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Pensando a través de la errancia: travesías y esperas de viajeros africanos en Quito y Dakar*
Jonathan Echeverri Zuluaga; Liza Acevedo Sáenz
Jonathan Echeverri Zuluaga; Liza Acevedo Sáenz
Pensando a través de la errancia: travesías y esperas de viajeros africanos en Quito y Dakar*
Thinking through Errance: Journeying and Waiting among African Travelers in Quito and Dakar
Pensando por meio da errância: travessias e esperas de viajantes africanos em Quito e Dakar
Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología, núm. 32, pp. 105-123, 2018
Departamento de Antropología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes
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Resumen: A partir del cambio de milenio, Ecuador se ha convertido en un lugar de paso, pero también de residencia para migrantes de diferentes países del mundo. Mientras que la fuerza de atracción de este país proviene de requisitos migratorios flexibles como resultado de una política de ciudadanía universal, las condiciones económicas no estimulan la posibilidad de quedarse. Este artículo tiene como punto de partida una reflexión previa sobre el concepto errancia que surgió de un acercamiento a las historias de africanos que esperaban en Dakar (Senegal) para continuar el viaje fuera de su continente. Contrastamos esta experiencia con la de otros africanos que han atravesado el Atlántico y han llegado a Quito. Dos opciones se presentan a estos últimos: continuar el viaje hacia Estados Unidos o quedarse. En ambos casos, las políticas migratorias, el valor de los papeles (pasaportes y visas) y las formas de socialidad influyen en su experiencia como viajeros. En el caso de quienes continúan el viaje hacia Estados Unidos, los riesgos de la travesía se convierten en pruebas de aptitud para recibir asilo.

Palabras clave: ÁfricaÁfrica,EcuadorEcuador,política migratoriapolítica migratoria,SenegalSenegal,erranciaerrancia.

Abstract: Since the beginning of the 21st century, Ecuador has been a point of transit but also of residence for migrants from around the world. While the attraction of this country resides in the flexible regulations of migration which stem from its policy of universal citizenship, the economic conditions there do not encourage migrants to stay. The starting point of this article is a previous study of the concept of errance which emerged from listening to the stories of Africans who were waiting in Dakar, Senegal, as they sought a way to leave from the continent from Africa. The article contrasts their experiences with those of other Africans who manage to cross the Atlantic and land in Quito. There are two options available for them: to either continue the journey toward the United States or remain in Ecuador. In both cases, migration policies, immigration papers and socialities are factors which shape their experience as travelers. For those who continue on their journey to the United States, the risks they run become a proof of their worthiness to be granted asylum.

Keywords: Africa, Ecuador, migration policy, Senegal, Errance.

Resumo: Desde a virada do milênio, o Equador tem se tornado um lugar de passagem, mas também de residência, de migrantes de diferentes países. Enquanto a força de atração desse país provém de requisitos migratórios flexíveis como resultado de uma política de cidadania universal, as condições econômicas não estimulam a possibilidade de ficar. Este artigo tem como ponto de partida uma reflexão prévia sobre o conceito errância que surgiu de uma aproximação às histórias de africanos que esperavam em Dakar (Senegal) para continuar a viagem fora de seu continente. Contrastamos essa experiência com a de outros africanos que atravessaram o Atlântico e chegaram a Quito. Duas opções foram apresentadas a estes últimos: continuar a viagem rumo aos Estados Unidos ou ficar. Em ambos os casos, as políticas migratórias, o valor dos documentos (passaporte e visto) e as formas de socialidade influenciaram em sua experiência como viajantes. No caso dos que continuam a viagem para os Estados Unidos, os riscos da travessia tornam-se em testes de aptidão para receber asilo.

Palavras-chave: África, Equador, Senegal, errância, política migratória.

Carátula del artículo

Paralelos

Pensando a través de la errancia: travesías y esperas de viajeros africanos en Quito y Dakar*

Thinking through Errance: Journeying and Waiting among African Travelers in Quito and Dakar

Pensando por meio da errância: travessias e esperas de viajantes africanos em Quito e Dakar

Jonathan Echeverri Zuluaga
Universidad de Antioquia, Colombia
Liza Acevedo Sáenz
Instituto de Estudios Regionales (INER), Colombia
Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología, núm. 32, pp. 105-123, 2018
Departamento de Antropología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de los Andes

Recepción: 11 Septiembre 2017

Aprobación: 09 Abril 2018

[...] Ten siempre en tu mente a Ítaca. La llegada allí es tu destino. Pero no apresures tu viaje en absoluto. Mejor que dure muchos años, y ya anciano recales en la isla, rico con cuanto ganaste en el camino, sin esperar que te dé riquezas Ítaca. Ítaca te dio el bello viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino. Pero no tiene más que darte. Y si pobre la encuentras, Ítaca no te engañó. Así sabio como te hiciste, con tanta experiencia, comprenderás ya qué significan las Ítacas (Viaje a Ítaca, Constantino Cavafis 1991, 61).

Introducción

La idea de este artículo tiene como antecedente una transformación en los vectores de la movilidad de los habitantes del Sur global. A lo largo del siglo XX la orientación del desplazamiento era mayoritariamente hacia el Norte -Europa, Estados Unidos y Canadá-. En la actualidad vienen emergiendo destinos y puntos de paso en el Sur global a consecuencia de los rígidos controles migratorios en el Norte, pero también de las conexiones que los medios de transporte y comunicación han establecido entre diferentes puntos del Sur global.

El proyecto de investigación de uno de los autores, realizado entre 2009 y 2012, sirvió como punto de partida para acercarnos a las rutas que se forman como efecto de esa transformación. El proyecto consistió en reconstruir las historias de viajeros de diversas procedencias (Camerún, Nigeria, Guinea, Ghana, Mali, Liberia, Sierra Leona, entre otros), cuyas travesías fuera del continente africano se habían interrumpido en Dakar (Senegal). Se preguntaba por las razones de la salida, por el hecho de “estar varado” en Dakar y por las estrategias para continuar la travesía. Un interlocutor clave en esta investigación es Prince1, un nigeriano que logró salir de Dakar y moverse por otros rincones del globo en América del Sur (Ecuador y Colombia), el Medio Oriente (Emiratos Árabes) y África (Marruecos, Togo y Nigeria). Con el pasar de los años, Prince se ha vuelto un gran amigo y una inmensa fuente de inspiración para el trabajo académico y para la vida. Seguimos sus huellas y en 2015, en el marco de un proyecto de antropología visual, logramos conocer las historias de otros africanos que habían llegado a Ecuador. Las facilidades migratorias que hacían parte de una política de ciudadanía universal, adoptada por el Estado ecuatoriano en 2008, los habían atraído a ellos y a muchos otros viajeros del Sur global a Quito.

