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Reseña. Magdalena López: Transición y democracia en Paraguay (1989 – 2017). “El cambio no es una cuestión electoral”. Asunción y Buenos Aires: Editorial Sb, 2018
Recepción: 24 Octubre 2018
Aprobación: 26 Noviembre 2018
Magdalena López: Transición y democracia en Paraguay (1989 – 2017). “El cambio no es una cuestión electoral”. Asunción y Buenos Aires: Editorial Sb, 2018
Alejandra Najenson
Como menciona Magdalena López, el caso paraguayo suele ser olvidado en estudios sobre la democracia en América Latina. Aunque no sea más que porque suscita la discusión, esta publicación sobre la historia reciente del Paraguay y, más concretamente, sobre los procesos políticos y sociales de la institucionalidad democrática que sobrevino al régimen autoritario stronista (1954 – 1989), es siempre una buena noticia en el campo de las ciencias sociales.
El problema que moviliza este libro (y que, se informa en la misma obra, dio lugar a la tesis de doctorado de la autora) es: ¿cómo fue posible que en 2008 un outsider como Fernando Lugo Méndez pudiese derrotar al Partido Colorado, detentor del poder desde 1954? Buscando respuestas para esta interrogante, López realiza una investigación sobre las características sociales, políticas, económicas y partidarias de la transición a la democracia iniciada en 1989. Específicamente, indaga la relación entre democracia y transición, sobre sus definiciones y mutuas determinaciones, las cuales, a su consideración, terminaron por estructurar el sistema político paraguayo actual, así como una cultura política y ciudadana específicas. Aquí está la clave, dice la autora, para comprender por qué ganó Lugo y para comprender también su caída por medio de “golpe parlamentario” en 2012.
A lo largo de seis capítulos, el libro busca analizar el proceso de consolidación democrática en Paraguay. Para ello, repasa minuciosamente las teorías generales sobre la transición, la democracia y los estudios particulares sobre el caso paraguayo, sobre todo aquellos que se centran en la consolidación (o no) del régimen democrático. En todos los casos, la autora observa que los académicos analizan el período a través de eventos electorales, vinculando la democracia a los “procesos formales de su institucionalización”, reduciéndola a su acepción liberal (López, 2018: 73).
En este sentido, López considera que, para tener un cabal conocimiento del régimen político que se estructuró luego de la caída de Stroessner, es clave desentrañar los sentidos asociados en Paraguay a la noción de “democracia”. Afirma, al respecto, que el momento de transición es
el período de tiempo en el que se despliegan las luchas por imponer unos intereses sobre otros y por hacer hegemónica una representación de democracia, en torno a la cual se construirá todo el andamiaje político, legal, social y económico para mantenerla y consolidarla (López, 2018: 94).
Ante esta definición, nos preguntamos si lo que López denomina “transición” no es sino la disputa política por establecer sentidos y representaciones que existe en toda democracia y, entonces, cuál sería la operatividad del concepto así construido para captar la especificidad de la transición a la democracia en Paraguay.[1]
Un aspecto que caracteriza al Paraguay es la existencia de dos partidos grandes, tradicionales, con gran anclaje afectivo en sus afiliados. Magdalena López repasa sus orígenes, sus historias, su vínculo con la dictadura de Stroessner y su trayectoria a lo largo de la transición. También señala la conformación de partidos nuevos a partir de 1989. Su objetivo es poder captar el impacto que la presencia de estos tuvo en la construcción del régimen político que sobrevino a la dictadura.
En este sentido, es quizás uno de los aspectos más frágiles de este trabajo la manera en que se describe a la “élite política”. En todo momento, la autora se refiere a ésta como el conjunto de los actores que participan del sistema de partidos, organizados en dos grandes partidos tradicionales (el Colorado o ANR y Liberal o PLRA). Aunque esto es cierto para el caso paraguayo, lo que caracteriza a su élite política es, sobre todo, el dinámico movimentismo partidario, que López describe de manera muy general. Este análisis de sobrevuelo invisibiliza la importancia de las facciones internas, reduciéndolas a simples posicionamientos electorales.
