utilizado por la Dictadura como campo de concentración y tortura[36]. Los dirigentes soviéticos argumentaron que jugar en dicho recinto atentaba contra de “la ética deportiva. En ese país reina el terror”[37]. Ante la ofensiva soviética, los medios nacionales intensificaron su arremetida en el terreno de la moral. Según El Mercurio, Chile puede ser “un país pequeño, subdesarrollado, pero en materia de dignidad no nos vienen a dar lecciones, menos en el deporte”. Agregaba que el nuevo gobierno honraría la tradición de un “país libre, cariñoso y cordial. En Chile se quiere al amigo cuando es forastero”[38]. De esta forma, ante un equipo que finalmente no disputó la revancha, según El Austral, el cuadro nacional alinearía con “la verdad” en el arco; la defensa sería resguardada con la “justicia”, el “patriotismo”, la “honradez” y la “austeridad”. El medio campo lo conformarían el “estudio” y el “orden”, mientras que la delantera estaría representada por los valores del “respeto”, la “construcción”, la “creación” y el “trabajo”. La selección de la restauración dictatorial, “austera y patriótica”, se enfrentaría al “Equipo Z”[39], identificado con el derrocado gobierno de la Unidad Popular que formaba con la “mentira”, el “activismo”, el “estancamiento”, la “destrucción”, el “desprecio”, el “proselitismo”, el “caos”, el “sectarismo”, la “traición”, el “despilfarro” y, finalmente, la “inmoralidad”[40].
Como se puede observar, en el discurso anticomunista del nuevo régimen, “el comunismo encarnaba todo lo negativo, inmoral, irracional y disolvente” para la sociedad chilena[41], una ideología, en palabras de Augusto Pinochet, contraria a “los valores más entrañables del alma nacional”[42]. De ahí que el diario La Patria asegurará que frente a la sostenida campaña de “desprestigio” dirigida en “contra de Chile, los hechos se imponen sobre la falacia y la estrella de Chile, limpia y pura, vuelve a brillar con su luz de honestidad en todas las latitudes del orbe”[43]. Finalmente, la no comparecencia de la URSS determinó la clasificación chilena al Mundial de Alemania.
Al aproximarse el certamen internacional, la prensa volvió a relacionar la debilidad deportiva con la debilidad económica del país. El diario El Sur de Concepción aclaró que en el país existía plena “conciencia de las limitaciones y posibilidades de la representación que ha viajado a Europa. Hay países que, por contar con mayores medios de todo tipo, aparecen con superior opción”[44]. Estadio, por su parte, le recordó al plantel que: “Nadie en Chile se sentirá humillado por una derrota. Los millones de chilenos sólo les piden que jueguen como si quisieran ganar […]; con la fe de los que pueden caer ante un adversario, pero nunca por sus propias debilidades y temores. Con luchar así, habrán cumplido. Nada más y nada menos se les pide”[45].
La selección chilena quedó eliminada en primera ronda tras caer ante Alemania Federal y empatar con Alemania Democrática y Australia. Como primaba una concepción desarrollista del deporte, el Mundial fue considerado como “importante pero sólo como calibrador de nuestra potencia actual”. Es que “ni la vida ni la patria ni el honor están involucrados en una derrota […] ganar, perder, son contingencias transitorias. Ser íntegros, rectos y leales va más allá de la transitoriedad”[46]. De esa manera, un resultado mediocre fue caracterizado como una actuación decorosa y digna, reflejo del progreso del fútbol en un Chile subdesarrollado. Por tanto, el discurso social del deporte de la época planteaba que si bien la selección podía ser superada en la cancha, los chilenos jamás responderían con una conducta carente de honor y dignidad. En el discurso identitario, esto sostenía el orgullo nacional: ante la superioridad europea, los chilenos postulaban poseer una reserva ética capaz de permitirle pequeñas grandes victorias que se transformaban en importantes triunfos morales. Es bajo este discurso identitario —el de los chilenos “pobres pero honorables”— que la prensa construyó su relato de los episodios protagonizados por la selección de fútbol.