A lo largo de los años, conocer las experiencias de viajeros en Quito y en Dakar motivó una reflexión sobre el concepto “errancia” como alternativa para entender el viaje interrumpido y la espera a medio camino. En el diccionario, los significados del término errancia aluden al “andar sin rumbo fijo”, a la aventura, al viaje y al error. Estos elementos se relacionan con los bucles en las rutas de nuestros interlocutores y sus desviaciones del rumbo esperado; con su temeridad y con las formas de fraude a las que quedan expuestos produciendo desconfianza e incertidumbre en la búsqueda de una salida.

En el ámbito académico, el concepto errancia ha sido trabajado por los estéticos franceses, quienes la definen como la “búsqueda del lugar aceptable” (Laumonier 1997; Depardon 2003). Esta perspectiva nos es útil pues desarrolla también la noción de “otraparte” como mecanismo que impulsa la errancia. La otraparte resuena con la persistencia de nuestros interlocutores para buscar nuevos posibles destinos cuando los proyectos para retomar el viaje se desvanecen. De modo más general, partimos de una concepción de la vida humana como asociada al movimiento. Retomamos a (De Genova 2010, 39), quien afirma que la vida humana es “inseparable de la capacidad desinhibida para moverse, una premisa necesaria para el libre y resuelto ejercicio de los poderes creativos y productivos [de los seres humanos]”2.

Varios autores han señalado la inadecuación del concepto migración para explicar las incertidumbres que rodean la movilidad humana en el mundo contemporáneo, especialmente su amarre al Estado-nación. Según los autores del transnacionalismo, es común equiparar las ideas de Estado-nación y sociedad, circunscribir el análisis a sus fronteras territoriales y asociar a la identidad nacional las diferencias culturales implicadas en el desplazamiento (Levitt y Glick-Schiller 2004). Pero estos mismos autores reconocen las dificultades para producir conocimiento que no cuestione la existencia empírica del Estado-nación (Whitehouse 2012, 16): es paradójico que “el propio nombre de ‘transnacionalismo’ ponga a la ‘nación’ por delante de otras distinciones geográficas o culturales”. Un factor que dificulta deshacer este amarre es la estrecha relación entre teoría de la migración y políticas gubernamentales (Sayad 2018; De Haas 2014). Es por esto que se hace necesario multiplicar las herramientas conceptuales con las que se piensa la movilidad humana.

En el caso de los africanos varados en Dakar y de quienes lograban cruzar el Atlántico para llegar a Quito, el concepto errancia fue la alternativa para acercarnos a su movimiento. La mayoría de los que llegan a esta ciudad viven en la zona Sur, pero algunos lugares importantes para la socialidad -iglesias evangélicas, restaurantes y bares- están ubicados en los alrededores de la Avenida Amazonas, un nodo en la ciudad en el que tienen presencia tanto turistas del primer mundo como viajeros del Sur global. La etnografía en Quito se centró en un restaurante llamado “Casa del Ají”, el cual estuvo funcionando hasta 2016. Prince nos puso en contacto con Lenny, su administrador, un hombre bajito, calvo y sonriente que nos dio una calurosa acogida en su negocio.

A través de Lenny fue posible conocer africanos con diferentes trayectorias de vida, edad y tiempo de permanencia en Quito. En algunos clientes se notaba la familiaridad con el lugar: llegaban al restaurante acompañados de sus esposas africanas o ecuatorianas, saludaban efusivamente a Lenny y Ruddie, su compañero de trabajo, y estrechaban manos con muchos de los otros clientes. Por el contrario, en otros se notaba el hecho de ser recién llegados pues su comunicación con Lenny y Ruddie era menos fluida, buscaban informarse sobre asuntos de adaptación básica como la forma de activar sus celulares y los lugares para cambiar dinero. También querían saber sobre cómo seguir el camino. Las actitudes de los clientes de “Casa del Ají” dan cuenta de elementos para la comparación de las formas en que nuestros interlocutores en Dakar y Quito se relacionaban con el viaje y la espera. Mientras unos seguían el camino hacia Estados Unidos o el Cono Sur, otros se quedaban articulándose a las ofertas de trabajo locales, que oscilan entre empleos poco lucrativos como la construcción, los servicios a la comunidad africana (por ejemplo, restaurantes, peluquerías, bares) y las actividades clandestinas relacionadas con el comercio transfronterizo; finalmente los intentos de quedarse de otros cuantos eran infructuosos, y como opciones se les presentaba seguir o devolverse. Dos elementos adicionales nos sirven de puntos de comparación: el rol que tienen los papeles (pasaportes y visas) en la construcción de las trayectorias y las formas de socialidad que se establecían con los anfitriones ecuatorianos y con otros miembros de la comunidad africana.

Este artículo busca analizar las transformaciones de la errancia entre aquellos que como Prince consiguen cruzar el océano Atlántico y llegan a tierras suramericanas. Para ello, se pregunta en un primer momento por los marcos jurídicos de Colombia y Ecuador, y la manera en que buscan regular las trayectorias de los africanos. Establece también, en un segundo momento, un paralelo entre Quito y Dakar reflexionando en torno a la migración y sus limitaciones para pensar la movilidad humana. Se abordan dos momentos: la travesía y la espera, y dos elementos que posibilitan ambos estados de movimiento: los papeles y la socialidad. El artículo cierra comparando las formas en que la errancia emerge en Dakar y Quito.

La ciudadanía universal ecuatoriana en el contexto andino

Después de considerar varias opciones en Dakar, Prince eligió Ecuador para continuar su viaje y poner fin a su espera de casi dos años. Ecuador era en ese tiempo el único país en América Latina que no le exigía visa de entrada. Como muchos, aterrizó en Quito en el 2011 sin tener un contacto fijo (solo historias de otros antes que él que se habían quedado sin mayores problemas) y le pidió a un taxista en el aeropuerto que lo llevara a donde hubiera africanos. El taxista lo dejó en la Avenida Amazonas, en el restaurante “Casa del Ají”, donde rápidamente hizo amigos y estableció contactos para trabajar. Durante ocho meses vivió en Quito, luego viajó a Colombia y buscó por dos años establecerse allí, pero múltiples obstáculos le impidieron obtener los papeles necesarios para prolongar su estadía. En el 2014 tuvo que volver a Nigeria para intentar tramitar desde allí los documentos que le permitirían obtener la residencia en Colombia.