Se observa, asimismo, una ausencia de análisis de élites de otro tipo, así como también el establecimiento del vínculo que existe entre “élite económica” y “élite política”, la que a su vez está lejos de ser un bloque homogéneo. En su lugar, López pareciera sostener que la política favorece linealmente a la élite económica, sin importar si el poder es detentado por una u otra facción de cada partido, actuando con o sin mayoría en el Congreso[2]. Reduce así la complejidad de las luchas partidarias e intrapartidarias, haciendo lo mismo con los sectores que dominan la economía.
Esta poca complejización se completa con la “caracterización socio-económica de Paraguay” que la autora busca describir, debido a que es extremadamente general. Aunque afirma que “se establece, erróneamente, que es un país pobre, que no ha desarrollado un crecimiento sostenido y que su matriz productiva es deficitaria” (López, 2018: 67), la presencia de ciertos errores u omisiones metodológicos en este análisis contribuyen a generar un efecto deshistorizante.[3] En ningún momento se precisan cuáles son las políticas públicas llevadas a cabo por la élite política que dan cuenta de la tendencia o variación de los indicadores que se muestran.[4] No se observa una reconstrucción detallada de los marcos institucionales de la realidad socioeconómica y su interacción con el sistema político. De esta forma, termina por reproducir lo que busca complejizar.
En términos más generales, es pertinente señalar que libro presenta a lo largo de toda su extensión ciertas desprolijidades que confunden al lector.[5] Se suman a ello, además, ciertos errores u omisiones sobre acontecimientos históricos del Paraguay,[6] así como un manejo ligero de la cronología del período bajo examen.[7]
La tesis central a la que llega López es que, luego de la dictadura, en Paraguay se configuró un mero procedimentalismo para la elección de autoridades, producto de una “definición hegemónica de democracia”[8], asociándola a su contingente variable liberal. Esto invisibilizaría las desigualdades estructurales o, más bien, las naturalizaría, dejándolas fuera de la disputa política legítima (López, 2018: 95). La “legalidad democrática limitaría la construcción política a lo puramente electoral y la economía quedaría discursivamente por fuera de la democracia” (López, 2018: 203). Este sería el motor de la inequidad social según la autora.
Resaltando el rol estructurante de la élite política en la construcción y sedimentación de su definición hegemónica, el libro presenta un análisis de discursos públicos y entrevistas en profundidad a líderes políticos, realizadas especialmente para este trabajo (López, 2018: 95). Busca, así, aprehender las representaciones de los líderes políticos sobre la “democracia”. Aborda, dice, “la posición de las élites” dado que tienen poder para plasmar legal e institucionalmente sus ideas y sus intereses.
Ahora bien, esto último nos llama a exponer varias objeciones teóricas y metodológicas. Por un lado, se debe señalar que no existe en todo el libro una sola cita a trabajos que den cuenta de lo que se representa por democracia el resto de la sociedad paraguaya, las élites económicas o los medios de comunicación más importantes. Estos, con mayor o menor influencia para instituir definiciones, se apropian del sentido común establecido, dando cuenta de su carácter de “hegemónico”. La verificación de sus presupuestos teóricos está ausente.
Por otro lado, sólo se registran 17 entrevistas.[9] Esta muestra no parece tener en cuenta las percepciones de las diferentes facciones de los partidos tradicionales.[10] Se reitera, de este modo, la simplificación de la élite política.
Es cierto que la transición fue gestada “desde arriba” y dirigida por sectores económicamente dominantes, como apunta gran parte de la bibliografía al respecto y recuerda López. No obstante, la competencia intra élite implicó la ampliación del campo político, como indica el politólogo Fernando Martínez Escobar (2012).[11] Por eso, creemos que no se puede lograr una verdadera comprensión de las representaciones de los políticos paraguayos obviando la diversidad de sus posicionamientos.