Esto reforzado por el propio Augusto Pinochet, quien intentó establecer una analogía entre lo deportivo y lo político. Si bien Chile había llevado las de perder, tanto en el fútbol como en su lucha contra el marxismo internacional, finalmente había superado todas las adversidades[47]. Así, entre septiembre de 1973 y julio de 1974 la selección chilena de fútbol se convirtió en el símbolo de un Chile-David que enfrentaba al Comunismo-Goliat. Por lo tanto la clasificación como la participación en el Mundial fueron interpretadas como un enorme triunfo moral, en circunstancias que para el resto del mundo Chile eran sinónimo de dictadura y violación de los derechos humanos[48]. De este modo, el relato de la prensa deportiva estuvo discursivamente mediado por las representaciones del país que la Dictadura —al presentarse como una restauración de los valores más tradicionales de la chilenidad— revivió y reforzó en su etapa de instalación, cuando el país se encontraba en la mayor crisis de su historia.
Las Fuerzas Armadas, según la memoria oficial[49], buscaron restaurar y recuperar los valores más anhelados y tradicionales de la sociedad chilena “de la degradación a que lo conducía el comunismo” y el gobierno de la Unidad Popular[50]. No deja de ser paradójico que se esgrimieran argumentos morales cuando el país experimentaba una tremenda crisis humanitaria producto del terrorismo de Estado desatado por el Régimen Militar[51]. No obstante, esto ocurría por las características normalizadoras de las narraciones, pues su función es conjurar el corrosivo efecto psicológico que tienen en la vida social acontecimientos desestabilizadores[52] como el Golpe de Estado en Chile. Tanto por el hecho de que en su fase de instalación la Dictadura careció de una identidad más allá de la que emergía como la negación del gobierno de la Unidad Popular, como por el vacío identitario que generó el Golpe Militar al romper con el mito de la “excepcional” trayectoria democrática chilena[53], la Dictadura y la prensa partidaria tuvieron que recurrir a las representaciones más tradicionales del país.
2. La crisis futbolística y económica de 1982
El mismo Régimen Militar, que en su instalación exacerbó la representación de Chile como un país pobre pero honrado, terminó por sepultar esta forma de entender tanto el deporte como al propio país. En 1977, Pinochet aseguró que el 11 de septiembre de 1973 “representó el término de un régimen político-institucional definitivamente agotado, y el consiguiente imperativo de construir uno nuevo”[54]. Al dejar de concebirse como una restauración de los valores más tradicionales de la chilenidad, la Dictadura asumió la misión de implementar una refundación neoliberal del país, lo cual implicó usar toda la fuerza del Estado para construir una nueva hegemonía y “cambiar la conciencia colectiva del país”[55]. A medida que se implementó y consolidó el proyecto de acelerada modernización neoliberal, los triunfos morales ya no fueron suficientes. Como se fueron adoptando de manera progresiva los valores competitivos (propios de la cultura del libre mercado) para el Mundial de España en 1982, y coincidiendo con el discurso oficial que hablaba de una nación poderosa que transitaba aceleradamente hacia el desarrollo[56] en todos los ámbitos, la prensa deportiva nacional le exigió a la selección ser competitiva y obtener logros relevantes.
El proceso de 1982 se caracterizó por el “triunfalismo extremo”[57], mientras el entrenador nacional, Luis Santibáñez, aseguraba estar formando un equipo arrollador, el plantel vaticinaba: “la selección será una máquina”[58]. El volante Eduardo Bonvallet, en lo que El Mercurio calificó como una “sincera confesión”, fue enfático: “vinimos para pasar a segunda ronda y si no lo conseguimos significará que fracasamos”[59]. Abel Alonso, presidente de la Asociación Central de Fútbol (ACF), se puso como meta “no hacer el ridículo como se ha hecho toda la vida”[60]. Al igual que Augusto Pinochet —quien aseguraba estar refundando un Chile próspero y poderoso, al denostar el pasado del fútbol nacional—, Alonso remarcaba estar abriendo una nueva era de triunfos a nivel internacional. Sin embargo, y a la par de la feroz crisis económica que en 1982 terminó con el llamado “milagro económico chileno”[61], el resultado del representativo nacional fue paupérrimo. A pesar de las enormes expectativas, la selección quedó eliminada en primera ronda al perder sus tres partidos —contra Austria, Alemania Federal y Argelia—, en lo que aún es la peor actuación de un seleccionado chileno en una Copa del Mundo. El diario español As llegó a calificar el fútbol de Chile como “el peor de la primera fase […] de una antigüedad rayana en la Belle Epoque”[62].