En 2015, emprendimos un viaje a Quito para volver sobre los pasos de Prince. Cuando llegamos, notamos que la comunidad africana se destacaba entre toda la población extranjera. Nigerianos, cameruneses, congoleses, ghaneses, senegaleses, malienses y sudafricanos transitaban por la Avenida Amazonas con atuendos y gestos que contrastaban con la introversión de los quiteños. Mientras que algunos estaban establecidos y desempeñaban trabajos fijos, otros buscaban empleo y otros iban y venían haciendo contactos para seguir la ruta hacia Estados Unidos.

Tanto Prince como la comunidad de africanos que encontramos en Quito fueron atraídos a este paraje en el corazón de los Andes por la flexibilidad de las políticas migratorias amparadas en una filosofía de ciudadanía universal y libre movilidad. Según la Constitución de la República de Ecuador, estos principios se fundamentan en “[...] el progresivo fin de la condición de extranjero como elemento transformador de las relaciones desiguales entre los países, especialmente Norte-Sur” (Constitución Ecuador 2008, art. 416 numeral 6). Este avance constitucional hizo de Ecuador un lugar de paso para muchos cubanos, haitianos, africanos y asiáticos que deseaban llegar a Estados Unidos. Este aumento del flujo migratorio afectó directamente a otros países que no tenían tanta apertura en términos legislativos, y cuyas iniciativas de regulación de la movilidad se reducían a la protección de la seguridad nacional o a la flexibilización de las disposiciones migratorias para el ingreso de inversionistas.

Colombia, por ejemplo, es un paso obligado para los viajeros que deciden llegar a Estados Unidos por vía terrestre; a pesar de esto, el país no cuenta con una ley o un estatuto de migración que garantice un enfoque de derechos en el trato a los viajeros. El territorio nacional solo tiene una serie de decretos3 que dictan procedimientos y condiciones para la obtención o cancelación de visas y permisos, mas no tiene disposiciones legales que garanticen la protección y defensa de los derechos de los migrantes. Esta ausencia de un marco legal y jurídico claro para el tratamiento de la migración en Colombia deja en manos de un ente administrativo4 decisiones que requieren el estudio y la intervención de otras entidades estatales, generando así menos garantías para los viajeros (Sánchez 2014).

En el 2016 el Gobierno de Panamá cerró la frontera con Colombia frenando el paso de estas personas mientras buscaba soluciones para quienes ya estaban estancados en su territorio (Portafolio 2016). Las noticias de viajeros esperando en el municipio de Turbo (Antioquia) (el lugar más al norte al que se puede llegar por la carretera Panamericana) inundaron los medios de comunicación colombianos. Migración Colombia abordó este flujo desmedido5 como un problema de redes de tráfico de migrantes (El Tiempo 2016a). Su mecanismo de confrontación fue la deportación voluntaria, y obligatoria después de un tiempo, a los lugares de procedencia de cubanos, haitianos y africanos que se encontraban en Turbo (El Tiempo 2016b). En el caso colombiano, las medidas iban dirigidas a restringir la libre movilidad humana, y no a buscar mecanismos que confrontaran las redes de tráfico de migrantes que se consolidaron en toda Latinoamérica. En contraste, las autoridades migratorias de Panamá́ enfrentaron la crisis de los migrantes en su territorio mediante estrategias que les permitieran a los viajeros seguir su camino, por ejemplo, pagaron a algunos de ellos tiquetes de avión a México (Portafolio 2016).

Las tensiones que provocaba el paso de africanos ya habían sido abordadas por el Sistema de Integración Centroamericana (SICA), el cual presionó desde 2010 a Ecuador para que empezara a solicitar el visado a personas de Afganistán, Bangladesh, Eritrea, Etiopía, Kenia, Nepal, Nigeria, Pakistán, Somalia y Senegal, y en noviembre de 2016, a personas de Cuba. “En ambos casos la invocación de los riesgos del tráfico y el coyoterismo, han constituido el argumento justificativo para la imposición de visado como mecanismo de contención de flujos migratorios con finalidades de tránsito hacia Estados Unidos” (Correa 2016, 14). La presión de otros países fue reduciendo poco a poco la apertura que tenía Ecuador para viajeros que veían en la ciudadanía universal una posibilidad de buscar un lugar en dónde establecerse. A esto se le sumaba la contradicción que representaba, por un lado, contar con un principio constitucional que estimulaba la llegada de viajeros de varias partes del mundo y, por el otro, tener vigentes las leyes migratorias de 19716. En aeropuertos y fronteras terrestres estas leyes eran utilizadas ocasionalmente para impedir la entrada de viajeros (Correa 2016, 14). Sin embargo, y como respuesta a dicha contradicción, el 5 de enero del 2017 entró en vigencia la Ley Orgánica de Movilidad Humana (LOMH) en Ecuador, la cual deroga principios inconstitucionales de las otras leyes migratorias e integra en un solo cuerpo legal todas las disposiciones referentes a la regulación y el control de la migración (Ministerio de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana 2018). En el caso colombiano, el tratamiento de la migración sigue a la espera de un enfoque que le permita concebir al viajero como un sujeto de derechos (Sánchez 2014 ).

Los trabajos académicos tampoco han contribuido sustancialmente a la comprensión del fenómeno. Pocos han sido los estudios alrededor de la situación de los inmigrantes que llegan a Colombia pues la mayor parte se enfoca en el punto de vista del emigrante, es decir, en las dinámicas de los ciudadanos colombianos que se instalan y laboran fuera del país (Ardila 2006; Cárdenas y Mejía 2006; Mejía 2012; Palma 2015; Guarnizo 2006). Estos estudios hacen un especial énfasis en los emigrantes colombianos y en las dinámicas que generan tanto dentro como fuera del país. Las remesas, las condiciones laborales, las causas de la salida (entre las cuales se destaca el conflicto armado) y los lugares receptores de estos ciudadanos son los principales focos de aproximación de los estudios, dejando por fuera a los inmigrantes que circulan o llegan a instalarse en nuestro país.