Volviendo al interrogante que inicia la obra, “¿por qué ganó Lugo?”, la autora enumera una serie de características contextuales que, a su criterio, generaron las condiciones de posibilidad para el ascenso al poder del ex obispo (López, 2018: 220). Especificando los “factores políticos” que habrían posibilitado la victoria de Lugo, se la reduce a una “expresión electoral” (López, 2018: 206), cercano un milagro coyuntural, que no logró transformar en nada la escena política puesto que el verdadero poder continuaba en manos de la “élite” (frente a la que Lugo era un outsider). Sus propuestas fueron moderadas, así como su gobierno, el cual no logró modificar sustantivamente la distribución del poder real.
En relación a su destitución, afirma que “los partidos tradicionales, protegiendo los intereses económicos y políticos de las elites, lograron coaligarse para ejecutar un juicio en tiempo récord” y agrega que “tras este proceso judicial (sic) aquello que pareció ser la evidencia de un ‘afianzamiento’ de la democracia formal fue sólo una expresión electoral que no intervino en los núcleos de poder real” (López, 2018: 206). Por eso, le parece un gesto de “optimismo analítico” que el primer traspaso de mando de manera pacífica en la entera historia del Paraguay sea tomado como indicador del fin de la transición (es decir de la consolidación de la democracia) (López, 2018: 205). En su opinión, la democracia paraguaya no es sólida porque el “golpe parlamentario daría cuenta de que “las tensiones internas [de la democracia paraguaya] ponen en jaque toda estabilidad que muchos investigadores atribuyeron” (López, 2018: 217).[12]
Se desestima el valor democrático de la elección de Lugo, en el marco de lo que describe como una democracia formal capturada por una élite política y económica. No obstante, advierte que dicha élite en bloque, con una motivación supuestamente unánime, prefirió sacarlo del poder por lo que éste representaba.[13] Admite (sin precisar) que “indudablemente el gobierno de Lugo significó una mejoría en algunos frentes” (López, 2018: 222). No amenazaba intereses (aunque mejoró “frentes”) y la elite decidió dar un golpe parlamentario. Esta contradicción no está suficientemente explicada.
Estos posicionamientos dan la idea de que la democracia paraguaya está en déficit con respecto a un ideal normativo, que se completa cuando afirma que la “definición hegemónica” supuso la construcción de un ciudadano “elector”, desinteresado por la acción política que trascienda lo meramente electoral (López, 2018: 226). López no sólo desatiende el hecho de que la ciudadanía paraguaya se movilizó muchas veces y continúa movilizándose por cuestiones que exceden a lo electoral (oposición a paquete privatizador en 2002; movilizaciones campesinas masivas[14], movilizaciones de estudiantes secundarios y universitarios, el incipiente pero creciente movimiento feminista, entre otras) sino que esencializa a paraguayos y paraguayas, como si no hubiera habido aprendizajes y avances a lo largo de casi tres décadas de democracia.[15] Objeta que la democracia se reduzca a los procedimientos electorales pero descarta de su análisis toda acción política por fuera de estos procedimientos.
Para finalizar, es innecesario agregar que Transición y democracia en Paraguay (1989 – 2017) nos deja, tras su lectura, un sabor amargo. Magdalena López reduce la complejidad de actores políticos, económicos y de los ciudadanos, esencializando sus características. No logra dar cuenta de los cambios en la realidad socioeconómica durante el período en cuestión y sus imbricaciones con el sistema de partidos. Por ello, no logra ver en los 28 años de democratización, ningún avance de “fondo”. Más allá de sus errores históricos y metodológicos, probablemente su reduccionismo tenga relación con posicionamientos ideológicos que la autora no explicita y que operan como marcos normativos que no logran explicar ni comprender de las especificidades históricas del Paraguay. Muy por el contrario, la historia paraguaya termina siendo para ella simplemente una excusa para el despliegue de valoraciones que, efectivamente, se hallan muy distantes de su objeto de estudio.