Resulta difícil argumentar que las exigencias de triunfo, previas a la competencia, se sostenían sólo en elementos deportivos. Si se aplican criterios futbolísticos, es la selección de 1974 la que debería haber despertado mayores expectativas. Si bien es cierto que la selección clasificó invicta a España eliminando a Paraguay, los guaraníes no participaron en ninguna Copa del Mundo entre 1962 y 1982. Ocho años antes, el seleccionado chileno no sólo eliminó a los soviéticos, sino que previamente venció a la mejor generación en la historia del fútbol peruano, que entre 1970 y 1982 sólo faltó a la Copa del Mundo de Alemania. En términos estrictamente futbolísticos, Perú era igual o más potente que Paraguay, por ello fue mucho más meritoria la clasificación de Chile a Alemania. A pesar de esto, exagerando la importancia del subcampeonato de América obtenido en 1979 y olvidando que su selección no ganaba un partido en un mundial desde hacía 32 años, los chilenos exigieron mucho más en 1982 que en 1974. De este modo, las causas de las enormes expectativas que acompañaron la participación chilena en España deben buscarse también fuera de la cancha de fútbol.
Si bien en ocho años la realidad futbolística no había evolucionado lo suficiente como para justificar estas exigencias, sí se produjeron en este contexto enormes transformaciones económicas y sociales que afectaron profundamente la sociedad y la cultura chilenas[63]. La implantación de la cultura del libre mercado, unida al discurso triunfalista con que el régimen acompañó su instalación, provocaron un enorme cambio en la identidad chilena. Ese impacto puede observarse a través de la forma en que mutaron las expectativas de la población respecto de su selección de fútbol. Incluso Mensaje, revista asociada a los jesuitas chilenos, advirtió que se estaba sobredimensionando la importancia del fútbol, al transformarlo en algo donde “poco menos, estarían en juego la dignidad nacional o las virtudes de la raza”, lo cual era el colmo de los “excesos y tropicalismos”. La revista se cuestionaba si acaso “¿hemos perdido definitivamente el sentido de las proporciones, el equilibrio y la mesura de la que nos enorgullecíamos durante mucho tiempo?”[64]. Un reparo similar era el de la revista Estadio, la cual se quejaba de que se estuviesen regalando los elogios, generando la falsa imagen de que el talento fuese “algo característico a la mayoría de nuestros futbolistas. Si así fuera seríamos campeones del mundo”. Aunque hacía un llamado a “ser realistas y no incurrir en ilusiones injustificadas”, lo predominante fue la visión de los “hinchas, que sólo tienen ojos para ver las aptitudes de su equipo favorito, olvidando que puede haber mejores, y los hay”[65].
Tras la implantación de las reformas neoliberales por parte de la Dictadura, recién en 1977 se observó un repunte económico que, en un ambiente de euforia y halagos internacionales, permitió el nacimiento del boom chileno[66]. Después de cuatro décadas de planificación estatal y proteccionismo “el país pareció reintegrarse con éxito” a la economía internacional a través del libre mercado[67]. De modo que para 1981 dominaba un clima exitista en el que Pinochet se jactaba del “sólido estado de nuestra economía”[68]. La aplicación del “modelo” se fundamentó en “un saber científico inapelable”, pues todos los que desafiaron el nuevo dogma fueron estigmatizados como “ignorantes de la ciencia económica”[69]. Con la selección ocurrió algo similar y los opositores manifestaban: “el fútbol chileno expresa la situación de autoritarismo existente”, ya que Santibáñez monopolizaba “para sí la verdad futbolística”, intentando “modificar a su amaño las características históricas de nuestro fútbol”[70]. Igual que los impulsores del neoliberalismo que “limitaban la discusión económica a un debate entre los que saben”[71], el entrenador calificaba a sus críticos como “ratones de cola pelá”[72]. Al igual que Pinochet lo hacía en contra de la oposición, el adiestrador tildaba de antipatriota a quien lo criticara[73]. Es necesario subrayar que el desastroso desempeño de la selección en el Mundial se debió a la soberbia del técnico, quien fue incapaz de aquilatar las verdaderas posibilidades deportivas del equipo. Esta arrogancia fue análoga a la de los tecnócratas responsables de la crisis del ‘82, quienes, inmersos en su triunfalismo, fueron incapaces de captar “las múltiples evidencias de una recesión internacional ni los síntomas internos de fragilidad” económica chilena[74].