Los estudios alrededor de los flujos de viajeros del Sur global por Ecuador también son escasos. Algunos acercamientos (CEAM 2010; Flacso 2011; OIM 2013) señalan que desde el 2008 ha habido un aumento de flujos migratorios extracontinentales en América del Sur y Centroamérica, reconociendo a Ecuador como una de las principales entradas de africanos y asiáticos al continente. Los acercamientos realizados por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), en 2011, y por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en el 2013, reconocen la incidencia de la declaratoria constitucional de ciudadanía universal de Ecuador en la consolidación de estas rutas migratorias, pero a su vez señalan las contradicciones presentes en una política que abre las puertas a personas de otras nacionalidades, pero que no ofrece las garantías necesarias para su bienestar. Otros estudios como el de Ahmed Correa (2016) abordan los retrocesos en esta política pues siguen aplicándose procesos selectivos que niegan o aceptan la entrada de ciertas personas al territorio ecuatoriano. La imposición de visas a algunas nacionalidades deja entrever, según el autor, cuáles personas son deseadas o no en el país que promulga constitucionalmente la Ciudadanía Universal.

A pesar de las restricciones de esta política, Ecuador representa una excepción respecto a las libertades migratorias que contempla, pues las estrictas legislaciones de países como Colombia siguen impidiendo el tránsito y la llegada de los migrantes del Sur global. Es en esta perspectiva que la errancia, propuesta conceptual de este artículo, se hace relevante. Este concepto entiende la movilidad humana como algo que va más allá del punto de partida o llegada; no reduce la identidad de quienes viajan al criterio de la nacionalidad; no da por sentada la correspondencia entre documentos, ciudadanía y pertenencia a un Estado-nación; y por último, cuestiona la tendencia a limitar sus motivaciones a factores como la penuria económica o la persecución.

En el caso de Prince, Ecuador no es el punto final donde terminaría su errancia. Los bajos salarios trabajando primero como obrero y luego como administrador de un bar llevaron a Prince a buscar otro lugar para instalarse. Llegó a Colombia en el 2012 y en el 2014 tuvo que devolverse a Nigeria, su país natal, a fin de obtener los papeles necesarios para tramitar la residencia y volver a Colombia. En el 2015 viajó a Dubái y durante un par de meses trabajó con el fin de recoger el dinero suficiente para el tiquete. A finales del 2015 lo recibimos en Colombia, y hasta ahora su historia, al igual que muchas otras, guía nuestra reflexión alrededor del lugar de la errancia en Latinoamérica.

La errancia en Quito

En Dakar, el concepto errancia surgió de encontrar elementos comunes en las trayectorias de refugiados y migrantes: la aspiración a llegar a un destino sin coordenadas fijas -una “otraparte”-, los cambios de ritmo en la búsqueda de formas de continuar el viaje; los fraudes con documentos de viaje, dinero y tiquetes (Echeverri 2016 ); y el carácter solitario de la experiencia de viaje, marcada por relaciones de proximidad y distancia con familiares, amigos y anfitriones, en el lugar de origen y en el de llegada. Hacer etnografía en Dakar consistió principalmente en describir la espera, lo que permitió distinguir la errancia de otros conceptos como el nomadismo7 que hacen énfasis en la ausencia de límites y horizontes.

Aunque los africanos que esperaban en Dakar para continuar el viaje no tenían rumbo fijo, su propósito era claro: encontrar paz, alternativas económicas y respeto a la dignidad. La investigación en Quito consistió en un acercamiento a las condiciones que propician la travesía y, también, a nuevas situaciones de espera.

Para iniciar esta discusión, vale la pena preguntarse por el significado de tres estados de movimiento: la espera, la travesía y el quedarse. Es difícil distinguir en dónde comienza uno y se acaba otro. En relación con la travesía, señalar el punto de partida y el punto de llegada no necesariamente implica su final. Hay viajeros que son deportados después de llegar a su destino, pero regresar al punto de origen no es el fin de la travesía. Ser devuelto puede convertirse en un momento más de la errancia. Podemos deducir de esto que los tiempos que componen cada parte del movimiento los definen el viajero y las circunstancias que lo rodean. En Dakar nos encontramos con personas que esperaron quince años para continuar el viaje, y en Quito, a otros que decidieron quedarse al poco tiempo de haber llegado. En todas las situaciones observadas, dos elementos eran determinantes: los papeles y las formas de socialidad. Los primeros representan la relación -en constante disputa- con el Estado, y las segundas, los vínculos que emplean los viajeros por fuera de este.

Papeles

En “Casa del Ají” conocimos a Astrid y Charlie, dos primos cameruneses que habían llegado recientemente a Quito en busca de un lugar donde instalarse. Nuestras primeras conversaciones fluyeron con facilidad pues estábamos rodando el documental sobre el viaje de Prince, y Charlie es un realizador audiovisual experimentado que se acercó curioso cuando nos vio con cámaras en el restaurante. Poco a poco ellos dos se volvieron interlocutores claves en la pieza audiovisual, pero también en el ejercicio etnográfico que nos propusimos en Quito. En una ocasión tuvimos la idea de rodar una conversación alrededor de la incidencia de los pasaportes para viajar. Astrid y Charlie aceptaron estar en la escena, e incluso convencieron a tres amigos más de que compartieran sus historias.

En la mesa de un bar nos sentamos una tarde a conversar cuatro cameruneses, un senegalés y uno de nosotros, un colombiano. En el centro había cinco pasaportes de nacionalidades diferentes. En un momento de la conversación, Daniel, un camerunés que había trabajado en un barco petrolero, tomó un pasaporte al azar y afirmó:

Daniel: El pasaporte es para viajar. Si tú consigues un pasaporte visado entonces puedes viajar. Si tú puedes conseguir dinero entonces tú puedes viajar…, no veo… Yo no veo, no [sé] por qué tiene que haber una diferencia.

Otro camerunés llamado Michel, un hombre grande y fornido que prefirió ocultar su rostro en la grabación, interrumpió a Daniel en su afirmación:

Michel: Todos somos iguales en el mundo, tú puedes ir a cualquier parte del mundo, mira este -tomando un pasaporte- de Estados Unidos, con este tú puedes ir a cualquier lado del mundo y ¿por qué? Jonathan-investigador [entre risas]: porque son ricos y poderosos.

Todos asienten y Michel toma una vez más el pasaporte de Estados Unidos y lo ubica junto al pasaporte de Senegal.

Michel: Mira, este no tiene permitido ir a cualquier lugar [señala el pasaporte senegalés], es el mismo pasaporte. Es lo mismo: son solo papeles.

Daniel repite la frase de Michel “son solo papeles”, mientras manipula los pasaportes que estaban en la mesa. Les pedimos que los ordenen empezando por el que consideran que facilita más sus viajes. De primero ponen el de Estados Unidos y le siguen el de Ecuador, Camerún, Senegal, y en último lugar el de Colombia.

Este episodio recoge un aspecto clave de la relación que nuestros interlocutores tenían con los papeles. Una propiedad que comúnmente se les atribuye a los papeles es la relación fija y estática entre documentos, personas e identidad nacional. Al ordenarlos, nuestros interlocutores reproducían las jerarquías de viaje que se desprenden del sistema de control de la movilidad. A su vez, al decir “Son solo papeles” reconocían que podían ser instrumentalizados de acuerdo a los objetivos del viaje, desafiando, así, dichas jerarquías.

En sus historias de viaje, nuestros interlocutores decidían no llevar sus documentos o adquirían documentos que, posteriormente descubrirían, eran falsos. En otras ocasiones gestionaban con persistencia diferentes tipos de visas, solicitudes de refugio, salvoconductos, y buscaban nacionalizarse; todo esto teniendo conciencia de la función de los papeles en su espera o travesía. Ruddie, por ejemplo, contaba con un pasaporte de Nigeria, pero vivió durante cinco años en Quito esperando conseguir uno ecuatoriano. En 2016 logró casarse con una mujer del país y, así, obtener los papeles necesarios para buscar otros lugares que ofrecieran alternativas de trabajo mejor remunerado. Actualmente vive en Corea del Sur.

A través de los pasaportes los individuos adquieren una serie de derechos y garantías que se desprenden del Estado-nación en el que nacieron; es este Estado-nación el que emite el documento, es decir, la pertenencia nacional (Ho 2006). En el caso de Ruddie, nuestro interlocutor toma prestadas esas garantías de otro Estado, poniéndolas en función de su plan de viaje. Otro ejemplo es el de Prince, quien nació en Nigeria, pero para llegar a Ecuador utilizó un pasaporte de Sierra Leona, el cual le permitió ingresar al país andino sin ningún tipo de restricción. En estas dos experiencias las pertenencias que los pasaportes representan no son fijas, los viajeros las cambian según las oportunidades que ellas les den. Algo similar ocurre con las categorías de migrante y refugiado. Tanto en la teoría clásica de la migración como en las definiciones institucionales, estas categorías son difícilmente intercambiables. Un refugiado es alguien que se desplaza en contra de su voluntad (De Haas 2014, 7), perseguido por sus convicciones políticas, religiosas, sexuales, o por su procedencia étnica. El migrante, por el contrario, decide partir voluntariamente y sus motivaciones son entendidas como el resultado de lógicas económicas de maximización de la relación medios-fines. En las historias de viajeros en Dakar y Quito encontramos que una misma persona podía apelar en ciertos momentos de su vida al estatuto de refugiado y en otros momentos al de migrante para lograr moverse.

Estas y otras categorías del universo teórico de la migración -como, por ejemplo, emigrante e inmigrante- dan cuenta de la estrecha relación que este campo académico tiene con las políticas gubernamentales (Sayad 2018; De Haas 2014) pues son usadas para controlar las trayectorias de quienes sobrepasan las fronteras nacionales.

Tanto en las experiencias que conocimos en Dakar como en Quito, los papeles se convierten en dispositivos que materializan la concepción de migración del Estado, concepción burocrática y arbitraria distante de la experiencia real de movimiento de la gente (Herrera 2006). Hacer de los papeles algo intercambiable, moldeable e incluso descartable da cuenta de que los mecanismos utilizados por los viajeros exceden las características que buscan estandarizar la movilidad humana.

Socialidades

Las formas en que nuestros interlocutores movilizaban lazos familiares, étnicos y religiosos en Quito y Dakar se diferencian en varios aspectos. En general, se puede decir que en Dakar, el sentido de comunidad se nutría más de la identidad nacional. En Quito, por el contrario, las personas se sentían convocadas por su procedencia africana y había espacios que atraían, incluso, a migrantes de otras nacionalidades (colombianos, dominicanos, haitianos, venezolanos y cubanos). Otra diferencia tiene que ver con el carácter solitario del viaje y con el asentarse. En Dakar, la mayoría de nuestros interlocutores eran hombres y evitaban emparejarse con mujeres senegalesas. En Quito, por el contrario, algunos africanos tenían esposas ecuatorianas o habían hecho traer a sus esposas africanas, al parecer para establecerse allí. En esta ciudad encontramos tres espacios en los que transcurre la cotidianidad de los africanos: el restaurante, que ya hemos descrito, el lugar de culto y la discoteca. Estos lugares evidencian otras similitudes y diferencias entre las formas de socialidad en Quito y Dakar.

“Casa del Ají” era un espacio de encuentro privilegiado para los africanos en Quito. La mayor parte de sus clientes eran de la etnia igbo y había también clientes yorubas. Las habilidades culinarias de Lenny y Ruddie eran muy apreciadas pues sabían adaptar las recetas nigerianas a la oferta de ingredientes ecuatorianos. Las conversaciones eran en igbo, en pidgin nigeriano y en inglés. Sin embargo, el restaurante también congregaba a africanos francófonos: congoleses, senegaleses y malienses. En este espacio se activaban lazos étnicos, nacionales y panafricanos para dar consejos, hacer contactos y cerrar negocios. En Dakar, por el contrario, la identidad étnica y nacional creaba formas de socialidad más exclusivas, y las relaciones panafricanas tenían menos fuerza que en Quito. Un factor que posiblemente influye en esto es el hecho de estar por fuera del continente africano, y, en consecuencia, pasar a ser minoría.

En cuanto a la discoteca, esta se diferenciaba del restaurante en que era frecuentada por personas no africanas, en su mayoría mujeres, sin un estatus migratorio privilegiado: haitianas, cubanas, venezolanas, colombianas y dominicanas. Las únicas personas de nacionalidad ecuatoriana que asistían a estos espacios eran las esposas de los africanos. Nuestros interlocutores se quejaban de la falta de hospitalidad y sinceridad de los ecuatorianos, de la misma manera que los viajeros en Dakar se quejaban de sus anfitriones senegaleses.

En “Casa del Ají” conocimos al pastor de la iglesia “Cristo Sana y Salva”, lugar de culto ubicado cerca de la Avenida Amazonas. En el interior del templo, las banderas que colgaban en la pared detrás del atril recordaban las diversas procedencias de los feligreses: colombianos, ecuatorianos, venezolanos, congoleses, ghaneses y otros anglófonos de África Occidental. El pastor, un congolés que llevaba varios años viviendo en Quito, y que predicaba en español, hacía énfasis en la importancia de la fe que necesitan los viajeros para alcanzar sus metas y cumplir con las expectativas de sus parientes: “Imagina que la fortuna de la familia es 5.000 dólares, que la familia vende todo lo que tiene para hacerle viajar, para buscar día mejor afuera. Si llega acá y no tiene de Dios no va a obtener nada... la familia verá perdido todo” (Pastor de la iglesia Cristo Sana y Salva, Quito, junio de 2015). La importancia de la intercesión divina era también común entre los interlocutores en Dakar: la fe, la oración y las comunidades religiosas les ayudaban a tener paciencia para soportar la espera en Dakar y renovaban sus esperanzas de partir.