Lo cierto es que lo correcto habría sido afrontar la Copa del Mundo con cautela y prudencia[75]. Pero ¿cómo iba a existir prudencia en el seleccionado, si ni siquiera en un ámbito tan importante como el económico el Régimen estaba siendo cauto? En efecto, el “milagro económico chileno” no significó un verdadero crecimiento con relación a las históricas tasas alcanzadas a finales de la década del sesenta. El celebrado boom sólo fue la recuperación económica del país tras la severa crisis del período 1972-1976. Más aún, la mayor parte de los caudales de capitales internacionales que inundó la economía chilena en la segunda mitad de la década “no fueron invertidos en infraestructura productiva y exportadora del país”, sino que fue a parar al “consumo, la importación de bienes y el crecimiento totalmente desregulado de los Grupos Económicos”. Con esa política, que impedía “generar tasas suficientes de ahorro e inversión”, era económicamente imposible sostener un modelo de desarrollo que necesitaba que el país creciera anualmente a una tasa de 8%[76].
Entre 1979 y 1982, con el trasfondo de las sistemáticas políticas de terrorismo de Estado dirigidas contra la oposición, en el país triunfó el Chile oficial. Pinochet contaba con respaldo popular, relacionado con su capacidad de instaurar un discurso sobre la historia reciente, el presente y el futuro de Chile, apropiado por un sector relevante de la población. Era el discurso de una patria fuerte y poderosa que, ahora sí, iba camino a la grandeza[77]. Esa representación oficial del país, junto con una visión cada vez más centrada en el éxito y la competitividad, fue la que generó las altísimas expectativas que acompañaron la participación de la selección chilena en la Copa del Mundo de España. Antes del mundial, cuando dominaba un clima exitista, tanto en el fútbol como en la economía, Luis Santibáñez y Elías Figueroa aparecieron en un spot publicitario gubernamental que anunciaba: “Sí, vamos bien, mañana mejor”[78]. De hecho, según José María Navasal, experto en política internacional del Canal 13 de televisión, la clasificación de la selección a España demostraba que cuando los chilenos se aplican con perseverancia “conseguimos aquello que nos proponemos. Así sucede con el equipo económico que ha logrado derrotar la inflación, y así está pasando ahora con esta selección que dirige Luis Santibáñez”[79]. En este contexto ya no bastaba que la selección consiguiera un triunfo moral: pues a España no se podía ir a buscar “resultados honorables”[80], porque la implantación de la cultura del libre mercado y el discurso triunfalista con que el Régimen la acompañó ya habían dejado una profunda huella en la sociedad chilena.