En las socialidades de la iglesia, el restaurante y el bar, la familia de origen no participa de manera directa. Sin embargo, es una fuente muy importante de apoyo pues aporta recursos para la partida, pero también en momentos críticos del viaje, como ocurría en Dakar. En el caso de Astrid y Charlie, un pariente cercano que vive en Estados Unidos hace largo tiempo y tiene visa de residencia los ayudó económicamente con la solicitud de asilo ante las autoridades de este país. La familia en Camerún también prestó apoyo económico y moral para el viaje. Por el contrario, las parejas que se formaban en Quito y su descendencia estimulaban a los africanos a echar raíces. Estas formas de socialidad crean opciones para prolongar la espera o interrumpirla.

La travesía

Al comienzo de su estadía en Quito, en mayo de 2015, Charlie y Astrid no tenían muy claro si quedarse allí o seguir la ruta, pero después de aproximadamente dos meses decidieron tomar rumbos diferentes: Charlie se quedó e invirtió en el negocio de un hostal y Astrid continuó su viaje hacia Estados Unidos. En esa época ya empezaban a aparecer noticias sobre la violencia de los “exparamilitares” que se habían dedicado en Colombia al coyoterismo y monopolizaban el tránsito desde Rumichaca (en la frontera colombo-ecuatoriana) hasta la selva del Darién (la frontera entre Colombia y Panamá). Estas advertencias no disuadieron a Astrid, quien intentó dos veces cruzar desde Tulcán (Ecuador) hacia Colombia por el paso de Rumichaca. La primera vez lo hizo por su propia cuenta, pero la devolvieron. La segunda vez pagó y pudo llegar a Colombia. Supimos que lo había logrado un mes más tarde a través de una llamada por Skype, en la que nos contó que estaba en Paso Canoas, un poblado en la frontera entre Panamá y Costa Rica. Desde Rumichaca había viajado por vía terrestre hasta Turbo (Antioquia), donde comenzó un trecho en lancha y a pie por la selva del Darién en un grupo de aproximadamente cien personas guiado por coyotes. Astrid envió por WhatsApp fotos y videos de personas que podrían ser africanas, caribeñas o del Indostán caminando por la orilla de un río en medio de la selva, haciendo fila para recibir comida y embarcándose en una canoa. Solo en una imagen de video aparece otra mujer, además de ella. Un par de días después de hablar desde Paso Canoas, Astrid se comunicó de nuevo por Skype desde un lugar en Nicaragua, donde la travesía se detuvo por un mes, y luego desde Ciudad de México. Después desapareció otra vez por algunos meses y volvió a aparecer sana y salva entre sus parientes en Estados Unidos.

Entretanto, la vida para Charlie en Quito se complicó. Tuvo problemas con su socio, perdió dinero, y seguir a Astrid se convirtió en su única opción. Charlie no se comunicó durante la travesía, pero supimos que logró llegar a Estados Unidos. Hablamos con él después de algunos meses de estar viviendo allí, en marzo de 2017. No quería recordar en detalle la experiencia pues todavía no lograba asimilarla. Había escrito un diario durante la travesía que fue su forma de escape. Lo había escaneado para no perderlo y nos lo mostró, pero no quería leerlo ni dejarlo leer por otros. Charlie habló de los abusos durante el viaje por parte de personas del común, transportadores, fuerzas del orden y coyotes que cobraban tarifas excesivas por todo tipo de transacciones aprovechando que los viajeros desconocían las tasas de cambio y el idioma8. Nos contó también que, cruzando el golfo de Urabá, estuvo a punto de perder la vida pues la lancha en que viajaba se volcó debido a la marea. Mientras esperaban ser rescatados por horas aferrados a la lancha, una viajera murió. Los relatos de viajeros y turistas que frecuentan la zona cuentan que es común encontrar huesos humanos en las trochas del Darién.

La ayuda estatal a lo largo de la travesía por Colombia es escasa o nula. Mientras que la presencia del Estado colombiano se limita a expedir un salvoconducto en Turbo, en otros países de la ruta, como Panamá, declararse refugiado permite acceso a centros de acogida. Un aspecto que llama la atención, según nos contó Charlie, es que en diferentes momentos de la travesía por América Central, las autoridades migratorias de países como México y Panamá, en asocio con las estadounidenses, verifican la identidad, y hacen triangulación de perfiles peligrosos (teniendo en cuenta asociaciones entre ciertas nacionalidades y actividad terrorista) y un registro fotográfico de los viajeros en su recorrido.

Las historias de Charlie y Astrid dan cuenta de una travesía poblada de peligros que ponen a quien viaja en un constante estado de alerta. Cada decisión tomada durante la travesía puede conllevar una nueva espera, una vuelta en reversa o incluso la muerte. Estos elementos que componen la travesía encajan difícilmente en los presupuestos de la teoría de la migración, para la cual el acto de moverse se reduce a lo que ocurre en el punto de partida y en el de llegada. La travesía no tiene valor en sí misma, se aplana. Básicamente es entendida como un “paso entre dos puntos”, pero como lo evidencian las historias de Astrid, Charlie, Prince y Ruddie, se trata de un espacio en el que se juegan la vida y la posibilidad de llegar. Incluso, en algunos casos, la trayectoria se convierte en una forma de habitar (Dumans 2013 ).

El diagnóstico realizado por la Flacso, antes mencionado, anota algunos apuntes alrededor de la travesía, avanzando hacia una concepción más compleja del fenómeno. El estudio propone un acercamiento a lo que denomina “migración extracontinental”, no desde rutas fijas sino desde “múltiples plataformas migratorias y puntos intermedios” (2011, 19). Divide la experiencia de viaje en cuatro puntos: plataformas de entrada, plataformas de salida, puntos de llegada y sitios de paso. Sin embargo, no realiza un análisis profundo de cada uno de estos puntos y de su incidencia en la experiencia del viajero. Esta visión no tiene en cuenta cómo los marcos jurídicos de cada país estructuran dichos puntos y crean categorías como “migrante clandestino”, “solicitante de asilo” y “refugiado”. De este modo, los Estados desdibujan su responsabilidad en la creación del fenómeno que pretenden controlar.