No obstante, todavía existían en el país quienes consideraban mezquina una visión deportiva que supeditaba el buen juego a la obtención de resultados[81]. Así, tanto el descalabro futbolístico como económico de 1982 visibilizaron a una oposición que, aunque reprimida, expresaba su rechazo al proyecto de la Dictadura[82]. De ahí que ante la consciente y sistemática destrucción del Estado de Compromiso (1931-1973) se generaran profundos cuestionamientos sociales[83]. Incluso en 1981, el abierto opositor del Gobierno de la Unidad Popular, Mario Góngora, planteó que la privatización de las empresas del Estado evidenciaba la franca “tendencia anti-estatal” del Régimen. El tema no era baladí, ya que para el historiador fue el Estado el que históricamente construyó y sostuvo la nacionalidad chilena[84]. La oposición, por su parte, criticaba que fuese el consumo suntuario el “nuevo símbolo del éxito”. Este nuevo chileno, “materialista, individualista y carente de sentido social”, era “incompatible con un proyecto humanista y democrático de sociedad”[85]. Ante el “liberalismo individualista desatado”, ideología que no tenía más ética que una “moralidad de tipo darwinista”, se preguntaban los articulistas: “¿Qué va quedando de toda la cultura política de participación de la que nos ufanábamos ayer?”[86]. El vacío moral denunciado era la consecuencia del avasallador dominio que los grupos económicos habían adquirido en el Chile de Pinochet[87]. El Chile anterior al Régimen, en el que “las clases y grupos intervenían con su propia participación” en el difícil camino hacia una “democracia más profunda y de igualdad social más generalizada”[88], estaba desapareciendo inexorablemente.
3. La consolidación de la idea del país ganador en 1989
Para finales de los ochenta, después de superar la crisis de inicios de la década, la Dictadura consolidó tanto su proyecto político refundacional como el discurso de “Chile, un país ganador”. En el contexto de la definitiva instalación de “la operación transformista” que consolida el “Chile actual”[89], marcada por un sostenido crecimiento económico[90], en 1989 a la selección se le exigió lograr lo que nunca antes nadie había conseguido: eliminar a Brasil por primera vez de una Copa del Mundo. Esta meta dialogaba con el discurso pinochetista según el cual Chile era una nación destinada a la grandeza que progresaba aceleradamente[91]. Aunque se aceptaba que futbolísticamente el rival era superior, se confiaba en compensar la inferioridad deportiva con “guapeza” y “mentalidad ganadora”[92].
El impacto en la sociedad chilena tanto del discurso triunfalista del Régimen como de la instalación de la cultura del libre mercado, se expresó nítidamente en el ámbito futbolístico: cuando a la selección se le exigió jugar para ganar y no para obtener un triunfo moral. El arraigo del discurso de la “mentalidad ganadora” en el discurso futbolístico chileno está íntimamente ligada al surgimiento de una sociedad mercantilizada y a un individuo consumista y despolitizado[93], acordes a la consolidación del “policidio”[94]. Además los ochenta fueron la década en la que la cultura del libre mercado permeó el cuerpo social por medio de una “ofensiva ideológica” empresarial[95], que volvió hegemónica una “concepción cultural” en la que el éxito, la ambición, la ganancia y el consumo se transformaron en “los valores centrales de la sociedad chilena”[96]. En ese contexto, las eliminatorias para Italia 90 debían ser el escenario para demostrar un cambio de mentalidad, que implicaba jugar para ganar y no para obtener un empate o una derrota honrosa.
Para clasificar a este Mundial la selección chilena debía ganar el grupo compuesto por Brasil y Venezuela. Así, pues, comenzó venciendo de visita a Venezuela, para luego empatar con Brasil en Santiago. Producto de los incidentes ocurridos en el Estadio Nacional de Santiago, la FIFA lo inhabilitó para albergar el duelo de revancha ante Venezuela, lo que despertó un sentimiento de indignación transversal, porque se consideró que era una medida con la cual el presidente de la FIFA, el brasileño João Havelange, buscaba asegurar la clasificación de su país[97]. El castigo, en vez de morigerar las desmedidas expectativas, fue asumido como un signo del temor que Chile despertaba en los tricampeones mundiales[98]. Lejos de dejarse apabullar por este acontecimiento, los chilenos se prepararon para una proeza: “dejar en el camino al gigante en su propia casa”. El Mercurio destacó que los tricampeones temblaban ante el “espíritu combativo de los chilenos”[99]. Para la revista Qué Pasa, ante “los morenitos de Brasil” había que luchar “con todo, metiendo fierro, acorralándolos […] nuestro apronte: 5x0 ¡Vamos Chile!”[100]. En este acontecimiento muchos deseaban, como el seleccionado Jaime Vera, que los chilenos “dejáramos de ser tan honrados y tuviéramos un poco de maldad”[101]. En definitiva, el ánimo imperante se resumió en la consiga “ganar como sea”[102].
No había espacio para cálculos mezquinos, ya que “el fútbol chileno había crecido hasta infundir miedo en los todopoderosos”[103]. Un año antes, sustentado en el éxito económico, Pinochet declaró: “hoy podemos mirar frente a frente y decir qué pasa, qué sucede, somos libres”[104]. El Sur reafirmó la relación entre este estado de ánimo y el efecto cultural provocado por el crecimiento del país, al plantear que el “boom económico terminó” con el tradicional sentido de inferioridad del chileno, el cual ahora es capaz de “lucir sin pudores” las que antes eran consideradas “señales de ostentación innecesaria”. Ese nuevo carácter ha alcanzado “otros planos y henos aquí a punto de jugar con Brasil, en que la prensa da poco menos que por hecho que golearemos a los cariocas”[105]. La revista deportiva Triunfo, por su parte, ensayó una causa socio-económica para explicar por qué la selección sería recibida con hostilidad en un país que “no destaca precisamente por su frialdad”. Mientras la economía chilena sobresalía “entre los demás países latinoamericanos”[106], la mitad de Brasil “vive en estado de pobreza”. Ese “cuadro de penurias”, de subdesarrollo, explicaba para la revista que se tratara como “enemigo” a quien pusiera “en peligro el único vehículo de alegría de los más desposeídos”[107].
En este contexto, el 3 de septiembre de 1989 los chilenos saltaron al césped del “inexpugnable Maracaná”, “más gallos que nunca, con esas plumas de acero que nos han quitado gran parte de nuestro apequeñamiento”. La selección parecía “un equipo argentino. Creídos, y sin vergüenza de que ese orgullo luzca, sin temor al ridículo”[108]. Bien entrado el segundo tiempo, cuando la selección ya caía 1 a 0, Roberto Cóndor Rojas, capitán y figura del equipo chileno, simuló haber sido alcanzado por una bengala. Su objetivo era conseguir, sin jugar, la clasificación que se les negaba en el campo de juego. La trampa, la antítesis más absoluta del discurso del fair play que existía en 1973-1974, no era más que hacer realidad el discurso “ganador” de la prensa deportiva chilena. Según ella, para eliminar a Brasil, un rival deportivo que se transformó en un enemigo, todos los recursos eran válidos.
Desde un análisis exclusivamente deportivo, es imposible entender por qué para la sociedad chilena era inaceptable que su selección de fútbol, una fuerza irrelevante a nivel internacional, fuera eliminada de Italia 90 por los tricampeones mundiales. Pero es comprensible si el episodio del Cóndor se relaciona con una nueva comprensión cultural, centrada prioritariamente en la competencia y el triunfo. Dicho fenómeno incluso permeó a la oposición al régimen. Aunque el diario de oposición Fortín Mapocho considerase que no se podía confundir la “camiseta con el honor de un país” ni “sobredimensionar una disputa que no tiene otro carácter que un simple juego”, se confiaba “en la garra y la hombría de los futbolistas criollos”. Mojando “la camiseta y metiendo la pierna” la selección sepultaría “definitivamente el infortunio, la frustración, los segundos lugares y las esperanzas eternas que no se concretan. ¡Vamos Chile carajo!”[109].
Aunque lo más lógico era que Brasil clasificara, ya que “nunca una selección [chilena] ha ganado en Maracaná”[110], en Chile nadie se conformaría con una eliminación, aunque fuese digna y decorosa. Los chilenos estaban “dejando atrás su historia” de subdesarrollo que había provocado “un apocamiento generalizado. Eran los tiempos del país chico. El tiempo de los ‘chilenitos’. El tiempo que terminó. Hoy Chile está compitiendo a lo grande, jugando a la ofensiva y no se conforma con triunfos morales”[111]. La seguridad que existía en el país de que la FIFA impediría, a toda costa, la eliminación del Scracth brasileño, en lugar de generar discursos justificatorios y compensatorios, potenció la idea de que Chile estaba obligado a salir a ganar, costara lo que costara. En definitiva, el episodio del Cóndor develó que hacia finales de los ochenta para los chilenos era inaceptable, inconcebible, obtener un triunfo moral como el que se podría haber conseguido en 1989, cuando la selección luchó hasta el último partido y con reales posibilidades futbolísticas de vencer a la mayor potencia futbolística del mundo[112].