Al contrastar las travesías que pasan por Dakar con las que pasan por Quito se evidencian tendencias en la regulación de la movilidad a nivel global. Es el caso de las fronteras de Estados Unidos, donde los programas de deportación implementados por Guatemala y México desde el 2001 son ejemplos de la creación de una “zona expandida de amortiguación de seguridad gradual”, según De Genova y Peutz (2010, 5). Algo similar ocurre en el caso de la Unión Europea. Diferentes autores han mostrado cómo en este contexto, los controles migratorios, en lugar de obstruir la entrada de personas, permiten “dosificar” la cantidad de mano de obra que entra allí. Por ejemplo, Papadopoulos, Stephenson y Tsianos afirman que los campos de detención a orillas del mar Egeo “marcan una geografía provisional de estaciones a lo largo de diferentes rutas de migrantes”. Estos campos “funcionan menos como un bloqueo dirigido en contra de la migración, que como un tiquete de entrada al siguiente trecho del viaje” (2008, 193).

La historia de viaje de Astrid parece funcionar de un modo similar al descrito por estos autores. Ella permaneció por variados períodos en centros de detención en Panamá, Nicaragua, y finalmente en Estados Unidos. Mientras que la utilización de la fuerza de trabajo que representa Astrid fue diferida y finalmente puesta en uso, en el caso de Daniel, el camerunés que trabajó en un barco petrolero, su fuerza de trabajo se descartó. Después de hacer un recorrido similar al de Astrid, llegó a Estados Unidos, donde permaneció un año en un centro de detención. Al cabo de ese año fue deportado a Camerún.

Esperar y quedarse

El contexto etnográfico al que nos aproximamos en Dakar era una interrupción del viaje a medio camino prolongada indefinidamente. No se sabía bien cuándo la espera se terminaría. Mientras que solo un puñado de interlocutores logró reanudar el viaje después de dos años en Dakar, otros debieron esperar por más de siete años. Esta vida en la que las aspiraciones se posponen está marcada por formas particulares de experimentar el tiempo y el espacio. El tiempo para nuestros interlocutores se expandía y se contraía de acuerdo con las opciones para continuar el viaje que aparecían en el horizonte y los recursos para hacerlas efectivas. A estos cambios de velocidad en la vida cotidiana los denominamos “ritmos espasmódicos”.

En cuanto al espacio, en Dakar había una relación particular con el lugar de destino, que ya denominamos “otraparte”, un lugar sin coordenadas fijas que condensaba las aspiraciones de nuestros interlocutores. Además de los destinos más comunes, como Estados Unidos o Europa, otros países en el Sur global aparecían en sus horizontes de viaje, ya sea como parte de rutas más largas, o como destinaciones en sí mismas. Países como Corea del Sur, Singapur, Emiratos Árabes, Barbados, Ecuador, Argentina, Brasil y Sudáfrica se perfilaban como opciones, puesto que no exigían visado para ciertas nacionalidades africanas u ofrecían facilidades para obtenerlo9.

Quito hace parte de rutas de africanos, asiáticos y caribeños que se desvían antes de dirigirse hacia otros destinos en América del Norte y del Sur, pero quedarse allí es también una opción que muchos exploran. Las posibilidades de empleo que Quito ofrece a los africanos se reducen a prestar servicios a la comunidad africana en restaurantes, bares, barberías y negocios de telefonía, y a ocupaciones en el campo del comercio transfronterizo, las cuales producen más ganancias, pero son mucho más riesgosas. Estas condiciones hacían que para nuestros interlocutores en Quito la experiencia cotidiana de espacio y tiempo se diera de forma diferente a como se daba en Dakar. En general, conseguían reanudar el viaje más rápido y su lugar de destino tenía coordenadas más precisas: la mayoría viajaba hacia Estados Unidos, y el resto, hacia destinos en el Cono Sur como Argentina o Chile, y también a Brasil. En el caso de Brasil, a partir de la crisis económica y política, que tuvo su clímax en 2016 con el golpe que depuso a Dilma Rousseff, algunos de los que habían llegado allí desde Ecuador regresaron para tomar la ruta en dirección norte.

Estas condiciones alrededor de detenerse en Quito también dificultaban la decisión de esperar o quedarse. Tres factores que condicionaban esta decisión eran las relaciones de pareja, los hijos y los papeles. Algunos interlocutores se enamoraban al poco tiempo de llegar y afirmaban que querían quedarse, pero debían modificar sus planes un tiempo después ante las pocas opciones de trabajo. Unos pocos se quedaban de modo definitivo al tener hijos pues lo consideraban una gran responsabilidad. Finalmente, otros más, aunque tenían trabajo y habían vivido en Quito por varios años, veían su estadía como una espera para obtener la nacionalidad y poder continuar el viaje. Aunque los criterios económicos no se pueden dejar de lado para entender la decisión de quedarse o esperar, estas dinámicas dan cuenta de cómo las decisiones obedecían lógicas diferentes de la eficiencia en la relación medios-fines.

Conclusiones

Esta reflexión sobre la errancia surgió de los encuentros etnográficos con viajeros africanos en Dakar y Quito. Un punto importante en dicha reflexión tiene que ver con el alcance explicativo de los conceptos. Retomamos la posición de Deleuze y Guattari, según la cual, en lugar de representar múltiples casos, los conceptos están amarrados espacial y temporalmente al evento del que surgen (Deleuze y Guattari 2005, xiii). Etnografiar la travesía y la permanencia en Quito suscitó preguntas por las transformaciones de la errancia: ¿Qué relaciones se tejen entre la movilidad humana y los marcos legales y jurídicos que buscan regularla? ¿En qué medida el cruce de fronteras trastoca las conexiones entre individuos, identidad nacional y documentos? ¿Qué peligros y formas de solidaridad habitaban la ruta? ¿Qué pasa cuando la gente llega a otraparte? ¿Aparecen nuevos destinos en el horizonte convirtiendo el lugar de llegada en una nueva interrupción antes de llegar al destino final del viaje?

Los derechos y las garantías, el señalamiento y la persecución a viajeros, dan lugar a prácticas estatales que parten de una visión limitada de la movilidad. Las formas de control que crea el Estado para regular, e incluso coartar el movimiento, generan una serie de prácticas clandestinas que convierten al viajero en un sujeto vulnerable y sospechoso. Mientras que en Senegal una buena parte de los africanos podía circular sin visa y en Ecuador había un principio constitucional que les daba algunas garantías, en Colombia se veían sometidos a controles que negaban su condición de sujetos de derechos. Esto influía en la clandestinización. Fueron múltiples las historias de africanos que se sometieron a situaciones límite para cruzar las fronteras. Por ejemplo, un ghanés que conocimos en Quito murió en la selva del Darién llegando a la frontera de Colombia con Panamá. Nuestros interlocutores decían que su muerte se debió a que no tenía el suficiente dinero para viajar, sugiriendo que su deceso no fue por razones naturales.

Las diferencias en las formas de control a lo largo de la ruta influenciaban la relación con los papeles (visas, pasaportes, salvoconductos) de un modo similar. En ambos lugares, la instrumentalización de los papeles en función de las necesidades de la travesía o la espera era una parte clave de la errancia. Sin embargo, mientras que en Dakar y Quito había mecanismos para intercambiar los papeles y la nacionalidad (aunque en el segundo caso más informales que en el primero), en la ruta hacia Estados Unidos era necesario hacerlos desaparecer pues descubrir la nacionalidad del viajero podía significar su deportación.

En cuanto a las socialidades, un elemento constante en Dakar, en Quito y en la travesía es su importancia para gestionar el viaje y garantizar que se reanude. Es más, ellas mantienen la independencia del movimiento con respecto al Estado, de un modo similar al que plantea Tarrius (2015) cuando describe los territorios circulatorios en los que mercancías y personas se mueven entre Asia, África y Europa. La socialidad y solidaridad panafricanas no se constituyen solo desde la nación. Sin embargo, mientras que en Dakar las solidaridades se expresaban con los compatriotas y en Quito estas se extendían a nivel panafricano, en la travesía se establecían relaciones efímeras con los compañeros de ruta y con locales que los auxiliaban en algunos momentos del viaje (Valenzuela 2018 ).

Finalmente, con respecto a la travesía, seguir a nuestros interlocutores permitió ver cómo la espera se prolongaba en América del Sur. En el caso de Dakar, los viajeros no tenían un rumbo fijo, su objetivo era salir del continente, y ante ellos se desplegaban múltiples opciones. En cambio, en Quito el destino era más claro, pero no los tiempos, las rutas para llegar y las posibilidades de quedarse. Si hay algo que caracterice las formas globales de control de la movilidad en el momento actual es su constante cambio, y esto hace que sea más incierto si el lugar de llegada es el destino final o una nueva interrupción en la ruta a otraparte. Aunque Daniel llegó a Estados Unidos (en teoría, un lugar que tiene las condiciones para hacer reales sus aspiraciones), fue deportado a Camerún. Sin embargo, al poco tiempo de estar allí, ya tenía nuevos planes para dirigirse a Australia o Japón.

La historia de Daniel está marcada por el error, el cambio de rumbo, las esperas y el persistente anhelo de llegar a “otraparte”. En su trayectoria se evidencia la inseparable relación entre la vida humana y el movimiento, la cual es necesaria para el ejercicio de los poderes creativos del ser humano (De Genova 2010 ). La errancia hace visibles esa relación y los avatares que implica desplegarla. Como lo afirma el poema de Cavafis con el que abre este artículo, para algunos, la vida no está en el punto de llegada sino en la travesía misma.

Material suplementario
Referencias
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Notas
Notas
Cómo citar este artículo: Echeverri Zuluaga, Jonathan y Liza Acevedo Sáenz. 2018. “Pensando a través de la errancia: travesías y esperas de viajeros africanos en Quito y Dakar”. Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología 32: 105-123. https://doi.org/10.7440/antipoda32.2018.05
* El proyecto fue financiado a través de la Convocatoria de Estímulos para el Fomento de la Antropología Visual Nina S. de Friedemann del Instituto Colombiano de Antropología (ICANH) (2014-2015). Como resultado de este proceso se realizó el documental etnográfico El futuro es brillante. Ver en https://vimeo.com/181808482 En cuanto al trabajo etnográfico en Dakar, este fue financiado por el International Development Research Fellowship (IDRF) del Social Science Research Council (SSRC). A través de una estancia postdoctoral en el Museu Nacional, Universidade Federal do Rio de Janeiro (UFRJ) (2015-2016) fue posible darle continuidad a esta investigación. Las ideas presentadas aquí acerca de la errancia en Dakar ya han tenido un tiempo de maduración. En cambio, las ideas sobre la circulación de viajeros africanos en América tienen un carácter preliminar. Agradecemos a todos nuestros interlocutores, quienes nutrieron esta reflexión con sus historias que decidieron compartir generosamente con nosotros.
1 Algunos de los nombres de los lugares y de las personas que hacen parte de esta investigación etnográfica han sido cambiados para proteger su identidad.
2 El original en inglés dice así: [Human life] “is inseparable from the uninhibited capacity for movement which is a necessary premise for the free and purposeful exercise of creative and productive powers”. La traducción es nuestra.
3 Decreto 834 de 2013, Decreto 1067 de 2015 y Decreto 1743 de 2015.
4 Migración Colombia es la autoridad estatal encargada de la regulación y el control migratorio en Colombia.
5 De acuerdo con un informe entregado por la entidad, en el 2016 se identificaron 34.000 migrantes irregulares en el territorio nacional, cifra que supera en cuatro veces la del informe del año anterior (Migración Colombia 2017).
6 Ley 1899 y Ley 1897 de 1971, construidas bajo una doctrina de seguridad nacional con el objetivo de impedir la “propagación de ideologías en la guerra fría” (Correa 2016, 14).
7 Mientras que algunos autores lo usan para entender lógicas de movimiento en sociedades no occidentales desde las categorías propias del grupo estudiado (Monnet 2010), otros autores desarrollan una idea de nomadismo universal. Attali (2010), por ejemplo, lo asocia a prácticas que buscan desafiar códigos y normas, y a formas de disolver la subjetividad desde una perspectiva idealizada. De acuerdo con Chateau (2007), entre los estéticos franceses sucede algo parecido con el concepto errancia pues se piensa como adverso a cualquier intento de codificación, sin tener en cuenta la perspectiva de quienes la practican.
8 Santiago Valenzuela (2018) realiza un estudio pionero de los viajeros que pasan por Turbo (Antioquia) en su ruta hacia Estados Unidos mostrando cómo, en paralelo con los abusos, hay gestos de firme solidaridad por parte de los locales.
9 Para una descripción más amplia de las dinámicas de espacio y tiempo de la errancia, remitimos al lector a Echeverri (2015).
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