Conclusiones
A lo largo del período dictatorial, el significado social y cultural de las actuaciones futbolísticas del representativo chileno estuvo mediado, primero, por una versión desarrollista de la identidad chilena, en la que la moral era consustancial a la práctica deportiva[113]. Luego pasó a estar dominada por lo que Jorge Larraín llama la versión posmoderna empresarial de la identidad chilena, centrada en los valores de la iniciativa individual y la competencia[114]. Para la primera mitad de la década del setenta la dignidad nacional se jugaba todavía, más que en el resultado, en demostrar ética y lealtad. Sin embargo, para los ochenta, producto de que el orgullo patriótico comenzó a sustentarse prioritariamente en la obtención de la victoria[115], los otrora valorados triunfos morales fueron considerados como meras excusas para justificar la derrota. Añejos resabios de un antiguo país ingenuo y apocado por la pobreza y el subdesarrollo.
La prensa de oposición logró sintonizarse con el sentido común de los chilenos cuando a finales de los ochenta, replicando el relato del resto de los medios de comunicación, le exigió a la selección terminar con la pesadilla de los triunfos morales[116]. Aunque en sus secciones de economía o política eran críticos del neoliberalismo, el discurso deportivo de la oposición reproducía lo que era el sentido social del fútbol propio del “Chile, país ganador”. Sus columnistas también apelaban a la mentalidad ganadora y denostaban los triunfos morales. Que no construyesen un relato diferente al de la prensa oficialista refleja que fue en el plano de la cultura deportiva donde se impusieron los valores del logro, el éxito y la competencia. Es en este proceso que se manifiesta primariamente la construcción de la hegemonía de la cultura del libre mercado. Lo que constituyó el piso de sentido común compartido que posibilitó tanto la transición democrática como la continuidad del modelo económico y la institucionalidad política que caracteriza al período posdictatorial chileno. Aunque en el plebiscito del 5 de octubre de 1988 la Dictadura fue derrotada con papel y un lápiz, no se puede obviar que estos “habían sido proporcionados por las propias Fuerzas Armadas”[117].
Más allá de la instrumentalización que el Régimen Militar intentó hacer del fútbol[118] y la selección chilena, esta no fue controlada unilateralmente por el Régimen. Tanto por su masividad como por su complejidad era imposible que lo lograra. Por el contrario, el fútbol y la selección se constituyeron en espacios de negociación a través de los cuales se puede identificar cómo la sociedad en su conjunto fue apropiándose primero del discurso de restauración dictatorial, para luego hacerlo con el proyecto refundacional de la Dictadura. De este modo, la transformación del discurso social y cultural del fútbol constituye un objeto de estudio privilegiado para observar y comprender el impacto de la implementación económica y cultural del neoliberalismo en la identidad chilena. Como efectivamente los triunfos futbolísticos fueron casi inexistentes durante el período dictatorial, se revelan brutalmente las contradicciones entre el discurso de “Chile como país ganador” y la realidad. Justamente porque esa representación del país no encuentra su correlato en la cancha, se comprueba que la visión del fútbol de la prensa estuvo mediada por los discursos identitarios, culturales y económicos que se volvieron hegemónicos entre 1973 y 1989. Este desfase muestra el impacto que la Dictadura Militar tuvo, como proceso histórico, en la identidad chilena.
Agradecimiento
Este artículo resume la tesis de Maestría en Historia, realizada en la Pontificia Universidad Católica de Chile, titulada “Del Chile de los triunfos morales al país ganador. Una historia de la selección chilena de fútbol durante la Dictadura Militar. 1973-1989”. Contó con el financiamiento de una Beca Magíster Nacional Conicyt.
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Notas